Historia mexicana 139 volumen 35 número 3

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HISTORIA

VOL. XXXV ENERO-MARZO, 1986 N?M. 3 $1 050.00 M.N

139

EL COLEGIO DE M?XICO This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:30:13 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


HISTORIA MEXICANA 139

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Vi?eta de la portada: "La primera predicaci?n del santo evangelio en Tlaxcala. . .", Diego Mu?oz Ca margo, Descripci?n de la ciudad y provincia de Tlaxcala. . ., M?xico, UN AM, 1981.

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HISTORIA MEXICANA Revista trimestral publicada por el Centro de Estudios

Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas

Redactor. Luis Muro Consejo de Redacci?n: Carlos Sempat Assadourian, Jan Bazant, Romana Falc?n, Bernardo Garc?a Mart?nez, Virginia Gonz?lez Claver?n, Mois?s Gonz?lez Navarro, Alicia Hern?ndez Ch?vez, Clara Lida, Andr?s Lira, Alfonso Mart?nez, Rodolfo Pastor, Anne Staples, Dorothy Tanck, Elias Trabulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez.

VOL. XXXV ENERO-MARZO, 1986 N?M. 3 $1 050.00 M.N.

SUMARIO Art?culos Pablo Escalante: Un repertorio de actos rituales de los

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antiguos nahuas

Alfonso Mart?nez Rosales: El fundador del Carmen de 389 San Luis Potos?, 1671-1732 Estela V?llalba: El analfabetismo en los instrumentos nota 447 riales de la ciudad de M?xico, 1836-1837

Jacqueline Covo: Le Trait d'Union, peri?dico franc?s de la ciudad de M?xico, entre la Reforma y la Intervenci?n

461

Jean Meyer: Haciendas y ranchos, peones y campesinos en el porfiriato. Algunas falacias estad?sticas

Xavier Noguez: El doctor Donald Robertson (1919-1948). Semblanza bio-bibliogr?fica

477

511

Cr?tica De mit?manos y profetas (dos rese?as sobre David A. Brading: Prophecy and Myth in Mexican History, Ro

dolfo Pastor, Fernando Cervantes) 521

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SUMARIO

Examen de libros Sobre Harold D. Sims: La expulsi?n de los espa?oles de M?

xico (1821-1828) (Pilar Gonzalbo Aizpuru) 531

Sobre Mois?s Gonz?lez Navarro: La pobreza en M?xi

co (Guillermo Zerme?o Padilla) 534

Sobre Mar?a del Carmen Vel?zquez: El Fondo Piadoso de las Misiones de Californias. Notas y documentos (Pilar

Gonzalbo Aizpuru) 539

La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente personal de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Colegio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana aparece los d?as 1 de julio, octubre, enero y abril de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $ 1 050.00 y en el extranjero Dis. 8.75; la suscripci?n anual, respectivamente, $ 3 300.00 y Dis. 34.00. N?meros atrasa dos, en el pa?s $ 1 150.00; en el extranjero Dis. 9.50.

? El Colegio de M?xico, A.C. Camino al Ajusco 20 Pedregal de Sta. Teresa 10740 M?xico, D.F. ISSN 0185-0172 Impreso y hecho en M?xico Printed in Mexico

por Programas Educativos, S.A. de C.V. Chabacano 65-A, 06850 M?xico, D.F. Fotocomposici?n, formaci?n y negativos: Redacta, S.A.

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? BABEL 11 EN MEJORADA TORRES.?ftli jj? Torres edificativas para el suelo, para el Siglo, fi? W y para el Cielo. fAT

|?ASERMON SEPULCHRAL%gf

JR Y LAUDATORIAS POSTHUMAS, f 17/ QUE EN LAS HONRAS HECHAS A EL ??/

fiS CAPIT?N DON NICOLAS FERNANDO g5 fj DE TORRES. fT j5? Lt?mo e/ Af. ?. P. 77?. NICOLAS DE JESUS j?*

Ij MARIA, Religioso Carmelita Descalzo, Ex-Lector de La

yS Sagrada Theologia de V?speras, Prior del Convento de la \S

jft Santa Vera Cruz de Oaxaca, y actual Diffinidor jfjL d<%* ^e su ^rov^nc^a de Religiosos Carmelitas 5 \f# Descalzos. *m

?[St Predic?lo en la Santa Iglesia Parrochial de la Ciudad ?St j 9 de S. Luis Potos?; este a?o de 1733. j 9

\Q+ SACANLO A LUZ \^

\\^Los Albaseas, y Herederos, y dedicanlo a la SacratisimaJ^S? # A Familia de los cinco Se?ores wSk

V A JESUS, MARIA, JOSEPH, JOACHIN, y ANNA. ^ AT CON LICENCIA DE LOS SUPERIORES 3wJ ^^? En Mexico: Por Joseph Bernardo de Hogai, Ministro, ? Impresor wf^ aJ del Real, y Apost?lico Tribunal de la Santa Cruzada ? ^ T?M en toda esta Nueva-Espa?a. v^C

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un repertorio de actos rituales de los antiguos nahuas Pablo Escalante El Colegio de M?xico

Alrededor de 1629, el viejo Mart?n de Luna, del pueblo de Xiutepec, fue encarcelado por Hernandez Ruiz de Alarc?n en el pueblo de Tlalticapan, por hacer invocaciones a los dioses

y practicar conjuros.1 Este no es m?s que un caso de tantos, dentro de la historia de la persecuci?n de idolatr?as y supersticiones. Como afir maban los espa?oles desde los primeros encuentros con los indios y a lo largo del tiempo de su convivencia bajo el r?gi men colonial, no hab?a materia exenta de supersticiones, no hab?a asunto que no se creyera involucrado con los m?ltiples dioses, y no hab?a quehacer en el que no se valiesen los in dios de conjuros y plegarias. En los comentarios que presento a continuaci?n intento ha cer un recorrido por el ciclo de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte, para demostrar de qu? manera magia y reli gi?n, trenzadas en la pr?ctica ritual, estaban siempre presentes

en la vida de cualquier individuo. El grado de participaci?n, o m?s, bien, el grado de conciencia con que se participaba, pod?a variar, pero todos los hombres se desenvolv?an con las mismas pr?cticas porque viv?an en el mismo mundo. Las fuentes que he utilizado se refieren exclusivamente a grupos de tradici?n nahua, si bien muchas de.las afirmacio nes son v?lidas tambi?n para otros grupos mesoamericanos. 1 Ruiz de Alarc?n, 1952, p. 66. V?anse las explicaciones sobre siglas

y referencias al final de este art?culo.

HMex, XXXV: 3, 1986 373

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pablo escalante

I Despu?s de atender el alumbramiento, la partera deb?a en cargarse de desprender el cord?n umbilical de la criatura. Si se trataba de un var?n, el cord?n era entregado a alg?n jo ven guerrero para que lo llevara al campo de batalla a ente rrar. Si era mujer, all? mismo en la casa se enterraba, debajo del sitio del fuego.2 Con este procedimiento se buscaba que el hombre fuera valiente, arrojado y decidido en las cosas de la guerra, y que la mujer fuera apegada a su casa y a las la bores que le eran propias. La vida de cualquier individuo se iniciaba con ese acto que la convicci?n en la fuerza de lo sobrenatural hac?a impres cindible. La explicaci?n del gesto es bastante simple: esta ma gia umbilical se basa en el principio del contagio;3 principio seg?n el cual las cosas que una vez estuvieron juntas act?an rec?procamente a distancia, aun despu?s de haber sido corta do el contacto f?sico. Los primeros d?as despu?s del parto la criatura deb?a reci bir un ba?o ritual, un bautismo,4 y la asignaci?n de un des tino en la tierra.5 El destino pod?a conocerse gracias a la interpretaci?n que el tonalpouhqui hac?a del tonalpohualli o cuenta

de los destinos.

El tonalpohualli es un calendario con ciclos de 260 d?as, donde

cada d?a porta un numeral, un signo (dentro de un reperto rio de 20: lluvia, ca?a, pedernal. . .), un ave, un *'se?or del d?a" y un "se?or de la noche". La combinaci?n de los dife rentes elementos da origen a un ''complejo-d?a" y expresa la manera en que las diferentes fuerzas y personajes del mundo sobrenatural confluyen en un momento determinado de la vida terrenal. Al confluir en el momento del nacimiento condicio

nan la fortuna del individuo. El bautismo, seg?n parece, lo realizaba la propia partera. El nombre que en ese momento se daba al ni?o y que, seg?n 2 Sahagun, 1982, p. 385; L?pez Austin, 1969, p. 70. 3 Frazer, 1956, pp. 33 y ss. 4 Mendieta, 1980, libro II, cap?tulo 19.

5 C?dice Mendocino, 1965, f. 58.

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UN repertorio de actos rituales

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el C?dice Florentino, algunos j?venes sal?an gritando y hac

do p?blico, no era su nombre calend?rico real. Este er velado por el tonalpouhqui a los familiares de la criat conservado por siempre en secreto, ya que, de saberse, quiera podr?a causarle un da?o conjurando con los dato

calendario.

Veinte d?as despu?s del nacimiento, el ni?o era presenta do por sus padres en el templo de la comunidad y ?quedando

alg?n objeto simb?lico en prenda? prometido all?.6 Cuan do alcanzara la edad adecuada ir?a al templo a recibir ins trucci?n.

II Sabemos que en algunas fiestas del mes de teotleco los ni?os danzaban con j?venes y adultos. Los m?s peque?os, que no pod?an ponerse en pie todav?a, eran aderezados con plumas de diversos colores que se pegaban al cuerpo con resina.7 Tambi?n en los festejos de quecholli los hac?an participar. Pe ro la ceremonia p?blica en la que resultaba m?s conspicua la presencia infantil ten?a lugar en el ?ltimo mes del a?o ?el

de izcalli? cada cuatro a?os. Dentro de las ceremonias co rrespondientes al a?o bisiesto, los ni?os eran embriagados con

cajetitos de pulque (aun los ni?os de cuna) poco antes de que los dem?s miembros de la comunidad se embriagasen tam bi?n.8 La expresi?npillahuano, "los ni?os se emborrachan'', destaca el acontecimiento singular. En alg?n momento de la misma ceremonia se tomaba por las sienes a los ni?os naci dos en los ?ltimos cuatro a?os, dej?ndolos suspendidos unos

instantes para que las extremidades crecieran adecua damente.9 Esta pr?ctica propiciatoria del crecimiento pone de mani 6 C?dice Mendocino, 1965, f. 58.

7 Sahag?n, 1982, pp. 136-137. 8 Sahag?n, 1982, p. 154; Serna, 1953, p. 193. Para un estudio sobre la ceremonia ver Castillo, 1971. 9 Sahag?n, 1982, p. 154.

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pablo escalante

fiesto una preocupaci?n central de los antiguos n respecto a la infancia: era considerada una etapa de dinaria vulnerabilidad y debilidad an?mica.10 El n expuesto a las influencias del cosmos sin tener la f resistirlas. Por eso era necesario rodearlo de cuidad

gerlo para que su desarrollo normal no quedara interr

El que pasaba por encima de un ni?o deb?a volve sobre ?l en el sentido inverso; de no ser as?, el ni?o r?a m?s, se quedar?a enano.11 Igualmente se pens el ni?o beb?a antes que un mayor, no crecer?a m?s do una mujer acud?a con sus hijos a visitar a una r da, deb?a frotar con cenizas las coyunturas de los para que no crujieran por el resto de sus d?as.13 La tidad de fuerza an?mica que se concentraba en la m

barazada ?y que no se disipaba sino despu?s de u de haber parido? pod?a da?ar a las criaturas.14

El proceso de crecimiento, el paso de las diferent de la infancia, tend?a a integrar al individuo en las rituales de la comunidad. Mientras que los reci?n n ticipaban pasivamente en las ceremonias de recepci ?os un poco mayores berreaban cuando se les hor orejas y se sum?an en el sopor con el pulque sumin la fiesta de izcalli, y los que ya eran algo mayorcit pod?an andar y moverse por s? solos, danzaban en

con los dem?s.

III Al salir de la infancia, muchachos y muchachas ten?an que cumplir con el voto que los padres hab?an realizado: deb?an acudir al templo ?que era al mismo tiempo la escuela? pa ra recibir instrucci?n. Si bien esta instrucci?n versaba sobre 10 L?pez Austin, 1980, pp. 320 y ss. 11 Sahagun, 1982, p. 280. 12 Sahagun, 1982, p. 280. 13 Sahagun, 1982, p. 280. 14 L?pez Austin, 1980, pp. 324-325.

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un repertorio de actos rituales

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diferentes t?cnicas y quehaceres, el compromiso de as

participar en el templo-escuela ten?a un car?cter religios

m?s era fundamentalmente en esa etapa de educaci?n tucional cuando los j?venes aprend?an danzas, peniten otros menesteres del ritual. El ofrecimiento de copal e tar del templo era una pr?ctica imprescindible dentro quehaceres cotidianos de todos los muchachos.15 Lo m suced?a con la pr?ctica de barrer en el telpochcalli,16 y

gunas menciones indic?ndonos que tambi?n los much

que recib?an su formaci?n en el calm?cac (los hijos de pip

ten?an la obligaci?n de barrer.17 Seg?n afirman m

fuentes, para las jovencitas de cualquier condici?n el era fundamental; buena parte del tiempo que pasaba gidas para su formaci?n la dedicaban a barrer el temp

tre las numerosas referencias podemos descubrir un con

simb?lico en este acto. Para una doncella, el primer

del d?a consist?a en levantarse a barrer. El gesto ten?a u ro car?cter penitencial: se trataba de interrumpir el sue?o

del alba. Pero hab?a que interrumpir tambi?n la pos de cualquier inclinaci?n a los goces carnales. Creo que nificativo el hecho de que a los considerados pecados

les se les den, en n?huatl, los nombres de teuhtli y tlacoll y basura), y que el acto de barrer se presente como el qu

fundamental de la joven, en quien se aprecian como v m?s importantes la virginidad y la pureza de costumb Las penitencias m?s severas las realizaban los j?ven calm?cac. La vida de autocontrol y disciplina rigurosa estaban sometidos los miembros del estrato dominant juventud era un argumento para justificar su mayor para el mando. Las descripciones m?s abundantes se ren al autosacrificio nocturno.

Los informantes de Sahagun narran c?mo los tlama

15 "Informantes de Sahag?n", en L?pez Austin, 1985, p. 31; Camargo, 1947, p. 157; C?dice Tudela, f. 50. 16 "Informantes de Sahag?n", en L?pez Austin, 1985, p. 31. 17 Vetancourt, 1871, p. 81.

18 Sobre este asunto es particularmente elocuente el C?dice Flore

1979, libro 6o, cap?tulo xiv.

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PABLO ESCALANTE

de M?xico sub?an a los cerros de los alrededores llevando con

sigo los caracoles que tocaban, sahumador, copal y las espi

nas con que habr?an de punzarse.19 En algunos sitios se

usaba que los penitentes cortaran ramas del cerro al que iban,

para demostrar al sacerdote que estaba a su cuidado que en efecto hab?an ascendido.20 El sacrificio consist?a en pinchar se diferentes partes del cuerpo hasta sacarse sangre en abun dancia. Los instrumentos m?s comunes eran los punzones de maguey y de hueso;21 sin embargo, algunos autores hablan del uso de pedernal22 y de un ' punz?n hecho de una rajita

de ca?a aguda".23 Se punzaban las orejas, la lengua, las pantorrillas, las mu?ecas, los muslos y el miembro genital "de

soslayo".24 Estas mortificaciones ten?an la funci?n de endu recer el cuerpo y el car?cter de los individuos que las pade c?an y en este sentido ten?an un papel importante dentro de la formaci?n. Por otro lado, el dolor sufrido constitu?a una suerte de pago por los deleites de la tierra: sufrimiento para equilibrar la balanza que tiene en el otro plato los placeres cotidianos. La sangre obtenida con las punciones era el ele mento m?s precioso que se pod?a ofrecer a los dioses. En los pueblos que se localizaban a orillas de un r?o, hab?a una forma de penitencia que se realizaba en el agua. El tla macazqui deb?a meterse al agua, con el fr?o de la media no che, y dejarse arrastrar por la corriente, auxili?ndose con una

calabaza hueca, rellena de algod?n y sellada con resina o cha popote, para flotar.25 Los autosacrificios ?aunque haci?ndose menos severos con

la edad? acompa?aban continuamente a quienes permane

c?an en el templo-escuela adoptando el oficio de sacerdotes.

19 "Informantes de Sahagun", en L?pez Austin, 1985, pp. 167-169. 20 Ruiz de Alarc?n, 1952, p. 40. 21 "Informantes de Sahagun", en L?pez Austin, 1985, pp. 167-169; Mendieta, 1980, p. 99; C?dice Tudela, f. 73. 22 "Relaci?n de Iztepexi", redactada por el corregidor Juan Xim?nez

Ortiz, en Paso y Troncoso, 1981, p. 17. 23 24 1980, 25

Ruiz de Alarc?n, 1952, p. 40. Ruiz de Alarc?n,. 1952, p. 40; Costumbres, 1945, p. 61; Mendieta, p. 99; C?dice Vaticano, 1979, f. 55; C?dice Tudela, ff. 50, 51, 71. Serna, 1953, p. 245.

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UN REPERTORIO DE ACTOS RITUALES

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Del mismo modo, las doncellas que se apegaban al destino asc?tico del templo viv?an para siempre sobriamente y guar dando rigurosa castidad. El resto de los muchachos y mucha chas conclu?an su formaci?n para contraer matrimonio.

IV

El matrimonio entre nobles era generalmente proyect los padres, atendiendo a las necesidades de alianza y dos. Los j?venes macehualtin pod?an, probablemente tar que se les casara con una muchacha en particula de cualquier forma interven?an en los arreglos las cih que, viejas casamenteras que estaban al tanto de la v la comunidad y pod?an conocer si era conveniente, o un matrimonio se llevara a cabo.26

En la ceremonia del matrimonio, el joven espera

que ser?a su esposa sentado sobre un petate en casa d dre. All? era conducida la mujer a cuestas; la llevaba

tera y otras mujeres la acompa?aban con anto

encendidas. La mujer se acomodaba en el petate junto bre y ambos eran unidos con un nudo que trenzaba tiduras. Los parientes com?an alrededor de ellos y cel la uni?n.27 Si la mujer no llegaba virgen al matrimo pon?an agujereadas o rotas las vasijas, como verg?en los padres de ella que no la supieron guardar".28 Despu?s del matrimonio los j?venes se incorporaba namente a la vida productiva. Los a?os de convivenc sus padres y los dem?s miembros de la comunidad, y el de instrucci?n cumplido en el templo-escuela, hab?an cado en ellos principios y valores, h?bitos y pr?cticas que tendr?an que valerse en su vida adulta. Esa inserci?n en la vida productiva era, al mismo ti la m?s consciente, activa y plena en el mundo de la p ritual. Para cualquier individuo el desempe?o de un 26 Mendieta, 1980, p. 126; Torquemada, 1977, t. IV, p. 155. 27 Mendieta, 1980, p. 108; Torquemada, 1977, t. IV, p. 155. 28 C?dice Carolino, 1967, pp. 26-27.

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pablo escalante

en la tierra exig?a la utilizaci?n de determinadas t? lo vinculaban con el mundo sobrenatural. El que iba a cazar venados hac?a sahumerios sobr das, repitiendo diversas oraciones, antes de salir d Al llegar al monte hablaba nuevamente a las cuerd

se dirig?a a la tierra pidi?ndole que lo favoreciera, y f

hablaba a los venados: dec?a reconocerlos como se? monte y les avisaba que ya ten?a listas las "puerta hocicos,\ Adem?s gritaba "En ninguna manera su vayan por otra parte; ya los veo venir por aqu?; ve

aqu?, y pasen por aqu?. . . aqu? hallar?n su coll

Mientras dec?a todo esto agitaba las manos se?alan venados por donde deb?an de entrar.30 Los pescadores tambi?n acompa?aban su faena ciones y conjuros. El que pescaba con nasas comen conjurar las ca?as para que no le da?aran los ded

tarlas; otro tanto hac?a cuando manipulaba las ca?as p

el chiquihuite. Puesta la nasa en el agua, conjurab los flotadores (calabazas huecas), el cebo que hab?a dentro de la nasa y luego todo el dispositivo, expr voz alta su deseo de que los peces del r?o gozaran d que pescaba con ca?a conjuraba la ca?a, el anzuel briz que serv?a de carnada, e iba haciendo diferen en su marcha de la casa al r?o o lago en donde

pescar.32 El le?ador hablaba al ?rbol y a su hacha, y a ambos les ped?a que no lo codiciaran; es decir, que no le hicieran

da?o.33

Como hombres que viv?an de la producci?n agr?cola, los nahuas reservaron siempre un lugar especial en su culto pa ra todos los fen?menos relacionados con el desarrollo de la planta. Los ritos y fiestas que se realizaban siguiendo el or den del calendario de 365 d?as, el xiuhpohualli, correspond?an 29 30 31 32 33

Serna, 1953, p. 316. Ruiz de Alarc?n, 1952, pp. 76-84; Serna, 1953, pp. 312-318. Serna, 1953, pp. 225-226. Serna, 1953, pp. 323-325; Ruiz de Alarc?n, 1952, pp. 94-95. Serna, 1953, p. 329.

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UN REPERTORIO DE ACTOS RITUALES

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con los movimientos terrestres, las consecuentes transforma ciones atmosf?ricas y, por lo mismo, con las diferentes fases del trabajo agr?cola.34 Pero adem?s de los festejos colectivos,

cada individuo acud?a a la pr?ctica ritual en el momento de realizar cualquiera de los procedimientos de cultivo. Men cionando los nombres de diferentes dioses patronos, se con

juraban las semillas antes de sembrarlas; se conjuraba el huictli

al incrustarlo en la tierra; tambi?n se le hablaba a la tierra antes de que recibiera la incisi?n del instrumento. En la mil pa se hac?an varias ceremonias para evitar que se acercaran animales que pudieran da?ar la cosecha. Cuando el ma?z co sechado se iba a meter a la troje, se dec?a un conjuro para protegerlo de las sabandijas y de la corrupci?n.35 Ante acon tecimientos inesperados se acud?a igualmente a la pr?ctica ri tual. Una sequ?a pod?a dar lugar a peregrinaciones, sacrificios

y oraciones especiales. La lluvia excesiva y la helada eran en frentadas con procedimientos m?gicos y, como dice Mendie ta, "no faltaron en algunas partes conjuradores del granizo, que sacudiendo contra ?l sus mantas, y diciendo ciertas pala bras, daban a entender que lo arredraban y echaban de sus tierras y t?rminos".36 La lista de los ritos, los conjuros y las t?cnicas m?gicas se r?a tan larga como la de las actividades mismas, o aun m?s. La caza, la pesca, la agricultura, implican el enfrentamiento del hombre con la naturaleza, y dicho enfrentamiento no po d?a llevarse a cabo sin la mediaci?n del ritual. Los antiguos nahuas conceb?an el mundo animado por fuerzas sobrenatu rales: enfrentarse al mundo equival?a a enfrentar las fuerzas.

Poner un pie en el monte sin los conjuros necesarios pod?a ser muy peligroso; tomar los frutos de la tierra sin agradecer a los dioses su regalo pod?a arriesgar la fortuna del futuro. . .

?Y por qu? hablar y conjurar los propios instrumentos de trabajo? En el C?dice Borgia aparece Tl?loc frente a un huictli

34 Sahagun, 1982, libro 2o. 35 Serna, 1953, pp. 305-307, 309-310; Ruiz de Alarc?n, 1952, pp. 114-115. 36 Mendieta, 1980, p. 109.

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PABLO ESCALANTE

que se quiebra vertiendo sangre sobre una planta.37 En el mismo documento est? representada la diosa anciana, la pri mera mujer, en el momento en el que la mano de su metate se quiebra; ella parece perder el equilibrio ?se agarra del metate? y la mano del metate, rota, deja salir sangre.38 Ig noro si existe una interpretaci?n segura de estos cuadros. Pro

bablemente aludan a la funci?n creadora de los dioses; a su capacidad de fecundaci?n. Pero al mismo tiempo reflejan la convicci?n de cierto car?cter vital o animado del instrumen to. Al menos parecen establecer que el instrumento puede lle

var en su interior algo m?s que la materia de que est? formado.

Lo mismo parece indicar la superstici?n del metate: si algu na mujer estaba moliendo y su metate se quebraba, se pen saba que ella o alguien de la casa morir?a.39 Dado que los instrumentos participan dentro del proceso de movimiento y transformaci?n de la tierra, se les concibe cargados, penetrados de una fuerza sobrenatural. Por eso el hombre establece un v?nculo ritual con los instrumentos; fi nalmente, por la misma raz?n que establece este v?nculo con la naturaleza misma (con animales, montes, lluvia. . .). La vida sobre la tierra es causada por los desplazamientos so brenaturales, y todo cuanto aqu? sucede tiene una causa y una explicaci?n en la mec?nica del otro mundo. No es extra ?o que alguno de los conjuros refleje una actitud temerosa: el hombre est? interviniendo en el orden c?smico; en cierto sentido es un intruso. Las plegarias a los dioses y los conjuros m?gicos no se uti lizaban solamente para la producci?n. Cierto tipo de magos, los temacpalitotique, se val?an de conjuros para asaltar, robar

y violar durante la noche.40 Como contrapartida, muchos hombres conjuraban su petate antes de dormir, buscando pro tecci?n.41 Un rezo a Xochiqu?tzal ayudaba al joven enamo rado que no hab?a conseguido atraer de otra manera a la mujer 37 C?dice Borgia, 1963, f. 9. 38 C?dice Borgia, 1963, f. 9.

39 "Informantes de Sahag?n", en L?pez Austin, 1969, p. 93. 40 L?pez Austin, 1965; Serna, 1953, pp. 275-276. 41 Ruiz de Alarc?n, 1952, pp. 64-66.

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UN REPERTORIO DE ACTOS RITUALES

383

de sus sue?os.42 Este tipo de oraci?n o conjuro se conoc?a

con el nombre de cihuatlatolli o cihuanotzaliztli tlatolli. Ruiz de

Alarc?n nos da un ejemplo en su Tratado de las supersticio

nes. . .,43 si bien lo ofrece mutilado, porque hay "pala bras. . . tales. . . que por modestia y castos o?dos no se

ponen".44 Si el rezo a Xochiqu?tzal no daba resultado, a?n pod?a acudir el mancebo a otra argucia: deb?a ir todos los d?as

por la ma?ana a ver a la muchacha barrer, y recoger las pa jas de la escoba que cayeran al suelo, esperando juntar vein te. Al tener ?stas deb?a ir un d?a donde ella y arroj?rselas por

la espalda; volvi?ndose, la joven acceder?a por fin a los de seos de quien tanto la buscaba.45 La participaci?n en las ceremonias comunitarias, la pr?c tica de la penitencia, de la magia y las oraciones, estaban pre sentes a lo largo de la vida de todos, hasta el momento de la muerte. Y aun entonces los deudos se encargaban de pre parar atuendo y ceremonias para el camino al m?s all?.

V

Cuando mor?a un hombre com?n, se cub papel, inciner?ndolo despu?s, seg?n la m

tes. Los restos se met?an en una vasija que s

pa?ada de algunos alimentos (a no ser q hubieran incinerado tambi?n).46 Si el di ble, se le rodeaba de ricos regalos, y si e importante del gobierno, o el se?or mis

monias en jornadas de varios d?as y sacrific

Los comerciantes, que gozaban siempre d lares a los nobiliarios, eran enterrados ta ofrendas: pieles de ocelote, cascabeles de 42 C?dice Carolino, 1967, p. 36.

43 Ruiz de Alarc?n, 1952, pp. 109-110. 44 Ruiz de Alarc?n, 1952, pp. 110.

45 C?dice Carolino, 1967, p. 37. 46 Sahagun, 1982, p. 207; Costumbres, 1945, p. 47 Sahagun, 1982, p. 207; Costumbres, 1945, p. 5 chiano, 1970, ff. 66-67, 69; C?dice Tudela, ff. 55-57

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384

PABLO ESCALANTE

cas, objetos de oro; adem?s algunas semillas, atole, chocola te, pulque. . ,48 A todos por igual se les colocaba una piedra en la boca antes de la incineraci?n: si eran nobles, una pie dra verde preciosa, la que los nahuas llamaron chalchihuite si eran personas del pueblo, una piedra com?n.49 La piedra serv?a para albergar al teyolia del difunto (la entidad an?mica

localizada en el coraz?n) despu?s de la cremaci?n.50 Cuan

do los restos se colocaban en el recipiente y se enterraban, el teyolia del muerto realizaba un viaje a otro mundo. En ese viaje las ofrendas mortuorias proporcionar?an el alimento y el abrigo.51 Pero no todos ir?an a residir al mismo sitio despu?s de la muerte. Los ni?os de pecho, que no hab?an conocido las co sas de la tierra, iban a dar a un sitio llamado chichihualcuahco.

All? aguardar?an, cobijados y abastecidos por el ?rbol de las

mamas, esperando una segunda oportunidad para trabajar al mundo.52 Los guerreros muertos en combate, los prisio

neros de guerra sacrificados a los dioses y las mujeres muer tas en su primer parto, iban a la casa del Sol.53 A otro sitio marchaban los que mor?an por alguna causa vinculada con los dioses de la lluvia y la vegetaci?n: los que mor?an por la descarga de un rayo o ahogados, los bubosos, gotosos e hi dr?picos. En este caso se cre?a que la muerte hab?a sido cau sada directamente por la voluntad del dios, que quer?a atraer al individuo hacia su reino. El cuerpo no se incineraba; dice

Sahagun:

no los quemaban sino enterraban los cuerpos. . . y les pon?an semillas de bledos [huauhtli] en las quijadas, sobre el rostro; y m?s, pon?anles color de azul en la frente, con papeles cortados, y m?s, en el colodrillo pon?anlos otros papeles, y los vest?an con

papeles, y en la mano una vara.54 48 C?dice Magliabechiano, 1970, f. 68.

49 Sahag?n, 1982, p. 207. 50 L?pez Austin, 1980, p. 373. 51 Costumbres, 1945, p. 58.

52 L?pez Austin, 1980, p. 358. 53 Sahag?n, 1982, p. 208. 54 Sahag?n, 1982, p. 208.

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UN REPERTORIO DE ACTOS RITUALES

385

El atuendo simbolizaba el hecho de que el muerto perte

nec?a a un dios acu?tico ?Tl?loc seguramente?. El ente rramiento sin cremaci?n es explicable. El piso situado

inmediatamente debajo de la tierra (el primer piso del infra mundo seg?n la edafolog?a c?smica de los nahuas) recib?a el nombre de apanohuayan,55 que quiere decir "el lugar por don

de pasa el agua". Este piso, a trav?s del medio acu?tico, es

taba comunicado con el interior de los montes, all? donde ir?an a residir los enterrados, el Tlalocan, el lugar de la abundancia

donde "hab?a siempre jam?s verdura y verano".56 Si los

muertos iban a vivir a otros estratos celestes o terrestres, era

necesario desembarazarlos de su cuerpo material para que lle garan all?, pero los que iban al Tlalocan pod?a entregarse di rectamente a los dioses.

Finalmente, los hombres que mor?an sin ninguna de las condiciones apuntadas iban a dar al Mictlan, un lugar pro fundo debajo de la tierra (el noveno de los pisos del infra mundo seg?n algunas fuentes) al que se acced?a despu?s de descender enfrentando m?ltiples peligros. Precisamente pa ra preparar esta traves?a sol?a incinerarse un perro con el muerto, para que le ayudase en el cruce de una peligrosa co rriente de agua y le sirviera como gu?a.57

GLOSARIO DE VOCES NAHUAS apanohuayan: <?E1 lugar por donde pasa el agua". Nombre que re cib?a el primer piso del inframundo, situado inmediatamente de

bajo de la tierra.

calm?cac: "Lugar del linaje de la casa" (?) Templo-escuela en el que recib?an instrucci?n los j?venes pipiltin. cihuanotzaliztli tlatolli: "Discurso para el llamamiento de mujer". Oraci?n para conseguir el amor de una mujer. cihuatlanqui, pl. cihuatlanque: vieja casamentera.

cihuatlatolli: seg?n Ruiz de Alarc?n, conjuro o rezo para conquis 55 C?dice Vaticano Latino, 1979, f. 2.

56 Sahagun, 1982, p. 208. 57 Sahagun, 1982, pp. 205-207.

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386

PABLO ESCALANTE

tar a una mujer. "Palabra femenina" ser?a la traducci?n literal. chalchihuite, piedra preciosa de color verde.

chichihualcuauhco: "El lugar del ?rbol de las mamas". Lugar celeste al que deb?an acudir los lactantes al morir, seg?n se pensaba. huauhtli'. semilla de amaranto.

huictli'. azad?n de madera de una sola pieza. izcalli: "Crecimiento". Nombre del decimoctavo mes del a?o. mecehualli, pl. macehualtin: hombre del pueblo que est? obligado a pagar tributo para el sostenimiento del estrato dominante. Mictlan: "Lugar de la muerte". Localizado en el m?s profundo de los pisos del inframundo. pillahuano: nombre que se daba a la ceremonia en la cual los ni?os se embriagaban en la fiesta del ?ltimo d?a del mes de izcalli. pilli, pl. pipiltin: hombre del estrato dominante, tributado. quecholli: p?jaro de plumas rojas preciosas. Nombre del d?cimo cuar

to mes del a?o.

telpochcalli: "Casa de los j?venes". Templo-escuela en el que reci

b?an instrucci?n los j?venes macehualtin. temacpalitoti, pl. temacpalitotique: mago que hechiza a la gente para

da?arla.

teotleco: "Los dioses bajan", nombre del decimosegundo mes del a?o.

teuhtli, tla?olli: ?'Polvo, basura". Manera de nombrar a la falta de car?cter sexual.

teyolia: entidad an?mica localizada en el coraz?n, seg?n las creen cias de los antiguos nahuas. tonalpohualli: calendario adivinatorio de 260 d?as. tonalpouhqui, pl. tonalpouhque: lector del calendario adivinatorio o to nalpohualli. tlacotli, pl. tlatlacotin: los espa?oles equipararon este t?rmino al de

esclavo, si bien hay diferencias importantes entre uno y otro. La condici?n de tlacotli sol?a ser pasajera; duraba hasta que se venc?a el contrato o se consideraba cumplido el desagravio, se g?n el caso. El tlacotli, adem?s, no perd?a sus derechos como el esclavo conocido en Europa. Tlalocan: "El lugar de Tl?loc". "Para?so terrenal" lo llamaban las fuentes espa?olas del siglo xvi. Lugar de abundante vege taci?n y agua, ubicado en el n?cleo de un cerro. xiuhpohualli: calendario de 365 d?as.

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UN REPERTORIO DE ACTOS RITUALES 387 SIGLAS Y REFERENCIAS C?dice Borgia

1963 C?dice Borgia. M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica. C?dice Caro lino 1967 C?dice Carolino, en Estudios de Cultura N?huatl, vol. 7, M? xico, UNAM. C?dice Florentino

1979 C?dice Florentino. M?xico, Secretar?a de Gobernaci?n/ Archivo General de la Naci?n, (Colecci?n Palatina de la Biblioteca Medicea Laurentiana, Ms. 218-20) 3 vol. C?dice Magliabechiano

1979 C?dice Magliabechiano. Graz, Akademische Druk-und

Verlagsanstalt.

C?dice Mendocino 1965 C?dice Mendocino, en Kingsborough, Antig?edades de Mexi

co, vol. 1. M?xico, Secretar?a de Hacienda y Cr?dito

P?blico. C?dice Tudela

s/f. C?dice Tudela. Ms. original en el Museo de Am?rica,

Madrid.

C?dice Vaticano

1979 C?dice Vaticano Latino 3738. Graz, Austria, Akademis che Druk-und, Verlagsanstalt. Costumbres

1944 "Costumbres, fiestas, enterramientos y diversas formas de proceder de los indios de Nueva-Espa?a", Ms. de la Biblioteca de El Escorial, publicado por Federico G?mez de Orozco, en Tlalocan, 2:1, M?xico, unam.

Castillo Farreras, V?ctor 1971 "El bisiesto n?huatl", en Estudios de Cultura N?huatl, vol.

9, M?xico, unam.

Frazer, J. G. 1956 La rama dorada, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica.

L?pez Austin, Alfredo 1965 "Los temacpalitotique. Profanadores, brujos, ladrones

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PABLO ESCALANTE y violadores", en Estudios de Cultura N?huatl, vol. 6, M? xico, UNAM.

1969 Augurios y abusiones, M?xico, unam. 1980 Cuerpo humano e ideolog?a. Las concepciones de los antiguos

nahuas, M?xico, unam.

1985 Educaci?n mexica. Antolog?a de textos sahaguntinos, M?xico, UNAM.

Mendieta, Ger?nimo de 1980 Historia eclesi?stica indiana, M?xico, Porr?a. (Biblioteca

Porr?a, 46).

Mu?oz Camargo, Diego 1947 Historia de Tlaxcala, M?xico, Publicaciones del Ateneo Nacional de Ciencias y Artes. Paso y Troncoso, Francisco del 1981 Relaciones geogr?ficas de la Di?cesis de Oaxaca, M?xico, Edi

torial Innovaci?n.

Ruiz de Alarc?n, Hernando 1952 Tratado de las supersticiones y costumbres gent?licas. . . ?M?

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Sahag?n, Bernardino de 1982 Historia general de las cosas de Nueva Espa?a, M?xico, Po

rr?a. (Colecci?n "Sepan cuantos. . .", 300).

Serna, Jacinto de la 1953 Manual de ministros de indios para el conocimiento de sus ido

latr?as, M?xico, Ediciones Fuente Cultural.

Torquemada, Juan de 1977 Monarqu?a indiana, vol. 7. M?xico, unam.

Vetancourt, Fray Agust?n de 1871 Teatro mexicano. Descripci?n breve de los sucesos. . . M?xi

co, Imprenta de I. Escalante.

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EL FUNDADOR DEL CARMEN DE SAN LUIS POTOS?, 1671-1732 Alfonso Mart?nez Rosales El Colegio de M?xico

"En EL nombre DE Dios todopoderoso, am?n. Sea p?blico y notorio a los que la presente vieren, como yo, don Nicol?s Fernando de Torres. . . creyendo como ante todas cosas, bien, fiel y verdaderamente en el misterio inefable de la Sant?sima

Trinidad, Padre, Hijo y Esp?ritu Santo, tres personas distin tas y un solo Dios verdadero y en todo lo dem?s que tiene, cree, predica y ense?a, nuestra Santa Madre Iglesia Cat?li ca, Apost?lica, Romana, dirigida y gobernada por el divino Esp?ritu Santo, debajo de cuya santa fe y creencia he vivido y protesto vivir y morir como cat?lico y fiel cristiano. . . [y]

siendo como en mi intenci?n el que esta sagrada religi?n ?del Carmen? funde asimismo convento en la dicha ciudad de San Luis Potos?. . . declaro que es mi ?nimo y voluntad que en la dicha ciudad de San Luis Potos? (como llevo asen tado) se funde un convento de religiosos carmelitas descalzos

de esta Provincia de San Alberto de Nueva Espa?a." Con

estas frases que revelan s?lidamente su mentalidad, su acti tud frente a la vida, y en forma especial en el umbral de la muerte, propias tambi?n de su ?poca, inici? don Nicol?s su testamento y expres? una decisi?n que abri? un cap?tulo nuevo

de su vida, de la Orden del Carmen Descalzo, de San Luis Potos? y de M?xico.1 ?Qui?n fue don Nicol?s Fernando de Torres, y por qu? 1 Este art?culo es la versi?n amplia y original de la biograf?a de don Nicol?s Fernando de Torres que redactada en primera persona y sinteti zada aparece en Mart?nez Rosales, 1985, pp. 19-25. El protocolo del tes tamento y del codicilo de don Nicol?s se encuentran en ANQ, Francisco

HMex, xxxv: 3, 1986 389

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ALFONSO MARTINEZ ROSALES

test? a favor del Carmen? ?En qu? momentos de su vida en contr? a esta orden en su camino? ?Germinaron puntos de relaci?n que en grupo fructificaron despu?s? ?O s?lo sufri? un asalto contra derecho por parte de interesados que vicia ron su voluntad ?ntima? ?Fue don Nicol?s un hombre que con facilidad doblegara su car?cter? En la parroquia de San Clemente, Sagrario de la Catedral Metropolitana de Sevilla, el 5 de enero de 1657, el cura don

Jacinto Mej?a de Vargas Machuca cas? a Fernando de To

rres y de la Paz, natural de Ja?n, con Mar?a Teresa Manue la de Torres y Vilches, natural de la misma Sevilla, siendo ellos, sus padrinos y testigos "todos vecinos de esta cola ci?n".2 Fue numerosa la familia procreada por este matri monio. En total fueron diez hermanos: Mar?a de Torres y Vilches,3 Isabel Andrea,4 Juan Agust?n,5 Nicol?s Fernando, el futuro fundador del Carmen de San Luis Potos?, Rufina, de Victorica, 1732, ff. 352v-362v, 26 de noviembre y ff. 370v-374v, 3 de diciembre. Para este trabajo me regir? por Torres, 1898, pp. 129-159. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo. 2 APSS, "Libro de desposorios y velaciones No. 15, 1649-1657", f. 232v. En su poder para testar, otorgado en Quer?taro el 23 de noviembre de 1732, don Nicol?s Fernando llam? Mar?a Manuela a su madre y en 1743 su hermana Teresa Josefa declar?, repiti?ndolo, que su madre fue do?a Teresa, por lo cual puede concluirse l?citamente que su nombre com pleto era Mar?a Teresa Manuela de Torres y Vilches. AHESLP, Protoco lo de 1743, 27 de abril. 3 Ella y otra, Rufina o Basilia, fueron tambi?n religiosas en el convento de Santa Mar?a de Gracia de Sevilla con Isabel Andrea. Y a las tres dej? don Nicol?s Fernando en la cl?usula novena de su testamento el usufructo de 4 000 pesos por los d?as de su vida. Torres, 1898, pp. 135-136. 4 Ella lleg? a ser religiosa dominica de velo negro con el nombre de sor Mar?a de Consolaci?n en el convento de Santa Mar?a de Gracia, del cual

s?lo queda el nombre en la calle en que estaba situado. Seg?n su panegi rista vivi? ejemplarmente desde ni?a y muri? en opini?n y fama de santi

dad en 1729. Velasco, 1736. Aunque su hermana Teresa Josefa le

comunicar?a noticias de la familia en 1729, poco despu?s muri? esta reli giosa. Pero, sin saberlo, ?l le dej? 4 000 pesos en comunidad con sus otras dos hermanas dominicas. 5 Este hermano despu?s fue cl?rigo capell?n de la Casa Cuna, de la cual tambi?n s?lo queda el nombre de la calle, de la misma ciudad de Se villa, seg?n consta por documentos que obran en el archivo de la cercana

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EL FUNDADOR DEL CARMEN

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Bernab?, Mat?as,6 Juan Eusebio, que seguir?a a don Nico l?s a San Luis Potos?, donde se arraig?, Basilia Margarita y Teresa Josefa.7 Don Nicol?s Fernando naci? probablemente el 4 de octu bre de 1671, pues el lunes 5 fue bautizado por el doctor Si m?n de Sayas, cura del Sagrario "de esta Santa Iglesia Ma yor de Sevilla". Lo apadrin? Juan Gonz?lez "vecino de esta colaci?n".8 Hacia 1682, 1684 y 1688 nacieron sus ?ltimos hermanos, Juan Eusebio, Basilia Margarita y Teresa Josefa, respectivamente.9 La infancia de los Torres y Torres transcurri? entre las ca lles largas y angostas de la vieja juder?a sevillana, el barrio de San Bartolom?, cabe las murallas, la plaza de los Curti dores y la de los Zurradores, entre la puerta de Carmona y la de la Carne; en el ?mbito bordeado por la antigua sinago ga de Santa Mar?a la Blanca, San Jos? de mercedarios des

calzos, el convento de Madre de Dios de dominicas, la pa rroquia de San Nicol?s de Bari, el palacio y las caballerizas del duque de Medinaceli, con la plaza frontera de Pilatos,

y la parroquia de San Esteban. Les fueron familiares los nom bres de la calle del Vidrio, de los Tintes, de Levies, y el ine fable de la Virgen de la Alegr?a, as? como el palacio Manara. El centro de su atracci?n fue la parroquia de San Bartolom?, parroquia del Salvador y en un testimonio jur?dico vertido por fray Jos?

de Arlegui el a?o de 1746 en San Luis Potos?. En la misma cl?usula nove na don Nicol?s dej? a este bachiller 100 pesos de legado. Torres, 1898,

p. 137.

