Historia mexicana 114 volumen 29 número 2

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HISTORIA MEXICANA 114

EL COLEGIO DE MEXICO

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HISTORIA MEXICANA 114

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Vi?eta de la portada: Ilustraci?n del libro de Heath Bowman y Stirling Dickinson: Mexican Odyssey (1935).

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HISTORIA MEXICANA Revista trimestral publicada por el Centro de Estudios Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas Redactor: Bernardo Garc?a Mart?nez Consejo de Redacci?n: Jan Bazant, Romana Falcon, Elsa Cecilia Frost, Mois?s Gonz?lez Navarro, Andr?s Lira, Luis Muro, Anne Staples, Elias Trabulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez

VOL. XXIX OCTUBRE-DICIEMBRE 1979 N?M. 2 SUMARIO Art?culos

Romana Falc?n: ?Los or?genes populares de la voluci?n de 1910? ? El caso de San Luis Poto

Mar?a de los ?ngeles Romero: Los intereses es ?oles en la Mixteca ? Siglo xvii 241

Pastora Rodr?guez Avi?o?: La prensa nacion

frente a la intervenci?n de M?xico en la segun

da guerra mundial 252

Testimonios

Adriaan C. van Oss: La iglesia en Hidalgo ha 1930 301

Cr?tica

Elsa Cecilia Fros otros pintoresq

Examen

de

libr

sobre Alistair American His

quez)

337

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sobre John Francis Bannon: Herbert Eugene Bol ton ? The historian and the man (Maria del

Carmen Velazquez) 339

sobre John K. Chance: Race and class in colonial Oaxaca (Bernardo Garc?a Mart?nez) 341 sobre Herbert J. Nickel: Soziale Morphologie der

mexikanischen Hacienda (Jan Bazant) 344

sobre Frederick Catherwood: Visi?n del mundo maya (Bernardo Garc?a Mart?nez) 347 Ram?n Ma. Serrera: Sobre la industrializaci?n de Jalisco y otros puntos ? Respuesta a una rese?a de Guadalajara ganadera ? Estudio regional no

vohispano 349

La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente perso nal de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Co legio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana aparece los d?as 1? de julio, octubre, enero y abril

de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $60.00 y

en el extranjero Dis. 4.50; la suscripci?n anual, respectivamente, $220.00

y Dis. 14.00. N?meros atrasados, en el pa?s $75.00; en el extranjero Dis. 5.00.

? El Colegio de M?xico Camino al Ajusco, 20 M?xico 20, D. F.

ISSN 0185-0172 Impreso y hecho en M?xico Printed and made in Mexico

por Fuentes Impresores, S. A., Centeno, 109, M?xico 13, D. F

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N DE 1910? EL CASO DE SAN LUIS POTOS? Romana Falc?n El Colegio de M?xico "Viva el gran poder de Dios y del

Pueblo mexicano, que se sabe defender

y en la frontera del Norte todas las

fuerzas federales sean Boltiado afabor de don Francisco y Madero y este es

el ?nico remedio. De economizar la sangre a bajo El Mal Gobierno y Viva

M?xico".

(Proclama manuscrita aparecida en el barrio ferrocarrilero de la ciudad de San Luis Potos?, 20 de noviembre

de 1910.)

Algunos estudiosos de la revoluci?n mexicana y muchos po l?ticos han insistido en los or?genes eminentemente agrarios

y populares de este movimiento. Tal concepci?n, que a?n

tiene defensores, ha sido avalada por prominentes historia dores. En los ya cl?sicos an?lisis de Frank Tannenbaum, por ejemplo, se afirma que el alzamiento que logr? derrocar a la dictadura porfirista fue una respuesta, que dieron los peones de la mayor parte de M?xico, a la promesa contenida en el

Plan de San Luis de devolver la tierra a los pueblos. As?

vista, la revoluci?n tendr?a sus ra?ces m?s fuertes en el repu

dio al r?gimen de D?az por parte de la gente del pueblo:

campesinos, indios y obreros. La misma idea ha sido sostenida por buen n?mero de analistas, funcionarios y pol?ticos mexi canos. Jes?s Silva Herzog, entre otros, se?ala que, al igual que Zapata, fueron b?sicamente los campesinos desesperados ante el robo de sus tierras quienes empu?aron las armas en

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ROMANA FALCON

favor de Madero. En ?ltima instancia, y bajo esta perspec tiva, la revoluci?n fue "una lucha de clases, lucha del pro letariado de las ciudades y de los campos contra la burgues?a y contra el clero". Algunos estudiosos marxistas llevaron tal idea a sus ?ltimas consecuencias, al se?alar que la revoluci?n se gest? mediante la irrupci?n violenta de las masas campe sinas y de la peque?a burgues?a pobre en contra del gobierno de D?az, y que fue precisamente este origen el que le confi

ri? ?por lo menos inicialmente? un tono notablemente

agrario y antiimperialista. Adolfo Gilly, por caso, asegura que la nota dominante en los inicios de este levantamiento fue el incontenible movimiento armado campesino en busca de la conquista de la tierra.1 El objetivo de estas p?ginas es poner en entredicho, me

diante el estudio de lo ocurrido en San Luis Potos?, la

simple idea del car?cter popular y agrario de la g?nesis de la revoluci?n. Es necesario introducir en ella matices impor tantes, pues de otra manera se perder?an de vista algunas pe culiaridades de la participaci?n de los sectores populares y, lo que es m?s decisivo, se obscurecer?a por completo la acci?n de otras fuerzas que, en ciertos casos, fueron tanto o m?s cruciales que la de los trabajadores en la determinaci?n del

car?cter inicial de la revoluci?n. Me refiero a la decisiva

participaci?n de las clases medias y sectores acomodados en la conducci?n de la revuelta. Jean Meyer ha se?alado que, despu?s de la sorpresiva ca?da de D?az, "se vio por primera vez un espect?culo grotesco que iba a repetirse durante toda la revoluci?n: los enemigos m?s encarnizados de Madero enar bolaron [su] estandarte. .. En esta carrera a la victoria se pod?a ver a los hacendados enrolar a sus peones para apo derarse del poder local." En San Luis Potos? tal fen?meno se dio aun antes de la victoria maderista. Desde los inicios i Tannenbaum, 1968, p. 158; 1966, p. 115; Silva Herzog, 1959, p. 160; 1964, pp. 10-14; Gilly, 1972, pp. 46, 39555.; Alperovich, 1960, pp. II55; Lavrow, 1977, p. 104; Meyer, 1973, p. 36. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

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del movimiento armado algunos de los pudientes actuaron de tal manera que lograron confinar las acciones populares al punto de imponer sus intereses y su visi?n del mundo a lo que, se supon?a, eran demandas de las clases bajas. Para ello, ciertos elementos de los grupos medios y acaudalados enca bezaron la rebeli?n, que encontr? eco popular, e impidieron

?llegando inclusive hasta al asesinato? que el movimiento quedara en manos de sus enemigos de clase. Inmediatamente despu?s de caer el dictador vetaron la representaci?n pol?tica

de obreros y campesinos y ayudaron a sofocar sus alzamientos

y demandas.

I. El panorama prerrevolucionario Los poderosos A fines de julio de 1910 Francisco I. Madero pudo aban donar la prisi?n de San Luis Potos? gracias a la influencia que su padre ejerci? sobre Limantour, el poderoso ministro de Hacienda, y sobre el gobernador Espinosa y Cuevas, un

hacendado muy empresarial y poseedor del mayor latifundio de la entidad. En su liberaci?n tambi?n result? decisivo el apoyo que le brindaron algunos de los m?s ricos y pudientes personajes de la escena potosina, como el obispo Montes de Oca, humanista erudito, importante apologista del r?gimen de D?az y famoso antagonista del Partido Liberal; tambi?n

habl? en favor de Madero Pedro Barrenechea, acaudalado

minero, industrial, terrateniente y socio de los hermanos Diez Guti?rrez, quienes hab?an conducido f?rreamente al estado entre 1879 y 1898. Al famoso candidato antirreeleorio nista se le dio la ciudad de San Luis por c?rcel y, antes de fugarse de la ciudad, se aloj? en el "palacio monumental" de un importante banquero y terrateniente: Francisco Meade.2 2 El Estandarte (13, 20, 23 jul. 1910) ; Velazquez, 1946, iv, pp. 213 a 220; Cockcroft, 1971, pp. 39-41; Men?ndez, 1955, p. 24; Meade, 1970,

p. 174.

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ROMANA FALCON

Esta actitud protectora por parte de algunos de los m?s

acaudalados potosinos hacia Madero ?el enemigo pol?tico

m?s importante de D?az en ese momento? era una muestra de la ambivalencia que hab?a en algunos sectores de la ?lite hacia lo que el antirreeleccionismo representaba. Si bien la mayor?a de ellos no eran opositores activos y ve?an con ho rror cualquier cambio fundamental, apoyaban una cierta re novaci?n del personal pol?tico as? como algunas reformas que dieran mayor seguridad y perspectivas a sus intereses.

Como en otras partes, con el paso de los a?os fueron

surgiendo situaciones que enajenaron a parte de la ?lite po tosina del sistema porfirista. Entre ellas, sobresali? la ban carrota a la que condujeron al estado los gobiernos de los hermanos Diez Guti?rrez, condici?n que llev? a un grupo de notables potosinos a solicitar al presidente D?az un cam

bio de funcionarios, si bien la petici?n fue negada. Los

resentimientos de algunos propietarios aumentaron a ra?z de las crisis econ?micas de los a?os noventa y de 1907-1909, as? como por las medidas oficiales para sortearlas. Un ejemplo de esto lo ofrecieron los Arriaga, destacados liberales, propie tarios de importantes intereses mineros y, probablemente, los impulsores m?s prominentes del Partido Liberal. Las clases altas potosinas tambi?n estaban escindidas por conflictos meramente pol?ticos. En primer lugar, desde el triunfo de la revuelta tuxtepecana y hasta fines del siglo se excluy? a numerosos y destacados conservadores de los car gos importantes; a cambio, aquellos identificados como "li berales" padecieron la misma suerte a partir de 1898, o sea durante las administraciones de Escontria y de Espinosa y

Cuevas.*

Estas pugnas intraelite tambi?n se nutrieron de la aver si?n que en la ?poca se tuvo a la inyecci?n de sangre nueva

en el aparato pol?tico. La eternizaci?n de caciques y fun 3 Un recuento sobre las tensiones que agobiaban a la clase alta potosina se encuentra en Cockcroft, 1971, cap?tulos i y n. Sobre las molestias con los impuestos, vid. Exposici?n, 1881.

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?LOS or?genes populares de la revoluci?n? 201 cionarios llev? a que el control pol?tico y buena parte de las riquezas de la entidad quedaran acaparadas en unas cuantas manos. ?ste fue un hecho decisivo, pues no s?lo excluy? y enajen? a muchos elementos privilegiados sino que tambi?n afect?, y m?s duramente, a amplios sectores de la clase media,

quienes ten?an capacidad para articular sus intereses. Como trataremos de probar m?s adelante, esta inamovili dad pol?tica, unida a los atropellos que frecuentemente co

met?an autoridades y notables en los pueblos, incub?, en ciertos casos, odio y resentimiento popular. La prepotencia y arbitrariedad de los caciques y el personal pol?tico fue general en todo San Luis Potos?. Adem?s, la dif?cil geograf?a de la zona sudoriental y la consiguiente falta de comunica ciones dieron origen a un florecimiento particularmente vi goroso del caciquismo en este lugar. Los ejemplo sobran: en

Alaquines, Mariano Z??iga; en Ciudad del Ma?z, los Barra g?n; en Valles, Santos P?rez, etc. En fin: que un pu?ado de poderosos se turnaron diputaciones, jefaturas pol?ticas y los cargos de ayuntamientos y consejos de electores.4 El con trol pol?tico naturalmente se traduc?a en pesos contantes y sonantes. Por ejemplo, Fidencio Gonz?lez, un cacique t?pico de la Huasteca, era due?o tanto de la orquesta de su pueblo como de enormes cafetales y ca?averales, de f?bricas de aguar

diente cuyo producto enviaba a Tampico a lomo de mu?a, etc. Eran tantos los comensales y familiares de este se?or de

bienes y vidas, que normalmente se les llamaba a la hora de la comida con la campana del pueblo.5 Hab?a muchas otras fuentes de malestar, entre las que sobresal?a el uso desp?tico del poder por parte de los jefes

pol?ticos, probablemente los funcionarios m?s odiados,6 a la

4 Sobre el caso de Z??iga, vid. El Estandarte (11 mayo 1911) ; sobre el de Valles, Meade, 1970, pp. 121?; y sobre el de los Barrag?n, Bazant, 1975, pp. 265J. B Mendoza, 1960, p. 14. ? En general, el frecuente abuso de autoridad que cometieron los

jefes pol?ticos les vali? una oposici?n vigorosa, tanto popular como

de sectores m?s privilegiados. En la entidad fueron tildados de "reye

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ROMANA FALC?N

vez que m?s influyentes, en las relaciones de poder dentro de los pueblos y en las ligas entre ?stos y las autoridades

superiores. Tales agentes del ejecutivo federal y de los gober nadores, cuyas ra?ces estaban en la colonia, ten?a como misi?n conservar la paz y suprimir los movimientos opositores. Con tal fin se les hab?a dotado de amplios poderes, haci?ndose consuetudinaria la ayuda que les prestaba el ej?rcito, la po lic?a, y la elite de las fuerzas del orden: los rurales. En la

Huasteca, por ejemplo, fueron estos cuerpos montados las piezas claves para poder aplastar las rebeliones ind?genas. Obviamente estaban relacionados estrechamente con los otros

personajes poderosos de la localidad. Fue com?n en todo San Luis Potos? que, en cuanto empezaron a soplar aires subversivos, los jefes pol?ticos y rurales tomaran bajo su custodia los intereses de mineros, empresarios y hacendados.7

Las clases medias y el Partido Liberal La inamovilidad pol?tica aunada al estancamiento en el nivel de vida que sufrieron muchos de los miembros de los sectores medios hicieron de ellos una fuerza potencialmente desestabilizadora. En efecto, de sus filas saldr?a una gran cantidad de l?deres revolucionarios. Algunos de los intelec tuales m?s influyentes durante la revoluci?n vivieron una existencia mediocre hasta 1910, como fue el caso del potosino Antonio D?az Soto y Gama, quien durante el porfiriato debi? conformarse con el cargo de simple oficinista en un bufete de abogados norteamericanos.8 zuelos, se?ores de horca y cuchillo que hacen gemir bajo su tir?nica dominaci?n a los pueblos esquilmando sus tesoros y haciendo sentir sobre las sociedades todo el peso de sus malvadas acciones". Cos?o Vi

llegas, 1972, p. 95.

7 Sobre los rurales en San Luis, vid. Wilson, c?nsul en Tampico, al c?nsul general (24 jul. 1906), en PRO, F O 203, vol. 172; Monte jano y Agui?aga, 1967, pp. 341-342; Meade, 1970, pp. 12955; Valad?s, 1977, i,

p. 267.

s En San Luis Potos? los sectores medios inclu?an a buena parte de los ocho mil comerciantes y cuatro mil agricultores que registr?

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 20$

La capacidad de organizaci?n y la claridad ideol?gica

que frecuentemente distingui? a estos estratos medios hizo que de ellos brotara una de las oposiciones m?s radicales y mejor organizadas al r?gimen de D?az: el Partido Liberal.

La chispa se inici? en San Luis Potos?, al que con cierta raz?n algunos consideran la "cuna de la revoluci?n". Fue

all? donde un peque?o grupo de intelectuales inici? a prin cipios de siglo una intensa agitaci?n pol?tica. Se trata del profesor Librado Rivera, del periodista y poeta Juan Sara bia, del estudiante de derecho Antonio D?az Soto y Gama? y ?en contraste? de Camilo Arriaga, heredero de destaca dos liberales y de unos de los intereses mineros m?s impor tantes de la entidad, pero que hab?an venido sufriendo una

serie de duros reveses: en s?ntesis, una gran fortuna en

decadencia unida a una clase resentida. No pas? mucho tiem po antes de que esta coalici?n se radicalizara y se propusiera desatar una revoluci?n para derrocar al r?gimen de D?az e introducir profundas reformas sociales en beneficio de las clases trabajadoras, en las que ve?a al gran aliado potencial.

Su llamado al pueblo se extendi? fuera de San Luis. Aun

cuando es dif?cil precisar el grado de influencia de este grupo en los movimientos armados que tuvieron lugar en los a?os postreros del porfiriato, no hay duda de que s? contribuyeron a crear un clima de agitaci?n y oposici?n al r?gimen.9

Ser?a justamente un miembro de la clase media quien

se mostrara como el m?s activo antirreeleccionista en San

el censo, m?s 150 administradores en el campo, casi 600 bur?cratas y 1500 empleados de establecimientos privados, 560 profesores, 120 sacer dotes, 80 m?dicos y 80 abogados. Adem?s habr?a que sumar a trabaja dores calificados bien pagados como capataces de f?bricas, algunos fe rrocarrileros, y ciertos artesanos como sastres, costureras, sombrereros y otros que soportaron la competencia mecanizada. Censo San Luis Potos?, 1900; Cockcroft, 1971, especialmente pp. 43-47; Estad?sticas porfiriato,

1956, p. 211. s La bibliograf?a sobre el Partido Liberal crece d?a a d?a. Uno

de los estudios m?s completos es Cockcroft, 1971, aunque seg?n algunos analistas, como Cos?o Villegas (1972, pp. 688-704), exagera la influen

cia del grupo.

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ROMANA FALC?N

Luis Potos?: el doctor Rafael Cepeda, quien debi? soportar la c?rcel durante la gira de Madero por la entidad, y quien despu?s fungi? como su defensor legal cuando el candidato estuvo prisionero. Cepeda, paisano de Madero y de la misma generaci?n, pertenec?a a una familia acomodada de entre cuyos miembros hab?an salido funcionarios tan distinguidos

como un ministro de M?xico en Francia. Cepeda estudi? medicina en San Luis Potos?, para despu?s establecer una

farmacia y un sanatorio en Saltillo. No por esto se desvincul?

de los potosinos y, desde principios de siglo, anunciaba en el principal diario local de San Luis sus servicios de ciru jano, ginec?logo y especialista en s?filis, ofreciendo, adem?s,

consultas por correo. Fue en esa d?cada cuando entr? a la pol?tica: en 1908 fue presidente de un club democr?tico y,

despu?s, amigo de Madero y uno de sus seguidores m?s fogo sos y entusiastas. A los 88 a?os de edad, ya en plena campa?a antirreeleccionista, sus compromisos pol?ticos lo obligaron a traspasar apresuradamente su farmacia para irse a la capital

de la rep?blica. Cepeda, a los ojos de un observador tan

poco afecto a los revolucionarios como era el c?nsul nortea mericano, era visto no tanto como un agitador sino como un hombre moderado, inteligente, responsable y de buen car?cter.10

El coraz?n de la revuelta

El llamado maderista en San Luis Potos? tambi?n en contr? una acogida entusiasta entre los notables de los pue blos. Precisamente otro de los defensores legales de Madero, Pedro Antonio de los Santos, pertenec?a a una familia de caciques de la Huasteca desde hac?a ya generaciones. A pesar

de la prosperidad de sus fincas, en el distrito de Tama

10 C?nsul Bonney al Departamento de Estado (14 mayo 1911), en NA, RG 59, 812.00/1847; del mismo (30 sept. 1911), en ibid., 812.00/ 2401; Rodr?guez Barrag?n, 1976, pp. 9555; Barrag?n, 1946, i, pp. 102 103. Vid. el anuncio de Cepeda en la primera plana de El Estandarte a partir de 1906. Cumberland, 1974, p. 98.

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CA?ECE-RAS DE PAR/TIDO.S

-L?MITES de- PARTIDOS

R?o, 8: R?o Verde, 9: Ciudad del Ma?z, 10: Hi Tamazunchale.

San Luis Potos?. 1900. Parti 5: Guadak?zar, 6: Cerritos, 7: Santa Mar?a del

dos: 1: Capital, 2: Salinas, 3: Venado, 4: Catorce,

dalgo, 11: Ciudad Valles, 12: Tancanhuitz, 13:

. t t , i t i ? +-. FERROCARRILES

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ROMANA FALC?N

z?nchale, los Santos se encontraban un tanto ajenos al auge que otras regiones huastecas experimentaron durante el por firiato, y, sobre todo, en disputa con los grandes hacendados de la regi?n. Adem?s de sus resentimientos econ?micos, pa dec?an un tenaz hostigamiento pol?tico, ya que, a pesar de

haber sido tuxtepecanos, hab?an encabezado una fracasada revuelta ind?gena en la d?cada de los ochenta en compa??a de otros rancheros importantes, como los L?rraga y los Terrazas. Mientras estudiaba leyes Pedro Antonio se hab?a convertido en un destacado reyista, en uni?n de otros j? venes acaudalados como los Barrag?n, y desde 1909 hab?a ingresado al antirreeleccionismo como orador de la campa?a y exitoso proselitista. No tard? en encontrar respuesta entre

sus pares. Un ejemplo fue Leopoldo L?rraga, quien, a ins tancias de De los Santos, sostuvo la candidatura maderista en el consejo electoral de Valles durante los comicios de 1910. Los conflictos que esto le acarre? con el jefe pol?tico se vinieron a sumar a ciertos "problemas comerciales" que ya padec?a.11 Tanto Santos como L?rraga proven?an de la zona sur oriental de San Luis, la Huasteca, cuyas tierras h?medas y su clima tropical la hac?an potencialmente rica para la agri cultura y la ganader?a. En contraste con la aridez extrema del resto de la entidad, los distritos huastecos ?Valles, Tan canhuitz y Tamazunchale? formaban una unidad geogr?

fica y econ?mica con las Huastecas veracruzana, hidalguense y tamaulipeca. No hac?a mucho, durante el porfiriato, todas ?Has hab?an intentado constituir un estado independiente. Las actividades agr?colas y ganaderas de la regi?n hab?an pro

gresado innegablemente en esta etapa. Tal prosperidad ha b?a sido acelerada con la construcci?n del ferrocarril a Tam

pico, que coloc? a los huastecos ?sobre todo a los de Va

lles? en una posici?n comercial estrat?gica entre el centro del pa?s y el Golfo de M?xico, a la vez que los conect? con el poderoso vecino del norte. Para fines del mandato de D?az, il M?rquez, 1979, pp. 3155; El Estandarte (8 mayo 1911).

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 207

y ?nicamente en la Huasteca potosina, florec?an unas dos cientas plantaciones tropicales y centros ganaderos que, en algunos casos, pod?an considerarse entre los m?s pr?speros del pa?s.12 El auge propici? el despojo de las tierras de los indios. Concomitantemente, y por lo menos desde mediados del siglo xix, la inquietud social explot? repetidas veces en la Huasteca. El ejecutivo potosino, con la intenci?n expresa de acabar con la "excitaci?n constante, las agitaciones fre cuentes, las discusiones permanentes, los disturbios y las insurrecciones" a los que, en su opini?n, eran particular mente propensos los indios huastecos, se adelant? a la pol? tica, dictada desde el centro, que aceler? la privatizaci?n y el acaparamiento de tierras a expensas de los terrenos de los pueblos. En 1881 orden? el deslinde de terrenos comu nales, lo que vino a fomentar la especulaci?n de la tierra y su acaparamiento en manos de hacendados y caciques. Esta

medida se aplic? con rigor, aun cuando el mismo Diez Gu ti?rrez reconoci? los "agravios profundos" que suscit?.13 Sin embargo, dentro de la Huasteca la situaci?n se com

plic? pues el deslinde afect? tambi?n a algunos de los pro

pietarios m?s pr?speros que pose?an sus tierras en forma de condue?azgos. La acci?n gubernamental, tendiente a modi ficar lo que los potosinos del altiplano consideraban un es pectro casi feudal del hacendado y el ranchero huasteco, cre? m?ltiples fricciones entre estos ricos poseedores en com?n, a m?s de que los forz? a engrosar las filas de los contribu 12 Meade, 1970, pp. 112-113; Wilson, vicec?nsul en San Luis Potos?, a la Foreign Office (28 ago. 1904), en PRO, FO 203, vol. 160, folio 93; The Mexican yearbook, 1909, p. 609.

13 La Uni?n Democr?tica ? Peri?dico Oficial del Estado de San

Luis Potos? (15 sep. 1881) ; art?culo de Antonio D?az Soto y Gama en El Universal (9 die. 1953) ; Velazquez, 1946, rv, pp. 79-81. Adem?s, a

partir de 1883, el estado impulso a?n m?s esta pol?tica mediante el

deslinde de bald?os. En la regi?n de Valles, por ejemplo, las haciendas

de Tanzacalte, Tanculpaya, Tamaquiche y Tampaya aprovecharon la ocasi?n para legitimar su extensi?n. Meade, 197?, pp. 13355.

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ROMANA FALC?N

yentes al impuesto sobre las fincas r?sticas, la segunda fuente

en importancia del erario p?blico estatal. La defensa de estas propiedades "proindivisas" de la Huasteca potosina fue tenaz y brillante, y en su favor actuaron te?ricos tan destacados nacionalmente como Winstano Luis Orozco. No obstante, ni siquiera la muerte de Diez Guti?rrez hizo variar el rumbo al gobierno local. Tanto la administraci?n de Escontria como,

de manera especial, la de Espinosa y Cuevas siguieron ade lante con esta fuente de resentimientos para los indios y los acaudalados huastecos.14

As? las cosas, a nadie extra?? que las actividades oposi

toras encontraran un terreno sumamente f?rtil en el sureste.

Este polvor?n estall?, una vez m?s, poco despu?s de que a Madero se le diera la ciudad de San Luis por c?rcel. En agosto de 1910 los indios, exasperados por la continua p?r dida de sus tierras y la ineficacia de sus reclamaciones, y ante la inminencia de un nuevo catastro rural, volvieron a tomar las armas. El conflicto escal? r?pidamente, varios ru rales fueron muertos, y el jefe pol?tico y los comerciantes

de Tamazunchale planearon la defensa de lo que parec?a ser una inminente toma de su ciudad. Las autoridades esta

tales movilizaron todas las tropas disponibles y hasta consi guieron unas provenientes de Aguascalientes, adem?s de man

dar a aquellas que resguardaban a la capital potosina e in

clusive a su penitenciar?a. No tard? en descubrirse que los dirigentes de la revuelta no eran indios huastecos, sino que ?sta hab?a sido auspiciada

por antirreeleccionistas y por algunos empleados de go

bierno, y que entre los m?s comprometidos hab?a un pu?ado

de hijos de acaudalados vecinos de Tamazunchale. El l?der

principal fue Ponciano Navarro, quien, conocedor de la zona, hab?a desarrollado una delicada campa?a entre los caciques 14 "Los condue?azgos en la huasteca", en El Estandarte (9 oct.

1901) ; Orozco, 1906; "Rasgos biogr?ficos de Blas Escontr?a", en El Es tandarte (3 ago. 1906) ; informe de gobierno del gobernador Espinosa y Cuevas, en El Estandarte (sept. 1907) ; Marquez, 1979, pp. 53-57; Me n?ndez, 1955, pp. 123-124.

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 209

indios m?s independientes buscando reclutas entre aquellos descontentos con la situaci?n agraria. Probablemente gracias a sus conexiones con altas personalidades antirreeleccionistas pronto empezaron a circular en la Huasteca potosina cientos de armas. La revuelta fue dura para los federales, pues en

lo m?s intrincado y h?medo de la Huasteca los insectos y

enfermedades los asolaron, provocando no s?lo algunas bajas sino, sobre todo, una enorme deserci?n. Sin embargo derro taron a los rebeldes, y a fines de agosto comenz? el retiro de tropas; Navarro huy? a la sierra, en donde poco despu?s fue capturado, mientras los presos ?incluidas algunas "per sonas decentes de cultura"? fueron llevados a la ciudad de

San Luis y una buen parte de ellos pas? a engrosar las filas del ej?rcito.15

II. El antirreeleccionismo gana terreno Mientras tanto se fueron agotando los caminos legales para los antirreeleccionistas. En octubre de 1910 se orden? al jefe militar en el estado aprehender a Madero y a De los Santos. Cepeda utiliz? entonces su influencia entre los ferrocarri

leros, uno de los gremios obreros m?s combativos en el

estado, para violentar la huida del l?der antirreeleccionista. Ya en San Antonio se le unieron, entre otros, Cepeda y De los Santos; ah? acabaron de redactar el Plan de San Luis. ?ste

desconoc?a al gobierno de D?az, declaraba a Madero presi dente provisional, y llamaba a las armas a partir del 20 de noviembre. El plan era notablemente est?ril en cuanto a reformas econ?micas y sociales, pero su promesa de revisar aquellos fallos mediante los cuales "numerosos peque?os pro pietarios, en su mayor?a ind?genas", hab?an sido despojados

15 La revuelta tuvo lugar principalmente en la serran?a de San

Francisco, en Xilitla y en Axtla. El Estandarte (7, 9, 10, 12, 14, 30 ago., 2, 3 sept. 1910). Seg?n el Diario del Hogar, la revuelta no era de ori gen antirreeleccionista. Vid. Cumberland, 1974, p. 117.

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ROMANA FALC?N

de sus tierras, y exigir su restituci?n y una indemnizaci?n,

probablemente influy? para que el movimiento se exten

diera a lo largo y ancho del pa?s.16 Por el momento nada parec?a turbar a la ?lite potosina.

Pedro Barrenechea ?quien otorg? la fianza para liberar a Madero? prosigui? organizando, con ayuda de la banca

y el comercio estatal, el baile, el banquete, la comida y las serenatas con que se festejar?a la nueva toma de posesi?n del gobernador Espinosa y Cuevas.17 A mediados de noviem bre hubo cierta agitaci?n popular en la ciudad al conocerse

el linchamiento de un mexicano en Estados Unidos. Los trabajadores del riel ?quienes ten?an profundos agravios

hacia sus colegas norteamericanos por los privilegios de que gozaban dentro de las compa??as ferrocarrileras? decreta ron un boicot a todas las mercanc?as estadounidenses. Por

esos d?as tambi?n empez? una huelga de panaderos, y se coment? con alarma que, aun cuando las cosechas en el estado no hab?an sido particularmente malas, los precios del ma?z, frijol y trigo se manten?an tan altos como en las del desastroso a?o agr?cola de 1909.18 Fue despu?s de los graves sucesos maderistas del 18 de noviembre en Puebla que el gobierno potosino empez? a to mar en serio los planes rebeldes. Se aprehendi? entonces a simpatizantes del movimiento, provenientes casi todos ellos de los sectores medios: profesores, un ministro protestante, propietarios y comerciantes en peque?o, as? como un intro ductor de ganado. El d?a 20, cuando estaba previsto el inicio i? El Estandarte (11, 14 oct. 1910); Velazquez, 1946, rv, pp. 213 a 220; Cockcroft, 1971, pp. 39-41; Men?ndez, 1955, p. 24.

17 El Estandarte (18 nov. 1910).

?fr Las cosechas fueron decididamente malas en El Catorce y San

Luis, y medianas en R?o Verde, Ciudad del Ma?z y Matehuala. El Es tandarte (25 ago. 11, 13, 19 nov. 1910) ; c?nsul Bonney al Departamento

de Estado (4 mayo 1911), en NA, RG 59, 812.00/1774. Sobre los con

flictos entre los ferrocarrileros mexicanos y norteamericanos en San Luis Potos?, vid., entre otros reportes, uno del mismo c?nsul (18 mar. 1911), en ibid., 812.00/1071.

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 211

de las hostilidades en todo el pa?s, la ciudad de San Luis conoci? los primeros sobresaltos. En los barrios de los fe rrocarrileros amanecieron pegadas proclamas revolucionarias, y de inmediato la polic?a solicit? todos los rifles, carabinas y

parque en existencia. En la tarde varios petardos causaron p?nico entre los paseantes de la concurrid?sima serenata do minical. Gendarmes de la montada y rurales patrullaron la ciudad en la noche, mientras que quienes vigilaban la jefa tura pol?tica y la penitenciar?a permanecieron en vigilia en contra de su costumbre.

Sin embargo, la vida rutinaria de San Luis Potos? no se perturb? m?s all? de lo descrito, aunque se continu? apre sando a sospechosos y obligando a huir a otros. Como era natural, el ?nfasis se puso en la zona m?s peligrosa, la Huas teca, en donde se detuvo a Leopoldo L?rraga, quien hab?a tenido ya contactos con Ponciano Navarro. Fue entonces cuando los propietarios de la zona empezaron a sacar prove cho del r?o revuelto. Aprovechando la persecuci?n antirreelec

cionista, algunos hacendados huastecos denunciaron a mu chos indios, en su inmensa mayor?a ajenos al espa?ol y a la pol?tica, con el fin de poder quedarse con sus tierras. En buen medida por esta argucia, la penitenciar?a potosina es

taba a reventar a fines de 1910.19 Ya entonces se dejaba

sentir otro impacto de la revoluci?n en San Luis Potos?: al estado se le hab?a hecho contribuir con hombres para aplas tar los brotes maderistas en Chihuahua.20 Al entrar 1911 se sigui? acentuando la efervescencia en el sureste.21 En el extremo norte de esta zona, en las serran?as

que unen a San Luis Potos? con Tamaulipas, empez? a me rodear un peque?o grupo armado autodenominado "Ej?rcito Libertador de Tamaulipas" al mando de Alberto Carrera To i? El Estandarte (14 nov. 1910).

20 El Estandarte (22 die. 1910). 21 A fines de 1910 se mandaron artilleros a la Huasteca y conti

nuaron las aprehensiones en la regi?n. El Estandarte (29 die. 1910; S? 8 ene. 1911).

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ROMANA FALG?N

rres, joven de 22 a?os, maestro de primeras letras y estu diante de leyes. ?ste era el primog?nito de una familia mo desta, pero hab?a visto coronados sus esfuerzos por alcanzar

una posici?n m?s desahogada: su padre hab?a pasado de

arriero a mayordomo de una compa??a de transportes de un espa?ol y, junto con su madre, due?a de un peque?a tienda de abarrotes, hab?a adquirido veinte hect?reas de tierra. La mili tanda pol?tica del hijo mayor se inici? en 1905, cuando empez? su corta labor de maestro. Aparentemente, fue enton ces cuando ingres? al Partido Liberal Mexicano, en tanto que se convirti? en un cr?tico ac?rrimo del porfiriato, lo que le gan? una aprehensi?n policiaca. A fines de 1908, junto con su hermano Francisco, abri? un bufete jur?dico en donde acept? casos que no aumentaron mayormente sus ingresos, por lo que se le empez? a conocer como el "defensor de los

pobres". Para cuando el maderismo entr? de lleno en la

escena pol?tica nacional, sus actividades opositoras le hicieron objeto de la acci?n represiva del r?gimen, que en esa ocasi?n le dej? una herida en la pierna que no san? nunca. A fines de 1910 pudo escapar de ser aprehendido y se lanz? de lleno

a la clandestinidad.22

Durante los dos primeros meses del a?o, mientras en la capital estatal continuaba la expectaci?n por las corridas de toros o por la temporada de Mim? Aglugia en la ?pera,23 en las zonas m?s alejadas empezaron a aparecer fisuras en

el orden establecido. Aun cuando el gobierno del centro mand? pertrechos a San Luis Potos?, cundieron ciertos te

mores dada la escasez de tropas federales. Consecuentemente, se empezaron a armar muchos hacendados, rancheros, hom bres de negocios y hasta ferrocarrileros. Adem?s, tambi?n en

tonces, peque?os grupos se desparramaron por las monta ?as, caminos y ranchos cometiendo robos y exigiendo caba llos, dinero y armas. En el norte, des?rtico y minero, ope 22 Alcocer, 1975, pp. 3-5; Rojas, 1979.

23 Hab?a tambi?n mucha preocupaci?n por los brotes de tifo cerca

de la capital. El Estandarte (7, 12 mar. 1911).

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 213

raba una banda de treinta hombres, mientras que otras semejantes acosaban las proximidades de la ciudad de San Luis y el centro petrolero de El ?bano. A la vez, los lugares que tradicionalmente hab?an sufrido de bandidaje vieron crecer sus preocupaciones. Muy probablemente estas accio nes eran obra de gente que no ten?a nada que perder y se desfogaba, as?, de la opresi?n y la miseria reinante. Sin embargo, no pas? mucho tiempo antes de que los propios miembros de la ?lite y de la clase media se colocaran a la cabeza de este enorme trasfondo de resentimientos e injus ticias sociales.24

Las clases trabajadoras Adem?s de las razones ya expuestas, hubo otras coyun turales que tambi?n explican esta ebullici?n popular. Exis ten varias indicaciones de que, para muchos campesinos po tosinos, su secular pobreza se acentu? a fines del porfiriato, cuando la mayor parte de los salarios agr?colas se mantuvie ron constantes al tiempo que los precios de los alimentos b?sicos, como el ma?z y el frijol, ascendieron dram?ticamen te. Tal problema fue particularmente agudo en 1906 y 1909, por haber sido p?simos a?os agr?colas.25 La exig?idad de los ?4 En El ?bano hab?a habido ya varias escaramuzas (El Estandarte, $ die. 1910) ; en El Catorce hab?a ya unos treinta alzados (ibid., 4 ene. 1911), y hubo robos armados en Soledad de los Ranchos, (ibid., 5 ene. 1911). Sobre lo que pas? en febrero, vid. ibid. (13 feb. 1911); c?nsul

Bonney al Departamento de Estado (11 mar. 1911), en NA, RG 59, 812.00/998; del mismo (18 mar. 1911); en ibid., 812.00/1071; del mismo

(28 mar. 1911), en ibid., 812.00/1101.

25 ?ltimamente se ha rebatido la tradicional idea de que durante todo el porfiriato la producci?n de alimentos b?sicos se descuid?, en beneficio de los de exportaci?n. Vid. Coatsworth, 1976. Sin embargo, todos parecen estar de acuerdo en que la producci?n empez? a declinar abruptamente desde 1906-1907. En las haciendas potosinas de los I pina,

por ejemplo, el precio del ma?z se fue elevando desde principios de siglo: en Bledos alcanz? su punto culminante en 1906 y en San Diego se duplic? su valor tan s?lo entre 1904 y 1911, mientras que en Bocas, en 1904, se segu?a pagando el mismo salario que medio siglo atr?s al

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ROMANA FALC?N

salarios de los mineros y campesinos en San Luis Potos? llam?

la atenci?n hasta a personajes tan poco radicales como el c?nsul norteamericano.26 Y si bien hay testimonios de que hacendados como los Ipi?a trataban con consideraci?n a los trabajadores, tampoco faltaron ocasiones en que los peones tuvieran que soportar castigos corporales. En 1906 los malos tratos de un terrateniente potosino llamaron la atenci?n hasta en la opini?n p?blica nacional.27 Un problema m?s serio que se cern?a sobre las clases tra bajadoras en el campo y la ciudad era el del desempleo. Al entrar el siglo, aquellos que no encontraban trabajo alcan zaron el segundo lugar de la clasificaci?n con que el censo

oficial divid?a a la poblaci?n econ?micamente activa. Su monto lleg? a ser s?lo un poco inferior al de los peones,

y a fines del porfiriato "saturaban" las calles de la capital estatal.28 Pronto los desempleados empezaron a sufrir los efectos de la revoluci?n: desde febrero de 1911, cuando arre ciaron los conflictos con los maderistas en el norte del pa?s, la polic?a potosina se dedic? a arrestar a quienes viajaban tiempo en que el precio del ma?z hab?a ascendido un 300%. Sin em

bargo, debe hacerse la salvedad de que estos datos no comprueban un deterioro definitivo en el nivel de vida de los campesinos, ya que las

mismas tendencias que echaron abajo el nivel de vida de los peones beneficiaron a los aparceros y, frecuentemente, una misma persona cum pl?a ambas funciones. Las excepciones parecen haber sido los desastro sos a?os agr?colas de 1906-1907 y 1909-1910, en que las p?simas cosechas

afectaron a todos por igual. Bazant, 1975, pp. 171-179. 26 Por lo menos los sueldos de los vaqueros potosinos eran bas tante m?s bajos que los de Chihuahua. Kaerger, 1976, p. 176; c?nsul Bonney al Departamento de Estado (16 oct. 1912), en NA, RG 59, 812.00/5310; Tannenbaum, 1968, p. 150. vn En las fincas de los Ipi?a, por ejemplo, cuando hab?a malas cosechas y falta de trabajo no se desped?a a la gente, sino que se importaba ma?z de Estados Unidos para ella y se les procuraba dar empleo. Tambi?n manten?an escuelas y trataban que los precios de la tienda de raya no fueran excesivos. Bazant, 1975, pp. 131-137, 150; 1974, pp. 109-110. En relaci?n a los maltratos, vid. Gonz?lez Navarro, 1957; pp. 223-224. 28 The Mexican yearbook, 1900; Cockcroft, 1971, pp. 47-53.

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 215

hacia los Estados Unidos, detenidos que, en su mayor?a, s?lo buscaban trabajo.29

Durante el porfiriato los obreros de la entidad se dis

tinguieron por su combatividad. Despu?s de los de la ciudad de M?xico y los estados de Veracruz y Puebla, ocuparon un lugar preponderante en cuanto al n?mero e importancia de sus huelgas. Como en muchos otros lugares, en esa etapa, su n?mero aumentaba mientras segu?an padeciendo bajos sala rios y largas jornadas, que frecuentemente inclu?an trabajo dominical, horarios nocturnos y muchos accidentes.80

En la d?cada de los ochenta hubo paros en las minas de Charcas, Catorce y Matehuala. En 1901 este ?ltimo centro permaneci? cerrado por cerca de un mes en protesta por los altos precios del ma?z, y dos a?os despu?s otro movimiento

huelgu?stico en esta ciudad fue reprimido por las tropas federales. En los ?ltimos meses del porfiriato algunos mi

neros de Santa Mar?a de la Paz perdieron la vida en choques con las autoridades.31 Adem?s de la de los mineros, resalt? la combatividad de los trabajadores del riel, actitud que los llev? a conflictos serios en 1903, 1904, 1906 y 1907. Esta efer vescencia, aunada a la ayuda que su gremio prest? a Madero

para huir de San Luis, los convirti? en blanco predilecto de la polic?a.88

El sureste Todas estas tensiones sociales cristalizaron en la ayuda que el pueblo prest? a los l?deres maderistas propagando la agi taci?n y secundando su llamado a las armas. Como era pre visible, el sureste ?tanto la Huasteca como el valle maicero 29 El Estandarte (19, 22 feb. 1911).

30 Gonzalez Navarro, 1957, pp. 280-299.

ai Gonz?lez Navarro, 1957, pp. 313; Cockcroft, 1971, p. 49; con

sul Wilson a Hohler (14 ago. 1911), en PRO, FO 204, vol. 392, no. 282. 82 Anderson, 1976, pp. 90, 21455; Cockcroft, 1971, pp. 132-135; Gonz?lez Navarro, 1957, p. 41. Sobre las aprehensiones a ferrocarrileros,

vid. El Estandarte (11 feb. 1911).

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ROMANA FALC?N

que colinda con ella por su parte norte? fueron el coraz?n de la revuelta. En febrero de 1911 varios grupos peque?os que merodeaban R?o Verde provocaron tal efervescencia que obligaron a todos los jefes pol?ticos de la zona a concentrar ah? a sus fuerzas, al gobierno estatal a mandar rifles para la defensa, a la polic?a a incrementar los arrestos, y a los particulares a pertrecharse hasta agotar el parque en exis tencia. Desde un principio fue evidente que los dirigentes anti reeleccionistas contaban con amplios recursos, ya que, en buena medida debido a las excelentes pagas y armas que pod?an ofrecer, no tuvieron problemas en reclutar adeptos.

Tambi?n se notaba entonces su preocupaci?n porque la re vuelta no rebasara los par?metros pol?ticos y degenerara en un ataque a las personas y a su propiedad. Para ello encua draron y disciplinaron bien a sus huestes, cuidando hasta detalles como el de evitar abusos con los pasajeros de los trenes detenidos, o el pagar por la comida en las fincas a las que entraban. En abril la situaci?n tom? visos m?s graves para las auto ridades. Los alzados alcanzaron los varios cientos y llegaron a controlar el ferrocarril hacia Tampico al punto de per mitir el tr?nsito por meras razones estrat?gicas, ya que, utiliz?ndolo para vender guayule y otros productos de la zona, ayudaban a financiar la revoluci?n. La amenaza que se cern?a sobre Valles oblig?, por primera vez en la revuel ta, a suspender las garant?as.83 La revuelta local fue aguijoneada por la dram?tica situa

ci?n que agobiaba al resto del pa?s. En abril, mientras el

gobierno de D?az y los revolucionarios intentaban llegar a un acuerdo, Madero y gran parte de sus fuerzas de combate se congregaron frente a Ciudad Ju?rez, en donde concertaron 33 El Estandarte (21, 23, 24 feb., 1, 2, 3, 24* 28 mar., 1, 2, 8, 9,

19, 25 abr. 1911) ; c?nsul Miller en Tampico al Departamento de Es

tado (30 mar. 1911), en NA, RG 59, 812.00/1125; del mismo (31 mar.; 1911), en ibid., 812.00/1146; del mismo (30 mar. 1911), en ibid., 812.00/ 1150; y del mismo (1 abr. 1911), en ibid., 812.00/1255.

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 217

un armisticio que vencer?a el 6 de mayo. Al no haber logrado un nuevo acuerdo se iniciaron los hostilidades, que fueron ganadas por los insurgentes. El triunfo de Ciudad Ju?rez fue definitivo para la revoluci?n. A?n sin haber alcanzado una victoria militar completa se encendieron los ?nimos re beldes, y en la opini?n p?blica se oper? un cambio decisivo en su favor. En el basti?n tomado, Madero asumi? su car?c ter de presidente provisional y nombr? a su gabinete. La guerra civil se fue extendiendo por muchos puntos del pa?s

y los levantados en el sur amenazaron la capital de la re

p?blica.

El 29 de abril la rebeli?n potosina cobr? sus primeras

victorias, precisamente en la Huasteca: cien jinetes, coman dados por los hermanos Terrazas y por Pedro Montoya, en traron por sorpresa al peque?o pueblo de Lagunillas, encar celaron a las autoridades, y se proveyeron de dinero y v?ve res en las oficinas p?blicas, la iglesia, las casas comerciales y las de los ricos. Al d?a siguiente se unieron a los ochenta hombres acaudillados por Isauro Ver?stegui y juntos alcan

zaron a las fuerzas de Miguel Acosta, quien, con treinta

jinetes bien armados, estaba acechando el pr?spero pueblo de San Ciro. En los primeros d?as de mayo estas huestes en traron al poblado, liberaron a los presos, y se hicieron de fondos.

Desde estos primeros triunfos de la rebeli?n potosina que d? en claro un hecho que ser?a decisivo para determinar el car?cter de la revoluci?n: los caudillos no hab?an surgido de entre los trabajadores, sino que ?stos hab?an respondido al llamado a las armas hecho por notables del lugar, en su mayor?a hacendados medios, que supieron aprovechar y ca nalizar el trasfondo de agitaciones populares de la regi?n. Adem?s, una buena parte de estas familias, movida por la necesidad de preservar su poder?o econ?mico y acrecentar el pol?tico, ya hab?a encabezado levantamientos locales y sufr?a los sinsabores de sus derrotas. Un hermano de Pedro

de los Santos, el principal organizador del antirreeleccionis mo huasteco, se vanagloriaba de no haber ingresado a la re This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:15:26 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ROMANA FALC?N

voluci?n por hambre: "Mi familia era de ganaderos acomo dados, con recursos econ?micos; no como los otros que se enrolaron por muertos de hambre." Los Terrazas y los L? rraga, que pocos d?as m?s tarde empu?aron las armas, eran ambos propietarios de algunas fincas y probablemente su fr?an el acoso pol?tico que afectaba a los De los Santos por haberlos secundado en la revuelta abortada de los a?os ochentas. Montoya, conectado con el mismo organizador, era

due?o del rancho Charco de Piedra y se hab?a casado con una mujer adinerada. Por su lado, Ver?stegui pertenec?a

a una de las familias de mayor abolengo en San Luis Potos?,

aunque probablemente a su rama m?s pobre, la cual era notable porque uno de sus miembros hab?a servido como ide?logo de la importante rebeli?n de Sierra Gorda que, en 1848, exigi? medidas en favor de los arrendatarios. Este rico

hacendado por herencia materna ?era due?o de las fincas El Capul?n y Tepeguaje, una de las mejores de la f?rtil re gi?n de San Ciro, y parcialmente del rancho ganadero El Soyotal? se encontraba, adem?s, acosado por conflictos con las autoridades locales. Por ?ltimo, Acosta era un coahui lense de 26 a?os "fino, correcto y de conducta intachable", que contaba con un perfecto conocimiento de la geograf?a regional, pues desde semanas atr?s hab?a estado reclutando gente para el antirreeleccionismo, ofreciendo muy buenas pa

gas y pertrechos. Era hombre de todas las confianzas del m?ximo dirigente de la revoluci?n, en buena medida por estar lejanamente emparentados al ser ambos sobrinos de Evaristo Madero. Adem?s, ?sta no era la ?nica conexi?n del joven l?der con la elite porfirista, ya que tambi?n era

sobrino del general Alberto Guajardo, jefe de armas en Coahuila. Pero las semejanzas de clase no fueron suficien tes para conjurar las fricciones entre los revolucionarios, ya que, movido por viejas rencillas personales, Ver?stegui ase sin? al presidente municipal, lo que disgust? altamente a

Acosta.

La toma de San Ciro fue definitiva para la rebeli?n. No s?lo puso en evidencia la debilidad de las autoridades sino

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 219*

que desat? la primera acci?n decidida y unificada de un

pueblo, ya que fue ?ste, ajeno a las tropas revolucionarias,

el que logr? hacer huir a sus odiados caciques. Pero los

l?deres antirreeleccionistas no permitieron que esta eferves cencia social se desbordara y los rebasara: reclutaron a los lugare?os m?s combativos y, al extender sus actividades por rancher?as y haciendas, insistieron en entrar a fincas de personalidades connotadas ?generalmente comport?ndose de manera muy correcta ?y hasta trataron de encarcelar al jefe pol?tico de Ray?n.34 Algunos hacendados de la zona, sinti?ndose amenazados. y carentes de protecci?n adecuada, ayudaron al gobierno a hacer frente a la situaci?n. En tal empresa, hicieron que la revoluci?n entrara de lleno en la vida de muchos campe*

sinos. Un ejemplo nos lo da el gobernador de Morelos, Pablo Escand?n, poseedor de El Jabal?, una de las fincas m?s exitosas de la regi?n de San Ciro. Escand?n mand? ar mar, con pertrechos que anteriormente le entregaron las autoridades estatales, a cincuenta peones para que salieran en pos de los rebeldes. En este caso, como en otros muchos, estas acciones sol?an ser encomendadas a los administradores, ya que la mayor parte de los pudientes, en vez de tomar

las riendas en sus propias manos, se decidi? por evacuar

r?pidamente y buscar refugio en alguna ciudad importante. En mayo de 1911 el ?xodo desde R?o Verde, Cerritos, Ciudad del Ma?z, C?rdenas, Alaquines, Valles y otros poblados del sureste se uni? con aquel que proven?a de tantos otros pun tos del estado.

Por su parte, las autoridades extremaron las medidas en contra de los alzados. En mayo el propio gobernador vi gil? el embarque de cientos de soldados y rurales hacia la 34 Acosta, por ejemplo, lleg? a ofrecer dos pesos diarios, y ?l mismo habr? tra?do de la frontera un contrabando de fusiles y parque que distribuy? en sus seguidores en San Ciro. El Estandarte (2, 3, 4, 5, 7, 9, 16 mayo 1911) ; Men?ndez, 1955, pp. 26, 59; Mendoza, 1960, pp. 16w. Sobre la familia Ver?stegui, vid. Bazant, 1975, pp. 6855. La cita sobre la familia De los Santos, en M?rquez, 1979, pp. 66-68.

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ROMANA FALC?N

regi?n, y los jefes pol?ticos de Alaquines y de R?o Verde encabezaron la resistencia. Algunos funcionarios empezaron a ser sustituidos, pero esto s?lo aumento la energ?a en contra de los rebeldes. Un ejemplo fue el nuevo jefe pol?tico <le Valles, quien, ampar?ndose en la suspensi?n de garant?as, realiz? un enorme n?mero de aprehensiones y hasta algunos asesinatos, entre ellos el de un sirviente de los L?rraga, fa milia que ten?a ya a dos de sus miembros en armas.85 Sin embargo ya nadie pudo evitar que la revuelta se ex tendiera como mancha de aceite por todo el sureste. Desde la primera mitad de mayo Alaquines, Valles, Ray?n, Cerritos y Guerrero estuvieron en constante asedio. El d?a primero

tom? las armas Pedro Antonio de los Santos quien, sin

embargo, tuvo que retirarse poco despu?s al ser herido de

bala. El 8 los revolucionarios entraron pac?ficamente en Ciudad del Ma?z y una peque?a partida entr? a la finca azucarera de Rasc?n, dejando al ingenio inutilizable. La

acci?n, aunque peque?a, revisti? una gran importancia sim b?lica por tratarse de una obra del ?nico l?der de aut?ntica extracci?n popular que alcanzara cierta envergadura en la regi?n: Antonio Aguilar, un ex pe?n de esta misma hacienda. En esta ocasi?n las autoridades se esmeraron en exterminar a la banda. Aun cuando originalmente el jefe pol?tico hab?a encomendado la defensa a los propietarios americanos, des

pu?s de la toma sali? en busca de los alzados, logrando capturar a doce de los quince inmiscuidos, quienes fueron pasados por las armas de inmediato. As?, desde su primera acci?n, las huestes de este dirigente campesino fueron liqui dadas, y en la regi?n ya no surgi? otro capaz de mermar

la hegemon?a que sobre la direcci?n del movimiento rebelde gozaban los l?deres m?s privilegiados.

35 El Estandarte (5 a 20 mayo 1911); c?nsul Bonney al Departa mento de Estado (14 mayo 1911), en NA, RG 59, 812.00/1770; del mismo (14 mayo 1911), en ibid., 812.00/1847; c?nsul Miller al Depar tamento de Estado (8 mayo 1911), en ibid., 812.00/1783; del mismo (10 mayo 1911), en ibid., 812.00/1806; del mismo (11 mayo 1911), en ibid., 812.00/1832.

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 221

La revuelta continu? implacable. El 9 de mayo hubo un enfrentamiento en C?rdenas; dos d?as m?s tarde, Acosta to

m? Tamazunchale y Xilitla, ambas situadas en lo m?s in trincado de la Huasteca; y una semana despu?s, la ciudad de Ray?n. El ritmo normal que la vida hab?a seguido por tantos

a?os estaba hecho a?icos. La inseguridad reinante entorpeci? fuertemente las actividades econ?micas, algunas escuelas fue ron paralizadas, y se llegaron a suspender eventos tan gus tados como corridas de toros y obras de teatro.

Para mediados de mayo el personal pol?tico en el sureste ya no resisti? el embate y se empez? a desmoronar. Muchos funcionarios ?otrora inamovibles? renunciaron, pidieron licencia, o de plano salieron huyendo, sin siquiera intentar evitar la toma de la poblaci?n. As?, de un d?a para otro, muchos poblados, sobre todo los m?s peque?os, se encontra ron sin autoridades. Pero el fen?meno tambi?n ocurri? en las ciudades importantes: para el 12 de mayo ya no hab?a jefe pol?tico en Alaquines, Cerritos y R?o Verde, ni juez de primera instancia en Ciudad del Ma?z y Tamazunchale. En s?ntesis, en el momento en que el gobierno de D?az se de rrumbaba el sureste potosino estaba ya paralizado, y buena parte se encontraba francamente en manos rebeldes.36

No hay duda de que el pueblo reaccion? con entusiasmo a este movimiento, propagando la efervescencia, alz?ndose en armas y siguiendo a los cabecillas m?s privilegiados. De otra manera no se explica que, para fines de mayo, hubiera ya cerca de un millar de levantados en la regi?n. Un caso notable fue el de los presos de Alaquines, quienes, aprove chando un descuido del celador, se fugaron para incorpo rarse a las huestes de Montoya. Adem?s, y esto fue tal vez m?s significativo, los pueblos fueron totalmente ap?ticos en 36 El Estandarte. (22, 28, 31, mar., 6, 25, 27, 29, abr. 1911). Sobre las haciendas acosadas en la regi?n, ibid., (31 mar. 1911); c?nsul Bonney al Departamento de Estado (4 abr. 1911), en NA, RG 59, 812.00/1291; del mismo (18 mar., 1911), en ibid., 812.00/1071.

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ROMANA FALC?N

la defensa del gobierno. No s?lo se negaron a engrosar las filas de los soldados federales o de los "cuerpos de volunta rios* ' que en ese entonces empezaron a organizar las autori

dades porfiristas, sino que ni siquiera se esforzaron por

defenderse de las tomas de la revoluci?n. Pero este entusiasmo

popular por sacudirse de encima al gobierno porfirista no era suficiente para evitar que la conducci?n de la revuelta y sus triunfos quedaran, firmemente, en manos de quienes ten?an otros intereses de clase.

El noroeste El levantamiento en el noroeste potosino fue m?s una hechura de dirigentes antirreeleccionistas que lo que hab?a ?ido en el sureste, con su historia de palpitante agitaci?n

social. El art?fice principal fue Cepeda, quien en los pri

meros meses de 1911 logr? motivar a varios connotados po tosinos y coahuilenses a que se lanzaran a esta empresa. Los l?deres fueron respaldados con una organizaci?n eficiente y se les provey? de fondos para reclutar y pertrechar a sus contingentes. En principio, el encargado de pagar a estas tropas fue Ladislao Patino, ex secretario de la Sociedad Mu tua de Artesanos de San Luis Potos?, quien despu?s de esta blecer contactos con los maderistas en la frontera regres?

a la entidad en calidad de empleado gubernamental. Aun cuando Patino fue apresado al poco tiempo, todo parece

indicar que el dinero sigui? fluyendo. Al frente de estas huestes se coloc? a Ildefonso P?rez, un coronel retirado, competente, responsable y muy exigente con sus subordinados militares. En marzo de 1911, a los 69 a?os, este antiguo liberal se hab?a alzado, malarmando a tres

mozos de su propia finca. Despu?s de que Cepeda lo per

trechara y le diera un lugar en la jerarqu?a antirreeleccio nista, form? una mancuerna con Gertrudis S?nchez, un fo goso coahuilense de 26 a?os y de familia distinguida. Juntos

organizaron un cuerpo militar muy bien estructurado y disciplinado, el cual, para alivio de los propietarios, siem This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:15:26 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


(LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 223

pre respet? la propiedad y fue enemigo de utilizar la vio lencia de manera innecesaria. Establecieron su cuartel ge neral en la finca El Salado, en el extremo norte, y desde all? acosaron la regi?n, detuvieron en m?ltiples ocasiones el tren a Laredo, y tuvieron en jaque a ciudades tan im portantes como Charcas, Cedral y Matehuala, el segundo centro econ?mico de la entidad. Sus accciones fueron efectivas. En marzo las autoridades de Matehuala intentaron organizar un "cuerpo de volunta rios";-pero la poblaci?n no secund? el llamado, apoyando, t?citamente, la entrada de los rebeldes. A principios de abril ?stos fijaron carteles en la penitenciar?a, el mercado y

otros puntos de gran concurrencia, pidiendo la rendici?n de la plaza, por lo que las autoridades de la capital estatal no tuvieron m?s remedio que destinar medio centenar de sus escasos soldados para contener el ataque.37 Sin embargo, las huestes de P?rez y S?nchez siguieron engrosando y ase diando constantemente a la regi?n hasta obtener la victoria el 13 de mayo, cuando forzaron la renuncia de las autoridades

de Matehuala.38

Paralelamente surgi? otro grupo armado de origen y

comportamiento opuesto al de los pr?speros antirreeleccio

nistas. Se trataba de una banda de extracci?n netamente popular, y que, por su envergadura militar y por el destino

que sufri?, es de relevancia sin igual para entender el

car?cter clasista de los inicios de la revoluci?n en San Luis Potos?. Este grupo estaba encabezado por Nicol?s Torres, ?7 El Estandarte (2, 3, 9, 10, 13, 11, 16, mayo 1911); c?nsul Bonney

al Departamento de Estado (14 mayo 1911), en NA, RG 59, 812.00/ 1847.

38 El Estandarte (2, 3, 5, 7, 11, 13, 14, 17, 18, 24, 30 mayo 1911) ;

c?nsul Bonney al Departamento de Estado (4 mayo 1911), en NA,

RG 59, 812.00/1774; del mismo (14 mayo 1911), en ibid., 812.00/1847;

c?nsul Wilson a la Foreign Office (15 mayo 1911), en PRO, FO 371, v. 1148, file 1573, paper 22118; del mismo (21 abr. 1911), en PRO, FO 204, vol. 391, no. 107; del mismo (20 mayo 1911), en ibid., no. 160; del mismo (22 mayo 1911), en ibid., no. 167.

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ROMANA FALC?N

un pobre y analfabeto ex pe?n de Potreritos, rancho cercano a la poblaci?n de Salinas, en el noroeste del estado. Torres

se hab?a levantado en armas a mediados de abril tomando Villa de Cos, en las inmediaciones zacatecanas, en donde mand? quemar los archivos e hizo huir a los funcionarios. La banda engros? r?pidamente hasta llegar a los doscientos o trescientos hombres, y alcanz? un rudimento de organi

zaci?n al depositar la direcci?n intelectual del grupo en

un obrero, Jos? Mac?as, ex telegrafista separado aparente mente sin motivo de su trabajo. Al principiar mayo, despu?s de varias visitas a la hacienda de Illescas, cerca de Salinas, declararon a ?sta su cuartel general. Desde entonces se hizo evidente que, en puntos tan capitales como el respeto a la

propiedad, la mesura, la disciplina y la impecable organi zaci?n que caracterizaba a otras huestes como las de P?rez y S?nchez, la banda de Torres ten?a una actitud contraria: actuaba desordenadamente, era destructiva, y su compor tamiento parec?a, ante todo, una dr?stica revancha de clase.

Desde un principio fue patente su odio por administra

dores y hacendados. En Illescas los empleados iberos fueron golpeados y detenidos en calidad de prisioneros de guerra, y uno hasta fue muerto, aunque no se sabe si por rebeldes o por los peones. A Stanhope, un terrateniente ingl?s, le

hicieron la pantomima de fusilarlo a fin de sacarle una

cuantiosa suma de dinero. Pero, al mismo tiempo, sus accio nes estaban te?idas de un car?cter reivindicator?o directo e inmediato, del que los otros carec?an: hac?an abrir las tro jes de las haciendas y repart?an entre los peones el alimento

almacenado, a m?s de otros bienes. Despu?s de las tomas

mandaban y dispon?an a su arbitrio, y daban rienda suelta a su j?bilo preocup?ndose hasta por organizar bailes. A fin de cuentas, y a diferencia de los propiamente antirreeleccio nistas, los seguidores de Torres no hac?an el menor intento por contener los actos que consideraban de justicia social ni la satisfacci?n de sus gustos personales, todo en aras del triunfo de otros l?deres ajenos y diferentes a ellos mismos.

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 225

Torres sufri? su primer descalabr? en mayo, cuando, en un encarnizado combate en Salinas, los federales le infligie

ron una derrota que dej? muerta a casi la mitad de sus

sesenta acompa?antes. Sin embargo el fracaso no fue defini tivo, y s?lo pocos d?as despu?s ya estaba otra vez a la carga robando trenes y ocupando fincas. El d?a 10 sus hombres

tomaron la hacienda El Lobo con lujo de violencia: gol pearon a los empleados, destruyeron cuanto pudieron y tomaron armas; adem?s, repartieron el ma?z entre los peo

nes, algunos de los cuales se les unieron. A partir de en tonces la zona entr? en p?nico. Muchas haciendas fueron abandonadas, incluidas algunas tan importantes como Cru ces, Guanam?, Pantera y Mescas. El d?a 11 Torres, con cien jinetes, alcanz? una victoria decisiva en Salinas, en donde saque? comercios y oficinas, vol? con dinamita la jefatura pol?tica e hizo huir a las autoridades y familias pudientes.

Con la toma de Salinas, Torres asegur? a la revoluci?n el oeste potosino y las inmediaciones con Aguascalientes.

Cort? el tel?grafo, hizo arder los puentes ferrocarrileros, y

hasta se adue?? de trenes que fueron importantes para el asedio a la capital del estado vecino. Sin embargo, a pesar de su triunfo e importancia estrat? gica, no fue reconocido por el antirreeleccionismo. Madero orden?, el 12 de mayo, cambios significativos en la regi?n: Ildefonso P?rez fue comisionado a Coahuila y, haciendo gala

de su lealtad de clase, entreg? la obra de Torres a tres acaudalados hacendados que pr?cticamente no hab?an en trado a?n en la escena pol?tica. Unos cuantos d?as antes se

hab?an reunido en la hacienda de San Bartolo los acauda lados Rinc?n Terreros, sobrino de Rinc?n Gallardo, un terrateniente arist?crata de Aguascalientes y embajador en Londres; el hacendado Ismael Guerra, y Jos? P?rez Castro, yerno de uno de los hermanos Diez Guti?rrez que por vein tid?s a?os gobernaron firmemente a San Luis Potos?. Des

pu?s de valorar el avance que hab?a alcanzado ya la revo

luci?n, y temerosos por tanto que podr?an perder, corrieron

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ROMANA FALC?N

en el ?ltimo momento a unirse al maderismo. Al d?a si guiente pertrecharon a cuarenta de sus m?s fieles sirvientes

y ocuparon tranquilamente la hacienda de Ojuelos, propie

dad de Rinc?n Gallardo. El l?der m?ximo del antirreeleccio*

nismo, quien con trabajos podr?a haberse entendido con un ex pe?n de rancho como era Torres, arrebat? a ?ste sus glo rias y nombr? jefe de la revoluci?n en la zona a P?rez Gas tro, hombre de id?ntica extracci?n que ?l. De esta manera, aun antes de derrocar al anciano dictador, los l?deres acau

dalados imped?an a los dirigentes de extracci?n popular ascender a las posiciones directivas del movimiento y les

despose?an de sus victorias imponi?ndoles un sometimiento

de clase.

As? las cosas, Torres extrem? sus acciones. El 16 de mayo tom?, con lujo de fuerza, la hacienda Esp?ritu Santo, tor? turando y dejando agonizante al administrador, y poco des pu?s secuestr? por dos d?as, rob? y golpe? al representante de una compa??a inglesa en Salinas. A pesar de tal violencia no fue ni el gobierno porfirista ni los particulares quienes acabaron con este ex pe?n, sino los mismos maderistas acau dalados de la zona; pero esto una vez que la revoluci?n triun f? y Torres perdi? toda utilidad convirti?ndose en un mero

estorbo. En la misma semana en que renunci? D?az, P?rez Castro y Rinc?n Terreros lograron darle alcance y, despu?s

de un largo rato de estarlo convenciendo de su amistad, consiguieron que Torres se sintiera en confianza hasta el punto de despojarse de sus armas personales. En ese ins

tante lo ataron de pies y manos y lo mandaron fusilar. Se impuso as?, de manera brutal y cobarde, la revoluci?n de

los pudientes por encima de las acciones elementales y

reivindicator?as de las clases bajas.89

3? El Estandarte (23, 24 feb. 2 mar., 2, 7, 8, 9, 23, 27 abr. 1911) ;

c?nsul Bonney al Departamento de Estado (18 mar. 1911), en NA,

RG 59, 812.00/1071.

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 227

La capital y sus inmediaciones Tambi?n aqu?, en la regi?n m?s decisiva del estado, hubo inquietud desde principios de 1911. Aun cuando la vida en la capital y sus inmediaciones segu?a un cauce normal, en febrero se aprehendi? a "cien indios de car?cter levantisco", quienes, dirigidos por un religioso, idearon un complot en

Villa de Reyes. En abril la tensi?n aument?, pues, aun

cuando el centro mand? m?s armas y se reforz? al cuerpo

de voluntarios de la capital, las tropas federales segu?an

siendo escasas. Adem?s, varias bombas estallaron en la ciu dad ?una en el mismo palacio federal? y, por primera vez, aunque fuera moment?neamente, la ciudad qued? incomu

nicada. Pero a la par de la alarma vino un cierto auge econ?mico, debido al continuo ?xodo que hacia ella em

prend?an pudientes de toda la entidad y de estados vecinos.

Una vez m?s hab?a sido Cepeda el encargado de orga

nizar a los rebeldes de la regi?n, logrando levantar una fuer te banda alrededor de San Luis de la Paz y otra de cuatro cientos hombres, a unos kil?metros, en Ocampo, Guanajua to. Sin embargo, para principios de mayo, la presi?n m?s fuerte proven?a de otro antirreelecciolista, C?ndido Nava rro, maestro de primeras letras que hab?a ya ocupado varios

poblados guanajuatenses y emprend?a la marcha hac?a la entidad. El d?a 5 sus huestes pisaron suelo potosino.

Los pueblos de las inmediaciones, confrontando la re

pentina debilidad del gobierno, as? como la cercan?a de los alzados, entraron en efervescencia. La inquietud era tal que los funcionarios de Santa Mar?a del R?o quisieron renun ciar desde la primera semana de mayo. El d?a 8 se vio obli

gado a dimitir el inamovible presidente municipal de So

ledad de los Ranchos, provocando un inmenso regocijo po pular, especialmente entre los empleados p?blicos, a los que

se deb?a muchos sueldos. Aun cuando el pueblo organiz?

un gran baile para festejar al que lo sustituy?, el movimien to no entra?? una modificaci?n profunda y revolucionaria

en el grupo gobernante. Ni siquiera en esta primera oca This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:15:26 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ROMANA FALC?N

si?n en que se logr? imponer un cambio de autoridades, y que tuvo lugar en medio del caos de la rebeli?n, se les

escap? el control a los influyentes. ?stos aseguraron que el movimiento se redujera a una renovaci?n, bastante t?mida, del personal pol?tico: el cargo vino a recaer en quien fung?a ya como tercer regidor. No obstante, una sensaci?n de libertad y regocijo inund? los ?nimos populares. Los rebeldes que tomaron la hacienda de San Tiburcio, por ejemplo, se dedicaron a organizar bai les y coleadas, mientras que muchos peones de las haciendas cercanas se les unieron. Villa de Reyes fue uno de los casos m?s claros de c?mo un pueblo aprovech? la convulsi?n del momento para derribar a sus gobernantes. El 14 de mayo se congreg? una gran multitud gritando vivas a Madero; ya

caldeados los ?nimos, sali? amenazadoramente en pos del presidente municipal, Camilo Colunga, quien logr? huir junto con sus dos hijos, encargados de la tesorer?a y del

montep?o municipal. El j?bilo general estall?: los presos fue ron puestos en libertad, la casa municipal y la de Colunga apedreadas, y por d?as el pueblo recorri? las calles con m?

sica, dianas y bailes. Pero pronto los funcionarios y los particulares pusieron coto a la excitaci?n: el orden se im puso mediante un fuerte contingente militar, mientras que en la hacienda contigua apresaron a algunos de los alzados. A mediados de mayo la revoluci?n se hac?a ya sentir en

todos los ?rdenes, y muchas autoridades huyeron sin el me nor aplomo. La inseguridad era ya tan grande que algunos mineros, banqueros y hombres de negocios contemplaban la posibilidad de cerrar. Navarro, con cientos de seguidores bien armados y con dinamita, se aprestaba hac?a la capital, mien tras que ?sta se preparaba para el asalto. La jefatura militar concentr? aqu? sus tropas, fortific? y artill? la ciudad, y construy? trincheras en los caminos.40 40 El Estandarte (2, 4, 5, 7, 9, 11, 14, 17, 18, 23 mayo 1911) ; c?nsul

Bonney al Departamento de Estado (14 mayo 1911), en NA, RG 59, 812.00/1770.

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 229

in. La revoluci?n: Los primeros d?as El 21 de mayo termin? un largo cap?tulo en la historia de M?xico. D?az renunci? y sali? al exilio, y nuevas elecciones generales fueron convocadas. Ya sin peligros, las clases bajas corrieron a unirse a los revolucionarios. En unos cuantos d?as cientos de jornaleros ferrocarrileros se alistaron con Navarro. La capital entr? en p?nico: no pocos huyeron, los mercados se abarrotaron de gente en busca de provisiones, las escuelas fueron clausura das y muchos comercios cerraron sus puertas.

El 26 de mayo una multitud popular aplaudi? la en

trada de Navarro y 350 de sus seguidores. Aun cuando las

autoridades no planeaban resistir, la tensi?n escal? al re nunciar el gobernador, debido a la intransigencia del co

mandante militar, y despu?s del asesinato de un navarrista en manos de un gendarme. Por la noche se dio rienda suelta a los discursos populares, al gozo y a cierto desenfreno que cobr?, accidentalmente, tres vidas. Al d?a siguiente se nom braron autoridades interinas y se fue el d?a en manifesta

ciones obreras. Los navarristas se comportaron con toda

compostura y los comercios empezaron a reabrir sus puer tas. As?, de manera abrupta y relativamente pac?fica, se ini ciaba la era de la revoluci?n en San Luis Potos?. La suavidad que caracteriz? tan decisiva transici?n se de-,

bi?, en buena medida, al control que Navarro ten?a sobre sus hombres y a su respeto por la vida y la propiedad. Este maestro guanajuatense, de cierta solvencia econ?mica, hab?a ingresado desde joven a la pol?tica. En 1908 fund? un club dem?crata que despu?s afili? al antirreeleccionismo. Su amis tad con los directivos del partido, especialmente con V?zquez G?mez, le cost? su cargo de director en una escuela primaria de la ciudad de M?xico. Regres? entonces a su estado natal como velador en una zona minera y, desde febrero de 1911, se levant? en armas. Con doscientos hombres tom? varios

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ROMANA FALCON

poblados guanajuatenses, donde destituy? jefes pol?ticos, li ber? a los presos y se hizo de fondos federales. Su campa?a se distingui? por el orden, la consideraci?n por los bienes

ajenos, y la ausencia de robos y violencia. La cuantiosa riqueza de los particulares no fue tocada y, en ocasiones, hasta protegida.41 La ca?da de D?az y de parte prominente de su personal pol?tico y militar desat? alteraciones fundamentales en M? xico. ?stas no se explican porque el nuevo r?gimen intentara revolucionar las estructuras pol?ticas y econ?micas. Al con trario, tanto la presidencia interina como la maderista y bue na parte de los gobiernos estatales, entre ellos el potosino, lu charon por la permanencia de algunas de las instituciones y relaciones sociales anta?o consagradas. Pero al relajarse abrup tamente las limitaciones pol?ticas de costumbre y de legiti midad que confinaban el comportamiento de las clases, los

?nimos se encendieron y se liberaron la imaginaci?n y la osad?a de muchos. En manifestaciones espont?neas el pueblo potosino atac?, de manera bastante brutal, a la propiedad privada, los ricos, los administradores, los funcionarios y caciques, y los gen darmes. La respuesta de las fuerzas del antiguo r?gimen y de los particulares fue tambi?n terrible y sangrienta. Su poder,

aunado a la inclinaci?n natural de la mayor parte de los dirigentes maderistas, forz? al gobierno a concentrar sus esfuerzos en contener las acciones an?micas, desorganizadas,

violentas y reivindicativas del pueblo. De esta suerte, en las semanas inmediatas a la ca?da de Espinosa y Cuevas, los 41 Navarro hasta cuidaba de robos a los pagadores mineros y coar

taba tropel?as en las ciudades tomadas. El Estandarte (24 a 27 mayo 1911); c?nsul Bonney al Departamento de Estado (23 mayo 1911); en

NA, RG 59, 812.00/1980; del mismo (27 mayo 1911), en ibid., 812.00/

2030. Sobre la actuaci?n de Navarro en Guanajuato, en relaci?n a la

cual el c?nsul norteamericano era totalmente positivo, vid. c?nsul Rowe (18 mayo 1911), en NA, RG 59, 812.00/1948. Parte de la biograf?a de Navarro puede consultarse en Morales, 1960, pp. 121-126.

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 231

hechos sangrientos no siempre amainaron y en algunos po blados hasta cobraron ?mpetu. Los motines y enfrentamientos se sucedieron por todo el estado. En muchos de ellos fue el aborrecimiento hacia los guardianees del orden lo que m?s se hizo notar. En el mi

neral de La Paz "la hez de la plebe" se amotin? a fines de

mayo; tom? el juzgado, quem? archivos, saque? comercios y mat? a un gendarme, cuyo cad?ver fue sacado del funeral y arrastrado por las calles. En esos d?as, en la capital estatal,

una turba asesin? a un gendarme de un machetazo en la

cabeza y agredi? a tiros y pedradas a otro pu?ado. Antes de

que las tropas de Navarro y la polic?a montada pudieran

contener la refriega, otros gendarmes dispararon matando a cuatro. Para evitar que se les siguiera atacando se acuar tel? a los federales, y fuerzas maderistas patrullaron la ciu

dad por varias semanas. Pero ni siquiera esta acci?n conjunta

logr? apaciguar el odio popular, que oblig? a muchos gen darmes a renunciar. En junio una gigantesca concentraci?n de algunos miles captur? a quien por treinta a?os fuera jefe

de la polic?a y, arma en mano, lo arrastr? por las calles

exigiendo su ejecuci?n. Unos soldados lo lograron resguardar

en el palacio de gobierno, a cuyas afueras cientos se apos taron demandando su muerte. Las fuerzas del orden estaban

desesperadas. Algunos polic?as, unidos a antiguos empleados

de la administraci?n, se fueron a la huelga e intentaron amotinarse.42

En este ambiente intempestivo se desarroll? lo que pro bablemente fue la reacci?n m?s persistente y espont?nea del

pueblo potosino en las primeras semanas del gobierno de la revoluci?n. ?sta no consisti?, como se?ala un estudioso, en "quitar a los latifundistas las tierras.., [mediante] un movimiento de amplias masas populares que amenazaba im 42 Estas escenas se repitieron en muchos lugares del estado. En relaci?n a estos casos vid. El Estandarte (30, 31, mayo, 5 jun. 1911), c?nsul Lodge al Departamento de Estado (24 jul. 1911), en NA, RG 59, 812.00/2247.

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ROMANA FALC?N

placable"; ** sino en una demanda pol?tica: acabar con las autoridades abusivas e inamovibles. La acci?n dr?stica de

muchos pueblos oblig? la renovaci?n de parte de los go

bernantes. Aun cuando tal trastorno pol?tico fue canalizado y suavizado por los l?deres maderistas, los particulares y las fuerzas del orden porfiristas cobraron ?nimos y reprimieron violentamente estas revueltas. Se desat? as?, en muchos lu gares, una lucha de clases dif?cil de contener. La lealtad de clase con que los acaudalados dirigentes ma deristas actuaron en la inmensa mayor?a de estos conflictos

proporciona un matiz decisivo para desentra?ar el sentido de la revoluci?n. El papel de estos dirigentes no fue el de arbitro imparcial, sino que, reforzando su actitud inicial ha

cia los trabajadores, limaron sus demandas, dieron manga ancha a los particulares y a los cuerpos armados del antiguo

orden, y, en ocasiones, hasta les ayudaron a sofocar las subversiones populares. De aqu? que, en buena medida, las

fuerzas maderistas acabaran corroborando la l?gica de la

pol?tica porfirista.

Por ?ltimo, as? como a los trabajadores se les hab?an

vedado posiciones directivas durante la revoluci?n, tambi?n se les impidi? su ingerencia en el gobierno que sigui? a su triunfo. Las revueltas en los pueblos fueron limitadas de tal suerte que el poder volvi? a quedar confinado entre las mis

mas elites econ?mica y pol?tica de antes, las cuales com

prend?an ?aunque fuera como un grupo aparte? a muchos de los jefes que hab?an empu?ado las armas. Para empezar, el 27 de mayo la legislatura local nombr? a Ipi?a, un emi nente hacendado, como gobernador interino. Durante su cor ta administraci?n de mes y medio fueron tomando fuerza como posibles sustitutos el opulento Pedro Barrenechea, apo yado por Espinosa y Cuevas y otros porfiristas, y los jefes maderistas De los Santos y Cepeda. Mientras se sorteaba esta inc?gnita, escenas violentas se

sucedieron sin parar en muchos puntos del estado. El 30 43 Lavrov, 1977, p. 104.

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 233

de mayo, en Villa de Zaragoza, en los alrededores de la ciu dad de San Luis, una manifestaci?n popular promaderista fue dispersada a balazos por la polic?a, que asesin? a dos perso nas antes de que los soldados de Navarro impusieran orden

y nombraran al nuevo jefe pol?tico. El cargo recay? en la vieja elite, aunque en uno de sus miembros con motivos

para estar resentido: un destacado comerciante que, en varias

ocasiones, hab?a perdido la presidencial municipal. Pocos d?as despu?s se amotin? el pueblo de Santa Mar?a de R?o, logrando liberar a los presos a pesar de que los rurales y la polic?a lo reprimieron a tiros matando a dos sublevados. Ante la renuncia en masa del ayuntamiento, Navarro se li mit? a convocar a 150 personas de "las m?s caracterizadas" para, de entre ellas, designar a los sustitutos. La influencia de que siguieron gozando algunos gobernantes porfiristas para elegir y ser nombrados como nuevas autoridades se hizo tambi?n evidente en el poblado de La Paloma, en donde los antiguos funcionarios simplemente impusieron a sus suceso res. El fen?meno no fue privativo de los peque?os pueblos:

en la capital estatal la jefatura pol?tica recay? en quien fung?a anteriormente como sexto regidor.44

Curiosamente fue en el sureste, a pesar de que ah? hab?a ocurrido la mayor movilizaci?n popular, en donde la simple renovaci?n del viejo grupo gobernante adquiri? proporcio nes m?s determinantes. El fen?meno se debi?, en parte, a que

la mayor?a de los l?deres que aqu? actuaron ?Acosta, Te rrazas, Montoya y Samuel de los Santos? se instal? en la

capital estatal para presionar en favor de la gubernatura de

Pedro Antonio de los Santos. No por esto todos los revo lucionarios quedaron fuera. A Ver?stegui se le encomenda ron los rurales del estado, y otros asumieron cargos locales. L?rraga, por ejemplo, qued? con la jefatura pol?tica de Va lles. Sin embargo, a pesar del gran peso militar y la legiti midad que alcanzaron estos dirigentes, siguieron compartien 44 El Estandarte (30, 31, mayo; 7, 9, 10, 15, 18 jnn. 1911). Sobre

Ipi?a, vid. Bazant, 1975, p. 151; Meade, 1970, p. 76.