6 A Antonia, doncella, y a Agustina, casada, vecinas de Sevilla, leg? 2 100 pesos a una y 100 a la otra. Eran hijas de su hermano Mat?as, seg?n la citada cl?usula novena. Torres, 1898, pp. 136-137. 7 Esta relaci?n de hermanos est? tomada del testamento de su padre, al que despu?s se aludir?. De Teresa es importante que lleg? a San Luis Potos? en 1729 con su marido e hijos, llamados por don Nicol?s, y que ser?a la madre de Teresa Paula de Zarzosa y Torres y abuela de Antonia de Mora y Luna. ?sta cas? con Silvestre Alonso L?pez Portillo, a quien los carmelitas llamaron, por ese hecho, para ser padrino del Carmen en su dedicaci?n.

8 APSS, "Libro de bautismos No. 45, 1669-1674", f. 137v. 9 AHNM, Ordenes militares, Alc?ntara, exp. 917. Pruebas de Joaqu?n Be

nito de Medina y Torres.

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ALFONSO MARTINEZ ROSALES

en cuya feligres?a "fue muy p?blico" el caso de la recupera

ci?n de su hermana Isabel Andrea, que hab?a quedado

tullida.10 Precisamente, el titular de la parroquia cercana de San Ni col?s era el santo de Mira o de Bari, que fue el que impusie ron a don Nicol?s al bautizarlo,11 y el cual, combinado con Fernando, era muy popular entre los ni?os sevillanos, en ho nor del rey santo castellano que reconquist? la ciudad del Gua

dalquivir. El apellido Torres era un tanto com?n en Sevilla. En la

citada parroquia de San Bartolom? hubo enterramiento de unos Torres, que los condes de Medina y Torres de M?xico, sobrinos nietos de don Nicol?s Fernando, alegar?an despu?s que era familiar.12 Sin embargo, nos basta con saber que el escudo estaba sobre el sepulcro en la capilla de los Dolores, situada a los pies de la iglesia y del antiguo lado del evange

lio de dicha capilla. Era un cuadro colgado de la pared en

el que se ve?a un solo cuartel con cinco castillos de oro en cam

po rojo, el de enmedio un poco mayor que los otros, y rema tado con un morri?n.13 10 Velasco, 1736. No vamos a dar cr?dito aqu?, por ser materia ajena a este trabajo, a la veracidad del caso, pretendida por el predicador; s?lo aceptamos la situaci?n por cuanto est? corroborada con la citada cl?usula novena del testamento de don Nicol?s Fernando, en que dispuso que reca yeran en la colectur?a de dicha parroquia dos capellan?as de 2 000 pesos cada una por falta de sus tres hermanas monjas de Santa Mar?a de Gra cia, quienes la usufructuar?an los d?as de su vida y de su hermano, el Br. Juan Agust?n. 11 Es representado com?nmente con ornamentos episcopales y tres es feras o panes de oro sobre un libro o una de sus manos, en recuerdo de las dotes que pag? espl?ndidamente a otras tantas doncellas. Fernando

Roig, 1950, pp. 207-208.

12 Aunque el expediente que sirve de base para tratar este asunto era para probar la hidalgu?a y la nobleza de los Torres en la rama de donju?n Eusebio, hermano de don Nicol?s, los deponentes no dieron noticias cier tas que verificaran que tal enterramiento fue de la familia de ambos her manos; por otra parte, el padre de ellos mand? ser sepultado en la parroquia de San Lorenzo de la misma Sevilla. 13 AHNM, Ordenes militares, Alc?ntara, exp. 916. Este escudo fue reco nocido el 4 de marzo de 1761 por los informantes, que comparecieron en las diligencias de pretensi?n al h?bito de esta orden militar, de don Joa

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EL FUNDADOR DEL CARMEN

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Pero como Sevilla era y no era una ciudad de tierra aden tro, por tener un camino movedizo y navegable llamado Gua dalquivir, que hac?a las veces de banda sobre la que se ini ciaba el deslizamiento de los sue?os de los j?venes del lugar, el jovencito Nicol?s Fernando tom? la misma vereda de agua, en realidad camino real. No aparece su nombre en las em barcaciones registradas en la secci?n de Contrataci?n, Pasajeros de Indias, del Archivo General de Indias, ni como criado si quiera entre 1678 y 1691. Pero a juzgar por sus dotes perso nales de administrador y de autoadministrador tal vez pas? a Am?rica con alg?n allegado que le dio plaza de trabajo con que cubrir su traslado.14 Al salir de Sevilla rumbo a C?diz, vio por ?ltima vez a su izquierda la Torre del Oro y a su derecha el convento de car

melitas descalzos de la Virgen de los Remedios, de la cual

la tripulaci?n se desped?a descargando salvas, y provocando a la vez un salto de la embarcaci?n y de los corazones de los que part?an para presentarse en C?diz.15 All?, la afluencia de

viajeros con destino al mundo nuevo ofrec?a tal variedad como

para escoger. Con o entre quienes pudo venir tambi?n don Nicol?s jovencito fueron: el capit?n de caballos Bernardo I?i

guez del Bayo, pasajero del navio "Santo Tom?s de Villa

qu?n Benito de Medina y Torres, sobrino nieto de don Nicol?s Fernando por v?a de donju?n Eusebio, pero actualmente ya no existe, porque, ade

m?s, si nos atenemos a Madoz, 1849, p. 315, apartado Sevilla, en el templo parroquial "ten?an capilla varias casas ilustres ?entre las que po demos incluir a los Torres?, pero en la reedificaci?n s?lo volvi? la de los Arellanos"; y tal reedificaci?n, el mismo Madoz lo dice, fue a fines del siglo XVHI. 14 En esa ?poca iba y ven?a a tierra firme un Juan de Torres, comer ciando por su cuenta y riesgo en la flota del general alcantarino Enrique Enr?quez de Guzm?n. En 1678 declar? llevar mercader?as por m?s de 200 000 maraved?es, ser soltero, cristiano viejo, natural de Sevilla, de 26 a?os, buen cuerpo, pelo casta?o oscuro, ojos grandes y no ser "de los pro hibidos". En 1684 hizo declaraciones semejantes. Con alguien as? pudo pasar a M?xico don Nicol?s. AGI, Contrataci?n, Pasajeros de Indias, 5446, 3 folios. 15 Queda la iglesia de este convento mirando hacia el barrio de Tria na, frente a la plaza de Cuba, pero destinada a biblioteca de un centro cultural.

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ALFONSO MARTINEZ ROSALES

nueva", en el que viajaba parte del s?quito del virrey de Nueva

Espa?a, conde de la Moncloa, en julio de 1686; el rey hab?a expedido c?dula a I?iguez en el Buen Retiro el 26 de mayo anterior, con licencia para que se le diese paso franco sin to marle informaci?n, o sea que pudo acompa?arse de perso nas con esta salvedad.16 Este se?or lleg? a San Luis Potos?,

donde se radic?.

Tambi?n cinco religiosos carmelitas descalzos que fueron a fundar a La Tacunga, 1687, con 50 000 pesos que les dio Jos? de la Mata y por fuertes representaciones de lo m?s gra nado del reino del Per?.17 En 23 de junio del mismo a?o de 1687 se present? en C?diz el capit?n Juan Blanco, que mar chaba con nombramiento de alcalde mayor de San Luis Po tos? por cinco a?os, conforme a c?dula del 7 del mismo mes y a?o, acompa?ado por Estefan?a de Sotomayor, su mujer, una criada y un criado.18 En julio de 1688 pidieron pase, se g?n c?dula real, otros seis religiosos carmelitas descalzos con destino a la nueva fundaci?n perulera.19 Una vez traspuesto el mar, Nicol?s Fernando aparece ave cindado en la ciudad de San Luis Potos? por primera vez el 11 de noviembre de 1691, es decir con 20 a?os escasos de edad.

Sin embargo, en esa fecha fue admitido por los diputados y los consultores de la miner?a como compa?ero en un tajo que al tiempo se hac?a en el cerro de San Pedro, pero con la obli gaci?n de otorgar escritura por 435 pesos de colaboraci?n para

el pago de la deuda contra?da con el real haber para dicho 16 17 18 19

AGI, Contrataci?n, Pasajeros de Indias, 5447, No. 21, 2 folios. AGI, Contrataci?n, Pasajeros de Indias, 5448, No. 65, 8 folios. AGI, Contrataci?n, Pasajeros de Indias, 5449, 16 folios. AGI, Contrataci?n, Pasajeros de Indias, 5450, No. 28. En 1680 hab?a

pasado a Nueva Espa?a el virrey conde de Paredes y marqu?s de La La guna con su mujer y el gran aparato de dos capellanes y 80 criados, sin que se recibiera de ?stos informaci?n, seg?n real c?dula de 7 de mayo del mismo a?o. En el tercer lugar de los criados iba Juan Camacho Jayna y en d?cimo Alonso Mu?oz de Castiblanque. AGI, Contrataci?n, Pasajeros de Indias, 5443, No. 127, 10 folios. Donju?n lleg? a ser alcalde mayor de San Luis Potos? de 1680 a 1685 y regres? a Espa?a como hombre rico y poderoso; en la portada de Cruz, 1689, donju?n aparece como editor y como gobernador del Puerto de Santa Mar?a.

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tajo, lo que efectu? el d?a 26 del siguiente, aceptando ade m?s el metal que le tocase.20 Desde entonces aparece ya como un hombre de car?cter firme, a tal grado que no mostr? esp?ritu de quien buscaba arrimo, sino de quien condescend?a a cambio de ingresar al

gremio. Por lo dem?s, el trazo firme y claro de su firma, que

siempre conservar?a, lo denunci? desde luego como prohom bre de San Luis Potos?, y que como a tal, entre 25, recoger?a

don Francisco Pe?a.21

Pero ni el mineral pareci? darle satisfacci?n, ni ?l era para eso. Cuatro meses despu?s, 13 de marzo de 1692, denotando su voluntad decidida, cedi? y traspas? al comendador de la Merced, fray Antonio de Xara, atareado entonces en aumen tar la hermosura del convento e iglesia potosinos de esa or den, el horno de fundici?n con que fue admitido por los mi

neros como compa?ero en el tajo que se hizo en el cerro. Declar?, asimismo, que se hallaba pr?ximo a hacer viaje de esta ciudad "yno saber con certidumbre si volver? a ella".22 ?A d?nde march? Nicol?s Fernando? No sabemos. En el cercano Real y Minas de San Pedro Guadalc?zar, subiendo de San Luis Potos? hacia el norte, lo hallamos dos a?os des pu?s. All? podemos decir que adquiri? popularidad. Ingres? a la cofrad?a del Sant?simo Sacramento, del Rosario y de las Benditas Animas, poderoso centro aglutinador social del lu gar y de la ?poca. Joven y din?mico, cay? bien. Para el 24 de febrero de 1694 ya era miembro de la mesa, en calidad de Don Alonso prefiri? quedarse; lleg? a tener grado de general y tam bi?n fue alcalde de San Luis Potos?, pero hasta 1692, y bien pudo ser que al amparo de estos se?ores don Nicol?s, jovencito, llegara a esa ciudad. La cl?usula once de su codicilo, Torres, 1898, pp. 156-157, parece co rroborar esta aseveraci?n, pues en ella leg? 300 pesos a cada una de tres hijas de don Alonso, aunque no expres? si por afecto o por agradecimien to. Es deducible que por lo segundo, por cuanto no lo expresa, pues de ser lo primero lo habr?a asentado seg?n estilo "por el mucho amor que les tengo", por ejemplo. 20 AHESLP, Protocolo de 1691, ff. 275v-277. 21 Pe?a, 1979, tiene en el ap?ndice documental las "Firmas de los prin cipales fundadores de San Luis Potos?, y de algunos descubridores de sus

minas".

22 AHESLP, Protocolo de 1692, ff. 173v-175v.

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ALFONSO MART?NEZ ROSALES

diputado, en uni?n de un alf?rez y del mayordomo Juan de Guevara y Z??iga.23 La distancia no parece que le avivara los sentimientos. El

2 de agosto de 1694, fiesta de la Virgen de los Angeles, a quien

declar? su intercesora y abogada, otorg? en San Luis Potos? un poder para testar a un vecino, capit?n y mercader, de nom

bre Juan de Vega, a quien le ten?a comunicadas y tratadas las cosas tocantes "al bien de su alma y descargo de su con ciencia". Expres? los nombres de sus padres, declar? cate g?ricamente que eran ya difuntos ?cosa, a lo m?s, incierta para ?l?, ser natural de Sevilla, estar en pie y entera salud, no querer por ello esperar la hora de la muerte "cuando los dolores y congojas y accidentes ocurren y divierten el acier to" y creer todo lo que la religi?n cat?lica ha ense?ado. Or den? que se le enterrara en la parroquia donde muriese, as? como el pago de las mandas; nombr? albacea al dicho capi t?n Vega, y, por no tener herederos forzosos ascendientes y descendientes, seg?n ?l, con una actitud de certidumbre evi dentemente temeraria, lo nombr? su heredero.24 No ten?a Nicol?s Fernando ni 23 a?os cumplidos. Iba y ven?a del Real de San Pedro Guadalc?zar a San Luis Potos?. En los trayectos debi? madurar sus ideas de progreso econ?mico, social y espiritual. Sigui? en los asientos altos de la cofrad?a. El 26 de diciembre de 1697 hubo nuevamente elec

ciones para la mesa. ?l, a los 26 a?os, fue nombrado mayor domo. Pero en esa ocasi?n, ya antepuso a su nombre un t? tulo muy apreciado en aquel tiempo. Firm? en el acta asentada

en el libro: Capit?n Nicol?s Fernando de Torres.25 Cambi? ?l y cambi? el libro de la cofrad?a.26 En la admi nistraci?n observ? orden y precisi?n. El 22 de febrero de 1699

hubo nuevamente elecciones. Fue nombrado rector el capi

23 APSPGSLP, "Libro de las cofrad?as del Sant?simo Sacramento, el Rosario y las Benditas ?nimas, 1645-1698", ff. 272v-273. 24 AHESLP, Protocolo de 1694, ff. 246-247. 25 APSPGSLP, "Libro de las cofrad?as del Sant?simo Sacramento, el Rosario y las Benditas ?nimas, 1645-1698", ff. 284v-285. 26 APSPGSLP, "Libro donde se asienta el gasto y recibo de la cofra d?a de las Benditas Animas del Purgatorio fundada en este Real de San Pedro de Guadalc?zar y corre desde 26 de Diciembre de este presente a?o

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tan Manuel Fern?ndez de Acu?a "y por aclamaci?n de to dos reeligieron para mayordomo al se?or capit?n don Nico l?s Fernando de Torres". Con solemnidad asent?: "Prosigo con el mismo cargo", y en ?l permaneci? hasta el 3 de febre ro de 1702, en que lo entreg? al nuevo mayordomo Juan S?n

chez de Tagle.27 Hizo tambi?n una "Memoria" de los aumentos logrados

desde su elecci?n hasta el 16 de mayo de 1701. Suman 36, demostrando as? su celo por el decoro y el esplendor del cul to. Destacan la hechura de la imagen de la Virgen del Rosa rio y una custodia para la exposici?n del Sant?simo Sacra mento. De todo se ocup?: de los guiones, de los ornamentos, el pulpito, el campanario, la sacrist?a, los estandartes, las al fombras, etc.28 La custodia a?n existe, es de plata labrada con aplicaciones en negro sobre la base, en cuyo borde circu la esta leyenda: "Se acavo esta custodya ano D 1698 syendo

Bndo Dn FRANCO SANCHES VELASCO Y MAYORDOMO EL CAPPNN D NYCOLAS FrDo D TORES". Lleg? el a?o 1700, 29 de su edad. Despu?s de ser chaval

sevillano, pasajero de Indias, porcionero de la miner?a de San Luis Potos?, cedente de derechos en pro de una obra de culto religioso, testador, declarante en estrados jur?dicos de la muer

te de sus padres sin constarle, aventurero de un real de mi nas a otra, diputado y mayordomo de cofrad?a con aplauso, capit?n, y viajero constante entre San Luis Potos? y Guadal c?zar, la estabilizaci?n definitiva se impon?a. Desde su ingreso al cuerpo de mineros en el a?o de 1691, de 1697 . . .", aunque en el frontis de este libro est? anotado como ma yordomo Agust?n de la Fuente, en el acta del citado d?a 26 de diciembre de 1697, 1 folio, consta que don Nicol?s Fernando fue el mayordomo, y su actividad lo confirma.

27 APSPGSLP, "Libro donde se asientan el gasto y recibo de las co frad?as del Sant?simo Sacramento y Nuestra Se?ora del Rosario y f?brica de esta santa iglesia parroquial de este Real de San Pedro de Guadalc?zar que comienza desde primero de Enero de 1699 a?os, siendo mayordomo don Nicol?s Fernando de Torres de dichas santas cofrad?as, a?o de 1699", ff. 7v, 13, 17; abarca hasta 1708.

28 APSPGSLP, "... 1699", f. 134. La experiencia en la administra

ci?n adquirida all? le ser?a de mucho provecho. A su muerte leg? a Gua

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ALFONSO MART?NEZ ROSALES

conoci? bien y se enter? perfectamente de la preponderancia del prohombre potosino, el sargento mayor don Antonio Mal

donado Zapata, que ten?a entre sus muchos hijos una ni?a a la saz?n de 10 a?os llamada Gertrudis Teresa. Y al fin del siglo xviii sus viajes a la ciudad de San Luis Potos? ten?an a ella de motivo, que ya contaba casi 20 a?os. Mientras en Sevilla, oc?ano de por medio, su padre don Fernando de Torres, vivo, aunque "enfermo pero sano de

voluntad" otorg? su testamento el 12 de noviembre de 1700, en el cual nombr? albacea a su esposa do?a Mar?a, viva na turalmente, madre de Nicol?s Fernando y sus hermanos, e hizo relaci?n de sus 10 hijos, mas sin hacer referencia parti cular al hijo ausente.29 Entretanto, antes que las velaciones fueran cerradas, y el a?o, y estantes en el dintel del siglo, el 21 del mismo mes y a?o, en que su padre otorg? testamento, la ciudad de San Luis Potos? vio las bodas de dos de las mu

chachas Maldonado Zapata, Gertrudis Teresa e Isabel, hijas del poderoso sargento mayor don Antonio, con el sevillano capit?n don Nicol?s Fernando de Torres y el navarro don

Mart?n de Urroz. Despos? a ambas parejas el cura benefi

ciado por su majestad de la parroquia de San Luis Potos?, el Br. Crist?bal de Areizaga y de la Cueva; fueron testigos presentes el mercedario fray Antonio de Xara, el rector del colegio de la Compa??a, Andr?s Nieto, el fraile francisco Juan

de Lazcano "y otras muchas personas vecinas de esta Ciu dad". Apadrinaron el general Alonso Mu?oz de Castiblan que y Teresa Ortiz de Heredia, su mujer.30 dalc?zar 1 000 pesos, mitad para la cofrad?a y mitad para el colateral ma yor de la parroquia, cl?usulas 6a. y 7a. del testamento y la. del codicilo. Torres, 1898, pp. 132, 151-152. Por haber dejado otros 500 pesos a la cofrad?a de Animas del Cerro de San Pedro Potos?, seg?n la cl?usula 6a. del testamento y la. del codicilo, es probable que sus primeros pasos en San Luis Potos? los haya dado all?. Fueron entregados en San Luis Potos? en 1734 por su hermano Juan Eusebio y su cu?ado Antonio Zarzosa, coal baceas, en representaci?n de do?a Gertrudis. AHESLP, Protocolo de 1734,

29 de abril.

29 AHNM, Ordenes militares, Alc?ntara, exp. 917.

30 APSSLP, "Libro de matrimonios, 1698-1704", ff. 26v-27, acta de Isabel y Mart?n; f. 27, acta de do?a Gertrudis y de don Nicol?s.

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Las "donas" de don Nicol?s Fernando a do?a Gertrudis Teresa importaron, lo dijo ?l ostentosamente, m?s de 2 000 pesos.31 Y ?l recibi? por v?a de dote de ella lo siguiente: a) una pulsera de perlas, y otras m?s, salpicadas de corales con peso de 2 onzas y 10 vueltas, b) una gargantilla de per las, de 4 hilos con peso de una onza y dos adarmes, c) tres sortijas de oro con peso de una onza y cinco adarmes, d) unos zarcillos de oro valuados en 16 pesos, pagados y por ello vueltos

al due?o, e) unos zarcillos de oro, f) una "Concepci?n" de oro con piedras blancas y perlas, g) una esclava de 16 a?os llamada Mauricia , h) mil borregas lanadas, i) mil borregas trasquiladas, j) quinientos borregos trasquilados, k) su parte de la herencia materna, y 1) su parte de la herencia paterna, cuyas hijuelas a?n no estaban concluidas en 1813, pero que ambas hab?a recibido ya don Nicol?s Fernando, y de las que, en ese a?o, por no tener hijos, era ?l su ?nico y universal he redero.32 Es aqu? de notar la "poca monta" aparente de la dote de do?a Gertrudis, disimulada a?n m?s por no precisar las de ambas herencias, puesto que ser?a muy aventurado pen

sar que no fue don Nicol?s quien en realidad se autoconfiri? el poder para testar que sirve de fuente, aunque extraordina riamente firm? do?a Gertrudis, ya que siempre declar? y de clarar?a que no sab?a firmar. A esto puede agregarse que, aun

cuando la "poca monta" fuese real, la parte principal de la dote consisti? en poder montar don Nicol?s a sus anchas los caballos de las haciendas de su suegro. Que sus tiros interesados iban por esta otra vereda, lo con firma su actitud de encubrirlos m?s en la cl?usula 30 de su testamento ?ltimo. Si el poder para testar del a?o de 13 se palpa "camuflado", los t?rminos y modos que us? en la ci tada cl?usula fueron m?s abiertos en pro de la depreciaci?n de la dote. Lo primero es lo primero, al rev?s de la estipula

ci?n de dicho poder:

Se me entregaron por v?a de dote de la susodicha, dos mil bo rregas, las un mil de ellas lanadas, y las otras un mil trasquiladas, 31 Cl?usula 30 del testamento. Torres, 1898, p. 149. 32 AHESLP, Protocolo de 1713, 30 de julio.

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doscientos borregos tambi?n trasquilados, una mu? ita blanca es clava llamada Mauricia que vend? en trescientos y m?s pesos; unas pulseras y gargantillas de perlas de poco valor que ha consumido la susodicha; una Concepci?n de oro que dicha mi esposa dio a nuestra se?ora del Pilar de Zaragoza, unos anillos de oro, todo de poco valor, unos zarcillos de lo mismo que ten?an empe?ados a dicho sargento mayor su padre y mi se?or, en diez y seis pesos que percib? y volv? dichos zarcillos a su due?o, que todo lo referi do y las dem?s cosas que fueron su ropa de vestir y valor constan de una declaraci?n que ambos hicimos jur?dica, en los autos de inventarios y aprecios de los bienes que quedaron por fallecimien to de dicho sargento mayor su padre a que me remito.33

Casualmente, el poder para testar del a?o de 1713, firma do por do?a Gertrudis Teresa, va de lo menos a lo m?s. Y la cl?usula 30 del testamento de don Nicol?s Fernando resta importancia a los zarcillos y similares en lo m?s p>osible, pone

por encabezamiento los borregos y las borregas, tratando de venir de lo m?s a lo menos, sit?a como parte principal la cuen

ta de su capital hecha a poco de casados, y olvida, bien olvi dadas, las herencias materna y paterna de do?a Gertrudis Te resa, quien por muchos hermanos que tuviera, los bienes de sus padres eran tan vastos, aunque el mismo don Nicol?s los hace menos, como para que le tocara parte no despreciable. Sin embargo, para dar m?s pie a la evidencia de los manejos

que miraban a su inter?s, en la cl?usula 17 declar? que de la herencia del sargento mayor, por v?a de do?a Gertrudis,

no ten?a "recibida cantidad alguna".34 O sea, satisfacci?n no pedida fue acusaci?n manifiesta. Aqu? hay que contabili

zar, adem?s, a su favor y en contra, tres situaciones concu rrentes. Do?a Gertrudis era su esposa, y ?l albacea de don Antonio su padre, a quien m?s bien deb?a de llamar "nues tro" padre, fue su administrador y el futuro propietario, ya poseedor de hecho, de las haciendas de Pozo y Peotillos, es pina dorsal de la masa hereditaria del sargento, de la que se 33 Torres, 1898, pp. 147-148. 34 Torres, 1898, p. 141.

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escaparon las tierras de Gallinas, por compra que se hizo el conde de San Mateo de Valpara?so.35

Volvi? don Nicol?s Fernando al Real de San Pedro Gua

dalc?zar, pero con esposa, con m?s honra y con hacienda. Y continu? escalando. El 4 de febrero de 1703 fue electo rec tor de la cofrad?a, el cargo m?s alto "con la mayor parte de los votos", y el capit?n Fern?ndez de Acu?a qued? de ma yordomo.36 Pero en las elecciones del 2 de febrero de 1704 ya no estuvo, ni de all? en adelante. Con su apartamiento huy?

tambi?n la regularidad y el orden reflejado naturalmente en el libro. Don Nicol?s estaba ya bien casado, asentado, y en terado administrativamente por sus 10 a?os de pr?ctica en las cofrad?as. Hab?a que dar otros saltos en la carrera.37 Su camino de all? en adelante, en concordancia con su ac tividad desarrollada hasta entonces, era el real de la plata ca pitalizada. Por tanto, introducido en el campo de acci?n, sin apuros y sin tropiezos, midi? las fuerzas para saber a qu? ate nerse. Dice don Nicol?s Fernando: "a poco tiempo de cele

brado dicho nuestro matrimonio hice capital de todos mis bie

nes . . . que import? veinte y un mil y m?s pesos, incluidos en dicha cantidad dos mil y quinientos del valor de tierras, casa de calicanto que eran de mi morada en el dicho Real". Exiguo capital para sus arrestos. Pero conviene notar que en 35 Torres, 1898, p. 141, cl?usula 18. 36 APSPGSLP, "Libro de gasto y recibo de las cofrad?as, 1699-1708", ff. 24v-31. 37 Adem?s de toda esta actividad, sin fundamentaci?n afirma Velaz quez, 1946, p. 375, que don Nicol?s Fernando fue alcalde mayor de Gua dalc?zar. Aunque para ?l no hab?a dificultades y era muy joven, no hay

informaci?n hasta hoy definitiva a este respecto, lo cual es muy raro por que pudo ostentar el t?tulo a diestra y siniestra en la variada documenta ci?n disponible. Aparte, est? claro que el camino de su preferencia no iba a los cargos p?blicos. Hay, sin embargo, un testimonio indirecto que po dr?a llevar a la confirmaci?n de la pretendida alcald?a de don Nicol?s Fer nando. El 29 de junio de 1696, al necesitar ma?z la ciudad de San Luis Potos? por falta de lluvias "y consuelo", el p?rroco de Guadalc?zar comu nic? al alcalde de San Luis Potos? que hab?a salido tanto ma?z de esa juris dicci?n que ya no lo encontraban, aunque cuatro meses antes el alcalde mayor don Nicol?s Fernando de Torres lo hab?a prohibido por auto. AHESLP, Ayuntamiento de San Luis Potos?, "Libro de cabildos, 1694-1702".

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esta ?poca ya perfilaba m?s las muestras de la inclinaci?n que lo convertir?a en fundador de una obra grande basada en sus donaciones. Si en 1692 hab?a donado graciosamente su hor no de fundici?n en las minas al mercedario fray Francisco An tonio de Xara, que entonces andaba afanado en el aumento de la iglesia y convento de la Merced de San Luis Potos?, ma ravillas perdidas del arte, ahora su casa de Guadalc?zar "de calicanto", que era de su morada, la don? a la cofrad?a del Sant?simo Sacramento.38

Sin excluir su devoci?n personal?sima a la Eucarist?a, esta donaci?n apunta bien claro que el esp?ritu de don Nicol?s es taba animado de gratitud a la instituci?n en que aprendi? a desarrollar sus dotes, acordes con sus propios intereses. Po d?a haber dado la casa a la parroquia, o a cualquiera otra en tidad. Pero no, fue precisamente a la cofrad?a. Aunque la don?

porque se marchaba, ya sabemos a d?nde, pero no a tontas y a locas, sino tomando las providencias necesarias y fijando los apoyos, su celo por el decoro y el esplendor del culto que

da bien claro.

Desde el 5 de agosto de 1701, a menos de un a?o de casa do, he aqu? el apoyo previsto con car?cter determinante, con taba con la aseguraci?n del albaceazgo de su suegro y padre. Don Antonio Maldonado Zapata, "en pie y en su entero jui cio", otorg? codicilo en esa fecha, en que ratific? su testa mento del 23 de enero de 1697, y sustituy? en el encargo a su cu?ado o hermano Juan de Santib??ez Coz, pero "dej?n

dolo en su honor y fama", por su "hijo" don Nicol?s Fer nando. La aclaraci?n, de no haber tenido un fondo de dife rencias familiares, no la hubiera consignado.39

Una vez instalado en San Luis Potos?, pronto asegur? otra refacci?n. A su hermano Juan Eusebio, de 22 a?os m?s o me nos, que vino al arrimo del propio don Nicol?s o llamado por ?l para su servicio, como despu?s lo har?a con su hermana Teresa Josefa, le otorg? poder ampl?simo, especificando que Juan era vecino de Guadalc?zar, para que le atendiera sus negocios, l?gicamente all?, y demostrando t?citamente que 38 Torres, 1898, p. 148, cl?usula 30 del testamento. 39 AHESLP, Protocolo de 1701, f. 142.

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su esfera de poder familiar, social y econ?mico se amplia ba.40 Y constituy? compa??a de negocios con ?l, muy nece saria para el desenvolvimiento de ambos. Fue esto a princi pios de noviembre de 1704.41 Al a?o de 1705 lo recibi? con vuelos nuevos, pues su suegro le otorg? tambi?n poder am pl?simo, en que repiti? m?s afectiva que protocolariamente, y m?s sustantiva que adjetivamente, la palabra "hijo", con fecha 31 de diciembre de 1704. Asimismo, se tom? la moles tia de especificar que era vecino de San Luis Potos?.42 El coraz?n del suegro ya no ve?a sino a trav?s de los ojos del yerno-hijo. Y ?ste miraba por los de ambos. A partir de all?, al tiempo que atend?a los negocios familiares, a?n en M?

xico,43 ejerci? actos de potentado tales como constituirse aviador de hacendados poderosos;44 liquid? deudas de don Antonio;45 y a Juan de Santib??ez Coz, al que desplaz? muy anticipadamente del albaceazgo de su suegro, le sustituy? un poder que a ?l le hab?an otorgado.46 Tambi?n fue apoderado de otras personas, como el m?di co Jos? God?nez.47 Trab? negocios que exigen m?s apostillas

que un epigrama de Marcial, pero respaldados hasta con 40 AHESLP, Protocolo de 1704, 27 de marzo. 41 ANQ, Protocolo de 1732, notario Francisco de Victorica, ff. 136 139. En 30 de abril de este a?o don Nicol?s declar? lo antecedente en tran sacci?n celebrada entre ambos, por haberse retirado de su trato con el tiempo

y las desavenencias, con efectos que atropellaron los afectos, que s?lo tu vieron reanudaci?n en la cercan?a de la muerte de don Nicol?s y en la dis tancia de su retiro de Quer?taro. 42 AHESLP, Protocolo de 1704, ff. 59-61. 43 AHESLP, Protocolo de 1712, ff. 280-281. En 24 de octubre vendi? un esclavo que hab?a comprado en M?xico el 28 de mayo de 1706 por ante Juan Clemente Guerrero. 44 AHESLP, Protocolo de 1704, ff. 121-122, en 28 de mayo el capi t?n de caballos corazas manuel Fern?ndez de Acu?a reconoci? una deuda

a don Nicol?s de 5 914 pesos, 2 tomines, que le hab?a prestado para el av?o de sus haciendas. 45 AHESLP, Protocolo de 1707, ff. 308-309. En 29 de diciembre Ana de Guzm?n, con licencia de su marido, otorg? recibo a don Nicol?s de 1 000 pesos de oro que ten?a don Antonio, seg?n escritura de 26 de enero

de 1694.

46 AHESLP, Protocolo de 1707, ff. 252v-255v, 7 de octubre. 47 AHESLP, Protocolo de 1708, f. 126, 12 de mayo.

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20 000 ovejas de su propiedad. Los saltos ya eran mayores.48 Fuera de los negocios, su proyecci?n en la vida social po tosina fue tomando, para aquellos tiempos, un matiz parti cular que perdur? toda su vida, y que dio una pauta decisiva y final a su fortuna creciente: la ausencia de hijos.49 No que daron rastros siquiera de seres malogrados que fueran del ma trimonio. Pero s? evidencias varias de la conjugaci?n de su paulatino encumbramiento social con la falta de hijos. Tanto ?l como do?a Gertrudis, o ambos, en Guadalc?zar y en San Luis Potos?, eran muy requeridos para padrinos.50 Las dos situaciones se evidenciaron con el matrimonio de Ana, otra de las muchachas Maldonado Zapata y cu?ada suya, con su hermano Juan Eusebio, el 26 de julio de 1706. Don Nicol?s y do?a Gertrudis apadrinaron, y los testigos, m?s por com promiso con el padrino poderoso y la familia de la novia que con el novio de 24 a?os, recientemente venido de la pen?nsu la, fueron de estatura social alta: el general y alcalde mayor

Andr?s Alvarez Maldonado, el capit?n y alcalde ordinario 48 AHESLP, Protocolo de 1708, 18 de abril. En esa fecha don Nico l?s, como principal, Mart?n de Urroz su concu?o y Juan Eusebio su her mano como segundones, se obligaron a pagar a unos menores de Charcas 5 000 pesos de oro com?n que les prest? el tutor. Don Nicol?s hipotec? las 2 000 ovejas. El tutor era el capit?n y alcalde de la Santa Hermandad de Charcas, Pedro de la Serna Palacios. Pues bien, el mismo d?a, ante el mismo escribano, y por supuesto que en el mismo libro de protocolos, Serna Palacios otorg? recibir de don Antonio Maldonado Zapata pero "por ma no del capit?n don Nicol?s Fernando de Torres" 14 000 pesos de oro co m?n, 9 000 en libranzas y 5 000 en reales. La impecabilidad formal es irreprochable. Pero presenta tantas fisuras no jur?dicas que los documentos citados no eran sino seguridades insegu ras, incluyendo la posibilidad de que el sargento mayor no estuviera ente rado del artificio legal, pues ni siquiera compareci?. Don Nicolas us? de su poder. Con cualquier incumplimiento el alcalde deber?a autoatacarse, cosa inveros?mil. Y, pensando en absoluto, de estar dispuesto don Anto nio a interponer su influjo moral y social, la mano de don Nicol?s sobraba en la operaci?n. ?Cu?les eran entonces los m?viles de la componenda? 49 En los libros de bautismos resulta ir?nico encontrar infantes con nombres de Nicol?s de Torres o similares. 50 Ejemplo: Petra de Loredo, bautizada el 3 de mayo de 1708, hija de Mat?as Antomas de Urribaldi y de Francisca Vargas Machuca. APSSLP, "Libro de bautismos de espa?oles, 1703-1712", f. 68v.

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Juan de Alcorta, y el escribano p?blico Pedro Gonz?lez de

Molina.51

Los nuevos esposos dieron la nota engendrando numero sos hijos, e hicieron contraste con el matrimonio de don Ni col?s y do?a Gertrudis. A uno lo llamaron Fernando Nico l?s, y fueron ellos los padrinos en 6 de enero de 1711. Otra fue Mar?a Manuela, de quien fue madrina do?a Gertrudis en 29 de diciembre del mismo a?o.52 Sin embargo, comen z? a desarrollarse en ellos, m?s com?n que separadamente, el sentido de amparar a ni?as y ni?os sin fortuna que, de mo mento, s?lo cristaliz? en la atenci?n a exp?sitos que criaron y educaron en su casa y compa??a, los cuales llegaron a for mar un n?mero considerable. Generosidad que al fin origi n? la creaci?n por ambos c?nyuges de una instituci?n educa tiva con asistencia integral. Al pasar el tiempo, pasaron tambi?n de largo las posibi lidades y las esperanzas de que el matrimonio tuviera hijos

propios. Y don Nicol?s, ampliando su radio de acci?n acu

mulativa de bienes de fortuna, diversific? sus ocupaciones re ligioso-sociales y econ?micas. Fue mayordomo de la podero sa archicofrad?a del Sant?simo Sacramento y de la Virgen del Rosario de la parroquia de San Luis Potos?.53 Hizo postura

51 APSSLP, "Libro de matrimonios de espa?oles, 1705-1732", f. 6. 52 APSSLP, "Libro de bautismos de espa?oles, 1703-1712", f. 94v. Precisamente otro de ellos fue Mar?a Manuela, de quien fue madrina do ?a Gertrudis Teresa en 29 de diciembre del mismo a?o de 1711. APSSLP, "Libro de bautismos de espa?oles, 1703-1712", f. 102 y AHNM, Secci?n del Estado, Carlos III, exp. 178, informaci?n sobre don Joaqu?n Benito de Medina y Torres. Manuela cas? con uno de los poderosos hombres ricos de M?xico, de la familia Medina Picazo, de cuyo matrimonio nacieron los condes de Medina y Torres. Estas informaciones, levantadas para su ingreso en ?rdenes militares, sustentan en parte el presente art?culo.

53 AHESLP, Protocolo de 1708, ff. 46-49, dos escrituras de 15 de fe brero, en que aparece como tal. Dej? a la archicofrad?a de las Benditas Animas de la parroquia de San Luis Potos? 500 pesos, igualmente que a las de San Pedro Guadalc?zar y Cerro de San Pedro Potos?, seg?n la cl?u sula 6a. del testamento y la. del codicilo. Torres, 1898, pp. 132, 151 152. Constan pagos de misas a nombre de don Nicol?s en 1743 y 1745 en APSSLP, "Libro 1 de la archicofrad?a de las Benditas Animas, 1742 1774", ff. 29, 150v, 155v, 157; y Juan Eusebio de Torres y Antonio Zar

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en equipo de 25 personas, entre las que se contaban don Ma nuel Fern?ndez de Quiroz y don Francisco de Villanueva y

Velasco, futuros bienhechores fuertes del Carmen de San Luis

Potos?, para obtener el remate de las reales alcabalas en el periodo 1709-1715.54 Y se present? por apoderado al remate de los diezmos del Real de San Mat?as de Sierra de Pinos.55 El 9 de noviembre de 1711 se oblig? a pagar 1 000 pesos de oro en reales al s?ndico que fuere del convento francisca no de Santa Mar?a del R?o, jurisdicci?n de San Luis Potos?, que le cost? igual n?mero de ovejas de vientre lanadas. Pero en esa ocasi?n no recurri? ni a la mayordom?a, ni al rectora do, ni a los poderes del suegro-padre, etc., sino que hacien do gr?fico un deseo largamente sostenido y con presagios de ser pronto tangible, compareci? como capit?n Nicol?s Fer

nando de Torres, vecino de San Luis Potos? y "Due?o de

hacienda".56 Faltaba una S para ostentar con pluralidad cla ra las "haciendas", pero habr?a que esperar para conseguirla. No tanto. Su suegro don Antonio Maldonado Zapata ya hab?a muerto en el Real de Sombrerete antes del 11 de sep tiembre de 1711.57 El albaceazgo de su suegro-padre difun to vino a ser su labor de tiempo completo. Hab?a que lidiar ahora largo y tendido con los herederos. Tan largo y tan ten zosa impusieron los 500 a favor de la cofrad?a de ?nimas de la parroquia del Cerro de San Pedro conforme a AHESLP, Protocolo de 1734, 29 de abril. Pero, en conjunto, el lazo fuerte de uni?n entre don Nicol?s y las cofrad?as se corrobora con estos datos, que confirman su adhesi?n a insti tuciones que por su importancia y dinamismo abr?an horizonte al que bien

serv?a. 54 AHESLP, Protocolo de 1710, 25 de abril, obligaron sus personas y bienes y asentaron el prorrateo de ganancias y/o p?rdidas. 55 AHESLP, Protocolo de 1712, ff. 141v-143, 28 de mayo. 56 AHESLP, Protocolo de 1711, ff. 315-316. 57 AHESLP, Protocolo de 1711, ff. 253-254v. En esta fecha el bachi ller Ignacio F?lix Maldonado Zapata dio poder a Juan S?nchez Vaquero, en la hacienda de Gallinas, para que lo representara en la formaci?n de autos e inventarios de los bienes de su padre, de donde se infiere su muer

te; y Juana Maldonado Zapata, hija natural del sargento mayor, en 10

de noviembre de 1712 vendi? una casa en San Luis Potos? y en la escritura

se declar? que su padre muri? en el Real de Minas de Sombrerete.

AHESLP, Protocolo de 1712, ff. 289-294v.

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dido, que al testar en 1732 no estaba concluida la gesti?n. Declar? textualmente que los "autos de inventarios y apre cios ?ni eso siquiera? no se han fenecido por omisi?n de los interesados, y habiendo estado perdidos o suprimidos por largo tiempo", es decir, que reparti? responsabilidades. Y tambi?n las comparti? all? mismo se?alando que fue albacea "en la compa??a de otras personas (que hoy ya son difun tas)". E insisti? en el codicilo repitiendo lo mismo y dando facultades a sus albaceas para hacer "todo aquello, que ha llare ser justo en conciencia y debiere hacer bueno a los bie nes de dicho sargento mayor ... de suerte que quede total mente libre y exonerado de su conciencia".58 Ya dijimos que la espina dorsal de la masa hereditaria de don Antonio fueron las haciendas de Gallinas, Pozo y Peoti Uos, y que don Nicol?s lisa y llanamente y sin ambages de clar? que las tierras de Gallinas hab?an "volado", por com pra, a las manos del conde de San Mateo de Valpara?so;59 consecuentemente, mucho hubieran ganado su testamento y codicilo, tan prolijos, diciendo con claridad c?mo, cu?ndo, d?nde y por qu? Pozo y Peotillos y sus anexas vinieron a caer a sus manos, en las de ?l que siempre se ostent? aqu? y all? albacea de don Antonio solo y sin compa??a, ni aludiendo a vivos ni recordando muertos.60 Tambi?n, don Antonio, sin contar la diferencia de sustituir a su cu?ado Juan de Santi b??ez Coz por don Nicol?s Fernando, se hab?a tomado la mo lestia de explayarse dando rango determinante al afecto, a su favor, al precisar que su hija do?a Gertrudis estaba casa da con don Nicol?s Fernando.61 Por lo dem?s, si ?ste declarar?a en 1732 que los autos estu vieron perdidos, y ?l en tantos a?os no concluy? el encargo, 58 Cl?usula 7a. del testamento y 2a. del codicilo. Torres, 1898, pp. 140-141, 152 respectivamente. 59 Cl?usula 8a. Torres, 1898, p. 141. 60 Ejemplo: AHESLP, Protocolo de 1713, ff. 31-33v, 24 de enero, como albacea de Don Antonio vendi? a Fernando Garc?a de Rojas la ha cienda de San Juan del Tusal en 10 425 pesos y 4 tomines, que ya el sar gento mayor hab?a concertado por medio de su hijo, el bachiller Ignacio

F?lix.