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ROMANA FALC?N

do el poder con antiguos funcionarios. En Valles, para se guir con el ejemplo, se ratific? como administrador de rentas a un rico que llevaba a?os en el cargo. Fue tambi?n en esta regi?n en donde hubo menos motines populares. Aparente mente, las limitaciones impuestas a las clases bajas desde la revuelta armada dejaron la iniciativa entre los privilegiados. A los hacendados, por ejemplo, se les permiti? conservar tal poder y autonom?a que en algunos lugares, como Ray?n, ellos mismos costearon y organizaron a un cuerpo de rurales. En R?o Verde fueron los principales vecinos quienes engalanaron sus casas para dar la bienvenida al maderismo y realizaron una gran manifestaci?n que dur? diecis?is horas y fue acom

pa?ada por el ta?ir de las campanas de la iglesia. En Ala

quines la manifestaci?n tambi?n estuvo encabezada por "los m?s distinguidos j?venes de la sociedad", de entre quienes surgi? el nuevo presidente municipal. Sin embargo la tensi?n social explot? poco despu?s, cuando un juez de Alaquines pro voc? a unos trabajadores y origin? la sublevaci?n del pueblo, que tras asesinar a un gendarme liber? a los presos. ?stos se concentraron y armaron en la sierra mientras que los polic?as

se amotinaron al grito de "viva D?az". En esa ocasi?n toc? a Ver?stegui poner orden en ambos lados de la contienda.45 Los levantamientos en los pueblos no fueron el ?nico ?ndice de la efervescencia popular. Desde estos primeros d?as del nue vo gobierno algunos trabajadores agudizaron sus luchas, pre sionando por llevar a la revoluci?n m?s all? de una simple pugna intraelite. Al igual que en otros estados norte?os, los disturbios originados por los mineros potosinos adquirieron visos dram?ticos. Inmediatamente despu?s de que cayera Es

pinosa y Cuevas, quienes laboraban en el mineral de San Pedro se amotinaron e intentaron volar con dinamita el palacio municipal. La respuesta policiaca fue brutal: aposta dos en la azotea de este edificio dispararon a la turba ma tando a seis de ellos. Como en tantos otros tumultos, fueron 45 El Estandarte (31 mayo; 2, 7, 9, 13, 14, 18, 28 jun. 1911).

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 235

los maderistas quienes reestablecieron la paz y nombraron como nuevo presidente municipal a un empleado de las com pa??as mineras. Tambi?n en mayo hubo disturbios en los centros mineros de Morales, La Paz y Matehuala. En esta

?ltima ciudad los enfrentamientos empezaron cuando un "personaje distinguido" balace? a un trabajador que gritaba

vivas a Madero. El pueblo se enfureci?, apedre? las casas

de los pudientes, e hizo huir a algunos. Pero otros tomaron las riendas en sus manos y, junto con los polic?as, integra ron patrullas montadas que, a cintarazos, sofocaron a los al

zados. Fue el mismo Navarro quien calm? la situaci?n y

nombr? nuevas autoridades de entre los "vecinos m?s carac

terizados". Igual pol?tica se puso en pr?ctica en La Paz despu?s de la asonada, en que murieron un gendarme y cuatro manifestantes y quedaron heridos 36 m?s. Sin embargo fue dif?cil contener la agitaci?n de los mi

neros, que se radicalizaron y?ndose a la huelga por menos horas de trabajo y m?s jornal. El 30 de mayo explot? un paro pac?fico en Morales, que unos d?as despu?s fue secun dado en Charcas, Matehuala, Guadalc?zar y La Paz. A media dos de junio se desat? una verdadera lucha de clase en El Catorce/ Los trabajadores se armaron, saquearon comercios y casas, e intentaron volar con dinamita las oficinas admi nistrativas ante la huida del administrador, quien se neg? a resolver sus demandas. Otros mineros de la zona se levan taron en su apoyo y, por lo menos, el tiro de Santa Anna fue

tomado y saqueado. En El Catorce el desenlace fue dram? tico: algunos de los propietarios, apostados en las oficinas, abrieron fuego en contra de los obreros; nueve cayeron acri billados ah? mismo y muchos m?s quedaron heridos. El resto de los trabajadores, enfurecido, logr? abrirse paso hasta sus agresores, quienes estuvieron a punto de ser asesinados si

no es por la llegada de unos soldados de De los Santos

quienes reestablecieron la paz. Una vez m?s, soldados y ru rales de la revoluci?n fueron destinados a la zona con "ins

trucciones de reprimir en?rgicamente todo desorden y casti

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ROMANA FALC?N

gar al autor de cualquier atentado en contra de la vida y ?de la propiedad".46 Mientras tanto en las zonas rurales las fuerzas de los re volucionarios manten?an id?ntica misi?n. Las demandas cam

pesinas tardaron un poco m?s en desatarse, por lo que la agitaci?n en estas primeras semanas del nuevo gobierno no fue tan intensa como en las minas. Sin embargo, a fines de junio una partida maderista sali? hac?a la hacienda de Mo rones a requerimiento de los administradores, quienes, al negarse a mejorar el salario de los trabajadores, sospecharon que ?stos pudieran amotinarse. En algunas haciendas, como la de El Pardo, s? se lleg? a una confrontaci?n. Los peones y el cura del lugar, desesperados ante la falta de pago de varios jornales, se encaminaron hacia el casco de la hacienda para reclamar. Ah? eran esperados por los due?os y emplea

dos, quienes los acribillaron a balazos asesinando a varios

manifestantes y dejando heridos a muchos m?s. La turba se arm? con lo que encontr?, traspas? las barreras, y golpe? a palos al administrador, a quien dejaron agonizante, y al hijo <lel due?o. Un pe?n trato de ahorcar al joven propietario pero ?ste logr? asesinarlo y huir. La revuelta fue sofocada ?por treinta soldados maderistas, quienes dieron a los cam pesinos insurrectos un castigo ejemplar ejecutando, en el acto, al cabecilla de los rebeldes.47

En julio, probablemente a cambio de eliminar a Barre nechea de la contienda por la gobernatura, De los Santos

convino en retirar tambi?n su candidatura. A mediados de mes el dirigente m?s allegado a Madero, el doctor Cepeda, asumi? el poder ejecutivo local.48 Quedaba as? en claro que los dirigentes de la revoluci?n

potosina en su primera etapa, unidos en buena medida a 46 El Estandarte (30, 31 mayo; 2, 3, 7, 8, 9, 15, 20, 22, 25 jun.; 9

jul. 1911).

47 El Estandarte (20, 22, jun. 1911).

48 El Estandarte (1, 3, 6, 11, 13, 15, 22, 29, jun.; 10, 25 jul. 1911);

Meade, 1970, p. 177; Rodr?guez Barrag?n, 1976, pp. 95?s.

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?LOS OR?GENES POPULARES DE LA REVOLUCI?N? 237 particulares y guardianes del antiguo orden, hab?an mostrado*

una singular unidad respecto a un punto clave: mantener limitada, o m?s bien subordinada, la participaci?n de un actor a quien se hab?an visto obligados a incluir en su esque

ma como aliado, pero a quien de tiempo atr?s tem?an cuando* actuaba por su cuenta: la masa obrera y campesina, o, dicha de otra manera, al pueblo potosino. No tardar?an los acon tecimientos en rebasar este delicado equilibrio, pero ?sta es*

otra historia.

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LOS INTERESES ESPA?OLES EN LA MIXTECA - SIGLO XVII

Ma. de los ?ngeles Romero

Centro Regional de Oaxaca, INAH.

En la segunda mitad del siglo xvi, al lado de muchas enco miendas y varios a?os antes de que la poblaci?n nativa lle gara a las m?s bajas cifras en su impresionante disminu ci?n,1 varios peninsulares y criollos radicados en la Mixteca

comenzaron a buscar entre las actividades posibles alguna que les permitiera acumular o al menos ganarse la vida. Le jos de los centros mineros y de las grandes haciendas que dominaron la econom?a novohispana, los nuevos pobladores de la Mixteca se vieron forzados a sacar provecho de la si tuaci?n propia del ?rea para desarrollar una econom?a no

dependiente de la tributaci?n ind?gena y capaz de satisfacer sus aspiraciones.

Una de las posibilidades nac?a de la localizaci?n misma de la Mixteca. Por ella cruzaba una de las rutas que comu nicaban a la ciudad de M?xico con la ciudad de Antequera y m?s al sur con Chiapas y Guatemala.2 Los productos de la costa del Pac?fico cruzaban tambi?n la regi?n antes de llegar a sus centros de consumo. Mientras unos individuos vieron

en esta situaci?n la posibilidad de dedicar su esfuerzo al co mercio, otros prefirieron invertir su tiempo en la cr?a de ganado menor, que, entre las comunidades ind?genas, se de sarrollaba impresionantemente.

El ganado menor Aunque el ganado menor en manos ind?genas fue du 1 Gerhard, 1972, pp. 285-286; Cook y Borah, 1972, pp. 17-38. V?an se las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

2 Borah, 1975, pp. 65-66.

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MA. DE LOS ?NGELES ROMERO

rante el siglo xvi m?s numeroso que el pose?do por los espa

?oles, el de estos ?ltimos ya reun?a desde entonces varios miles de cabezas.8 Muchos vecinos de la regi?n acudieron ante el virrey para solicitarle mercedes de sitios de estancia para criar ganado menor; 4 otros m?s, due?os o no de estan cias, obtuvieron sus ingresos de actividades relacionadas con

el ganado. Por ejemplo, Mart?n Duarte, vecino de Tepos colula, fue en 1576 el encargado del ganado del convento

dominico de este mismo pueblo,6 con el que estableci? una compa??a a?os m?s tarde.6 Aprovech? tambi?n su experien* cia con el ganado para efectuar diversos tratos de compra venta. As?, compr? a los albaceas de don Antonio de Ville gas una estancia de ganado menor para revenderla posterior

mente a la comunidad de Tlaxiaco,7 compr? ovejas a los ind?genas del pueblo de Sosola,8 e invirti? en pieles que llev? a vender a la ciudad de Oaxaca.9 Los conventos dominicos figuraron tambi?n entre los in teresados en la ganader?a. En 1576 el convento de Teposco

lula era due?o de una estancia de ganado menor.10 Los otros conventos dominicos del ?rea tambi?n deben de ha ber pose?do alg?n ganado, pues figuran en un mandamiento dado en 1584 por el provincial de la orden a todos los con ventos y monasterios de las Mixtecas Alta y Baja orden?ndo les vender sus ganados para evitar los da?os a las semente ras de los naturales y las vejaciones y molestias que se cau

saban en la guarda del ganado.11 No se sabe si en aquel B Miranda, 1959, pp. 787-796; Simpson, 1952, pp. 18-19, 65. 4 AGNM, Mercedes, vol. 3, exp. 667; vol. 11, f. 211; vol. 12, f. I7v;.

vol. 14, f. 51v; vol. 17, f. 96; vol. 18, f. 346v; vol. 21, ff. 99v, 106;

vol. 22, f. 233v.

5 AJT, leg. 16, exp. 6. e AJT, leg. 11, exp. 4, f. 45. 7 AJT, leg. 18, exp. 2, f. 17.

8 AJT, leg. 35, exp. 124, ff. 4-5. ? AJT, leg. 11, exp. 4.

io AJT, leg. 16, exp. 6.

ii AJT, leg. 15, exp. 2.

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INTERESES ESPA?OLES EN LA MIXTECA 243 momento los conventos vendieron sus cabezas. Si as? lo hi cieron no tardaron en adquirirlas nuevamente, puesto que en el siglo siguiente el convento de Teposcolula figuraba,

junto con los de Jaltepec, Tlaxiaco y Yanhuitl?n, entre los due?os de estancias y cabezas de ganado.12 No es sino hasta la segunda mitad del siglo xvn que la

abundancia de datos en los documentos muestra claramente

un aumento en la actividad ganadera espa?ola. Las opera ciones de compraventa y arrendamiento tanto de propie dades (estancias y haciendas) como de cabezas de ganado aumentan notablemente. La penetraci?n de los intereses poblanos en el ?rea muestra tambi?n un incremento. Si

para antes de mediar el siglo s?lo se tienen localizadas una estancia y una hacienda de ovejas en manos de vecinos de la ciudad de los ?ngeles, de 1650 a los principios del siglo xv?n el n?mero de haciendas, tantos de chivos como de ove jas, propiedad de poblanos aumenta a doce.18 La Compa??a de Jes?s debe mencionarse entre los invo

lucrados en este crecimiento econ?mico. Los jesuitas apa

recen ahora como due?os de varias haciendas en la regi?n, cuyas utilidades dedicaban a sus colegios del Esp?ritu San

to en la ciudad de Puebla y al de la Nueva Veracruz.14 A

diferencia de los conventos dominicos, que siempre prefirie ron arrendar sus propiedades, la Compa??a se mostr? siem pre como un m?s activo empresario explot?ndolas directa mente. Cuando le fue necesario, arrend? tierras a las comu

nidades para que pastaran sus ganados: en 1715 a Tlaxiaco y en 1719 a la cacica de Tlacamama en la Mix teca de la cos ta, para asegurar los pastos para sus ganados en los ricos agos taderos de esa regi?n, a donde anualmente bajaban miles

de cabezas de ganado menor. La Compa??a tampoco dud? 12 AJT, leg. 5, exp. 2; leg. 53.

13 AJT, leg. 18, exp. 1; leg. 37, exp. 13, f. 12; leg. 37, exp. 24;

leg. 37, exp. 58, ff. 4, 6, 8, 9; leg. 39, exps. 28, 30, 32; leg. 40, exp.

5, f. 2; leg. 40, exp. 21, f. 45. 14 AJT, leg. 40, exps. 21, 34.

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MA. DE LOS ?NGELES ROMERO

en solicitar un pr?stamo a un comerciante local cuando el av?o de sus haciendas as? lo requiri?.15 Entre los ganaderos locales tenemos, por un lado, a los propietarios, due?os en la mayor?a de los casos de una sola hacienda cuya extensi?n frecuentemente se reduc?a a una estancia,16 y, por otro, a aquellos individuos nombrados en

los documentos como "criadores de ganado", due?os o no

de estancias ganaderas pero envueltos en diversas activida

des relacionadas con la cr?a de ganado. Como ejemplo de

ellos tenemos a Jacinto M?rquez, vecino de Teposcolula, que a m?s de administrar el ganado de varias personas arrend? de 1645 a 1653 el ganado del convento de Teposcolula junto

con un sitio de estancia localizado a un cuarto de legua de Tamazulapan;1T o por ejemplo tambi?n a Mateo Ortiz, vecino asimismo de Teposcolula y due?o de una hacienda, mayordomo en 1658 de la hacienda que do?a Antonia de la Serna, vecina de Puebla, arrendaba del convento de Tepos colula; 18 o finalmente a don Jos? de las Eras, que por una parte arrendaba al convento de Teposcolula y a algunos particulares cabezas de ganado, mientras que por otra alqui laba las tierras del pueblo de Santa Mar?a Anduxa.19 Frente al desenvolvimiento de la ganader?a espa?ola, las comunidades ind?genas y los caciques mixt?eos aprovecharon la situaci?n para obtener un ingreso extra arrendando las

tierras que no cultivaban para agostadero de los ganados

hispanos. La mayor frecuencia de estos arrendamientos coin cidi? con el auge de la actividad ganadera espa?ola, aunque muchos de los caciques mixt?eos arrendaban sus propiedades

desde muy temprano. Entre las comunidades, en cambio, los arrendamientos de tierras de pastos eran casi inexisten tes antes de mediados del siglo xvn y se hicieron m?s fre cuentes entre 1650 y 1719. Entre estas dos fechas tenemos 15 AJT, leg. 38, exp. 64; leg. 39, exp. 12; leg. 40, exps. 7, 9, 19. 16 AJT, leg. 39, exp. 12.

it MCRO, rollo 1, doc. 14.

18 AJT, leg. 39, exp. 8. i? AJT, leg. 39, exp. 9; leg. 40, exp. 25, f. 4.

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INTERESES ESPA?OLES EN LA MIXTECA 245 identificados, hasta el momento, ocho arrendamientos de tie

rras de comunidades y nueve de caciques. A juzgar por el n?mero se puede tener la impresi?n de que no fueron muy numerosos, pero en realidad es imposible saber con certeza la verdadera frecuencia de esos convenios debido a que mu chos arrendamientos se realizaron por "arrendamiento sim ple", o sea por un acuerdo entre las partes sin dejar testi monio escrito, y s?lo en ocasiones se acudi? ante el alcalde mayor para levantar un acta del trato efectuado.

Aunque pocos arrendamientos se han analizado en de

talle, en ellos salta a la vista que algunas comunidades arren

daron sus tierras en m?s de una ocasi?n. Tlaxiaco y sus estancias lo hicieron en 1654 por cuatro a?os, y posteriormen te en 1715 por nueve a?os. Chalcatongo lo hizo en 1669 por seis a?os, y en 1699 nuevamente

.. .los regidores del Rosario, de Pipioltepeque, de la Magda lena, de San Matheo de Pe?asco, todos oficiales de rep?blica

del pueblo de Tlaxiaco, en voz y en nombre de los dem?s

naturales de nuestros pueblos, arrendamos a Juan de Miranda, natural y vecino del pueblo de Teposcolula, todas las tierras que tenemos bald?as y que no sembramos desde Yodoino hasta

Santa Catalina Yusa, sacando las de Yosotichi con todas sus

entradas y salidas, por tiempo de cuatro a?os primeros siguien

tes, y pagar? ochenta pesos en reales a principios de cada a?o...20

A pesar de los riesgos que este tipo de arrendamiento im

plicaba, como los da?os a las sementeras y los conflictos

entre los ganados propios y los de los espa?oles, el ingreso as? obtenido debi? de haber constituido una apreciable ayu

da para el pago del tributo y una forma de asegurar la

posesi?n de las tierras, pues las ganancias permit?an a los ind?genas cubrir los gastos de la composici?n que estaban so licitando ante su majestad.21 20 AJT, leg. 40, exp. 19, f. 1. 21 AJT, leg. 37, exps. 24, 58; leg. 40, exp. 26.

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246

MA. DE LOS ?NGELES ROMERO

El comercio A pesar de que es bastante poco lo que se sabe de esta actividad en la Mixteca del siglo xvi, los documentos revi sados comienzan a proporcionar los primeros datos. Adem?s del camino real que desde mediados del siglo xvi comunica ba a la Mixteca con otros importantes centros novohispanos, como Puebla, M?xico y Antequera, los indios cargadores y las recuas llevaban sus mercanc?as por los escasos caminos que en esta ?poca comunicaban internamente a la Mixteca,

como el que iba de Tezoatl?n, en la jurisdicci?n de Hua juapan, hacia Tlaxiaco.22 Con el paso del tiempo los cami nos aumentaron en n?mero. Contamos con las siguientes

menciones de caminos en la regi?n entre 1645 y 1650: el que sal?a de Teposcolula a Tamazulapan, que formaba parte del

camino real que conduc?a a la ciudad de Puebla; a el de

Tlaxiaco a los pueblos de San Crist?bal y Santa Mar?a

Magdalena; el que iba a Cuquila,24 y el camino real que sal?a de Teposcolula y pasaba por los pueblos de Santiago y Achiutla.25 Entre las mercanc?as que ingresaban a la Mixteca a me diados del siglo xvi no pod?a faltar el vino destinado a los espa?oles y a los frailes dominicos; M ni la cera de Castilla, de Campeche o de la China tan necesaria en la elaboraci?n

de velas, producto que de la ciudad de M?xico llegaba a trav?s de los comerciantes locales o de las h?biles manos

de un comerciante poblano.27 A principios del siglo xvn la Mixteca Alta era visitada por mercaderes procedentes de muy diversos lugares. Entre 1606 y 1608 llegaron a Yanhuitl?n individuos de Jalapa, Orizaba, Coatzacoalcos, Chiapas y Gua temala, y por supuesto tambi?n de las ciudades de M?xico 22 AGNM, Mercedes, vol. 3, exp. 446.

28 AJT, leg. 40, exp. 21, ?. 4.

24 AJT, leg. 18, exp. 2, f. 17. 25 AGNM, Mercedes, vol. 17, ?. 96; MCRO, rollo 2, doc. 28.4. 26 MCRO, rollo 6, doc. 164; AJT, leg. 22, exp. 30. 27 MCRO, rollo 6, doc. 168; AJT, leg. 20, exp. 16.

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INTERESES ESPA?OLES EN LA MIXTECA 247 y Puebla y de otras zonas oaxaque?as: Antequera, Villa Alta,

Nexapa, y la costa, a m?s de los mercaderes vecinos de Teposcolula y la propia Yanhuitl?n. Las mercanc?as que

todos ellos registraron ante el alcalde mayor para el pago de la alcabala sumaron m?s de 22 000 pesos y estaban cons tituidas en su mayor parte por el gen?rico rengl?n de "mer cader?as de Castilla, de la China y de la tierra", a m?s de una peque??sima proporci?n de art?culos exclusivamente "de la

tierra". Llama la atenci?n que los mercaderes de Yanhui

tl?n y Teposcolula fuesen quienes introdujeran mercanc?as

por m?s alto valor ?10 200 pesos? seguidos de los comer ciantes de la ciudad de M?xico con 3 600 pesos y de los po blanos con 3 000 pesos.28 Al avanzar el siglo xvn el tr?fico pareci? intensificarse.

Varios comerciantes de Puebla y M?xico se interesaron en el comercio con la Mixteca y enviaron sus recuas cargadas de

mercanc?as de Castilla y China. Los comerciantes locales, solos o formando compa??a en ocasiones con vecinos de Puebla, enviaban sus convoyes a las ciudades de Oaxaca y Puebla y los regresaban con art?culos para vender en el ?rea.29 Mas no eran ?nicamente los espa?oles o sus descen dientes radicados en la Mixteca quienes se interesaban en obtener un ingreso derivado del tr?fico de mercanc?as. Al gunos ind?genas aprovecharon la situaci?n para empezar a trabajar con alg?n comerciante local o con alg?n poblano en las recuas que, cargadas de mercanc?as, iban de Puebla a la Mixteca, a Oaxaca, y en ocasiones hasta Chiapas.80 Otros pocos m?s afortunados lograron comprar algunas mu?as que

fletaron recibiendo y conduciendo cargas de los due?os a los destinatarios.31

Los alcaldes mayores de Teposcolula no pod?an faltar entre los interesados en el comercio. Don Juan Pardo de 28 MCRO, rollo 4, doc. 80; rollo 6, doc. 188. 20 MCRO, rollo 2, doc. 15.2; rollo 4, doc. 109; rollo 5. BO AJT, leg. 26, exp. 20. 81 MCRO, rollo 5, doc. 161.

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248

MA. DE LOS ?NGELES ROMERO

Ag?ero invirti? dinero en 1603 en la compra de hu?piles que llev? a vender a Guatemala. Don Gaspar Calder?n de Victoria, alcalde mayor en 1632, fue acusado por los natu rales de los pueblos de Tlaxiaco, Achiutla, Santo Tom?s Ocotepec, Chalcatongo y otros de la jurisdicci?n de Tepos

colula, de quitarles sus productos (ma?z, seda y grana) por menos precio, de forzarlos a llevar sus tratos y granjerias a la costa y volver cargados de algod?n, y tambi?n de obli garlos a llevar todos estos productos a la ciudad de Oaxaca.82

A?os m?s tarde, en 1654, don Francisco Mariano de Espi

nosa y Maldonado comerciaba con el algod?n de la costa; w don Jos? de Elorriaga era due?o en 1690 de una recua con la que comerciaba con la ciudad de Oaxaca,34 y todo esto sin contar algunos otros interesados en la compraventa de gana

do menor.85 Muchos productos fueron objeto de este comercio. Las

mercanc?as de Castilla, compuestas en su mayor parte de telas

europeas y orientales, y la ropa de la tierra, como las naguas de Tlaxcala, formaban parte de este tr?fico desti nado a satisfacer la demanda no s?lo de las gentes capaces

de consumir los costosos art?culos de importaci?n sino tam bi?n de las de escasos recursos. Mientras que otras recuas vol v?an de Guatemala cargadas de tinta y cacao, el algod?n de la costa sub?a por la Mixteca para transformarse en los te

lares de Puebla o Oaxaca.36

El ma?z y el trigo tambi?n formaron parte de este inter

cambio. Las sequ?as y las malas cosechas significaron para los comerciantes la posibilidad de especular con el grano

disponible. Les resultaban f?cil acaparar el grano en las ?reas menos afectadas para llevarlos a vender a los lugares donde la mayor demanda les brindaba buenas ganancias, situaci?n

que ocasionaba el encarecimiento del cereal en el lugar 32 33 84 35

AGNM, Indios, vol. 10, cuad. 3<?, exp. 80. AJT, leg. 40, exp. 7, f. 9. AJT, leg. 37, exp. 13. AJT, leg; 40, exps. 29, 36.

3? AJT, leg. 30, exp. 6; leg. 22, exp. 29.

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INTERESES ESPA?OLES EN LA MIXTECA 249 de donde se extra?a. En 1597 se acus? a varios indios re gatones de rescatar ma?z en la provincia de Yanhuitl?n para

llevarlo a vender a la Zapoteca. Un siglo m?s tarde, en 1691, se mencionaba en un documento que todos los a?os llegaban a la Mixteca Alta comerciantes de la Baja a pro

veerse de ma?z, trigo y harina de trigo.37 Las ganancias que este tipo de fen?menos proporcionaba a los comerciantes de bieron de haber sido bastante tentadoras, pues a don Jos?

Delgado, justicia mayor de Teposcolula en 1673, el haber

firmado un documento solicitando junto con otros comer ciantes de la regi?n el que no se sacara ma?z y trigo de la provincia de Teposcolula para evitar el alza de precios, no

le impidi? enviar ese mismo a?o unas mu?as cargadas de esos productos a la ciudad de Oaxaca. Es interesante ade

m?s mencionar que don Jos? Delgado no s?lo era el justicia mayor; tambi?n era due?o de tienda en Teposcolula, comer ciaba con el algod?n de la costa, y era la persona que corr?a

a cargo de los negocios en ganado menor de don Pedro Urtado de Mendoza, alcalde mayor por esos a?os en Tepos colula.38 Entre estos productos objeto de intercambio no pod?an faltar los relacionados con el ganado menor. No s?lo se lle vaban a vender a Oaxaca o a Puebla las cabezas de ganado menor,30 sino tambi?n las pieles, el sebo, la manteca y la lana, con especial demanda en la ciudad de Puebla.40 Los co merciantes poblanos, durante el siglo xvn, para asegurarse la adquisici?n de las materias primas procedentes de la Mix teca se convert?an frecuentemente en encomenderos de los

comerciantes regionales, o sea, que ?stos encomendaban a los poblanos sus productos para que se los vendiesen. Entre esos productos iban zurrones de grana, sebo, manteca, pieles

y otros efectos de las matanzas de ganado menor. Los co 37 AJT, leg. 37, exp. 52.

38 AJT, leg. 37, exp. 52. 39 AJT, leg. 39, exp. 7; leg. 40, exp. 38, f. 16. 40 AJT, leg. 11, exp. 4, ff. 23, 24, 42, 43; leg. 35, exp. 6; leg. 37,

exp. 52.

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250

MA. DE LOS ?NGELES ROMERO

merciantes locales recib?an a cambio, adem?s del pago por sus mercanc?as, dinero para invertir en el ?rea en la compra

de nuevos g?neros de la tierra, y mercanc?as de Castilla para su venta en la regi?n al contado o a plazos. Por ?lti

mo, los comerciantes locales deb?an enviar a los poblanos, con la siguiente remesa de productos, los reales de sus ganan cias.41 Un claro ejemplo de estas relaciones en que se un?an los intereses de los comerciantes poblanos con los locales es el de Jos? Garc?a, otro vecino de Teposcolula, que en 1693 ten?a tratos con don Jer?nimo Delgado, vecino de Puebla, quien lo prove?a de dinero en efectivo y de mercanc?as que colocaba en la regi?n a subidos precios; adem?s, les quitaba a los ind?genas sus art?culos (grana, ropa de la tierra y trigo)

por la fuerza, sin pagarles su justo precio.42 Se puede afirmar, en base a estos datos, que desde los ?ltimos a?os del siglo xvi y durante el xvn se form? en la Mixteca un activo grupo econ?mico dedicado a la ganader?a y al comercio, que estimul? el crecimiento de la econom?a regional y a la vez constituy? uno de los principales lazos de uni?n entre la Mixteca y otros centros de importancia en la econom?a novohispana. Los arrendamientos de las tie rras comunales, el tr?fico comercial forzado realizado por los naturales, el apoderamiento de sus productos a bajos precios, y la erosi?n regional fueron una parte muy importante de este crecimiento econ?mico y parte tambi?n de la herencia

colonial de los actuales Mixt?eos.

41 MCRO, rollo 7, doc. 289; AJT, leg. 37, exp. 35, L 3; leg. 37, exps. 52, 91; leg. 42, exp. 16, f. 402. 42 AJT, leg. 37, exp. 52.

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INTERESES ESPA?OLES EN LA MIXTECA 251

SIGLAS Y REFERENCIAS

AGNM Archivo General de la Naci?n, M?xico. AJT Archivo Judicial de Teposcolula, San Pedro y Sa? Pablo Teposcolula, Oaxaca. MCRO Microfilm del Centro Regional de Oaxaca, INAH,. Oaxaca. Serie Teposcolula, 1975. Borah, Woodrow 1975 Comercio y navegaci?n entre M?xico y Per? en el siglo xvi, M?xico, Instituto Mexicano de Comercie Exterior. Cook, Sherburne, y Woodrow Borah

1972 The_ population of the Mixteca Alta ? 1520-1960^ Berkeley, University of California Press. ?Ibero-Ame

ricana, 50.?

Gerhard, Peter 1972 A guide to the historical geography of New Spain, Cambridge, Cambridge University Press. ?Cambridge

Latin American Studies, 14.?

Miranda, Jos? 1959 "Or?genes de la ganader?a ind?gena en la Mixteca",. en Miscellanea Paul Rivet octogenario dicata, M?xico,.

Universidad Nacional Aut?noma de M?xico. ?Insti? tuto de Historia, Primeria serie, n?m. 50.? Simpson, Lesley Bird

1952 Exploitation of land in Central Mexico in the six

teenth century, Berkeley, University of California; Press. ?Ibero-Americana, 36.?

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LA PRENSA NACIONAL FRENTE

A LA INTERVENCI?N DE M?XICO EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Pastora Rodr?guez Avi?o? Cuando se comenz? a gestar el conflicto b?lico en Europa a principios de 1938 ?invasi?n de Austria por las tropas ale

manas? el gobierno de L?zaro C?rdenas declar? la neutra

lidad absoluta de M?xico. Esa neutralidad fue ratificada su cesivamente a medida que los acontecimientos europeos to maban un cariz m?s violento: conflicto de los Sude tes, Tra tado de Munich, desmembraci?n de Checoeslovaquia, ataque alem?n a Polonia e inicio de la guerra. Es decir, a lo largo de 1938 y 1939 el M?xico oficial mantuvo una actitud cr?

tica frente a la pol?tica alemana e italiana ?como ya lo

hab?a demostrado su condena de la invasi?n italiana a Etio

p?a, en 1935, ante la Liga de Naciones? pero permaneci?

estrictamente neutral. Incluso se defendi? el derecho de M? xico a mantener relaciones comerciales con todos los belige rantes, aunque esto ?ltimo, por razones de ?ndole pr?ctica, a partir de septiembre de 1939, se volvi? m?s una cuesti?n

de principio que un hecho. La neutralidad mexicana durante esos a?os coincidi? con la de los Estados Unidos. En el pa?s vecino el sentimiento aislacionista, que se traduc?a en una defensa de la neutrali

dad a ultranza, era tanto o m?s fuerte que en M?xico, debido en parte a la experiencia de la intervenci?n norteamericana en los asuntos europeos durante la primera guerra mundial. Sin embargo, a diferencia de M?xico, los intereses de los Estados Unidos se vieron afectados directamente por la gue rra, sobre todo una vez que el tr?fico mar?timo en el Atl?n 252 This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:15:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA PRENSA NACIONAL

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tico se hizo peligroso, y el creciente expansionismo japon?s en Asia hac?a peligrar el comercio norteamericano en aquel continente. La creciente prosperidad norteamericana se ba saba, en buena parte, en la libertad de comercio internacio nal, y ?sta era imposible sin la seguridad mar?tima. De ah?

el dilema que planteaba a Washington el estallido de la

guerra, a pesar de la aparente lejan?a geogr?fica.

Al iniciarse el conflicto europeo el gobierno de Roose velt hab?a adoptado una pol?tica armamentista masiva que

preparase al pa?s para cualquier eventualidad. Las simpa t?as de los Estados Unidos estaban ?en la mayor?a de los casos? del lado de las democracias (especialmente de Gran

Breta?a, a la que los un?an afinidades hist?ricas, culturales,

de lengua y otras, al igual que sus intereses de pa?s colo nialista) . En 1940 se ve?a claro de qu? lado quedar?an los. Estados Unidos si decid?an intervenir finalmente en la con tienda. La ayuda a Gran Breta?a a lo largo de 1940 y, sobre todo, a partir de 1941, as? lo indicaba. No se trataba de una ayuda por razones meramente ideol?gicas: se hizo ver a la opini?n p?blica estadounidense que Gran Breta?a era el ?ltimo baluarte del hemisferio occidental. Si Gran Breta?a lograba detener la agresi?n alemana en Europa, el apoyo a los brit?nicos repercutir?a indudablemente en el bienestar norteamericano.

Si el abandono de la neutralidad estricta es explicable en el caso de los Estados Unidos, no puede afirmarse la

mismo en lo que ata?e a M?xico. A lo largo de 1940 el pa?s no prest? mucha atenci?n a los problemas internacionales

?excepto, claro est?, a la pol?tica de los Estados Unidos? sumergido como estaba en la preparaci?n de las conflictiva&

elecciones presidenciales de ese a?o (aunque es de notar

que C?rdenas declar? el apoyo moral de M?xico a los aliados

a la ca?da de Francia en mayo de 1940). Pero despu?s de asumir el mando el general Manuel ?vila Camacho fue

abandonando paulatinamente la neutralidad. El primer pasa en esta direcci?n fue la incautaci?n, el primero de abril de 1941, de los barcos del Eje refugiados en M?xico. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:15:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


254

PASTORA RODR?GUEZ AVI?O?

El objetivo de este art?culo es analizar la actitud de la

prensa nacional frente a la posici?n de M?xico en la segunda guerra mundial; es decir, c?mo present? y justific?, primero,

ia neutralidad y, posteriormente, la beligerancia mexicana. Una buena parte de la opini?n p?blica mexicana hab?a sido simpatizante de las potencias del Eje o, al menos, deseaba que el pa?s se mantuviera al margen de un conflicto en el que, seg?n se cre?a, no se dirim?a inter?s alguno que afectase

a M?xico directamente. La prensa hab?a reflejado las dis

tintas tendencias de la opini?n p?blica. Hacia 1941 comenz? a mostrar un viraje respecto a la posici?n de M?xico frente

a la contienda. ?C?mo y por qu? razones se realiz? este

cambio en el conjunto de los diarios? La informaci?n utilizada aqu? procede de textos seleccio nados de los diarios que, por diversas razones, consideramos in?s representativos del momento: El Universal y Exc?lsior, llamados peri?dicos independientes, dirigidos a un p?blico de

las clases medias y altas urbanas; El Nacional, vocero del

gobierno, dirigido a la burocracia gubernamental, y le?do por aquellos que se hallaban interesados en saber el punto de vista del gobierno, y El Popular, el ?rgano de la ctm, diario confesional de izquierda bajo la direcci?n de Vicente Lombardo Toledano, encaminado sobre todo a la clase obrera sindicalizada. Revisamos asimismo dos diarios ?tambi?n in

dependientes? de provincia: El Informador de Guadalajara y El Porvenir de Monterrey; y las revistas Hoy, Tiempo y La Naci?n. La importancia de estas ?ltimas radica no tanto en la amplitud de su alcance cuanto en que reflejaban la opini?n de grupos bien organizados y muy verbales en la manifestaci?n de sus intereses. Investigamos todas estas pu blicaciones por un per?odo que abarca de marzo de 1938 a junio de 1942 (excepto las revistas, que fueron fundadas en fecha posterior al inicio del per?odo bajo estudio). La prensa citada de finales de los a?os treinta no era un monolito. Los distintos peri?dicos y revistas eran voceros de diferentes fuerzas sociopol?ticas. Entiendo por fuerza so ciopol?tica un grupo m?s o menos homog?neo con intereses

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LA PRENSA NACIONAL

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en com?n y capaz de organizarse para verbalizar y hacer o?r sus demandas. Los cuatro diarios independientes (Exc?lsior, El Universal, El Porvenir y El Informador) mantuvieron la defensa de la neutralidad mexicana desde 1938 hasta princi

pios de 1941. Durante la primera mitad de esos tres a?os "neutrales" se puede incluso detectar una cierta simpat?a,

m?s o menos velada, hacia la Alemania de Hitler y hacia Italia. Esa simpat?a coincid?a con los sentimientos germa n?filos de buena parte de sus lectores, en un pa?s todav?a convulsionado por las reformas sociales de la revoluci?n me xicana, no pod?an sino sentir admiraci?n por pa?ses en los que "la ley y el orden" imperaban, y en donde ?eso cre?an

al menos? los intereses de las clases a las que ellos perte

nec?an se hallaban debidamente protegidos. En esta etapa de

antiguerra lo m?s notorio de Alemania e Italia, desde M? xico, era su creciente prosperidad econ?mica. A lo anterior se a?ad?a el gran temor que inspiraba el comunismo y la

esperanza de que Hitler ?tal como lo hab?a prometido?: lo hiciera desaparecer del universo. Sin embargo, la situa

ci?n cambi? en el verano de 1939. La firma del tratado de amistad germano-sovi?tico vino a confirmar el temor de que Alemania no atacar?a a la Uni?n Sovi?tica de momento, y s?

en cambio se volver?a en contra de una Polonia bastante indefensa, a la que Hitler ven?a amenazando desde hac?a meses. Una agresividad tan obvia de parte de Alemania?el desencadenamiento de la guerra era por iniciativa de Hitler,

quien escogi? la hora, el adversario y el lugar de ataque? junto a la amistad sovi?tica, no pod?a sino restarle simpat?as

en la prensa independiente. Adem?s, a esas alturas, ?sta deb?a contar con las presiones ?reales o previsibles? que

ven?an de Washington. Tan pronto como estall? la guerra los Estados Unidos se aprestaron, siguiendo la vieja consigna romana "si quieres la paz prep?rate para la guerra", a un rearme total. La se guridad norteamericana no pod?a ignorar los tres mil largos kil?metros de frontera com?n con M?xico. Era obvio que si los Estados Unidos interven?an en el conflicto tendr?an

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256

PASTORA RODR?GUEZ AVINO?

necesariamente que estar seguros de la lealtad mexicana. Una

de las primeras medidas a tomar era la desaparici?n en

M?xico de cualquier s?ntoma de amistad hacia Alemania, cuya manifestaci?n m?s abierta se hallaba en la prensa. Washing

ton ten?a a su alcance dos caminos: presionar al gobierno mexicano., el cual a su vez, se encargar?a de sujetar a los peri?dicos que, todav?a en 1940, mostraran simpat?as pro nazis; y, m?s directamente, amenazar con no vender papel

peri?dico a los diarios que no defendieran la causa demo

cr?tica. Adem?s, como parte de la campa?a propagand?stica que los Estados Unidos desarrollaban en Am?rica Latina, se hab?a creado un subsidio para el suministro de papel peri? dico a los diarios y revistas continentales que simpatizaban con los Estados Unidos, dado que por el encarecimiento y

escasez de papel aqu?llos ten?an problemas.1 Las ventajas

de alinearse eran obvias.

En cuanto a El Nacional y El Popular, en cierto modo, sus casos fueron m?s lineales porque nunca hab?an simpa tizado con los reg?menes fascistas. El Popular siempre se hab?a

mostrado muy cr?tico de la pol?tica alemana e italiana, aun

que defendi? ?apeg?ndose a la l?nea del gobierno? la

neutralidad mexicana. Acerca de la neutralidad, sin embargo,

mantuvo dos posturas. Primero, sostuvo que la guerra era un conflicto interimperialista y que, por tanto, M?xico deb?a permanecer al margen. (La tesis del conflicto interimperia lista coincid?a con la l?nea de Mosc? al respecto). Sin em bargo, cuando estall? la guerra en Europa, El Popular cam

bi? de inmediato su posici?n, mucho antes de que Mosc?

lo hiciera. En este per?odo, El Popular opt? por una segunda postura: la guerra era un conflicto interimperialista, s?, pero

adem?s en ella se luchaba por cuestiones que afectaban a todos los pueblos: el mantenimiento del derecho sobre la fuerza y la defensa de la libertad. En esta segunda posici?n coincid?a con la postura norteamericana, m?s severa en sus i Ojeda, 1976, p. 21. V?anse las explicaciones sobre siglas y refe

rencias al final de este art?culo.