61 AHESLP, Protocolo de 1701, ff. 142-143v, 5 de agosto.

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posteriormente las dificultades ser?an mayores para su cum plimiento. En s?ntesis, su inter?s clave estaba en la obtenci?n de las haciendas de Pozo y Peotillos, pero en todo documen to capital pas? por alto se?alar los medios por los que los ob tuvo, es decir su versi?n. Y es precisamente a ellos a los que no se refiere en concreto en su testamento y codicilo, largos, prolijos, vistos y revistos. Al contrario de la pretendida indi

ferencia que pint? de los herederos, fue excesiva su solicitud de comparecer no s?lo como albacea, sino tambi?n en pari

dad de tenedor de los bienes, lo que hizo constantemente, aun

que en 1732 tratara de decolorar los sucesos.62 Claro que tuvo sus d?as negros. Pronto, en septiembre de 1712, hasta estuvo apercibido con excomuni?n mayor y cita do para la tablilla en uni?n de su cu?ado Mart?n de Urroz, causante del problema, por haber salido ?ste de San Luis Po tos? sin dar noticia, y provoc? litigio de la mitra por ser arren datario de los diezmos. El difunto don Antonio era su fiador,

luego su albacea don Nicol?s tuvo que pagar 1 109 pesos, se g?n libranza que gir? en el Pozo el d?a 9.63 Obviamente, m?s que los problemas en particular, el albaceazgo le aca rre? desvelo continuo por el tejemaneje judicial. Lo dicho no quiere decir que abandonara el camino que se traz? de progreso. Diversificaba sus negocios, ampliaba sus ganancias y el g?nero de sus preocupaciones, al mismo tiem po que, sin saberlo, se codeaba con su propio futuro. En 17 de mayo de 1713, firmando en primer lugar con otros dos bienhechores insignes del a?n ni siquiera pensado Carmelo potosino, el capit?n Manuel Fern?ndez de Quiroz y don Fran cisco de Villanueva y Velasco, y antes de los dem?s vecinos y mercaderes "y aviadores de esta miner?a", consinti? el otor

gamiento de poder amplio a Jos? de Sustaita para ir a villas y lugares (especialmente Quer?taro y San Juan del R?o) a de mandar a los autores y sus c?mplices del robo y extrav?o de la plata que hab?an remitido a M?xico por mano del due?o de recua Felipe Zamudio.64 Sus ganados aumentaban. El 10 62 AHESLP, Protocolo de 1713, 4 de agosto, por ejemplo. 63 AHESLP, Protocolo de 1712, ff. 243-244v. 64 AHESLP, Protocolo de 1713, ff. 109v-lllv, ante Domingo del R?o.

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de noviembre del mismo, por ejemplo, se present? como ve cino y mercader, criador de ganados mayores y menores en la jurisdicci?n, para arrendar a Lucas Guillen 6 500 cabras de vientre.65

Se aline? tambi?n en las huestes del guadalupanismo no vohispano. El 2 de enero de 1715 fue electo mayordomo del santuario de Guadalupe, extramuros y al sur de la ciudad, por el ayuntamiento que era el patrono, para celar el culto y la veneraci?n de la Virgen.66 Respecto de la propiedad, despu?s de andar en ?nsulas y pen?nsulas, hab?a que pasar al se?or?o de tierras firmes, an chas y dilatadas. Para comenzar, don Nicol?s cuid? de "com poner" bien compuestas las tierras de su suegro. Es necesa rio recordar que no hab?a otras que esas cerca de don Nicol?s,

y que antes s?lo se hab?a autotitulado due?o de "hacienda", m?s como deseo que realidad, y que andaba por tanto en busca de la S de pluralidad. Luego, por ejemplo, su apoderado Juan Francisco de Cordova acudi? al virrey, s?lo represent?ndolo a ?l, "como albacea del sargento mayor don Antonio Mal donado Zapata su padre (difunto)" por cuanto hab?a com puesto con el juez de ventas y composiciones, Lie. Francisco de Valenzuela Venegas, con 580 pesos las haciendas de Pozo, Gallinas, "la hacienda nombrada Peotillos", otros sitios, y un agostadero situado en el Nuevo Reino de Le?n, pidiendo despacho de la confirmaci?n respectiva "para que por falta de t?tulos en ning?n tiempo sea molestado, ni obligado a en trar en otra nueva composici?n". Previo el parecer del fis cal, el marqu?s de Valero mand? que enterase 150 pesos m?s

?una bicoca que don Nicol?s pag? de inmediato? y la me

dia anata regulada, y aprob? y confirm? la referida composi ci?n en 5 de marzo de 1717.67

Con la misma finalidad se present? Rafael Rico de Sol?s, otro apoderado suyo, para confirmar cuatro sitios de ganado 65 AHESLP, Protocolo de 1713, ff. 13-14, ante Antonio Gonz?lez de

Echavarr?a.

66 AHESLP, Ayuntamiento de San Luis Potos?, "Libro de cabildos, 1714

1718", ff. 40, 166.

67 AGNM, Ramo de Mercedes, vol. 71, ff. 12-13.

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menor, dos de mayor, y 10 de caballer?a en t?rminos de Gua dalc?zar, sirviendo al rey con 350 pesos y la media anata. El mismo marqu?s de Valero confirm? la composici?n, hecha ante el juez y licenciado F?lix Su?rez de Figueroa el 5 de oc tubre de 1717.68

Una vez saneadas las formalidades jur?dicas de la tenen

cia de las tierras, necesitaba saltar de albacea y tenedor a * 'due ?o de haciendas en esta y otras jurisdicciones'\ Quien le ayud?

fue su cu?ado el bachiller Francisco Maldonado Zapata, que parece olvid? los pleitos propios. La hacienda de Gallinas, ya est? dicho, pas? al conde de San Mateo, pero el 13 de mayo de 1718 declar? el escribano

Pedro Gonz?lez de Molina que el Br. Zapata "la hacienda

de Peotillos con todas sus tierras las sac? en p?blica subasta ci?n cuando se remat? por bienes de su padre el sargento ma yor don Antonio Maldonado Zapata, para su hermano don Nicol?s Fernando de Torres".69 Dos puntos hay que adver tir aqu?: que, al decir "Peotillos con todas sus tierras", Pozo y sus anexas, como hemos dicho aqu? y por no aparecer do cumentos que se refieran con particularidad, quedan inclui das en el conjunto. Y que, aun siendo asunto radical, la vas ta literatura jur?dica que hay sobre las tierras que pasar?an al Carmen no ofrece informaci?n clara y precisa de este paso

de don Nicol?s due?o de hacienda a due?o de haciendas, y

del traslado de Pozo y Peotillos de la masa hereditaria de Don

Antonio a la de don Nicol?s que se integraba. Laguna esta que ampl?a las dudas por la prolijidad de su testamento y co

dicilo, en que s?lo aclar? lo relativo a Gallinas.

Para acrecentar sus propiedades, por ejemplo, el 3 de sep

tiembre de 1717 compr? al capit?n Manuel Fern?ndez de Acu?a 124 sitios de ganados mayores y menores. Y al mis mo capit?n, compr? en 1721 otros m?s,70 cuya composici?n 68 AGNM, Ramo de Mercedes, vol. 71, ff. 49v-50. 69 S?lo citada en un inventario de mercedes y t?tulos de las haciendas de Pozo y Peotillos, 1598-1797, situadas en la jurisdicci?n de San Luis Potos? y Guadalc?zar. AHBMNAH, FL-49, f. 12; adem?s no aparece la escritu ra otorgada por el bachiller Zapata en 1718. 70 AHESLP, Protocolo de 1721, ff. 73-74v, 5 de marzo.

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confirm? el virrey el 24 de diciembre de ?ste.71 Naturalmente, el impuesto a pagar por el se?or?o de las tierras lleg? con ellas mismas. Podemos tratar aqu?, a mane ra de muestra, el pleito que sustanci? don Nicol?s en 1722 contra Francisco Fern?ndez Vallejo, vecino de Charcas, ante la audiencia real de Guadalajara,72 y recordar el largo y eno joso que sostuvieron los naturales de San Nicol?s del Arma dillo contra ?l desde cerca de 1720, el cual violent? un giro determinante en su residencia habitual y en su vida. Don Nicol?s, proponi?ndoselo, hubiera conseguido un si tio en el cabildo del ayuntamiento. Lo m?s seguro es que los esca?os pol?ticos no le agradaban. En 1 de enero de 1727, el alf?rez real don Francisco de Villanueva y Velasco propu so para alcalde ordinario de primer voto a Jos? Fern?ndez de Castro, a don Nicol?s, y a don Manuel Fern?ndez de Qui roz. Fue electo Fern?ndez de Castro.73 Habiendo mirado bien las cosas materiales, se impon?a mi

rar las extraterrenales. Por estar en construcci?n la nueva igle sia parroquial grande desde el principio del siglo XVIII, el ?ni mo de don Nicol?s no permaneci? indiferente. Tom? el puesto de sobrestante de la obra durante varios a?os. M?s tarde, fray

Nicol?s de Jes?s Mar?a exclam?: fue "asistente a la f?brica de tu belleza, y amante a la belleza de tu f?brica' ' ?dirigi?n dose a la iglesia parroquial; "con que calor descans? en los ardientes del medio d?a, sobrestanteando esta obra de tu sa grada hermosura, hasta perder por ti su salud"; fue "lince en vuestra construcci?n", dejaba de comer "se restauraba a proseguir en esta obra su apreciada plaza de sobrestante"; y que pleno de fervor y de solicitud atend?a la edificaci?n "so

brestanteando humilde la obra".74 Desentend?monos de los adornos, elogiosos aunque f?nebres, prodigiados por el car melita, y dejemos desnudo el cargo desempe?ado de sobres tante, pero teniendo en cuenta su efecto grandioso en la f? 71 AGNM, Ramo de Mercedes, vol. 71, ff. 174-175.

72 AHESLP, Protocolo de 1722, ff. 263-264.

73 AHESLP, Ayuntamiento de San Luis Potos?, "Libro de cabildos, 1725

1728", f. 124v. 74 Jes?s Mar?a, 1733, pp. 4, 11-14.

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brica de la antigua parroquia de la ciudad de Sa Luis Potos?, y es posible as? apreciar el trabajo de este caballero con voca ci?n decidida a patrocinar obras religiosas para el esplendor del culto y decoro de las iglesias.75 Pero don Nicol?s no actuaba en falso. Si invirti? en bienes espirituales, l?gicamente buscaba dividendos de los mismos. Si anduvo correteando tras grandes extensiones de tierra, tam

bi?n procur? un pedazo donde reposaran sus restos en terre no sagrado, los de su esposa y deudos. No ten?a que ir muy lejos para esto. Puestas las cartas sobre la mesa, con gran an ticipaci?n, en 1723 pact? con el p?rroco don Felipe de Ocio y Ocampo fabricar a sus expensas, en la nueva parroquia que se perfeccionaba: "un altar en la tercera capilla de sus naves que se halla a la mano siniestra entrando por la puerta prin cipal, con el t?tulo y advocaci?n de los Cinco Se?ores' ' ?hipo tecando sus bienes hasta rematarla, con la condici?n de que

dicho se?or cura

le hiciese donaci?n remuneratoria de ella en que labrase b?veda subterr?nea para su sepulcro, el de su esposa do?a Gertrudis Mal

donado Zapata ... y sucesores de entrambos de una y otra l?nea; en cuya l?pida hab?a de ponerse inscripci?n de las personas a quien 75 Fray Nicol?s dijo ah? mismo que don Nicol?s tambi?n particip? en la edificaci?n y adorno de la parroquia de Armadillo y que enriqueci? el Santo Entierro del convento de San Francisco de San Luis Potos?. Pero al referirse a que fue "amante a la belleza de tu f?brica", el carmelita alu di? a otras aportaciones gruesas de don Nicol?s para el embellecimiento de la nueva parroquia, hecha con miras de templo catedralicio. Una fue la donaci?n de 500 pesos para el retablo mayor. Su sobrino Nicol?s de To rres otorg? en Quer?taro, a principios de 1732, una obligaci?n de pagar parte de sus deudas contra?das con su t?o, reconociendo previamente que le hab?a perdonado lo m?s con generosidad. Y declar?: "Los quinientos de ellos ?de 1 800? que he de entregar en reales para el d?a fin del mes de Diciembre pr?ximo que viene de este a?o de la data, a la persona que tiene o tuviere a su cuidado la f?brica del colateral mayor que se est? ha ciendo para la iglesia parroquial de la dicha ciudad de San Luis Potos?, de quien sacar? recibo p?blico, para que me los pase en data el dicho don Nicol?s Fernando de Torres mi t?o, quien tiene mandada la dicha canti dad para la dicha obra al Br. D. Agapito Arias Maldonado, cura benefi ciado de la dicha parroquial". ANC), Protocolo de 1732, notario Francis co de Victorica, ff. 140v-141v.

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toca para su perpetuidad; que con efecto se ejecut? en conformi

dad de ser racional la condici?n susodicha, y muy regular en to das las parroquiales, e iglesias seculares y regulares el donar a los erectores de altares, sepulcro; y m?s cuando en el citado don Ni

col?s Fernando de Torres concurr?an los apreciables y dilatados

m?ritos de la superintendencia de la f?brica material de la parro quia; que hab?a servido siete a?os con grande actividad y trabajo; a cuya solicitud y asistencia personal se debi? el logro de su cuasi

extrema perfecci?n, en lo que erog? varias cantidades de pesos, que facilitaron como motivos recomendables la pretensi?n de su sepulcro, en la citada capilla, sin perjuicio de los derechos parro

quiales y f?brica espiritual.

Fue tal el reconocimiento de estos m?ritos por la sede va cante del obispado de Michoac?n, que en 1737 no s?lo ratifi c? la gracia a perpetuidad, sino que la ampli? a todos los as cendientes y parientes universales de ambos c?nyuges, porque se "debe regraciar a los bienhechores, y para que estos se alien

ten y perseveren en dicho culto".76 En efecto, fray Nicol?s de Jes?s Mar?a, menos formalista y m?s po?tico, apunt? que, conforme a la Escritura, don Ni col?s sobrestante cuid? esa obra grandiosa puestos los pies de puntillas, esto es atento, sol?cito y diligente, no s?lo para do de pie. Que los pobres muy animosos daban sus reales, "pero clamen ?insisti? el carmelita? para la edificaci?n del m?s soberbio polvo, clamen en las cabeceras de las plazas las piedras mudas de este ejemplar santuario,\77 Y aprovech? para resaltar ?sin especificarla? la identificaci?n que entre ellos hubo sin conocerse, pues no consta lo contrario, a tra v?s de la devoci?n de ambos a la Sacrat?sima Familia de los 76 APSSLP, "Libro de entierros de espa?oles, 1722-1747", ff. 129, 132, mandamiento de notificaci?n al doctor Antonio Cardoso, p?rroco de San Luis Potos?, y de traslado a los libros parroquiales, Valladolid, 18 de septiembre de 1737. En el f. 129 est? citada la escritura de pacto entre el doctor Ocio y don Nicol?s, otorgada ante Juan Jos? de Ledezma el 8 de octubre de 1723. Tambi?n dej? mandado que se dijeran 200 misas re zadas en esta capilla y altar "que tiene privilegio de ?nimas", por ?l y por los de su obligaci?n, con limosna de un peso de oro com?n por cada una, seg?n la 4a. cl?usula de su testamento. Torres, 1898, p. 131. 77 Jes?s Mar?a, 1733, pp. 10-11.

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Cinco Se?ores, difundida por el carmelita con su serm?n ti tulado La Mano y puesta a lucir por don Nicol?s Fernando en el retablo y capilla de que se trata, "en cuyos cimientos cuid? finalizar en vida su sepulcro, y fijar la ?ltima piedra a su reposo; por no perder de vista, ni apartarse, a?n difunto de la Torre (Jes?s) en que vivi? acogida su esperanza".78 En la misma l?nea benefactora, los jesu?tas del colegio de San Luis Potos? recibieron en 1826 una deuda que don Nico l?s, ' 'due?o de haciendas y criador de ganados mayores y me nores en esta y otras jurisdicciones", les cedi?. Montaba 825 pesos "que se le adjudicaron en la disoluci?n de la compa??a que tuvo con su hermano donju?n Eusebio de Torres", con quien se hab?a enemistado agriamente, pero para salvar el escollo la cedi? con fines constructivos; y el rector padre Puga

demand? y cobr?, seg?n lo estipul? minuciosamente don Ni

col?s, "la referida cantidad de dicho donju?n Eusebio de

Torres", pues conforme al texto de la escritura de cesi?n po d?a dirigir "contra ?ste tambi?n el mismo derecho, acci?n y dominio para su percepci?n y cobro, protestando como pro testa del otorgante que por esta renunciaci?n y abdicaci?n de dicha cantidad no le pare perjuicio al recurso que tiene deducido sobre dicha compa??a en el real tribunal del consu lado de este reino". Dos notas obtuvo a su favor en este otor

gamiento, pues dej? expresado que la cantidad "debe con

vertirla dicho reverendo padre rector en la f?brica material de su colegio que est? reedificando"; y la segunda evitar la exhibici?n de su hermano, pues "de pedimento del otorgan te no qued? en registro" de protocolos la escritura.79 Extraviado al afecto del hermano, don Nicol?s volvi? los

ojos a Espa?a, y llam? a su hermana Teresa Josefa y a su cu?ado Antonio Zarzosa para que vinieran de Sevilla a San 78 Jes?s Mar?a, 1733, p. (v). Conviene no perder de vista que el escu

do de los Torres ten?a cinco torres, de las que la central era la mayor, que

aplicadas a La mano de los Cinco Se?ores vienen como anillo al dedo. Je

s?s Mar?a, 1726.

79 AGNM, Archivo Hist?rico de Hacienda, leg. 284, exp. 60, 2 ff. A los

jesuitas de San Luis Potos? les se?al? en su testamento nada menos que la subrogaci?n en la mitad del importe de los bienes, si el Carmen no que

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Luis Potos?. A ellos la invitaci?n les cay? bien, pues su situa ci?n econ?mica no era bonancible; ninguno de los dos, in cluso, hab?a llevado bienes al matrimonio. Ellos mismos di r?an despu?s que la marcha a San Luis Potos? fue "al llamado de don Nicol?s Fernando de Torres. . . hermano de mi la di

cha do?a Teresa".80 Importa sobremanera consignar que en la flota del marqu?s de Mari viaj? con ellos Miguel Espinosa de los Monteros, igualmente originario de Sevilla. Llegaron a Veracruz hacia 1729. Y all? fue don Nicol?s a esperarlos y a cerrar negocios de mercader?a con monto de 23 500 pe sos por medio de un Rodrigo de Torres, que comandaba los navios de azogue del rey, y a quien entreg? tambi?n 1 100 pesos para sus hermanos estantes en Sevilla. Luego los llev? dar? con ella, para dotar c?tedras mayores de filosof?a y teolog?a escol?sti

ca y moral. Torres, 1898, pp. 144-146, cl?usula 23; afin? la disposici?n en las cl?usulas 6a. y 9a. del codicilo. Torres, 1898, pp. 154-156. A los del colegio de Quer?taro les leg? 500 pesos de oro "para ayuda de la f?brica material de lo interior de ?l; y as? lo declaro para que cons te". Torres, 1898, pp. 139-140, cl?usula 14. En 2 de enero de 1733 el padre maestro Francisco Antonio (no aparece su apellido) otorg? recibir los 500 pesos en libranza dada por donju?n Eusebio contra el capit?n Ber nardo de Pereda, vecino y del comercio en Quer?taro. ANC), Protocolo

de 1733, notario Francisco de Victorica, hoja desprendida del libro de pro

tocolos, rota e incompleta. 80 AHESLP, Protocolo de 1739, ff. 70v-73, testamento otorgado por ambos en 16 de mayo. Viajaron con ellos Isabel Viviana, hija del primer matrimonio de don Antonio, y Teresa Paula, Mar?a Francisca y Pedro Jos?. Teresa Paula ser?a la madre de la esposa de Silvestre Alonso L?pez Portillo, a quien los carmelitas llamar?an en 1764 para padrino de la dedi caci?n de la iglesia. Pedro Jos? fue nombrado capell?n primero propieta rio de una de las capellan?as de 3 000 pesos que fund? don Nicol?s Fer

nando. Torres, 1898, p. 133, cl?usula 8a. del testamento; lleg? a ser

cl?rigo licenciado y muri? en San Luis Potos? de m?s de 80 a?os en 10 de julio de 1805. AGNM, Inquisici?n, vol. 80, n?m. 7, ff. 380-383. A do?a Teresa, en la misma cl?usula 8a., la nombr? patrona de las tres capellan?as junto con do?a Gertrudis y don Juan Eusebio. Torres, 1898, p. 135. Y le dej? un legado de 12 000 pesos "para s? y sus hijos leg? timos, mis sobrinos", Torres, 1898, p. 138, cl?usula 10a. Ella los parti? con su esposo en el testamento mutuo otorgado en 27 de abril de 1743, por haber venido ambos a su llamado, por haber compartido "los riesgos

de la mar' ', por haber comerciado con ellos y por haber servido a don Ni

col?s y "adelantado su caudal" (AHESLP, Protocolo de 1743). Esta se

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a su hacienda de Pozo, al cu?ado lo puso como administra dor de ella y le encarg? una tienda de g?neros que all? mismo ten?a. Le asign? 100 pesos anuales de salario y a todos, apar te, les dio manutenci?n.81 Ten?a entonces don Nicol?s 58 a?os, y por la vida tan in tensa que hab?a llevado, la llegada de sus familiares fue un alivio, tanto m?s cuanto que ?l y do?a Gertrudis Teresa de finitivamente no procrearon hijos. En su testamento y codi cilo, en la frecuencia de apadrinamientos y otras manifesta ciones, destila la inclinaci?n afectiva hacia sus sobrinos. No obstante, en la obligaci?n de 1823 para construir la capilla y altar de los Cinco Se?ores, con beneficio de enterramien to, se nota una actitud racional ante esa situaci?n. No expre s? sentimiento esperanzado de que la cripta fuera para ellos y posibles y futuros descendientes en l?nea recta, s?lo estipu l? que para ambos y sus sucesores. Sin embargo, una decisi?n tan clara y definida, como el se?alamiento de sepultura, fue alterada por dos hechos con catenados y contrarios, pues aunque la capilla, altar y b?ve da fueron acabados, nunca descansar?an all? los esposos. El primero fue un pretendido "albazo" que lo encamin? a Que r?taro, y el segundo el encuentro en el Carmen de aquella ciudad con un carmelita descalzo que ni siquiera moraba en ?l, pero que lleg? de prior meses antes de la muerte de don

Nicol?s.

Hab?a buscado y encontrado tierras y cosech? polvaredas. No era il?gico, si se meti? en el desierto las tempestades de ?ora muri? en San Luis Potos? el 25 de agosto de 1748 y fue sepultada en el Carmen, en los d?as que el prior fray Sim?n de la Expectaci?n hab?a

ido al cap?tulo provincial de ese a?o, en que concluy? "la guerra de las patentes" y de donde saldr?a electo prior de San Luis Potos? fray Juan de los Reyes. Por ello el p?rroco de San Luis Potos?, don Antonio Cardoso, aprovech? para asentar indirectamente las diferencias habidas con los car melitas, haciendo notar algunas faltas en el entierro, pues dijo que le die ron sepultura "sin cantarle vigilia, ni otro d?a misa de cuerpo presente".

APSSLP, "Libro de entierros de espa?oles, 1747-1772", ff. 49v-50. 81 Puede considerarse aqu? que tanto don Nicol?s como su hermana Teresa Josefa salieron de Espa?a en uni?n de gente de la familia con tr?fi co mar?timo, que en este caso ser?a Rodrigo de Torres. Torres, 1898, pp. 142-143, cl?usulas 19 y 21 del testamento.

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arena fueron inevitables. Cuando al parecer estaba ya en la calma esperada, con su hermana y familia que vinieron a ser virlos y con la tumba lista, los pleitos de tierras, largos, cos tosos y demoledores de la comprensi?n entre las partes, pro dujeron otro fruto amargo. Conforme a la versi?n de los naturales de San Nicol?s del Armadillo, con su gobernador Hip?lito de la Cruz a la cabe za, presentada en 29 de octubre de 1729 a la Real Audiencia de la Nueva Espa?a, sucedi? lo siguiente: el mencionado go bernador entreg? a un hijo de Carlos Ch?vez, arrendatario de tierras de don Nicol?s, al alcalde mayor de San Luis Po tos? Fernando Manuel Monroy y Carrillo por tener amistad il?cita con una "indezuela". En venganza, dijeron, Ch?vez envi? a don Nicol?s una misiva en que invent? que todos los naturales del lugar hac?an aprestos de arcos, flechas, carca jes, ejercicios, y un sinn?mero de alardes y disciplinas pre paratorias con ?nimo de dar un "albazo" y matarlo, para lavar la vejaci?n propia que de ?l sufr?an, y para dirimir por

s? el pleito sostenido por las dos partes ante la audiencia de la corte de M?xico, pues los despojos con que los hab?a agra viado eran de tal medida que "en las cortas tierras que les ha dejado", aleg? su representante, no pod?a ni "pastar una res". Aclararon tambi?n que los aprestos narrados eran en satisfacci?n de una cita del alcalde mayor para perseguir fas

cinerosos. De M?xico pidieron informaci?n al alcalde mayor de San Luis Potos? por v?a del de Guadalc?zar Jos? Agust?n Busti

Uo. Contest? el potosino en 17 de noviembre que el decir de los naturales era siniestro, que ?l los cit? por atentar contra don Nicol?s. Pero el de Guadalc?zar, para no ser calificado de remiso, acumul? el d?a 23 a los autos una informaci?n del bachiller Felipe de Ortega, cura por su majestad del Valle

de Santa Isabel del Armadillo, en pro de los indios, quien

los defend?a "contra las vejaciones que nuevamente les mue ve el capit?n don Nicol?s Fernando de Torres, due?o de ha ciendas de campo en este curato". Y sobreabundaron las afir maciones, que el gobernador captur? al dicho hijo del mulato blanco Carlos Ch?vez "en mal trato con una indezuela"; que todo era fals?simo; y que con la carta de Ch?vez "inquiet?

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el capit?n don Nicol?s al alcalde mayor, lo hizo venir con in quietud y alboroto de toda ciudad, y todo par? en que el al calde mayor se volvi? al punto por que no hall? nada que re

mediar".

El alcalde Manuel Monroy hab?a citado en nombre del rey al gobernador Hip?lito de la Cruz, y al d?a siguiente, 12 de octubre de 1729, se detuvo en la hacienda de Nuestra Se?ora de la Asunci?n de la Parada, jurisdicci?n de San Luis Potos? a diligenciar. All? hizo comparecer a don Nicol?s, quien jur? y depuso su versi?n. Dijo que 15 d?as antes, poco m?s o me nos, estando en su casa y hacienda, lleg? Mateo D?az Infan te, vecino del sitio de los Alamos, inmediato al pueblo de San Nicol?s, y le cont? que sus naturales estaban fabricando ar cos y flechas, compelidos por el gobernador con maltrato y c?rcel, y pasando una vez a la semana a hacer muestra o alarde

4'doctrin?ndolos". Que los indios principales y Manuel el he

rrero tambi?n concurr?an, para no estar desprevenidos cuando pasase la real justicia a hacer diligencias de tierras, como cuan

do a ?l, don Nicol?s, se le hab?a dado posesi?n de las inme diatas a dicho pueblo. Y que si hasta entonces no hab?an re cuperado sus tierras con reales, las conseguir?an "a punta de

vara' '.

Agreg? que el 9 de octubre fue a su casa y hacienda, cerca de las cuatro de la tarde, el indio Felipe, hijo de Manuel el herrero, con pretexto de comprar una onza de seda, que no compr? porque dijo no ser al prop?sito. Y que estuvo obser vando la casa, sus entradas y salidas por m?s de una hora, por fuera y en diferentes partes; que se introdujo con un ofi

cial de sastre y pregunt? si era el mayordomo de la hacienda un hombre llamado Esteban de Herrera, que estaba frente a la capilla y era mayordomo de ella. Y dedujo que fue a re conocer las entradas enviado por los del pueblo. Sobreabund? declarando que ayer, 11 de octubre, fue tam bi?n a su hacienda y casa una india principal de dicho pue blo llamada Matiana, arrendataria suya de unas "mirpitas", y le dijo que los aprestos b?licos eran para defender las tie rras, que a ella la hostigaban por arrendataria, y la amena zaban con matarla por ir a verlo. Firm? y se ratific? don Ni

col?s, declar? ser de edad de 57 a?os ?ten?a 58, pero por This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:30:33 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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el susto olvid? uno? "y que aunque ha tenido y tiene pleito con dichos indios no ha faltado a la verdad", dijo.82 En las dos opiniones subyace una verdad: estaban en liti gio de tierras, y cada parte pretend?a resolverlo conforme a su mentalidad, sus intereses y sus posibilidades. No obstan te, el problema a resolver por don Nicol?s era personal?simo en parte, y el de los naturales era social en un todo, y de tal magnitud que estallar?a en toda la jurisdicci?n de San Luis Potos? 28 a?os despu?s, en 1767, con el fuego producido en la corteza y en la entra?a sociales por la expulsi?n de los pa dres jesu?tas; puesto que, si los vasallos con esp?ritu de fideli dad y lealtad al rey se autoaplicaron ante esos hechos "cata plasmas de lo mismo" para remedio, los que enfrentaron los problemas sociales graves y fuertes se reafirmaron en su idea

de resolverlos con ?nimo de independencia de los reyes de

Espa?a.

Tuvo raz?n el alcalde mayor, al parecer sin propon?rselo, diciendo al virrey, en escrito incluido en el mismo expedien te del albazo, que todo era en realidad un "prevenido albo roto". Pero don Nicol?s, siguiendo la protecci?n de sus inte reses, pidi? al mismo virrey un testimonio de las diligencias para acumularlo a los autos del pleito contra los del pueblo. El 30 de junio de 1730, en San Agust?n de las Cuevas, orde

n? que se le diera.

Vistos los arrestos y los aprestos de los naturales, uno de "los motivos del oidor" influy? en don Nicol?s. Por fatiga, por deseo de apartamiento de los negocios, y por miedo, ini ci? su propio desarraigo de San Luis Potos? para marcharse. Esto no quiere decir que lo soltara el gusanillo de hacer ne gocio; en 9 de octubre de 1730 constituy? una compa??a de comercio de g?neros de Castilla, China y de la Tierra, con Juan Calvo de Villalobos, sobrino del cu?ado Antonio Zar zosa y con quien vino de Espa?a, aportando ?ste 9 303 pesos y don Nicol?s 36 888 pesos, 6 tomines, con cuyos efectos mar

ch? Calvo a San Felipe el Real de Chihuahua, previa estipu laci?n de correr por mitad con las ganancias y las p?rdidas.83 82 AGNM, Tierras, vol. 1207, exp. 3, 78 ff. 83 ANQ, Protocolo de 1733, notario Francisco de Victorica, ff. 89-90.

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Tampoco los pleitos familiares cesaron, teniendo por fuente

la herencia del sargento mayor, don Antonio Maldonado Za pata. Su cu?ado, el bachiller Francisco, acudi? en 28 de ju lio de 1731 al obispo de Michoac?n, Juan Jos? de Escalona y Calatayud, en demanda de provisi?n en contra de don Ni col?s. El bachiller represent? que, si bien su otro cu?ado Juan

Eusebio estaba presto a pagar un principal de 2 000 pesos, don Nicol?s no hab?a pagado nada en 15 a?os de una cape llan?a que fund? el sargento mayor, su padre, a favor del mis

mo bachiller y de su hermano Ignacio, impuesta sobre la ha

cienda de San Nicol?s de Silos con 100 pesos de r?ditos. Y que don Nicol?s, sobre no haber pagado, dec?a que s?lo el se?or Escalona lo obligar?a.84 En s?ntesis, don Nicol?s ya estaba viejo, cansado, enfer mo, enojado con su hermano, liado en pleitos jur?dicos con su cu?ado el bachiller, con los naturales de Armadillo, con ?stos adem?s en sobresalto, privado de hijos, hostigado pre gunt?ndose a qui?n y para qu? dejar?a su fortuna inmensa, y viendo la muerte de cerca. Para sus males vio otra vez en las tierras la medicina. Y puso muchas de por medio. El 30 de julio de 1731 compr? en Quer?taro al Real Convento de Se?oras Religiosas de Santa Clara, una casa grande con va lor de 4 500 pesos ante el escribano Francisco de Victorica.85 De inmediato comenz? a transformar su nueva adquisi ci?n en "casa principal de cal y piedra, en cuya f?brica y ma En 21 de marzo de 1733 do?a Gertrudis Teresa y coalbaceas de don Nico l?s dieron poder a Francisco de Valdivieso, comprador de plata y vecino de M?xico, para cobrar a Calvo los pesos de las ganancias obtenidas por las ?ltimas platas. Esta operaci?n hab?a sido mandada por don Nicol?s en la cl?usula 22 de su testamento. Torres, 1898, p. 143. 84 AHM, leg. 71, 1730-1733, 2 ff. En Quer?taro, el 28 de marzo de 1733, do?a Gertrudis Teresa y Jos? de Urtiaga aprobaron y ratificaron la escritura de transacci?n que en San Luis Potos? hab?a otorgado Juan Eusebio de Torres y Antonio Zarzosa el 21 de enero anterior, ante Juan Jos? de Ledezma, sobre la capellan?a que el bachiller Francisco Maldona do Zapata litig? con don Nicol?s en el juzgado eclesi?stico de Valladolid,

como albacea de don Antonio Maldonado Zapata. ANQ, Protocolo de

1733, notario Francisco de Victorica, ff. 95v-96v. 85 Aunque no he visto la escritura de compra, consta en el inventario de sus bienes presentado en San Luis Potos? por el Br. Zapata en 1735.

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teriales con que se halla tiene gastados seg?n consta de cuen ta por menor con toda individualidad (sic) y distinci?n que dej? formada ?declararon sus albaceas al iniciar el inventa rio de sus bienes? cuatro mil setecientos diez pesos cuatro reales y medio", que junto con los 4 500 de la compra suma ron 9 210 pesos, 4 reales, y dieron distinci?n al nuevo hogar de los Torres Maldonado Zapata, situado en la calle que baja de la iglesia de San Antonio de frailes dieguinos al convento

de Pobres Capuchinas de la ciudad de Quer?taro.86 Por no estar concluidas todas sus urgencias en San Luis

Potos?, volvi?. Y en ella herv?a la novedad sorprendente del fallecimiento del capit?n de caballos corazas don Manuel Fer n?ndez de Quiroz, que muri? en sus haciendas de San Pedro Gogorr?n el 20 de agosto de 1731, vecino viejo y compa?ero de don Nicol?s en negocios y cargos, el cual leg? a favor de los carmelitas descalzos 25 000 pesos de oro para "una fun

daci?n" en San Luis Potos?. De pronto, don Nicol?s conti nu? el cambio. Acorde con su costumbre, m?s bien man?a, con minuciosidad de comerciante arregl? sus cosas. A su her mana do?a Teresa Josefa, por ejemplo, le hizo donaci?n en papel firmado de "todo el menaje de casa y plata labrada que dejo en esta hacienda, excepto los dos escritorios, un cuadro de los Cinco Se?ores y dos espejos de los cuatro que hay en

la sala".87

Y fuese con do?a Gertrudis a Quer?taro, para estar a la mitad del puente de mando de sus negocios entre San Luis Potos? y la corte de M?xico. La "casa famosa", a que fray 86 AHESLP, Alcald?a mayor de San Luis Potos?, "Inventario de los bie nes de don Nicol?s Fernando, 1735", ff. 387v-388. Esta casa tiene actual mente el n?m. 29 de la calle de Hidalgo, antigua de San Antonio, a media acera entre Allende y Guerrero; ha sido restaurada y acondicionada para despachos con el nombre de "Plaza Hidalgo" y en la que fue cochera fun ciona un "Ladies bar El Para?so". A la derecha de la fachada hay una placa que dice haber estado ah? el "Instituto Guadalupano" y el "Colegio Anaya". A la izquierda hay otra que informa: "En esta casa el 30 de Ma yo de 1848 el Presidente de la Rep?blica, Lie. D. Manuel de la Pe?a y Pe?a autoriz? con su firma el tratado de Paz con los Estados Unidos de

Norte-Am?rica. . ."

87 AHESLP, Alcald?a mayor de San Luis Potos?, "Inventario de los bie nes de don Nicol?s Fernando, 1735", f. 426.

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Jos? de Santo Domingo se referir?a en 1786, era de grandeza y se?or?o sobrios. No estaba, especialmente hacia el exterior, dotada del esplendor del barroco delirante, y su alzado era de una sola planta. A la calle de San Antonio miraba su puerta grande tachonada, tambi?n cuatro ventanas con rejer?a y en el extremo izquierdo la puerta de la cochera, de dimensi?n intermedia entre la grande y las ventanas. Hacia el interior luc?an canteras labradas en l?neas rectas y curvas para marcos, escalerillas, canales, arcos y columnas, pero sin profusi?n ni artificio explosivo. Todo trabajado en cantera rosa y con severidad. La nota de gracia estaba en las columnas del patio de rombo o panzudas, como las del claus tro de San Francisco de Quer?taro. La amplitud del zagu?n, una vez traspuesto el port?n tachonado, llevaba al corredor

con una arquer?a, paralela a la calle, que daba vuelta bor deando el patio en tres cuartos, a tres arcos por cada uno, sin rematarlo en su ?ltimo que ca?a cuasi ciego a la izquier da. Pero tanto para entrar a la derecha a las dependencias principales que asomaban a la calle, como al corredor fron tero a dicho zagu?n, atravesando el patio, era necesario as cender por escalerillas que elevaban con dignidad el conjun

to circundante, m?xime si se le viera desde el centro del patio. El ala izquierda cuasi cegada era para el servicio, y en su parte

posterior, pero abarcando la profundidad del terreno, esta ban las caballerizas y la cochera con puerta hacia la calle. Al mismo tiempo que adelantaba la composici?n del esce nario de su lugar de retiro, se ocup? don Nicol?s de un asun to que le interesaba mucho. Contigua a su casa grande, com pr? una casa peque?a en 850 pesos el 4 de febrero de 1732.88 Esta ir?a a parar, despu?s de la muerte de do?a Gertrudis Te resa, a manos de Micaela Gertrudis, bautizada en San Luis Potos? el 10 de mayo de 1705, y que desde entonces vivi? en compa??a de ambos c?nyuges.89 En su testamento don Ni col?s la llam? "mi hija exp?sita", la declar? dotada con can 88 AHESLP, Alcald?a mayor de San Luis Potos?, "Inventario de los bie nes de don Nicol?s Fernando, 1735", f. 387v; y en ANQ, Protocolo de 1732, notario Francisco de Victorica, ff. 37-42v. 89 Su padrino fue don Juan Eusebio y en el acta est? registrada as?:

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tidad de pesos y casada con Alejo de Arrencivia. Y le leg?

mil pesos m?s.

En la ciudad de San Luis Potos? de aquel tiempo los exp? sitos abundaban, as? que a las puertas del capit?n Torres lle garon m?s. El primero de octubre de 1707 don Antonio Mal donado Zapata apadrin? a Crist?bal Joaqu?n, que al parecer

no sobrevivi?.90 Mar?a de los Dolores Torres lleg? hacia 1725;91 Jos? de los Santos Torres hacia 1729-1730;92 y do?a

Gertrudis Teresa se?al? en 1735 a otra ni?a llamada Anto nia Gertrudis, pero con apellido Maldonado Zapata, que a juzgar por su edad en ese a?o, diez m?s o menos, fue a casa de los Torres hacia 1725. Fue tanto el amor hacia sus prote gidos, que no es remoto que pretendiera seguir el ejemplo de su santo patrono San Nicol?s de Mira o de Bari dotando doncellas y socorriendo ni?os. Sin olvidar que la educaci?n de las primeras la institucionaliz? ?l mismo en San Luis Poto s?, dejando instrucciones precisas y la mitad de sus bienes.93 Gran diferencia hab?a entre su casa en construcci?n en Que

"(al parecer espa?ola) exp?sita a las puertas del capit?n don Nicol?s Fer nando de Torres y de do?a Gertrudis Maldonado Zapata". APSSLP, "Li bro de bautismos de espa?oles, 1703-1712", f. 24v. Don Nicol?s se refiri? a ella en la cl?usula 15 del testamento. Torres, 1898, p. 140.

90 APSSLP, "Libro de bautismos de espa?oles, 1703-1712", ff. 60v-61. 91 A ella le leg? 500 pesos "para ayuda de su estado", por lo que se entiende que el capital fue otro. Torres, 1898, p. 140, cl?usula 16. 92 Torres, 1898, p. 133, cl?usula 8. A ?l lo nombr? ah? titular de una capellan?a de 3 000 pesos. Este ni?o se present? en octubre de 1749 ante

el definitorio de la provincia de San Alberto, siendo "colegial en el colegio

de la compa??a de Cristo en M?xico", a pedir una limosna de 70 pesos

para los costos de su grado de bachiller. Y teniendo presente el definitorio

lo que deb?a a su "Patr?n quien le cri? al dicho colegial" se los concedie ron. AHBMNAH, FL-20, "Libro de los definitorios de la Provincia de San Aberto de Indias de Carmelitas Descalzos, 1736-1752", f. 259. 93 Aunque don Nicol?s no lo declar? en la cl?usula 11 de su testamen to (Torres, 1898, p. 138), los 4 000 pesos dejados al prior del convento de Quer?taro para aplicarlos seg?n memoria secreta bajo el sigilo natural, pudieron ser para esta ni?a, a juzgar por la importancia de los que do?a Gertrudis Teresa le asignar?a. En contraposici?n a estas finezas, hubo en la vida de don Nicol?s un aspecto social de su tiempo que a?n no ha sido estudiado en San Luis Potos?, la llamada esclavitud. Fue mucha su activi

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ALFONSO MARTINEZ ROSALES

r?taro y la que dej? en San Luis Potos?. En los inventarios de sus bienes la primera fue valuada en 10 060 pesos, 3 rea les y medio, y la segunda con todo y solares en 2 500 pe dad en este campo. En el inventario y aprecio de sus bienes, hechos des pu?s de su muerte, aparecieron 16 individuos registrados como suyos en Quer?taro: 4 esclavos, 5 esclavos, 3 esclavitas y 4 esclavitos, 16 en suma "valuados" en 2 780 pesos; y 5 en la hacienda del Pozo en 935 pesos: dos mulatos, un negro, un mulat?n y una negrita. Es decir, 21 en total. AHESLP, Alcald?a mayor de San Luis Potos?, "Inventario de los bienes de don Nicol?s Fernando, 1735", ff. 384, 398v. En su testamento don Nicol?s se declar? due?o de muchos bienes, y entre coche, forl?n y alhajas incluy? a los esclavos. En el mismo tono pro cedi? a hablar de pulseras, diciendo que hab?a formado parte de la dote de do?a Gertrudis "una mulata blanca esclava llamada Mauricia que vend? en trescientos y m?s pesos". Torres, 1898, pp. 147-148, cl?usulas 27, 30. Separadamente de ellos, aunque por no haber expresado los nombres pu do tratarse de los mismos, sabemos de los siguientes: en el Real de Gua dalc?zar, el 11 de septiembre de 1702, fue bautizada una ni?a mulata es clava, a quien llamaron Rosal?a, que era hija leg?tima de Felipe Gonz?lez, mulato libre, y de "Ana Magdalena, mulata esclava del capit?n don Ni col?s Fernando de Torres, vecinos de este Real' '. Fue su padrino el bachi ller Ignacio F?lix Maldonado y Zapata, hermano de do?a Gertrudis y ve

cino tambi?n del Real. APSPGSLP, "Libro de bautismos de espa?oles y dem?s castas, 1694-1710", f. 55, acta n?m. 411. En 28 de mayo de 1706 hab?a comprado en la ciudad de M?xico a Ma r?a Alcocer Sari?ana un mulato de nombre Francisco, al que vendi? de 21 a?os en San Luis Potos? el 24 de octubre de 1712 en 260 pesos a Joa qu?n Valerio, vecino y due?o de obraje en Quer?taro. AHESLP, Protoco lo de 1712, ff. 280-281. El 1 de octubre de 1708 compr? en San Luis Poto s? dos mulatas y las vendi? ah? mismo en 1710 a Juan Vicente de Herrera,

licenciado en medicina. AHESLP, Protocolo de 1710, ff. 118v-119v. El 16 de marzo de 1711 compr? en la ciudad de M?xico al general Andr?s Alvarez Maldonado, gentil hombre del virrey duque de Alburquerque, un negro llamado Mat?as Nicol?s y lo vendi? en San Luis Potos? el 20 de abril

de 1713, de 25 a?os de edad, a Rafael de Maltos, vecino, en 275 pesos

de oro com?n en reales de a ocho. AHESLP, Protocolo de 1713, 20 de abril.

El 27 de mayo de 1724 don Nicol?s compr? una negra a Enrique Spen cer, factor del real asiento ingl?s en la Nueva Veracruz, que le entreg? marcada y con t?tulo casi completo en "letra de molde". Fue bautizada en el Pozo y la llamaron Mar?a Josefa. Micaela de Torres fue su madrina, exp?sita de don Nicol?s. El bachiller Francisco Maldonado Zapata la do n? de 22 a?os de edad a su sobrina Ana de Torres y Zapata el 23 de abril de 1735 en Quer?taro, como presunto heredero vitalicio de do?a Gertru dis Teresa. ANQ, Protocolo de 1735, notario Francisco de Victorica, ff. 172v-173v.

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EL FUNDADOR DEL CARMEN

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sos.94 Se instalaron con aparato confortable y de ostentaci?n.

Ten?an desde una carroza nueva dorada, forrada con tercio pelo carmes? y flecos de seda, y con seis guarniciones de ba queta y hebillas doradas; un forl?n baqueteado, con vidrios, seis guarniciones y frenos; plata lisa que pesaba 264 marcos, y 86 la cincelada; sin faltar el imprescindible ajuar para con tar los chiles y los miles, a que era tan dado don Nicol?s, es decir un "escritorio de cedro", y "un recado de escribir que se compone de mesita, prensa, campanilla, plumero, caja de oblea, sello, tintero y salvadera". Don Nicol?s gastaba espa d?n dorado.95 Pero las enfermedades apretaron pronto, y vio su salud mer

mada con gravedad. En vano se esforzar?a fray Joaqu?n de la Concepci?n para pintar en su cr?nica un cuadro rom?nti co de esta etapa, al escribir que don Nicol?s y do?a Gertru dis estaban en Quer?taro en amoroso maridaje como "el ex celso Abraham" y la "amorosa Sara".96 Bien que una cosa no excluye a otra, pero estas expresiones eran m?s bien para encubrir el desconocimiento que los propios carmelitas del con

vento de San Luis Potos? en 1748-1750 ten?an de su funda dor, y no para describir la verdad. Enferm? y sinti? el escalofr?o del mal humano de la muer te, casi llegando de San Luis Potos? y sin tiempo de lucir con frecuencia sostenida el espad?n dorado. Vio la muerte cerca, pero no muerte literaria, sino la capaz de producir apertura de ?nimo necesario para tomar decisiones trascendentales que respondieran a su esp?ritu de "cristiano viejo". Tomando ca El 14 de octubre de 1732 compr? en Quer?taro a Agust?n S?nchez de Palacios un esclavo de nombre Juan Santiago. Y do?a Gertrudis Teresa lo don? de 18 a?os a donju?n Eusebio ah? mismo el 1 de abril de 1733. ANQ, Protocolos de 1732 y 1733, notario Francisco de Victorica, ff. 316v 320v y 98v-99, respectivamente. Antonio Zarzosa compr? por su orden a Mar?a Col?n, vecina de la Ensenada y Aguada de San Francisco de Puerto

Rico, una negrita que se llam? In?s. Do?a Gertrudis Teresa la don? de 15 a?os, m?s o menos, al mismo Antonio, en Quer?taro el 1 de abril de 1733. ANQ, Protocolo de 1733, notario Francisco de Victorica, ff. 97v-98v.

94 AHM, leg. 52, 1744-1746, f. 20. 95 AHESLP, Alcald?a mayor de San Luis Potos?, "Inventario de los bie nes de don Nicol?s Fernando, 1735", ff. 382, 383v, 388. 96 Concepci?n, [1749-1750], h. 7.

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426 ALFONSO MARTINEZ ROSALES mino derecho, mando llamar a su hermanoJuan Eusebio para transigir en los pleitos ocasionados por la companifa que ha bian formado en San Luis Potosi a principios de noviembre de 1704, por los que litigaron en el Real Consulado de Mexi co "larga y difusamente". Lleg6 el hermano y se amistaron, complacieron, remitieron y perdonaron los agravios y defec tos. Y en acta hicieron constar que se desistian por lo costoso del litigio y otras razones. Ambos recabaron testimonio del protocolo respectivo.97 En esas fechas no habia prior en el Carmen de Queretaro por haberse ido, el que entonces era, a la corte de Mexico para asistir y votar en el capitulo provincial y fenecer con ello

su priorato. Despues lleg6 el nuevo, fray Francisco del Espi ritu Santo, natural de Sevilla, quien, aunque lleg6 a media dos de mayo, la primera vez que otorg6 escritura con su co munidad, en este caso poder al procurador conventual, fue

el 9 de agosto.98

El resto del afio ya no fue bueno. Y aprovech6 para dar direcci6n definitiva al plan de distribuci6n de sus bienes. Los recuerdos de toda la vida desfilaron por su cerebro, mientras el futuro cierto de la muerte estaba cada vez mas presente y cercano. Todos sus pensamientos, sin embargo, en ningun minuto lo pusieron lejos de "escrupulizar" la administraci6n de sus bienes. Ya vimos que en esos dias cedi6 500 pesos de oro que le debia su sobrino Nicolas Jose para el retablo de la parroquia de San Luis Potosi, y le perdon6 muchos mas. A este mismo, poco despues, le recab6 otorgamiento de obli

gaci6n de pagarle las dependencias que origin en la admi nistraci6n de una tienda de generos en San Luis Potosi que le habia confiado.99 Esta actividad inalterada esta muy leja na de ciertos borrones que de este hombre han sido trazados, especialmente en obras de divulgaci6n.100 97 ANQ, Protocolo de 1732, notario Francisco de Victorica, ff. 136-139. 98 ANQ, Protocolo de 1732, notario Francisco de Victorica, ff. 251v-252v. 99 ANQ, Protocolo de 1732, notario Francisco de Victorica, ff. 143-144v. '00 FLORES GUERRERO, 1954, p. 149, ademas de inexactitudes y false

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EL FUNDADOR DEL CARMEN

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El 23 de noviembre de 1732 otorg? urgentemente ante Francisco de Victorica un poder para testar a favor de do?a Gertrudis Teresa. En ?l dispuso que fuera amortajado con el h?bito de San Francisco, orden que repiti? en el testamen to definitivo, que avalaba su relaci?n con los franciscanos de San Luis Potos? y su colaboraci?n en las obras de la capilla del Santo Entierro de su iglesia. Con brevedad dispuso que fuera sepultado en el Carmen de Quer?taro, y que si se fun dase convento de la orden en San Luis Potos? a ?l se le trasla dase "por los motivos que le tengo comunicados a la dicha

mi esposa".

Su firma, no obstante estar en cama, fue completa y cla ra, aunque temblorosa.101 Don Nicol?s ya sab?a del legado de 25 000 que dej? don

dades, consign? una frase literaria suelta que resume el sentido desajusta do del contexto en que la meti?; dijo que "muri? abrazado a un crucifijo el Io de Diciembre de 1733". Adem?s de que no falleci? el 1 sino el 10, estaba tratando de pintar a un hombre pusil?nime, de religiosidad senti mentaloide y lacrimosa, que el desarrollo de su vida muestra que no fue tal, sino activo, din?mico, hombre de su tiempo que llevaba su vida con ?nimo de conjugar la fe, suya y la de su tiempo, con las obras de bien co m?n, de las que tantas acumul?. Y estaba intentando, tambi?n, trasladar, cosa que hizo mal, una frase del serm?n que fray Nicol?s predic? en las honras f?nebres de don Nicol?s Fernando, en que dijo que cuatro d?as an tes de su muerte abrazaba un crucifijo con amor encendido. Jes?s Mar?a, 1733, pp. 26-27. Otro caso, Francisco de la Maza, en su difundid?sima obra El arte colo nial en San Luis Potos?, 1969, p. 73, lo llam? inexacta y mal?volamente "mer

cader sevillano", con desprecio. Claro, hab?a tenido su testamento y su codicilo en las manos y no los ley? y por ellos se hubiera enterado de "al gunas noticias de arte", usando palabras suyas de la siguiente p?gina, muy provechosas para la historia del de San Luis Potos?, que lo hubieran enca minado a entrar en la vida de este hombre que construy? obras barrocas varias, que contribuy? eficazmente a la hechura de obras hoy considera das art?sticas en San Luis Potos? y Quer?taro, que sobrestante? siete a?os, no nos constan m?s, la obra de la parroquia grande de San Luis Potos? con pretensiones de que fuera elevada a catedral, hasta ponerla en estado de dedicarse, a costa de su salud y que dot? el convento y la iglesia del Carmen y el colegio e iglesia de las ni?as educandas de San Luis Potos?, estos ?ltimos perdidos desgraciadamente. 101 ANQ, Protocolo de 1732, notario Francisco de Victorica, ff. 348v 349, 23 de noviembre.

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Manuel Fern?ndez de Quiroz para una posible fundaci?n en San Luis Potos?, y ten?a sepulcro propio en su parroquia; ?por

qu? entonces buscaba asilo en otro lugar?, ?cu?les fueron los

motivos comunicados a do?a Gertrudis?, ?s?lo se plegaban ?stos al beneficio de una fundaci?n promovida por otro hom bre?, ?o ya estaba decidido a ser el fundador-patr?n, pero la redacci?n del testamento definitivo no estaba a?n concluida?

Fray Nicol?s de Jes?s Mar?a, en su serm?n que predic? en las solemnes honras f?nebres de don Nicol?s, celebradas en marzo de 1733, habl? de sus ?ltimos d?as con aparato de haber sido testigo, lo que no podr?a ser sino habiendo con

versado con fray Francisco del Esp?ritu Santo, el prior del con

vento de Quer?taro. La presencia de este religioso, cuya par ticipaci?n fue definitoria en la fundaci?n del Carmen de San Luis Potos?, se presiente cerca de don Nicol?s s?lo en los ?l timos d?as antes del otorgamiento del testamento.102 Pero re

ci?n llegado era don Nicol?s de Quer?taro, y en mayor me dida fray Francisco. Y aqu?l estaba enterado de la donaci?n de don Manuel Fern?ndez de Quiroz, y ?ste s?lo posiblemen te, por cuanto no era persona indicada dentro del gobierno provincial para ello, a no ser que en cap?tulo de ese a?o de 1732 se haya tratado el asunto, en que fue electo nuevo prior

queretano, lo cual es tambi?n remoto, pues posteriormente fray Nicol?s de Jes?s Mar?a declar? que el albacea de don

Manuel ni siquiera hab?a "dado voz" a su provincia. Cabe entonces la posibilidad l?gica de que fray Francisco haya te nido impresi?n doble y grand?sima por las palabras del mis mo don Nicol?s Fernando, que al mismo tiempo que le con t? acerca de la buena obra de don Manuel le comunic? sus intenciones. Por tanto, no pudo fray Francisco influir tan pron

ta y decisivamente en un hombre tan entero como don Nico l?s, que de pusil?nime influible no ten?a nada. Es decir, el 102 Torres, 1898, p. 138, cl?usula 11 del testamento. All? apareci? in tempestivamente fray Francisco y orden? don Nicol?s que se le entrega ran 4 000 pesos para los efectos que le hab?a comunicado bajo sigilo natu ral. Fray Francisco se dio por entregado de ellos por mano de los albaceas el 2 de enero de 1733, hoja desprendida del libro de protocolos, rota e in completa. Jes?s Mar?a, 1733, passim.

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prior se limit? a apoyar las intenciones que le confi?. Por otra

parte no consta, algo muy com?n en la ?poca e importante para las afirmaciones aqu? vertidas, que fray Francisco con fesara a don Nicol?s, lo que habr?a dado paso a violaciones

a ambos derechos.

A mi juicio, don Nicol?s ten?a muy claras sus ideas con respecto al destino definitivo de sus bienes, pero no comple tamente en cuanto a los sucesores que sirvieran de conducto ?ptimo para hacerlo efectivo: beneficiar la educaci?n en San Luis Potos?, especialmente la de la mujer, y la asistencia es piritual de la ciudad y su jurisdicci?n, en que ca?a el tronco de sus bienes y en donde los adquiri?. Advierto que en su testamento la sucesi?n a favor del Colegio de Ni?as Educan das y Virtuosas o Beater?o de San Nicol?s Obispo era prima ria e incontrastable. Respond?a a la distinci?n de su santo pa trono San Nicol?s de Mira o de Bari, protector de doncellas, y a la inclinaci?n afectiva hacia ?stas por no tener hijas. Dan

certidumbre a estas afirmaciones, entre otras, las circunstan cias de haber remitido desde antes a San Luis Potos? un mapa

y montea para su f?brica, haber comenzado a reunir mate riales a su costa, y darle 12 000 pesos m?s sobre de lo que por mitad con el Carmen le tocare de sus bienes. Tambi?n, el colegio beater?o era una instituci?n potosina que ?l cono ci? y ayud? a?os antes, pues ya exist?a de hecho hacia 1715,

seg?n las informaciones levantadas en 1733 para pedir su fun daci?n conforme a derecho. Y el mismo testador le don?, ade m?s, su plata labrada para los vasos y paramentos del culto en su futura y hermosa iglesia, y asent? que el colegio "se

ha titulado de San Nicol?s Obispo".103

Pero el argumento m?s contundente sobre su propia incli naci?n preferente a este colegio, fue decidir que "en caso de que no se pueda fundar dicho convento de carmelitas en la dicha ciudad, acrezca esta dicha mitad de dicho remanente a dicho colegio de mujeres recogidas con la obligaci?n de sa car por s? dichas licencias", y remachar diciendo que "ha de acrecer como tiene bien dispuesto al dicho colegio o beate 103 Cl?usulas 12 y 13 del testamento y 3 del codicilo. Torres, 1898,

pp. 139, 152-153.

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rio, recayendo en ?l todo el dicho remanente. Y as? lo decla

ra para que conste."104

La otra mitad de los frutos, solamente los aplic?, supuesta la misma deficiencia del convento de carmelitas, a la dota ci?n de c?tedras de facultad mayor de filosof?a y teolog?a, que no estaban instituidas, en el colegio de los jesuitas de San Luis

Potos?. Pero esta medida s?lo era supletoria, en tanto no lle naba su aspiraci?n de servir a J%os habitantes de la ciudad y su jurisdicci?n, especialmente de Armadillo, por concentrar todos sus bienes en la educaci?n de tipos espec?ficos de habi tantes, y quedar sin el servicio de pasto espiritual quienes ?l quer?a que lo disfrutaran. Es l?cito plantear este aspecto por haber podido dejar la mitad de la herencia a cualquiera de las ?rdenes establecidas en la ciudad; sin embargo no lo hizo. Claro es que buscaba algo especial. De todas sus actividades vitales la que m?s escozor de conciencia le producir?a era el problema social originado por la tenencia de las tierras. Ha b?a entonces que retribuir con beneficios a los destinatarios de los da?os causados y reparar el esc?ndalo social, del que el pretendido "albazo" fue una muestra que m?s de cuatro considerar?an justa, restaurando su buena fama con obras de bien com?n, que simult?neamente sirvieran, edificaran y es timularan a la sociedad potosina. Aqu? fue donde entr? el carmelita prior de Quer?taro fray

Francisco del Esp?ritu Santo. Le habl?, sin duda, de que "Todo lo que es santo es para alabar a Dios; y todo lo que

es para alabar a Dios es Santo." Y una fundaci?n carmelita en San Luis Potos? ven?a a la medida y al deseo. Le describi? la obra contemplativa del Carmelo novohispano, con servicio p?blico de pasto espiritual a trav?s del esplendor del culto, pulpito, confesionario y direcci?n espiritual, y su necesidad de extenderse con solidez. Y de las preeminencias que goza ban quienes se constitu?an en patronos fundadores y de sus beneficios espirituales. Si don Manuel Fern?ndez de Quiroz

hab?a dejado 25 000 pesos, eso no exclu?a que don Nicol?s

alcanzara tal calidad, porque eran insuficientes para plantear 104 Cl?usula 34 del testamento y 7 del codicilo. Torres, 1898, pp. 150,

155.

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la fundaci?n. Por otra parte, el privilegio sabatino del esca pulario del Carmen y sus gracias consecuentes eran de utili dad para su salvaci?n y la de los potosinos. "Cuando un bien

hechor hace alg?n insigne regalo a un prelado, o a una

comunidad religiosa, dos son siempre los objetos que se pro pone: primero, dar una muestra de gratitud y benevolencia a la persona o entidad a quien hace directamente el don; en segundo lugar, y principalmente, hacer un beneficio por me dio de aqu?llos a los fieles de la localidad a que debe su naci miento, o su fortuna", predicar?a el cuarto obispo del Poto

s?, glosando la doctrina eclesi?stica respecto de los fundadores, con referencia a don Nicol?s en el mismo templo del Carmen de San Luis Potos?.105

?Qu? ten?a que agradecer don Nicol?s al Carmen? En prin cipio no le era una orden ajena por los m?ltiples puntos de contacto a los que hemos aludido, pero satisfac?a previamen te con su instituto el logro de su aspiraci?n principal: servir a San Luis Potos? y alcanzar de paso su beneficio propio. Por eso, al estipular en el testamento su deseo fundacional, so brepujando a don Manuel Fern?ndez de Quiroz, mand?, pre via la instituci?n del convento, que habr?a de fundarse, y del

beater?o como sus herederos universales, "Y es declaraci?n que he de ser tenido por patrono y fundador de dicho con vento, y que como a tal se me han de aplicar los sufragios de misas y dem?s socorros espirituales por mi alma, que en las comunidades de dichos religiosos del Carmen acostum bran hacer por sus patronos y fundadores, y por la de la di cha mi esposa, y dem?s de mi intenci?n, a cuya religiosa con ciencia dejo lo que corresponde, y as? lo declaro y dispongo para que conste."106 ?l introdujo as? en San Luis Potos? una nueva orden, y ?sta lo reconoci? como patr?n fundador.

105 Montes de Oca y Obreg?n, 1898, p. 276. Montes de Oca fue m?s al grano al decir en la p. 277: "Tal sucedi? con el generoso fundador del Carmen de San Luis. Si edific? esta iglesia y el antiguo convento, si los dot? con tan ricas posesiones, fue para que el pueblo de San Luis Potos? se santificara por medio de los sacramentos, de la pr?ctica del culto, de la ense?anza religiosa, de la predicaci?n e instrucciones catequ?sticas, y sobre todo por el buen ejemplo de una falange de edificantes monjes". 106 Cl?usula 23 del testamento. Torres, 1898, p. 146.

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El 26 de noviembre de 1732 don Nicol?s otorg? su testa mento, el 3 de diciembre inmediato el codicilo, el 6 celebr? a su santo patrono, y el mi?rcoles 10 muri?. Y fue sepultado en la iglesia del convento de Santa Teresa de Quer?taro de carmelitas descalzos.107 Muri? con la calidad presunta que desde antiguo el orbe cristiano reconoci?, y que Alfonso El Sabio recogi? en las Partidas: "Patronus en latin, tanto quiere dezir en romance, como padre de carga." "E Patronadgo es derecho, o poder que ganan en la Eglesia, por bienes que fa zen, los que son Patrones d?lia, a este derecho gana orne por tres cosas. La una, por el suelo que da a la Eglesia, en que la fazen. La segunda, porque la fazen. La tercera, por here damiento que le da, a que dizen Dote", y en otra parte: "So terrar non deven ninguno en la Eglesia, si non a personas ciertas, que son nombradas en esta ley, assi como ... a los Ricosomes, e los ornes honrrados, que fiziessen Eglesias de nuevo, o Monesterios", para todo lo cual bastaba y sobraba con los bienes de don Nicol?s, quien perpetuamente gozar?a su patronato fundacional, pues por su muerte no lo pas? a otro ni "por heredamiento, o por donad?o" ni "por cambio o por vendida".108 Nombr? albaceas testamentarios y fideicomisarios a su es posa do?a Gertrudis Teresa, a su hermano Juan Eusebio, a su sobrino el coronel Jos? de Urtiaga y Salazar, alf?rez real y regidor m?s antiguo de Quer?taro, y a su cu?ado Antonio Zarzosa, a todos juntos y a cada uno in solidum con iguales facultades.109 Pronto iniciaron los cuatro albaceas la facci?n del inventario, aprecio y divisi?n de los bienes de don Nico 107 APSQ, "Libro de entierros de espa?oles, 1708-1741", f. 150v. El acta es peque??sima y tiene dos errores. Uno por decir que muri? el 10 de noviembre, que es evidente por imposible, pues no hay concordancia con los ?ltimos actos de don Nicol?s Fernando, y por estar el folio con en cabezamiento de diciembre; y otro por registrarlo casado con Magdalena Maldonado Zapata, en lugar de do?a Gertrudis. Conforme a su deseo, expresado en el testamento, debi? ser sepultado con mortaja franciscana. 108 Alfonso X El Sabio. Las siete partidas, la. parte, t?tulo xv, ley i: la. parte, t?tulo xm, ley xi; la. parte, t?tulo xv, ley vm. ,?y Cl?usula 33 del testamento. Torres, 1898, p. 149. Donju?n Euse bio de Torres tuvo tiempo, como lo hizo en parte, de hacer la voluntad de su hermano difunto, pues muri? el 14 de noviembre de 1740 en San

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las Fernando. Y procedieron a cumplir lo mandado por ?l en

cada una de las cl?usulas del testamento. Por ello, cuando el doctor Felipe Neri de Balleza, visitador general del obis pado de Michoac?n por donju?n de Escalona y Calatayud, lleg? a San Luis Potos? a fines de 1734, se apresuraron a pre sentarle el testamento y codicilo para su visita can?nica. ?l

expidi? un auto, previo el parecer del promotor fiscal, en que

declar?, en 21 de enero de 1735, que estaba pagado y cum plido en todo lo p?o, lo dio por visitado y declar? a los alba ceas libres de las penas impuestas a los que fueren remisos por el edicto general de visita promulgado.110 S?lo restaban las fundaciones del colegio y del convento. El bachiller Francisco Maldonado Zapata, como heredero usufructuario de do?a Gertrudis Teresa y apoderado de los albaceas de don Nicol?s, compareci? el 15 de octubre de 1735 ante el alf?rez Francisco de Villanueva y Velasco, teniente por ausencia del alcalde mayor de San Luis Potos? para pre sentar el inventario, divisi?n y participaci?n de los bienes, el testamento y el codicilo, para que fueran protocolizados, ejecutados y expedido el testimonio respectivo. Vistos, orde n? el alf?rez que se hiciera como ped?a el bachiller. En cifras,

la herencia dejada por don Nicol?s Fernando al colegio y al

Luis Potos?. APSSLP, "Libro de entierros de espa?oles, 1722-1747", f.

157v.

El rango de su sobrino Jos? influy? en su partida de San Luis a Quer? taro. Este coronel tuvo tiempo tambi?n de cumplir, seg?n sus posibilida des, el albaceazgo. Se desprende de varias escrituras otorgadas en 1740 ante Francisco de Victorica, que muri? al principiar ese a?o, pues su es posa declar? que era muerto y qu? hab?a otorgado testamento en 25 de enero del mismo ante Victorica.

Don Antonio Zarzosa recibi? beneficio indirecto, porque su esposa Te resa Josefa e hijos recibieron legados de don Nicol?s. Pero como los ?ni mos no anduvieron muy acordes en el albaceazgo, en testamento otorga do por ambos declar? a sus herederos, para los fines consiguientes, que don Juan Eusebio corri? con todo y ?l con nada y que aunque en la fac ci?n de los inventarios puso trabajo personal no le fue pagado. AHESLP, Protocolo de 1739, ff. 70v-73, 16 de mayo. 110 AHPMSACD, testimonio jur?dico de la visita, pedido en 7 de enero de 1784 por el prior fray Jos? de Santo Domingo ante el alcalde ordinario de primer voto.

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convento montaba entonces en pesos solamente 488 810, de los mexicanos fuertes, m?s 6 reales y medio, de los que de b?an rebajarse por gastos en contra 68 779 pesos 4 tomines y 8 granos.111 Don Nicol?s tuvo suerte parcial con sus albaceas. Los pro blemas vendr?an por esa v?a y por otros caminos. En pocos a?os, realmente, en comparaci?n con los 22 que ?l corrip sin concluir la testamentar?a de su suegro, cumplieron lo que de su actuaci?n depend?a exclusivamente. En 1737, el hermano

Juan Eusebio fund? una de las capellan?as que faltaba, de 3 000 pesos, a favor del bachiller Antonio Domingo Maldo nado Zapata, bajo condici?n de aplicar preferentemente las

misas en el altar de la capilla de los Cinco Se?ores, cuya cripta nunca ocupar?a don Nicol?s;112 y en su testamento de 31 de octubre de 1738, exagerando, no declar? que faltase cosa por conseguir, puesto que estaban pendientes las fundaciones del colegio y del convento. Pero s? cuid?, como superintendente y administrador de la obra del beater?o, de nombrar en su

lugar a su esposa Ana Maldonado Zapata y a su hijo Fer nando Nicol?s.113 No as? el cu?ado Antonio Zarzosa, que en su testamento de 27 de abril de 1743 declar? enf?ticamente en la cl?usula

10 que s?lo faltaban las dos fundaciones; que en el caudal ?l no tuvo mezcla ni intervenci?n; que la tenencia de los bienes la detent? el bachiller Zapata; que de su personal trabajo no le pagaron nada; que lo excluyeron del premio asignado a los

111 AHESLP, Alcald?a mayor de Sari Luis Potos?, ''Inventario de los bie nes de don Nicol?s Fernando, 1735", ff. 383-472. Entre los documentos concentrados en este archivo, procedentes del tribunal de justicia, s?lo apa rece el inventario, mas no el juicio divisorio, que tambi?n fue extrajudi cial como mand? el testador. El cajero de la testamentar?a fue Santos An tonio de la Vara de la Madriz, vecino y mercader de San Luis Potos?, el cual en 13 de marzo de 1734, estando de partida a la corte de. M?xico y para no descuidar "muchas cosas y casos en que es necesaria su asisten-* cia, as? por lo que toca como cajero factor de los albaceas de don Nicol?s Fernando de Torres, difunto", dio poder a Antonio de la Puente y Gue vara, ambi?n vecino. AHESLP, Protocolo de 1734, 13 de marzo. 112 AHESLP, Protocolo de 1737, 22 de agosto. 113 AHESLP, Protocolo de 1738, ff. 224v-227v.

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Custodia labrada durante la mayordom?a de Don Nicol?s Fernando.

coalbaceas a causa del legado de 12 000 pesos que el difunto dej? a su esposa; que no estaba conforme por ser sin su pare cer ni voluntad, y por ser injusto, seg?n el sentir de los doc tos, sus herederos pod?an reclamar.114 El reconocimiento oficial de la Provincia de San Alberto de Nueva Espa?a de la calidad de patr?n fundador del Car men de San Luis Potos? a favor de don Nicol?s Fernando fue producido en la sexta sesi?n, 28 de octubre de 1748, del defi nitorio que se estaba celebrando en el convento de los Reme dios de Puebla, siendo provincial recientemente electo fray Nicol?s de Jes?s Mar?a, quien a?os despu?s ser?a declarado prelado inconstitucional. La mesa definitorial encarg? all? mis

mo a la comunidad de San Luis Potos? que se?alara los su fragios, sacrificios y obras de piedad a que se obligaban como agraciados por el fundador, cuya liberalidad y confianza los

hab?a dejado al arbitrio de dicha comunidad. Orden? tam 114 AHESLP, Protocolo de 1743, 27 de abril.

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bien que se le diese aviso de lo determinado.115 Efectivamente, dieron aviso en el definitorio inmediato de abril de 1749, poco despu?s de la colocaci?n de las primeras piedras del convento y de la iglesia del Carmen de San Luis Potos?. Eran los siguientes: una misa rezada cada mes, y hon ras o misa cantada cada a?o el d?a de su fallecimiento. El de finitorio advirti? ' ' ser poco lo se?alado a un bienhechor tan afecto y caritativo" y mirando esta y otras razones "manda ron y decretaron que el d?a de su santo del referido fundador

en cada un a?o se le cante una misa con ministros y serm?n con la mayor solemnidad posible; y que cada mes se le digan dos misas rezadas y no una, como le hab?an se?alado en aquel convento y al cabo de un a?o que expresa la dicha petici?n, todo lo cual se vot? y sali? aprobado".116 En plena explosi?n del arte barroco en la Nueva Espa?a, don Nicol?s Fernando de Torres adquiri? los s?mbolos de pa trono fundador: la fuente que da generosamente lo que tie ne; el barco en alta mar que socorre a otros; la granada que produce mosto, y la lluvia vivificante sobre campo seco. Or nado con ellos pas? a ocupar un sitio de preponderancia en tre los fundadores y bienhechores del Carmelo mexicano: Mel

chor de Cu?llar del Santo Desierto, Manuel Fern?ndez Fiallo de Boralla del convento de Oaxaca, Pedro Mu?oz de Espejo y Juana G?mez, su mujer, del de Celaya, Juan del Moral y Berist?in del de Tehuac?n, etc?tera.

Para la esplendorosa dedicaci?n de su magn?fica iglesia

grande del Carmen en 1764, la comunidad potosina no ten?a patr?n fundador vivo, ni sucesor. Para ello invit? de "mece

nas" al licenciado Silvestre Alonso L?pez Portillo,117 en

atenci?n a que era marido de Antonio de Mora y Luna, hija 115 AHBMNAH, FL-20, "Libro de los definitorios de la Provincia de San Alberto de Indias de Carmelitas Descalzos, 1736-1752", f. 242v. 116 AHBMNAH, F/,-20, "Libro de los definitorios de la Provincia de San Alberto de Indias de Carmelitas Descalzos, 1736-1752", f. 250. 117 Santo Domingo, 1898, pp. 259-260. El original manuscrito de es ta obra se halla y lo consult? en el AHPMSACD, a donde fue a parar des pu?s de haber cruzado la actual frontera norte de M?xico por lo menos dos veces y del cual utilic? micropel?cula. Sin embargo, aqu? me refiero al traslado impreso por ser m?s asequible.

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de do?a Teresa de Zarzosa y Torres, hija a su vez de do?a Teresa Josefa de Torres, hermana del patr?n fundador don Nicol?s Fernando, y de don Antonio Zarzosa.118 Fue entonces cuando para cumplir su voluntad fueron tras ladados del convento de Quer?taro sus restos.119 Don Nico l?s s?lo dispuso el traslado de los suyos, no los de do?a Ger trudis. Ella despu?s lo dispondr?a. Hab?a mandado tambi?n que tal se hiciese en caso de morir en Quer?taro y ser sepul tado en el Carmen de all?. Pero, de morir en San Luis Poto s?, deb?a de sepult?rsele en su cripta de la capilla y altar de los Cinco Se?ores de la parroquia grande, junto con do?a Ger trudis Teresa.120 Fray Jos? de Santo Domingo escribi? en el ' 'Libro de la fundaci?n' ' que los huesos de ambos esposos fueron transferidos " pocos d?as antes de esta solemne dedi caci?n", y es l?gico pensar que, habiendo llegado a San Luis Potos? el provincial y los definidores el domingo 7 de octubre

de 1764, procedentes de la corte de M?xico, los portara consigo.

Fue se?alado el viernes 19 de octubre, las festividades de la dedicaci?n fueron del 14 al 17, para las exequias solemnes de don Nicol?s Fernando. A las doce del d?a del jueves 18, las campanas del Carmen iniciaron las honras con un doble solemn?simo tocando a muerto, y les contestaron todas las de la Babel mejorada en Torres, en que se inclu?an ya las del Cole

gio de Ni?as Educandas y Virtuosas o Beater?o de San Nico l?s Obispo. Esta demostraci?n se repiti? "todas las horas y tiempos acostumbrados", hasta que concluyeron las honras. En el interior de la iglesia, bajo la c?pula, fue puesta una "elevada" pira en cuya cima, solamente seg?n fray Jos? de Santo Domingo, fueron colocados los restos de don Nicol?s Fernando. Pero, en mi concepto, seg?n se deduce de su mis ma narraci?n, tambi?n los de do?a Gertrudis Teresa; ade m?s, el provincial y los definidores presentes cargar?an sobre s? un desacato de tal magnitud, y el prior mexicano entonces 118 AGNM, Intendencias, vol. 51, exp. 5, f. 56. 119 Cl?usula la. del testamento. Torres, 1898, pp. 130-131. 120 En el APSQ no hay constancia de la exhumaci?n ni del traslado, que fue hecho, por lo visto, privadamente.

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actual de San Luis Potos? fray Andr?s de la Sant?sima Trini dad y toda la sociedad potosina no hubieran permanecido im pasibles. Hubiera ardido otra vez Troya, como ard?an en de rredor "innumerables luces de la m?s rica cera", que juntas convirtieron la pira en un "Etna de brillantes llamas". Y el se?alado d?a 19 sali? la comunidad a la puerta de la iglesia a recibir al muy ilustre ayuntamiento, a los prelados de las religiones y a todo el vecindario invitado. La vigilia de difuntos fue cantada solemnemente, a cuyo fin el prior cant? la tercera lecci?n y celebr? la misa f?nebre por el alma "de nuestro insigne fundador", insisti? fray Jos?

en particularizar equivocada e injustamente, por cuanto no era s?lo esa la intenci?n de don Nicol?s ni deber?a hacerse. El definidor tercero fray Mateo de la Sant?sima Trinidad, ex conventual de San Luis Potos?, una vez terminada la misa abord? el pulpito y con "un metal de voz claro y lastimero, acalorado del agradecimiento, que en su pecho como en el de todos los carmelitas reside hacia tan venerable difunto, re

cit? una pieza capaz de enternecer aun a los bronces". Al concluir, el concurso recibi? luces de mano "y mientras se cant? un solemn?simo responso, tomaron en sus manos NN. RR. PP. Definidores con N. M. R. P. Provincial el arca que encerraba los huesos de nuestro insigne fundador don Nico l?s Fernando de Torres y los de la se?ora su esposa do?a Ger trudis Maldonado y Zapata, y la metieron en la b?veda des tinada para ello en el presbiterio, al lado del evangelio."121 En toda la m?quina funeraria sobresal?a la pira, que por lo visto no fue cualquiera, de la cual no qued? imagen ni rela

ci?n alguna.

El prior fray Juan de Jes?s Mar?a mand? hacer una esta 121 Santo Domingo, 1898, pp. 286-287. Quien pudo haber perfilado,

como testigo de vista, los ?nimos que rigieron estos actos, fue Santa Tere sa (1765-1769), pero como no lo hizo, fray Jos? de Santo Domingo tom? el camino llano de sus ?mpetus. Lamentablemente, adem?s, no ha llegado a nosotros el serm?n de fray Mateo, pues por ?l nos dar?amos cuenta, co mo parece, si los carmelitas de entonces creyeron que ellos eran los benefi ciarios y no San Luis Potos? y su jurisdicci?n y ellos s?lo el instrumento escogido por don Nicol?s para el mejor logro de su intenci?n: servir a los

potosinos.

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tua orante del fundador, sobre coj?n labrado, en su trienio 1777-1780, y poner en un nicho en la pared del presbiterio,

al lado del evangelio ?seg?n el ritual antiguo? m?s o me

nos tres varas arriba del pavimento.122 Esta ins?lita manifes taci?n escult?rica en el arte potosino, por ser orante, pero co

m?n en las fundaciones carmelitas, no ha llegado hasta

nosotros. Debi? de ser como la de don Melchor de Cu?llar que se conserva en el Desierto de Tenancingo. ?Qui?n la su primi? con autoridad, o sin ella, pero con arrojo y por qu?? Fuera de los que hac?an "entradas" y "salidas" a y de San Luis Potos? en el siglo xix, pudo hacerlo Francisco Eduardo Tresguerras cuando cometi? en paz y comuni?n con los mo radores del convento, ojal? no todos, la destrucci?n del reta blo mayor, o los cl?rigos seculares que ocuparon el Carmen desde 1859 hasta cerca de 1923. Quiz? porque la escultura no era buena, o por considerar que, una vez estando el Car men en manos del clero secular, el patr?n fundador sobraba, y estorbaba visiblemente. En 1898 el IV Obispo del Potos? don Ignacio Montes de Oca dec?a en el mismo pulpito del Carmen a sus oyentes, al parecer refiri?ndose menos a una pintura de los esposos, que es la que ahora vemos, y m?s a una escultura sola del fundador, "cuya Efigie y sepulcro te n?is a la vista".123 El multicitado prior cronista fray Jos? de Santo Domingo narr? ego?stamente, por cuanto no advirti? que los destina tarios de los bienes de la fortuna del patr?n eran San Luis Potos? y su jurisdicci?n, que entre "las mejoras que en este

mi trienio se han hecho", "deseando yo no s?lo desahogar el tierno agradecimiento que abriga mi coraz?n hacia nues tro insigne fundador, sino tambi?n dar a conocer al p?blico el debido reconocimiento de esta nuestra santa provincia a los imponderables beneficios que tan bizarro e ilustre caba llero nos hizo, en la insigne fundaci?n de este convento", sac?

los huesos de don Nicol?s Fernando y los de do?a Gertrudis

122 Es un buen deseo que esta escultura s?lo est? oculta en el nicho so

terrado. 123 Montes de Oca y Obreg?n, 1898, pp. 272.

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Teresa de la b?veda del lado del evangelio,124 "en donde por la humedad del terreno estaban en peligro de deshacerse y me resolv? a colocarlos en lugar m?s decente y seguro". Mand? abrir, dos varas elevado del pavimento, bajo el ni cho en que se hallaba la escultura orante de don Nicol?s Fer nando, otro capaz de contener la urna "en que est?n los dos referidos cuerpos desarmados, pero bien acomodados". All? meti? el cajoncillo el 29 de diciembre de 1784, lo cubrieron y aseguraron con mezcla y una l?pida de cantera, en que fue labrado a cincel un epitafio latino,125 que traducido al caste llano dice as?: A Dios ?ptimo M?ximo. Al muy ilustre, y muy distinguido va r?n entre los m?s c?lebres h?roes de la cristiandad don Nicol?s Fer nando de Torres, el que con su nobil?simo linaje honrara a la famosa Sevilla y enriqueci? a esta ciudad potosina con el tesoro espiritual de este ejemplar?simo convento de carmelitas y de este magn?fico santuario eliano, fundados por propia voluntad con mano genero sa, en cuya memoria la agradecida carmelitana estirpe construy? este mausoleo, en que por tanto yacen el cad?ver del eximio funda

dor, y el cuerpo de su querid?sima esposa do?a Gertrudis Maldo nado y Zapata. Murieron ambos, en la ciudad de Quer?taro, e ?nterin sepultados en nuestro convento de carmelitas hasta el a?o

de 1764 que fueron sus cuerpos trasladados a ?sta ?su? verdade ramente propia casa; y el 29 de diciembre de 1784 fueron reinhu 124 Estas expresiones hacen suponer que desde la dedicaci?n estaban

ah? y el efecto de la humedad es incontrovertible por estar construido el Carmen precisamente en las tierras de La Laguna, donadas por las Mezas. 125 El texto de Santo Domingo, 1898, p. 296, sustenta la traducci?n. Y el texto labrado en la cantera, a m?s de otros errores menos notables, adolece de dos que parecen reducirse a uno solo de trasposici?n por confu

si?n de lectura. Dice que el a?o de traslaci?n de los restos de Quer?taro a San Luis Potos? fue 1765, pero fue 1764. Y que el de exhumaci?n y de reinhumaci?n por fray Jos? de Santo Domingo fue 1784, que debe de ser 1785, porque, si bien fue en 1784, las fechas latinas anteriores a calendas, en este caso las de enero de 1785, que implicaban cambio no s?lo de mes sino tambi?n de a?o, se expresan tomando las citadas calendas como refe rencia y consignando la fecha de inter?s en numeraci?n retroactiva. Salvo ?stas y otras peque?as diferencias, es el mismo texto escrito por fray Jos?.

Por ejemplo, en la l?pida dice en castellano que fray Jos? hizo el "Eptha feo" y en Santo Domingo, 1898, p. 296, dice en lat?n.

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ALFONSO MARTINEZ ROSALES

mados en este merecido lugar por tan excelsos patronos, en que

yacen, en que descansan, en que la com?n resurrecci?n esperan para vivir en las perpetuas eternidades. Escribi? este epitafio en se?al de

rendida gratitud el R. P. N. Prior Fr. Jos? de Santo Domingo.

A continuaci?n, fray Jos? mand? dar a la planicie una mano

"para que sobre lo blanco del yeso sobresaliesen las letras, cuyas concavidades se pintaron de negro".126 Se prodig? a?n m?s haciendo pintar el muro circular del nicho, respaldo de la escultura, y la repisa con "fin?simos colores"; y dos figu ras de ni?os a los lados de la l?pida, a modo de tenantes, cada uno con una tarjeta en las manos, quedando la repisa enme dio de ambas y especialmente la escultura de don Nicol?s. En cada tarjeta fue escrito un soneto: PRIMER SONETO

La que sin perdonar Parca se llama

dos Torres derrib? cruel, y grosera tir? a don Nicol?s, ?oh muerte fiera! mat? a do?a Gertrudis, inhumana.

Mas no pudo quedar la Parca ufana, aunque intent?, que el golpe muerte fuera pues en sus obras vivos los venera agradecida la familia eliana. Hable sino este templo tan suntuoso d?galo este convento tan lucido, pues fundando sus basas ingenioso En dos Torres confiesa agradecido deber siempre a su ingenio dadivoso sustento, habitaci?n, y un bien cumplido.