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LA PRENSA NACIONAL

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cr?ticas y decisiones frente al expansionismo alem?n, y se anti

cipaba, en este rengl?n, a lo que ser?a la pol?tica internacio

nal de ?vila Camacho. La invasi?n alemana a la Uni?n Sovi?tica en junio de 1941 s?lo vino a reforzar esa l?nea. La innovaci?n fue que, entre junio de 1941 y mayo de 1942, El Popular abog? por la beligerancia mexicana. No

aparecen muy claros los m?viles de esa postura en pro de la intervenci?n directa en la guerra, al menos que pueda inter pretarse como una mayor solidaridad con uno de los bandos, el de los aliados, y el deseo de que M?xico tuviera una parti cipaci?n m?s activa en el concierto mundial. Por su parte, El Nacional se apeg? literalmente a la posici?n del gobierno. Una cosa parece quedar clara de las diferentes estrategias

que sigui? la prensa. En un momento dado los intereses

que representaban los distintos peri?dicos diverg?an; y as? lo hac?an sus pol?ticas editoriales respectivas frente a la guerra, especialmente durante 1938 y 1939. En los a?os 1940 y 1941 las opiniones acerca de la guerra fueron m?s ambiguas. Unas veces todos los diarios coincid?an y otras diverg?an totalmen te. En general, la prensa independiente guardaba una mayor cautela en sus apoyos o ataques que El Popular. El a?o 1942 presentaba ya una coincidencia casi total: todos los diarios

defend?an el derecho y deber de M?xico de unirse a la causa aliada. Para ese entonces, la pol?tica interna de "Uni

dad Nacional" de ?vila Camacho comenzaba a dar sus fru tos: la divisi?n de la sociedad mexicana del sexenio ante rior se hab?a diluido en buena parte. El enfrentamiento abierto a un "enemigo com?n" servir?a para reforzar esa buscada unidad. Para mejor analizar el papel de los diferentes diarios en este proceso, he dividido el per?odo que cubre el presente art?culo en dos partes: la primera, de marzo de 1938 a marzo

de 1941; la segunda, de marzo de 1941 a mayo de 1942. Conviene notar, por ?ltimo, que a lo largo del an?lisis

ocupa un lugar central el concepto de ideolog?a, pues m?s que en la informaci?n f?ctica de la prensa, he deseado hacer hincapi? en el contenido ideol?gico de la misma. Aqu?, en

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tiendo por ideolog?a "el conjunto de ideas, de representa

ciones, que dominan el esp?ritu de un hombre o de un grupo social",2 a lo que habr?a que a?adir lo dicho por Poulantzas respecto a que "la ideolog?a concierne al mundo en que vi ven los hombres, a sus relaciones con la naturaleza, con la sociedad, con los otros hombres, con su propia actividad,

incluida su actividad econ?mica y pol?tica. Su funci?n so cial no es ofrecer un conocimiento verdadero de la estruc

tura social, sino simplemente insertarlos en cierto modo en las actividades pr?cticas que sostienen dicha estructura".8 En efecto, como se ver?, el prop?sito de los peri?dicos no era

siempre dar informaci?n ?sin m?s? a sus lectores, sino

presentar e incluso distorsionar una noticia de tal modo que el mensaje estuviera bien alejado del conocimento objetivo

del problema. Esta manipulaci?n no era fortuita sino que obedec?a a una pol?tica editorial bien delineada de acuerdo a los intereses que representaba cada uno de los peri?dicos y revistas. I. LA PRENSA Y EL INICIO DEL CONFLICTO INTERNACIONAL:

MARZO 1938 - MARZO 1941

El per?odo que vamos a tratar en esta parte se abre con dos acontecimientos importantes: a nivel internacional, la invasi?n de Austria por tropas alemanas, que pon?a de ma nifiesto, ya en el terreno de los hechos, la pol?tica expansio nista de Hitler; y, a nivel nacional, la expropiaci?n de las compa??as petroleras decretada por el presidente C?rdenas, hecho que pesar?a de modo decisivo en la pol?tica mexicana en los a?os inmediatamente posteriores. Se cierra esta etapa justo antes de que ?vila Camacho incautara los barcos del Eje surtos en puertos mexicanos. Esta acci?n ya no dejaba lugar a dudas acerca de la creciente enemistad de M?xico

hacia el Eje.

2 Alxhusser, 1974, p. 47. 8 Poulantzas, 1973, pp. 263-264.

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Para lograr una mayor claridad, ha parecido conveniente dividir esta parte en los tres temas a que la prensa dedic? especial atenci?n: anticomunismo, panamericanismo y ant?

norteamericanismo, y fascismo.

/. Anticomunismo Bajo este rubro se incluyen una serie de subtemas: Uni?n Sovi?tica, movimiento obrero, Vicente Lombardo Toledano, Partido Comunista y, en general, todo grupo o movimiento de tendencia socialista. Puede parecer arbitrario mezclar es tos elementos tan dispares bajo un mismo apartado. En el caso presente se justifica porque en la prensa aparec?an como interdependientes y, a menudo, intercambiables. Tal mezcla era, por lo dem?s, fruto de una pol?tica deliberada. La l?nea seguida por la prensa independiente de identificar, extrapo lando ciertos hechos, lo que pasaba en la Uni?n Sovi?tica con lo que suced?a en M?xico, ten?a un fin concreto: des prestigiar a los grupos que, dentro del pa?s, abogaban por el cambio social. No se explica de otro modo el que la Uni?n Sovi?tica, lejana y sin problemas pasados o presentes con

M?xico, pareciera despertar m?s hostilidad que los Esta dos Unidos. Esta hostilidad se manifestaba a diario de muy

diversas maneras y la raz?n de ello parece apuntar a las evocaciones de cambio radical que la menci?n de la Uni?n Sovi?tica tra?a a la mente.

El 17 de marzo de 1938 las tropas alemanas invadieron Austria. La prensa independiente pas? por alto todo co

mentario en los editoriales. El hecho fue presentado de ma nera f?ctica o encomiado por alg?n colaborador period?stico.4 Si bien el Anschluss no produjo una condena en la prensa independiente, ?sta aprovech? la renovada iniciativa sovi? 4 "La anexi?n de Austria a Alemania ?o la de Alemania a Aus tria? que para el caso es igual... no constituye ni mucho menos un acto de conquista, sino la reconciliaci?n y fusi?n de dos ramas de

la misma familia que habian estado distanciadas..." S?nchez Azcona, 1938, p. 3.

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tica de crear un "Frente antifascista internacional" que pu siera freno al expansionismo germano, para atacar a la Uni?n Sovi?tica y restarle credibilidad ante el p?blico mexicano: Celosa de la paz y de la libertad del mundo, la Rusia so

vi?tica propone que urgentemente se convoque a una confe rencia internacional para refrenar la pol?tica de agresi?n de los fascistas. Dif?cilmente nos avenimos a la idea de que la URSS sea quien rompa lanzas y encabece una cruzada por la libertad y la democracia.5

Las razones que daba El Universal no eran de su exclu sividad. La misma desconfianza hacia la Uni?n Sovi?tica

mostraban las democracias occidentales. Los Estados Unidos

no manifestaron prisa en asegurar ning?n convenio, pues ye?an el peligro europeo remoto y ajeno a sus intereses (esto iba a cambiar muy pronto) ; y las potencias europeas ?Gran Breta?a y Francia? sent?an terror ante el riesgo de una nue va conflagraci?n como la de 1914-1918, y, tal vez, esperaban que Hitler se volviera contra su principal enmigo: la Uni?n Sovi?tica. De hecho, Stalin acus? a las democracias de aislar a su pa?s con la esperanza de que Alemania lo atacara. Mos

c? comenz? a sentirse m?s y m?s aislado, especialmente tras el Tratado de Munich, del que estuvo excluido. De marzo a septiembre de 1938 la crisis s?dete hab?a empeo rado sin que los esfuerzos de Gran Breta?a y Francia para calmar a Hitler surtieran efecto, al tiempo que ignoraban

a la Uni?n Sovi?tica.6

En cierto sentido es explicable la actitud de la diploma cia occidental. A la desconfianza ya existente desde la revo luci?n de octubre se agregaba "el escepticismo acerca de la colaboraci?n militar, a causa del asesinato jur?dico en 1937 y 1948 de la mayor?a de los oficiales sovi?ticos".7 Las purgas de los a?os treintas en la Uni?n Sovi?tica tienen que haber 5 El Universal (19 mar. 1938) . 6 Rubinstein, 1960, p. 123. 7 Ulam, 1969, p. 216.

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influido negativamente en las potencias occidentales en cuan

to a la conveniencia de establecer un convenio defensivo conjunto, en el que participar?a un ej?rcito purgado o un ej?rcito lleno de traidores, seg?n se creyese o no la versi?n oficial sovi?tica. Ahora bien, dada la creciente belicosidad germano-italiana, el camino tomado fue desastroso. Cuando las potencias occidentales quisieron llegar a un acuerdo con Mosc? ya era tarde. La Conferencia de Munich fue una concesi?n m?s a Hi tler. De momento, fue saludada en Europa con verdadero j?bilo. Con igual miop?a, la prensa independiente mexicana la consider? una derrota de la Uni?n Sovi?tica: El mundo entero respir? ayer al consolidarse la paz me

diante el pacto que suscribieron al terminar su conferencia los jefes de gobierno de las cuatro potencias europeas: Inglaterra, Francia, Alemania e Italia... Siendo un?nimes en el universo

civilizado los votos por el buen ?xito de la Conferencia de Munich, s?lo se escuch? una voz adversa y a la guerra propicia: la de Rusia... Tal Conferencia era una "monstruosidad", quiz?

porque Rusia no tomaba parte en ella.. .8

Exc?lsior, por su parte, cre?a en el pacifismo de los pa? ses fascistas, a los que atribu?a solamente intenciones de des truir el comunismo: Eliminando el comunismo del mapa occidental europeo, las democracias deben recordar a Mussolini sus palabras que en cerraban una promesa de paz: "El fascismo no es un art?culo

de exportaci?n..." 9

Es significativo que Exc?lsior hiciera tal afirmaci?n des pu?s de lo sucedido en Etiop?a y a un a?o y medio de inicia

da la guerra en Espa?a. Su anticomunismo no pod?a ser m?s obvio. Un lector no enterado de lo que estaba pasando 8 El Universal (19 oct. 1938) .

? Excelsior (25 oct. 1938).

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en Europa hubiera quedado no falto de informaci?n, sino algo peor: mal informado. ?Qu? ten?a que ver la eliminaci?n del comunismo con la Conferencia de Munich? Checoeslova

quia, el pa?s afectado, no era comunista en esa ?poca. Se trataba entonces de una campa?a de desinformaci?n bien planeada en la que al lector se le proporcionaba "un conjun

to de datos sacados de una realidad que se define como

ef?mera, transitoria, coyuntural... y no la contextura del hecho noticioso, vale decir, los elementos de juicio que le permitir?an internacionalizarlo en una l?nea de conocimiento activo".10 Si a las ideas expresadas en los editoriales se a?aden los escritos de ciertos colaboradores habituales de ambos peri? dicos, se tendr? una visi?n m?s exacta del grado a que lle gaba la desinformaci?n.11

Ya se ha mencionado la relaci?n entre el ataque a la

Uni?n Sovi?tica con la intenci?n de desacreditar a los socia

listas mexicanos. Para tal fin tambi?n se manipularon los sentimientos nacionalistas del lector, al subrayar la armo n?a, amenazada por los comunistas, que reinaban en el pa?s: M?xico... es una rep?blica en la que se hallan representa das todas las clases sociales, sin vicioso predominio, real o

ficticio, de ninguna..., rep?blica, en fin, sin falsa, antes bien ?o Mattelart, 1972, p. 47. il "Y urge que se diga a todos los vientos que la libertad de los

sudetinos no ha de tener eco meramente allende los mares, sino tam bi?n en este hemisferio... El triunfo de Hitler implica derrota podero s?sima para el poder sovi?tico. La urss ha quedado aislada a los confi

nes de Asia y en ella el comunismo..." Salazar Mallen, 1938a. Otro

de los adalides de Hitler en estos a?os fue el licenciado Rodolfo Reyes,

colaborador asiduo de El Universal: "Esa regi?n s?dete, la definitiva mente germ?nica... esta regi?n, repetimos, de un modo o de otro y sobre todo consumado en su parte principal el Anschluss, ha de buscar su uni?n ?tnica y fatal. S?lo Rusia, no por hacer; sino por no

dejar hacer a Europa, puede empujar a la bella y respetable naci?n

Checo-Bohemia a un choque armado para tratar de evitar lo inevitable, y ese intento bolchevique de encender nuevos motivos de disgregaci?n

occidental cristiana..." Reyes, 1938.

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con aut?ntica etiqueta de tal: etiqueta tricolor; no roja ni ne gra, ni rojinegra... El pueblo mexicano no ha sido nunca ni es comunista en raz?n de que repugna de esa tendencia que entra?a grosero despotismo, o, lo que es peor: el envilecimien

to humano hacia abajo.. ,12

Otra forma de anticomunismo era contraponer comunis mo y fascismo, cosa que llev? a Exc?lsior, en un per?odo de seis meses, a contradecirse abiertamente. Es interesante com parar dos textos pertinentes: Alemania vi?se al borde del abismo marxista, pero logra graron triunfar las fuerzas conservadoras, salvando al Reich del

caos, y, en cuanto a Italia, los primeros excesos de los revolu cionarios suscitaron la formidable reacci?n fascista, encabezada

por Mussolini, que en pocos a?os convirti? a la pen?nsula

meditarr?nea en uno de los pa?ses m?s florecientes, poderosos y trabajadores del mundo... .. .?1 movimiento sudetino no se hab?a manifestado con toda fuerza por falta de apoyo en la propia Alemania, todav?a mal trecha despu?s de la derrota de 1918; mas apenas pudo reha cerse, por obra de la energ?a tit?nica de Hi?er y de la incom

parable disciplina del pueblo alem?n, los oprimidos de Che coeslovaquia sintieron que pod?an contar con un protector po deros?simo y reclamaron su derecho.

La URSS, hip?crita y solapadamente, apoya a los checos porque se trata de una lucha contra los alemanes... [La poli tica de Chamberlain] m?s que rendici?n y acaparamiento [fue] heroico sacrificio hecho en aras de un bien inestimable.. .18

Y unos meses m?s tarde comentaba: ?1 comunismo sovi?tico y el fascismo de los estados tota litarios han levantado la bandera de la conquista, con un ansia incontenible de territorios... Las democracias no tienen m?s que

un solo deber: combatir la conquista, cualquiera que sea la 12 El Universal (27 oct. 1938). 18 El Universal (27 oct. 19S8).

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PASTORA RODR?GUEZ AVI?O?

f?rmula tras la que se ejerza. Ir a la guerra, si es preciso,

contra el fascismo o contra el comunismo, en defensa de su soberan?a como naciones libres y en apoyo de los principios fundamentales en que se han constituido.. M

Hay varios elementos que llaman la atenci?n en los dos textos. En el primero, se subraya que Italia es un pa?s "flo reciente, poderoso y trabajador", que la energ?a de Hitler es

"tit?nica" y la disciplina del alem?n "incomparable". ?A quien pod?an atraer esa clase de cualidades? Trabajo, disci

plina y prosperidad eran valores que, por razones m?ltiples, resultaban atractivos para la clase media y alta a las que se dirig?a el peri?dico. No en vano se acusaba constantemente

de los problemas de M?xico a la indisciplina, pereza y apa t?a de obreros y campesinos, as? como a la desorganizaci?n

y corrupci?n de los c?rculos gubernamentales. En el segundo texto ya no se alababa a los pa?ses fascistas, aunque el ataque se ve?a diluido por las cr?ticas paralelas a la Uni?n Sovi?tica. Por otra parte, lo que Exc?lsior denominaba seis meses antes "heroico sacrificio" se hab?a convertido en "ansia in

contenible de territorios", y lo que ayer se sacrificaba en

"aras de la paz" hab?a que hacerlo ahora en "aras de la

guerra". La l?nea del peri?dico con respecto a las potencias fascistas comenzaba a zigzaguear a medida que la agresi?n

alemana en Europa pasaba de las amenazas a los hechos y las cr?ticas de Washington y del gobierno mexicano hacia

lo que pasaba al otro lado del Atl?ntico se volv?an m?s

expl?citas. El siguiente paso en la campa?a anticomunista de Exc?l sior y El Universal se centr? en el pacto de no agresi?n ger

mano-sovi?tico y en la ruptura de hostilidades en Europa por causa de la invasi?n alemana a Polonia el primero de septiembre de 1939. Los dos peri?dicos pasaron por alto lo que ellos mismos hab?an defendido: el aislamiento en que Francia y Gran Breta?a hab?an dejado a la Uni?n Sovi?tica: 14 Excelsior (9 sep. 1938).

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LA PRENSA NACIONAL

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Durante a?os la propaganda sovi?tica ha gritado contra el fascismo. El fascismo era el enemigo. ?Todo contra el fascismo y los fascistas! Hab?a que triturarlos, liquidarlos y no cejar en la pugna hasta acabar con ellos... He aqu? los contrasentidos a que da lugar el pacto, y que habr? hecho abrir desmesura damente los ojos a nuestros comunistoides criollos. Contrasen tidos aparentes. Porque bien lo sabemos: bolchevismo y fas

cismo son hojas de la misma mata, e ingenuo el que crea que, en materia totalitaria, los totalitarismos no se entien

dan. . .16

Ya estallada la guerra los diarios independientes se?ala ban a la Uni?n Sovi?tica como la culpable del conflicto.16 Es un hecho que el pacto garantizaba a Hitler la tranquili dad en el frente del este, pero tambi?n era un elemento importante en sus c?lculos el que la invasi?n a Polonia no producir?a una gran reacci?n en las potencias occidentales, a pesar de la garant?a expl?cita de Gran Breta?a. Esta garan t?a no fue tomada muy en serio por los alemanes, dado el precedente de Checoeslovaquia, a cuyo gobierno Francia ha b?a dado garant?as. Hitler hab?a logrado all? un golpe maes tro: romper virtualmente las relaciones entre Gran Breta?a

y Francia, por un lado, y la Uni?n Sovi?tica, por el otro, y minar todo el sistema de seguridad franc?s en Europa oriental.17 En ese sentido, la aventura polaca no parec?a m?s arriesgada a los alemanes que la desmembraci?n checos lovaca. El Pacto era criticable desde muchos puntos de vista ?y 15 El Universal (24 ago. 1939).

i? "Lo que vino a romper el equilibrio fue una de las traiciones

m?s c?micas que registra la historia diplom?tica: la felon?a moscovita. Bast? el pacto germano-sovi?tico para que Alemania reafirmara sus pre tensiones sobre Danzig. Fueron suficientes unos cuantos d?as despu?s

de celebrado el pacto de Hitler con su dizque hasta ayer mortal ene migo, el anti-nazi, el anti-fascista Kan de Tartaria [Stalin], para que sin declaraci?n de guerra las tropas alemanas invadieran Polonia... ?A qui?n va a se?alarse como determinante de la guerra si no a Rusia?" El Universal (2 sep. 1939). it Rubinstein, 1960, p. 125.

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PASTORA RODR?GUEZ AVl?oA

tambi?n defendible en t?rminos del inter?s nacional sovi? tico? pero atribuirle el inicio de la guerra era ir demasiado

lejos. A partir de octubre de 1939 los ataques a la Uni?n So

vi?tica disminuyeron en la prensa independiente, la cual se

volc? en problemas nacionales: se comenzaban a preparar

las dif?ciles elecciones de 1940. El anticomunismo hacia el exterior ces?, pero en adelante los ataques se hicieron m?s virulentos en contra de los izquierdistas internos. Una de las principales acusaciones que se les hizo fue la de ser traidores

a la patria:

En el campo de la pol?tica nacional, agitado a causa de la campa?a democr?tica que se desenvuelve para la renovaci?n de los poderes federales, dos son los sucesos de actualidad: pri

mero la denuncia del Partido Comunista de M?xico de que

los directores de la oposici?n, en connivencia con jefes mili tares, con el senador norteamericano Mart?n Dies y con las compa??as petroleras, traman una conjura para derrocar al r? gimen del general C?rdenas y malograr las conquistas sociales de M?xico... Proviene de una especie de gente justificadamen te desprestigiada entre el pueblo de M?xico y en los dem?s pue blos del mundo. Resulta sospechoso el que nuestros comunis

tas ?una de tantas plagas que asuela a la humanidad? den el grito de ?alerta! de una rebeli?n que fraguan los reaccio

narios nada menos que en los d?as en que el se?or Dies, senador

por Texas, y el Bloque Nacional Obrero Anticomunista de

M?xico, los se?alan y los acusan de ser instrumentos, agentes

y c?mplices del gobierno de Mosc? para hacer estallar una revuelta en nuestro pa?s.i8

La t?nica del editorial resulta confusa. Como autorida des en contra de los comunistas mexicanos se citaba a un senador texano ?siendo Texas uno de los estados m?s con servadores y antimexicanos de la uni?n americana? quien encabezaba el Comit? Dies que denunci? sin base activida des subversivas en M?xico en contra de los Estados Unidos; is Excelsior (27 abr. 1940) .

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LA PRENSA NACIONAL

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y a un grupo mexicano que se autodenominaba "anticomu nista". Esta denuncia de Excelsior carec?a de bases objetivas,

y m?s en el momento en que se hizo. Tanto el Partido Co munista Mexicano como la ctm bajo Lombardo Toledana ?los dos grupos de izquierda m?s importantes? mostraban deseos de seguir colaborando con el gobierno y llegar a una conciliaci?n nacional, que iba a plasmarse en la pol?tica de "Unidad Nacional* ' de ?vila Camacho.

Sin embargo, los ataques a los comunistas mexicanos se volvieron m?s persistentes a medida que las elecciones se acercaban. El pretexto era, en cierto modo, f?cil de hallar: el Partido Comunista y, en menor grado, la ctm por media de El Popular siguieron una l?nea bastante err?tica frente al conflicto durante los primeros a?os de la guerra: primero, lucha antifascista (frentes populares), luego, neutralidad (la guerra era un conflicto interimperialista en el que los pue blos no deb?an participar), y, finalmente, lucha contra el fascismo (pol?tica de alianzas de todas las fuerzas democr? ticas) . Todos esos cambios crearon una gran desconfianza hacia los comunistas y socialistas y les impusieron, tempo ralmente, una gran inmovilidad. Era f?cil atacarlos, pues, en este rengl?n, como lo hizo la prensa independiente, a pesar de que ?sta hab?a mantenido igualmente una l?nea de cam* bios, eso s?, por razones diferentes. 2. Antinorteamericanismo y panamericanismo

El sentimiento antinorteamericano en M?xico es casi tan

antiguo como la vida independiente del pa?s. En 1938 el

nacionalismo antinorteamericano se hallaba exacerbado por la movilizaci?n ideol?gica hecha en torno a la expropiaci?n petrolera y las consiguientes presiones de Washington sobre el gobierno cardenista.

La idea que equilibraba los sentimientos hostiles a los

Estados Unidos era el panamericanismo. Ninguna otra ideo log?a, salvo el anticomunismo, fue tan manipulada por la

prensa mexicana en esos a?os. La prensa, de derecha e iz This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:15:46 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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PASTORA RODR?GUEZ AVI?O?

quierda, la utiliz? para explicar, justificar y aprobar todos los actos del gobierno en pol?tica internacional y, lo que es m?s, en pol?tica interna. En nombre del panamericanismo termin? por atacarse la huelga, la continuaci?n de la distri

buci?n agraria, la disensi?n interna, y todo aquello que

implicara cambio social. Cara al exterior fue uno de los ins trumentos de presi?n sobre Washington para llegar a un

acuerdo sobre los asuntos pendientes entre los dos pa?ses.

La actitud de la prensa independiente en contra de los Estados Unidos siempre tuvo un cariz menos virulento que en el caso del anticomunismo, excepto en ocasiones en que se

lleg? a decir que

Los Estados Unidos, sin proclamarla y sin organizar?a en sistema, profesan la misma filosof?a que la Uni?n Sovi?tica; se

han hundido en el m?s espeso materialismo... Los Estados Unidos y la urss son hermanos, aunque aqu?llos den la apa

riencia de ser la sede inexpugnable del capitalismo y la segunda trate de hacer creer que es la meca del socialismo.. .19

Esta cr?tica tan abierta pronto desapareci? de la prensa.

Una de las razones era que, tras la crisis de Munich, los

Estados Unidos comenzaron a planear la organizaci?n de una pol?tica de defensa continental. A mediados de noviembre de 1938 Roosevelt anunci? que los Estados Unidos necesitaban una gran fuerza a?rea para defender el continente americano,

norte y sur.20 La pol?tica continental adquir?a, a partir de ese momento, perfiles claros: la pol?tica del "Buen Vecino'' perd?a, ante la realidad mundial, su anterior sentido dema g?gico para convertirse en una necesidad militar. Esta nueva circunstancia se prestaba a que Washington ejerciera una

mayor presi?n sobre M?xico; pero tambi?n a que ?ste tu viese una capacidad de maniobra mayor al tratar de resol ver los asuntos pendientes. El problema m?s grave entre los dos pa?ses, a partir de 1938, fue la expropiaci?n petrolera. La decisi?n del gobierno is Salazar Mall?n, 1938b, p. 3. 20 Conn y Fairchild, 1960, p. 5.

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cardenista hab?a contado al respecto con el apoyo, casi un? nime, de la opini?n p?blica, incluido el de sectores anterior mente hostiles al gobierno, como la jerarqu?a cat?lica. Por esta raz?n, una intervenci?n muy directa de los Estados Uni dos pod?a hacer peligrar la colaboraci?n entre los dos pa?ses. Roosevelt mostr? una gran moderaci?n al no acceder a las presiones internas para que tomara una actitud m?s dura con M?xico. Una influencia favorable a la moderaci?n era

la del embajador norteamericano, Daniels. ?ste inform? a Roosevelt que el apoyo interno contra las compa??as era formidable: ning?n poder har?a dar marcha atr?s a C?rdenas,

cuya posici?n se hab?a vuelto m?s s?lida que nunca.21 Daniels tambi?n advirti? a Washington sobre el resurgimiento del nacionalismo mexicano e hizo hincapi? en que, si bien este sentimiento no era todav?a antinorteamericano, el gran re sentimiento en contra de las compa??as petroleras pod?a ser

transferido a los Estados Unidos en bloque en caso de que Washington adoptara una actitud partidaria en favor de aqu?llas.22 Los ?nicos grupos que hubieran podido apoyar un levantamiento interno eran gentes de extrema derecha, ca racterizados por una profunda xenofobia y simpat?as nazis. A esto se a?ad?a un cierto antisemitismo y un desd?n por la democracia.23 Dadas esas caracter?sticas y el momento his t?rico concreto, al gobierno norteamericano le conven?a m?s tratar de llegar a un arreglo con C?rdenas que recurrir a una intervenci?n armada con resultados imprevisibles.

Por otra parte, el boicot norteamericano en contra de M?xico produjo resultados contraproducentes, pues oblig? a C?rdenas a comerciar con los pa?ses del Eje. Este comercio resultaba doblemente negativo para los Estados Unidos. De un lado, por la p?rdida de un buen proveedor de materias primas y comprador de manufacturas; de otro, por la influen

cia potencial de los pa?ses del Eje en M?xico. Esto ?ltima 21 Meyer, 1972, p. 348. 22 Cronon, 1960, pp. 193-194.

23 Campbell, 1969, p. 2.

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produc?a inquietud incluso entre algunos altos oficiales del gobierno norteamericano, por ejemplo, el secretario del Te soro, Morgenthau, quien, a diferencia de los partidarios de la l?nea dura, como Cordell Hull, "hab?a llegado a la con clusi?n de que el gobierno democr?tico de C?rdenas deb?a ser apoyado en esa emergencia, para evitar que pidiera ayuda en otra parte".24 El peligro fascista fue desorbitado por la prensa nortea mericana, favorable a las empresas petroleras. Se mont? una

campa?a para mostrar que M?xico era un nido de esp?as

fascistas y comunistas. Finalmente, este argumento jug? en detrimento de las mismas empresas que hab?an estado inte resadas en propalarlo: el gobierno estadounidense vio la ne cesidad de llegar a un acuerdo con los elementos m?s mo derados del sector oficial mexicano que ofrec?an una mayor garant?a de apoyar la causa democr?tica en la guerra. ?Qu? dec?a mientras la prensa nacional? El Popular, como ya se se?al?, mantuvo una l?nea fluctuante; sin embargo, una vez estallada la guerra, fue el primero que llam? a cerrar filas con los Estados Unidos frente al expansionismo alem?n.

Esta posici?n reflejaba la creencia de que el aislamiento y neutralidad de M?xico era imposible. Exc?lsior y El Universal guardaron una actitud m?s cau ta. Todav?a en 1940 eran bien expl?citos en sus cr?ticas a los

Estados Unidos.25 La campa?a antimexicana en la prensa 24 Cronon, 1960, p. 176. 25 "?Y qu? es eso del panamericanismo? Sus profetas y sus augures

nos dicen que es el ideal sublime de Am?rica, buscando f?rmulas de entendimiento, de comprensi?n, de paz... El panamericanismo surgi? hecho carne y hueso en la mente del secretario de Estado, Mr. Blaine, ?despu?s de haber sido ideado por otros, porque los Estados Unidos tie

nen habilidad para industrializar ideas..." Exc?lsior (13 abr. 1940).

Pocos d?as despu?s, insist?a: "Para la mayor parte de los pueblos pana mericanos la idea del panamericanismo ha sido poco simp?tica. Porque detr?s de ella ha parecido emboscarse la tendencia de los Estados Uni

dos de ejercer, so capa de amistad y solidaridad internacional, una -especie de patrocinio o protectorado de los pa?ses continentales." Ex

t?lsior (17 abr. 1940).

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LA PRENSA NACIONAL

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estadounidense no era ajena a la creciente irritaci?n en M? xico, donde exist?an opositores a la pol?tica interamericana.

Esa campa?a ven?a a a?adir argumentos a aquellos a quie

nes la prensa se esforzaba en presentar una imagen distinta de la pol?tica norteamericana hacia Am?rica Latina. En la primavera de 1940 la campa?a propagand?stica an timexicana alcanz? l?mites insospechados. La facilidad con

que los alemanes hab?an ocupado casi toda Europa caus?

gran temor y una ola de reacciones irracionales en la opini?n p?blica norteamericana. Mucha gente parec?a creer que los alemanes eran invencibles. Los alarmistas no cre?an, de he cho, que el problema inmediato de Am?rica fuera una acci?n militar alemana. La amenaza real ser?a, m?s bien, la quinta columna, tan exitosa en los Pa?ses Bajos y en Noruega. Las estimaciones de la quinta columna en M?xico eran muy exa geradas. Pocos datos apoyaban esta amenaza; sin embargo, a fines de mayo de 1940 aparecieron una serie de historias y rumores totalmente disparatados en la prensa estadouniden se.26 En esta etapa de paroxismo se produjo un incidente ampliamente criticado en la prensa mexicana. El senador texano Mart?n Dies sugiri? la conveniencia de una eventual intervenci?n en M?xico dada la incapacidad o renuencia del gobierno de C?rdenas para reprimir a los grupos fascistas

que actuaban en el pa?s y que preparaban, seg?n ?l, un ataque a los Estados Unidos desde M?xico. La acusaci?n

era de todo punto falsa y la duda sobre la competencia He M?xico para controlar actividades subversivas en el pa?s no pod?a sino crear un nuevo resentimiento. El tono de El Uni versal al comentar el incidente as? lo indicaba:

Mr. Mart?n Diez declar? que solicitar? ayuda al Departa

mento de Estado para descubrir un complot nazicomunista que, seg?n ?l, se trama en M?xico... Se propone Dies obtener del secretario Mr. Hull que pida al gobierno mexicano "informa

ci?n detallada" sobre las personas que han entrado al pa?s

en los ?ltimos meses. Esas personas ?afirm?? quieren levantar se Stegmaier, 1970, p. 72.

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PASTORA RODR?GUEZ AVI?O?

una fuerza al otro lado de los Estados Unidos, como amenaza

para el caso de que entremos en guerra... Es posible ?in

sisti?? que la Doctrina Monroe tenga que ser revisada, y es tambi?n probable que tengamos que informar al mundo que los Estados Unidos no tolerar?n tales proyectos de penetra ci?n... Pero admitir la posibilidad de complot a que se refiere el representante texano no es ni darlo por existente bajo la sola palabra de ?ste, ni aceptar que los Estados Unidos tengan el derecho de exigir cuentas a M?xico... A poco que M?xico

se descuidara se encontrar?a con un gobierno "pelele", no

precisamente movido a trav?s del Atl?ntico por los compadres de Hitler y Stalin sino desde mucho m?s cerca.. .27

Exc?lsior se mostr? m?s conciliador que El Universal y enarbol? la bandera del panamericanismo para que se lle gara a un acuerdo que sirviera de base a una colaboraci?n estrecha.28 La pol?tica de la prensa independiente, como pue de observarse, no segu?a una l?nea definida con respecto a los Estados Unidos. Por un lado, se enfrentaban a la reali dad de la guerra que impon?a una colaboraci?n estrecha con el pa?s vecino; por el otro, cierta prepotencia para inmiscuir se en los asuntos internos de M?xico, as? como el todav?a irresuelto problema petrolero, pon?an trabas a esa colabo raci?n, que se presentaba m?s como imposici?n que acuerdo

bilateral. Si la cr?tica de la prensa a los Estados Unidos era, a veces, coyuntural, hab?a individuos y grupos que guardaban

una desconfianza constante hacia los Estados Unidos y la pol?tica panamericana, evocando viejos rencores. V?ase este

ejemplo:

Frente a esta tendencia l?gica y natural que es el hispano americanismo, se ha levantado el panamericanismo. El panamc 27 El Universal (17 abr. 1940) . 28 "Entre los Estados Unidos y M?xico hay en estos momentos un estado de cosas propicio para que los primeros demuestren hasta qu?

punto consideran legal el que un pueblo peque?o proceda dentro del derecho, lo mismo nacional que internacional, a tomar medidas que corresponden a su soberan?a..." Exc?lsior (18 abr. 1940).

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ricanismo: invenci?n yanqui para contrarrestar, remedar y fi

nalmente suplantar el hispanoamericanismo. A pesar de las buenas palabras, el "buen vecino" ni confiesa su culpa ni promete enmienda. Y al propio tiempo, con nombre de panamericanismo, nos brinda una amistosa y cordial?sima alianza. Pero ?contra qui?n

nos aliamos? Nuestros agresores no est?n en Europa ni en

ninguna otra parte. Est?n exclusivamente aqu? en Am?rica.29

Las ideas de Junco en el texto anterior eran compartidas por amplios sectores de la derecha tradicional mexicana, no necesariamente fascista. Esta derecha ve?a con malos ojos la creciente influencia anglosajona (y protestante) en M?xico; y fue la que conserv? un distanciamiento mayor hacia los

Estados Unidos, y la que, aun despu?s de la entrada de M?xico en la contienda, cuestionaba la oportunidad y pru dencia de tal acci?n. A principios de 1941 se volv?a cada vez m?s clara la creen

cia de que la ayuda de los Estados Unidos a Gran Breta?a

terminar?a por llevar a aqu?llos a un enfrentamiento con el Eje. Los sucesivos hundimientos de barcos norteamericanos por los alemanes, ampliamente difundidos en la prensa me

xicana, ir?an preparando el camino que llevar?a a M?xico a tomar, a su vez, una serie de medidas que rompieran la neutralidad: La pol?tica de amplia y efectiva ayuda de los Estados Uni dos a Inglaterra y a los pa?ses que luchan por la democracia y la libertad, es de presumir que tenga por resultado la en trada de nuestro poderoso vecino en la contienda. In?til es enga?arse forj?ndonos ilusiones tocante a que la presente guerra lo es tan s?lo de intereses entre naciones ahora

beligerantes. Ocioso es suponer que por el hecho de la neu

tralidad, aun firme y cuidadosamente observada, pueblo alguno podr? mantenerse junto al incendio sin quemarse.8** 29 Junco, 1940, p. 3.

30 El Universal (15 ene. 1941).

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PASTORA RODR?GUEZ AVI?O?

Un paso m?s adelante fue ?ste: Para suerte de M?xico y de las rep?blicas hermanas del

continente, la aspiraci?n pol?tica y moral de pleno respeto a

los derechos del hombre y de la sociedad es el m?s fuerte

postulado, la v?rtebra de todo el hemisferio, que en estos a?os

hist?ricos une a veinti?n pueblos en el firme prop?sito de

prestarse ayuda mutua... Al expresar nuestro pa?s por boca de su canciller que "toda agresi?n en cualquier pa?s panamericano, M?xico la considerar? como una agresi?n a M?xico", agregando que "no puede entenderse de otra manera la solidaridad conti nental". . .si

El tono de los textos anteriores no puede ser m?s expl? cito. Refleja el viraje total de la pol?tica neutral de M?xico.

En el mes de abril de ese mismo a?o se produjo el primer enfrentamiento serio con los pa?ses del Eje y, a partir de entonces, hasta la entrada de M?xico en la guerra, ?ste sigui?

casi todos los pasos, en pol?tica exterior, de los Estados

Unidos.

?. Fascismo En este rubro se incluyen varios sub temas: ideas fascistas,

racismo, xenofobia, relaciones germano-mexicanas, propagan da nazi, y toda una serie de categor?as que, como en el caso del anticomunismo, aparec?an entremezcladas en la prensa. En general, los editoriales no defend?an las ideas m?s clara mente fascistas (entendiendo por esto la defensa de un cuer

po de cfoctrina), sino que esa defensa se dejaba en manos de ciertos colaboradores. El primer acontecimiento en el que pudo observarse la

simpat?a hacia Alemania por parte de la prensa independien te fue la invasi?n de Austria por tropas del Tercer Reich. Exc?lsior y El Universal guardaron un silencio significativo en sus editoriales, significativo porque no pod?an ignorar 31 El Nacional (16 ene. 1941).

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la trascendencia del hecho, ni que el gobierno de C?rdenas

hab?a protestado en la Liga de Naciones por la interven

ci?n. Empero, dos art?culos comentaron el hecho en t?rmi nos elogiosos para los invasores: Propiamente no ha habido en la anexi?n de Austria a

Alemania ninguna invasi?n agresiva por parte de esta ?ltima, ninguna conquista violenta, sino una simple resoluci?n del

pueblo de la primera... Tan natural e incontrovertible apa rece la que pudi?ramos llamar "etnopol?tica", que las poten cias extranjeras no se han atrevido a formular protestas mayo res sobre el suceso.. ,82 El ex-canciller Schuschnigg hac?a los postreros esfuerzos

hace apenas unos cuantos d?as para continuar oponi?ndose a lo inevitable ?la uni?n de dos pueblos alemanes, Austria y

Alemania, reclamada desde hace veinte a?os casi un?nime mente. La oposici?n a este acto de propia determinaci?n estaba sostenida dentro de Austria por los jud?os ?178 000 s?lo en

Viena? que dominaban su vida econ?mica y con gran in

fluencia pol?tica en el gobierno, y por los pocos lacayos de los grandes poderes aliados.. ,88

Las dos apolog?as de la invasi?n alemana se hac?an en base a argumentos raciales. En el segundo texto, se cargaba adem?s sobre los jud?os lo que era oposici?n de una parte sustancial de la poblaci?n austr?aca. Lo interesante de esta postura, en lo que respecta a M?

xico, es que iba acompa?ada de una campa?a antisemita

interna. El inicio de esa campa?a en la prensa independien te coincid?a con la invasi?n de Austria, y, so pretexto de ata car a los comunistas, se dec?a: Sabido es que el antisemitismo crece todos los d?as en M?xico. El pueblo ve que los jud?os gangrenan la econom?a nacional, que la penetran y la absorben implacablemente, mientras los nacionales son despose?dos y arrojados a la mi 82 S?nchez Azcona, 1938, p. 3.

83 ZubarAn Capmany, 1938, p. 3.

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PASTORA RODR?GUEZ AVI?O?

seria; el pueblo ve que los fundamentos de la nacionalidad son luidos por la influencia jud?a, y el pueblo odia a los ju

d?os. . .84

Es innegable que en M?xico exist?an prejuicios en contra de los jud?os, producto de una larga tradici?n que se remonta a la ?poca de la colonia. Pero lo que, en modo alguno, pare c?a ser cierto es que "el pueblo odia [ba] a los jud?os". Este tipo de asertos prueba que el antisemitismo mexicano ten?a mucho de mim?tico: repet?a los mismos lugares comunes en

boga en Alemania. El argumento de que gangrenaban la

econom?a, desplazando a los nacionales, pod?a, en todo caso, referirse tambi?n a otros grupos extranjeros: franceses, espa ?oles, norteamericanos, e incluso alemanes, todos ellos bien colocados en todas las ramas de la econom?a del pa?s. ?Por

qu? se atacaba, entonces, s?lo a los jud?os? Todo parece apuntar a una campa?a propagand?stica dirigida por la em

bajada alemana, dado que la influencia alemana floreci? especialmente en el campo de la propaganda. Un hombre

muy capaz, Arthur Dietrich, dirig?a esta actividad desde su puesto de agregado de prensa en la embajada. Su tarea se ve?a facilitada por el hecho de que muchos peri?dicos mexicanos estaban dispuestos a imprimir propaganda nazi si el material iba acompa?ado de un subsidio adecuado.35

A lo largo del mes de julio de 1938 la prensa indepen

diente se vio inundada de una serie de noticias y comenta

rios que respond?an a una campa?a bien planeada: La Asociaci?n Nacional de los Estados Unidos Mexicanos se ha dirigido al Sr. Presidente de la Rep?blica^ en relaci?n con el asunto de los inmigrantes jud?os que pretenden refu giarse en nuestro pa?s, ya que hay el peligro de que entren elementos extranjeros indeseables que s?lo vendr?an a despla zar a los mexicanos en todas las actividades de la vida nacio nal. Suplica la Asociaci?n al primer magistrado que se evite 84 Salazar Mall?n, 1938b, p. 3.