126 Adem?s de lo dicho y del estilo de la escritura dieciochena, la l?pi da fue privada del yeso y cincelada para su "limpieza"; podemos agregar los errores del pintor que recientemente de "brocha propia" alter? el tex to con pintura negra, falta que por fortuna es reparable

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SEGUNDO SONETO Con sus huesos el Carmen se consuela, sin que de su memoria el tiempo borre lo que le debe a la una y otra torre pues lo tiene grabado en rica tela. De cuya gratitud la fama vuela por la familia del que al cielo corre en carro ardiente, carro al fin cual torre del que por la oraci?n al cielo anhela.

Vivan en la memoria del Carmelo Zapata y Torres sus patronos dignos y viva eternamente aquel desvelo Con que uno y otro procuraron finos dar a la religi?n el gran consuelo de a?adir, un redil a sus armi?os.

Y termin? ufano fray Jos? de Santo Domingo su noticia con esta frase fraguada: "As? quedaron colocados en el debi do lugar los huesos de nuestro insigne fundador para perpe tua memoria de su cristiana bizarr?a y eterna demostraci?n de nuestra debida gratitud".127 SIGLAS Y REFERENCIAS AGI Archivo General de Indias, Sevilla. AGNM Archivo General de la Naci?n, M?xico. AHESLP Archivo Hist?rico del Estado de San Luis Potos?. AHBMNAH Archivo Hist?rico de la Biblioteca del Museo Nacional de Antropolog?a e Historia; en especial FL = Fondo Lira.

AHM Archivo Hist?rico de Morelia. Se trata en realidad del archivo del antiguo obispado de Michoac?n.

AHNM Archivo Hist?rico Nacional, Madrid. AHPMSACD Archivo Hist?rico de la Provincia Mexicana de San Al berto de Carmelitas Descalzos; para el trabajo utilic? mi

127 Lo relativo a esta ?ltima traslaci?n est? tomado de Santo Domin

go, 1898, pp. 287, 295-298.

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444 ALFONSO MARTINEZ ROSALES cropel?cula de los documentos referentes al Carmen de

San Luis Potos?.

ANQ Archivo de Notar?as de Quer?taro. APSPGSLP Archivo de la Parroquia de San Pedro Guadalc?zar, San Luis Potos?. APSQ Archivo de la Parroquia de Santiago de Quer?taro. APSS Archivo de la Parroquia del Sagrario de Sevilla. APSSLP Archivo de la Parroquia del Sagrario de San Luis Potos?. BCERA Biblioteca del Centro de Estudios "Ram?n Alcorta", San

Luis Potos?.

BECM Biblioteca de El Colegio de M?xico, M?xico, D.F. ; aun que esta biblioteca no aparezca citada, fue fundamental para la consulta de las fuentes secundarias.

BNM Biblioteca Nacional de M?xico, M?xico, D.F.; en espe cial LAF = Colecci?n Lajragua.

BPUASLP Biblioteca P?blica de la Universidad Aut?noma de San Luis Potos?.

Cruz, Juana In?s de la 1689 Inundaci?n cast?lida de la ?nica poetisa, musa d?cima, sor. . .

los saca a luz donju?n Camacho Jayna, caballero del orden de Santiago, mayordomo y caballerizo que fue de su excelen

cia, gobernador actual de la ciudad del Puerto de Santa Ma

r?a, Madrid, Juan Garc?a Infanz?n.

Ferrando Roig, Juan

1950 Iconograf?a de los santos, Barcelona, Ediciones

Omega.

Flores Guerrero, Ra?l 1954 "El Carmen de San Luis Potos?'', Estilo, San Luis Po

tos? (31) (jul.-ago.)

Jes?s Mar?a, Nicol?s de 1726 La mano de los Cinco Se?ores: Jes?s, Mar?a, Jos?, Joaqu?n y Ana. Paneg?rico de sus patrocinios predicado en la dominica

del de Nuestra Se?ora, a 11 de noviembre de 1725, en el con vento de carmelitas descalzos de San Sebasti?n de M?xico . . .

por el P. Fr. . . ., M?xico, Herederos de la Viuda de

Miguel de Rivera. BNM, LAF-1203.

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EL FUNDADOR DEL CARMEN 445 1733 Babel mejorada en Torres. Torres edificativas para el suelo, para el siglo y para el cielo. Serm?n sepulcral y laudatorias postumas que, en las honras hechas al capit?n don Nicol?s Fernando de Torres, declam? el M. R. P. Fr. . . ., religioso carmelita descalzo, exlector de sagrada teolog?a de v?speras, prior

del convento de la Santa Vera Cruz de Oaxaca, y actual defi nidor de su provincia de religiosos carmelitas descalzos. Pre

dic?lo en la santa iglesia parroquial de la ciudad de San Luis Potos? este a?o de 1733. S?canlo a luz los albaceas y herede ros y ded?canlo a la sacrat?sima familia de los Cinco Se?ores:

Jes?s, Mar?a, Jos?, Joaqu?n y Ana, M?xico, Jos? Bernardo

de Hogal. BNM, LAF-1235; BCERA, carpeta 8, num. 1465.

Madoz, Pascual 1849 Diccionario de geograf?a, estad?stica e historia de Espa?a y sus posesiones de ultramar por . . . tomo xiv, Madrid.

AHNM.

Mart?nez Rosales, Alfonso 1985 El gran teatro de un peque?o mundo. El Carmen de San Luis

Potos?, 1732-1859, M?xico, El Colegio de M?xico, Uni versidad Aut?noma de San Luis Potos?.

Maza, Francisco de la 1969 El arte colonial en San Luis Potos?, M?xico, Universidad

Nacional Aut?noma de M?xico, Instituto de Investi gaciones Est?ticas. (Reimpresi?n, 1985.)

Montes de Oca y Obreg?n, Ignacio 1897-1898 "Homil?a predicada en la iglesia del Carmen de San Luis Potos? el 16 de julio de 1897", en Obras pastorales y oratorias, tomo v, M?xico, 1898; El Estandarte, San

Luis Potos?, 17 de julio de 1897. BPUASLP.

Pe?a, Francisco 1979 Estudio hist?rico sobre San Luis Potos? por el can?nigo. . .

Introducci?n, transcripci?n, notas e ?ndices de Rafael

Montejano y Agui?aga, San Luis Potos?, Academia de Historia Potosina.

Santo Domingo, Jos? de 1898 ' 'Libro de la fundaci?n, progresos y estado de este con

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446 ALFONSO MARTINEZ ROSALES

vento de carmelitas descalzos de esta ciudad de San Luis Potos?, 1786", en Velazquez, 1898, vol. n, pp. 174-311.

Torres, Nicol?s Fernando de 1898 "Testamento y codicilo de don Nicol?s Fernando de Torres, fundador del Beater?o o colegio de mujeres recogidas y del convento de carmelitas descalzos 1832",

en Vel?zquez, 1898, vol. il, pp. 129-159. El asien

to original de estos dos documentos se halla en ANQ, 1732, notario Francisco de Victorica, ff. 352v-362v, 26 de noviembre, y en ff. 370v-374v, 3 de diciembre,

respectivamente.

Velasco, Baltasar de 1736 Paneg?rico f?nebre que en las honras que se celebraron, d?a siete

de octubre del a?o de 1733, a la memoria de la venerable ma

dre Sor Mar?a de Consolaci?n, religiosa de velo negro en el religios?simo convento de Santa Mar?a de Gracia, del orden de Santo Domingo en la ciudad de Sevilla, predic? en el referi

do monasterio el M. R. P. Fr. . . . S?cale a luz el Sr. D.

Juan Ignacio de Madariagay Gabiria, Fern?ndez, Marmo lejo, Ortiz, Melgarejo de Virues, y Bucareli, marqu?s de las Torres de la Presa, y se?or de la Villa de Castilleja de Talha ra, y de la jurisdicci?n de Aljarilla, y lo reimprimieron en M?

xico a expensas del Br. D. Francisco Maldonado Zapata, pres

b?tero de este arzobispado (albacea de D. Nicol?s Fernando de Torres)y de D. Juan Eusebio de Torres, vecino de la ciu dad de San Luis Potos?, hermanos de la misma venerable madre

Sor Mar?a de Consolaci?n. (Con licencia en Sevilla y por su original en M?xico, con las licencias necesarias, por

Jos? Bernardo de Hogal, ministro e impresor del Real

y Apost?lico Tribunal de la Santa Cruzada en todo este reyno, a?o de 1736.) BNM, ?AF-1023.

Vel?zquez, Primo Feliciano 1898 Colecci?n de documentos para la historia de San Luis Potos?,

publicada por el Lie. . . . San Luis Potos?, Imprenta del

Editor, vol. ii.

1982 Historia de San Luis Potos?, San Luis Potos?, Archivo Hist?rico del Estado, Academia de Historia Potosi na. 4 vols.; reedici?n de la de 1946-1948.

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EL ANALFABETISMO EN LOS INSTRUMENTOS NOTARIALES DE LA CIUDAD

DE M?XICO, 1836-1837

Estela Villalba El Colegio de Mexico

En una sociedad que estrenaba independencia, el analfabe tismo se?oreaba. La flamante Rep?blica ve?a como soluci?n a sus problemas la instrucci?n, a la que atribu?a todo g?nero de virtudes. El optimismo desbordado creaba la ficticia espe ranza de ver, a muy corto plazo, la erradicaci?n de la igno rancia y, a pesar de la falta de elementos econ?micos y hu manos, se confiaba en el milagro. La fundaci?n del estado fue dif?cil y durante varios a?os la educaci?n popular resinti? las consecuencias del caos rei nante. El gobierno central y los de los estados se ve?an obli gados, una y otra vez, a disponer del presupuesto inicialmente

destinado a educaci?n y as? las medidas adoptadas para fa

vorecer la instrucci?n resultaban completamente ineficaces por

el c?mulo de conflictos que requer?an su atenci?n. Las deficiencias eran evidentes, los intentos por subsanar las innumerables, pero parec?a que todo conspiraba para fre nar la puesta en pr?ctica de las medidas adoptadas; el rezago educativo campeaba en la mayor parte de la comunidad na cional y el progreso de la instrucci?n tan necesario y deseado no lograba afincarse en el pa?s. "En un punto estaban de

acuerdo: para satisfacer su vehemente deseo de ponerse al d?a,

a la par de los pueblos anglosajones industriosos y liberales o de los cultos franceses, hab?a que educar al pueblo."1 El estudio de las actas notariales correspondientes a dis 1 V?zquez, 1970, p. 21. V?anse las explicaciones sobre siglas y refe rencias al final de este art?culo. HMex, XXXV: 3, 1986 447

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ESTELA VILLALBA

tintas ?pocas del siglo xix sugiere varias observaciones en re laci?n con el grado de analfabetismo de los mexicanos de la capital del reci?n nacido pa?s. El sistema de computarizaci?n de datos utilizado en las gu?as recientemente publicadas per mite combinar elementos como sexo, posici?n social, lugar de residencia habitual y capacidad econ?mica de las perso nas que en los instrumentos notariales se declararon incapa ces de firmar. En principio salta a la vista que durante la pri

mera mitad del siglo no hubo cambios apreciables en la

proporci?n de personas que no sab?a escribir y pr?cticamen te tampoco existen diferencias en el tipo de letra usado por los amanuenses y la presentaci?n de los documentos. Los escribientes, cal?grafos o pendolistas al servicio de los notarios escrib?an legiblemente aunque totalmente al margen de las reglas ortogr?ficas, que ya la Academia de la Lengua Espa?ola hab?a establecido y procuraba divulgar. Esta habi lidad manual permite leer con facilidad los textos de las actas insertas en los protocolos notariales. Los protagonistas de ellas,

que ten?an que firmar o declarar que no sab?an hacerlo, pro porcionan en todo caso una orientaci?n sobre su nivel de ins trucci?n en un momento trascendental como era el de legali zar sus decisiones; la soltura o inseguridad de los trazos, la firmeza del pulso y el rebuscamiento de algunas r?bricas son indicios de la pr?ctica de la escritura m?s que de la habilidad adquirida en los remotos a?os escolares. Las personas que necesitaban recurrir a tr?mites legales para lograr el ?xito de alg?n negocio no vacilaban en acudir al notario, a pesar de que, en muchos casos, carec?an a?n de los conocimientos m?s rudimentarios que les permitiesen leer

y comprender los t?rminos en que se redactaba el citado ins trumento. Cuando aparece al pie de la observaci?n de que el otorgante no sabe firmar, el obst?culo desaparece median te la firma de un suplente autorizado, que lo sustituye en pre

sencia de testigos. Las actas correspondientes a los a?os 1836-1837, de las que hemos recopilado material para esta muestra, aportan datos de inter?s, aunque la falta de elementos de comparaci?n con otros periodos impide establecer conclusiones. Hay que ad vertir que s?lo se han considerado escrituras en que expl?ci This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:30:40 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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tamente uno o varios de los interesados no firman por no sa ber hacerlo, pues en otros muchos casos faltan firmas, pero no se especifica la causa que bien puede ser enfermedad, in validez o retractaci?n del prop?sito original en el momento de dar valor legal a la escritura. Adem?s, vale la pena recor dar que el que una persona no sepa firmar no implica analfa betismo integral, puesto que el sistema docente en vigor per mit?a esta situaci?n. De hecho, los sistemas de ense?anza de lectura y escritura durante toda la ?poca colonial hab?an di vidido el aprendizaje en dos pasos: primero la lectura y des pu?s la escritura; era frecuente que los ni?os abandonasen la escuela antes de pasar a los grados "superiores" de escri tura con pluma. Durante todo el siglo xix se hicieron esfuer zos por mejorar la calidad de la ense?anza y se recomend? el aprendizaje simult?neo de la lectura y la escritura, pero a?n no se hab?a conseguido imponerlo de un modo general. Muchos j?venes y adultos de la ?poca habr?an asistido a las escuelas lancasterianas, iniciadas por los mismos a?os de la independencia, muy numerosas a mediados del siglo; en ellas se ense?aban los rudimentos de la escritura con un caj?n de arena, que ahorraba materiales y serv?a de aliciente para atraer

a los ni?os, que combinaban el estudio con la diversi?n.2

Pero del caj?n de arena a la pluma y la tinta exist?a una dis tancia que muchos mexicanos no llegaban a salvar. En los protocolos notariales se observa con frecuencia el caso de varios miembros de una comunidad ind?gena de los que s?lo alguno firma (si es que alguno lo hace), y personas de una misma familia que delegan en uno de ellos el acto de firmar. Lamentablemente no siempre los notarios especifican la raz?n de la ausencia de tales firmas que, por lo tanto, no sirven para nuestro estudio. En las escrituras registradas para este muestreo consta que al menos uno de los participantes no sab?a escribir su nom bre. Tales actas se han clasificado seg?n el car?cter esencial del documento, el sexo, ocupaci?n, estado civil y bienes men cionados de las personas consideradas analfabetas. En 1836 se registraron 2 870 escrituras entre las cuales hubo 2Tanck, 1973,'p. 49.

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ESTELA VILLALBA

62 en las que aparecen analfabetas. En 1837 fueron 3 074 ins trumentos y se localizaron 111 en que se mencionan personas que no supieron firmar. En cuanto al n?mero de actas en am bos a?os las m?s abundantes son las de poderes generales; hay tambi?n bastantes testamentos y operaciones de compra

venta de inmuebles y con menor frecuencia aparecen arrenda mientos, contratos de cr?dito, tr?mites de adopci?n y divorcios. Son muchos los poderes generales otorgados tanto por hom

bres como por mujeres, quiz? debido a la inseguridad de quie nes ten?an que intervenir en alg?n negocio conscientes de sus

deficiencias de instrucci?n; el delegar a otras personas el ser representante para las cuestiones legales les ahorraba la difi cultad de los tr?mites. Estas escrituras suelen dar muy poca informaci?n; en contados casos se hace referencia a la nece sidad de ausentarse el poderdante, o a su enfermedad y ve jez; en otras se a?aden quejas contra el comportamiento de

anteriores apoderados o se llega al acuerdo de elegir a un miembro de la familia o comunidad o a alguien ajeno al gru po como representante de los intereses comunes. Es constante la abundancia de testamentos en la generali dad de actas notariales (y no s?lo en aqu?llas en que apare cen analfabetos), circunstancia explicable porque la manifes taci?n solemne de la ?ltima voluntad era costumbre practicada

por pobres y ricos, que acud?an para ello al escribano. Tan arraigada estaba tal costumbre que en los manuales de con fesores de la ?poca colonial se explicaba a los cl?rigos la for ma en que pod?an redactar un testamento, en los lugares en que no hubiera escribano al que acudir para tal efecto. En algunos casos, la enumeraci?n de bienes nos permite apre ciar la indigencia de quienes testaban; manifestaban un apre cio, a nuestro juicio exagerado, por sus modestas pertenen cias: ropa de uso, exiguo mobiliario de su morada y utensilios dom?sticos que integraban toda su hacienda y que cuidado samente adjudicaban a las personas allegadas. Hay tambi?n quien disponiendo de dinero pens? en hacer llegar los beneficios de la instrucci?n a los que por falta de medios estaban privados de ellos. En una escritura se se?ala como cantidad suficiente el capital de 8 000 pesos para fun

dar una

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escuela o amiga gratuita en la que se imparta la mejor educa ci?n religiosa, pol?tica y civil. . . de ni?os y ni?as en Zima p?n. . .en que la maestra se dotara de $300 anuales. . .que los patronos fueran los se?ores curas del lugar. . .que se destinara para lugar de la escuela la casa propiedad de la testadora en la plaza del mineral. . .que ser?a tambi?n habitaci?n de la maes tra. . .la que ser?a viuda o soltera, mayor de 30 a?os, de muy buena moral, prudente, laboriosa y bien instruida. . .que ense ?ando con su ejemplo, trat?ndolas con caridad. . .amonest?n dolas y corrigi?ndolas con amor. . .3 [hiciera de los alumnos buenos cristianos y ciudadanos responsables].

En este caso la testadora, Mar?a Josefa Bustamante, leg? dinero para llevar a los ni?os de su pueblo la instrucci?n que consideraba esencial para su mejoramiento. Lamentablemente en esta ocasi?n nos quedamos sin saber si la se?ora era anal fabeta, lo que no ser?a extra?o por su sexo y edad. Ahora bien, analfabetas o no, y contra lo que se piensa so bre el estado de minor?a de edad en que la sociedad mante n?a a las mujeres, encontramos en los instrumentos p?blicos que eran muchas las que se ocupaban de negocios, adminis traban sus bienes, firmaban contratos, formaban compa??as, eran prestamistas, atinaban en el gobierno de su casa y fami lia y, a pesar de su poca instrucci?n, resolv?an los problemas que se les presentaban con firmeza y decisi?n. Algunas se con trataban formalmente como empleadas por un modesto suel do (tres pesos mensuales en el caso de Josefa Terrazas, ven dedora de rebozos).4 En asuntos jur?dicos, en que pretend?an el reconocimiento de sus derechos, contaban con el respaldo de la ley y no era raro el caso en que se defend?an en?rgi camente.

Interesante es el testamento de Mar?a Josefa Garibay, do cumento que habla elocuentemente de la autosuficiencia de mujeres que, al no contar con recursos ni con marido que las mantuvieran trabajaban la vida entera proporcion?ndose una vida decorosa y hasta formaban una peque?a fortuna, 3 AGNCM, Ram?n Cueva, 11 de febrero de 1836. 4 AGNCM, Jos? Ignacio Montes de Oca, 10 de diciembre de 1838.

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con propiedades como: "una casa en la calle de apartado, $2 000 en un dep?sito irregular. . ." y otros bienes adquiri dos con la industria y trabajo de ella misma, sus dos herma nas y su prima. Estas cuatro mujeres, solas y analfabetas, lo graron superar su situaci?n de pobreza o estrechez.5 Otro testamento, el de Teodora Navieso, nos dice que era due?a, "por su industria,,J de "magueyes, ?rboles de capu l?n, albaricoque y sauces, una casita, im?genes de santos con marcos y vidrios, cuatro platos tendidos. . .una sierra, un chi quihuite con trastos de cocina, dos cargas de ma?z, una olla grande de barro. . ."6 y otras pertenencias, sin duda apre ciadas hasta el punto de detallar objetos a los que hoy se les atribuye escas?simo valor, pero que sin duda lo ten?a para quien cifraba en ellas su reducida hacienda. El estado de viudez era el que m?s se prestaba para poner a la mujer en pie de lucha. Frecuentemente ten?a que hacer frente a la educaci?n de hijos e hijas, lo que casi siempre lo graban. Tambi?n eran frecuentes los casos de solteras que se desenvolv?an con seguridad y solamente las casadas depen d?an ?ntegramente de los maridos. La tradici?n de mujeres activas en los negocios, due?as de fincas agr?colas o ganade ras, que atend?an personalmente y que tomaban parte en el comercio con lugares alejados proced?a de los ?ltimos tiem pos de la Colonia, cuando no faltaban las que "procuraban participar en el monopolio de los productos farmac?uticos y de los naipes y hac?an inversiones en la miner?a'\7 S?lo en contados caso las escrituras notariales especifican la ocupaci?n de las mujeres analfabetas mencionadas. De un total de 61 mujeres que no pudieron estampar su firma, co nocemos que una de ellas era ganadera y otra mesonera. Y entre tantas mujeres que se reg?an as? mismas y administra ban sus propiedades, sin lamentar la ausencia de un hombre que las respaldara, hay algunas que adoptan el papel de de bilidad e incapacidad tradicionalmente adjudicado a su sexo. Una de ellas, viuda de un contratante del servicio de trans 5 AGNCM, Jos? Ignacio Montes de Oca, 10 de diciembre de 1838. 6 AGNCM, Antonio Pintos, 26 de marzo de 1838. 7 Super, 1983, pp. 155-178.

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portes y correo de Veracruz, se sinti?, sin duda, abrumada por la responsabilidad que implicar?a el intentar sostener el negocio de su difunto marido y declar? ante el notario: Siendo los se?ores Escand?n y Compa??a. . Jos que ten?an rematado al gobierno el ramo de postas de esta ciudad de Vera cruz. . . contrat? con ellos Jos? Mar?a Su?rez [su esposo] que ser?an a su cargo los extraordinarios que corrieran. . .Que ha biendo fallecido Su?rez, qued? manejando esta contrata su es

posa la se?ora Piedad Duen y no teniendo capacidad competente a causa de su sexo para poder intervenir personalmente en los nego

cios. . .ha cre?do conveniente la rescisi?n del negocio. . .8

Otras m?s valientes y descontentas con su suerte en el te rreno familiar demandaban el divorcio. Aunque s?lo apare cen mencionados tres casos entre las mujeres analfabetas en 1836. Hay que tener en cuenta que los notarios eran encar gados de ciertos tr?mites, como el testimonio de poderes, pero

quedaban al margen de los procedimientos judiciales propia mente dichos. Las mujeres que tramitaban su divorcio dele gaban a un apoderado el poder que las representar?a en el pleito conyugal, llevando el asunto hasta sus ?ltimas conse cuencias. Hay que resaltar que en estos casos, como en otros tr?mites de pleitos matrimoniales y reclamaciones de bienes, son ellas las que llevan la iniciativa, mientras los maridos pro

curan eludir el problema ausent?ndose, neg?ndose a dar su licencia o aprobaci?n de gestiones o simplemente no cumplien

do lo acordado por los tribunales sobre la pensi?n debida a la esposa e hijos. En un caso de adopci?n, que se registra entre adultos anal fabetos, llama la atenci?n que ni el marido ni la mujer supie ran escribir, lo que es indicio de un bajo nivel econ?mico y social. Otra muestra m?s de supervivencia de la ?poca colo nial es cuando las familias de modestos artesanos adoptaban ni?os de la Casa de Exp?sitos. La junta directiva del centro propiciaba esta f?rmula, que resolv?a el problema familiar de los ni?os y serv?a de ayuda econ?mica a las familias que los 8 AGNCM, Francisco Miguel Calapiz, 22 de junio de 1838.

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recib?an y gozaban de una peque?a pensi?n. La mujer se con trataba como ama de cr?a, encargada de la educaci?n de las ni?as, mientras el marido se responsabilizaba de adiestrar al peque?o en alg?n oficio.9 Uno de estos casos debi? ser el que qued? rese?ado en la escritura notarial a la cual nos referimos. La incidencia del analfabetismo era m?s frecuente en deter

minados barrios y comunidades. En ocasiones se presentaban ante el escribano p?blico familias completas incapaces de fir mar; tal es el caso del poder general dado por 11 miembros

de una familia residente de San Bernardino Contla, Tlax

cala.10

La comunidad de Santa Cruz Tecama (en jurisdicci?n de San Juan Teotihuacan) reporta 16 miembros del pueblo, re presentantes de la totalidad, designados por sus nombres com

pletos (compuesto el de pila e inexistente el apellido) y reuni dos para designar apoderado "que demandara la plata toda de la iglesia al se?or cura Mariano Guerra Manzanares, que la ha extra?do furtivamente en compa??a de don Juan y don Francisco Obreg?n, y tambi?n para que defienda a los pre sos y desterrados del propio pueblo por el referido cura y el

juez de paz. . ."n Este documento, testimonio de la justa indignaci?n de los vecinos agraviados, s?lo est? firmado por

tres de los otorgantes del poder, en nombre de sus compa?eros.

Otro ejemplo de analfabetismo colectivo en determinados niveles sociales lo encontramos en una escritura fechada el

22 de junio de 1836, del escribano Francisco Miguel de Ca lapiz, en la que un grupo de 11 mujeres, "viudas e hijas de los que compon?an el extinguido gremio de herreros"12 nom bran apoderado a Jos? Mar?a D?az, para que "recuperase el fondo del gremio' '. Esta hermandad hab?a sido abolida a con secuencia de la implantaci?n de la constituci?n espa?ola de 1812; sus fondos, que eran de 500 pesos, se impusieron, por acuerdo de los componentes del extinguido gremio, para que "los inutilizados, viudas e hijas que en lo sucesivo existieran, 9 Gonzalbo, 1982, pp. 423-424. 10 AGNCM, Manuel Carrillo, 2 de agosto de 1836. 11 AGNCM, Ram?n Cueva, 3 de octubre de 1838. 12 AGNCM, Francisco Miguel Calapiz, 22 de junio de 1858.

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EL ANALFABETISMO

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percibieran los r?ditos anualmente, para el socorro de sus ne

cesidades". Los 500 pesos fueron a dar a manos de Teresa

Camargo, en calidad de dep?sito irregular, con un r?dito de 5% anual, que se pag? religiosamente durante varios a?os, distribuy?ndose entre los beneficiarios a prorrateo. Al suspen

derse los pagos, las 11 mujeres perjudicadas nombraron un apoderado para reclamar sus bienes con la intenci?n de que se lograse la devoluci?n del capital prestado. El poder, "tan amplio como lo hubiese menester", facultaba a D?az para ejer cer las acciones judiciales pertinentes para lograr la recupe raci?n del caudal que significar?a una renta anual de 25 pe sos repartida entre 11, es decir: poco m?s de dos pesos por persona. De estas mujeres nombradas, s?lo una pudo firmar y lo hizo con mano torpe e insegura; por las dem?s firm? un testigo. En cifras relativas, 91.66% de las participaciones en este peque?o drama eran analfabetas. Con este tipo de actas contrastan las que se redactaban en los conventos religiosos en casos necesarios: generalmente se trataba de pr?stamos hipotecarios que solucionaban tempo ralmente la situaci?n de penuria gracias a los bienes inmue bles que pose?an muchos conventos, aunque tambi?n hab?a operaciones de compraventa y testamentos de las futuras reli

giosas. Las monjas escrib?an con bastante cuidado y relativa correcci?n aquellos largu?simos nombres que hab?an elegido para su vida como profesas. Las firmantes sol?an desempe ?ar alg?n cargo administrativo en la comunidad, tal como priora, secretaria, contadora o definidora. De hecho la lectu ra correcta era requisito indispensable para poder ingresar en el claustro, y la escritura, aunque no imprescindible, era mucho m?s frecuente entre las habitantes de los conventos que en otros medios.13 Una de las pocas mujeres que se nos revela activa y segura de s? misma en la administraci?n de sus bienes es do?a Ma

r?a Ana G?mez de la Cortina, ex condesa de la Cortina, que asumi? esta responsabilidad en ausencia de su marido, aten diendo con atingencia todo negocio que se le present? en re laci?n con sus propiedades. 13 Muriel, 1946.

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ESTELA VILLALBA

En cuanto a los hombres, casi siempre falta la referencia a la profesi?n ejercida, pero en algunos casos puede deducir se qxie eran peque?os comerciantes necesitados de apoyo de un pr?stamo para sostener su negocio o de lograr alg?n cr?

dito en sus compras. Esta peque?a noticia acerca de los instrumentos p?blicos

que los notarios suscrib?an es s?lo una muestra del abundan te material que ofrecen los protocolos del Archivo General de Notar?as; de ellos pueden surgir muchos temas de investi gaci?n y datos para comprobar hip?tesis o rechazar prejui cios generalizados. Las gu?as computarizadas permiten loca lizar y correlacionar informaci?n que antiguamente era casi inaccesible y contribuyen as? a mejorar nuestra comprensi?n

de un periodo poco estudiado, la d?cada de los 1830.

Cuadro 1

1836 1837 N?mero de escrituras 2 970 3 704 N?mero de escrituras en que aparecen

analfabetos 62 111

N?mero total de hombres analfabetos 30 42 N?mero total de mujeres analfabetas 61 95 N?mero total de personas analfabetas 91 13

Hombres (%) 30 42 Mujeres (%) 61 95

Para 1837 no pueden cuantificarse cinco se mencionan muchas personas analfabeta deres generales en los que los poderdante del com?n de sus pueblos que en este caso los Ba?os (19 hombres), San Bartolo Atepe

bres), San Salvador Cuatempa (14 homb

contramos un poder especial de 14 arrier un apoderado para que cobre sus sueldos y cuas en que condujeron municiones de boca En 1836 aparece un poder para recupera do por 19 mujeres herederas del gremio d

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EL ANALFABETISMO

Los siguientes cuadros contienen informaci?n de escritu ras en que figuran analfabetos. El n?mero de participantes es generalmente superior al de las actas registradas, puesto que varios individuos interven?an

en la misma escritura.

Cuadro 2 Tipo de escritura

1836 1837 22

Poder general Poder especial

4 5

Cr?ditos Cesi?n

2 9

Compraventa inmuebles urbanos Compraventa inmuebles r?sticos

43 16 7

16

Testamento

1 1

Arrendamiento

Transacci?n

5

18 5 8 2

Tutela, nombramiento

Mina, av?os Obligaci?n Adopci?n

Contrato servicios Registro de marca de ganado

Cuadro 3

Bienes urbanos mencionados

1836 Casas en la capital Casas fuera de la capital Terrenos en la capital Terrenos fuera de la capital Jacales y cuartos

11

2 (Toluca)

1837 18 3 (Tacubaya, Coyoac?n) 14

2 (Coyoac?n) 2

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ESTELA VILLALBA

Cuadro 4

Bienes rurales mencionados

1836

1837

Haciendas

1 (El Saucillo)

Ranchos 1 (Balbuena)

4 (San ?ngel, San Felipe del Obraje, Texcoco, Teotihuacan)

Terrenos 1 (Pe??n de y huertas los Ba?os)

9 (Mixcoac, Chalco, San Jua

nico, San ?ngel, Acatl?n, Tacu

baya)

Cuadro 5 Capitales manejados Valoraci?n en pesos

Clasificaci?n

Frecuencia

1836

De 100 a 300

Compraventa inmuebles

De 1 000 a 3 000 De 3 000 a 8 000

Testamentos

urbanos

Cr?ditos

1837

Hasta 100

Compraventa inmuebles

Hasta 100

Compraventa inmuebles r?sticos

De 100 a 1 000

urbanos

Cr?ditos

Compraventa inmuebles

urbanos

Compraventa inmuebles r?sticos

Poder Transacci?n

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EL ANALFABETISMO

De 1 000 a 5 000

Compraventa inmuebles

urbanos 3

Compraventa inmuebles r?sticos 1

De 5 000 a m?s

Cr?ditos 3

Compraventa inmuebles

urbanos 2

Cr?ditos 2

Lista de vecindad

1836 1837

Actopan

Atlixco Azcapotzalco

1 1 1

Coyoac?n

Chalco Huastepec Ixtlahuaca Ixtapaluca

Jilotepec Magdalena de las Salinas

M?xico Mixcoac Pe??n de los Ba?os San ?ngel San San San San

Bartolo Tepehuacan Bernardino Contla Juan Teotihuacan Juan Iztallopan

San Mateo Tucuaro Sultepec Tacuba

1

2

2 64

11

1

143

1 19 5

19 1

2 1 1

Tacubaya

2

Tlanepantla Toluca Tula Xochimilco

14

Tlalpan

1

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ESTELA VILLALBA

Cuadro 6

Ocupaciones de analfabetos mencionados espec?ficamente

1836 1837

hombres mujeres h

Comerciante 11 12

Mesonero 1

Ganadero 1 1 Pulquero 1 Viajante 1 Tlapalera 1

Arriero 14

Plomero 3 Int?rprete 1

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LE TRAIT D'UNION, PERI?DICO

FRANC?S DE LA CIUDAD DE MEXICO,

ENTRE LA REFORMA Y LA

INTERVENCI?N

Jacqueline Covo

Universit? Rennes 2

El 13 de enero de 1875, El Siglo XIX, "decano de la prensa

mexicana", escrib?a:

La muerte ha arrebatado al periodismo una figura herc?lea; ha segado una vida consagrada a la civilizaci?n y gastada en sus te rribles combates. . . Ren? Masson ha fallecido ayer . . . No s?lo la causa de la libertad y de la rep?blica en Europa inspir? al fun dador del Trait d'Union, tambi?n la libertad y la reforma en M?xi co le deben important?simos servicios y ... la gratitud del pueblo

mexicano qued? obligada para el constante defensor de sus liber tades y de su progreso intelectual, moral y material. Con Ren? Masson y con Zarco ha terminado esa valiente y espl?ndida gene raci?n que luch? en la prensa mexicana por las m?s nobles, por las m?s santas causas.1

Durante unos 20 a?os, en los momentos en que la naci?n mexicana se trata de encontrar y se va formando contra vien to y marea, Le Trait d'Union, creado por Ren? Masson con el prop?sito de ser un v?nculo entre los franceses de M?xico, va integr?ndose y tomando parte en la vida pol?tica mexica 1 "Ren? Masson", El Siglo XIX, num. 10 (924), 13 de enero 1875, p. 3. Otros art?culos necrol?gicos sobre el periodista franc?s aparecen en la prensa, especialmente en El Federalista, 13 de enero de 1875, p. 2; La Iberia, 14 de enero de 1875, p. 3; El Socialista 17 de enero de 1875, p. 1. Le Trait d'Union a?ade a su propio art?culo del 13 de enero traducciones al franc?s de los principales art?culos, los d?as 14 y 15 de enero. V?anse las explica ciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

HMex, xxxv: 3, 1986 461

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na. La riqu?sima colecci?n del peri?dico franc?s2 abre al in vestigador numerosas posibilidades. Una de ellas, que hemos abordado en otra parte, consiste en que a partir de este ma terial, puede aproximarse al conocimiento sociol?gico de los negociantes y tenderos que formaban la colonia francesa a mediados del siglo xix.3 Pero ofrece tambi?n una base de es tudio como medio de expresi?n: si los lectores franceses de Le Trait d'Union carecen de la calidad de ciudadanos mexica nos, sus actividades y sus intereses econ?micos los hacen par t?cipes en los vaivenes que sacuden al pa?s. El peri?dico franc?s

se sit?a a la vez en el margen y en el centro de la vida nacio nal; observador de la vida pol?tica mexicana, tambi?n es ac tor en ella, y sus opciones, citadas por la prensa nacional, se discuten, se impugnan, influyen. Le Trait d'Union, voz de una

comunidad dispar en el seno de la sociedad mexicana, porta dor de valores que no se han arraigado plenamente en Am?

rica, plantea el problema de la funci?n de este tipo de

peri?dico, ?rgano de una minor?a; pero m?s all?, permite es tudiar el comportamiento ideol?gico del grupo que represen ta: ?en qu? medida entran enjuego, en este comportamiento, la solidaridad con el lugar de nacimiento y los intereses crea dos en el nuevo asilo? Tal dilema ha de mostrarse particular mente agudo cuando los dos elementos entran en conflicto. Le Trait d'Union vivi? tal periodo de crisis, lo observ? y dio cuenta de ?l. De aqu? la importancia de su discurso para nues tro an?lisis. El art?culo necrol?gico de Le Trait d'Union nos ense?a que

el que firmaba Ren? Masson se llamaba Joseph Ren? Mas son, y que falleci? a los 57 a?os ?lo que sit?a su nacimiento

aproximadamente en 1818, El Siglo XIX y El Federalista a?a den que naci? en Meaux ?cerca de Par?s?, se titul? de abo gado y, "en?rgico republicano", se vio perseguido por el r?gimen de Luis Felipe, raz?n por la cual ?seg?n El Siglo XIX? emigr? a los Estados Unidos en 1848; sin embargo, tie 2 Se conserva, incompleta, en la Biblioteca de Hacienda. Existe otra colecci?n en las oficinas del actual peri?dico franc?s, Bah?a de Todos los

Santos 53, M?xico D.F. 3 Covo, 1982, pp. 5-19.

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ne forzosamente la raz?n El Federalista cuando sit?a este epi sodio "antes de 1848", ya que el mismo Masson dice haber

redactado un peri?dico en los Estados Unidos, Le Franco

Am?ricain, "durante tres a?os" antes de iniciar en M?xico la publicaci?n de Le Trait d'Union el 5 de mayo de 1849.4 Es decir que Masson debi? haber salido de Francia antes de 1846,

o sea antes de la revoluci?n francesa de 1848. De las activida

des en Francia antes de estas fechas no sabemos nada. El mismo,

bastante prolijo sobre sus actividades en M?xico,5 conserva

un silencio casi total sobre ese periodo6 y es dif?cil confirmar

que su exilio, definitivo, se debi? a sus actitudes pol?ticas. Cualquiera que haya sido el motivo de su exilio, Ren? Mas son parece haber llegado a M?xico con un capital, garant?as y relaciones suficientes para crear lo que inmediatamente se r? uno de los pocos peri?dicos importantes de la capital en esa ?poca de graves disturbios pol?ticos ?despu?s de los tra tados de Guadalupe-Hidalgo, de la renuncia del general Santa Anna, y de que Jos? Joaqu?n Herrera ocupa la presidencia de la Rep?blica? y de estructuras sociales, econ?micas y cul turales muy d?biles, en un pa?s rural, miserable, pidiendo a gritos reformas; la capital no alcanza 200 000 habitantes; si las casas de empe?o abundan, librer?as, bibliotecas e imprentas

escasean;7 el precio del papel y de las m?quinas importadas encarecen el peri?dico y el libro, que un pueblo inculto de todos modos no puede leer.8 Seg?n el mismo Trait d'Union, poco despu?s de iniciar su publicaci?n, existen en el pa?s 51 peri?dicos, de los que s?lo 10 se publican en la capital (cua tro en Puebla, cuatro en Veracruz, cinco en Oaxaca. . .), ?ni camente en la capital de M?xico y en Veracruz salen diarios 4 Los art?culos del Siglo XIX y El Federalismo indican, como fecha de la creaci?n de Le Trait d'Union, 1850; el n?m. 1 y el prospecto firmado Ren? Masson llevan la fecha de 5 de mayo de 1847. Encontramos esta informa

ci?n en este n?m. 1. 5 V?ase, por ejemplo, Le Trait d'Union del 3 de enero de 1860, p. 1, fechado en Veracruz. 6 "Demostramos ser periodista republicano antes, durante y despu?s de febrero de 1848": 5 de mayo de 1849, n?m. 1. 7 Galv?n Rivera, 1854, p. 344. 8 Covo, 1983, p. 272 y ss.

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y Le Trait d'Union es, entonces, el ?nico peri?dico extranje ro.9 El peri?dico obtiene sus lectores entre los 2 048 fran

ceses que, seg?n el censo levantado por Miguel Lerdo de Tejada en 1855, han tomado en M?xico "cartas de segu ridad"10 y su tirada, sin duda, no pasar? de los 1 000 ejem

plares como indican las cuentas que encontramos en un

volante manuscrito entre las p?ginas de la colecci?n, cifra me

diana en la ?poca, seg?n creemos. Le Trait d'Union se difun de en todo el pa?s: ya desde el primer n?mero aparece en la ?ltima p?gina la lista de sus agentes en 22 capitales de los estados, lista que se repite peri?dicamente11 y que permite confirmar algunos elementos, como, por ejemplo, las listas

de suscriptores para socorrer a los damnificados de unas inun

daciones ocurridas en Francia (julio, agosto y septiembre de 1856). Sin embargo, la abundancia de anuncios procedentes de negociantes de la capital sugiere que all? vive la mayor?a

de sus lectores.

El primer n?mero anuncia que Le Trait d'Union publicar? cada s?bado 16 p?ginas de tres columnas, con un formato de 30 x 21 cm; poco despu?s, el 30 de mayo, se modifica esta periodicidad: para mayor satisfacci?n de sus lectores, el pe ri?dico franc?s saldr? dos veces a la semana (mi?rcoles y s? bados) reduciendo sus p?ginas a ocho; a partir del 2 de junio de 1856, en plena efervescencia pol?tica y period?stica de la Reforma, Le Trait d'Union se transformar? en diario y publi car? cada d?a cuatro p?ginas de un formato de 26.5 x 39.5 cm, duplicando as? la superficie impresa y confirmando su ?xito y prosperidad ("A nuestros suscriptores", 21 de mayo de 1856). Ya desde 1849 componen sus secciones, que en ade lante cambiar?n poco, el "Bulletin mexicain", las noticias

del exterior ?entre ellas las de Francia?, secciones litera

9 5 de diciembre de 1849, p. 76: "Les journaux au Mexique". 10 Lerdo de Tejada; 1856 (Le Trait d'Union cita esta estad?stica en su, n?mero del 2 de junio de 1856, n?m. 10, p. 1). 11 Puebla, Veracruz, Orizaba, Guanajuato, Durango, Guadalajara, Tepic, Mazatl?n, Morelia, Quer?taro, San Luis Potos?, Tampico, Toluca, Matamoros, Zacatecas, Zamora, Tabasco, Acapulco, Alvarado, Oaxaca, Tehuac?n, T?tela del Oro ?sin contar San Francisco y la Nueva Orleans.

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rias ?que incluyen un follet?n franc?s de los autores m?s afa

mados de ese tiempo: Sue, Dumas, Balzac, Sand?, cient?fi

cas, judiciales, revistas, cr?nicas, sucesos, informes

comerciales, precios de mercanc?as, movimiento mar?timo.

Es notable que el "Bulletin mexicain" siempre ocupara la

primera plana del peri?dico franc?s, el espacio m?s valorizado,

manifestando as?, desde el inicio de su vida, una voluntad de integraci?n obvia: si las abundantes noticias de Francia man tienen los v?nculos con la patria, como manifiesta el t?tulo, Le Trait d'Union no incita a la nostalgia, sino a la aclimataci?n

decidida en M?xico. De aqu? el inter?s de nuestro estudio. Ya desde su primer n?mero del 5 de mayo de 1849, Ren? Masson firma, en la primera plana, un "Prospectus" que pa

rece esbozar unas reglas de conducta en su relaci?n con

M?xico:

Vemos, por un lado, la necesidad que tiene una poblaci?n (fran cesa) numerosa y esparcida en diversos puntos de la Rep?blica mexicana de agruparse en torno a un ?rgano que vincule y rela cione constantemente sus diversos elementos . . . (pero, extran jero, tenemos que) quedar completamente neutral en la pol?tica interior (de este pueblo acogedor), aceptar sin control, sin dis cusi?n, sus actos, cuando no nos afectan directamente, al mis mo tiempo que anhelamos, pase lo que pase, su felicidad y tran

quilidad.