35 Stegmaier, 1970, p. 111.

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esta nueva invasi?n de extranjeros, especialmente jud?os.. .86

Desde hace a?os, m?s de diez, est?n llegando a M?xico

extranjeros que faltan a la promesa de trabajar en los cultivos agr?colas, dedic?ndose al comercio y ciertas industrias siempre en perjuicio de los nacionales... En 1928 se foment? la inmi graci?n israelita y el comunismo.87

El antisemitismo, aparte de los prejuicios tradicionales, ten?a ahora su origen en el temor que sent?an algunos grupos

de comerciantes e industriales del pa?s por la competencia cada vez mayor por parte de grupos jud?os que hab?an co menzado a radicarse en M?xico a partir de los a?os veinte. Los grupos mexicanos a los que se alude se sent?an amena zados por el poder creciente del proletariado urbano, apo

yado por C?rdenas y por la nueva competencia de los ex tranjeros. Esos grupos fueron los primeros en apoyar a las

organizaciones de ultraderecha que surgieron en los a?os treinta. Por ejemplo, el apoyo inicial a los Dorados ?uno de los grupos de ultraderecha que surgieron en los trein

tas? provino de los fabricantes y comerciantes de tejidos franceses que eran muy numerosos en las principales ciu dades de M?xico. ?stos comenzaron a sentir la competencia

de los peque?os almacenes de tejidos que montaban los jud?os. A medida que la organizaci?n de los Dorados fue

creciendo, en 1934-1935, negocios muy importantes comen zaron a contribuir a su mantenimiento.38 Era muy f?cil in filtrar un profundo antisemitismo en este tipo de organiza ciones, dado que eran muy nacionalistas y, por la influencia fascista en su ideolog?a, anticomunistas y antisemitas.

No toda la prensa se hac?a eco de este tipo de propa ganda. El Nacional y El Popular la denunciaron y comba

tieron en la medida de sus posibilidades. Fue significativa la actitud adoptada por la revista Hoy, de corte liberal, que denunci? el trasfondo de toda la campa?a antisemita: 86 El Universal (18 jul. 1938). 87 Excelsior (18 jul. 1938). 88 Campbell, 1969, pp. 140-141.

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PASTORA RODR?GUEZ AVI?O?

Ataques contra jud?os.?Mas, si en el fondo, los ataques van enderezados contra el p.c. de M?xico, es notorio que se acent?e en estos momentos la compa?a de las derechas contra los jud?os. El senador Rodolfo T. Loaiza atac? a los jud?os en el Senado. Santos Valle y otros redactores de los voceros m?s conocidos de la derecha hacen lo mismo; involucrando la campa?a contra los comunistas. Esta actitud reanima una campa?a nacional de las derechas contra una colonia extranjera que debe su persistencia y sus ?xitos a su esp?ritu de organizaci?n y a una secular experiencia en mantenerse alerta en un mundo cristiano hostil. Se reprodu

ce de nuevo en M?xico la vieja campa?a del nazismo alem?n contra lo que llaman judaismo internacional.. ,89

En septiembre de 1938 se produjo la segunda gran crisis

europea: el Acuerdo de Munich, que fue se?alado por la

prensa independiente como un acto positivo en favor de la

paz, recalcando el aislamiento de la Uni?n Sovi?tica, que hab?a sido excluida de las negociaciones: El acuerdo de Munich fue un golpe contra la Rusia roja.40 Hace much?simos a?os que no se dejaba sentir en Europa un ambiente de cordialidad como el que ha creado el convenio de Munich. El 30 de septiembre de 1939 una gran luz de concordia disip? las sombras que envolv?an a la humanidad como un sudario. ?Qu? lecci?n para los que han sostenido que la ?nica salida a la ca?tica situaci?n era la guerra entre de m?cratas y fascistas! **

Un hecho se deduce de la l?nea ideol?gica que mues

tran los dos textos: cualquier precio era bajo si se lograba aislar a la Uni?n Sovi?tica. No era el fascismo como pensa miento pol?tico lo que se estaba defendiendo, sino su hos tilidad al comunismo, aunado a una admiraci?n por la dis ciplina y nacionalismo de los reg?menes fascistas. Esto puede 39 Romero, 1938, p. 54.

40 El Universal (19 oct. 1938). 41 Exc?lsior (8 oct. 1938).

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verse con mayor claridad en ciertas declaraciones de perso najes tan notables como Soto y Gama, quien en un art?culo denominado "La maltrecha doctrina del materialismo his t?rico" afirmaba: Mi oposici?n ideol?gica al fascismo y a los fascistas no obsta para que yo pueda inclinarme, como de hecho me

inclino, ante la voluntad formidable y ante el talento excep cional de los dos m?ximos representantes de las tendencias to talitarias: Mussolini y Hitler.42

O este otro ejemplo: No somos hitleristas, porque somos amigos de la libertad,

pero reconocemos que el caudillo alem?n ha llevado a cabo

grandes obras, que representan esfuerzos admirables y tit? nicos.48

De lo anterior se desprende que en el pensamiento me

xicano simpatizante del fascismo hab?a mucho de admiraci?n por el hombre fuerte. Hitler y Mussolini se ve?an, desde la

distancia de M?xico, como los luchadores de naciones "pe que?as" en contra de las potencias coloniales tradicionales: Gran Breta?a, Francia y, ?ltimamente, los Estados Unidos. En marzo de 1939 se produjo la desmembraci?n de Che coeslovaquia. Casi toda la prensa independiente se limit? a dar una informaci?n t?ctica de los acontecimientos. El Na

cional y El Popular s? protestaron por lo que pasaba en

Europa:

La pol?tica de claudicaciones de las democracias occiden

tales, lejos de afianzar la paz, alienta la guerra. Y es en vano que Chamberlain y Daladier hayan sacrificado a dos pueblos

para apaciguar las furias del imperialismo totalitario... En

Munich se entreg? Checoeslovaquia a la voracidad nazi, como antes se hiciera con Austria. Para consumar este atropello se invoc? razones de raza.44 42 El Universal (19 oct. 1938). 43 Excelsior (25 oct. 1938). 44 El Nacional (13 mar. 1939).

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PASTORA RODR?GUEZ AVI?O?

Las tropas de Hitler han invadido Checoeslovaquia, ani quilando a esta rep?blica como estado independiente... Ale

mania ha incrementado, a costa del pueblo checo, sus fuerzas

de agresi?n, lo cual entra?a una agudizaci?n de la amenaza contra la paz mundial.45

A partir de septiembre de 1939 la prensa independiente comenz? a hacer una cr?tica m?s abierta a Alemania, aun que segu?an predominando los ataques a los sovi?ticos. En El Universal las diatribas se hab?an vuelto tan vehementes que resultaban racistas, al subrayar en tono peyorativo el car?cter asi?tico de la Uni?n Sovi?tica.46 Como ya se se?al?, en la primavera de 1940 surgieron en la prensa y sociedad norteamericanas rumores sobre las ac tividades subversivas de los agentes del Eje en M?xico. Estos

rumores eran demasiado alarmistas y exagerados, aunque

hab?a un cierto elemento de verdad en ellos pues, de hecho,

"en el ej?rcito mexicano se hab?a distribuido propaganda antinorteamericana y pronazi",47 aparte de que se suced?an continuos enfrentamientos entre grupos de izquierda y fas

cistas. Estos ?ltimos llevaban al frente a gente como "el

general Francisco Coss, el coronel Bernardino Mena Brito,

Luis del Toro y Adolfo Le?n Osorio..., los cabecillas del

movimiento fascista mexicano durante a?os. . ."48

45 El Popular (16 mar. 1939). 46 "Podr? tener todo el car?cter 'proletario* que se quiera el atentar contra la independencia de un pa?s. Podr? ser todo lo anti

imperialista y antifascista que se quiera el asociarse con el fascismo en una guerra de conquista. Pero esto, trat?ndose de los asi?ticos de

Mosc? es muy natural..." El Universal (8 sep. 1939) . (Cursiva nues

tra) . Es curiosa la terminolog?a empleada para referirse a los sovi?ticos:

asi?ticos. No es la primera vez que la prensa independiente subraya

esa calidad extra-europea para referirse a la urss. A Stalin se le deno minaba a menudo "Kan de Tartaria". La terminolog?a parec?a indicar un intento deliberado de identificar "comunismo" con ideas "no occi

dentales", traslad?ndolo a Asia. Es decir, el comunismo es una ideo log?a tan esot?rica que s?lo arraiga en pa?ses alejados de aquellos con tradici?n cristiana occidental de que M?xico forma parte. 47 Stegmaier, 1970, p. 11. 48 Kirk, 1942, pp. 59-60.

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Las protestas norteamericanas en contra de las activida des de los fascistas surtieron efecto. El gobierno mexicano se dio cuenta de que tendr?a que tomar alguna medida al respecto si quer?a detener la campa?a antimexicana en la prensa estadounidense, y as?, "el 11 de junio de 1940, el se cretario de Gobernaci?n llam? a los editores y gerentes de los

peri?dicos de la ciudad de M?xico. Les comunic? que la

pol?tica exterior oficial del gobierno mexicano era de sim pat?a a los Estados Unidos. Les pidi? su colaboraci?n en el fomento de relaciones amistosas entre los dos pa?ses. El mismo

d?a, el general Hay inform? al ministro alem?n, bar?n Von Rudt, que Arthur Dietrich (el encargo de propaganda) era persona non grata y deber?a abandonar el pa?s".49

Con esa determinaci?n oficial se daba un paso firme en la represi?n de la propaganda fascista en M?xico. Sin embargo, tendr?a que pasar casi un a?o para que las rela ciones germano-mexicanas sufrieran un deterioro real.

II. De la neutralidad al estado de guerra: Abril 1941 - mayo 1942 Durante el primer a?o de gobierno de ?vila Camacho M?xico se inclin? decididamente por una alianza con los Estados Unidos. El modo como se fue gestando esa alianza es el tema de esta segunda parte.

El acercamiento a los Estados Unidos corr?a paralelo a una serie de acontecimientos que fueron deteriorando las relaciones del Eje y M?xico. Lo primero que se?al? el viraje definitivo ?abandono de una estricta neutralidad, ya en el terreno de los hechos? fue la incautaci?n de los barcos del Eje. La incautaci?n coincid?a con la decisi?n norteamericana de apoderarse de los barcos del Eje que se hallaban en sus puertos. El segundo incidente que empeor? las relaciones con Alemania fueron las "listas negras". ?stas hab?an sido 49 Stegmaier, 1970, p. 113.

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PASTORA RODR?GUEZ AVI?O?

elaboradas por los gobiernos brit?nico y norteamericano y conten?an nombres de individuos y empresas mexicanas que, seg?n las notas enviadas por Washington y Londres, ser?an boicoteadas con el pretexto de que eran propiedad de agentes nazis o simpatizantes del nazismo. El gobierno de M?xico no protest? por tal decisi?n, lo que cre? un nuevo incidente

diplom?tico con Alemania, dado que muchas firmas eran

propiedad de subditos alemanes o de personas de ese origen. A partir de este segundo incidente las relaciones germano mexicanas sufrieron un r?pido deterioro hasta llegar al es

tado de guerra, y paralelamente se produjo una alianza

estrecha con los Estados Unidos sin parang?n en las relacio nes diplom?ticas entre los dos pa?ses.

1. La incautaci?n de los barcos del Eje El primero de abril de 1941 tropas federales mexicanas

ocuparon nueve barcos italianos y uno alem?n que se ha b?an refugiado en M?xico al inicio de la guerra. Uno de los barcos, el Atlas, fue hundido por ?rdenes de su capit?n.

El hundimiento fue se?alado por la prensa ?ci??ndose a la versi?n oficial? como prueba de los intentos de sabotaje de los pa?ses del Eje en M?xico.50 Sabotaje m?ltiple, pues ese mismo d?a se informaba que hab?an ocurrido incendios y hundimientos de barcos del Eje en varios pa?ses latino americanos. Es dif?cil probar si, efectivamente, exist?a un plan de sabotaje a nivel continental, aunque todo indica que en 1940 y 1941 Alemania no ten?a planes concretos de atacar parte alguna del hemisferio occidental. De hecho, el objetivo b?sico de la pol?tica alemana hacia los Estados Uni dos, hasta Pearl Harbor, fue mantener a ?stos al margen de una participaci?n directa en la guerra.51 Y esa neutralidad ?O ".. JEn virtud de que la Secretar?a de Marina tuvo aviso de que era posible que se cometieran actos de sabotaje en las embarcaciones

extranjeras refugiadas en puertos mexicanos, la propia dependencia

del ejecutivo orden? ayer lunes enviar personal de Marina... a fin de evitar dichos actos'*. Exc?lsior (2 abr. 1941). 51 Conn y Fairchild, 1960, p. 68.

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norteamericana s?lo se pod?a lograr absteni?ndose de inter venir en Am?rica Latina. Los hundimientos pueden haber sido provocados, en ese caso, por la decisi?n de algunos go biernos de tomar los barcos bajo custodia. La incautaci?n*

en cualquier caso, segu?a muy de cerca el ejemplo de los Estados Unidos.52 La coincidencia de la incautaci?n (sugerencia o imposi ci?n norteamericana, como desee interpretarse) fue motivo

de ?speras cr?ticas en Alemania e Italia, como puede infe rirse de la respuesta de El Nacional, en la que se alegaba la absoluta independencia de M?xico: De alg?n lugar de la vieja Europa surgi? una desautorizada opini?n que expresa que el paso de M?xico... dando seguridad y protecci?n a los barcos refugiados demostraba la "impotencia

de su pol?tica aut?noma..."

Las disposiciones del gobierno de la rep?blica correspondie ron exclusivamente al deseo de impedir la ejecuci?n de acto?

ilegales que de ning?n modo pod?an ser tolerados por M? xico.1?

En la prensa diaria no se halla una sola voz en desacuer do: se acept? y defendi? la versi?n oficial de los hechos.54 El Popular dej? traslucir lo que parec?a ser, al menos en parte, los motivos reales de la incautaci?n al justificarla en t?rmi nos econ?micos: los pa?ses neutrales se ve?an perjudicados por la guerra y deb?an tener alguna compensaci?n.55 52 "Las autoridades americanas ocuparon treinta barcos del Eje. Se encontraban anclados en 17 puertos de la Uni?n... La ocupaci?a tuvo por objeto evitar actos de sabotaje..." El Universal (31 mar.. 1941). 53 Exc?lsior (2 abr. 1941).

54 "La argumentaci?n legal en que se sustenta el gobierno de M? xico, su rechazo a las propuestas germano-italianas, es irreprochable. El derecho internacional reconoce la obligaci?n en que est?n los navios mercantes extranjeros de someterse a la jurisdicci?n del estado en cuya? aguas territoriales se encuentran... Es decir, no gozan los buques mer cantes del privilegio de extraterritorialidad que disfrutan los de gue

rra". El Universal (9 abr. 1941). 55 El Popular (1<? abr. 1941).

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PASTORA RODR?GUEZ AVI?O?

A pesar del consenso, a ning?n diario se le escapaban las implicaciones de la acci?n. De ah? que pasaran varios meses tranquilizando a la opini?n p?blica en base a las buenas re

laciones con los Estados Unidos. El mismo dos de abril la prensa anunci? la firma de un convenio entre M?xico y los Estados Unidos sobre el empleo rec?proco de las bases a?reas

de los dos pa?ses. De hecho se trataba de un jpermiso de

M?xico para que los norteamericanos utilizaran los aeropuer tos mexicanos, puesto que M?xico no contaba con una fuer za a?rea significativa. En el campo de la defensa hemisf?rica

M?xico jug?, a partir de ese momento, un doble papel:

proporcion? a los Estados Unidos las facilidades aeroportua rias que permitir?an el movimiento de aviones militares nor teamericanos a Panam?, y prest? las bases navales que facili tar?an las operaciones de la flota norteamericana en el Pa

c?fico en defensa del Canal de Panam?... El acuerdo de los vuelos fue el gran logro (norteamericano) de 1941.56 A partir de entonces el panamericanismo se volvi?, m?s que nunca, la piedra de toque de la propaganda en favor de los Estados Unidos y de la alianza con ellos. "Ninguna na ci?n de Am?rica ?afirmaba El Nacional? puede aceptar in tromisiones ni planes que signifiquen absurdas doctrinas ra ciales y estramb?ticos planes de dominaci?n".57 Esta clase de argumento era problem?tico: dif?cilmente se pod?a criticar a

Alemania, en base al racismo, si no se estaba dispuesto a

hacer lo mismo respecto a los Estados Unidos. Cierto que en ?stos ?ltimos, el racismo no ten?a el car?cter oficial ni la virulencia que hab?a alcanzado en Alemania. Pero, en cam bio, era m?s inmediato y tangible para los mexicanos. La prensa, en conjunto, se adelant? a cualquier cr?tica en este sentido e inform? sobre las medidas que se estaban tomando en el pa?s vecino al respecto: En nuestro pa?s ser?, sin duda, bien acogida la informa ci?n que publicamos en primera p?gina y que da cuenta de ?? Conn y Fairchild, 1960, p. 344. 57 El Nacional (23 abr. 1941) .

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LA PRENSA NACIONAL

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una iniciativa presentada a la legislatura del Estado de Te

xas. .. para evitar por medio de sanciones en?rgicas los actos* injuriosos de.discriminaci?n racial que todav?a se registran...58

A lo largo del mes de mayo la prensa se hizo eco de las? declaraciones procedentes de Washington sobre la guerra. En ellas se notaba la creciente belicosidad norteamericana debida a que, por estas fechas, los intereses comerciales de los Esta dos Unidos se ve?an ya seriamente afectados por la dificultad

de navegaci?n. La guerra, finalmente no era s?lo un pro blema europeo. 2. La prensa mexicana y el conflicto germano-sovi?tico

El 22 de junio de 1941 la prensa informaba a toda plana

que Alemania se hab?a lanzado contra la Uni?n Sovi?tica. De nuevo, la prensa nacional se hallaba dividida respecto a este acontecimiento. Los peri?dicos independientes mostraron

alegr?a o alivio por el ataque germano, haciendo hincapi? en los triunfos alemanes y su r?pido avance en territorio sovi?tico. El Universal presentaba el asunto como la soluci?n a todos los problemas del mundo, sin detenerse a analizar la complejidad de las razones ?ltimas de la guerra: Cualquiera que fuera el resultado de la actual contienda,, una Rusia fuerte, cautelosa, bien preparada, mal?simamente in tencionada, que hubiera salido intacta de la guerra... hubiese

sido un inmenso peligro... No hay que olvidar que de la

madriguera bolchevique arranc? el virus corruptor que hoy

asuela a la humanidad...

.. .Una gran fortuna, un espl?ndido regalo para la humanidad,

es esta guerra germano-rusa... En la guerra que ahora ?nti

mamente desgarra el totalitarismo acaso est? la salvaci?n de la humanidad. Consiste nuestra esperanza en que esas fieras se aniquilen.59

En la realidad mexicana, la Uni?n Sovi?tica volv?a a ser 58 El Universal (23 abr. 1941) .

59 El Universal (25 jun. 1941).

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PASTORA RODR?GUEZ AVINO?

vir de pretexto para atacar a la izquierda nacional a la que se acusaba de quinta columna: ?Pueden los reg?menes democr?ticos subsistir en el mundo abrigando alacranes en su seno?; esto es, ?ha de serles l?cito a los peores enemigos de la dignidad humana, a los comunistas y a los nazifascistas, seguir corrompiendo las conciencias y quebrantando las fuerzas morales de los pueblos libres...? La posici?n de furibundo nacionalismo de los comunistas de M? xico no es, con todo, sino una resulta de lo que llaman "t?c

tica de lucha"... Hacen alarde de patriotismo pero no enga ?an a nadie.. .<*>

El Popular, por su parte, dej? entrever un cierto alivio ante el conflicto germano-sovi?tico. Su posici?n, dada la amis

tad de M?xico con el bando aliado, se volv?a m?s f?cil si la Uni?n Sovi?tica estaba en el lado de las democracias. No

se pretende afirmar que Mosc? dictara ?rdenes a El Popular, sino que ?ste, por simpat?a ideol?gica, defend?a casi siempre la pol?tica sovi?tica. La amistad germano-sovi?tica le hab?a

orillado al silencio. La apertura de hostilidades entre Ale mania y la Uni?n Sovi?tica le serv?a para demostrar que no hab?a existido colusi?n de los sovi?ticos con los nazis, sino que el tratado hab?a sido una tregua que permiti? a los ?lti mos fortalecerse internamente.61 El argumento del diario de la CTM se prestaba a que se le acusara de defender los inte Teses que hab?an prevalecido por encima del internacionalis

mo que hab?an preconizado hasta entonces. Este realismo pol?tico no era nuevo; se pod?a apreciar "a lo largo de todo el per?odo sovi?tico, que muestra a un r?gimen capaz, en la mayor?a de los casos, de distinguir entre propaganda y poli

60 Excelsior (6 jun. 1941). ?i "La gran falsificaci?n hist?rica seg?n la cual el pacto de no

agresi?n entre Alemania y la Uni?n Sovi?tica supon?a en la pr?ctica la alianza pol?tica y militar entre el hitlerismo y el pa?s sovi?tico se ha derrumbado estrepitosamente... Sostuvimos siempre que era incorrecto interpretar la conducta de la urss como una conducta de complicidad

con el fascismo y el imperialismo.. /' El Popular (23 jun. 1941).

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LA PRENSA NACIONAL

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tica en sus relaciones exteriores, al percibir que su ideolog?a y su inter?s nacional no siempre son sin?nimos..." ^ El pago por ese realismo hab?a sido caro. El tratado desment?a la "solidaridad internacional", al anteponer el inter?s nacional sovi?tico a ciertos principios, de tal modo que la autoridad sovi?tica se resquebraj?, al mismo tiempo que se desacredi taron los socialistas de todo el mundo. En M?xico, a la pren sa independiente le result? f?cil atacar a todas las fuerzas de izquierda. El Popular reaccion? contra esas cr?ticas y acu s? a aqu?lla de estar confabulada con el Eje.63 La prensa, sin distingo de signo ideol?gico, estaba sim plificando el asunto. Los diarios independientes, por un lado arrojaban en el mismo saco a comunistas, ctm y socialistas, a quienes acusaban de ser t?teres de Mosc?. Acusaci?n ob viamente falsa. Entre la izquierda mexicana exist?an profun das divisiones. Por otro lado, El Popular acusaba a toda la derecha, en la que inclu?a a fascistas, derecha tradicional, lib?rales y cat?licos, de ser "Quislings" al servicio de Berl?n. Afirmaci?n, a su vez, falsa. Entre la derecha mexicana hab?a diferencias notorias: desde los grupos democr?ticos, por ejem plo el pan, hasta los grupos parafascistas, como los Camisas

Doradas.

3. Las "listas negras" En julio de ese mismo a?o (1941) se produjo el segundo incidente en las relaciones germano-mexicanas. El gobierno ?2 Ulam, 1969, p. 9. 63 "Un diario independiente es una cosa indispensable a cualquier proyecto subversivo antimexicano. Diarios 'independientes' como El Universal, Exc?lsior, Novedades, La Prensa y el resto de la carro?a. Y ya saben ustedes que esos diarios no han hecho otra cosa que servir empe?osamente, miserablemente, a todos los enemigos de la libertad del mundo y de M?xico... Las diatribas contra el movimiento progre sista y contra la revoluci?n mexicana, disfrazadas con el pretexto 'anticomunista', se tornan cada d?a m?s groseras y canallescas". El Po pular (28 jun. 1941).

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PASTORA rodr?guez avi?o?

norteamericano envi? al mexicano las denominadas "listas negras". ?stas conten?an los nombres de una serie de perso

nas e instituciones radicadas en M?xico (algunos de ellos me xicanos) a quienes los Estados Unidos acusaban de encubrir actividades en favor del Eje. Por esa raz?n, las empresas se r?an boicoteadas. El boicot representaba una grave p?rdida para ellas, dado que los Estados Unidos eran los principales compradores y proveedores de maquinaria y repuestos para la industria mexicana. Dada la situaci?n b?lica no exist?a al ternativa al mercado norteamericano. Las listas no provoca ron cr?ticas abiertas en la prensa en contra de Washington, aunque en otro tiempo hubieran sido, al menos, objeto de pol?mica. Ahora bien, puede hablarse de una cierta reserva de los diarios acerca del problema si se analizan las distintas reacciones. Todos publicaron las listas sin mayor comenta rio, excepto El Nacional,** lo que indica que probablemente tuvieron sus dudas, no sobre la legitimidad, sino sobre la justicia, de la acci?n estadounidense. Las represalias pod?an ser ejercidas en contra de firmas inocentes, o que hab?an actuado en la legalidad cuando M?xico era realmente neu tral y manten?a una actitud m?s flexible frente a la propa ganda fascista. Las listas ten?an, en este sentido, efecto re troactivo. Esto puede explicar el discreto silencio de la pren sa, que se termin? con la nota de protesta del gobierno ale m?n. ?ste se sinti? obligado a defender a sus nacionales y

envi? una nota en tono poco diplom?tico. Era obvio que ofend?a el nacionalismo mexicano al dar consejo acerca de la pol?tica que se deb?a seguir frente a los Estados Unidos. El rechazo oficial y de la prensa a esta interferencia extranjera

64 "Las listas negras son armas que aparecieron en la pasada guerra; su legitimidad no ha de ponerse en duda, por el fin de pro

tecci?n perseguido cuando se rompen o alteran las relaciones pac?ficas entre los pueblos... En aquellos casos en que se incluyan nombres de ciudadanos mexicanos cuya actuaci?n deba justificarse como ajenos a todo comercio que viole el prop?sito fundamental de Norteam?rica, se pueden hacer gestiones amistosas para que hagan las rectificaciones' oportunas..." El Nacional (24 jul. 1941).

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LA PRENSA NACIONAL

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fue un?nime.65 La reacci?n de la prensa fue muy ?til para el gobierno. El problema de las listas se traslad? a otro cam

po: la defensa de la soberan?a de M?xico. Las listas perdie

ron importancia en s? mismas, facilitando la labor del gobier no, que, de otro modo, hubiera tenido dificultad en presentar a la opini?n p?blica su inactividad frente al boicot norteame ricano de ciertas firmas. 4. El enfrentamiento germano-norteamericano y sus efectos en

M?xico

A partir de septiembre de 1941, tal como se preve?a, los submarinos alemanes comenzaron a torpedear a los buques norteamericanos en el Atl?ntico, La prensa nacional inform? ampliamente de los sucesivos hundimientos, reforzando la ima gen de unos Estados Unidos pacifistas y neutrales, atacados por las potencias fascistas, en una manipulaci?n clara para presen

tar el grave dilema de Washington ante los ataques. Se apela

ba, sobre todo, a los sentimientos del lector: informaci?n de la

crueldad del ataque, del n?mero de muertos, etc. En realidad, dichos barcos transportaban pertrechos de guerra a uno de los

bandos beligerantes, por lo que dif?cilmente se pod?an consi derar neutrales. ?s "El enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de Ale-* mania envi? a nuestra canciller?a una nota impol?tica que trata de se ?alar normas de conducta a nuestro gobierno, que invade terrenos ve dados que ata?en a la soberan?a nacional... Ning?n pa?s que se respete a s? mismo tolera la intromisi?n de extranjeros en sus asuntos pol?

ticos. .." Exc?lsior (2 ago. 1941). "Con absoluta raz?n el gobierno de

?vila Camacho ha dado su respuesta en un documento que pasar? a la historia como claro testimonio de la suprema dignidad de su r?gimen

para defender el decoro, la soberan?a y la respetabilidad de nuestra patria..." El Popular (2 ago. 1941). "Nuestra canciller?a contest? lo que ten?a que contestar; o sea, no recibir o acatar insinuaciones de otras autoridades por conducto de ninguna de las representaciones di plom?ticas acreditadas en esta capital. En resumen: preservar y defen der la soberan?a le compete exclusivamente a M?xico..." El Universal (2 ago. 1941).

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PASTORA RODR?GUEZ AVI?O?

En cuanto al frente del Pac?fico, all? los Estados Unidos se enfrentaban al creciente expansionismo japon?s. Jap?n, al contrario que Alemania e Italia, no gozaba de simpat?as en

la opini?n p?blica mexicana. Esto tal vez se deb?a a la ma

yor lejan?a geogr?fica y cultural y a un cierto prejuicio anti asi?tico, a lo que se a?ad?a el profundo desconocimiento de lo que pasaba en Asia. Los peri?dicos independientes apenas

mencionaban a Jap?n antes de Pearl Harbor, excepto para notificar de alguna nueva invasi?n nipona. En cuanto a El Popular, ?ste cay? en el manique?smo de denigrar el impe rialismo japon?s en Asia sin hacer lo mismo respecto a Esta dos Unidos, que ejerc?an protectorados sobre varios pa?ses asi?ticos.6* Lo que en el caso del Jap?n era agresi?n y pira* ter?a, en el de los Estados Unidos constitu?a defensa leg?tima de sus intereses de gran potencia. A medida que empeoraba la situaci?n entre los Estados Unidos y el Eje la prensa mexicana de izquierda desarrollaba una campa?a en favor del restablecimiento de relaciones di plom?ticas con la Uni?n Sovi?tica.67 Su argumento era que ?sta contribu?a en gran medida a la lucha democr?tica, en 06 "Pero no s?lo en el Atl?ntico se enfrentan los Estados Unidos a

la pirater?a y la agresi?n. En el Pac?fico y en el Oriente sus diplo

m?ticos y sus marinos est?n ocupados en una tensa guerra de nervios

con el Imperio Japon?s. Si las pl?ticas para las cuales ha venido a

Norteam?rica el embajador Kuruso no resuelven las graves contradic ciones entre una potencia que es miembro del Eje y tiende a establecer su hegemon?a en Asia, y los Estados Unidos, que pertenecen al bloque de las democracias y tienen en el Oriente magnos intereses, fundamen tales para su conservaci?n como primera potencia, la guerra de nervios

se convertir? en guerra verdadera..." El Popular (17 oct. 1941). 67 "La ctm ha planteado nuevamente que se establezcan lazos di plom?ticos y comerciales con la urss. .. Las razones... tienen, en el discurso de Lombardo Toledano, una solidez inconmovible: La lncha

contra Hitler, la lucha mundial contra el fascismo, abre enormes pers pectivas. No obstante las contradicciones econ?micas... entre los pue

blos que luchan contra Hitler..., tienen los pueblos contra Hitler,

asociados contra ?l, que entenderse econ?micamente. M?xico necesita establecer relaciones comerciales y diplom?ticas con la urbs. .." El Po

pular (17 jul. 1941).

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la que M?xico estaba cada d?a m?s comprometido. La prensa independiente no estaba de acuerdo en ese punto y, con dis tintos pretextos, volvi? a la carga antisovi?tica. Exc?lsior ale gaba que las relaciones ser?an contraproducentes, pues crea r?an en la opini?n p?blica una mayor simpat?a hacia Hitler: No mejorar?a la situaci?n all? si reanud?ramos las rela

ciones con Mosc?; en cambio s? la perjudicar?a seriamente ac?, al enajenar de la causa democr?tica grandes masas de opini?n. Es torpe ignorar que en nuestro pa?s existe antipat?a por Ru sia. .. Hitler, en la fantas?a popular, aparece como el Sigfrido

que destruir? al drag?n marxista... Nada habr? tan eficaz para engrandecer la causa del Eje ante el pueblo mexicano como un acercamiento oficial con el soviet.. .68

El editorial de Exc?lsior deja ver claramente que todav?a las simpat?as pro-Hitler eran fuertes en M?xico. Este hecho es significativo, pues desde hac?a un a?o se ven?a haciendo una campa?a propagand?stica en favor de las democracias en todos los medios de difusi?n, y las simpat?as fascistas comen zaban a adquirir un cariz peligroso cara al futuro pr?ximo.

El ataque japon?s a Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941) llev? a los Estados Unidos a la intervenci?n directa en el conflicto. Washington declar? inmediatarnent< la gue rra al Jap?n y, seguidamente, a Alemania e Italia. El gobier no mexicano rompi? relaciones diplom?ticas con ?sos pa?ses en se?al de solidaridad con los Estados Unidos. Desde hac?a meses M?xico se encontraba abiertamente de lado del pa?s vecino, y el gobierno de ?vila Camacho estaba en situaci?n de tomar cualquier medida sin tener que enfrentarse a nin guna resistencia interna de importancia ?en el sentido de oposici?n organizada? como lo demostrar?a la declaraci?n

mexicana de guerra unos seis meses m?s tarde. Entre los opo sitores internos a la guerra, es decir, aquellos que defend?an

la neutralidad de M?xico, quedaban solamente grupos tra dicionalistas que eran contrarios, por principio, a una alian ?s Excelsior (30 oct. 1941) .

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PASTORA RODR?GUEZ AVI?O?

za tan estrecha con los Estados Unidos (y eso era el signifi

cado real de la beligerancia de M?xico). El grueso de la opini?n p?blica, aunque todav?a contrario a la entrada en la guerra, ya comenzaba a contar con que la suerte de M?

xico estaba sellada a la del pa?s vecino.

5. La opini?n p?blica y el estado de guerra: ejemplo de una encuesta

La revista Tiempo realiz? el 20 de mayo de 1942 una

encuesta cuyos resultados son muy reveladores del estado de opini?n del pa?s. Los resultados no pueden tomarse muy lite ralmente, dado lo primitivo del m?todo utilizado en el son deo, pero s? pueden servir como indicador, aunque vago, de lo que estaba pasando. La revista dividi? a los entrevistados en cinco categor?as socio-profesionales: a) hombre de la calle,

b) trabajadores del estado, c) bur?cratas, d) izquierdistas, e) PRM y sindicatos. De estos cinco grupos solamente los iz quierdistas estaban mayoritariamente en favor de la guerra.

De un total de 2 144 votos, el 92.2% estaba en favor: ?ste era el grupo m?s politizado y que m?s hab?a estado sometido a una vasta propaganda en favor de la beligerancia mexicana.

En el extremo opuesto se hallaban los denominados "hom bres de la calle". De un total de 4 152 votos emitidos, estu vieron a favor de la guerra el 21.6%, en contra el 78.4%. Los otros tres grupos se hallaban equidistantes de los dos mencionados: en favor de la guerra se hallaba un 36% m?s o menos. La encuesta cubr?a un total de 11 464 personas, de las cuales a favor de la guerra un 40.7% y en contra el 59.3% restante. Si esas cifras son un indicador, y no hay raz?n para desecharlas totalmente, una mayor?a del pueblo mexicano estaba en contra de la intervenci?n de M?xico en la contienda apenas unos d?as antes de la declaraci?n del estado de guerra. En el intervalo de esos d?as (del 20 al 30 de mayo) se produjo una fuerte reacci?n nacionalista, a juzgar por una 69 Tiempo, i:4 (20 mayo 1942), pp. 2-4.

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LA PRENSA NACIONAL

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encuesta posterior de la misma revista. Tiempo, en una en cuesta publicada casi un a?o despu?s de realizada, descubri? un gran cambio en la opini?n en s?lo cuesti?n de unos d?as. De un total de 17 745 votos registrados "recogidos en cines, terminales camioneras, entre la muchedumbre que acudi? a recibir el cad?ver del marinero Rodolfo, en los mercados, talleres, oficinas..., 14 490 fueron favorables a la declara ci?n de guerra, 3 255 en contra".70 Ahora bien, hay que tener en cuenta que las preguntas de los dos sondeos estaban redactadas en t?rminos diferen tes. En la primera se preguntaba "?Cree usted que M?xico debe entrar en la guerra?" y en la segunda se cambi? a "?Cree

usted patri?tico apoyar la pol?tica que el presidente de la Rep?blica ha adoptado en defensa de los intereses y el decoro nacionales?". La segunda pregunta era m?s compleja,

pues se trataba de enjuiciar la pol?tica internacional del

gobierno, y era, obviamente, manipuladora. A esto hay que a?adir, como factor distorsionador de la encuesta, que en los d?as transcurridos entre los dos sondeos toda la maqui naria propagand?stica del gobierno se hab?a puesto a funcio nar. Se subray? el nacionalismo, un sentimiento f?cilmente

manipulable. El hundimiento de los barcos mexicanos Po trero del Llano (14 de mayo) y Faja de Oro (22 de mayo) atribuido a submarinos del Eje, sirvi? de pretexto id?neo para desarrollar una campa?a de justificaci?n de las me didas que iba a tomar el gobierno en un futuro inmediato.

El ?nfasis de los comentarios de la prensa se puso en el "honor nacional". Por ejemplo, El Universal fue presentando

a grandes titulares el hundimiento de los barcos de este modo: "En?rgica protesta de M?xico en defensa del honor nacional" (15 de mayo) ; "La brutal agresi?n del Eje contra

el Potrero del Llano" (16 de mayo); "M?xico recibe con

honda emoci?n a los supervivientes del Potrero del Llano" (22 de mayo) ; "Brutal atentado contra el barco-tanque na

cional Faja de Oro" (29 de mayo) ; "M?xico declara que se 70 Tiempo, ii:2 (25 abr. 1943), pp. 24-25.

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PASTORA RODR?GUEZ AVI?O?

halla en estado de guerra con el Eje" (29 de mayo). Hay una notoria escalada emocional en el modo de ir presentando las noticias hasta llegar a la conclusi?n inevitable: la guerra

era la ?nica salida para vengar a los mexicanos muertos y

restaurar el honor patrio.71

6. Estado de guerra A prop?sito del estado de guerra, la prensa abog? por una actitud m?s firme hacia cualquier manifestaci?n pro nazi, cuya represi?n, anteriormente, s?lo hab?a sido defen dida por El Popular. La guerra, en realidad, ven?a a favo recer la represi?n, puesto que daba poderes m?s amplios al gobierno. El Poder Legislativo vot? por la suspensi?n de

garant?as. El Universal se hizo eco de ciertos temores acerca

del uso que podr?a hacerse de la suspensi?n: Como corolario del "estado de guerra", ha votado el propio Poder Legislativo la suspensi?n de garant?as individuales. Na die teme que sean traspasadas por el primer magistrado, ni

por sus inmediatos colaboradores... Y es posible que lo que en la capital de la rep?blica sea en lo futuro... norma ?til para la defensa p?blica, lejos de la ciudad se convierta en violaci?n de los derechos del individuo o del ciudadano, que

quedan firmes, aun dentro de la suspensi?n de garant?as que otorga la constituci?n.. J*

Otros diarios no mencionaban el problema, o si lo hac?an 71 "Al adoptar M?xico el estado de guerra contra las potencias del

Eje responde a su honor, ya que el ataque que no es rechazado o no encuentra resistencia no es guerra sino una intervenci?n armada. Nues tro gobierno no pod?a aceptar una declinaci?n del destino patrio per

maneciendo indiferente ante los acontecimientos aludidos..." El Na cional (26 mayo 1942). "Las agresiones que ha sufrido nuestra patria por parte de las naciones m?s poderosas del mundo que pelean y est?n unidas en esta contienda mundial con el nombre del Eje, son una ofensa

a nuestra dignidad como naci?n libre..." El Informador (27 mayo 1942). 72 El Universal (19 jun. 1942).

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I-A PRENSA NACIONAL

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era para restarle importancia.78 Sin embargo, un art?culo que apareci? por estas fechas resume muy bien el temor de ciertos grupos o individuos que hasta entonces hab?an de fendido posturas distintas a las del gobierno. En ?l se apo yaba el principio de que la posici?n anterior era v?lida y res pond?a a la libertad de expresi?n, defendida por M?xico: No se puede dejar de reconocer que en nuestro pa?s... ?e encuentran simpatizantes de los gobiernos nazifascistas. Las autoridades competentes, cuando tal partidarismo se externaba por medio del libro, la prensa o en cualquier otra forma de publicidad, no establecieron restricci?n o censura alguna... a pesar de que tal actitud era contrar?a a la pol?tica seguida por nuestro gobierno inequ?vocamente favorable a la causa democr?t?ca.

Una vez que la guerra existe, lo que era una manifesta ci?n leg?tima amparada por nuestras leyes, que consagran la libertad de pensamiento, se convierte en un acto delictuoso que debe ser en?rgicamente sancionado. Incumbe a todos los mexicanos, ya que la guerra no se hace s?lo con los ej?rcitos sino con la naci?n entera, la obligaci?n legal y moral de res paldar a nuestro gobierno y de luchar por la victoria de las democracias, que es desde este momento tambi?n la victoria

de M?xico.. .7*

El argumento era irresponsable: la guerra cambiaba las reglas del juego, pero en un estado de derecho era impensa ble que se hiciera retroactivamente.