Pero, mientras se niega as? a erigirse en un "Don Quijote de la prensa", matiza en esta supuesta neutralidad el tono paternalista del europeo, orgulloso de la experiencia adquiri da en las luchas pol?ticas de su tierra: Si a veces se nos ocurre aventurar un consejo, lo dictar? la pru dencia, y sobre todo los deseos de prosperidad que formamos por la magn?fica tierra en que hemos elegido vivir.

Al mismo tiempo, el "Bulletin mexicain" en ese n?mero

(p. 1) ense?a los l?mites de esta neutralidad al criticar la esteri

lidad de los trabajos del Congreso y la carencia de decisiones para enfrentar los enormes problemas del pa?s.

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Los "consejos de prudencia" del peri?dico franc?s han de ser significativos de sus opciones; los intereses del grupo de negociantes que forman la gran parte de sus lectores ?lo de

muestran sus anuncios y su secci?n comercial? se relacio nan estrechamente con sus "deseos de prosperidad" para el

pa?s. Por no ser posible aqu? un an?lisis exhaustivo de su re laci?n con la realidad mexicana, nos limitaremos esencialmen te al estudio de algunos aspectos de los dos momentos de cri sis que le toc? vivir al Trait d'Union: la revoluci?n de Ayutla y la Reforma, que traen una modificaci?n francesa en que el ?rgano franc?s no puede dejar de sentirse involucrado. Las opciones del "en?rgico republicano" que era el joven Ren? Masson al llegar a M?xico y fundar su peri?dico ?ten dr?a entonces alrededor de 30 a?os? se manifiestan muy pron

to: ya desde el n?mero 10 (16 de julio de 1849), rebatiendo la pol?tica de uni?n aconsejada por El Globo, analiza los dife rentes partidos en su "Bulletin mexicain": "los dem?cratas avanzados" repudian el pasado, planeando reformas para el pa?s; al contrario de los mon?rquicos, "cangrejos pol?ticos", que niegan el progreso y abogan por el retroceso; los mode rados que rechazan cualquier iniciativa atrevida le parecen de muy cortos alcances, y condena a los partidarios de Santa Anna por apoyarse sobre un hombre, y no sobre la fuerza de los principios. Es evidente la preferencia de Ren? Masson por los "dem?cratas avanzados", el ?nico de los cuatro par tidos que no le merece ning?n comentario negativo, prefe

rencia que pronto se confirmar? en apoyo al liberalismo "puro" de la Reforma, despertando a menudo su intromi si?n las protestas del campo contrario. Pero tambi?n apa rece el paternalismo algo arrogante del europeo que interpreta

como puerilidad las dificultades de M?xico para organizarse en Rep?blica y sus tentaciones mon?rquicas: la Rep?blica, ?ltimo escal?n del progreso pol?tico, es la mayor?a de edad

de los pueblos; exige una poblaci?n culta, que conozca sus derechos y deberes (15 de agosto de 1849, n?m. 27, "Bulle tin mexicain"). ?Por qu? parece querer retroceder en M?xico el siglo que avanza en Europa? M?s vale preguntar por qu? el ni?o, que sali? dema

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siado joven de sus mantillas, reintegra con alivio el regazo salva dor de su nodriza, si no se hiri? de gravedad en sus esfuerzos im

prudentes. (4 de agosto de 1849, n?m. 24, "Bulletin mexicain".)

La dictadura de Santa Anna lo reduce a un mutismo casi total sobre materias de inter?s, como a toda la prensa pol?ti ca independiente, aunque el uso del idioma franc?s y el tono festivo, no siempre comprendidos por los censores, le permi ten algunas pullas, a veces castigadas por multas o suspen siones.12 Saludo con alegr?a la triunfante revoluci?n de Ayuda y, ahora s?, la madurez del pueblo que la llev? a bien (14 de agosto de 1855, n?m. 31). Aunque a veces sigue protestando

por su neutralidad, por su posici?n de espectador exterior a todo partido (27 de junio de 1856, "Bulletin mexicain") su af?n por impulsar las reformas aparece pronto. Resultar?a in

teresante seguir su an?lisis de los debates del Congreso Cons tituyente, verlo lamentar su timidez e inadecuaci?n con la rea

lidad del pa?s.13 Sus posiciones radicales sobre el famoso art?culo 15, relativo a la libertad de cultos ?desechado?, son particularmente interesantes y le merecen reacciones ira cundas de la prensa conservadora,14 pero, a este respecto, Le Trait d'Union trata de demostrar que la llamada cuesti?n reli giosa es, en el fondo, pol?tica y econ?mica; que lejos de ata car la religi?n cat?lica, la reforma religiosa se propone com 12 Por ejemplo el 13 de mayo de 1854, durante el fracaso de la cam pa?a de Santa Anna contra el general Alvarez, Le Trait d'Union nota que se espera al jefe de Estado con inmensos arcos de triunfo, pero se teme que no pueda pasar por ellos por la altura de sus laureles. El n?mero es embargado y castigado con multa de 400 pesos. ^ V?anse por ejemplo el 21 de agosto de 1855 y el 22 de febrero de

1856, "Bulletin".

14 V?ase por ejemplo, "Conversations politiques", 19 de septiembre de 1855, p. 1. El representante de Napole?n III en M?xico, Alexis de Ga briac, hablando de Ren? Masson, escribe a su gobierno a fines de 1855: "Nuestros demagogos refugiados han recopilado, desde hace cinco meses, los discursos y las frases m?s violentas de nuestra revoluci?n de 1789. Ellos son quienes han dirigido contra el clero y contra todas las medidas un po

co firmes del gobierno los ataques m?s violentos", D?az, 1963, p. 243.

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batir el enorme poder del clero, poder espiritual y pol?tico, pero tambi?n material, ya que reside en los inmensos capita les de la Iglesia, y en los intereses vinculados con ellos (17 de junio de 1856, "Bulletin mexicain"). El peri?dico franc?s asoma as? la oreja: a esos negociantes franceses, din?micos, emprendedores, ?vidos de aprovechar la "prosperidad" que

desean para M?xico, y que para ello exigen, como la bur gues?a nacional incipiente, las mayores libertades econ?mi

cas, les interesa sobremanera la reforma de la propiedad que ha comenzado a poner en marcha la ley de Miguel Lerdo de Tejada del 25 de junio de 1855. Pocos d?as despu?s de la pro mulgaci?n de esta ley, Le Trait d'Union, entusiasta, escribe: Es axioma, en econom?a pol?tica, que la divisi?n de la propiedad es fuente de riqueza y prosperidad de las naciones; hasta hoy, en vez de dividirse, la propiedad qued? monopolizada en M?xico. Las

corporaciones, reacias a cualquier idea de progreso o mejora, que contaban con una renta fija y segura, descansaban en los inquili nos el cuidado y los arreglos de sus bienes; los inquilinos, con ra z?n, se negaban a unos gastos que s?lo les ofrec?a un goce provi sional, s?lo ventajosos para unos propietarios ego?stas; por lo tanto,

la propiedad, esta gran base de la hacienda p?blica, quedaba en

un estado de abandono que repercut?a en las artes y la industria.

?sta es, sin duda alguna, la causa primera de la postraci?n pro verbial en que hab?a ca?do en M?xico este tipo de negocios . . . C?mplase la ley, todo cambia; todas las actividades econ?micas de la naci?n se multiplicar?n; el aumento de la producci?n reduci r? los precios y permitir? la exportaci?n ... el pa?s entero se trans

formar?. ("El decreto de 25 de junio,,) 2 de julio de 1856.)

Durante los meses de julio y agosto, las columnas del pe ri?dico franc?s comentan las diversas caracter?sticas de la ley,

sus aplicaciones, sus beneficios; se?alan la aprobaci?n de los hombres de negocios norteamericanos que ven alentada su disposici?n a invertir en M?xico (23 de septiembre de 1856: "M. Lerdo de Tejada"). Pero sobre todo aparecen y menu dean anuncios de subastas y ventas de casas: un tal "Pablo L?autaud", que tiene sus oficinas junto al hotel de Iturbide, agente de negocios que ya publicaba anuncios en el peri?di This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:30:47 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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co, propone servir de intermediario en las compras de ca sas;15 el peri?dico mismo avisa de la venta de casas con su localization y estimaci?n, sugiriendo as? que los franceses de M?xico se interesan m?s por los bienes urbanos que por las propiedades r?sticas.16 Y en efecto, los miembros de la co lonia francesa de M?xico aprovechan la oportunidad que les otorga la ley para asentar sus actividades en el pa?s: los resul tados del decreto revelan una gran cantidad de nombres fran

ceses entre los compradores: Bareau, L?autaud, Chassin, Ser

vin, Belmont, P?nichet, Dantan y Cl?ment, Maillefert, Moingeaud, Beauchamp, etc., que imitaron el ejemplo del redactor de su peri?dico, Ren? Masson, citado en 1857 como comprador por 20 400 pesos.17 Todo ello en la tradici?n del m?s depurado liberalismo econ?mico, en oposici?n a las vi

rulentas acusaciones de "socialismo" y "comunismo" con las que los ignorantes quisieron impugnar la ley y su defen

sor franc?s.18 Y, triunfante, Le Trait d'Union muestra confir

madas sus ideas sobre la circulaci?n de las riquezas y la pros peridad que acarrea: lo que antes era un cuchitril maloliente se ha transformado en un hermoso edificio, cuyo valor se ha

quintuplicado: para que la riqueza aumente, el hombre ha de sentirse estimulado por el amor al trabajo y la esperanza de gozar sus frutos (4 de febrero de 1857, p.2). Al examinar las posiciones del peri?dico franc?s en los crue

les a?os siguientes, no podemos olvidar que, defender la Re forma, la Constituci?n y las instituciones republicanas, ade

m?s de una actitud pol?tica, significa, para los franceses 15 Este anuncio se repite muchas veces, por ejemplo el 5 de febrero de

1856, p. 12.

16 V?ase 8, 17, 19, 21, 22, 24 de febrero de 1856, secci?n "Faits di vers mexicains". 17 Memoria de Hacienda, 1857, doc. num. 149, pp. 170 ss, particular mente p. 282. Gabriac acusa expl?citamente a Masson de hacer "nego

cios" con Lerdo, D?az, 1963, p. 319.

18 V?anse las contestaciones a estas acusaciones en Le Trait d'Union del

25 de agosto de 1856, "Bulletin", p. 1. El embajador de Napole?n III, Gabriac, habla, por ejemplo, de "las doctrinas demag?gicas, socialistas y sanguinarias predicadas por la prensa francesa en M?xico", D?az, 1963,

p. 311.

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beneficiarios, defender los frutos de la Reforma. Muy pronto, en efecto, es necesario defender la Reforma que es atacada por todas partes. El 14 de noviembre de 1856, por ejemplo, citando The New York Herald, Le Trait d'Union evoca la amenaza de una coalici?n entre Inglaterra, Francia y Espa?a contra M?xico, coalici?n cuyos v?nculos con el par tido mon?rquico mexicano sugiere prudentemente. Pero el

Plan de Tacubaya le amordaza: el 23 de enero de 1858, el

peri?dico franc?s es suspendido por orden suprema; el tes?n de Ren? Masson procurar? eludir la medida: tres d?as des pu?s (26 de enero) se publica el primer n?mero de Le Courrier Fran?ais-, aun cuando su editor responsable es Charles de Bar res, el hecho de que se imprima en la misma imprenta que Le Trait d'Union (Les Compagnons du Silence de Paul F?val), re vela claramente la voluntad de mantener la l?nea anterior en

lo posible; lo entiende tan bien el gobierno de Zuloaga que suspende esta nueva versi?n y s?lo le permite seguir su pu blicaci?n si guarda silencio sobre la pol?tica local (15 de fe brero de 1858). Pero un desliz le merece una nueva suspen si?n; le sustituye entonces Les Deux Mondes (n?m. 1 del 11 de junio de 1858) que se publica en la misma imprenta, con las mismas caracter?sticas que sus cong?neres, bajo la firma de J. Caire, hasta el 20 de julio, fecha en que desaparece para evitar un fuerte dep?sito previo. Ren? Masson revelar? des pu?s que nunca dej? de participar en las diversas metamor fosis del peri?dico franc?s, ya que desde Veracruz procura, con dificultad, emprender de nuevo sus tareas (3 de enero de 1860), aunque en forma irregular y con las diversas inte rrupciones que supone el estado de guerra civil,19 hasta que la victoria constitucional le permite regresar a la capital y rea

nudar su publicaci?n despu?s de tres a?os de ausencia y de 19 Le Trait d'Union de Veracruz sale solamente tres veces a la semana; el estado de sitio lo obliga a callar el 14 de marzo de 1860, pero reaparece el 1 de abril hasta el 9 de mayo, en que la ausencia de obreros lo enmude ce de nuevo. Reaparece fugazmente el 9 de octubre hasta la victoria cons titucional que le permite regresar a la capital el 8 de enero de 1861. Estas diversas informaciones aparecen en la colecci?n, particularmente de la mis

ma fecha.

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contienda (n?m. 1, del 4 de febrero de 1861). Ya no es una guerra civil la amenaza que se cierne sobre M?xico, ni el r?gimen republicano y sus partidarios france ses, sino de intervenci?n extranjera: Le Trait d'Union se hace el eco de rumores de contubernios entre el vencido general Miram?n y los gobiernos de Espa?a, Francia e Inglaterra, pero se niega a creerlos: no comprende qu? "intereses fran ceses" pudieran explicar tal intervenci?n (24 y 25 de abril

de 1861); jugando con la palabra "canard" (pato) que de signa en franc?s alg?n embuste propalado por la prensa,

exclama:

?Vaya pato! i Qu? gordito, cebadito, emplumadito! Alborot? a to da la ciudad; se cerni? un d?a entero sobre la capital; lo seguimos en su vuelo, con extra?a ansiedad, viendo en ?l, unos un presagio de desastres infinitos, y otros, poco numerosos, la garant?a de rea

lizaci?n de sus m?s vivas esperanzas (6 de mayo de 1961).

Sin embargo, las noticias son cada vez m?s alarmantes hasta

el decreto de suspensi?n de la deuda extranjera y la ruptura

diplom?tica que provoca (19 y 27 de julio de 1861).

Entonces, Le Trait d'Union finge creer que no es para tan to, saludando los esfuerzos del gobierno para sanear la ha cienda p?blica, llamando la atenci?n, a pesar de todo, sobre los intereses de los residentes extranjeros (3 de agosto de 1861).

A principios de septiembre, la amenaza se ha hecho tan pre cisa que da pie a un comentario pol?tico: una intervenci?n extranjera no se justificar?a por razones financieras: la cosa no vale la pena; en realidad, Francia e Inglaterra pretenden extender su influencia en Am?rica, aprovechando el conflic to interno entre Norte y Sur en los Estados Unidos: Inglate rra se apoderar?a de la pen?nsula yucateca, Francia echar?a mano del resto para anexarlo al Imperio (2 de septiembre de 1861). Sin embargo, aun cuando no le extra?an tales ambi ciones de parte del emperador de los franceses, se niega a creer

que Francia pudiera combatir en M?xico los principios re publicanos que ella misma ofreci? al mundo (6 de febrero de 1861), cuando la reciente y cruel guerra no permite la menor

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JACQUELINE COVO

duda sobre las preferencias republicanas de la naci?n mexi cana (8 de febrero de 1861). El ultim?tum franc?s, publicado el 10 de noviembre, sus cita el 11 una indignaci?n dolorosa: M?xico ver?a con pesar y amargura las hostilidades de Francia e Inglaterra, pero no las cree posibles; sus instintos se sublevan con tra una alianza entre dos de las naciones m?s liberales y generosas de Europa y los defensores incorregibles de todos los prejuicios,

de todos los fanatismos, de todos los despotismos.

Sigue dudando, durante mucho tiempo, de la convenci?n de Londres firmada por las tres potencias (3 de diciembre de 1861). Si una intervenci?n espa?ola le parece coherente de parte de la antigua metr?poli colonial, espera que Francia e Inglaterra s?lo deseen defender los intereses de sus naciona les (5 de diciembre de 1861). Este periodo de incertidumbre, coloca al Trait d'Union en una extra?a situaci?n: esta voz francesa, pero disidente, se esfuerza por serenar a sus conciudadanos; quiere creer en la buena voluntad de un gobierno a quien siempre combati?, que siempre le combati? por boca de su embajador; pero fran c?s a pesar de todo, y como tal sospechoso en M?xico, su dis curso tambi?n se dirige indirectamente a los mexicanos; en tre el peligro que representa el invasor, hermano pero enemigo

ideol?gico, y la desconfianza del pueblo hu?sped, su posici?n es dif?cil y la necesidad de defender los intereses creados la agudiza. Por eso, la llegada de las escuadras francesa e ingle sa interrumpe su publicaci?n (18 de enero de 1862). Las con ferencias de Orizaba le devuelven la confianza y la palabra: las negociaciones parecen ofrecer garant?as a los residentes extranjeros (10 de abril de 1862), pero la ruptura de la con venci?n de Londres, el regreso de las escuadras inglesa y es pa?ola, prosiguiendo solos la expedici?n los franceses, de nue vo lo hunden en el asombro y la indignaci?n: Confesamos nuestra impotencia para pintar la extra?eza, la estu pefacci?n, el pesar que provoc? en la masa de la poblaci?n este rel?mpago s?bito en el mismo momento en que el cielo parec?a

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LE TRAIT D'UNION

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relativamente despejado. El gobierno mexicano que nunca quiso

creer seriamente en hostilidad de Francia en el conflicto interna

cional actual, ahora ya no tiene m?s enemigo que Francia (12 de

abril de 1862).

Los n?meros siguientes expresan lo alarmados que esta ban los residentes franceses, pero, sobre todo, la increduli

dad: enga?aron al emperador:

?C?mo convencerse de que el Imperio, que proclama su origen revolucionario, pueda hacerse en M?xico el agente de la contra rrevoluci?n? ?C?mo convencerse de que la Francia de 1789, la Francia de Solferino, pueda hacerse en M?xico el abogado y el soldado de las ideas retr?gradas y de las verg?enzas de la reacci?n clerical? . . . Por primera vez se har?a as? amiga de sus enemigos

y enemiga de sus amigos (15 de abril de 1862).

Pero la inquietud se hace tambi?n m?s inmediata y con creta: algunos peri?dicos multiplican los ataques contra la co lonia francesa; un art?culo de El Constitucional, reproducido por Le Trait d'Union, pide que las se?oras dejen de hacer las compras en las tiendas francesas; Le Trait le contesta que las simpat?as hacia los invasores no son mayores entre los fran ceses de M?xico que entre los mexicanos y afirma que las se ?oras pueden seguir honrando a los negociantes franceses con su clientela (17 de abril de 1862); repite su adhesi?n al go bierno constitucional: Los franceses de M?xico, si tuvieran que votar sobre la cuesti?n,

cuidar?an mucho de afirmar que el actual gobierno es expresi?n de "una minor?a opresiva y violenta" (t?rminos empleados por un manifiesto franc?s) porque no lo piensan, as? como nunca afir

mar?an que el gobierno de Zuloaga y Miram?n era expresi?n de la mayor?a, porque no era as? (21 de abril de 1862).

Cuando suenan los primeros ca?onazos, Le Trait d'Union cree m?s prudente dejar de comentar la situaci?n. S?lo la no ticia bruta encontrar? cabida en sus p?ginas (25 de abril de 1862). Sin embargo, algunos llamados a la expulsi?n de los franceses le incitan a tomar posici?n abiertamente: This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:30:47 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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JACQUELINE COVO

Los artesanos mexicanos habr?n comprendido, sin duda, que en vez de abogar por la persecuci?n de unos franceses inofensivos y adictos a la causa mexicana, m?s patri?tico ser?a empu?ar el fusil

e ir a combatir a los que han invadido su territorio (26 de abril

de 1862).

Y denuncia la intriga mon?rquica, el "plan Almonte" desti nado a derribar a los liberales, la candidatura de Maximiliano de Austria a un trono mexicano, imprudentemente apoyado por el emperador franc?s, enga?ado por los conservadores exi

liados (29 de abril de 1862). La afirmaci?n del peri?dico franc?s con respecto a su ad hesi?n con la causa mexicana no lo salva: en v?speras de la primera batalla de Puebla (3 de mayo de 1862) publica la or den del general Parrodi, suspendiendo la publicaci?n de Le

Trait d'Union, acompa?ada por un comentario desenga?ado, firmado por Ren? Masson. Sin embargo, la colecci?n ofrece

en adelante algunos boletines m?s, titulados "Revista del mes", "Revista de la quincena", sin ninguna indicaci?n de fecha, imprenta, editor, de un formato reducido y en papel

azul. Este bolet?n, destinado, seg?n afirma, al exterior al mis

mo tiempo que da cuenta de la victoria de Puebla reitera su adhesi?n con M?xico, denuncia de nuevo las intrigas mon?r

quicas que enga?aron al emperador:

El actual gobierno de M?xico fue objeto de calumnias tan injustas como apasionadas. Lo pretendieron b?rbaro y sanguinario. La con ciencia de los extranjeros que residen en el pa?s no les permite de

jar sin protestas tales acusaciones.

Este bolet?n sigue public?ndose durante un a?o, relatan do hechos sin comentarios. El ?ltimo se publica el 11 de mayo

de 1863. La derrota de Puebla lo acalla.

Como el ave f?nix y como el gobierno constitucional, rea parece cinco a?os despu?s. Ren? Masson evoca r?pidamente su encarcelamiento en San Juan de Ul?a, su ruina, su des tierro, su determinaci?n de callar el triste recuerdo de la In tervenci?n:

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LE TRAIT D'UNION

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Nadie puede poner en duda nuestras simpat?as por M?xico: he mos dado pruebas de ellas y nos costaron caro (1 de febrero de

1868).

Sin embargo, tal vez, fue excesiva esta crisis para ese hom bre de 50 a?os. El 30 de septiembre del mismo a?o afirma su deseo de dejar su lugar a otros, "m?s j?venes, m?s ardien tes, menos desenga?ados", repitiendo el programa que fue el suyo desde 1849: "uni?n de sentimientos e intereses entre el pueblo mexicano y el pueblo franc?s".20 "Uni?n de sentimientos e intereses. . .": el mismo Ren? Masson resume sin reticencias las dos bases de su l?nea pe riod?stica en M?xico; liberal y beneficiario de la Reforma cuan

do la reacci?n ped?a a gritos la devoluci?n de los bienes ena jenados; franc?s y republicano cuando el invasor era franc?s y mon?rquico. Esta situaci?n por lo visto, no provoc? en ?l conflictos de conciencia. Credo pol?tico e intereses materia les estaban de acuerdo en la colonia francesa como en Ren? Masson, sin duda, para hacer del peri?dico de una minor?a extranjera, materialmente asentada en M?xico, el campe?n de la Constituci?n y las instituciones. SIGLAS Y REFERENCIAS Covo, Jacqueline 1982 "La colonie fran?aise au Mexique, ? travers son jour

nal, Le Trait d'Union" en Presse et Public, Universit? de

Rennes 2, Haute Bretagne, pp. 5-19. 1983 Las ideas de la Reforma en M?xico (1855-1861). M?xico, UNAM.

D?az, Lilia (comp.) 1963 Versi?n francesa de M?xico. Informes diplom?ticos (1853

1858). M?xico, El Colegio de M?xico.

Galv?n Rivera, Mariano 1854 Guia de forasteros de la ciudad de M?xico para el a?o de 1854.

M?xico, Santiago P?rez.

20 En realidad seguir? a la cabeza del peri?dico hasta poco antes de su muerte.

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476 JACQUELINE COVO

Lerdo de Tejada, Miguel 1856 Cuadro sin?ptico de la Rep?blica Mexicana en 1856 formado en vista de los ?ltimos datos oficiales y otras noticias fidedig

nas. M?xico, I. Cumplido. Memoria de Hacienda

1857 Memoria presentada al Exmo. Sr. Presidente sustituto de la Re p?blica por el C. Miguel Lerdo de Tejada, dando cuenta de la marcha que han seguido los negocios de la hacienda p?blica en el tiempo que tuvo a su cargo la Secretar?a de este ramo. M?xi

co, Imp. de V. Garc?a Torres.

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haciendas y ranchos, peones y campesinos en el porfiriato.

algunas falacias estad?sticas Jean Meyer

El Colegio de Michoac?n D?base al odio que va despertan do la hacienda el acrecentamiento del n?mero de rancher?as, que a pe sar de ser subsidiarias de las gran des fincas, sus habitantes y trabaja

dores gozan de m?s libertades;

d?bese tambi?n a lo mismo el desa rrollo, aunque endeble de los ran chos, de las congregaciones y de las comunidades ind?genas.

Jos? C. Valad?s, El porfirismo, 1973, i. p. 275.

Despu?s del estancamiento, a?n mal conocido y no siem pre verificado, de principios del siglo xix, el porfiriato rea nuda, de 1880 a 1910, el crecimiento del siglo xvm. La po blaci?n pasa en esos 30 a?os de 9 a 15 millones, y se desplaza a las tierras calientes de las costas, hacia el noroeste y hacia la frontera septentrional. El sistema econ?mico pasa de un archipi?lago de universos fraccionados, cuyos destinos son casi aut?nomos, a un mercado nacional ligado a su vez con el mer

cado mundial. Este esquema es sumario y existen tantos ca sos particulares como regiones. Hay que a?adir que el pa?s vive 30 a?os de crecimiento demogr?fico y econ?mico cons tante y acelerado a?n, despu?s de 1900, cuando parec?a que se hab?a alcanzado el punto de no retorno. La econom?a mexicana es entonces t?picamente exporta dora y el crecimiento descansa en la explotaci?n creciente de HMex, xxxv: 3, 1986

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JEAN MEYER

los recursos naturales, con una mano de obra barata y capi

tales y tecnolog?as extranjeras. Esto es v?lido sobre todo para

algunos sectores de la industria y de los servicios; en un gra do menor lo es tambi?n para la agricultura, que es a?n el sos

t?n del 70% de la poblaci?n.

La divisi?n del trabajo progresa, las fortunas se hacen y desaparecen, algunas regiones y algunas actividades progre san mientras que otras declinan. Se acent?a la desigualdad entre ricos y pobres, as? como entre las provincias y entre los

sectores socioecon?micos.

Estas distorsiones se agudizan despu?s de 1900. El creci miento se acelera gracias a los sectores de exportaci?n (y la agricultura desempe?a un papel esencial), en tanto que los salarios reales declinan y la poblaci?n aminora su crecimien to.1 Entre 1885 y 1895 los salarios agr?colas hab?an aumen tado 25% ; de 1895 a 1910 disminuyen en 17%. La industria no puede emplear el ej?rcito de reserva de trabajadores al mis

mo tiempo que arruina al artesanado. Este es el principio de la gran emigraci?n hacia Estados Unidos, que desde enton

ces no ha cesado.

A pesar de todos los progresos en favor del mercado na cional, la expansi?n de las exportaciones no mejora la distri buci?n del ingreso nacional, no suprime la dicotom?a entre los enclaves de agricultura comercial y el oc?ano de agricul tura de subsistencia en que trabaja la mayor?a de los mexica nos. El gobierno apoya el movimiento que redistribuye las tierras del Estado y, en un grado menor, las propiedades comunales en beneficio del sector moderno. Este proceso, co menzado mucho antes del porfiriato, se reanuda en la d?ca

da de los noventa. Hasta 1895 los salarios del proletariado rural parecen ir en aumento y el paso de la hacienda patriar cal a la plantaci?n capitalista es as? suavizado. Pero despu?s de 1895, el ingreso rural declina en el mismo momento en que la ruina del artesanado y la disminuci?n de la mano de obra urbana provoca un reflujo hacia los campos, que acre 1 Meyer, 1973, pp. 12-13; Reynolds, 1970, pp. 39-41; Estad?sticas eco n?micas, 1960, p. 172; Katz, 1980, p. 49. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

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HACIENDAS Y RANCHOS

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cienta la presi?n sobre una tierra cada d?a m?s codiciada. Sin embargo, hay autores como John Coatsworth que se?alan, con mucho ?nfasis, que la situaci?n no era tan negra y, en particular, que la disminuci?n en la producci?n de alimentos a lo largo del porfiriato se debe rechazar; seg?n Coatsworth, esa leyenda se debe a extrapolaciones a partir de estad?sticas incompletas.2 No hay s?lo dos agriculturas en M?xico sino muchas va riedades regionales; as?, el norte y el golfo progresan de ma nera global, mientras que el centro y el sur, que concentran la mayor?a de la poblaci?n, est?n a la zaga. Se trata de un movimiento a largo plazo al cual la Revoluci?n no ha puesto fin. A corto plazo hay accidentes en el recorrido entre 1900 y 1910. La producci?n agr?cola de Sonora, de Sinaloa y de Chihuahua desciende 40%, mientras que la del centro aumen ta ligeramente. El descontento particular?simo del noroeste y el papel decisivo que desempe?a en la crisis revoluciona ria, ?no estar?n en relaci?n con este hecho?3 Queda, a fin de cuentas, una econom?a en expansi?n pero en desequilibrio que agrava las tensiones a causa del ?ndice de crecimiento. Esta econom?a nueva, que no alcanza a dar su equilibrio a las dimensiones pol?ticas y sociales del siste ma, es sensible a los ciclos del comercio internacional. Las fluctuaciones comerciales (las exportaciones) afectan los sa larios y as?, despu?s de 1905, la disminuci?n comercial, liga da a la crisis internacional, tiene severas consecuencias en el sector monetario de la econom?a.

LOS TRABAJADORES RURALES

De 15 millones de mexicanos en 1910, 11 viven en el campo: los campesinos forman el 64% de la poblaci?n activa. El por firiato, periodo de auge econ?mico y demogr?fico, termina con el largo estancamiento de la agricultura comercial de los 2 Estad?sticas econ?micas, 1960, pp. 25, 67, 147-148; Reynolds, pp. 39

41; Coatsworth, 1976.

3 Meyer, 1973, p. 223.

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JEAN MEYER

primeros dos tercios del siglo xix La conjugaci?n de los fe n?menos hace que en 1910, cuando estalla la crisis pol?tica por la sucesi?n presidencial, caiga el gobierno en una atm?s fera de grave crisis agraria por no haber sabido dar un lugar al campesinado en la naci?n. El siglo xix, en algunos aspec tos peor que la colonia para los trabajadores del campo,4 ter mina con la diferenciaci?n entre el campesinado ind?gena y el

otro. El primero no habla espa?ol o es biling?e y se compone de comuneros que pertenecen a una comunidad, aislados de la naci?n, pero no del gran propietario, del cacique, del co merciante. El segundo tiene la pr?ctica ?nica del espa?ol y conoce una integraci?n m?s avanzada con la naci?n, una par ticipaci?n m?s activa en el mercado; a ?l pertenecen los pe que?os propietarios que han podido sobrevivir, e incluso pros perar, y los vaqueros y peones que forman un proletariado rural naciente en las haciendas modernizadas. La inmensidad geogr?fica acrecienta la divisi?n: el norte, que no ha conocido el mestizaje por tener que combatir a los n?madas guerreros, es la regi?n de extensas tierras y de po

blaci?n muy raqu?tica, donde se extienden latifundios tan vas tos como algunos estados. El centro y el sur conservan el ideal comunitario, y entre estos dos extremos se encuentran todas

las transiciones. El impacto de la revoluci?n tecnol?gica por firiana, con sus consecuencias sociales y pol?ticas sobre estruc

turas complicadas por antagonismos de clases y de cultura, es el punto de partida de la Revoluci?n, la crisis permanente donde est?n presentes simult?neamente las distintas etapas de la historia mexicana: la edad media y los tiempos moder nos, el mundo precortesiano y la revoluci?n industrial. LOS CAMPESINOS LIBRES

Se trata de los peque?os propietarios que tienen generalmente menos de diez hect?reas. En Oaxaca, Guerrero, Jalisco, Mi choac?n, Veracruz, Morelos, Tlaxcala, y en una parte de los estados de Puebla y de M?xico, las comunidades rurales que 4 Guerra, 1985, i, pp. 240-243.

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HACIENDAS Y RANCHOS

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han conservado sus tierras no son raras, ya sea como una he rencia precortesiana o espa?ola. ?En 1910 el 40% de las co munidades lograron sobrevivir a la ofensiva de las haciendas y de la nueva agricultura!5 Se trata sobre todo, pero no ex clusivamente, de regiones monta?osas del centro y del sur in

d?gena. Al precio de una encarnizada resistencia, las comu

nidades de Morelos, por ejemplo, conservaron algunas tierras.

A los comuneros hay que a?adir 600 000 peque?os propieta rios cuya cuarta parte posee menos de una hect?rea, el 60% menos de cinco y el 90% menos de 50 hect?reas.6 Es notable que entre 1895 y 1910 los peque?os propieta rios hayan aumentado en n?mero, y esto no s?lo siguiendo el proceso de pulverizaci?n por v?a de herencia. La aparce r?a7 es la forma principal de acceso a la propiedad. Los cam 5 En 1973 citamos la cifra de Miranda, 1966, p. 181: "Todav?a en 1910 el 41% de dichos pueblos reten?an sus antiguas tierras", ?cu?l ser? la fuente? Qui?n sabe. 6 Bataillon, 1971, pp. 114 ss y mapa num. 34. Seg?n Tannenbaum, 1951, p. 32, el 74% de la poblaci?n de Morelos viv?a en pueblos libres en 1910; Rabasa, 1972, pp. 240-244. Las cifras son enga?osas; los pue blos ten?an tierras, ciertamente, pero ?cu?ntas? Hasta la fecha, la estima ci?n m?s fidedigna es la que ofrece Alicia Hern?ndez Ch?vez en un traba

jo en preparaci?n:

MORELOS, 1910 Hect?reas %

Haciendas 333 815 77 Ranchos 13 809 3 Propiedad comunal y peque?a propiedad de los vecinos de

los pueblos 83 827 20

Total 431 451

de 496 superficie total del Estado

Resta 431 451 Total 64 949

Los 65 000 habitantes faltantes se c cies no manifestadas. Otra cantidad en los cuadros socioecon?micos de l 7 La aparcer?a sigue esperando a 1968, ya ha se?alado su importanc

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JEAN MEYER

pesinos sin tierra, o sin suficiente tierra, evitan el peonaje arrendando en aparcer?a tierras a las haciendas, que siempre tienen muchas y s?lo cultivan intensamente las tierras m?s productivas, pues se especializan en los cultivos lucrativos. As?, la hacienda produce el trigo y deja a los aparceros el cui dado de sembrar el ma?z, cultivo de subsistencia indispensa ble, alimento b?sico de la naci?n.8 La aparcer?a est? muy ex tendida en una sociedad rural tan distante del universo de los hacendados como del de los peones. Es muy peculiar, pri mero porque a largo plazo conduce al acceso a la propiedad, y segundo porque ocurre tambi?n entre los propietarios me dianos; en este caso es frecuentemente un mecanismo fami liar y un fen?meno de edad: la propiedad pasa, por ejemplo, de t?o a sobrino. El viejo t?o que no puede explotar su tierra por s? mismo, da el excedente en aparcer?a a su joven sobri no que no tiene tierra, o que dispone de fuerzas superiores a las que puede utilizar en su propia tierra.9 Recordemos que los aparceros son hombres libres y en v?a de ascenso: apro ximadamente un mill?n de hombres libres que dependen esen

cial, aunque no exclusivamente, de la agricultura para vivir. Las recuas de mu?as hacen vivir a comunidades enteras en un mundo al que no llega el ferrocarril y anterior a la revolu

ci?n del autom?vil.10 Como dependen frecuentemente del

exterior para las tierras suplementarias, estos hombres palian su situaci?n con el artesanado, los transportes y el trabajo en

la mina durante el invierno. Viven de los burros, de la apar cer?a, pero no del trabajo asalariado; son independientes. En la c?spide de este grupo se encuentra una minor?a de hombres, sino ricos por lo menos acomodados: los ranche ros, propietarios de un "rancho", que explotan tierras que van de 100 a 1 000 hect?reas, trabajadas por el propietario, 8 Es el caso en el valle de Zamora: investigaci?n en curso de Cayeta no Reyes, Centro de Estudios Rurales, El Colegio de Michoac?n. 9 Investigaci?n en curso sobre la regi?n de Tocumbo, Mich., de Este ban Barrag?n L., Centro de Estudios Rurales, El Colegio de Michoac?n. 10 Cuando llega el ferrocarril puede arruinar a la arrier?a, como en el

caso de Aguascalientes, Rojas, 1981, p. 45. Sobre la arrier?a misma, Es teban Barrag?n L., supra.

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haciendas y ranchos 483

su familia y algunos asalariados. Los ranchos aumentan de 33 000 en 1900 a 50 000 en 1910, sobre todo en los estados de Guanajuato, Jalisco y Michoac?n.11 Se nos dice que su distribuci?n var?a inversamente seg?n los factores que influ yen en la repartici?n de las haciendas; se encuentran donde el relieve es muy accidentado para las haciendas, pero donde numerosas parcelas de buena tierra recompensan el trabajo intensivo. Se hallan sobre lo alto de colinas, sobre el curso superior de los r?os, en las peque?as planicies de inunda ci?n.12 Donde hay agua les es dif?cil resistir a la presi?n de las haciendas; sin embargo, los rancheros del Baj?o, que fue ron los primeros en practicar la irrigaci?n por bombeo el?c trico, ven?an arrendando excelentes tierras a las haciendas des

de el siglo xvin.

La hacienda 4'Entre 1640 y 1940 la hacienda fue la unidad productiva que predomin? en el campo mexicano y en torno a ella gir? toda la problem?tica agraria."13 Podemos aceptar esa afirmaci?n cualitativa ya que la hacienda, esa modalidad mexicana de la gran propiedad,14 por su extensi?n, por su producci?n, por sus relaciones de trabajo, marca directa o indirectamen te toda la vida rural. Pero antes de entrar a nuestro tema prin

cipal, que es precisamente un intento para medir qu? tanto 11 Estad?sticas sociales, 1956, p. 41. Tenemos que poner en duda la ci fra de 50 000 "ranchos" porque fue obtenida a partir de la Divisi?n Terri torial del censo (ver notas 46 y 51), confundiendo localidades con propie dades. Alg?n investigador tendr?a que volver a hacer los c?lculos a partir

de otra base documental. 12 McBride, pp. 66 ss. 13 Leal, 1984, p. 162. 14 Faltan estudios comparativos entre Am?rica Latina y la Europa de los latifundios, no s?lo del mundo mediterr?neo sino del mundo al este del r?o Elba y del mundo anglosaj?n. Seg?n el censo de 1873, 2 500 pro

pietarios controlaban 42% de la tierra en Inglaterra y Gales; 3 500, el 66%

en Escocia; el duque de Sutherland pose?a 488 000 hect?reas (claro, en las tierras flacas de Highlands). Ver Thompson, 1963 y Spring, 1963.

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JEAN MEYER

pesa la hacienda en el campo en 1910, recordemos algunos

puntos.

Hay que distinguir entre el latifundio tradicional, vasto do

minio bien o mal trabajado, directa o indirectamente, pero de manera paternalista, muchas veces en simbiosis con las comunidades circunvecinas, y la hacienda moderna que par ticipa con diligencia en el crecimiento econ?mico nacional. El primero est? en retirada despu?s de 1880-1890, la segun da toma como modelo la plantaci?n tropical de las costas.15 La modernizaci?n socava la hacienda tradicional en cuanto la tierra se vuelve un capital que debe multiplicarse. La com pra y venta acelerada de las haciendas destruye los lazos en

tre las familias de los trabajadores y la familia del ha cendado.16

Existe una geograf?a de los tipos de haciendas: en los estados

poco poblados y semi?ridos del norte, los grandes propieta rios, como los Terrazas en Chihuahua, controlan verdade ros imperios ganaderos, cuyo valor por hect?rea es rid?culo. En los estados m?s poblados y f?rtiles del centro, las hacien das ocupan proporcionalmente menos espacio, pero su valor por hect?rea es mucho m?s alto. En t?rminos medios el valor por hect?rea de la hacienda de 1 500 hect?reas es diez veces el de la hacienda de 100 000 hect?reas. No nos hipnoticemos, pues, con las haciendas norte?as millonarias en hect?reas, sino

con los ingenios azucareros de Morelos (segundos en produc tividad en el mundo, despu?s de los de Hawaii), las planta ciones algodoneras de La Laguna o las haciendas de agricul tura intensiva del Baj?o.

En cuanto a los peones ?limitamos el uso de la palabra

a los peones acasillados, o sea los trabajadores permanentes, alojados en la hacienda, que reciben jornal, raci?n de alimen tos y otras prestaciones? ya se ha escrito todo lo relativo a ellos; infierno, su condici?n seg?n los unos, para?so, seg?n los otros. Digamos que nada es simple y nada es estable. Todo 15 Guerra, 1985, i, pp. 124-125, proporciona un espl?ndido ejemplo de paso de la hacienda patriarcal a la nueva empresa. 16 Guerra, 1985, i, pp. 124-125: el imperio ganadero, reci?n creado por Terrazas, no logr? la integraci?n social. Leal, 1984, pp. 167-174.

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HACIENDAS Y RANCHOS

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depende de la regi?n, de la ?poca, de la hacienda.17 En el

norte y en el centro norte, se manifiesta claramente, a veces

triunfa su evoluci?n hacia un proletariado moderno asalaria do (y hacia la aparcer?a); el hecho nuevo es la movilidad geo gr?fica mucho m?s numerosa de hombres. El otro extremo se encuentra en el sureste, en donde la modernizaci?n, bajo

la forma de la plantaci?n, casi lleva a la esclavitud a una poblaci?n poco numerosa y muy aislada. En el centro la si tuaci?n es m?s estable y los peones no sufren un deterioro notable en su nivel de vida. Si es cierto que los precios suben mientras que los salarios siguen estables, los peones acasilla dos, que reciben raciones de alimentos, no pierden demasia do: el poder adquisitivo de su salario baja, pero no tienen que pagar los alimentos cuyo precio sube.18 El problema no es tanto el de la condici?n de los peones, sino el de la situaci?n de los jornaleros, medieros y arrenda tarios que sufren la baja de los salarios, el alza de los alimen tos y de las rentas: si el arrendatario paga m?s, el mediero entrega un porcentaje mayor de su cosecha.19 Hasta ahora nos hemos quedado intencionalmente en la evocaci?n cualitativa y poco precisa, sin aparato estad?stico. Pero al llegar a la tesis umversalmente aceptada de que en 1910 m?s de la mitad (o la mitad) de la poblaci?n rural esta ba compuesta de peones viviendo en las haciendas, que 6 194 propiedades de m?s de 1 000 hect?reas, o sea el 3% de todas las propiedades, cubr?an una superficie superior al 97% res tante, que menos de 1 000 familias pose?an el 65% de la su perficie agr?cola ?til, empezamos a manejar cifras y tenemos que ponerlas en duda.20

17 Katz, 1980. Sobre las dur?simas condiciones del sureste, Turner, 1910; Benjamin, 1981. A la inversa, Cross, 1976, presenta las buenas con diciones de Zacatecas. Tambi?n los trabajos cl?sicos dejan Bazant, Nic

kel, 1978.

18 Confirmado por Guerra, 1985, i, p. 335. 19 Guerra, 1985, i, p. 336. 20 La bibliograf?a ser?a interminable. Confieso haber repetido esa te sis umversalmente aceptada, Meyer, 1973a, pp. 228-229, aunque en las p?ginas siguientes, 229-230, pusiera cifras contradictorias.

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486

JEAN MEYER

? Una falacia? "En 1910 casi la mitad de la poblaci?n rural completa resi d?a en haciendas. . . Los pueblos de hacienda eran mucho m?s numerosos que los libres; en 1910 exist?an 56 285 co munidades de plantaci?n, y s?lo 11117 pueblos agr?colas li bres. Casi el 82% del total de las comunidades rurales se ha llaban vinculadas a haciendas, en 1910. En otras palabras,

M?xico era un pa?s de comunidades de haciendas" y "en 1910 la mayor parte de la poblaci?n mexicana estaba clasificada

como peones".21

Poblaci?n rural bajo el sistema de hacienda22

Grupos Poblaci?n rural libre 479 074 En servidumbre (peonada) 9 591 752 Semi-rural 430 896

Total 10 501 722

As? que seg?n nuestros autores entre 96 y 97 % de los jefes

de familia, en 1910, no pose?an ninguna propiedad indivi dual.23 Eso fundamenta la interpretaci?n agraria de la Re 21 Tannenbaum, 1951, p. 21. Las cifras fueron retomadas por Cardo so, 1980, p. 468, y Leal, 1984. El n?mero de 56 285 "comunidades de plantaci?n' ' resulta obviamente de la cantidad de 6 000 haciendas con 50 000 ranchos, cifras tomadas de la Divisi?n territorial del censo de 1910

(ver nota 46). 22 Tannenbaum, 1952, p. 23. Se debe reconocer que el mismo autor, en la p. 22, apunta que "Es peligroso clasificar como peones de campo a toda la poblaci?n que estaba empleada en cultivar la tierra, exceptuando a los propietarios y a los grandes arrendatarios. Este error en el censo de 1910 es aceptado generalmente por los investigadores de M?xico.'' Sin em bargo, Tannenbaum repiti? el mismo error y contribuy? mucho a propa garlo. Su ceguera y la nuestra se presta a un comentario freudiano. 23 Tabla n?mero 24 de McBride, 1951, p. 94. Observen que el con cepto de propiedad individual, tal como se utiliza aqu?, implica que la pro piedad de los "comuneros", de los habitantes de cualquier tipo de comu

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HACIENDAS Y RANCHOS

Poblaci?n rural y tenencia de la tierra en 1910 Porcentaje de

Poblaci?n

Estados Aguascalientes

Baja California

Campeche

Coahuila Colima

Chiapas

Chihuahua

Durango Guanajuato

Guerrero

Hidalgo Jalisco

M?xico

Total

rural

(%)

70 507

58.5 89.4

14 101

505

9 347

1 111

73.1

12 670 47 947

1 110

46 736 63 351 239 736 52 556 361 246 315 329 407 577 776 443 545 183 590 796 932 235 831 347 828 947

66.2 67.6 82.3 77.7 84.4 71.7 91.7 91.4 77.1

Puebla

896 618

Quer?taro Quintana Roo

200 211

84.0 83.6 77.7 72.2 86.7 81.4 81.8

9 109

100.0

Michoac?n Morelos Nuevo Le?n

Oaxaca

San Luis Potos?

Sinaloa Sonora

Tabasco Tamaulipas Tepic (Nayarit)

Tlaxcala

Veracruz

Yucat?n Zacatecas

Cabezas de

139 467 263 603

901442

488 894 278 423 219 563 175 247 198 770 139 273 157 110 887 369 249 061 406 214

77.9 86.0 82.7 93.4 79.6 81.4 85.3 78.3 73.3 85.1

familia

297

10 511

334

72 249 63 066 81 515

2 911

155 109 118 186 166 165

289 037 159 447 269 789

27 893 52 721 180 288 179 324

40 042

1822 97 779 55 685 43 913 35 049 39 754 27 855

31422 177 474

49 812

81243

2 883 2 681

4 533 1 712

1645

7 296

856

4 518 140 2 893

499 1259 650 27 1745

2 951

1875

1 707

3 079 1 712

224

1954 1806 1535

Porcentaje de

cabezas de fa

cabezas de fa

milia que po

milia que no

seert alguna

poseen ningu

dividual

na propiedad individual

3.6 11.8

2.3 2.3

3.1 4.0 4.5 3.2

2.9 1.5 1.3

3.8

0.5 2.7 0.5 5.4

0.2 0.7

1.6 1.4 1.8 5.3 4.2

4.8 7.7

6.0 0.7 1.1

3.6

1.9

96.4 88.2 97.7 97.7 96.9 96.0 95.5 96.8 97.1

98.5 98.7 96.2 99.5 97.3 99.5 94.6 99.8 99.3 98.4 98.6 98.2 94.7 95.8 95.2 92.3 94.0 99.3

98.9

96.4 98.1

Fuente: McBride, 1951, p. 94, tabla 24.

nidad, no es verdadera propiedad, pero lo m?s probable es que haga como los autores de Estad?sticas sociales, pp. 217-219, y concluya que el 96.9% de los jefes de familia se hallaban "sin propiedad agr?cola*\

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JEAN MEYER

voluci?n Mexicana como revoluci?n esencialmente campesi na, interpretaci?n que culmina en ''image d'Epinal" con las espl?ndidas im?genes elaboradas por S.M. Eisenstein en sus pel?culas "?Que viva M?xico!" y "Thunder on Mexico".2* ?Exageramos? Con todo y los trabajos que han subrayado la modernidad de la revoluci?n, qued? profundamente graba da la imagen de una revoluci?n agraria en sus causas y cam pesina en sus tropas. Es cierto, en buena parte, pero en par te nada m?s. Lo que no es cierto es que 836 hacendados hayan sido due?os de la vida y de la muerte de 3 130 402 peones, que la peonada haya sumado la cifra de 9 591 752 almas. No es cierto que no haya existido en el campo nada fuera de esa tremenda dicotom?a, sino unos 50 000 rancheros for mando una raqu?tica clase media. Es falso, pero corresponde a la visi?n de M?xico en 1910 que grab? en el inconsciente colectivo de los "Social Scientists' ' el panfleto Barbarous Mexico

de John Kenneth Turner. En esa visi?n se escamotea a todos los pueblos, ind?genas o no, que han conservado sus tierras y que no aparecen en los censos, como tampoco aparecen los medieros y los arren datarios, tampoco los peque?os propietarios (el ranchero no es un peque?o propietario sino un mediano propietario, "free hold yeoman"), y tampoco todos los hombres que, adem?s de tener una parcela exigua, ejercen uno o varios de los mil oficios que se dan en un campo que est? lejos de ser exclusi vamente agr?cola. Esa impresionante visi?n entr? en nuestra memoria con el mapa de Frank Tannenbaum:25 Desde 1920-1929 repetimos lo que escribieron, no sin con tradicciones internas, McBride y Tannenbaum, ellos mismos v?ctimas de una lectura demasiado entusiasta de Wistano Luis Orozco y de Andr?s Molina Enr?quez.26 Estos cuatro auto 24 La violencia, la lujuria, el sadismo de los hacendados del cineasta S.M. Eisenstein remite a los catecismos hist?ricos que nos representan a las revoluciones francesa y rusa: masas campesinas aplastadas por arist? cratas y "pomieski" exc?ntricos, crueles y ociosos. 25 Tannenbaum, 1952, p. 24. 26 Orozco, 1895; Molina Enr?quez, 1909.

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HACIENDAS Y RANCHOS

Proporci?n de la poblaci?n rural que vive en HACIENDAS POR ESTADOS. 1920-1921.

VjJ Menos de 25 1 de 25 a 50

?^E^ de 50 a y.yA m?s de 75

res proporcionan elementos27 que permiten poner en duda la tesis de la servidumbre universal de la poblaci?n rural pero la fuerza de la Vulgata es tal que el lector no los toma en cuen ta. Hablamos por experiencia personal. Nos cost? trabajo des arrollar unas dudas que, sin embargo, manifestamos desde 1973.28 Primero aprendimos el catecismo, luego nos topamos

con las afirmaciones de Luis Gonz?lez, Ram?n Fern?ndez 27 Ver nota 22.

28 Meyer, 1973, cap. i; Meyer, 1973-1975, hi. "In studying compa rative agrarian history, I soon noticed that nearly every specialist on a par ticular country believed that the ownership or effective control of the iand was unusually highly concentrated in the country about which he had writ

ten." Moore Jr., 1978, p. 39, nota 36.

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JEAN MEYER

y Jos? Ram?rez Flores.29 La tentaci?n era la de liquidar es tos "deviant cases" como no representativos, como excep ciones a la regla. Sin embargo, las molestas cifras proporcio nadas por Rabasa,30 e ingenuamente por Tannenbaum, la multiplicidad de las "excepciones" encontradas a lo largo de la investigaci?n del autor sobre la Cristiada,31 m?s reciente

mente la publicaci?n de buenos libros sobre los "ranche

ros"32 nos confirmaron la idea de que algo andaba mal. A esta sospecha se debi? en parte la organizaci?n del colo quio "Despu?s de los latifundios";33 pero segu?amos sin sa ber c?mo desmitificar al mito. As? que Fran?ois-Xavier Guerra no nos despert? de nues tro "sue?o dogm?tico", pero s?, y eso vale m?s, nos propor cion? una clave metodol?gica.34 A ?l y a su extraordinario libro demoledor debemos el presente trabajo.35

El error n?mero uno

Guerra demuestra que ca?mos ciegamente, con los ojos abier tos, en la trampa de las palabras y de las cifras. Los gu?as de estos ciegos fueron McBride y Tannenbaum,36 cuyos re sultados fueron posteriormente retomados tal cual por noso tros.37 El error se remonta a los a?os veinte y consisti? en 29 Desde 1965, antes de la publicaci?n del famoso Pueblo en Vilo, Gon z?lez, 1968, traducido al ingl?s y al franc?s. A estos tres autores debo mu

ch?simo. 30 Rabasa, 1972, pp. 242-245. 31 Ver nota 28. La "Cristiada" es el gran levantamiento campesino de los a?os 1926-1929, ligado al conflicto entre la Iglesia y el Estado. 32 El primero de la serie fue Schryer, 1980; el ?ltimo G?mez Serra

no, 1985.

33 Moreno Garc?a, 1982. 34 Guerra, 1985, h, pp. 472-489, "La population rurale: le pi?ge des termes et des chiffres". 35 Ese trabajo es parte del proyecto colectivo del Centro de Estudios Rurales de El Colegio de Michoac?n, 1981-1982: "Agricultura y sociedad

en el valle de Zamora, 1780-1880". 36 McBride, 1951. 37 Meyer, 1973.

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HACIENDAS y ranchos

una lectura err?nea de los censos de 1895 y 1910 que llev? a una extrapolaci?n fatal. Los censos ?se trataba de un censo de la poblaci?n nacio nal, no de un censo agrario? clasifican por un lado a los me xicanos seg?n su actividad principal, por el otro seg?n la "ca tegor?a pol?tica de las localidades", es decir seg?n la naturaleza de su residencia. Ligar las dos clasificaciones para reconstruir las estructuras agrarias no es nada f?cil y de ah? salieron to dos nuestros errores. Hubo, por un lado, confusi?n entre te nencia de la tierra y residencia, por el otro confusi?n en el sentido de las palabras utilizadas en los censos. As? en los censos de 1895 y 1900, en el campo, aparecen dos categor?as, nada m?s: agricultor y pe?n (o jornalero). En 1910 surge una tercera categor?a: hacendado, muy poco uti lizada ?ya que se anotan 836 hacendados para todo el pa?s!38 En realidad los hacendados figuran en la categor?a "agri cultor" que significa propietario de cierta importancia. Eso no significa que todos los dem?s sean hombres sin propiedad r?stica. El censo dice: "pe?n (o jornalero)". Si el pe?n puede ser efectivamente el pe?n acasillado, el trabajador de tiempo completo que vive en la hacienda (y no es seguro que tal sea el sentido de la nomenclatura), la palabra jornalero corres ponde a otra realidad: jornaleros son todos los dem?s, pero

Poblaci?n rural de M?xico, por grupos (1910)

Grupos N?mero Hacendados 836

Total 3 7

Due?os de propiedades de

Administradores, peque?os pr

arrendatarios 278 474

Peque?as industrias rura

Peones de campo 3 130 402 Poblaci?n semi-rural 116 51

Fuente: Tannenbaum, 1951, p. 23.

38 Tannenbaum, 1952, p. 23, tab ha sido citada despu?s mil veces.

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JEAN MEYER

por desgracia nuestros tres autores eliminaron la palabra (jor nalero), llegando a las conclusiones siguientes: Los cuadros 46 y 85 de las Estad?sticas sociales del porfiriato repiten lo mismo. El 46 (poblaci?n agr?cola clasificada en agri cultores, peones y hacendados, por estados y para los a?os 1895, 1900, 1910) da cifras absolutas, y el 85, basado en el 46, da porcentajes de " propiedad territorial y poblaci?n agr? cola por entidades federativas". Las conclusiones son: en 1910,

el 96.9% de las "cabezas de familia rural'' est?n "sin pro

piedad agr?cola" y el 88.4% de la poblaci?n agr?cola se clasi

fica como "peones".

La primera cr?tica que se debe hacer a esos cuadros esta d?sticos, que no fueron sacados de los censos sino elaborados a partir de los censos, es de orden ling??stico. En los archivos parroquiales que hemos trabajado en Mi choac?n,39 en el rubro "ocupaci?n", hasta bien entrado el siglo XX, todo el mundo (comuneros, arrendatarios, peque ?os propietarios, etc.) se autodefine como jornalero, palabra

que es casi siempre usada como sin?nimo de campesino. O sea que el censo de 1910, en la tradici?n de todos los censos

del siglo XIX (si no es que del siglo XVIII) clasifica como

"pe?n" (o jornalero) a todos los que no tienen la condici?n social superior de "agricultor". En esa categor?a est?n todos los comuneros y todos los peque?os propietarios, para no ha blar de medieros, arrendatarios, jornaleros, que pueden ser todo eso a la vez. Todos quedaron catalogados como "peo nes de campo" y confundidos con los "peones acasillados". As? llegamos en las Estad?sticas sociales del porfiriato*0 a la con

clusi?n de que en 1910 los peones representaban el 88.4%

de la poblaci?n rural mexicana: el 95.2% en Jalisco, el 94.3%

en Michoac?n, el 95.8% en Morelos, el 97% en Tepic (hoy Nayarit), el 98.8% en Tlaxcala. . . Una peque?a (e incons ciente) manipulaci?n, simplificaci?n ling??stica, que llev? a una grave equivocaci?n y a elaborar estad?sticas alejadas de la realidad. Para se?alarla basta con tomar en cuenta la exis tencia de los poblados libres, de las comunidades con sus par 39 Moheno, 1985. Comunicaci?n personal, 4 de noviembre de 1985.

40 Estad?sticas sociales, 1956, pp. 217-219.

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HACIENDAS Y RANCHOS

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celas familiares y sus amplias tierras comunales, y se viene abajo este edificio artificioso. Guerra, al estudiar los estados de Morelos y de Oaxaca41 demuestra que en las regiones con muchas comunidades42 las estad?sticas no resisten un examen m?s acucioso. Cuando la

extrapolaci?n dice: que los peones, en Morelos, representan 95.79% de la poblaci?n agr?cola activa, Guerra saca a luz que 51 % de la poblaci?n rural vive en pueblos y aldeas con tie rras; para Oaxaca la versi?n tradicional nos habla de 69.07 % de peones, pero Guerra se?ala que el 78.3% de la poblaci?n rural vive en pueblos con tierras. O sea que al tomar en cuenta

a los comuneros, las cifras cambian radicalmente. Cuando no se hace eso, el 92.5% de las familias en el campo more lense no tienen tierra, cifra que cae al 46% al tomar en cuen ta a los pueblos. Para Oaxaca las cifras respectivas son 53.7 y 21 % ; en ambos casos una diferencia de m?s de uno a dos. William Taylor, en su brillante Landlord and peasant in Colo nial Oaxaca ya hab?a ofrecido a nuestra reflexi?n la correla ci?n existente entre la fuerza de la propiedad comunal en Oaxaca en 1910 y la no participaci?n de dicho estado en la Revoluci?n. En 1910, en la parte central de Tlaxcala (la ter cera parte del territorio con los dos tercios de la poblaci?n), 60 000 hect?reas segu?an bajo control campesino y la mayo r?a de la poblaci?n viv?a en pueblos con terrenos comunales explotados en forma individual. En el sureste de Tlaxcala, la peque?a y mediana propiedad invad?a desde el siglo XVIII 41 Guerra, 1985, h, pp. 474-476. 42 Tannenbaum, 1952, pp. 23, 32, cuadros 6, 14. Para algunos esta dos hay variaciones espectaculares entre 1895 y 1910, que no correspon den a la realidad social sino al embarazo de una administraci?n que no sabe qu? hacer con los comuneros. En Chiapas, los "agricultores" pasan

de 71.2% en 1895 a 85.8% en 1900, para caer a 7.2% en 1910. Como

en el mismo tiempo el porcentaje de los peones pasa de 28.8 a 14.2, para saltar a 92.8 en 1910, resulta claro que a los comuneros se les contabiliz? dos veces como agricultores, antes de pasarlos a la categor?a de "peones". La demostraci?n se puede hacer para Campeche, Colima, Chihuahua, Nue vo Le?n, Oaxaca, Tamaulipas, Tepic, Yucat?n, Zacatecas. Estad?sticas so ciales, 1956, pp. 40-41, 217-219, cuadros 46, 85. Tannenbaum, 1952, p. 32, calcul? el porcentaje de la poblaci?n rural residente en pueblos libres

en 1910.

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JEAN MEYER

valles y llanuras y el sector campesino viv?a a?n en pueblos.43

Para Michoac?n se puede hacer la misma demostraci?n y ver que todos los comuneros, numerosos por cierto, queda ron clasificados como peones, de tal modo que estos ?ltimos representan el 94.3% de la poblaci?n agr?cola activa y que ?son el 97.3% "las cabezas de familia rural sin propiedad agr?

cola!" Esos porcentajes son tan incre?bles que McBride tuvo que conceder: "si deducimos, en este caso (Michoac?n), una tercera parte del n?mero para tener en cuenta cualquier in certidumbre en el n?mero de cabezas de familia que pudie ran disfrutar el uso de bienes comunales entre las 239 pobla ciones. . ." Pero no lo hizo y se qued? con su 97.3%. ?C?mo aceptar tales cifras para los distintos distritos de P?tzcuaro y Uruapan en los cuales predominan los pueblos ind?genas? Hasta en el distrito de Zamora, con sus numerosas hacien das, cuatro de los nueve municipios est?n pr?cticamente sin haciendas: Pur?pero, Chuchota, Tangamandapio, Tlazazal ca. Sin embargo, se les atribuye una poblaci?n activa de pu ros peones.44 El error n?mero dos

Si la clasificaci?n profesional del censo de 1910 enga?? a los autores, que la usaron para definir el porcentaje de hombres sin tierra, la clasificaci?n de los lugares de residencia, seg?n la "categor?a pol?tica' ', vino a confirmar y a agravar la equi

vocaci?n.

El censo se public? en dos partes. La primera, sint?tica: Tercer Censo de Poblaci?n de los E. U.M., verificado el 27de octubre

de 1910, presenta los datos estad?sticos individuales: profe si?n, edad, sexo, religi?n, idioma, etc.; la segunda, llamada

Divisi?n territorial, da para cada estado la lista alfab?tica de las

localidades con su "categor?a pol?tica"45 y su poblaci?n. 43 Buve, 1984, pp. 215-218. ?C?mo creer en el cuadro 85 de las Esta d?sticas sociales, 1956, cuando afirma que en Tlaxcala, en 1910, el 99.3% era sin propiedad agr?cola? 44 Estad?sticas sociales, 1956, p. 218; McBride, 1951, p. 86. 45 Guerra, 1985, n, pp. 477-484.

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haciendas y ranchos

En esta Divisi?n territorial los "ranchos" son muy nu sos,46 lo que nos obliga a reflexionar sobre el sentido

Tercer censo, 1918-1920; Divisi?n territorial, 1917: ciudad, villa, pu congregaci?n, cuadrilla, hacienda, rancher?a, rancho, campamento nia, secci?n, estaci?n, etc?tera.

Tabla 14: DISTRIBUCI?N DE LA POBLACI?N

RURAL Y DE LA TIERRA ENTRE LOS PUEBLOS LIBRES Y LAS HACIE Porcentaje de la poblaci?n rural residente en los

Estados pueblos libres (1910)

Oaxaca 84.9 M?xico 82.1

Hidalgo

78.2

Puebla

77.2

Veracruz 75.8 Mor?los 74.1 Tabasco 67.7

Tlaxcala 65.0

Sonora Yucat?n 54.0

54.4

Baja California 52.0

Guerrero 49.8 Campeche 49.4 Michoac?n 39.4 Colima 39.1 Nuevo Le?n

Chiapas Nayarit 34.7

Aguascalientes 33.6

Jalisco

33.4

Coahuila Durango 29.5 Sinaloa 26.4 Tamaulipas 23.2

30.4

37.

36.2

Chihuahua 33.0 Quer?taro 33.0

Zacatecas 21.1 San Luis Potos? 17,8 Guanajuato 13.3

FUENTE: TANNENBAUM, 1952, p. 32.

46 Guerra, 1985, il. p. 478. En 1910: 68% para todo el pa?s.

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JEAN MEYER

palabra. "Rancho" puede ser una hacienda, parte de una hacienda, una propiedad mediana o peque?a, o una locali dad, sin personalidad jur?dico-pol?tica, que agrupa de 20 a

2 000 personas.

As?, en el Distrito de Zamora en 1877, de Pur?pero, cabe cera de municipio, dependen los ranchos siguientes: Caurio, 1 550 habitantes; Casas Viejas, 1 200 habitantes. A la tenencia de Tlazazalca, en el mismo municipio, pertenece la congra gaci?n de Acuitzeramo, 749 habitantes. En 1910 el rancho de Puentecillo, en el municipio de Tanganc?cuaro tiene 902 habitantes, y San Antonio, 680. En el municipio de Ixtl?n, el rancho de Ibarra tiene 1 444 habitantes. Comentario sobre la evoluci?n entre 1877 y 1910

Sin dejarnos hipnotizar por unas cifras cuya exactitud es bas tante relativa, podemos insistir sobre los rasgos generales del movimiento demogr?fico: 1) Pur?pero, Chilchota y Santiago Tangamandapio siguen pr?cticamente sin haciendas. De tomarse el censo al pie de la letra, casi toda la poblaci?n de Pur?pero vive en pueblos. Chilchota y Tangamandapio concentran al ind?gena del dis trito: la Ca?ada de los Once Pueblos (Chilchota) y Tarecua to (Santiago Tangamandapio). Cada uno de ?osTanchos del municipio de Tangamandapio tiene casi tantos habitantes,

en 1910, como cualquiera de los Once Pueblos; el n?mero de los ranchos se duplica y su poblaci?n aumenta a m?s del doble. Los pueblos pasan de 2 a 3 y su poblaci?n aumenta en 60 por ciento.

2) En Tlazazalca y Tanganc?cuaro, las haciendas siguen

siendo secundarias: 8 con 1 150 habitantes en 1877, 56 con 1 246 en 1910, mientras que los ranchos se duplican en n? mero y crecen much?simo; si las cifras para Tlazazalca son dif?ciles de manejar, para Tanganc?cuaro se pasan de 920 a 3 700 habitantes: + 400% ; hay dos ranchos de 700 y 900 ha bitantes; la poblaci?n de los pueblos se estanca. 3) En Chavinda, el pueblo crece 25%, se pasa de 1 a 3 ha ciendas (y de 525 a 1 286 habitantes), mientras que la pobla This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:30:52 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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HACIENDAS Y RANCHOS EN 1877, N?MERO DE HABITANTES POR CATEGOR?A POL?TICA, EN EL DISTRITO DE ZAMORA47 Municipios

Pueblos Habitantes Haciendas Habitantes Ranchos Habitantes

2 220 6 000 5 870 2 600

Tlazazalca* Pur?pero Chilchota Ixtl?n

Chavinda

1990

Jacona

3 500 6 760

Tangancicuaro

S. Tangamandapio* 1

Tarecuato Zamora

Total

1

Ciudad

250 0 0

4 825

525

1 100

2 000

1300

900 0 0

2 000

2 470

7

7 19

470

3 260

915

4 420

1620 170

3 12

920

1000 700 600

12 345

*M?s adelante Tlazazalca se vuelve municipio; tambi?n Santiago Tangamandapio (y con trola a Tarecuato). Resumen: 1 ciudad; 23 pueblos; 32 haciendas; 91 ranchos, a los cuales se deber?a a?adir el n?mero desconocido de ranchos de Pur?pero.

EN 1910, N?MERO DE HABITANTES POR CATEGOR?A POL?TICA, EN EL DISTRITO DE ZAMORA48 Municipios

Pueblos Habitantes Haciendas Habitantes Ranchos Habitantes

Tlazazalca

2

Pur?pero Chilchota Ixtl?n

11

Chavinda Jacona Tangancicuaro S. Tangamandapio

Zamora

Total

2 2 1 1

4 3

2400

9 000 8400 4 300 2 4 6 5 3

500 500 500 300 000

636 0 263

6 746

1286 587 710 0

4 891

5 10 6 21 13 6 19 19 35

2 786

455 985

5 453 1 759

331 3 700 2 190 3 000

Ciudad 15 500

Resumen: 1 ciudad; 28 pueblos; 34 haciendas; 134 ranchos.

47Ochoa, 1982, pp. 119-121. 48 Divisi?n territorial, 1917, completado por la matriz original, Archivo

Hist?rico Municipal de Zamora, Fomento 1910. El Distrito de Zamora ha b?a perdido alguna extensi?n debido a modificaciones de la geograf?a ad ministrativa, pero no tanto como para quitar validez a la comparaci?n.

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JEAN MEYER

ci?n de los ranchos aumenta apenas 10%, con una disper si?n que sube de 8 a 13 unidades. 4) Ixtl?n y Zamora son los municipios que concentran las haciendas del distrito, tanto en n?mero como en poblaci?n. La evoluci?n entre 1877 y 1910 confirma esa caracter?stica ligada a la topograf?a, a los suelos y al agua; los valles del r?o Duero: 20 haciendas en 1877, con 7 300 habitantes; 20 haciendas en 1910 (no son siempre las mismas), con 11 500 habitantes. En Ixtl?n la proporci?n de la poblaci?n que vive en haciendas se conserva estable, alrededor de 40%, y en Za mora pasa de 12 a cerca de 25%. En el primero los pueblos crecen 65 %, mientras que en el segundo siguen estancados y la ciudad crece 20%. En Ixtl?n los ranchos crecen 20% y su n?mero es casi estable; en tanto que en Zamora pasan de

19 a 35 y de 600 a 3 000 habitantes ( + 500%).

Jacona se debe considerar un anexo socioecon?mico de Za mora, lo que explica que su poblaci?n se concentre en el pue

blo: la cabecera 13%. En s?ntesis:

Distrito de Zamora en 1877

Total de habitantes

En pueblos En haciendas En ranchos La ciudad de Zamora

70 000 34 000 10 000 14 000 12 000

%

100

49 14

20 17

Distrito de Zamora en 1910

Total de habitantes

En pueblos En haciendas En ranchos La ciudad de Zamora

98 000*

46 800 15 100 20 600 15 500

%

100 48 15 21

1649

* 5 000 resid?an en Estados Unidos

49 Cifras ligeramente redondeadas. Las de 1910 han sido elaboradas a

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HACIENDAS Y RANCHOS

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Para todo el estado de Michoac?n, la evoluci?n fue la si

guiente:

Ciudades Villas Pueblos Haciendas Ranchos 1877 10 19 242 496 1 527 1900 11 27 252 359 2 354 1910 19 23 257 397 4 463*

* Se incluyen 27 rancher?as.

Fuente: los tres censos citados.

Si tiene alg?n sentido hacer la suma

des, obtenemos 2 341 en 1877, 3 003 en 1

o sea una progresi?n de m?s de 100% entre 1900 y 1910. Para todo el pa?s s dades en 1900 a 70 830 en 1910. Insist muy inciertas, no hacen m?s que mos neral. Lo que nos importa es la apresu las localidades sin categor?a pol?tica of rancher?as.

Hace 40 a?os quej?se C. Valad?s, con notable claridad

y sencillez destac? la creciente importancia del rancho en su libro El porfirismo: D?bese al odio que va despertando la hacienda el acrecentamiento del n?mero de rancher?as, que a pesar de ser subsidiarias de las grandes fincas, sus habitantes y trabajadores gozan de m?s li bertades; d?bese tambi?n a lo mismo el desarrollo, aunque en deble de los ranchos, de las congregaciones y de las comunida des ind?genas.50

Queda as? comprobada la naturaleza y la importancia de mogr?fica de los ranchos. Sin embargo, nuestros autores, cons

cientes o no de los m?ltiples sentidos de la palabra, optaron por considerar el rancho como "una unidad productiva de pendiente o independiente de la hacienda".51 partir de la confrontaci?n del censo publicado y de su matriz; est? en el Archivo Hist?rico Municipal de Zamora, Fomento 1910, leg. 1, exp. 131. Las cifras no coinciden, pero las diferencias son menores, con una sola excepci?n: la matriz atribuye 18 243 habitantes a la ciudad de Zamora. 50 Valad?s, 1973, i, p. 275. 51 BELLiNGERiy Gil S?nchez, 1980, p. 98, siguen a McBride y Tannen

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500

JEAN MEYER

Lo grave del asunto es que, al no darse cuenta que en el 90% de los casos ?los ranchos son localidades a veces m?s importantes que ciertos pueblos? subestiman la micro y la minipropiedad. Tannenbaum adem?s sigue a McBride y agra va su confusi?n al dividir la poblaci?n en dos categor?as resi

denciales: la que vive en "pueblos libres" y la que vive en "haciendas y ranchos". La conjunci?n "y" significa que ha ciendas y ranchos se funden en un solo concepto. Al juntar el 46.8% de la poblaci?n rural en esta segunda categor?a, Tan

nenbaum decide que casi la mitad de la poblaci?n vive en haciendas52 y lo peor del caso es que su mapa,53 reproduci do por tantos autores, suprime la palabra "ranchos" y pone "proporci?n de la poblaci?n rural que vive en haciendas, por estados' '. Como lo nota muy bien Guerra, suma 48 602 ran chos a 8 421 haciendas y son los ranchos los que dan el pre dominio (artificial) a la hacienda.54 Guerra califica justamente de "aberrante" tal mapa, ya que en ?l aparecen con una poblaci?n de 50/75% que vive en la hacienda;55 o sea, aparecen como dominados por la ha cienda, los estados con la tenencia de la tierra m?s fragmen tada y con numerosos comuneros, ind?genas o no: ?el Norte, Michoac?n, Aguascalientes, Jalisco y el Baj?o! Todo eso llev? a la subevaluaci?n sistem?tica tanto de la poblaci?n que no viv?a en dependencia directa y absoluta de b?um que consideran al rancho como una propiedad individual mediana

de m?s de 500 habitantes. Ambos autores inventaron la cifra de unos 50 000

rancheros en 1910, sumando los ranchos mencionados en la Divisi?n terri torial, 1917. As?, McBride, 1951, p. 86, anota para Michoac?n: "La po blaci?n rural ... 165 789 cabezas de familia. De este n?mero hay 4 138 rancheros y 380 hacendados que hacen un total de 4 518 propietarios ru rales y dejan m?s de 160 mil cabezas de familia sin ninguna tierra" (las cursivas

son nuestras). Si la conclusi?n es muy atrevida, su fundamento es err? neo. McBride sum? los ranchos (que son localidades y no peque?as o me dianas propiedades) en la Divisi?n territorial. 52 Tannenbaum, 1952, pp. 24-25. 53 Tannenbaum, 1952, p. 24, gr?fica 3, p. 24; tablas 3, 4. 54 Guerra, 1985, h, p. 479. 55 Estimamos que en 1910 la tercera parte de la poblaci?n rural viv?a dispersa en cuadrillas, ranchos o rancher?as, menos de 30% en haciendas (Guerra dice que a lo sumo 20%) y casi la mitad en pueblos.

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HACIENDAS y ranchos

501

la hacienda, como del n?mero de propietarios r?sticos. El ejemplo de San Jos? de Gracia, en nuestro Michoac?n, es co nocido desde 1968 y deber?a habernos llevado desde aquel en tonces a reexaminar las estad?sticas agrarias. El poblado de San Jos? naci? en 1888, una generaci?n despu?s del fraccio namiento parcial de las haciendas de Cojumatl?n y Guara cha: en aquel entonces los medieros y arrendatarios compra ron 50 lotes (50 000 hect?reas). Ellos y sus numerosos hijos, seg?n un proceso universal de sinecismo, decidieron agru parse en un pueblo, en lugar de seguir dispersos en muchos ranchos grandes. En 1900 la vicar?a de San Jos? agrupaba 3 250 almas, 894 en el pueblo y las dem?s en 25 rancher?as. Luis Gonz?lez se?ala que para esa fecha 144 jefes de familia eran propietarios. Sin embargo, el censo de 1900 no apunta a ning?n propietario en San Jos? y apenas cuenta con 98 pro

pietarios para todo el municipio de Sahuayo (20 000 habi tantes), del cual depende San Jos?. O sea que, con la s?pti ma parte de la poblaci?n del municipio, tiene el 150% del total de propietarios r?sticos censados.56 El mismo proceso ocurri? un poco antes, o al mismo tiem

po, en la regi?n inmediata: en la periferia de grandes haciendas

se desarrollaron los ranchos (rancher?as) de los ex medieros hasta fundar los pueblos de Valle de Ju?rez, la Manzanilla, Concepci?n de Buenos Aires. . . ?Se nos objetar? que el ejem plo no es ejemplar? Podemos acumular las evidencias para gran parte de Michoac?n, Jalisco, Guerrero, Guanajuato, Na yarit, Zacatecas, Aguascalientes, que hemos trabajado per sonalmente;57 Guerra las proporciona para otras partes de la Rep?blica,58 especialmente para la frontera norte. No cabe duda que el proceso de crecimiento y de creaci?n de ranchos, que son verdaderas localidades, y luego su trans formaci?n en pueblos por sinecismo,59 es un fen?meno esen 56 Gonz?lez, 1972, p. 74. 57 Cayetano Reyes, investigaci?n en curso sobre Michoac?n. Meyer, 1984; Rojas, 1981; G?mez Serrano, 1984; El mayorazgo Rinc?n Gallardo, 1984; Chevalier, 1982, pp. 3-8; Buve, 1984a, pp. 215-218. 58 Guerra 1985, ii, p. 480, tabla v, p. 486, tabla vm. 59 Uni?n de Tula, en Jalisco, naci? de la "uni?n" de los clanes fami

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502

JEAN MEYER

cial y hasta la fecha subestimado. ?Corremos el peligro, aho

ra, de sobre valuarlo y de aminorar la importancia de la

hacienda? No; siguiendo a Guerra, nos contentamos con afir mar que debemos olvidar los cuadros estad?sticos y los ma pas elaborados en las obras de universal referencia. "Estas notaciones son confesi?n de nuestra actual ignorancia de la situaci?n global en el campo en v?speras de la Revoluci?n."60 ? Y la hacienda, pues?

No intentamos restarle importancia a la hacienda sino se?a lar nuestra ignorancia de la situaci?n real; aunque futuros estudios logren establecer que s? es correcta la hip?tesis de que en la hacienda viv?a entre 10 y 20% de la poblaci?n ru ral, eso no pondr?a en duda la marca decisiva de la hacienda sobre toda la vida rural. Peones acasillados, empleados de confianza, artesanos y obreros calificados, vaqueros, esos trabajadores viven en la hacienda con sus familias; pero tambi?n dependen de la ha cienda, en grados diversos y cambiantes, los medieros, los arrendatarios, los arrimados; y tambi?n, de manera m?s le jana, los arrieros, los rancheros,61 peque?os propietarios y comuneros vecinos que suelen intercambiar servicios y traba jo con la hacienda para recibir prestaciones y tener acceso a los recursos de la hacienda: tierra, agua, agostadero, bosques,

etc. Sin hablar de los jornaleros alquilados62 que pueden re clutarse entre todas esas categor?as, o venir de muy lejos como

esos "golondrinos" especializados en trabajos estacionales y que recorren todo el pa?s, obedeciendo el calendario agr?cola. Alicia Hern?ndez nos da una visi?n concreta de las estra tegias desarrolladas por los campesinos. El cuadro siguiente, fue sacado de los anexos de un trabajo suyo en preparaci?n. Hares Topete, Villase?or, Lazcano y Arri?la (comunicaci?n de Guillermo

de la Pe?a).

60 Guerra, 1985, n. p. 485. 61 Zapata era ranchero y tambi?n aparcero. 62 Los que reciben una parcela a cambio de su trabajo se sit?an entre los peones acasillados y los verdaderos medieros.

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503

HACIENDAS Y RANCHOS

Poblaci?n* Distrito de

Superficie posada antes del reparto

Relaci?n con haciendas y

agrario * *

medios de subsistencia

Superficie total 178 h.

Aparceros de la Hacienda Santa Clara. Braceros del

Jonacatepec

Habitantes

1882 1910 1921

Municipio Zacualpan de Amilpas

(P) Zacualpan de

Amilpas

30% es de temporal. Pertenece a los vecinos

molino de tribo. Cultivan

que la trabajan particu larmante.

en sus parcelas caf? y ?rbo

Carece de tierras de

Arrendatarios de Hacienda

1 000 1 170 1 075

les frutales. Existe una pe

que?a f?brica de alcohol.

(P) Amilcingo

labor.

550 5 702 702

Santa Clara pagando en se milla la renta; otros eran jornaleros de la misma. En clavada en el caser?o en te

rrenos de la hacienda.

(P) Huazulco (Pasulco)

Superficie total 113 h.

rras de Hacienda Santa

solares en general,

Clara. El caser?o se encuen

huertos que cultivan los

propietarios.

(P) Popotl?n

Explotaban en arriendo tie

Constituido por casas y

Superficie total 123 h.

828 1 218 926

tra enclavado en terrenos

de la misma. Endavado en terrenos de la

296 342 286

Hacienda Santa Clara. Jor nal, un peso.

(P) San Mart?n

Enclavado en Hacienda

Temoac

Santa Clara. Arrendaban

(P) Tlacotepec

Peones o arrendatarios de

1 231 1 486 1 178

tierras a dicha hacienda. Superficie total 122 h.

de peque?os huertos y

552 802 832

Hacienda Santa Clara. En

lotes de temporal; de

sus huertas cultivan caf?,

?stas, 80 aproximada mente son cafetales y

ca?a, guayaba y aguacate.

Fabrican quesos y panela

huertos de ?rboles fru

en peque?a escala.

tales; el resto lotes de temporal y construccio

nes y calles.

4 457 5 720 4 889

* (P) - Pueblo ** Los datos de superficie son anteriores al reparto agrario iniciado en 1921.

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504

JEAN MEYER

La hacienda forma una comunidad social muy fuerte en la cual los elementos sociol?gicos y culturales cuentan mu cho. En el primer c?rculo est?n los trabajadores de tiempo com

pleto, entre los cuales los peones son los m?s numerosos; ?s

tos son algo m?s que mezcla bastarda de siervo y de

proletario.63 Viven en el universo social y mental de las so ciedades tradicionales y tienen conciencia de los lazos perso nales, del conjunto de deberes y derechos que los unen al "amo' '. Para ellos, la hacienda es la c?lula b?sica de sociabi lidad. Los que viven en el segundo c?rculo ?todas las otras categor?as mencionadas? adem?s de tener relaciones econ? micas con la hacienda, pueden tener acceso a su iglesia, es

cuela, talleres, comisariado. . . para bien y para mal. Du

rante el porfiriato los hombres del primer c?rculo no fueron,

por regla general, demasiado agraviados por los cambios; por

eso, a la hora que empez? la Revoluci?n siguieron a su

"amo", ya sea como revolucionarios, cuando el amo result? maderista, por ejemplo, o como contrarrevolucionarios cuan do, por ejemplo, los "finqueros" de Chiapas se levantaron contra el "invasor" constitucionalista.64 A veces los peones defendieron la hacienda sin el amo. Por eso, el agrarismo ra ras veces reclut? entre sus filas a los peones.65 Los hombres del segundo c?rculo fueron mucho m?s afec tados por la evoluci?n de la hacienda; mientras sigui? esta ble (suponemos) el n?mero de peones, crec?an los contingen

tes de jornaleros, aparceros, arrendatarios y peque?os

propietarios,66 doblemente agraviados por el alza de los pre 63 Guerra, 1985, i, p. 120. 64 Hern?ndez Chavez, 1979, pp. 335-369. 55 Innumerables ejemplos; basta citar a R. Bu ve, J.F. Leal, Margari ta Menegus, en Buve, 1984; Moreno Garc?a, 1980. 66 Los que m?s sufrieron la ofensiva de la hacienda no fueron los pue blos sino los medieros y los arrendatarios, ricos como pobres. Adem?s, la "ofensiva" de las haciendas es algo relativo. Ocurre en las mejores tie rras, como en las buenas tierras costeras de Sinaloa y Tepic, en donde la plantaci?n moderna fomentada por compa??as extranjeras despoja a pue blos y condue?azgos; pero en la sierra de dichas regiones la hacienda est? en retirada y se multiplican los ranchos (as? se llaman a esas rancher?as nuevas y muy pobladas).

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HACIENDAS Y RANCHOS

505

cios de los alimentos y de las rentas y por su propio creci miento demogr?fico. Ellos, los hombres de los pueblos, de las rancher?as, de los ranchos y de las cuadrillas, mestizos, indios, o criollos, s? se lanzaron a la Revoluci?n y dieron su base social al agrarismo oficial, despu?s de haber obligado a la Revoluci?n triunfante a reconocer el agrarismo sui gene ris de la gente del campo.67

Pasa lo mismo en Durango: la plantaci?n acapara las tierras de riego de La Laguna mientras que ranchos, rancher?as y congregaciones se mul tiplican en las sierras. En Michoac?n y Jalisco la plantaci?n invade la tie rra caliente en tanto que en el altiplano, ranchos y rancher?as crecen a ex pensas de la periferia de las haciendas y logran transformarse en pueblos; en el centro, entre 1877 y 1910, el n?mero de haciendas disminuy? 10%, mientras que los ranchos se triplicaron; en el norte el n?mero de hacien das se duplic? y el de los ranchos se quintuplic?; en la costa sur el n?mero de las primeras se duplic? y el de los segundos se triplic?. Estas cifras ela boradas por John Tutino en un libro de inminente publicaci?n reflejan el desarrollo de la agricultura y ganader?a exportadoras. Las haciendas del centro, produciendo cereales para el mercado nacional, se estancan y pa san, parcialmente, a manos de rancheros y arrendatarios. Esta lenta deca dencia, no percibida pero muy real, la comprobamos con las numerosas quiebras registradas en los archivos de la Caja de Pr?stamos. (Investiga ci?n en curso de Cayetano Reyes y Jean Meyer sobre el Valle de Zamora y el noroeste de Michoac?n.) 67 Para terminar tengo que dar las gracias a los que me ayudaron en esta investigaci?n: Cayetano Reyes en la aportaci?n de datos; Alicia Her n?ndez y Clara Lida, en la cr?tica de las fuentes y de la argumentaci?n.