De hecho, no fue necesario pasar a la represi?n. El go bierno controlaba perfectamente la opini?n del pa?s. La campa?a patri?tica entre el 20 y el 30 de mayo de 1942 dio

sus frutos: hab?a cambiado los sentimientos ?? no las ideas? de los mexicanos en torno a la guerra.

78 "Creemos que no debe haber motivo de alarma por ese uso

de las facultades extraordinarias y suspensi?n de garant?as que se le han otorgado al se?or presidente..." El Informador (4 jun. 1942).

74 El Universal (29 mayo 1942).

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PASTORA RODR?GUEZ AVI?O?

7. M?xico en la guerra: obtenci?n de un consenso

El consenso que refleja la segunda encuesta es sorpren dente, tanto m?s que se lograba a s?lo dos a?os de haberse planteado en el pa?s un conflicto en torno a las elecciones presidenciales que lo hab?an puesto al borde del enfrenta miento armado. ?Qu? hab?a pasado en el intervalo? La ideo log?a de la "Unidad Nacional" hab?a sido muy exitosa. ?vi la Camacho hab?a logrado mediante una pol?tica de mode raci?n una gran unidad interna, removiendo los aspectos m?s controvertidos de la pol?tica cardenista. Se alteraron ciertas prioridades p?blicas, de tipo social, y esto acab? con el descontento m?s notorio de una buena parte de las clases media y alta, tan desafectas a la pol?tica cardenista.

Este alejamiento de la pol?tica social cardenista no se hizo a espaldas de la izquierda, representada por la ctm, bajo el liderazgo de Lombardo Toledano, y no podr?a en

tenderse si no se relaciona con el conflicto internacional. El apoyo dado por la ctm al candidato m?s moderado, ?vi la Camacho, se hizo precisamente para impedir que las fi

suras abiertas anteriormente en la sociedad mexicana se

profundizaran a?n m?s y condujeran a un enfrentamiento

entre los dos bandos con graves consecuencias para M?

xico, especialmente por el peligro internacional del momento.

Lo que se trat?, en el fondo, fue de permutar la abolici?n de los aspectos m?s radicales del izquierdismo a cambio de evitar una polarizaci?n extrema de la derecha.75 En ese proceso de progresiva moderaci?n jug? uii papel clave Lombardo Toledano, quien abog? por una pol?tica de conciliaci?n de clases. Una vez desaparecida la hipot?tica oposici?n de la izquierda, hipot?tica porque su poder real en tiempos de C?rdenas proven?a en gran parte de la anuen cia de aqu?l, y borrado el temor de las clases media y alta

a las reformas de C?rdenas, quedaba, relativamente, poco margen para el descontento, sobre todo urbano, tan mani 78 Medina, 1974, pp. 19-20.

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LA PRENSA NACIONAL

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tiesto a lo largo de 1940 y sobre el que hab?a capitalizado el almazanismo.

Gomo grupo opositor al gobierno quedaba, en sentido

estricto, solamente el pan, que manten?a una posici?n ?tica

frente a los problemas del pa?s. Esa ?tica pol?tica ten?a sus ra?ces en la ideolog?a personal de algunos de sus diri gentes, como G?mez Mor?n, "cuya vieja ilusi?n... que com part?a con Vasconcelos, era la de organizar la vida espiritual del pa?s".76 Esta reorganizaci?n espiritual no pod?a basarse, seg?n el pan, en una colaboraci?n tan estrecha con el ene migo tradicional de M?xico: los Estados Unidos. Una y otra vez insist?a el pan en la conveniencia de establecer una rela ci?n m?s independiente del pa?s vecino. De ah? su oposici?n, o por lo menos la de algunos de su miembros, a la pol?tica internacional del gobierno, que implicaba una gran amistad con los Estados Unidos: "No tenemos ninguna disputa terri torial pendiente, no estamos rechazando una invasi?n y, en suma, no vamos a hacer una guerra de motivos y finalidades categ?ricos, concretos, inconfundibles; ni siquiera tenemos una frontera com?n con los pa?ses enemigos, ni existe la posibilidad de una decisi?n militar de la querella en forma directa y propia; sino que tendremos que ser participantes en una soluci?n gestionada por otros. Corremos el riesgo de entrar en una guerra m?s bien ideol?gica, de solidaridad con los Estados Unidos y, circunstancialmente, de protesta contra episodios de agresi?n bien conocidos. Ni siquiera puede te ner el car?cter de guerra punitiva, dada la desproporci?n de nuestra fuerza militar respecto de los pa?ses agresores."77 Este comentario de Gonz?lez Luna a la pol?tica internacional del gobierno era fundamentalmente acertado. La guerra era, para M?xico, en buena medida, una muestra solidaria de la

pol?tica norteamericana. Pero era tambi?n algo m?s. Ese algo ten?a sus ra?ces en el deseo del gobierno de ?vila Ca macho de industrializar al pa?s, y los miembros del gabinete 70 Krauze, 1976, p. 326.

77 GONZALEZ LUNA, 1942.

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298 PASTORA RODR?GUEZ AVI?O?

eran lo suficientemente realistas para saber que para tal pro yecto tendr?an que contar con la ayuda del pa?s vecino. La

participaci?n directa en la guerra era vista como una co

yuntura que favorecer?a dicha ayuda. Ahora bien, si ya no se duda de que la neutralidad estricta era imposible, lo que todav?a es debatible es si la beligerancia mexicana era abso lutamente necesaria para los fines que persegu?an M?xico por un lado y los Estados Unidos por el otro,

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LA IGLESIA EN HIDALGO HACIA 1930 Adriaan C. van Oss University of Texas at Austin La suspensi?n de cultos de 1926-29 y la rebeli?n cristera en contra del gobierno de Plutarco Elias Calles constituyen el episodio m?s dram?tico de una larga historia de confronta ciones entre las autoridades civiles y eclesi?sticas de M?xico. Desde el siglo xvi se expidieron leyes tendientes a limitar la riqueza y la influencia de las instituciones eclesi?sticas. Estas medidas se hicieron a?n m?s frecuentes durante los siglos xix y xx: las leyes expedidas durante la presidencia de G? mez Farias en 1833 suprimieron la obligaci?n civU de nasrar el diezmo; la ley Lerdo de 1856 fue un intento de despojar a las corporaciones religiosas de sus propiedades; la constitu ci?n de 1857 ratific? la ley Lerdo; las leyes de Reforma se expidieron a partir de 1859; y la constituci?n de 1917 reco gi?, reafirm? y desarroll? los estatutos anticlericales ante riores. La causa inmediata de la crisis entre la iglesia y el estado en la d?cada de 1920 fue el intento del gobierno de Calles por implementar las cl?usulas que en la constituci?n de 1917 se refer?an a la iglesia.1 Los efectos reales de la presi?n que ejerci? el estado sobre la iglesia fueron m?nimos. Los resultados obtenidos en base a medidas de tipo legal fueron decepcionantes para los que las concibieron, ya que generalmente las leyes no fueron m?s

que letra muerta. Aun cuando el gobierno nacional decre tara nuevas leyes en un momento dado, los funcionarios en

cargados de su ejecuci?n no pod?an o no quer?an hacerlo. En los niveles bajos de una burocracia cr?nicamente d?bil, las ?rdenes superiores se tomaban con escepticismo: "obe dezco pero no cumplo" era la vieja f?rmula. La iglesia encontr? la manera de circunvenir las leyes i P?rez Lugo, 1926; Cuevas, 1928; Gruening, 1928; Callcott, 1965; Olivera Seda?o, 1966; Wilkie, 1966; Quirk, 1973; Meyer, 1974; Bailey, 1974. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

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ADRIAAN C. VAN OSS

que le eran desventajosas y sigui? expandi?ndose a pesar de ellas. Esto puede ilustrarse con una simple comparaci?n en tre el total de la poblaci?n de M?xico y el incremento en e n?mero de di?cesis desde 1525 (vid. gr?fica 1). Durante cua tro siglos la iglesia mexicana creci? en forma correlativa a l poblaci?n a la que serv?a. Los estatutos anticlericales nunca fueron implementados en forma consistente y no lograron de

bilitar al catolicismo mexicano. Si a largo plazo el conflicto entre la iglesia y el estado en M?xico ha hecho mucho ruido sin haber producido mu chos resultados substanciales, ?qu? fue lo que ocurri? en el per?odo m?s cr?tico, cuando se orden? la suspensi?n de culto a fines de la d?cada de 1920? ?Cu?les fueron los efectos rea les de la nueva ofensiva gubernamental en contra de la igle sia y cu?les los resultados directos de la suspensi?n de cul tos? Creo que los efectos fueron limitados, y que en grande

zonas de M?xico no se cumpli? la orden de suspensi?n d cultos. Mi creencia se basa en el estudio de la evidencia f?sica que brindan los edificios dedicados al culto en un

estado de la rep?blica, el de Hidalgo, al terminar el per?odo

de suspensi?n de cultos. Lo anterior implica que mi enfoque de la historia reli giosa de este per?odo es arqueol?gico. Esta perspectiva es posible en el caso de Hidalgo gracias al Cat?logo de cons trucciones religiosas del estado de Hidalgo. Esta obra fu

concebida originalmente en 1925, pero no fue publicada sino

quince a?os despu?s. Es ir?nico que deba su existencia a la fiebre de nacionalizaci?n del gobierno de Calles, que fue precisamente uno de los principales motivos de irritaci?n en la relaciones entre la iglesia y el estado. La Secretar? de Hacienda y Cr?dito P?blico tem? la iniciativa en este proyecto y se propuso publicar una serie de cat?logos que a la larga abarcaran a todos los edificios religiosos de la rep? blica. Dado que todos estos edificios pasaron a formar parte

del patrimonio nacional, el gobierno ten?a inter?s por saber qu? era lo que estaba adquiriendo. No exist?a ning?n inven tario semejante y se pens? que el inventario nacional tar dar?a algunos a?os en terminarse.2 El c?lculo fue excesiva mente optimista, ya que s?lo dos inventarios, para los estados de Hidalgo y Yucat?n respectivamente, llegaron a ser publi cados. El cat?logo del estado de Hidalgo, apareci? primero; 2 CCREH, I, p. xii; Exc?lsior (17, 2S mar. 1926).

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MILLONES OS PEfcSOMAS

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Gr?fica 1. Poblaci?n y n?mero de di?cesis en M?xico. 1525-1964. Fuentes: Bravo Ucarte,

POBLAClOK? NOVO HISPANA NI?MEAO OE Ol?CE&tS

1965; Bazant, 1978, p. 190; Sucher von Bath, 1978, p. 156.

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ADRIAAN C. VAN OSS

el volumen i en 1940 y el volumen n en 1942. Sin embargo, cuando el cat?logo estuvo disponible, la pasi?n del gobierno por adquirir propiedades de la iglesia se hab?a enfriado. El cat?logo pas? a ser entonces un instrumento acad?mico, va lioso especialmente para los historiadores del arte. La comi si?n encargada de compilar el cat?logo estuvo integrada por m?s de treinta y cinco historiadores, arquitectos, dibujantes y empleados de gobierno. El equipo estuvo encabezado por Justino Fern?ndez, uno de los m?s connotados historiadores del arte en M?xico, quien cont? con el apoyo y colaboraci?n del decano de los historiadores del arte mexicano, Manuel

Toussaint. La Espa?a monumental de Quadrado sirvi? de

modelo y, al aparecer el primer volumen del cat?logo, George Kubler compar? favorablemente esta fuente para la historia

del arte con una cat?logo de la British Royal Monuments Commission.3 El cat?logo de Hidalgo re?ne informaci?n sobre 805 edi ficios religiosos ordenados por municipio. Por errores de tipo editorial, el volumen n termina con el edificio n?mero 800. Los edificios 801 a 804, del municipio de Francisco I. Made ro, aparecen en el volumen i, entre los n?meros 299 y 300. El monumento 805 aparece con el n?mero 177 bis. En cada monumento se indica el nombre exacto y su localizaci?n geo gr?fica, y se especifica el tipo de construcci?n y el rango eclesi?stico: catedral, parroquia, iglesia, capilla, etc. Cada entrada del cat?logo incluye una secci?n acerca de lo que se sabe de la historia de la construcci?n, uso y mantenimiento de cada edificio, y en donde lo amerita se incluye tambi?n una nota bibliogr?fica. En muchos casos se consultaron ar chivos locales. Se incluyen planos de cada edificio, y levan tamientos, diagramas y bosquejos de los m?s relevantes. Fi nalmente, aparece una nota indicando el uso y la condici?n de los edificios en el momento en que se hizo el cat?logo. La informaci?n fue compilada entre 1929 y 1932, es decir, inmediatamente despu?s de que se levant? la orden de sus

pensi?n de cultos.

Hidalgo estaba dividido eclesi?sticamente en tres di?cesis diferentes. La parte suroccidental del estado pertenec?a a la arquidi?cesis de M?xico, la parte media a la de Tulancingo y la del noreste a la de Huejut?a. Las ciudades m?s grandes estaban y est?n todav?a al sur del estado en las di?cesis de 8 Kubler, 1942; CCREH, i, p. xni.

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LA IGLESIA EN HIDALGO HACIA 1930

M?xico y Tulancingo. La di?cesis de Huejutla era de car?c

ter m?s rural y ten?a m?ltiples pueblos peque?os, pero muy pocas ciudades de importancia. El cat?logo enlista 731 construcciones religiosas cat?licas que exist?an en el estado de Hidalgo entre 1929 y 1932 y, de

acuerdo con el compilador, es una lista completa.4 Estas

construcciones respond?an a una jerarqu?a que comprend?a tanto catedrales (como Tulancingo y Huejutla), iglesias pa rroquiales, iglesias de rango inferior y santuarios, como tam bi?n capillas, humilladeros, oratorios y ermitas. La distribu ci?n de estos edificios por di?cesis aparece en el cuadro 1: Cuadro 1 Diferentes tipos de construcciones cat?licas en Hidalgo, por di?cesis. 1929-1932.

Di?cesis M?xico Tulancingo

Huejutla Total

Parroquias Iglesias 18 (11%)

36? ( 9%) 12? ( 8%) 66a ( 9%)

Capillas

Total

125 (78%)

161 (100%) 412 (1007o) 158 (1007o) 731 (100%)

18 (11%) 43 (10%)

333 (81%)

63 (9%)

602 (82%)

2 ( 1%)

144 (9170)

? Se incluyen las catedrales de Huejutla y Tulancingo.

La mayor parte de los hidalguenses concurr?a a iglesias humildes. Hidalgo era una tierra de capillas, la mayor?a de ellas edificios bajos, blanqueados, en forma de caj?n, con te

chos de paja, rara vez m?s elaborados que las casas de los

propios fieles que a ellas concurr?an. Cuatro quintas partes de las construcciones religiosas de Hidalgo eran capillas en 1930. El mayor n?mero de capillas se concentraba en el nor te, donde, como se ha visto, hab?a muchos pueblos peque ?os. En la di?cesis de Huejutla m?s del noventa por ciento de los edificios eran capillas. Hacia el sur, en las di?cesis de Tulancingo y M?xico, las capillas se hacinaban alrededor de los grandes conventos del siglo xvi: Tula, Tepeji del R?o, Ixmiquilpan, Actopan, Hui chapan y Tecozautla. Los conventos fueron fundados como 4 CCREH, n, p. xi: "El presente volumen completa el material re lativo al estado de Hidalgo, pudiendo asegurar que no ha quedado una sola construcci?n religiosa sin catalogar, es decir, hasta la fecha de la formaci?n del inventario."

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ADRIAAN C. VAN OSS

centros para la conversi?n de la poblaci?n ind?gena rural: tanto en el siglo xvi como en el xx la poblaci?n ind?gena se ha concentrado en las ?reas cercanas a ellos. Las capillas son la expresi?n religiosa de antiguos patrones de vida rural. Por otro lado, la distribuci?n de las iglesias parroquiales no debe ser considerada tanto un indicador de los patrones de poblamiento cuanto el resultado de la conveniencia ad ministrativa. Geogr?ficamente se encuentran relativamente bien distribuidas para evitar distancias excesivas entre dis tintos puntos de cada parroquia. En las tres di?cesis de Hi dalgo las parroquias representaban en 1930 aproximadamente el diez por ciento de las construcciones cat?licas. En la ma yor?a de los casos las iglesias hab?an sido establecidas muchos a?os atr?s, como lo demuestran los mismos edificios. De las cincuenta y tres parroquias cuyas fechas de construcci?n se conocen, cuarenta fueron construidas en el siglo xvi, once en los siglos xvn y xv?n y ?nicamente dos en el siglo xx. De hecho, al tratar de ver qui?nes las construyeron, nos damos cuenta de que la mayor?a (39 de 49) fueron originalmente fundaciones mon?sticas de las ?rdenes franciscana y agustina.

S?lo aproximadamente una quinta parte de las iglesias pa

rroquiales fueron construidas originalmente por el clero secu lar. La mayor?a de las iglesias parroquiales corresponden ar

quitect?nicamente, por tanto, a la fase colonial temprana de la conversi?n religiosa. Algunas de las construcciones religiosas m?s opulentas del estado de Hidalgo son las iglesias y santuarios. No llegaron a convertirse en parroquias por haber sido construidas des pu?s que las parroquias. De las sesenta y tres iglesias de Hi dalgo, conocemos s?lo las fechas originales de construcci?n de veintitr?s, pero de entre ?stas ?nicamente cinco corres ponden al siglo xvi. Trece fueron construidas en los siglos xvn

y xv?n y cinco en el siglo xix. Son de una etapa posterior a las parroquias. La mayor?a de estas iglesias y santuarios fue construida en ?reas en las que exist?an pocas o ninguna ca pilla, particularmente en el centro del estado, que estaba escasamente poblado. En la ?poca colonial existieron muchas minas en esta regi?n. Es posible que algunas de las iglesias hayan sido financiadas por mineros ricos, para quienes el patronazgo de una iglesia pod?a ser una forma de hacer p? blica su prosperidad personal. En otras zonas de M?xico ?sta era una pr?ctica com?n, que hizo posible la construcci?n de algunas de las iglesias coloniales m?s lujosas. En cualquier This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:15:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA IGLESIA EN HIDALGO HACIA 1930

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caso, el noreste de Hidalgo ten?a pocas iglesias en 1930; la di?cesis de Huejutla, que era rural, ten?a apenas dos. Si realmente los a?os de 1926 a 1929 constituyeron un per?odo muy dif?cil para la iglesia, esto debi? manifestarse de alguna manera en la condici?n f?sica de los templos. Las construcciones religiosas que el cat?logo presenta fueron visi tadas por un equipo de arquitectos entre 1929 y 1932. Toma ron nota del estado f?sico en que se encontraban los edificios.

En algunos casos hicieron descripciones pormenorizadas, la mentando la cuarteadura de las paredes, una escalera a punto de derrumbarse o un techo con goteras. En otros casos, les bast? con dar una impresi?n general con una sola palabra. Casi siempre despu?s de una descripci?n detallada procura ron resumir en una frase final su impresi?n general. Los com

piladores hicieron un esfuerzo por uniformar su criterio y dar el mismo significado a un corto n?mero de frases para indicar en forma consistente el estado f?sico en que se en contraban las construcciones religiosas: "muy bueno", "per fecto", "bueno", "regular", "malo", "abandonado", "en rui nas". ?ste es esencialmente el mismo sistema que utiliza la Direcci?n de Monumentos Coloniales del Instituto Nacional de Antropolog?a e Historia para restaurar y conservar los edi ficios en la actualidad. He tratado de hacer una s?ntesis de estos res?menes con el objeto de dar una visi?n general del estado f?sico de la iglesia en Hidalgo en el momento en que la m?s grave de sus crisis parec?a haber terminado. Las construcciones reli giosas estaban en sorprendente buen estado al final de la etapa en que los cultos fueron suspendidos, como puede ver se en el cuadro 2. Los arquitectos que llevaron a cabo la in vestigaci?n encontraron tres cuartas partes de los edificios en buena o excelente condici?n. S?lo un edificio de cada vein ticinco estaba abandonado. Las construcciones religiosas de la di?cesis de Huejutla y M?xico estaban en conjunto mejor conservadas que las de Tulancingo. En general, las capillas rurales eran las mejor conserva das. En Huejutla, especialmente en los municipios de Tlan chinol, Yahualica y Orizatl?n, exist?an m?s edificios en estado bueno o perfecto que en mal estado o abandonados. En la di?cesis de M?xico las capillas cercanas a los conventos del siglo xvi estaban en buen estado. Sin embargo, en la di?cesis de Tulancingo, el estado de los edificios religiosos cercanos al convento agustino de Metztitl?n era notablemente malo. Esta excepci?n resulta interesante, ya que Metztitl?n era el This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:15:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ADRIAAN C. VAN OSS

?nico convento del estado de Hidalgo que no hab?a sido

secularizado en 1930. Aunque en materia eclesi?stica el con vento depend?a del obispado de Tulancingo, segu?a siendo propiedad de la orden agustina y segu?a viviendo ah? una peque?a comunidad de frailes. Quiz? fue por esa raz?n que fue discriminado como un intruso en la jerarqu?a episcopal. Cuadro 2 Estado material de las construcciones cat?licas, 1929-1932

Muy A bando

Di?cesis bueno, Bueno Regular Malo nado, en Total perfecto F "** ruinas

M?xico 4(3%) 127(81%) 20(13%) 2(1%) 3(2%) 156(100%)

Tulancingo 13(3%) 274(67%) 82(20%) 19(5%) 22(5%) 410(100 Huejutla 12(8%) 122(77%) 13( 8%) 6(4%) 5(3%) 158(100%)

Total Hidalgo 29(4%) 523(72%) 115(16%) 27(4%) 20(4%) 724(100%)

Muchas construcciones cat?licas estaban deterioradas en la escasamente poblada zona del centro que estaba compren dida en el obispado de Tulancingo. Debe recordarse que mu chas iglesias de esta zona fueron construidas en un per?odo de prosperidad minera; para 1930 esta parte del estado de Hidalgo estaba en decadencia econ?mica y demogr?fica. En general, pues, el alto porcentaje de deterioro en las cons trucciones religiosas de la di?cesis de Tulancingo se debi? a las condiciones que imperaban a nivel local y no a los efectos del conflicto entre la iglesia y el estado. Algunas capillas estaban en malas condiciones por haber lido abandonadas al contarse con edificios m?s nuevos. Una vieja capilla era simplemente reemplazada por otra nueva. As?, exist?an dos capillas en el pueblo de El Esp?ritu (muni cipio de Ixmiquilpan), ambas con el nombre de El Esp?ritu. Una estaba completamente en ruinas, mientras la otra ?que

obviamente la hab?a sustituido? se hallaba en "muy buen

estado" y estaba siendo ampliada en 1930. Pares semejantes de capillas, una en condiciones excelentes y otra en ruinas,

exist?an en Almoloya (Apan) y Calnali (Calnali). En oca

siones parecen haber existido rivalidades entre capillas de pueblos vecinos. En la porci?n sureste del municipio de Aca tl?n tanto la iglesia parroquial como la capilla de la cabecera estaban muy deterioradas en 1929, mientras que las capillas This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:15:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA IGLESIA EN HIDALGO HACIA 1930 309 de los pueblos vecinos de Totoapa el Grande y San Dionisio estaban en muy buen estado. No se debe desde luego olvidar el papel de la providencia en un estudio acerca de las condiciones de los edificios reli

giosos. La capilla de la Natividad en Santa Mar?a (Ju?rez Hidalgo) fue destruida por un rayo el d?a 15 de julio de 1929, poco antes de que los arquitectos que levantaron el in ventario la visitaran.

Por lo tanto, el estado f?sico de la iglesia de Hidalgo al concluir el per?odo de suspensi?n de cultos era bueno. No hay evidencia de que las construcciones se hubiesen deterio rado por descuido o abandono, mucho menos por violencia, en el per?odo de 1926 a 1929. Los edificios eclesi?sticos que ten?an se?ales de descuido o abandono las deb?an a otras causas. Las capillas rurales se encontraban especialmente bien conservadas.

Lejos de haber estado descuidados o abandonados durante el per?odo de suspensi?n de cultos, los templos de Hidalgo fueron activamente renovados y reparados. El cat?logo pre senta muchos casos en que se llevaron a cabo trabajos de man tenimiento y restauraci?n. La obra m?s com?n fue la reno vaci?n de techos en mal estado. En 1926 se renovaron los techos de las capillas de San Francisco Atotonilco (Acaxochi tl?n), Huitznopala (Lolotla), Escobar (Mineral del Monte) y Olotla (Tlanchinol). Al a?o siguiente se colocaron techos

nuevos en las capillas de Boca de Le?n (Tlahuiltepa), Cua tencalco (Xochicoatl?n) y Zacatipan (Tianguistengo), as? como en las de San Bartolom? (Huasca), San Nicol?s (Ju?

rez Hidalgo), Chantasco (Lolotla), Zacualtipanito (Tepe

huac?n de Guerrero) y San Miguel (Tianguistengo) en 1928 29. Todas estas capillas se encontraban en la lluviosa zona noreste de Hidalgo. Probablemente en otras zonas del estado los techos sufrieron menos desgaste. En el caso de la capilla

de Ocotl?n (Lolotla) las lluvias parecen haber tenido con secuencias desastrosas: el techo se hundi? en 1928. La p?r dida no fue muy grave porque la capilla hab?a sido aban donada en fecha anterior.

Algunas otras capillas y por lo menos una iglesia fueron renovadas o reconstruidas. ?ste fue el caso de las capillas de San Antonio (Molango, 1926), Tlaxcantitla (Tlahuiltepa, 1929) y Cuatatl?n (Tlanchinol, 1928). En 1929 la sacrist?a de la capilla de Itztacapa (Metztitl?n) fue renovada, y se a?adi? una torre a la de Portezuelo (Tasquillo). En la ca This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:15:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ADRIAAN C. VAN OSS

pilla de San Miguel Cerezo (Pachuca) hubo necesidad de

poner un contrafuerte. En el mismo a?o se colocaron esta tuas en el atrio de la capilla de Cuautotol (Tepehuac?n de

Guerrero). En 1926 se puso una barda alrededor del atrio

de la de Cuaz?hual (Tlahuiltepa). Y, durante la inspec

ci?n de 1929, la capilla de Tlacolula (Tianguistengo) estaba siendo reconstruida.

Se realizaron reparaciones que no se especifican en las iglesias parroquiales de Huazalingo (Huazalingo, 1927 y 1929) y las capillas de Bondojito (Huichapan, 1928), San Miguel (San Salvador, 1927 y 1929), San Nicol?s (Tenango de Doria, 1929), Chipoco (Tlanchinol, 1928), Santa Mar?a Catzotipan (Tlanchinol, 1929), Xochitl?n (Tula, 1928), la capilla de Guadalupe (Tulancingo, 1928) y la iglesia de Tlahuelompa (Zacualtipan, 1928). A consecuencia de un in cendio en 1927 las paredes de la capilla de Zacatipan tu vieron que ser remozadas, y la obra se realiz? a comienzos

de 1928. Sorprende ver que en un per?odo en el que estuvieron suspendidos oficialmente los servicios de la iglesia se cons truyeran no menos de trece capillas totalmente nuevas: En 1926 las de El Zapote (Alfajayucan), Jacalilla (La Misi?n)

y San Miguel (Tlanchinol). En 1927 las de Baxth? (Alfa jayucan), Xalcuatla (Lolotla), Olvera (San Salvador), Te nexco (Tianguistengo) y Xilocuatitla (Tlahuiltepa). Esta

?ltima capilla fue construida en un terreno especialmente cedido por el municipio para ese objeto. En 1928 se comen?

zaron los trabajos de la capilla de Barrio (Chapulhuac?n) y en 1929 se construyeron capillas nuevas en San Andr?s (Actopan) y Santa Cruz (Zempoala). Una b?veda con la fecha 1929 en la capilla de Bocajh? (San Salvador) indica probablemente el a?o en que fue terminada. Finalmente, en ese mismo a?o se estaba construyendo una capilla en Ixta cuatitla (Yahualica). Si sorprenden todas estas obras de construcci?n en un per?odo en que oficialmente la iglesia permanec?a inactiva, la suspensi?n de cultos se tom? al parecer en serio en un lugar. En Calnali (Calnali) la reconstrucci?n de la parro quia se interrumpi? en 1926 "al iniciarse el conflicto reli gioso". Pero en vista de que el conflicto religioso no result? ser un impedimento en otros lugares debemos preguntarnos

si en el caso de Calnali lo asentado no fue m?s que una

excusa y las obras se detuvieron por razones m?s mundanas.

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LA IGLESIA EN HIDALGO HACIA 1930

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Los trabajos se interrumpieron por causas que desconocemos

tambi?n en La Pe?a (Pisaflores) en 1927. En este caso la suspensi?n de las obras no coincidi? con el inicio del con

flicto religioso. No solamente se construyeron nuevas capillas, sino que ?stas fueron tambi?n inauguradas y consagradas. Sabemos que esto sucedi? en cinco casos, pero el cat?logo ciertamente no

est? completo en este aspecto. La capilla de El Zapote fue inaugurada oficialmente en 1926, las capillas de Xalcuatla y

San Miguel en 1928 y la capilla de Baxth? en 1929. La capilla

de Xilocuautitla fue construida en 1927 e inaugurada in mediatamente: "El primer oficio tuvo lugar el 12 de octu bre del propio a?o y estuvo a cargo del presb?tero ?ngel

Huidobro". Tambi?n sabemos con seguridad que por lo me nos el d?a de la virgen de Guadalupe fue festejado en las

capillas de Hidalgo, porque el techo de una en Zacatipan se quem? durante la fiesta religiosa del 12 de diciembre de 1926. En realidad el cat?logo s?lo ofrece informaci?n sobre dos casos en que se interrumpieron los servicios religiosos en las

iglesias de Hidalgo, posiblemente a causa de la suspensi?n de cultos. En Tultitl?n (Orizatl?n), los vecinos construye ron una capilla entre 1923 y 1924. De acuerdo con la infor maci?n recogida en el cat?logo, fue utilizada como escuela entre 1926 y 1929 a causa de la suspensi?n de cultos. Sin embargo este informe parece sospechoso, ya que el mismo cat?logo se?ala que en 1929 se estaba "acabando actualmen te la construcci?n". El segundo caso, que resulta tambi?n dudoso, es el de una capilla sin nombre en Zontecomate (Zempoala). Fue cerrada en 1926 quiz? debido a que se iniciaron las hostilidades, pero de todos modos no debi? ha ber sido muy necesaria porque en 1931, dos a?os despu?s de pasada la crisis, a?n no hab?a reabierto sus puertas. Es taba abandonada y el techo estaba deteriorado. Algunos pueblos de Hidalgo despertaron oyendo ta?er nuevas campanas en sus iglesias. Entre los a?os de 1926 y 1929 se fundieron nuevas campanas para las capillas de Pue blo Nuevo (Ixmiquilpan, 1926), Capula (Ixmiquilpan, 1927, 1928, 1929), Jacalilla (La Misi?n, 1929), Xicopantla (Za cualtipan, 1927) y San Pedro (Zimap?n, 1928). Tambi?n se a?adieron otras a los campanarios de la iglesia de Xoxoteco (Metzquititl?n, 1926) y la parroquia de Santa Mar?a en

Pachuca (1926).

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?En qu? grado puede medirse el empe?o puesto en la

construcci?n y reparaci?n de los edificios religiosos en el per?odo de la suspensi?n de cultos en comparaci?n con pe r?odos anteriores? La informaci?n que ofrece el cat?logo per mite hacer una comparaci?n entre el n?mero de construc ciones religiosas que fueron reparadas, modificadas o cons truidas durante el per?odo de la suspensi?n de cultos y el n?mero de edificios en los que se hicieron obras semejantes en ?pocas anteriores. Por conveniencia he tomado retrospec tivamente per?odos de cinco a?os hasta 1895. La informa ci?n es m?s fragmentaria e imprecisa antes de 1895. Los re sultados de esta comparaci?n pueden verse en el cuadro 3. Por lo que se refiere a obras de reparaci?n y construc ci?n, los ?ltimos a?os de la d?cada de 1920 no s?lo no fue ron malos para la iglesia hidalguense, sino que representaron un per?odo de relativa prosperidad. M?s edificios religiosos fueron reparados o construidos entonces que en a?os ante riores del siglo xx. En contraste, la d?cada de violencia que sigui? al estallido de la revoluci?n mexicana fue sin lugar

a dudas un per?odo dif?cil para la iglesia: los trabajos de

reparaci?n y construcci?n alcanzaron entonces los niveles m?s

bajos. Una posible hip?tesis es que la adversidad pol?tica

de la ?poca del gobierno de Calles galvaniz? de alg?n modo los sentimientos religiosos de la gente y el clero de Hidalgo, haciendo surgir una ola de inter?s por la construcci?n de nuevas iglesias. Por otro lado, es posible pensar tambi?n que el alto porcentaje de trabajos de reparaci?n y construcci?n

en el per?odo de 1925 a 1929 no fuese m?s que la conti nuaci?n de una tendencia al aumento que ven?a d?ndose desde cinco a?os atr?s, antes de que la situaci?n pol?tica empeorara.

De hecho, una comparaci?n entre los datos de repara

ci?n y construcci?n de edificios religiosos con el movimiento demogr?fico hidalguense, siguiendo los censos de 1900, 1910, 1921 y 1930, hace aparecer superflua cualquier hip?tesis po l?tica. El porcentaje de obras de reparaci?n y construcci?n de edificios eclesi?sticos refleja fielmente los movimientos generales de la poblaci?n. Los datos demogr?ficos aparecen en el cuadro 4 y la comparaci?n entre los datos de construc ci?n y de poblaci?n en la gr?fica 2. Si la iglesia de Hidalgo estuvo relativamente fuera de la tormenta pol?tica de fines de la d?cada de 1920, esto fue to dav?a m?s claro en las zonas rurales, en las que las capillas This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:15:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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Gr?fica 2. Poblaci?n y construcciones religiosas en /9/0

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Cuadro 3 Edificios cat?licos en construcci?n, por per?odos

de cinco a?os ? 1895-1929

Periodo Edificios cat?licos en construcci?n. Los n?meros son los que identifican a las construcciones en el cat?logo. 1895-1899 12, 15, 69, 112, 121, 137, 191, 195, 266, 497, 529?, 532, 533,

546, 549, 646, 647, 654, 694, 783 (21 edificios).

1900-1904 9, 123, 165, 171 bis, 201, 236, 247, 517, 545, 565, 567, 579, 636, 702, 714, 753 (16 edificios). 1905-1909 8, 38, 93, 111, 127, 262, 286, 303, 420, 436, 437, 521, 531, 602, 622, 630, 666, 699, 717, 723^ (20 edificios).

1910-1914 32, 137, 197, 287, 293, 347, 443, 537, 613, 634, 639, 653, 720, 773 (14 edificios). 1915-1919 37, 144, 371, 435, 441, 606, 631, 633, 637, 660, 721 (11 edi ficios) .

1920-1924 62, 133, 153, 167, 197, 200, 265, 278, 286, 305, 808, 348, 402, 476, 507, 539, 551, 554, 568, 608, 621, 633, 635, 647, 726 (26 edificios). 1925-1929 10, 31, 57, 59, 117, 124, 155, 171, 174, 189, 193, 231, 277,

282, 287, 290, 297, 312, 323, 360, 362, 379, 399?, 401?,

434, 440, 462, 474, 478, 498, 502?, 525, 545, 547, 550, 553, 596, 599, 601, 606, 613, 615, 618, 619, 630, 634, 640, 647, 655, 663, 685, 695, 712, 714, 717, 723, 737?, 738, 760, 763,

786 (61 edificios).

segu?an un ritmo propio y no el que el gobierno federal les hubiera querido imponer. De las sesenta y una construc ciones religiosas que se erigieron o que se renovaron en el per?odo de 1925 a 1929 todas excepto tres eran capillas. Como las capillas representaban el ochenta y dos por ciento del total de los edificios cat?licos de Hidalgo y el noventa y cinco por ciento de los edificios en que se realizaron obras,

podemos decir que las capillas ocuparon una porci?n des

mesurada de las obras de reparaci?n y construcci?n. Inver samente, los centros administrativos fueron los que resintie ron m?s agudamente los efectos de la situaci?n pol?tica:

aunque las parroquias y las iglesias representaban el die

ciocho por ciento de los edificios de la iglesia, s?lo se hicie ron obras en un cinco por ciento de ellas entre 1925 y 1929.

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LA IGLESIA EN HIDALGO HACIA 1930

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Cuadro 4 Poblaci?n de Hidalgo, 1900-1930

Censo Poblaci?n ?ndice 1900 605 051 100.0 1910 646 551 106.9

1921 622 241 102.8 1930 677 772 120.2

Fuente: Atlas of Mexico, 1975, pp. 40, 42, 44, 46.

Una de las metas del gobierno liberal, incor legislaci?n mexicana desde los tiempos de Ju?r fue establecer la supremac?a de la autoridad civ

bienes de la iglesia, para luego apoderarse de tratara de terrenos, casas que la iglesia daba

u otros edificios eclesi?sticos. Para 1920 este pr ral apenas y hab?a podido aplicarse de manera

ria. Cuando Calles subi? a la presidencia s?lo

reducida de las propiedades eclesi?sticas hab?a s

lizada. El gobierno de Calles trat? de reafirm mente el principio de que los bienes de la igle piedad civil y anunci? su intenci?n de completa expropiaci?n que hab?a quedado inconclusa. Est que afectaba los bienes eclesi?sticos de toda la r una de las causas inmediatas de la suspensi?n de la rebeli?n cristera, y se convirti? en el leit escritos eclesi?sticos de protesta.5 El cat?logo permite adentrarse en el proceso

lizaci?n que se llev? a cabo en Hidalgo, mostr menos en este estado exist?a una gran distancia r?a y la pr?ctica. Entre los a?os de 1856 a 1932

y ocho propiedades ocupadas por la iglesia fu

piadas o estaban en el proceso de serlo. Esta cifr menos del siete por ciento de las propiedades q

5 Por ejemplo, Carre?o, 1936, m, y Planchet, 1936

entre la iglesia y el estado suscit? la publicaci?n de un g de panfletos y libros que enardecieron los ?nimos y que tanto desde el punto de vista de la iglesia como del esta breve visi?n global de los escritos de protesta de la igle berland, 1968, p. 359.

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ADRIAAN C. VAN OSS

lleg? a ocupar y, si se toma en cuenta la subdivisi?n que

sufrieron despu?s de ser nacionalizadas, la cifra resulta to dav?a exagerada. M?s a?n, fueron frecuentemente las pro piedades marginales o fuera de uso las que las autoridades civiles destinaron a fines no eclesi?sticos: en suma, en este sentido, el impacto de la nacionalizaci?n debi? de ser m?ni

mo para la iglesia. La tercera parte de las propiedades que se nacionaliza

ron eran terrenos sin construir en el momento de ser ex propiados. En Zacamulpa un terreno pas? al fisco federal en 1889, pero hasta 1930 no exist?a construcci?n alguna en este

predio. La cofrad?a de la Santa Cruz era due?a de un te

rreno llamado El Sabino, en Themuth?, hasta que fue nacio nalizado en 1856. Cuando pas? a manos de la Secretar?a de Hacienda y Cr?dito P?blico en 1929 a?n no hab?a sido des tinado a ning?n uso. La Secretar?a tom? tambi?n posesi?n

de un terreno en Olontenco (Zacualtipan) en una fecha que desconocemos. En Pachuca un predio sin nombre y el ex cementerio de San Rafael (que hab?a pertenecido al con vento franciscano de Pachuca) fueron subdivididos y vendi

dos parcialmente a particulares despu?s de ser nacionali

zados en 1860. Corri? con mejor suerte el terreno principal del cementerio del convento de Pachuca al ser convertido en parque p?blico en 1881, hoy conocido como Jard?n Col?n.

El antiguo atrio del convento agustino de Atotonilco el

Grande y un terreno en Omit?an fueron convertidos en pa seos p?blicos. Hasta su nacionalizaci?n en 1888, el atrio de

Atotonilco el Grande hab?a sido cementerio. En Tenango

de Doria y Jaltepec (Tulancingo) los terrenos adyacentes a las iglesias fueron nacionalizados en fechas desconocidas. Para 1930 exist?an en ambos lugares casas particulares. Un terreno vac?o en Tepej i del R?o, que hab?a sido nacionali zado y ocupado por barracas del ej?rcito en el siglo xix, re cobr? su status original y volvi? a ser "solar sin uso". En

Nopala (Nopala), el gobierno municipal destin? el atrio de la iglesia parroquial para la construcci?n de un nuevo palacio municipal en 1874 y, probablemente en la misma ?poca, para dos escuelas. Los habitantes de San Bernardo (Zacualtipan) tambi?n deseaban construir una escuela. Cerca

de 1904 se hab?a empezado a construir una capilla en el

pueblo, pero fue destruida por una tormenta antes de que se acabara la obra. El due?o del terreno de esta capilla, apa rentemente privada, decidi? cederlo entonces al gobierno This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:15:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA IGLESIA EN HIDALGO HACIA 1930 317 federal para que construyera una escuela. Pero en 1929 a?n no se hab?a empezado a construir y los habitantes de San Bernardo pidieron la devoluci?n del predio para que ellos mismos pudieran construir la escuela. Muchos mexicanos tomaron ventaja de la ley que aboli? la obligaci?n civil de pagar el diezmo en 1833 y dejaron de pagar esta carga a la iglesia.6 A consecuencia de ello, los numerosos edificios que la iglesia manten?a para la admi nistraci?n de esta renta cayeron en desuso. Por esta raz?n, la nacionalizaci?n de muchos de estos edificios no tuvo por qu? originar muchos problemas, aunque debi? de haberse resentido como un caso cl?sico de a?adir insulto a la inju ria. Las antiguas colectur?as de diezmos fueron nacionaliza das en Apan en 1866, en Pachuca probablemente en I860, y en Metztitl?n y Tulancingo en fechas que desconocemos. En Pachuca el edificio fue destinado a establecer una es cuela normal y en Apan fue convertido en barraca militar. En Metztitl?n (1929) el ayuntamiento dio en arrendamiento el edificio, pero a juzgar por su deterioro y reducido tama ?o no debi? de producir mayores ingresos. Aparte de las antiguas colectur?as, s?lo cinco edificios cat?licos fueron nacionalizados por completo entre 1856 y 1930. En Calnali una capilla y cementerio fueron demolidos en 1889. No se sabe qu? uso se le dio al terreno en ese mo mento, pero en 1929 era una huerta. La p?rdida de la capi lla en 1899 fue compensada con la construcci?n de una nueva que se inici? en el mismo a?o en que la otra fue de molida y se termin? en 1901. En el Mineral del Chico la vieja capilla de la Cruz pas? al municipio en 1857. Posible mente estaba ya en desuso en aquella ?poca y en 1930 estaba abandonada y en ruinas. Otros edificios cat?licos que para 1930 hab?an sido nacionalizados eran la sede de la Archico frad?a del Sant?simo en Tulancingo, que desde la promul gaci?n de las leyes de reforma hab?a pasado a ser escuela del ayuntamiento, y una escuela cat?lica en Tezontepec que despu?s de 1901 pas? al ayuntamiento. En Pachuca el anti guo hospital de San Juan de Dios fue nacionalizado y con vertido desde 1869 en Instituto Cient?fico y Literario, ad ministrado por el estado de Hidalgo. Por ?ltimo, el primi tivo convento agustino de Metztitl?n, conocido con el nombre

de La Comunidad, serv?a en 1929 para albergar las oficinas del municipio y del estado, pero es dif?cil pensar que ?sta ? Costeloe, 1966, p. 22.

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hubiese sido una gran p?rdida para los agustinos, que se

hab?an trasladado a un convento nuevo (Los Santos Reyes) desde el siglo xvi. Como era predecible, durante la inspec ci?n de 1929 La Comunidad era un edificio que estaba en malas condiciones. La nacionalizaci?n afect? en su gran mayor?a a depen dencias y anexos de las iglesias y parroquias, en las que se establecieron oficinas civiles, barracas militares y otras ins tituciones que vinieron a ocupar los ex curatos y ex conven tos. Esto ocurri? en San Pedro Tlachichilco (Acaxochitl?n), donde en 1929 exist?a en el segundo piso del curato la mi n?scula escuela federal n?mero 657. De igual manera, una escuela y oficinas municipales compart?an el edificio del

ex curato de la iglesia parroquial de Jacala (Jacala), y el de Omit?an pas? a manos del ayuntamiento del pueblo. En Pachuca tambi?n fue nacionalizado el curato de la parro quia de la Asunci?n en fecha desconocida, pero el cat?logo no indica el uso a que se destinaba en 1930. Sabemos por otro lado que por lo menos un curato fue nacionalizado s?lo nominalmente: el curato del Santuario (Cardonal) apa rece en el cat?logo como parte del patrimonio nacional, pero el sacrist?n de la iglesia viv?a ah? todav?a cuando el recinto fue visitado en 1929. La nacionalizaci?n de mayor envergadura se llev? a cabo en el convento franciscano de Pachuca, tras su secularizaci?n, por el a?o de 1861. Este convento era un amplio conglome

rado, casi una ciudad en s? mismo. Despu?s de ser nacio

nalizado fue dividido entre distintas instituciones federales, estatales y municipales. Las distintas partes del convento fue ron destinadas a usos diversos, entre otros una escuela de

miner?a, varias barracas, dos c?rceles, una caballeriza, un parque p?blico, el rastro municipal, un hospital estatal, un ba?o p?blico y casas particulares. En 1932 segu?an todav?a los tr?mites de nacionalizaci?n de varias casas que se hab?an construido en terrenos del ex convento, pero que hab?an sido subdivididas y vendidas por el municipio sin autoriza ci?n en el siglo xix. En Tulancingo hubo otra nacionalizaci?n de importan cia: partes del ex convento, que hab?a sido secularizado y elevado al rango de catedral, fueron desagregadas del con junto principal entre 1870 y 1922. Una parte era propiedad de la Secretar?a de Educaci?n P?blica en 1930, pero no es taba ocupada, y otra pas? a ser barraca militar desde 1914 "aunque sin las formalidades de la ley". This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:15:51 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA IGLESIA EN HIDALGO HACIA 1930

319

Para resumir, casi todas las propiedades eclesi?sticas que

fueron nacionalizadas en Hidalgo hasta 1930, aunque no

sin valor, eran en su mayor?a bienes marginales que la igle sia utilizaba por debajo de su capacidad y que en la mayo r?a de los casos dif?cilmente representaron una p?rdida. Por otro lado, los conventos de Tulancingo y Pachuca estaban mutilados, el de Pachuca casi al grado de ser irreconocible. En 1977 las autoridades de Pachuca trataron de rehabilitar parte del ex convento para establecer un centro cultural, pero, a consecuencia de los estragos sufridos durante el siglo pasado, Pachuca ha perdido irrevocablemente la mayor par te de su m?s importante monumento colonial. Las autoridades civiles han utilizado en forma apropiada algunas de las propiedades eclesi?sticas que han expropiado. En algunos casos han establecido escuelas y hospitales. Por otro lado, los edificios conventuales parecen haber sido espe cialmente adecuados para fines militares o para el reacon dicionamiento de prisiones. Pero quiz? s?lo un militar po dr? ver con buenos ojos el que los ex conventos de Tulan cingo y Pachuca hayan pasado a ser habitaciones y campos de entrenamiento para soldados. Lo m?s sorprendente es, sin embargo, el n?mero de pro piedades eclesi?sticas nacionalizadas que no fueron utiliza

das en lo absoluto, que quedaron vac?as como terrenos o

que se deterioraron como edificios. En casos como ?stos, la nacionalizaci?n puede interpretarse como un acto simb?lico en contra de la iglesia, no particularmente perjudicial, pero s? una agresi?n innecesaria que no contribu?a a alcanzar los fines proclamados por la Constituci?n. Desde un punto de vista geogr?fico la nacionalizaci?n se

concentr? en unas cuantas ciudades importantes. S?lo en Pachuca estaban veinte de las cuarenta propiedades que se expropiaron. Le segu?an Tulancingo y Nopala con cinco y tres propiedades respectivamente. M?s de la mitad de los bienes fueron nacionalizados en estas tres ciudades. Casi el noventa por ciento (42) de los bienes nacionalizados esta ban en las cabeceras. De seis que se expropiaron fuera de las cabeceras, cinco eran terrenos sin construcci?n alguna. La nacionalizaci?n afect? s?lo a los centros de administra ci?n civil y pr?cticamente no tuvo impacto en el campo. Regionalmente esto es tambi?n claro: s?lo una propiedad fue nacionalizada en la regi?n m?s aislada del noreste, la di?cesis de Huejutla, pero fue en una cabecera y se trataba s?lo de una capilla abandonada.

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La cronolog?a de la nacionalizaci?n muestra que la nue

va ofensiva de Calles no tuvo muchos frutos. La mayor?a de los bienes no fueron expropiados en nombre de la constitu

ci?n de 1917, sino mucho antes, especialmente durante la ?poca de Ju?rez. Algunas propiedades en Hidalgo fueron

nacionalizadas entre los a?os de 1888 y 1889. Robert J. Knowl ton ha se?alado que en estos dos a?os el gobierno despleg? en este sentido una gran actividad en todo M?xico.7 Pocas propiedades fueron nacionalizadas despu?s de 1889. Durante el per?odo de suspensi?n de cultos s?lo tres propiedades fue ron afectadas con seguridad: las tres eran dependencias del

ex convento de San Francisco de Pachuca y todas hab?an sido utilizadas mucho tiempo antes como barracas. Fue en tonces cuando pasaron oficialmente a poder de la Secretar?a

de Guerra y Marina. Es debatible el caso del curato de la parroquia de Zimap?n, que pudo haber sido nacionalizado

en 1929, pero que no ten?a ning?n uso espec?fico en 1930. La nacionalizaci?n que el gobierno de Calles intent? entre 1926 y 1929 fue puramente formal y no tuvo consecuencias

reales. Aunque no era parte expl?cita de la pol?tica anticat? lica, el establecimiento de iglesias protestantes fue el que

rompi? el viejo monopolio que ejerc?a la iglesia cat?lica. La libertad de religi?n era un invento liberal en M?xico y la propagaci?n del protestantismo representaba por lo me

nos una amenaza potencial para la vieja iglesia. Hidalgo no fue inmune al protestantismo, si bien ?ste no logr? ah? un gran avance. El cat?logo presenta veinti?n edificios protes tantes que representaban el 2.6 por ciento de todos los edi ficios religiosos de Hidalgo. Este porcentaje parece concor dar con el porcentaje general de no cat?licos en M?xico, que de acuerdo a repetidos censos, variaba entre el uno y el tres por ciento.8 La mayor?a de los templos protestantes eran metodistas. En 1930 la iglesia metodista era muy joven en Hidalgo; ning?n establecimiento hab?a sido creado antes

de 1892.

Los templos protestantes se concentraban en once muni cipios solamente, la mayor?a en el sur del estado. Los mu nicipios con templos protestantes eran colindantes y forma ban tres zonas separadas de influencia protestante. En 1930 los protestantes ten?an el mayor n?mero de adeptos en Pa i Knowlton, 1976, p. 239. 8 WlLRTE, 1970, p. 91.

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LA IGLESIA EN HIDALGO HACIA 1930

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chuca y Nopala y sus alrededores. En el noreste (Huejutla) no exist?a ning?n templo protestante. Los metodistas no se aventuraron mucho: sus iglesias estaban situadas en lugares por los que pasaba el ferrocarril o muy cerca de las carre teras principales. Existe una cierta concordancia entre la distribuci?n de las iglesias protestantes y los bienes nacio nalizados. Los once municipios en los que exist?an templos protestantes sufrieron el cincuenta y siete por ciento de las expropiaciones. Si para 1930 la iglesia metodista no hab?a logrado un avance espectacular, pod?a servirle de consuelo saber que el gobierno tambi?n ten?a dificultades para mo verse en contra de los cat?licos de Hidalgo. El presidente Calles se lament? a principios de 1926 de que las cl?usulas referentes a la iglesia en la Constituci?n de 1917 siguieran sin efecto. Fue su amenaza de rectificar una situaci?n "irregular" la que provoc? la orden de los obis pos mexicanos de suspender los cultos, medida sostenida has ta 1929, y rescindida como parte de un acuerdo m?s amplio con el gobierno. Hidalgo se vio envuelto en el conflicto lo mismo que otras regiones del pa?s, y el obispo de Huejutla, Manr?quez y Zarate, se hizo famoso por ser quiz?s el m?s intransigente de los obispos en contra del gobierno. Sin embargo, la dura ret?rica que se utiliz? durante el conflicto entre la iglesia y el estado fue en gran medida una fachada que escond?a una realidad mucho m?s tibia. En Hi

dalgo los principios anticlericales proclamados por el go

bierno tuvieron poco o ning?n resultado. La ley de 1925 que

limitaba a sesenta el n?mero de sacerdotes del estado fue discretamente abandonada.9 Es dudoso que nuevas expropia ciones hayan podido ocurrir y, aun si as? hubiera sido, afec taron s?lo a propiedades marginales, de poca utilidad para

la iglesia o para el gobierno. A juzgar por el Cat?logo de

monumentos religiosos del estado de Hidalgo, no fue clausu rada o expropiada por las autoridades civiles ninguna escuela

cat?lica. El ?nico convento para varones que hab?a en el estado de Hidalgo ?el agustino de Metztitl?n? sigui? exis

tiendo en violaci?n al art?culo 5 de la Constituci?n. En bre ve, al terminar el per?odo de suspensi?n de cultos, la situa ci?n eclesi?stica estaba tan lejos de ser "regular" en Hidalgo como lo hab?a estado en 1926. Por lo que se refiere a la suspensi?n de cultos, no hay evidencia de que se hubiera cumplido, al menos en el cam ? Excelsior (2, 3 ene. 1926) ; Bailey, 1974, p. 61.

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po. Por el contrario, las iglesias fueron reparadas y en algu nos casos hasta se hicieron mejoras. Se construyeron y con sagraron nuevas capillas. Quiz? los servicios religiosos se si guieron impartiendo en forma clandestina: los viejos h?bitos son dif?ciles de romper. En el atrio del antiguo convento franciscano de Cal pan (Puebla) a fines de 1979 una viejita apuntaba en direcci?n de la iglesia parroquial diciendo: "Ah? o?amos misa en aquellos a?os, a las doce o una de la noche.

En la ma?ana nadie sab?a. Nunca habl?bamos de ello. S?lo

Dios sab?a".

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MEXICO, PA?S CENTROAMERICANO, Y OTROS PINTORESQUISMOS Elsa Cecilia Frost El Colegio de M?xico Cuando Hegel afirma "Am?rica no nos interesa, pues el fil?sofo no hace profec?as",! de hecho no hace m?s que reconocer abierta mente lo que la gran mayor?a de los intelectuales europeos ven?a practicando sin plantearse ning?n problema. Despu?s de todo, He gel debi? de sentir alg?n resquemor pues necesita unas diez p?gi nas para justificar su posici?n. En otras filosof?as de la historia

no s?lo no se menciona el Nuevo Mundo, sino que ni siquiera

se piensa que la omisi?n tenga que ser explicada. Pero lo que es a?n m?s grave es que los historiadores compartan esta visi?n. Son much?simas las llamadas "historias universales" que siguen la mis ma divisi?n que Hegel utiliza tanto en su Filosof?a de la historia

universal, como en su Historia de la filosof?a.^ La historia del mundo comprende seis etapas: el antiguo Oriente, la antig?edad cl?sica, la migraci?n de los pueblos (die V?lkerwanderung, cono

cida en castellano como "la invasi?n de los b?rbaros": todo es

cuesti?n del punto de vista), la edad media, la edad moderna y la ?poca contempor?nea. Otros pueblos ?los ?rabes o los turcos otomanos, por ejemplo? aparecen en la llamada historia univer sal s?lo a partir del momento en que pisan suelo europeo y cons tituyen una amenaza para la cristiandad. Am?rica, ?frica conti nental y Oceania, a su vez, se toman en cuenta al convertirse en un segundo escenario en el que el hombre europeo lleva a cabo sus haza?as. Con todo, los pueblos asi?ticos salen mejor librados i Hegel, 1953, i, p. 183. V?anse las explicaciones sobre siglas y re ferencias al final de este art?culo.

2 Hegel, 1955, i, p. 111. Se inicia aqu? el estudio de la filosof?a

oriental, pero s?lo para justificar su exclusi?n, pues "no forma parte del cuerpo ni cae dentro de los dominios de nuestra exposici?n".

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ELSA CECILIA FROST

que los otros, puesto que ?quiz? por haber formado parte de la conciencia europea desde antiguo? se reconoce en ellos la cuna de la civilizaci?n y una trayectoria hist?rica distinta, pero casi igualmente v?lida. Resulta adem?s un tanto dif?cil ignorar a quie nes llegaron hasta Roncesvalles o pusieron cerco a Viena. En cam bio, los pueblos del interior de ?frica, de Am?rica o de Oceania jam?s pusieron en peligro la seguridad europea y simplemente siguieron durante siglos un camino diferente. Fueron "descubier tos" por los europeos, que, incapaces de romper lo que Spengler ha llamado "el sistema ptolemaico de la historia",3 se esforzaron en un principio por introducir la cultura de estos pueblos dentro del devenir hist?rico universal, aunque fuera, como lo hicieron nuestros viejos cronistas, mediante el uso de largu?simas compa raciones entre las costumbres americanas y las de los pueblos de la antig?edad, hasta probar que el Demonio hab?a hecho de las suyas entre unos y otros. ?Extra?o com?n denominador! Despu?s, al abandonarse el esquema providencialista, los historiadores deci

dieron olvidarse de culturas a las que, seg?n dicen, les "falta

conexi?n", sin que se molesten en decir con qu? (me parece obvio

que es con el curso de la historia europea). De ah? que todos

estos pueblos marginales, situados para Hegel en el umbral de la historia universal, s?lo se mencionen de pasada, como un mero a?adido de Europa, de la que reciben el ser. Se dir?a, leyendo la "historia universal" escrita por europeos, que se trata de pueblos que carecen efectivamente de pasado. Son el puro presente visto por los descubridores o conquistadores en el momento del primer contacto. Como colonias, su importancia es meramente econ?mica y no merece m?s que un r?pido recuento de sus recursos naturales.

Tampoco la independencia cambia las cosas, ya que estos pueblos ?entre los que se incluye a los Estados Unidos? apenas son algo

m?s que "un eco del Viejo Mundo y un reflejo de vida ajena".4 Bastar? pues una escueta menci?n o, en el mejor de los casos, unas cuantas p?ginas para dar cuenta de ellos. Desde luego, la mayor?a de los historiadores no parece tener conciencia de lo que su actitud implica. Act?an as? por parecerles

enteramente natural. Y aun en las escasas ocasiones en que el libro lleva una introducci?n en la que el autor afirma el "sentido 8 Spengler, 1947. Cf. i, "Introducci?n".

4 Hegel, 1953, i, p. 183.

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M?XICO, PA?S CENTROAMERICANO 827 universalista" de su obra o su deseo de romper con el esquema que hace de Europa no s?lo el centro del mundo, sino la repre sentaci?n misma de la humanidad, lo cierto es que sigue consi derando que la historia es la que se ha desarrollado en el teatro europeo o la que protagonistas europeos han vivido en otras tie rras. Europa se ha considerado siempre la medida de lo human?; actitud que no tiene por qu? asombrarnos ya que todos juzgamos a los otros de acuerdo con nuestras propias normas. Lo asombroso es que los otros hayan aceptado el punto de vista europeo y se hayan conformado con ser "formas marginales de lo humano, sin otro sentido que subrayar m?s el car?cter sustantivo, central, de la evoluci?n europea".5

Los resultados de esta actitud tienen a veces mucho de inso

lente y de ofensivo. En otras ocasiones no pasan de ser rid?culos y aun hay casos tan sorprendentes por su "provincialismo" que

s?lo pueden ponerse como ejemplos de lo que la estupidez hu

mana es capaz de hacer. Veamos algunos de ellos.

Hacia 1910 las ni?as del Colegio de la Paz, es decir, las Vizca?nas, usaban como libro de texto para el curso de historia universal un manual escrito por G. Ducoudray,6 que era, seg?n anuncia la portada, "obra de texto en las escuelas de la Rep?blica, de : Costa ?Rica". La divisi?n de la historia que sigue este Compendio es la usual. Am?rica se menciona por primera vez en la secci?n dedi cada a la "Historia moderna", dentro del cap?tulo llamado "Viajes y conquistas de los portugueses y los espa?oles", que el autor trata

en seis p?ginas (301-307). De ellas, una corresponde a la con

quista de M?xico. Los Estados Unidos entran en el proceso hist? rico mucho despu?s (pp. 376-381), aunque para explicar su for maci?n ?ucoudray emplea casi el mismo n?mero de p?ginas que para tratar de los descubrimientos (incluido el de Vasco de Gama) y las conquistas luso-hispanas. Por lo que se refiere a ?frica, ?sta tiene que esperar su turno hasta la secci?n de "Historia contempor?nea", si bien merece nada

menos que trece p?ginas (494-507). Inmediatamente despu?s se trata de Am?rica, ya independiente, que dividida en anglosajona (pp. 507-515) y latina (pp. 515-533) le ocupa al autor veintis?is 5 Ortega y Gasset, 1953, ni, p. 305.

Ducoudray, 1907.

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p?ginas, dos y media de las cuales dedica a M?xico (la pobre Costa Rica, a pesar de haberlo adoptado como texto, queda des pachada en ocho lineas de la p. 520). El libro es t?pico de la actitud que comento. No hay en ?l nada ofensivo. No se discrimina a nadie. Simple y sencillamente en Am?rica y ?frica no ocurri? nada hasta que su realidad no se reflej? en los ojos de un europeo. Carecen de pasado y su historia se inicia al ser "descubiertas". El uso mismo de este adjetivo revela claramente e? etnocentrismo desorbitado de Europa, que no ad mite que su propio curso hist?rico sea s?lo eso y no el ?nico pro ceso hist?rico posible. Ni aun los Estados Unidos, cuya potencia militar y pol?tica va siendo cada vez mayor, tienen importancia para este devenir. Co lonias europeas en un principio, son despu?s algo as? como una sucursal, un refugio para la poblaci?n sobrante de Europa o para aquellos que se sienten hastiados de vivir en un "museo hist?rico".7

A?os despu?s circul? por M?xico, en forma de fasc?culos coleccio nables, una obra mucho m?s ambiciosa: la Historia de las nacio nes,* traducida de la "c?lebre edici?n inglesa", en la que, entre otros, colabor? W. M. Flinders P?trie. La edici?n no consigna el a?o, pero las caracter?sticas tipogr?ficas generales de la obra y sobre todo el hecho de que el cuarto y ?ltimo tomo termine con un resumen de la primera guerra mundial permiten situarla en los primeros a?os veinte. Aqu? la divisi?n de la historia es dis tinta, ya que se pretende hacer una "popular, concisa, pintoresca y autorizada relaci?n de cada una de las naciones desde los tiem pos m?s remotos hasta nuestros d?as". Se empieza pues por Egip to y China y se los estudia desde los primeros vestigios conocidos

hasta el momento de estallar la primera guerra. Uno a uno va

pas?ndose revista a los pueblos del mundo, lo que hace concebir la esperanza de que, por fin, habr? quien se interese en el pasado de Am?rica. ?Tendr? que decir en qu? acaba nuestra esperanza? El Nuevo Mundo, haciendo honor a su nombre, surge a la exis tencia en el ?ltimo tomo, y, a pesar de que nos han anunciado que se har? relaci?n pormenorizada de cada una de las naciones, nos encontramos con que la divisi?n es la siguiente: Estados Uni 7 Hegel, 1953, i, p. 182.

8 Historia de las naciones, s. f.

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M?XICO, PA?S CENTROAMERICANO 329 dos de Am?rica (pp. 143-206); Am?rica Central (pp. 207-226),

y Am?rica del Sur (pp. 227-256). Pero lo m?s notable ?cuando menos para quienes hemos visto un mapa de Am?rica? es que M?xico forme parte de Centroam? rica, en tanto que Canad? ni siquiera existe. Como la obra fue publicada despu?s de la primera guerra, la introducci?n al cap?tulo dedicado a Estados Unidos los reconoce ya como "una potencia mundial de primera magnitud" e intenta convencernos de que su historia "data del siglo ix, ?poca en que Erico el Rojo y Lief el Afortunado efectuaron en sus costas la primera tentativa de colonizaci?n con la raza blanca". Ante esta afirmaci?n dan ganas de preguntar ?y los indios, qu?? Pero es in?til; s?lo el europeo es portador de historia. Por ello es tanto m?s sorprendente que el cap?tulo dedicado a la "Am?rica Central" se inicie con los mayas ?de cuya ciudad, Chich?n Itz?, se dice que fue fundada en 496 a. C?, para hablar luego de los aztecas, mencionando de paso a toltecas y acolhuas. El autor, Luis Spence, considera a los aztecas como un "pueblo sin igual en la historia de las razas civilizadas o semicivilizadas, con la ?nica excepci?n, quiz?s, de los incas peruanos". Con lo cual nos encontramos de nuevo en el principio: al no pod?rseles ex plicar dentro del marco europeo se les llama excepcionales, pin torescos, particulares, misteriosos o admirables, sin explicar nunca el por qu? de estos calificativos; es una manera f?cil y elegante de hacerlos a un lado. Tampoco se detiene mucho en los tres siglos de la colonia, en los que s?lo ve una serie de rencillas entre las autoridades eclesi?sticas y civiles, y apenas si Ju?rez, Maximiliano y don Porfirio reciben cierta atenci?n. A pesar de todas estas carencias, esta obra significa un cierto adelanto, ya que el autor se detiene con inter?s en la arqueolog?a prehisp?nica y hace cons tar lo mucho que queda por hacer.

Otra t?nica es la que se encuentra en un "Manual de historia para la juventud alemana" & publicado durante el r?gimen de Hitler. Aqu? s? se hace por completo a un lado cualquier escr? pulo en el trato con los "otros". El centro del mundo no es ya Europa, sino el pueblo alem?n, y toda la larga historia de la hu

manidad no ha sido m?s que una preparaci?n para el adveni

miento del Tercer Reich. Pero no todas las etapas tienen el mismo ? Kumsteller et al., 1935.

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ELSA CECILIA FROST

valor. Las primitivas pueden olvidarse, puesto que el papel de la

historia es provocar en los j?venes el entusiasmo "por todo lo grande". Y "grandes", en ese sentido, s?lo lo han sido griegos

y romanos. En consecuencia, la historia que los adolescentes ale manes de 1935 deb?an aprender estaba dividida en tres grandes per?odos: historia de los antiguos griegos, historia de los antiguos romanos, e historia del pueblo alem?n y sus vecinos. Es dif?cil que el chauvinismo alcance alguna otra vez esta cima. ?Qu? valor hist?rico pueden tener no ya americanos y africanos, sino aun los "vecinos", dentro de este aberrante esquema? Pero l? extra?o es que, a pesar de todo, M?xico s? aparece (p. 142). Aqu? la pregunta que habr?a que hacer no es, como en los casos ante riores, por qu? se le dedica tan poca atenci?n, sino qu? mecanis mos se han puesto en marcha, qu? vueltas de una imaginaci?n des cabellada han permitido hacer de M?xico un vecino de Alemania.

La raz?n no es otra, a mi parecer, que la vieja admiraci?n ale mana por la haza?a de Cort?s (recu?rdese que las primeras edi

ciones de sus Cartas son alemanas y que inclusive se resumi? las no ticias para que llegaran a un p?blico m?s amplio) .10 En efecto, de las dos menciones que se hacen de M?xico y que aparecen en el cap?tulo "Descubridores y aventureros", la primera se refiere a la conquista, tratada en trece l?neas que terminan con una frase en tre admiraciones: "?Y Cort?s conquist? este reino con 400 soldados

y 14 ca?ones!" La otra y sorprendente menci?n aparece en la

p?gina siguiente, donde se citan ?sin dar la fuente? n las tristes

10 La segunda Carta de Cort?s, traducida al lat?n por Petrus Sa vorgnanus, apareci? en Nuremberg en 1524. En 1532 fue reimpresa,

acompa?ada por la tercera, en Colonia. En 1550 se publicaron en ale m?n, en Augsburg. Desde luego, a todas estas ediciones las antecede la de la tercera Carta hecha en Sevilla en 1523. El resumen al que me refiero es Newe Zeittung von dem Lande, das die Spanier funden haben ym 1521 lare genant Yucatan, marzo 18 de 1522. Este peque?o escrito

se refiere no s?lo a Yucat?n, sino tambi?n a la primera entrada de

Cort?s a Tenochtitlan y a la prisi?n de Moctezuma. Aparece en ?l un

grabado que creo ser la primera representaci?n europea de la ciudad

de M?xico. Cf. Nueva noticia, 1973.

il Se trata de Las Casas (1965, i, p. 45), pero no habla de un indio mexicano, sino de Hatuey, el cacique cubano, quien rechaz? la conversi?n, a punto de ser quemado vivo, por no toparse con cristia nos en el cielo.

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M?XICO, PA?S CENTROAMERICANO

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palabras del indio mexicano que pregunt? si los espa?oles iban al cielo al morir, y, al recibir la respuesta afirmativa, se neg? a ir a lugar alguno donde pudiera encontrarlos. Y eso es todo lo que se les ocurre decir acerca de nuestra historia.

De todo esto podemos concluir que, aun sin llegar a estos exce sos propios de fan?ticos, el esquema europeo no permite ver en los otros pueblos m?s que formas pintorescas en las que lo pro piamente humano no llega a su plena expresi?n. Por ello, cuando nos llega a las manos una "Historia universal",1^ reci?n editada en la Rep?blica Democr?tica Alemana, que tiene como subt?tulo "Hasta la formaci?n del feudalismo", se siente uno tentado a desecharla de antemano como fuente de conocimiento ?as? sea elemental? sobre Am?rica en general y M?xico en par ticular, ya que por experiencia anterior sabemos que lo usual es que nada se diga de ellos hasta llegar al siglo xvi. Si se logra vencer esta tentaci?n, las guardas resultan ya una sorpresa. Presentan un gran cuadro de las culturas arqueol?gicas de la sociedad primitiva que se extiende desde 11000 a 500 a. C. Y ah?, en el lugar adecuado, se consignan los primeros vestigios

prehisp?nicos. La primera columna del cuadro se titula "Meso am?rica" y en ella se asienta hacia 9000 a. C. el nombre de Ajue reado. La columna termina con Monte Alb?n, Teotihuacan y el reino maya. Pero, tras estos buenos auspicios, el optimismo empieza

a disiparse cuando vemos que de las 179 ilustraciones s?lo seis

se refieren a Am?rica (una a Costa Rica, una a Per? y ?cuatro a M?xico!). Por si esto fuera poco, en las siete p?ginas de "Biblio graf?a" (pp. 683-689) s?lo hay una obra que se refiera a nuestro continente: Meggers, The Prehistoric America. Tras estas pruebas de que m?s vale usar de cautela y no entusiasmarnos demasiado, vayamos al texto. Las culturas americanas son tratadas en dos secciones del li

bro: "El per?odo de la sociedad prehist?rica" (cap. m, 5: "El sur gimiento y expansi?n de la producci?n agraria en el continente

americano"), y "La ?poca de formaci?n de una sociedad basada en la esclavitud" (cap. vin, 7: "Am?rica"). El primer an?lisis de las condiciones americanas ocupa cinco p?ginas (117-121), de las

que una corresponde a un mapa y otra a un cuadro. Hans Quitta,. 12 Seixnow, 1977.

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ELSA CECILIA FROST

autor de este primer cap?tulo sobre Am?rica, considera que los cultivos m?s antiguos se iniciaron hacia el siglo vin a. C. en el valle de Tehuac?n, aunque, sorprendentemente, los productos cu br?an apenas una tercera parte de las necesidades alimenticias de la poblaci?n. Esto explicar?a el lento desarrollo de la cultura ma terial, pues la caza segu?a ocupando un lugar important?simo e imped?a los asentamientos humanos permanentes. Por ello el paso de la recolecci?n a la agricultura result? un proceso que abarc? m?s de cinco mil a?os, debido sobre todo a la ausencia de ganado, que es lo que explica el r?pido progreso de otras zonas. Por lo que se refiere al segundo subcap?tulo mencionado, s?lo le corresponden nueve p?ginas (470-479; los territorios andinos

ocupan de la 470 a la 473 y Mesoam?rica de la 474 a la 479).

Limit?monos a M?xico y veamos lo que se dice de ?l. Reconozca mos que en varias p?ginas anteriores se lo ha mencionado de paso,

por ejemplo, al hablar de los primeros asentamientos en Meso am?rica (Tlapacoya, con una antig?edad que se remonta al si glo xin a. C.) y, despu?s, de las condiciones que permitieron asen tamientos humanos m?s duraderos (valle de Tehuac?n), al lado de "estaciones" utilizadas s?lo en determinadas ?pocas del a?o por un grupo de cazadores o recolectores. Ahora, al entrar en mate ria, se va a tratar de las condiciones que permitieron el surgi miento de una sociedad de clases. El autor, Max Zeuske, parece estar al d?a en cuanto a hallazgos

arqueol?gicos (el libro de Meggers es de 1972), ya que empieza por rectificar, mediante el descubrimiento de la estela 2 de Chiapa

de Corzo (36 a. C.), la cronolog?a, remitiendo la aparici?n de la sociedad de clases al primer siglo antes de nuestra era, en vez del siglo m d. C. como se ven?a creyendo. Despu?s de esto empiezan los problemas, puesto que el desarro llo de las sociedades prehisp?nicas no se ajusta al patr?n que ha podido establecerse a partir del estudio de otras regiones. Aqu? no hubo arado, ruedas, carros, ni ganado, y no existieron tam poco herramientas de metal; la creaci?n del estado dependi?, por tanto, de una muy fruct?fera irrigaci?n del suelo, cuya producti vidad permiti? el desarrollo no s?lo de una clase dominante, sino aun de una mano de obra especializada. Este desarrollo se carac teriz? por la formaci?n de centros cultuales en torno a una o va rias pir?mides, tal como se comprueba en la cultura de La Venta, cuya influencia religiosa o comercial alcanz? pueblos a m?s de mil

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M?XICO, PA?S CENTROAMERICANO

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kil?metros de distancia. En ella se present? ya una clara diferen ciaci?n social entre los sacerdotes, poseedores del poder ideol? gico y pol?tico y del saber astron?mico, y libres del proceso pro ductivo, y una poblaci?n libre, encargada del cultivo y obligada a prestar tributo y servicio. Dentro de esta ?ltima clase apareci? tambi?n un estrato de artesanos especializados, subordinados a los templos. Tras este somero examen de la cultura La Venta, el autor pasa a dar cuenta de las culturas maya y teotihuacana. Se nos dice que la primera de ellas sigui? los lineamientos ya se?alados con res

pecto a La Venta. Hacia el a?o 600 d. C. alcanz? su punto m?s.

alto. Existi? en ella una aristocracia sacerdotal y secular que se adue?? del excedente de la producci?n campesina; el texto se?ala, como rasgo caracter?stico de los mayas, la ausencia de un jefe supremo y de un centro dominante. Teotihuacan, en cambio, fue evidentemente un centro de poder, no s?lo religioso sino secular,, que logr? extender su comercio y dominio por todo el altiplano central y los actuales estados de Hidalgo, Tlaxcala, Puebla, M? relos y Guerrero. Ambas culturas acabaron m?s o menos por la misma fecha (fines del siglo vu y mediados del vin d. C.) : Teoti huacan por la penetraci?n tolteca, y la cultura maya por profun das disensiones internas. Al parecer lleg? un momento en que las, necesidades suntuarias de los gobernantes-sacerdotes fueron tales que la poblaci?n no pudo ya satisfacerlas y se rebel? contra ellos. Y con esto desaparecen los pueblos prehisp?nicos del escenario* de la historia universal. Pasemos por alto algunas muestras de desinter?s o ignorancia del autor respecto al tema que trabaja, como ser?an el llamar "gi gantesca" a la pir?mide circular de Cuicuilco (p. 476) o afirmar

que "la caracter?stica principal de la agricultura teotihuacana

eran los 'jardines flotantes' " (p. 477), y pregunt?monos por qu? no hay siquiera una leve menci?n de Am?rica en la cuarta y ?lti ma secci?n del libro. Una simple ojeada al t?tulo de esta secci?n nos dar? la respuesta: lo que va a examinarse es "La formaci?n del feudalismo", y como ?ste es un fen?meno que no se presenta en las sociedades prehisp?nicas ?stas quedan de inmediato fuera. De nuevo, lo que se hace es aplicar a estas culturas categor?as* tomadas de otra experiencia humana y, al no encajar en ellas, de jarlas al margen: ?No ser?a m?s sensato ?y m?s justo? analizar las causas por las que no hubo feudalismo en Am?rica? Cortar

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ELSA CECILIA FROST

tod? contacto con las sociedades prehisp?nicas en el momento de la decadencia maya y teotihuacana es dejar trunca una obra (en ninguna parte se nos dice que vaya a haber una continuaci?n) cuya finalidad es, seg?n sus autores, mostrar a partir de los prin cipios marxistas leninistas que, "en cada nueva ?poca de la socie dad de clases, los movimientos populares van madurando como la ?ltima y decisiva fuerza del desarrollo hist?rico universal". Puede ser. Pero, de hecho, el libro termina hacia el a?o 1000, cuando el orden feudal se hab?a implantado en "forma universal" y nin g?n movimiento popular lo acechaba a?n. Los propios autores tie*

nen que reconocer que el cambio que acabar?a con este orden social tardar?a a?n "algunos siglos". "Las luchas de clases y los

movimientos populares que se tratan en este compendio forman los escalones previos necesarios para esa ?poca en que las clases oprimidas se aprestan a la lucha por el poder y dominan por fin

a la sociedad de clases" (p. 282). Quiz?. Pero si ?ste es el obje tivo, la inclusi?n de las sociedades prehisp?nicas es un mero y superfluo a?adido. Teotihuacan no acaba por una insurrecci?n po

pular, sino por el empuje tolteca, y en cuanto al movimiento

popular maya lo ?nico que Zeuske puede alegar a su favor es que

en Copan y Uaxact?n hay "indicios de que la poblaci?n irrum

pi? en el templo... los destrozos en los rostros de los relieves y estelas son muestras de un levantamiento popular".

Creo que con lo dicho basta para mostrar que, con las consabidas excepciones,!3 la historia universal escrita por europeos en el si glo xx no tiene m?s diferencia con la escrita en siglos anteriores

que el signo pol?tico que la preside. La medida de lo humano sigue siendo Europa y su curso hist?rico el ?nico posible. Quiz?, mientras no se encuentre la forma de hacer justicia a 13 Pienso en obras como la Historia universal Siglo XXI en 36 vo

l?menes que esta editorial empezara a publicar en 1970 (la edici?n original es de Fischer B?cherei GmbH, Frankfurt am Main) . Pero esta obra no pretende ofrecer una explicaci?n global de la historia humana y no tiene un marco te?rico. La divisi?n del proceso hist?rico obedece tanto a un criterio cronol?gico ("Los imperios del antiguo oriente",

vols. 2, 3 y 4), como espacial ("Am?rica Latina", vols. 21, 22 y 23) o religioso ("El Islam", vols. 14 y 15) y aun a una mezcla (los vol?menes sobre Am?rica latina est?n divididos no por zonas geogr?ficas, sino por etapas hist?ricas).

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M?XICO, PA?S CENTROAMERICANO

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la unicidad de cada una de las sociedades a la vez que a la rique za de la experiencia humana, valdr?a m?s renunciar a escribir la historia universal. Seguir en el intento ?utilizando marcos te?ricos incapaces de dar cuenta de una pluralidad que salta a la vista? es, como dec?a Ortega, empe?arnos en recoger agua en una canastilla.

SIGLAS Y REFERENCIAS

Casas, Bartolom? de las 1965 "Brev?sima relaci?n de la destruici?n de las Indias", en Tratados, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica,

i, pp. 3-199. Ducoudray, G.

1907 Compendio de historia general, trad, por M. Urra bieta, 4a. ed., Par?s, Librer?a de Hachette y C?a.

Hegel, G. W. F. 1953 Filosof?a de la historia universal, Ediciones de la Uni

versidad de Puerto Rico, Madrid, Revista de Occi dente, 2 vols.

1955 Historia de la filosof?a, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica, 3 vols. Historia de las naciones

s. f. Historia de las naciones ? Obra traducida de la c?lebre edici?n inglesa de la casa Hutchinson y Co.

por Guillermo de Boladeres Ibern, Barcelona, Casa Editorial Segu?, 4 vols. Kumsteller, B., et al. 1935 Geschichtsbuch f?r die deutsche Jugend, 38a. ed., Leipzig, Verlag von Quelle und Meyer.

Nueva noticia 1973 Nueva noticia del pals que los espa?oles encontraron en el a?o de 1521, llamado Yucat?n, M?xico, Edito rial Juan Pablos.

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ELSA CECILIA FROST

Ortega y Gasset, Jos? 1953 "Las Atl?ntidas" [1924], en Obras completas, 3a. ed., Madrid, Revista de Occidente, ni, pp. 281-316.

Sellnow, Irmgard, et al.

1977 Weltgeschichte bis zur Herausbildung des Feudalis mus. Ein Abriss, Berlin, Akademie-Verlag. ?Ver?ffent lichungen des Zentralinstituts f?r Alte Geschichte und Arch?ologie der Akademie der Wissenschaften

der DDR, Band 5.?

Spengler, Oswald

1947 La decadencia de Occidente, Madrid, Espasa-Calpe, 4 vols.

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EXAMEN DE LIBROS Alistair Hennessy: The frontier in Latin American history, London, Edward Arnold (tambi?n Albuquerque, Univer sity of New Mexico Press), 1978, 202 pp. En el pr?logo de este libro, el editor de la colecci?n ?Histories of the American Frontier? explica que la aparici?n de este estudio

se?ala una nueva pol?tica en la publicaci?n de dicha serie. El cambio se debe a que, a juicio de los editores, la historia de la

expansi?n "americana" est? ya lo suficientemente investigada en monograf?as, lo que justifica la publicaci?n de vol?menes de s?n tesis que resuman el moderno conocimiento y sugieran futuras investigaciones. El libro de Hennessy es el primero de la serie. Ya hace m?s de dos d?cadas el doctor Silvio Zavala advert?a, en su estudio sobre "Las fronteras de Hispanoam?rica" (Walker D. Wyman y Clifton B. Kroeber, eds.: The frontier in perspective, Madison, The University of Wisconsin Press, 1957, pp. 35-58; ori ginal en espa?ol en Memoria de El Colegio Nacional, vn:4, 1973, pp. 43-70), que la frontera en la historia del Nuevo Mundo "ha sido objeto de tantos estudios que resulta necesario, cuando se in tenta analizarla de nuevo, deslindar las ideas y los t?rminos para

que puedan seguir sirviendo de veh?culos de entendimiento" (p. 43). Estos pre?mbulos quiz? predispongan al lector a encon trar en el libro de Hennessy m?s novedades de las que realmente

son posibles en un libro de divulgaci?n. Si el autor elabor? su

texto como "agente provocador" de futuros estudios, lo que parece haber sido su intenci?n, quiz? se pueda decir que logr? su objeto,

aunque es posible que las reacciones de sus lectores sean muy

dis?mbolas. Con el prop?sito de concretar y a la vez de innovar, el autor vuelve sobre la informaci?n disponible para ver qu? pro vecho puede sacarle y se compromete por ello con toda suerte de situaciones para las que, aparentemente, encuentra explicaci?n. No se decide por alguna definici?n de frontera o fronteras, aunque s? procede con una interpretaci?n expl?cita de la historia continental, en la cual caben todos los desarrollos americanos y su historia se puede explicar por el avance de las fronteras y la vida que en ellas tuvo lugar. Para el autor, la historia del continente

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EXAMEN DE LIBROS

es la historia de la expansi?n europea y la conquista del espacio territorial americano. Dice: "The history of the Americas has been one of European immigration, to an extent unparalleled elsewhere except in a few other areas of white settlement, such as Australia,

New Zealand and Southern Africa..." (pp. 1-2) .

Quiz? el libro peque de ambicioso. Si el autor quer?a disertar sobre la frontera en Latinoam?rica, como promete el t?tulo del libro, el esfuerzo que dedica a comparar lo que ?l considera la historia de la frontera angloamericana (Estados Unidos y Canad?) con la de Hispanoam?rica hubiera sido m?s provechoso precisando

mejor la de Latinoam?rica, con lo que se hubiere evitado gene

ralizaciones cuajadas de excepciones. No hubiera tenido que pre guntarse si Latinoam?rica es m?s un concepto metaf?sico que una denominaci?n geogr?fica, ni dedicar un cap?tulo entero a explo rar la tesis de Frederick Turner en Latinoam?rica, puesto que ?l mismo asienta que s?lo el peruano V?ctor Andr?s Belande se ha ocupado de ella, y las influencias de esa tesis, que cree reconocer en otros hispanoamericanos, no est?n documentadas. Hubiera ca?do en cuenta de que la historia de la frontera o fronteras empieza en Hispanoam?rica con la de las "rayas" indias y que tanto el ind? gena como el europeo son agentes de su historia general y en par ticular de la de las fronteras. Asimismo, hubiera podido caracte rizar al mestizo, por el que parece no sentir simpat?a, como agente de transformaci?n de la o las fronteras. Tambi?n habr?a podido discurrir m?s precisamente sobre si el prop?sito religioso de los espa?oles fue un mito, comparable al "manifiesto nacionalista" de la tesis de Turner, o una fuerza de otra ?ndole que llev? a la pe netraci?n y conquista del continente. Como incitaci?n a considerar los estudios fronterizos existentes como punto de partida, el autor cita contribuciones que dieron nuevo rumbo a la investigaci?n de la historia de las fronteras, como es el caso del art?culo de H. E. Bolton sobre las misiones

en Nueva Espa?a (1917). Pero ?l mismo no aprovecha la incita

ci?n, pues usa antigua informaci?n ya superada y ampliada desde hace tiempo. El uso selectivo, parcial y heterog?neo de informa ci?n lleva a imprecisiones y exageraciones en el texto que llaman la atenci?n, pero no por sugerentes. Le preocupa la democracia como estilo de vida en las fronteras, pero s?lo logramos saber lo que no es democracia en ellas. Dedica

un cap?tulo (el quinto) a las fronteras que se contraen, lo que

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llevar?a a pensar en un proceso hist?rico; sin embargo ?stas que dan abiertas por las caracter?sticas con que se conformaron: rela ciones de trabajo en el medio rural, rivalidades pol?ticas entre la ciudad y el campo, tradici?n centralista de los gobiernos hispano americanos. Nuevas fronteras parece que se est?n abriendo con la ejecuci?n de programas de construcci?n de caminos en diversos pa?ses de Latinoam?rica para la explotaci?n de nuevas y antiguas

riquezas naturales, aunque sin garant?a de que puedan dejar de ser fronteras debido a la permanencia de los antiguos patrones pol?ticos, econ?micos y sociales.

En la enumeraci?n que hace de los individuos que viven en

la frontera menciona al gaucho, a los bandidos, a los mes?as, a los bandeirantes, y cita diversas novelas como ejemplos de vida de la frontera y sus mitos. Canciones y baladas cuentan las luchas socia les en las fronteras y aparecen en ellas los caudillos jinetes, como Pancho Villa, y los bandidos generosos como el cangaceiro.

En fin, son tantas las comparaciones que hace el autor, tan amplio el tiempo hist?rico que maneja, de tan diversa ?ndole la informaci?n que utiliza, tan poco sentida su exposici?n, que cada p?gina, cada p?rrafo, podr?a dar lugar a infinidad de comentarios. Al texto del ensayo acompa?a otro bibliogr?fico, un glosario y un ?ndice anal?tico.

Mar?a del Carmen Vel?zquez El Colegio de M?xico John Francis Bannon: Herbert Eugene Bolton ? The histo rian and the man ? 1870-1953, Tucson, The University of Arizona Press, 1978, 296 pp. Esta biograf?a del historiador Herbert Eugene Bolton (1870 1953), escrita con afectuoso respeto por su alumno el jesu?ta John Francis Bannon, se lee con agrado. Bolton entr? al mundo de las letras como maestro rural y en contr? su vocaci?n interesado en la historia de su pa?s como me dievalista. Su formaci?n moral y profesional tuvo lugar en una ?poca en la que la sociedad liberal apreciaba el esfuerzo sostenido del individuo y reconoc?a el m?rito de los que practicaban las vir tudes c?vicas y dom?sticas. Su af?n de progreso lo predispuso a ponderar las ense?anzas de los maestros que entonces se?alaban

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EXAMEN DE LIBROS

nuevos rumbos en la ense?anza: Charles Homer Kaskins y Fre derick Jackson Turner. En Texas, en donde se conform? su estilo de historiador, y en California, en donde se defini? y puli?, el pasado espa?ol no pod?a menos que despertar su curiosidad. Maes tro de la escuela de la acci?n, fue adquiriendo sus conocimientos del pasado siguiendo, en el terreno, los pasos de sus h?roes pre feridos, descubridores como ?l: el padre Kino, Francisco V?zquez de Coronado, Silvestre V?lez de Escalante, Juan Bautista Anza, Athanase de M?zi?res.

Enriqueci? la historiograf?a de los Estados Unidos se?alando la necesidad de conocer los documentos espa?oles del pasado. La gu?a de los archivos mexicanos (Guide to materials for the history of the United States in the principal archives of Mexico, 1913)

que elabor? para los historiadores del norte despu?s de varias

visitas a la capital mexicana y a ciudades de la frontera de la re p?blica, fue ciertamente la llave que permitir?a a los estadouni denses vislumbrar un pasado que deb?an conocer. Asimismo, los estudios de lo que ?l llam? las "tierras de frontera" (The Spanish borderlands ? A chronicle of old Florida and the Southwest, 1921) mostraron a los historiadores estadounidenses que hab?a otros hom bres, los espa?oles, que, como los ingleses y franceses, hab?an de

jado impresa su huella en las tierras de su naci?n. No menos

importante fue su idea de estudiar la historia de los Estados Uni dos con visi?n continental ("The epic of greater America", 1933). Quiz? esta biograf?a de un notable profesor universitario esta dounidense que recoge los sinsabores, luchas, prop?sitos, alegr?as

y triunfos de una vida profesional sea, para la comunidad aca d?mica, un ejemplo edificante de "vidas paralelas", y, para los

latinoamericanistas, resulta especialmente sugestiva. Es dif?cil que nuevas investigaciones puedan a?adir algo m?s de lo que el autor menciona al conocimiento del gran maestro que fue Bolton, quien posey? el arte de inspirar a sus alumnos, guiarlos, ayudarlos y fomentar en ellos el gusto por la historia de las "tierras de fron tera", que ense?? predicando con el ejemplo, y cuya dedicaci?n y perseverancia abri? nuevos horizontes a la investigaci?n hist?rica.

Este libro es un fino tributo al maestro y colega de un historiador que, siguiendo sus ense?anzas, ha alcanzado, a su vez, considerable distinci?n.

Mar?a del Carmen Vel?zquez El Colegio de M?xico

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EXAMEN DE LIBROS

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John K. Chance: Race and class in colonial Oaxaca, Stanford, Stanford University Press, 1978, 16 + 250 pp., mapas, cua

dros.

El libro de John Ker?n Chance no constituye del todo una

novedad para los especialistas en la historia del M?xico colonial porque ya desde hace un tiempo se pod?a adivinar su publicaci?n. En su primera versi?n, este mismo estudio sirvi? a su autor para recibir el doctorado en antropolog?a en la Universidad de Illinois, Urbana, en 1974, y desde entonces fue difundido por el sistema de microfilm. Tres a?os despu?s public?, conjuntamente con su maestro William B. Taylor, la reelaboraci?n de una parte muy im portante del trabajo: "Estate and class in a colonial city ? Oaxaca in 1792" (Comparative Studies in Society and History'', xix:4, oct. 1977, pp. 454-487). Otras panes del texto original fueron tambi?n reelaboradas para un par de art?culos m?s. Como se recordar?, Chance enfoca la historia de la ciudad de

Antequera a trav?s del estudio de la evoluci?n del sistema de

estratificaci?n social. Divisiones raciales y ?tnicas, clases econ?mi cas y grupos pol?ticos adquieren su debida proporci?n al referirse al desarrollo del capitalismo comercial. El argumento central fue claramente recalcado en el art?culo de 1977, en el que Chance y

Taylor aprovecharon el ejemplo oaxaque?o para mostrar emp?

ricamente la existencia de clases econ?micas en la sociedad hispa noamericana de finales de la colonia. Al demostrar que ninguno de los determinantes de la diferenciaci?n social predomin? exclu sivamente sobre los dem?s, y que no hab?a coincidencia entre la estratificaci?n socio-racial, la ocupacional y las posiciones de po der, pudieron formular una revisi?n seria de los estudios de esta mentos y castas que, entre otros, han desarrollado MacAlister, M?r ner, Aguirre Beltr?n y Brading. Race and class in colonial Oaxaca es, a este respecto, la mera confirmaci?n de un argumento ya desarrollado en otro lugar y bastante conocido. Por ser as?, cabe dejar de lado este punto, a pesar de que constituye la parte m?s importante de la obra, y pasar

a examinar otros aspectos. El libro de Chance merece ser anali zado como una historia particular de Antequera que podr?a escla recer algunos puntos de nuestra historia colonial. Desafortunada

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EXAMEN DE LIBROS

mente Chance no supo o no quiso conducir su an?lisis por cami

nos que su propia investigaci?n le abri?. Si el lector toma su

libro como una "historia de Antequera y sus habitantes" ?como ?l mismo lo define? o como un estudio de caso de historia social

novohispana, necesitar? estar prevenido para detectar p?rrafos en teros con informaci?n de mucho valor por la que el autor pasa desprevenida y r?pidamente. Tomemos algunos ejemplos.

Chance aporta datos que hacen pensar en la conveniencia de intentar una evaluaci?n de las actividades econ?micas de los en

comenderos en los primeros a?os de la colonia. El tema de la fun ci?n econ?mica de los encomenderos fue acotado en sus aspectos generales desde hace mucho tiempo, pero no ha sido hasta hace

muy poco (con el estudio de J. Benedict Warren sobre la con quista de Michoac?n, por ejemplo) que se ha estudiado en forma

concreta. Lo mismo se puede decir de la esclavitud ind?gena.

Chance no aporta muchos datos nuevos, pero s? los suficientes para advertir las modalidades de ambos fen?menos y hacer un plan teamiento correcto de las caracter?sticas sociales y econ?micas de la conquista. Y sin embargo parece no haber reflexionado en ello. Tambi?n es del mayor inter?s el estudio de la creciente parti cipaci?n de los ind?genas en la econom?a de mercado y la conco mitante interdependencia de indios y espa?oles. Muy ligada a esto se encontraba la residencia de indios entre espa?oles, a la que no se ha prestado tanta atenci?n como, por ejemplo, a la residencia de espa?oles entre indios. El caso del barrio n?huatl de Jalatlaco, estudiado por Chance con el detalle que permiten sus fragmen tarias fuentes, muestra algunas de las caracter?sticas de la cultura ind?gena urbana, que para 1580 estaba en pleno desarrollo. Chance se muestra interesado asimismo en la situaci?n de los ind?genas

mixt?eos y zapotecos del valle que eran empujados a la ciudad por las dif?ciles condiciones del campo. Aunque el autor enfoca estos problemas como rasgos que contribuyen a individualizar el desarrollo hist?rico de Antequera, no por ello puede soslayarse su conexi?n con la evoluci?n de la sociedad ind?gena novohispana en general, so pena de incurrir en una perspectiva equivocada.

En la evoluci?n de Jalatlaco, por ejemplo, saltan a la vista cir

cunstancias que resultan capitales para el estudio de la estructura pol?tica y la periodizaci?n en la historia ind?gena en general. Cabe hacer la pregunta de si el car?cter urbano de Jalatlaco afect? de alg?n modo su evoluci?n de barrio a pueblo de por s? y la poste

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EXAMEN DE LIBROS

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rior separaci?n de Trinidad de las Huertas tambi?n como pueblo aparte. Es importante tratar de dilucidar si la fragmentaci?n de

los pueblos respondi? a la influencia espa?ola o mestiza ?m?s

que evidentes en Jalatlaco? o si, como parece ser en otras partes, provino de los ind?genas mismos. Tambi?n plantea una seria in terrogante la tard?a aparici?n de un cacique en el siglo xv?n, caso que, no por frecuente en otras partes, ha recibido debida explica ci?n. Chance ni siquiera previene al lector de la importancia de estos temas.

El pecado capital de Chance es el no haber mostrado el sufi ciente dominio de la historia colonial necesario para sacar jugo a un material rico pero al fin aislado y poco expl?cito. La misma impresi?n se obtiene del examen del aparato cr?tico de su libro: una bibliograf?a muy pobre, notas excesivamente parcas, carencia casi absoluta de referencias cruzadas, y, en general, poca erudi ci?n. No cabe duda, sin embargo, de que Chance, que es un an trop?logo, ha entrado a la historia con buen acierto y lo dem?s ser? obra del tiempo. Tras leer Race and class in colonial Oaxaca no puede uno de jar de pensar en un libro al que, en cierto modo, viene a hacer compa??a: Tlaxcala in the sixteenth century, la primera obra de

Charles Gibson. De 1952 ?fecha de la aparici?n de esta ?ltima? a 1978 han pasado veintis?is a?os y las perspectivas han cambiado mucho. El libro de Gibson carece de la sofisticaci?n metodol?gica y los recursos interdisciplinarios que condujeron a Chance a una obra de estructura m?s compleja; pero en cambio posee un domi nio de las fuentes y un conocimiento del terreno y de la ?poca que mucha falta hacen en el libro sobre Antequera. Gibson trat? de dar amplitud de criterio a su trabajo poniendo atenci?n a to dos los aspectos de la vida ind?gena. Chance trat? de seguir otro camino, sacrificando lo que lo apartara de una idea central. El libro del primero es casi un cl?sico; el de Chance es un ensayo lleno de novedades, y del examen de ambos saltan a la vista aspec tos positivos y negativos de la evoluci?n que ha experimentado nuestra historiograf?a en ese lapso.

Bernardo Garc?a Mart?nez El Colegio de M?xico

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EXAMEN DE LIBROS

Herbert J. Nickel: Soziale Morphologie der mexikanischen

Hacienda ? Morfolog?a social de la hacienda mexicana, Wiesbaden, Fundaci?n Alemana para la Investigaci?n

Cient?fica, Franz Steiner Verlag, 1978, 432 pp., 56 ilus traciones, 28 mapas. ?Publicaci?n xiv del Proyecto M?

xico.?

A pesar de su t?tulo doble, el texto de la obra no est? en am bas lenguas sino ?nicamente en alem?n. En fin... Con esta mo nograf?a, n?mero xiv, el proyecto de la cuenca de Puebla-Tlaxcala de la Fundaci?n Alemana para la Investigaci?n Cient?fica publica

su tercera obra sobre las haciendas de la regi?n. Una de ellas, Estudios sobre la hacienda colonial en M?xico ? Las propiedades rurales del Colegio del Esp?ritu Santo en Puebla, de Ursula Ewald,

ha sido rese?ada con anterioridad en Historia Mexicana (Vol. xxvii, n?m. 1, jul.-sep. 1979, p. 153).

El libro, como indica su t?tulo, no es una historia propiamente

dicha de las haciendas mexicanas. Nickel esboza la evoluci?n de la hacienda desde su principio hasta su fin en los a?os 1930, pero

esto no convierte el trabajo en una "historia de la hacienda"

(p. 15). El prop?sito del autor ha sido el de investigar la morfo log?a social de la hacienda y limitarse al an?lisis de las dimen siones sociales y econ?micas de la hacienda como instituci?n. El autor empieza por discutir el concepto de la hacienda. Hay las haciendas "cl?sicas" de los trabajos de Molina Enr?quez, Tannen baum y otros. Pero la informaci?n sobre ?stas es parca En cam. bio, la informaci?n sobre las haciendas que fueron empresas comer ciales es, por causas obvias, comparativamente abundante. La con

secuencia es que las haciendas "modernizadas" ocupan en este

libro relativamente m?s lugar que las "marginales" (p. 19). M?s adelante (pp. 117-120) Nickel hace ver que la hacienda porfirista no aspiraba a una autarqu?a como hab?a afirmado Tannenbaum. Sin duda, muchas haciendas procuraban producir ellas mismas lo m?s posible para su consumo propio, pero esto no se deb?a a un

esp?ritu "feudal" sino a la necesidad: un abastecimiento defi

ciente o caro de los art?culos necesarios. Tampoco parece correcto calificar a los hacendados de terratenientes ausentistas. Si no vi

v?an en su hacienda (o sus haciendas), sino en la ciudad, esto This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:16:24 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

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se deb?a sencillamente a que en la ciudad vigilaban la venta de los productos de sus haciendas y, por supuesto, tambi?n compra

ban a un precio m?s bajo lo necesario para ellas.

El libro se divide en tres partes aproximadamente iguales en extensi?n: la primera trata de la hacienda en M?xico en general, la segunda de las haciendas en la cuenca de Puebla-Tlaxcala, y la tercera de la hacienda de San Jos? Ozumba situada al oriente de

Huamantla. Cada una de estas partes consiste primero de una secci?n sobre la ?poca colonial, luego de otra ?relativamente

breve? sobre la ?poca de la transici?n de 1821 a 1880, y por ?lti mo de otra m?s sobre la fase tard?a de 1880 a 1930. La primera y la tercera secciones comienzan con el marco pol?tico y demo gr?fico, contin?an despu?s con la descripci?n del origen y/o des arrollo de la propiedad, el an?lisis de los diferentes aspectos eco n?micos, y la discusi?n del reclutamiento de la mano de obra y del peonaje. Cada parte termina con el tratamiento de la revolu ci?n y, por ?ltimo, de la reforma agraria. De este modo, el peona je, por ejemplo, se discute tres veces: la primera en la parte gene ral, la segunda en la regional, y la tercera en la parte particular o individual de una hacienda concreta. En suma, el libro consiste de tres monograf?as pr?cticamente independientes y ligadas entre s? ?nicamente por la introducci?n. Las ventajas de esta estructura son obvias; tambi?n lo son las desventajas, como una cierta repe tici?n y la necesidad de buscar el mismo tema en dos, tres o m?s lugares diferentes.

Tomemos como ejemplo el peonaje, o sea la servidumbre de

los asalariados por endeudamiento. El peonaje colonial es un he cho bien conocido. Aqu? se trata de comprobar la existencia del peonaje en la ?poca independiente, sobre todo en la del general D?az, que termina en Puebla en 1914 con el decreto del general Pablo Gonz?lez (p. 246). F?cilmente se admite la existencia del peonaje en regiones perif?ricas como Yucat?n, pero otra cosa es

el altiplano central del pa?s. El autor cita el C?digo penal del

estado de Puebla de 1880, seg?n el cual "el sirviente, jornalero o contratista de obras que, habiendo recibido anticipo en cuenta de trabajo, enga?are a la persona que lo haya hecho, neg?ndose sin justa causa a prestar la obra de trabajo prometido o a devol ver la cantidad anticipada, comete el delito de fraude..." (la dis cusi?n del peonaje durante la era porfirista se encuentra en las pp. 128-130 ?M?xico en general?, 237-246 ?estado de Puebla? y

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EXAMEN DE LIBROS

350-352 ?hacienda de San Jos? Ozumba). La severidad de esta disposici?n, que recuerda la prisi?n de los deudores en Europa tal y como se conoci? hasta la primera mitad del siglo xix, con trasta singularmente con el C?digo penal juarista del Distrito Fe

deral de fines de 1871, que no s?lo no contiene la disposici?n citada sino que, con un esp?ritu opuesto, califica de fraudulentos a los hacendados que no pagan a sus peones en monedas sino en fichas, vales y signos semejantes. Se supone que el c?digo juarista fue adoptado con pocos cambios por la mayor?a de los estados o

por todos ellos. Esto lo he visto al revisar las leyes penales de

Guanajuato, Veracruz y Chihuahua, pero no he podido localizar las poblanas. Sea como fuere, una cosa eran las leyes y otra la pr?ctica. Re sultaba dif?cil y costoso perseguir a los peones endeudados. (A los peones acasillados se les llamaba en Puebla calpaneros; viv?an en

un asentamiento junto al casco, llamado calpaner?a.) Seg?n las

circunstancias, los hacendados compet?an entre s? por la mano de obra o conven?an en no sonsacarse a los trabajadores. En este ?ltimo caso era un poco m?s f?cil recuperar al jornalero fugado. Fuera de esto, las gratificaciones al personal propio dedicado a la persecuci?n del pe?n y las repartidas entre las diferentes autori

dades pod?an resultar m?s elevadas ?pienso yo? que el monto

de la deuda. Los hacendados poblanos hallaron la soluci?n siguien te: muchos peones ten?an fiadores que se hac?an responsables de sus deudas. Nickel no dice qu? tan general era este sistema, y yo me imagino que muchas personas se negaban a ser fiadores pues comprend?an que el otorgamiento de tal fianza pod?a acarrear su ruina. En la ausencia de fiadores, dice el autor, los hacendados trataban de obligar a los familiares del pe?n huido a asumir la deuda, pero no indica con qu? frecuencia lo lograban.

El autor no comprende por qu? una parte de los peones no

deb?a nada, y lo explica por la probable pol?tica del administra dor de negar cr?dito a ciertas personas. Esto me parece poco l? gico, pues el cr?dito no se niega a los que no deben, sino a los que ya deben mucho. Me parece m?s probable (esto lo discut? en mis trabajos sobre las haciendas potosinas) que algunos peones, de los que normalmente ten?an poca familia, no quer?an endeu darse. El autor, europeo occidental, parte de la tesis de que todos

los hombres aspiran a la libertad. No se explica bien qu? es lo que ligaba a los peones a la hacienda, pues los que deb?an tam This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 03:16:24 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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EXAMEN DE LIBROS

poco se iban, como no se fueron en 1914 al cancelarse por decreto

todas las deudas de los peones. Pero en la realidad tambi?n es posible que muchos hombres ?si es que no la mayor parte? pre fieran la seguridad a la libertad. Nickel se pregunta en la p. 350 qu? es lo que los peones mismos ve?an en el endeudamiento. Mel chor Ocampo expres? la motivaci?n del pe?n ya en 1844 del modo

siguiente: "El pe?n dice: 'No hay que apurarse, no me debo

matar en un d?a; si el amo quiere, me aguanta, y si no me quiere,

me sufre, que al fin no ha de echarme y perder as? lo que le debo'" (Obras completas, M?xico, 1900, i, p. 113). A pesar de sus inevitables deficiencias, la obra es notable por lo mucho que abarca gracias a su forma tan ordenada y met?dica. Sin duda, es una de las mejores obras entre las tantas del tema

publicadas en los ?ltimos a?os.

Jan Bazant

El Colegio de M?xico Frederick Catherwood: Vision del mundo maya ? 1844, in troducci?n de Alberto Ruz Lhuillier; biograf?a del autor por Dolores Plunket, M?xico, Cart?n y Papel de M?xico, 1978, 108 pp., ilus. Desde 1972 la empresa Cart?n y Papel de M?xico, S. A., ha venido publicando excelentes libros de arte e historia con que anualmente agasaja a sus amigos y enriquece el acervo de varias bibliotecas y centros de investigaci?n que, sin duda alguna, sa br?n apreciar el enorme esfuerzo que implica la elaboraci?n de estas obras. La fina naturaleza de publicaciones de este tipo no requiere de explicaciones, pues, como es bien sabido y suele ocu rrir en las ediciones privadas, se hace gala de recursos t?cnicos y cuidado en su elaboraci?n. En este respecto, los responsables de las ediciones de Cart?n y Papel de M?xico, encabezados por el ingeniero Mario de la Torre y Rabasa, han demostrado a?o tras a?o un dominio cada vez mayor de estos menesteres. Tal vez el mayor m?rito de las ediciones de Cart?n y Papel

de M?xico es que no se contentan con limitarse al expediente com?n de reimprimir obras raras o antiguas. Dos, por lo menos,

de las ediciones de esta compa??a merecen ser consideradas no

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EXAMEN DE LIBROS

s?lo como contribuciones a la difusi?n de temas de nuestra histo

ria ?que son los prop?sitos que los editores procuran? sino como aportaciones originales al conocimiento. Tal es una recopilaci?n de acuarelas de la ?poca de Guadalupe Victoria, publicada en 1974, y otra de las principales obras del pintor Egerton, publicada en 1976. ?sta, particularmente valiosa, da a conocer parte hasta en tonces in?dita de la obra del c?lebre pintor de Tacubaya. Visi?n del mundo maya, la ?ltima obra preparada, no es una aportaci?n original en tanto que b?sicamente reproduce material ya publicado. Pero tampoco es una reimpresi?n. Se trata de una nueva edici?n del ?nico y rar?simo libro atribuible exclusivamen te al genial dibujante ingl?s Catherwood, libro que, como los m?s

conocidos que conjuntamente prepararon John L. Stephens y

Catherwood, fue producto de las expediciones arqueol?gicas em prendidas por ambos en la zona maya. El libro de Catherwood fue originalmente publicado por primera vez en Londres en 1844, meses antes de la muerte de su autor, con el t?tulo de Views of ancient monuments of Central America, Chiapas, and Yucatan. Comprende una introducci?n y breves textos que acompa?an a veinticinco litograf?as, iluminadas ?en algunos de los pocos ejem

plares que se hicieron? por el propio autor. La nueva edici?n

reproduce naturalmente las litograf?as, incluye los textos de Ca therwood y su traducci?n al espa?ol, y dos interesantes pr?logos sobre el dibujante y su obra, uno de la se?ora Dolores Plunket y otro del arque?logo Alberto Ruz Lhuillier, ambos en versiones paralelas castellana e inglesa. Los dos pr?logos est?n ilustrados con m?s de ochenta reproducciones de los conocidos grabados que el propio Catherwood prepar? para los relatos de Stephens, lo que equivale a poco m?s de una tercera parte de estos grabados. En suma, la nueva edici?n re?ne una parte considerable, tal vez

la m?s valiosa y sin duda la m?s rara, de la obra maya de Ca

therwood.

La introducci?n que Catherwood prepar? para su ?lbum de

litograf?as es un texto del mayor inter?s para la historia de la ar queolog?a y merece una seria consideraci?n. Esperemos que la pu blicaci?n de Visi?n del mundo maya incite a algunos estudiosos a examinar con cuidado las ideas de Stephens y Catherwood, y sobre todo su impacto en el mundo cient?fico, y a rehacer sus biograf?as, que son de mucho inter?s no s?lo por la labor arqueo l?gica que desarrollaron, sino tambi?n por su papel como inge

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EXAMEN DE LIBROS

34?

nieros, diplom?ticos e inversionistas en varias partes de Centra Am?rica y el Caribe. Sobre ambos personajes se ha escrito mu cho, pero rara vez se ha superado un cierto enfoque anecd?tico que deja mucho que desear. Por otra parte, confiamos en que Cart?n y Papel de M?xico, S. A., continuar? proporcion?ndonos estas valiosas contribuciones, y que tendr? siempre el acierto de seleccionar y publicar obras no s?lo bellas sino tambi?n ?tiles y novedosas.

Bernardo Garc?a Mart?nez El Colegio de M?xico

Sobre la industrializaci?n de Jalisco y otros puntos. Respues

ta a una rese?a de Guadalajara ganadera ? Estudio re

gional novohispano.

Los libros, una vez salidos de la imprenta, habent sua fata, ya no pertenecen al autor. Pero creo oportuno presentar unas con

sideraciones en respuesta a una rese?a de mi obra Guadalajara ganadera ? Estudio regional novohispano ? 1760-1805 firmada

por el doctor Jos? Mar?a Muri? y aparecida en esta misma revista Historia Mexicana (vol. xxvin, n?m. 3, ene.-mar. 1979). Como to das, merece mi respeto, tanto por su contenido como por el reco nocido prestigio de su autor. Pero me veo obligado a precisar al gunas de sus afirmaciones porque estimo que no son "minucias" o "insignificantes detalles" del libro y podr?an desorientar al lector.

Se expresa que el distrito de Colima fue anexado a la inten dencia de Guadalajara despu?s de 1805. La misma idea dej? ex presada Muri? en la rese?a a la obra de Helene Riviere D'Arc,

Guadalajara y su regi?n (M?xico, 1973), aparecida en el vol. xxiv, n?m. 4 de esta misma revista. Sin embargo, puedo afirmar rotun

damente que la incorporaci?n de Colima a Guadalajara en las

esferas gubernativa y eclesi?stica ?en lo judicial y fiscal ya lo* estaba desde antes? tuvo lugar en 1795. Se conservan tres legajos en el Archivo General de Indias de Sevilla y uno en el catedra licio de Guadalajara que guardan el expediente completo del tr?n sito. A partir de entonces los intendentes de Guadalajara ya men cionaban a Colima como distrito de su provincia. La misma des

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EXAMEN DE LIBROS

cripci?n de Aba seal y Sousa de 1803 que Muri? cita en la rese?a corrobora esta afirmaci?n.

"Hablar de industrializaci?n en Guadalajara antes de 1840,

por lo menos dada la connotaci?n actual del t?rmino, es quiz?s

un poco exagerado", se afirma en la rese?a. Estimo que no. El

t?rmino "industria" est? ya a fines del xv?n suficientemente con

solidado tanto en Espa?a como en Am?rica como para que sea

usado con normalidad. Y m?s en una regi?n cuya producci?n in dustrial superaba a principios del xix los tres millones de pesos, como se?alan las estad?sticas del momento. Por supuesto que no se usa con la "connotaci?n actual". Basta leer el cap?tulo primero de la obra para contrastar las enormes diferencias del proceso en la Guadalajara de fines del xv?n y en el Jalisco actual. El t?rmino "pacificaci?n", cuyo uso se objeta, aparece s?lo dos veces en una monograf?a de 458 p?ginas, ambas para evitar la uti lizaci?n del t?rmino conquista por simple cuesti?n estil?stica y eludir reiteraciones. Por lo dem?s, los grandes autores que tra bajan hoy sobre el xvi y el xvn lo usan habitualmente. Se considera inoportuno, "como detalle mucho menor", hacer referencia al valle de Toluquilla por el hecho de estar "hoy d?a en v?speras de ser engullido por la ciudad de Guadalajara". Por la misma raz?n no podr?a hablarse tampoco de ninguno de los antiguos municipios que hoy forman el Distrito Federal en M? xico por haber sido devorados por la expansi?n urbana. Pero, ade m?s, el valle de Toluquilla tuvo una importancia y una entidad propia en el siglo xvm por ser uno de los grandes graneros de la regi?n y zona codiciada por los propietarios de tierras de la pro

vincia. El historiador del siglo xx no tiene la culpa de que los habitantes de una ciudad como Guadalajara se computasen por

millares a fines del xv?n y hoy se cuenten por millones. Con respecto al itinerario seguido por las remesas de ganado

para llegar a Michoac?n, el problema no es que a Muri? le pa

rezca "m?s l?gica" la ruta que se?ala, sino que lo pruebe con tes timonios de la ?poca. Yo no afirmo en mi libro que la conduc ci?n "fuese siguiendo la costa hasta Michoac?n, pasando por Co lima", sino que sugiero que lo hac?an por "las jurisdicciones cos teras hasta llegar a la regi?n indicada despu?s de cruzar el distrito de Colima". Las dos frases son muy distintas en su formulaci?n y en su contenido. Y m?s trat?ndose de un partido como Colima, que ten?a agregado administrativamente el corregimiento de Xilo

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EXAMEN DE LIBROS

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tl?n, y que, por tanto, cubr?a una franja territorial que se exten

d?a de oeste a este desde el Pac?fico hasta Michoac?n, ya en tierras,

altas.

Por otra parte, en ning?n p?rrafo del libro se expresa que la figura del charro tenga que ver "con el caluros?simo clima de la costa"; raz?n por la cual no puede afirmarse que "la mayor gana der?a no coincide con la mayor charreria", como se me objeta. Pero s? digo y mantengo que la charrer?a y todo su mundo nace

en torno a la actividad ganadera ya desde el siglo xvi. Por su

puesto, me refiero al fen?meno y no al t?rmino, acu?ado en el xix. El charro es el cuidador, el faenador, el conductor, el arrea

dor de ganado, que va perfilando un tipo propio a lo largo de siglos. Por eso puede admitirse que la regi?n de Guadalajara,,

quiz?s la primera reserva ganadera del virreinato, haya sido su

cuna; para m?, desde luego, la cuna indudable de "lo charro"^

Por lo dem?s, comparto con Muri? su esmero por romper la ima gen estereotipada y de exportaci?n que se le ha dado al fen?meno.

Una precisi?n sobre el t?rmino tapatio, del que se dice que aparece usado incorrectamente en la p?gina xix. En efecto, el t?rmino se aplica a la ciudad de Guadalajara. Pero puede ser

empleado de igual forma en algunos casos para adjetivar el marco territorial sobre el que ejerc?a su capitalidad cultural y adminis trativa. A veces su uso es incluso recomendable para referirse al territorio de la antigua intendencia de Guadalajara, para el cual la palabra jalisciense resulta demasiado restringida y el t?rmino neogallego y novogalaico excesivamente amplio. Por ?ltimo, creo que el doctor Muri? debi? limitarse a juzgar la obra y no a pretender analizar la personalidad del autor. Dice que a lo largo del trabajo manifiesto un "gusto especial" por todo lo que se refiere a caballos y toros. Y que el tema de la ganader?a no es para m? un mero objeto de estudio, sino una "vocaci?n es

condida" en mi estampa urbana e intelectual. La afirmaci?n es muy aventurada. En el juicio de un trabajo de investigaci?n pri maria toda referencia personal debe ser eludida. El tema fue adju dicado como tesis doctoral en raz?n de las propias fuentes hist? ricas disponibles. La actividad pecuaria llevaba mucho tiempo?

marginada como objeto de estudio y creo que mereci? la pena emprender la tarea.

Ram?n Ma. Serrera Universidad de C?rdoba

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OTROS ART?CULOS DE HISTORIA MEXICANA relativos a la historia social de la ?poca colonial

EN EL N?MERO 12: Charles Gibson: Significaci?n de la historia tlaxcalteca en el siglo xvi, pp. 592-599.

EN EL N?MERO 82: Woodrow Borah y Sherburne F. Cook: La demograf?a hist?rica de Am?rica Latina ? Necesidades y perspectivas, pp. 312-327.

EN EL N?MERO 83: Marcelo Carmagnani: Demograf?a y sociedad ?La estructura social de los centros mineros del norte de M?xico? 1600-1720, pp. 419-459.

EN EL N?MERO 89: David A. Brading: Los espa?oles en M?xico hacia 1792, pp. 126-144.

Patrick Carroll: Estudio sociodemogr?fico de personas de sangre

negra en Jalapa ? 1791, pp. 111-115.

EN EL N?MERO 98: Pedro Carrasco: La transformaci?n de la cultura ind?gena durante la colonia, pp. 175-203.

EN EL N?MERO 99: Mar?a Dolores Morales: Estructura urbana y distribuci?n de la pro piedad^ en la ciudad de M?xico en 1813, pp. 363-402.

Adqui?ralos en la librer?a de El Colegio de M?xico o solic?telos a su Departamento de Publicaciones: Camino al Ajusco, 20, M?xico 20, D. F.

Precio de cada n?mero atrasado: $65.00. En el extranjero: Dis. 4.00.

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EL COLEGIO DE M?XICO ACABA DE PUBLICAR UNA OBRA PREPARADA POR Rodolfo Pastor, Lief Adleson, Erika Berra, Flor Hurtado, Josefina MacGregor y Guillermo Zerme?o, bajo la coordi naci?n de Elias Trabulse:

Fluctuaciones econ?micas en Oaxaca

durante el siglo XVIII El presente estudio fue resultado de un seminario de estad?stica aplicada a la historia cuantitativa llevado a cabo durante el a?o de

1977 en el Centro de Estudios Hist?ricos. Fue un trabajo primordial mente colectivo en el que se emplearon t?cnicas de trabajo y m?todos de c?mputo bastante rigurosos. La fase final de este estudio, sin duda la m?s dif?cil y compleja, fue llevada a cabo por Rodolfo Pastor, quien elabor? el manuscrito original que, despu?s de varias cr?ticas y revi siones realizadas en el seminario, termin? en la versi?n definitiva que

es la que aqu? presentamos. En la preparaci?n de este trabajo contamos con la valiosa ayuda de Rosa Mar?a Rubalcava de la Unidad de C?mputo de El Colegio de

M?xico, quien constante y pacientemente resolvi? muchos de nuestros problemas y aclar? nuestras dudas. Asimismo hemos de agradecer a la

doctora Josefina Z. V?zquez, directora del Centro de Estudios Hist? ricos, el haber estimulado tanto la formaci?n del seminario como la publicaci?n de sus resultados.

(De la Presentaci?n de Elias Trabulse.)

Adqui?ralo en la librer?a de El Colegio de M?xico Camino al Ajusco, 20, M?xico, D. F.

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EL COMIT? MEXICANO DE CIENCIAS HIST?RICAS anuncia la publicaci?n de su Cat?logo de tesis de historia de M?xico

Re?ne m?s de 1,000 t?tulos de universidades mexicanas, norteamericanas y europeas

Obra preparada en colaboraci?n por las siguientes ins tituciones:

Centro de Estudios Hist?ricos de El Colegio de

M?xico

Departamento de Historia de la Universidad Ibe roamericana

Departamento de Investigaciones Hist?ricas del Instituto Nacional de Antropolog?a e Historia Instituto de Investigaciones Hist?ricas de la Uni versidad Nacional Aut?noma de M?xico

$80.00 Dis. 5.00

Adqui?ralo escribiendo al apartado postal 21-120

M?xico 21, D. F.

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Revista de Historia de Am?rica DEL

INSTITUTO PANAMERICANO DE GEOGRAF?A E HISTORIA

Aparece los meses de junio y diciembr En el contenido del N? 88 se cuenta con

tribuciones tales como: "The strange

wonderful case of Juan Rodr?guez Mejia plain in the Spanish Royal Navy ?1780-17

Some preliminary thoughts on the Jewish

tion in Spanish terriories"; "Varnhage

primeiro mestre da historiograf?a brasi

1816-1878"; "Creaci?n de la Universida San Carlos de Guatemala y consolidaci? los sistemas de explotaci?n colonial"; "A to urbano de las reducciones toledanas";

Pedidos a: SERVICIOS BIBLIOGR?FICOS INSTITUTO PANAMERICANO DE GEOGRAF?A E HISTORIA

Ex-Arzobispado 29 M?xico 18, D. F.

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la situaci?n de M?xico y el mundo Informaci?n procesada y clasificada, obtenida de

los trece principales peri?dicos de M?xico, en una revista mensual:

Informaci?n sistem?tica para quien desea tener su banco de datos particular siempre a la mano, organizado en ocho panoramas: S?ntesis internacional Panorama Latinoamericano Panorama econ?mico Panorama pol?tico-social Panorama campesino-ind?gena Panorama laboral Panorama urbano-popular Panorama educat?vo-cultural

Informes y suscripciones: Apartado Postal 19-308, Valencia 84, Col, Insurgentes-Mixcoac, M?xico 19, D. F. Tels.: 598-6043 y 598-6325

Informaci?n Sistem?tica a a

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