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506 JEAN MEYER

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EL DOCTOR DONALD ROBERTSON (1919-1948)

SEMBLANZA BIO-BIBLIOGR?FICA Xavier Noguez El Colegio de M?xico

El 18 DE octubre de 1984 muri? a la edad de 65 a?os el doc tor Donald Robertson en Nueva Orleans, Louisiana, ciudad donde hab?a vivido por m?s de 27 a?os con su esposa Martha y sus hijos Fred y Becky. Para los que nos dedicamos al estu dio de los testimonios pictogr?ficos desde diversos enfoques y disciplinas su nombre se liga de inmediato a una obra am pliamente conocida: Mexican manuscript painting of the early co lonial period. The metropolitan schools, publicada en 1959 por la

Universidad de Yale. A pesar del tiempo que ha transcurrido y la diversidad de estudios publicados para apoyar, ampliar, rectificar o contradecir las premisas ah? planteadas, el libro a?n conserva su original atractivo y prima utilidad que lo hace

lectura ineludible, una especie de libro de cabecera, un va dem?cum producto de una temprana inspiraci?n acad?mica. Donald Robertson naci? en Elizabeth, New Jersey, el 12 de mayo de 1919. Tuvo sus primeros contactos con el arte precolombino y colonial durante el tiempo que estudi? su ba chillerato en la Universidad de Nuevo M?xico, en Albuquer que, donde tuvo la oportunidad de visitar museos y zonas ar queol?gicas pertenecientes a las culturas ind?genas del suroeste

de los Estados Unidos, as? como la catedral de Chihuahua, la cual le caus? una particular impresi?n. Posteriormente se traslada a New Haven, Connecticut, donde inicia su maes tr?a en historia del arte, especialidad que contin?a al inscri birse en el doctorado bajo la direcci?n de George Kubler. Ro bertson obtiene en 1956 el primer t?tulo de doctor en filosof?a

en historia del arte con especialidad en estudios mesoameri HN?ex, XXXV: 3, 1986

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XAVIER NOGUEZ

canos. Para fortuna de los que nos dedicamos a los c?dices, Robertson cambi? su primer t?pico de tesis, un acercamien to hist?rico arquitect?nico a las fortificaciones espa?olas en el Nuevo Mundo, por el de un estudio estil?stico de los ma nuscritos pict?ricos del M?xico antiguo. La idea de estudiar los c?dices surgi? a partir de su estancia como profesor ad junto en la Universidad de Texas en Austin, entre 1947 y 1950. Ah? tuvo la oportunidad de revisar los originales de al gunas de las pinturas pertenecientes a las Relaciones geogr?ficas

que se guardan en la Colecci?n Latinoamericana de dicha uni versidad. Es interesante recordar que su primer trabajo pu blicado fue una nota sobre las ?ltimas p?ginas del C?dice me

xicanus, aparecida en el Journal de la Soci?t? des Americanistes en

1954. Poco a poco la idea original de estudiar exclusivamen

te las pinturas de las Relaciones geogr?ficas fue transform?ndo

se en una empresa m?s sistem?tica y compleja que comenz? a abarcar otras pictograf?as. A partir de ese momento Ro bertson concentr? sus esfuerzos en desarrollar un particular acercamiento que le rendir?a constantes frutos, y que dar?a lugar a planteamientos m?s amplios; siguiendo sus naturales instintos de historiador del arte, Robertson comenz? a aislar y definir en los c?dices los elementos estil?sticos pict?ricos pro

cedentes tanto de la tradici?n europea como de la tradici?n nativa. El planteamiento, por simple que ahora parezca, no hab?a sido usado de manera sistem?tica, aunque, de una for ma u otra, hab?a estado impl?cito en obras de autores mexi canos que Robertson ley? y asimil? con particular inter?s como

fue el caso de Federico G?mez de Orozco, Salivador Mateos Higuera, Alfonso Caso, Manuel Toussaint, Salvador Tosca no y Justino Fern?ndez. De esta manera se definieron dos polos formales de estilo gr?fico representando los extremos de una gama de posibilidades: el estilo nativo caracterizado principalmente por su conceptualidad, su sentido unitario, su tendencia al horror vacui, un color aplicado uniformemente

en ?reas definidas por una ''l?nea estructura", y por el uso de formas que representan signos calificadores. Por ejemplo, en t?rminos del estilo nativo que Robertson nunca trat? de usar indiscriminadamente en otras manifestaciones art?sticas y en otras ?reas de Mesoam?rica los seres humanos eran re This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:30:58 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EL DOCTOR DONALD ROBERTSON

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presentados unitariamente y el espacio se proyectaba s?lo en dos direcciones. El otro polo formal fue llamado estilo gr?fi co europeo, y se defin?a por ser perceptual, unificado y de composici?n focal. Aqu? se usan l?neas que var?an en su an chura para dar una mayor plasticidad a las figuras; el color est? modulado para indicar claro-oscuros y tridimensionali dad; las formas en general representan im?genes m?s que sig nos calificadores; la figura humana tiene una construcci?n uni

ficada, y el espacio, debido al gusto tridimensional, refleja una s?lida tradici?n paisaj?stica. ?stas y otras ideas fueron puestas a prueba en la definici?n de lo que Robertson llam? 4'escuelas metropolitanas" del centro de M?xico en la ?poca temprana colonial. En sus conclusiones el autor lleg? a dife renciar estil?sticamente dos etapas de una ' 'escuela" proce dente de M?xico-Tenochtitlan, la "escuela" tezcocana, y la "escuela" de Tlatelolco. Mediante el an?lisis formal, ciertos manuscritos fueron vinculados y otros fueron separados for m?ndose entonces grupos con caracter?sticas afines. Incluso Robertson lleg? a proponer proporciones constantes de cam bio en ciertos documentos como las pinturas de las relacio nes geogr?ficas confeccionadas en la segunda mitad del siglo xvi. Dichas proporciones fueron cotejadas con sus respecti vas cantidades de componentes nativos con el objeto de se ?alar cu?les eran de un estilo avanzado o retardatario. Tam bi?n por medio del estudio estil?stico Robertson intent? resolver varios problemas de dataci?n y origen de ciertas pic tograf?as como el C?dice Borb?nico, documento de primera l?

nea que desde el exclusivo punto de vista de su contenido po dr?a ser tomado como un libro ritual, confeccionado en la ?poca anterior del contacto europeo, pero el an?lisis de sus formas arroj? una cronolog?a temprana colonial, posiblemente

entre 1530 y 1541. Las opiniones de Robertson sobre el C? dice Borb?nico no fueron enteramente aceptadas por algunos estudiosos, entre ellos Alfonso Caso. A pesar de sus diferen cias en la interpretaci?n de este c?dice, el sabio mexicano fe licit? la labor del investigador norteamericano, y ?l mismo lo dio a entender en una dedicatoria personal escrita en el ejemplar de Calendarios prehisp?nicos enviado al doctor Robert

son. Ah? se lee que Caso consideraba sus desacuerdos con Ro

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bertson como una "antigua y amigable controversia". En las obras del doctor Robertson sobre c?dices o en sus trabajos sobre arte prehisp?nico y colonial mexicano se per cibe un particular inter?s en la identificaci?n de sus fuentes de informaci?n. Fue un historiador del arte que utiliz? todas las fuentes que estaban a su alcance, incluso las procedentes de otras disciplinas. Por su conocimiento de esta literatura el doctor Robertson fue invitado a colaborar en la redacci?n de los art?culos para el Handbook of Middle American Indians, en la secci?n correspondiente a las fuentes etnohist?ricas. Es

cribi? las partes correspondientes a las pinturas de las Rela ciones geogr?ficas, los c?dices del grupo llamado Techialoyan y,

en colaboraci?n con John B. Glass, elabor? el censo generad de documentos pictogr?ficos. El arduo trabajo de b?squeda de referencias, cotejo de informaci?n y organizaci?n de ma teriales fue grandemente aliviado gracias a la constante ayu da que Robertson recibi? de Martha, su esposa y constante

colaboradora. Ella ahora se ha dado a la tarea de publicar algunos de los manuscritos que su esposo dej? casi termina dos, como es el caso de un estudio sobre los estilos de la es cultura mexica, la cartograf?a ind?gena, la reedici?n de Mexi can Manuscript Painting, la edici?n del C?dice Tulane, y un estudio

sobre el arte del poscl?sico tard?o, donde Robertson vuelve a tratar el tema de lo que defini? como el "estilo internacio nal" prevaleciente en gran parte del territorio mesoamerica no y fuera de ?l al tiempo del contacto europeo. Aunque gran parte del trabajo del doctor fue realizado den tro de los marcos del an?lisis formal, sus aportaciones, prin cipalmente al estudio de los manuscritos pictogr?ficos, son ahora de gran valor no s?lo para sus colegas, interesados en las expresiones art?sticas mesoamericanas, sino tambi?n para antrop?logos e historiadores "seculares", como acostumbraba llamarnos. Su posici?n fue sobre todo la de un humanista in teresado particularmente en obras de arte individuales estu diadas en una relaci?n hist?rica; sin embargo, no dej? a un lado la informaci?n procedente de la arqueolog?a, la etnohis toria y la ling??stica, disciplinas con las que tuvo que fami liarizarse debido a la naturaleza misma del periodo hist?rico cubierto en sus estudios. Por esta raz?n, Robertson mostr?

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tambi?n un especial inter?s por los datos procedentes del es tudio de objetos u obras que no necesariamente correspon der?an a la estricta definici?n de obras de arte, sino a la m?s general de "artefactos", como es usada en t?rminos de ar

queolog?a.

La obra del doctor Robertson es tambi?n ejemplo de un particular cari?o hacia las manifestaciones culturales de nues tro pa?s. Como uno de los ?ltimos representantes de esa ge neraci?n que estudiaba el devenir de las artes dentro de una amplia cronolog?a y en sus m?s variados aspectos, sus intere ses abarcaron tanto el periodo prehisp?nico como el colonial y, en menor grado, el moderno y contempor?neo. En sus cla ses sobre arte prehisp?nico y novohispano, en la Universi dad de Tulane, hac?a constantes referencias a sus recorridos por sitios arqueol?gicos y antiguas iglesias y edificios civiles construidos durante la dominaci?n espa?ola. Desde su pri mer contacto con el arte mexicano en Chihuahua comenz? a cultivar un estrecho v?nculo, no s?lo con nuestras obras de arte sino tambi?n con nuestra gente. La obra que nos ha dejado el doctor Robertson queda como un ejemplo de una labor realizada con gran intuici?n hacia los problemas formales que se presentan en los procesos de aculturaci?n art?stica. Los que tuvimos la oportunidad de co nocerlo personalmente no s?lo lo recordaremos por su obra acad?mica sino tambi?n por sus sugestivas conversaciones in formales, siempre salpicadas de humorismo, por su sencillez en el trato y su constante inter?s en la vida art?stica de nues tro pa?s, al cual consider? algo m?s que el objeto principal de sus actividades profesionales. Se acerc? al pueblo mexica no a trav?s del arte, y ese acercamiento siempre fue sincero y respetuoso. Quede pues este breve texto como un peque?o homenaje a la memoria de un investigador mexicanista que supo darle gran valor tanto a nuestras manifestaciones art?s ticas como al pueblo que las produjo y las produce.

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Stone, Nueva Orleans, Tulane University, Middle American Re search Institute, 1982, pp. 15-26. (Occasional Papers, 4.) "A Preliminary Note on the Codex Tulane", en,Coloquio interna cional: Los ind?genas de M?xico en la ?poca prehisp?nica y en la actuali

dad, Leiden, Holanda, 9-12junio 1981, M.E.R.G.N. Jansen y Th. JJ. Leyenaar, eds., Leiden, Rijksmuseum voor Volkenkunde,

Rutgers B.V., 1982, pp. 223-231.

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520 XAVIER NOGUEZ Contribuciones en torno a cinco t?picos, en The Cloud People: Diver gent Evolution of the Zapotee and Mixtee Civilizations, Kent V. Flan

nery y Joyce Marcus, eds., Nueva York, Academic Press, 1983 (A Schools of American Research Book): T?pico 28: An Analysis of Monte Alb?n II Architecture, pp.

105-106.

T?pico 40: Functional Analysis of Architecture at Monte Alb?n,

p. 131.

T?pico 50: Some Differences in Urban Layout Between Monte

Alb?n and Teotihuacan, pp. 167-168.

T?pico 68: Comments on the Earliest Mixtee Dynastic Records,

pp. 213-214.

T?pico 72: Differences Between Mixtee and Aztec Writing, p.

245.

"Latin American Art and Architecture" y otros quince ensayos sobre artistas y arquitectos latinoamericanos modernos, en The. Academic American Encyclopedia, Princeton, Arete Publishing Com

pany, Inc. 1983 o 1984. (En colaboraci?n con Martha Barton

Robertson.)

"The Cacaxtla Murals", en Merle Greene Robertson, editor ge neral, Fourth Palenque Round Table, 1981, San Francisco, The Pre

Columbian Art Research Institute, 1985 (en prensa). (The Pa

lenque Round Table Series, vol. vi.)

"The Styles of Aztec Sculpture", Nueva Orleans, Tulane Univer sity Middle American Research Institute (en prensa). En preparaci?n Las siguientes publicaciones ser?n editadas por Martha Barton Ro

bertson:

Mexican Manuscript Painting of the Early Colonial Period: The Metropoli tan Schools (la nueva edici?n, con una bibliograf?a puesta al d?a,

ser? publicada por la Universidad de Oklahoma). The Codex Tulane, con art?culos de Donald Robertson. (Mary Eli zabeth Smith, Ross Parmenter, y otros autores.) "Pre-literate Mapping of Indigenous Meso-American Peoples", para History of Cartography, J. Brian Harley y David Woodward,

editores, University of Chicago Press, vol. in, Indigenous Carto graphy in the Age of European Overseas Discovery and Exploration: Enligh

tenment and New Worlds, circa 1640-c. 1780.

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DE mit?manos y profetas* Escribir un libro de historiograf?a juntando tres ensayos y otras tantas rese?as equivale a violar el c?digo de la especializaci?n y otras convenciones acad?micas. Brading ha sido y ser? criticado por atreverse a ello. Advertir? que yo tengo varias objeciones que hacerle al texto, pero que me gusta el libro y admiro su valent?a intelectual y pol?tica. La premisa de Myth and Prophecy es la de que,

en M?xico en particular, la historia est? mezclada con el mito. Su argumento de fondo es que, desde los mexicas hasta los historiado res contempor?neos de la Revoluci?n, los mexicanos utilizan la his toria como un arsenal de mitos que son argumentos pol?ticos. El denominador com?n de esos mitos, dice Brading, es el nacionalis mo, pasi?n de la que hasta el d?a de hoy se vale el r?gimen autori tario ("la dictadura de la burocracia' ') para subordinar otros valo res y para mediatizar a los intelectuales. Su conclusi?n es un acerbo

repudio del sistema y de su naturaleza denigrante. El libro comienza record?ndonos que la historia de los mexicas estuvo ?ntimamente ligada al mito del An?huac, cuya ?guila pro f?tica, coronada con la tiara del imperio, decora la portada. La in troducci?n alude luego a la turbaci?n inicial de los mexicas ante el Cort?s que vieron como un Quetzalc?atl ritornado y al uso h?bil que ?ste hizo de esa confusi?n. En cambio elabora poco la corres pondiente turbaci?n de los espa?oles frente a Am?rica, es decir acer ca de los mitos europeos de la monarqu?a universal y de las profec?as

milenaristas, que convergen en el mito imperialista de la domina ci?n como regalo divino. Brading salta de la disputa teol?gica sobre el derecho de con quista a la gestaci?n del independentismo en el siglo xvm para des tacar la forma en que los criollos, y en particular el clero ("En nin * Dos rese?as sobre el libro de David A. Brading, Prophecy and Myth in Mexican History. Cambridge, Cambridge University Press, 1984.

(Centre of Latin American Studies) 96 pp. HMex, xxxv: 3, 1986

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RODOLFO PASTOR

guna otra provincia. . . tuvo el clero un liderato tan prominente"),

reivindicaron el culto a Guadalupe contra el mito de la domina ci?n providencial. Se?ala c?mo los ide?logos liberales de la inde pendencia mitificaron la antig?edad, invent?ndose un M?xico pre cortesiano independiente que legitimara su propia insubordinaci?n contra Espa?a. Denuncia con agudeza y acierto el culto a los h? roes y a las instituciones liberales por parte de la inteligentsia refor

mista. Y conecta, finalmente, todos esos procederes historiogr?fi cos dudosos con la invenci?n de la "Revoluci?n" (esa "cosificaci?n de lo que hasta entonces [1920] se percib?a como una serie de gue rras civiles entre caudillos b?rbaros" en un movimiento social que legitima al nuevo estado) por parte de una intelectualidad ?de hu manistas y artistas? que quiso as? justificarse por su participaci?n

o su entusiasmo.

En el proceso de desarrollo de su tesis Brading, como pensador honesto, divaga. Y sus divagaciones resultan tan valiosas como el argumento central. Al evocar la evoluci?n del pensamiento y la pra

xis lascasiana, desde la crisis de conciencia del confesante hasta la desilusi?n del profeta amargado, pasando por el fervor y la ilusi?n del fraile cortesano, Brading conmueve. El retrato que pinta de Las

Casas, consumido por la pasi?n de la justicia agustiniana y por la verg?enza de una Espa?a que ha traicionado su destino, es uno de los mejores momentos del texto. El an?lisis muestra que Las Ca sas destruye el mito de la conquista como epopeya legitimadora de la dominaci?n, s?lo a costa de crear la leyenda negra en la que Bra ding ?como sus compatriotas de anta?o? se recrea y regocija sin dejar a nadie bien librado. M?s adelante, al rese?ar el Quetzalc?atly Guadalupe de Lafaye el autor se?ala c?mo, a pesar de que ?ste sigue muy de cerca los plan teamientos mal conocidos de Francisco de la Maza, cae en errores de perspectiva en que aqu?l nunca incurri? y muestra, en toda la desnudez de su candor intelectualizante, la aberraci?n de creer que las locuras de Fray Servando estuvieron directamente ligadas al mo

vimiento nacionalista. (El sentido de naci?n, sobre el cual Brading escribi? hace tiempo un libro excelente, nace del culto a Guadalu pe, compartido por indios y mestizos. Pero las tesis de Fray Ser vando siempre fueron marginales.) El autor manifiesta asimismo sensibilidad y un sentido profun do de la unidad de la cultura al embarcarse luego en una lucida (sin acento) discusi?n de la batalla, a mediados del siglo xvm, en tre el churrigueresco (que encarna los valores de una cultura reli giosa tradicional, es decir barroca) y el neocl?sico, que abandera

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DE mit?manos y profetas

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el buen gusto afrancesado de la Ilustraci?n. Monta as? el escenario para refutar las explicaciones de los movimientos independentistas como reacciones expont?neas de los sucesos en la pen?nsula o como calcas del modelo de contagio de la Revoluci?n del Atl?ntico* y para comparar a los movimientos independentistas latinoamerica nos dentro de sus propios contextos ideol?gicos. La comparaci?n le sirve esencialmente para mostrarnos toda la idiosincracia, adre de olvidada, de los padres de la patria, contrastando las utop?as de Morelos (rep?blica aislacionista y confesional, gobernada por el clero y el ej?rcito) y de Bol?var (rep?blica cl?sica secular y aris tocr?tica). Seg?n Brading, esas idiosincracias, tan personales de sus auto res como las de Fray Servando, fueron extensivas y caracter?sticas de los movimientos nacionales. El autor ignora as? su propia ad vertencia sobre la discontinuidad entre las ideas de la ?lite y la con ciencia popular. Pero adem?s, las historias comparadas de Vene

zuela y M?xico no tienen nada en com?n m?s que Espa?a. El

antecedente precolombino, esencial para M?xico, como se?ala Bra ding, era en 1810 m?s que una leyenda, era una realidad sociocul tural compleja, muy ajena a la de los pardos venezolanos. Los con textos sociales condicionan la ideolog?a del liderazgo, tanto como ?ste modela el pensamiento de sus secuaces. Hidalgo iza a la Gua dalupe porque est? ya en el altar del coraz?n mexicano; Bol?var no pod?a izar la magia negra. Y entonces al caracterizar los movi mientos por la ideolog?a de los caudillos es, quiz?, tomar el r?bano por las hojas. A los historiadores del primer mundo, en general, les cuesta trabajo entender que la relaci?n carism?tica entre caudi llo y hueste no es esencialmente intelectual. Hay que hacer un reparo importante en el ?ltimo ensayo del libro, que contrasta el darwinismo positivista de Molina Enr?quez con el romanticismo modernista de Vasconcelos en sus respectivas definiciones de nacionalismo, convergentes en cuanto al origen mes

tizo y colonial del mexicano, divergentes en cuanto a la amplitud de su definici?n racial y cultural. Al concluir que la versi?n de Mo lina Enr?quez triunf? sobre la de Vasconcelos porque era la ?nica capaz de proveer un an?lisis coherente de M?xico, Brading subes tima la influencia de Vasconcelos sobre las letras y el pensamiento * Robert Ros well Palmer, The age of Democratic revolutions, desarroll? la

tesis de que las independencias latinoamericanas fueron la ?ltima oleada de una serie de revoluciones democr?ticas en ambos lados del Atl?ntico; idea que tuvo cierta vigencia historiogr?fica entre los latinoamericanistas de Inglaterra y Estados Unidos hace unos a?os.

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RODOLFO PASTOR

posrevolucionario y en historiadores como O'Gorman, al tiempo que infla un poco la descendencia intelectual de Molina Enr?quez. La visi?n de Vasconcelos tiene todav?a futuro. Disfruto del constante descubrimiento de las iron?as hist?ricas en Brading. Cuando rastrea, por ejemplo, la ra?z del autoritaris mo de nuestra cultura pol?tica en los grandes defensores de la li bertad cristiana del siglo xvi, que recurren a la corona para im poner la libertad del indio y a la Inquisici?n para establecer la verdad

hist?rica; o cuando comenta que la mayor?a de los campesinos se abstuvieron de participar en o lucharon contra la Revoluci?n que, seg?n la historiograf?a oficial, fue su b?squeda de redenci?n. Sien to que su an?lisis arroja luz sobre la forma en que el culto a Gua dalupe le imprimi? al nacionalismo y a la cultura mexicana un ca r?cter religioso y sobre c?mo el Estado elitista liberal fracasa repetidamente al negar o pretender olvidarse de ese car?cter. Y no tengo nada que responderle a su dura cr?tica del M?xico b?rbaro de hoy. Es la posici?n de un amante con conocimiento de causa y su repugnancia frente al espect?culo de Tlatelolco (1968), es el leg?timo derecho de cualquier ser civilizado. No dir? tampoco nada contra sus, por lo dem?s entretenidas, rese?as de Los bandidos de R?o Fr?o y de La Cristiada. Prefiero hacer una objeci?n de fondo. La relaci?n entre mito e historia no le es particular a M?xico. Los mitos son partes ?ntegras de la historia alemana desde Carlo magno hasta Hitler; de la historia italiana desde R?mulo y Remo hasta Mussolini; de la historia francesa desde Roldan hasta la force de frappe, pasando por San Luis Rey, y de la historia rusa desde' el establecimiento del cesaropapismo como heredero de Bizancio hasta su presunci?n moderna de haber liberado al proletariado. La historia oficial inglesa glosa una serie de etnocidios con leyendas como la de Camelot, en que se desarrolla el mito de que el poder es un instrumento m?gico en manos de un monarca puro. La reli gi?n y la pol?tica se mezclan de una manera inextricablemente ahis t?rica en la historiograf?a sobre Enrique VIII y Cromwell. De modo

que la pretensi?n de ver el uso del mito en la historiograf?a mexi cana como algo ex?tico resulta poco convincente, sino es que total mente etnoc?ntrica. M?xico no es un pa?s m?s extra?o que Ingla terra, salvo para un ingl?s. Puesto que tanto el autor de Myth and Prophecy como a este rese?ador nos gustan las "par?bolas oscuras", valga la siguiente especulaci?n. Tal vez la diferencia esencial est? entre las naciones que tienen y las que no tienen ?o mantienen adrede olvidada? su propia historia antigua, es decir en el sentido que un pueblo tiene su antig?edad. Stonehenge vs Teotihuacan o

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de mit?manos y profetas

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Copan: los mitos encarnan quiz? una memoria hist?rica culpable acerca de la legitimidad de lo antiguo, lo destruido violentamente por la entidad hist?rica que uno representa. Como Brading se?ala, Quetzalc?atl encarnaba para los mexicas su memoria heroica de la Gran Toltecayotl; la cesi?n de soberan?a por parte de Moctezuma representaba para Cort?s la legitimidad del imperio mexica; el mito independentista del M?xico antiguo encarnaba la memoria criolla de la legitimidad de lo que sus ances tros hab?an usurpado. Y el mito de la Revoluci?n consagra enton ces la legitimidad de las aspiraciones populares ensangrentadas, albeit inconscientemente, en la lucha por el poder entre los caudillos; con

jura la venganza de los sacrificados en esa lidia y orienta el proyec to hacia una compensaci?n futura para los sobrevivientes. Clara

mente los mitos no son suficiente conciencia de culpa, y son aprovechados al mismo tiempo para paliar o evadir responsabili dades y para incumplir las promesas prof?ticas. Y ?sa es raz?n su

ficiente para emprender su cr?tica en nombre de una memoria m?s

exacta y plural que incluya la visi?n de los indios y la de los coste ros. Pero precisamente a eso nos hemos dedicado los historiadores de M?xico desde hace unas tres d?cadas y entonces Brading es in justo al callar nuestro esfuerzo y acusarnos de mit?manos. ?No ser?

tambi?n su etnocentrismo el que hace creer a los acad?micos del primer mundo que s?lo ellos nos ven con claridad?

Rodolfo Pastor El Colegio de M?xico

Quienes se han acostumbrado a asociar el nombre de Brading con su Mineros y comerciantes en el M?xico borb?nico encontrar?n en la pre

sente obra una amplia evidencia de que sus intereses trascienden con mucho los aspectos econ?micos, sociales y administrativos del Baj?o colonial. En un estudio anterior, Brading ya hab?a abordado algunos temas de la historia intelectual de M?xico, en particular el patriotismo criollo, el guadalupanismo y las peculiaridades del liberalismo decimon?nico (ver Los or?genes del nacionalismo mexicano,

M?xico, Sepsetentas, 1973). El libro que aqu? rese?amos aunque m?s corto que el anterior, sigue la misma l?nea de an?lisis durante un periodo considerablemente m?s largo, extendi?ndose desde la Conquista hasta la ?poca de L?zaro C?rdenas. Consta de tres en sayos extensos que se ocupan respectivamente del pensamiento de

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FERNANDO CERVANTES

Cort?s, de los primeros franciscanos y de Las Casas, de las ideolo g?as del movimiento independentista en Hispanoam?rica, y del pen

samiento de Andr?s Molina Enr?quez y de Jos? Vasconcelos du

rante la Revoluci?n, a los cuales Brading les intercala cuatro

"interludios", o peque?os ensayos. Dos de estos son rese?as pre viamente publicadas de los libros de Jacques Lafaye (Quetzalc?atl y Guadalupe) y Jean Meyer (La Cristiada), y los dos restantes se ocu

pan de temas tan diversos como las discrepancias entre los estilos churrigueresco y neocl?sico, y la pintoresca e instructiva obra de Manuel Pay no: Los bandidos de R?o Fr?o. Como es evidente, la obra carece de una secuencia preconcebi da y sistem?tica. El mismo Brading admite que fue s?lo hasta des pu?s de completar una conferencia sobre Las Casas que consider? posible reunir estos ensayos en forma de libro. Pero esto no le resta

cohesi?n a estos "pedazos esencialmente ocasionales". Su unidad se deriva en parte de la existencia de temas y preocupaciones co munes. Mientras que en su ensayo sobre el churrigueresco, por ejemplo, Brading ve en la imposici?n del neocl?sico una iniciativa elitista y ajena a las tradiciones novohispanas, que caus? una rup tura entre el gusto educado y el gusto popular, su rese?a sobre el libro de Meyer recoge la misma idea para apoyar su cr?tica a las interpretaciones que ven en la Revoluci?n Mexicana un movimiento

esencialmente agrario, producido por la reacci?n de los campesi nos frente a la creciente concentraci?n de la propiedad que acom pa?? al desarrollo econ?mico del porfiriato. En su lugar, Brading sigue de cerca a H?ctor Aguilar Cam?n y argumenta que la coali ci?n de Carranza y Obreg?n fue el producto de los intereses de una

?lite fronteriza y muy alejada de los intereses y necesidades popu lares. En este sentido, la Revoluci?n s?lo "agudiz? y perpetu? la profunda ruptura que ya exist?a en la sociedad mexicana, entre la poblaci?n que se manten?a notablemente fiel a la Iglesia' '. En am bos casos, el churrigueresco frente al neocl?sico y el de la Cristiada

frente a la Revoluci?n, es significativo que los instintos populares se refugiaran en un ferviente culto a la virgen de Guadalupe, un fen?meno que para Brading tipifica la esencia del nacionalismo me xicano de una forma m?s realista que la ret?rica del liberalismo revolucionario o del indigenismo anti "gachup?n". Pero m?s interesante que estos temas comunes, ya bien conoci dos por los lectores de Los or?genes del nacionalismo mexicano, es la pre

misa central del libro: "M?xico ?nos dice Brading? debe ser vis to como una parte integral del resto del mundo occidental, sujeto a los efectos del mismo tipo de ideas que reinaban en Espa?a, o

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DE MIT?MANOS Y PROFETAS

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incluso en Rusia y Estados Unidos." Es evidente que esta afirma ci?n corre el riesgo de disgustar a aquellos que critican la distin ci?n entre oriente y occidente como el producto de una ?ptica es trecha y euroc?ntrica. Sin embargo, en el presente caso, este m?todo tiene el m?rito de ampliar las perspectivas, haciendo posible el tra

tamiento m?s objetivo de temas tradicionalmente pol?micos. En el caso de Las Casas, por ejemplo, aunque Brading no oculta su admiraci?n por la originalidad de la visi?n del enigm?tico domini co, tampoco se deja llevar hacia la exaltaci?n del h?roe que hoy quisieran canonizar los indigenistas y algunos te?logos de la libe raci?n. El dualismo de la visi?n lascasiana no aparece como el re sultado de alguna dial?ctica moderna, precursora del liberalismo, donde progresistas y reaccionarios quedan en irremediable oposi ci?n. Se basa, m?s bien, en la visi?n agustiniana y profundamente medieval del fraile. Aun los elementos m?s "modernos" de su pen samiento, como su insistencia en el derecho natural de los indios al autogobierno, a la propiedad y a la libertad, o a la idea de que los reyes obtienen su autoridad por medio del libre consentimiento

del pueblo, est?n basadas en la doctrina tomista de la naturaleza y la gracia, y en las teor?as constitucionalistas de Lucas de Penna y Bartolo de Sassoferrato. Cierto: algunos aspectos de la obra las casiana son sorprendentemente originales, y Brading est? de acuer do con Anthony Pagden en que la Apolog?tica historia sumaria es el

primer ejercicio que se conoce en etnolog?a comparada, cuya im portancia no ha sido adecuadamente evaluada sino hasta bien en

trado el siglo xx (cfr. Pagden: The fall of Natural Man: The American Indian and the Origins of Comparative Ethnology, Cambridge University

Press, 1982, pp. 121-122); pero, como insiste el mismo Pagden, ser?a una injusticia querer basarse en esta originalidad para sacar a Las Casas de su contexto hist?rico y ponerlo a la par con pensa dores "ilustrados". De ah? que Brading subraye el agustinianismo del dominico, que, lejos de cualquier tipo de liberalismo, ve en la bula papal de 1493 la ?nica fuente aceptable de legitimidad pol?ti ca, basada en la jurisdicci?n imperial que el Vicario de Cristo les hab?a concedido a los reyes cat?licos, de la misma manera en que Le?n III hab?a consagrado el imperio de Carlomagno mediante su coronaci?n en Navidad del a?o 800. Si bien desde el punto de vis ta ind?gena, Las Casas aparece como el profeta de los derechos de los indios y del gobierno indirecto, desde el punto de vista de los conquistadores es sin duda el arquitecto agustiniano del absolutis

mo real.

Brading utiliza el mismo m?todo de an?lisis para encajar el res

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FERNANDO CERVANTES

to de sus pensadores dentro del amplio contexto de la cultura occi dental. El Bol?var criollo, por ejemplo, nacido en Caracas y educa do en Europa, donde alcanza su madurez intelectual, nunca asimila la tradici?n del patriotismo criollo que le hab?a dado su peculiar originalidad al movimiento independentista en M?xico. Su fuente de inspiraci?n se encuentra en la tradici?n del republicanismo cl? sico, en donde la "virtud personal" de Maquiavelo y la "libertad p?blica" de Rousseau luchan por la primac?a e impregnan su le gado con una ambivalencia que lo ha vuelto accesible, tanto a los abogados del autoritarismo, como a los defensores del republica nismo liberal. M?s adelante Brading subraya los elementos comu nes al pensamiento de Vasconcelos y de Molina Enr?quez, en es pecial el nacionalismo antiamericano y la sublimaci?n del elemento mestizo; pero tambi?n se?ala la evidente diversidad de sus fuentes de inspiraci?n. En el caso de Molina Enr?quez, el darwinismo so cial, basado en los escritos de Spencer, Darwin y Ernst Haeckel, lo lleva a suponer que los mestizos ?y nadie m?s?, debido a su notable adaptaci?n al medio y a su constante evoluci?n a trav?s de la selecci?n natural, constituyen la base de la nacionalidad me xicana. Vasconcelos es el primer rom?ntico mexicano. Pero por des gracia su visi?n idealista y po?tica es demasiado ambiciosa para los alcances de su capacidad intelectual, y despu?s de su fracaso pol?tico lo lleva a una reacci?n que exagera hasta el paroxismo la bien conocida simpat?a que los rom?nticos de edad avanzada sue len desarrollar por movimientos conservadores. Aunque entre la obra autobiogr?fica de Vasconcelos ?que es sin duda su momen to culminante? y Los grandes problemas nacionales de Molina Enr?

quez, la mayor popularidad del primero es evidente, en el ?ltimo an?lisis Molina Enr?quez se lleva la palma. Despu?s de todo, su insistencia en la necesidad de un estado intervencionista y dictato rial representativo de trabajadores y campesinos, formado por l? deres de la clase media, y capaz de aliarse con peque?os propieta rios, lo han convertido en el profeta, no s?lo de la Revoluci?n, sino del mismo PRI. Mientras tanto, la triste reacci?n egoc?ntrica y nar

cisista de Vasconcelos le impide formular un an?lisis adecuado de la Revoluci?n Mexicana y lo inclina hacia una defensa del catoli cismo conservador, m?s digna de Hilaire Belloc que del pensador que le hab?a dado su aureola legitimizadora al movimiento revolu

cionario.

Afortunadamente, su objetividad no le resta al an?lisis de Bra ding un sano apasionamiento por la historia de M?xico y un mar cado inter?s por su futuro. En su peque?o ensayo sobre Los bandi

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dos de R?o Fr?o de Manuel Payno, Brading percibe la existencia de una alegor?a en la cual Cecilia, una joven vendedora de flores, re presenta a M?xico: "virtuosa y llena de vigor natural, m?s linda que mestiza y abierta de car?cter, pero acometida por un t?pico abogado radical que no vacila en usar de la pol?tica para satisfacer sus intereses personales y que se casa con ella m?s por lujuria que por amor ?no hay algo aqu? de la relaci?n entre M?xico y sus pol? ticos?". En este sugerente pasaje, Brading se inserta en la l?nea cr?tica y antioficial de pensadores como Enrique Krauze, Gabriel Zaid y Octavio Paz, frente a un sistema en el que el precio de la estabilidad es la dictadura burocr?tica y donde la corrupci?n pare

ce haber revivido los caracteres de Payno: "Evaristo ?escribe?

a?n figura como capit?n de la polic?a, o como secuaz de alg?n l? der sindical." Los ministerios de Estado abundan con licenciados como Bedolla y Lamparilla, y "en cuanto al coronel Relumbr?n, ahora se convierte en gobernador de alg?n estado y en jefe de la

polic?a en el Distrito Federal. . ."

Donde Brading difiere de Paz es en su interpretaci?n de la his toria. El arraigado anticlericalismo de Paz ?nos dice?, producto

de su liberalismo tradicional, le impide comprender adecuadamente

la cultura del catolicismo que anim? el periodo colonial y que a?n gobierna una gran parte de la cultura popular mexicana. Por m?s ofensiva que esta cultura les parezca a los universitarios y pol?ti cos, para Brading no deja de ser uno de los elementos esenciales de la nacionalidad mexicana. El pasado vivo del M?xico moderno, nos dice, no es An?huac, con su visi?n oficial del Museo de Antro polog?a y de la pir?mide de Huitzilopochtli, sino la Nueva Espa?a, con su visi?n popular de la Bas?lica de Guadalupe. Es probable que el lector quede insatisfecho en varios momen tos durante la lectura de esta obra, ya que en su intento de darles unidad a estos ensayos, Brading incurre en generalizaciones que requieren de mayor sustentaci?n. Cuando habla, por ejemplo, de la "crisis de legitimidad pol?tica" que sufri? Hispanoam?rica des pu?s de las guerras de Independencia, como resultado de la des trucci?n de la autoridad tradicional de la monarqu?a cat?lica, no queda claro c?mo debe entenderse el concepto de legitimidad. ?Es una legitimidad pseudorreligiosa, que explica el atractivo de la ima gen del pr?ncipe liberador o una legitimidad laica, que explica la efectividad del centralismo presidencial de Ju?rez,-D?az y el PRI? ?Qu? funci?n desempe?a el elemento m?tico en el concepto de le gitimidad pol?tica? ?Es el elemento m?tico un aspecto positivo o ne

gativo de la tradici?n pol?tica mexicana?

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FERNANDO CERVANTES

?stas y otras preguntas quedan sin respuesta y aunque no po demos pedir que la presente obra ?cuya longitud y prop?sitos son bien modestos? les d? soluci?n, por otro lado s? podemos esperar que Brading contin?e con sus invaluables estudios sobre la histo ria intelectual y cultural de M?xico, y que los resultados que pron to esperamos conviertan a la presente obra en un mero esbozo. Un esbozo, sin embargo, con una lecci?n importante: el habernos mos trado la necesidad de repensar y reinterpretar la historia intelec tual de M?xico, que a su vez nos recuerda el hecho de que los lla mados "lugares comunes casi siempre se vuelven comunes", por falta de reflexi?n.

Fernando Cervantes El Colegio de M?xico

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EXAMEN DE LIBROS Harold D. Sims: La expulsi?n de los espa?oles de M?xico (1821-1828),

M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica, 1984, 300 pp.

Esta nueva edici?n del libro de Sims llega avalada por las favo rables opiniones que suscit? hace ya once a?os, cuando se realiz? su traducci?n y primera edici?n en castellano. Pese al tiempo trans currido, la obra mantiene su inter?s y sigue siendo una de las apor taciones m?s completas al conocimiento de los dif?ciles a?os de for

maci?n del M?xico independiente. En varias ocasiones se refiere el autor a la obra de Romeo Flo res Caballero La contrarrevoluci?n en la independencia. . . , que es su

antecedente inmediato. La comparaci?n parece oportuna ya que ambos estudian un periodo coincidente en algunos momentos y se refieren a la influencia econ?mica, pol?tica y social de la minor?a espa?ola en el trance cr?tico del cambio de r?gimen. Uno y otro ponen de relieve la influencia de la masoner?a, la inestabilidad po l?tica propicia a cualquier desorden y las desastrosas consecuencias econ?micas de la improvisaci?n y la violencia como armas para com

batir las tendencias reaccionarias. M?s ambiciosa en cuanto a la amplitud del tema tratado y el espacio de tiempo abarcado, la apor taci?n de Romeo Flores viene a ser el punto de partida para la investigaci?n realizada por Sims. Pero hay que advertir que no por concretarse a un problema preciso, durante escasos siete a?os, La expulsi?n de los espa?oles de M?xico es una obra menor; al contrario,

lo elogiable en todo caso es su proyecci?n a cuestiones generales a partir de planteamientos muy estrictamente definidos. Los a?os transcurridos entre la primera y la segunda edici?n han

permitido que salgan a luz estudios recientes sobre el papel desem pe?ado por la ?lite criolla y espa?ola en los ?ltimos tiempos de vida colonial, que completan el conocimiento de aspectos importantes y ayudan a comprender la situaci?n que se produjo inmediatamente

despu?s de la independencia. Las afirmaciones de Sims sobre cate gor?a social y ocupaci?n profesional de los espa?oles incluidos en

HMex, XXXV: 3, 1986

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el decreto de expulsi?n resultan m?s comprensibles desde que Do ris Ladd, John Kicza y Richard Lindley, entre otros, han puesto de manifiesto los mecanismos de asimilaci?n de los espa?oles pe ninsulares y sus recursos para influir en la sociedad criolla y en la econom?a novohispana. El grupo espa?ol de 1827 era muy distinto del que vivi? durante el mandato de los ?ltimos virreyes. La ma yor parte de los espa?oles acaudalados y reaccionarios hab?an sali do del pa?s antes de esa fecha. En cambio los soldados del ej?rcito realista que capitularon y decidieron permanecer en el Mexico in

dependiente constitu?an una tercera parte del total. Muchos de ellos eran analfabetos, algunos relativamente pobres y muchos se hab?an

casado con mexicanas.

Hacia 1827 los espa?oles hab?an sido excluidos de todos los pues tos de influencia pol?tica. En cambio su posici?n econ?mica segu?a siendo fuerte, su tendencia a exportar capitales afectaba la d?bil econom?a nacional y su permanencia en una c?moda situaci?n de bienestar econ?mico resultaba irritante para gran parte de la po blaci?n. Su peque?o n?mero (6 610 en toda la Rep?blica entre una poblaci?n total de 6 500 000 mexicanos) no era obst?culo para que se les considerase un elemento importante dentro de la nueva so ciedad. El hecho de que pr?cticamente todos fueran varones se ex plica f?cilmente, no s?lo por la incorporaci?n de los soldados de ?ltima hora, sino por las caracter?sticas de la inmigraci?n de a?os anteriores. El debate sobre la indeseable presencia de los espa?oles trascendi?

del Congreso a la prensa y de las reuniones secretas de las logias a los movimientos populares armados, en franca manifestaci?n de hostilidad contra los intrusos. Como parte del enfrentamiento en tre escoceses y yorkinos, la cuesti?n de los espa?oles fue tema de disputa que atrajo partidarios para ambos bandos, por simpat?a ha cia el grupo que lo abanderaba o por intereses pol?ticos y econ?mi cos. Espa?oles peninsulares y criollos acomodados, masones del rito escoc?s y reaccionarios clericales se agruparon para defender sus posiciones moment?neamente coincidentes. Mucho m?s seguros en sus postulados y con mayor respaldo popular, los yorkinos respon dieron con violentas revueltas a las conspiraciones proespa?olas que quedaron ahogadas r?pidamente. El decreto de expulsi?n se justi fic?, en gran parte, por la situaci?n de anarqu?a imperante y por el temor de que el descontento llegase a poner en peligro la estabi lidad del gobierno. Pero lejos de ser el punto final, la ley no fue m?s que otro episodio en los enfrentamientos, mientras el ambien te pol?tico se convert?a en escenario id?neo para intrigas y conspi

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raciones. En esta coyuntura intervino Aviraneta, cuyo testimonio recoge el autor con justificado recelo, puesto que la seductora per sonalidad del aventurero espa?ol es m?s adecuada para protagoni zar relatos novelescos que para avalar testimonios hist?ricos. El conflicto entre partidarios del centralismo y del federalismo contribuy? ? enconar los ?nimos, y el fracaso de la conspiraci?n de los escoceses termin? por desacreditar sus pretensiones y sellar la suerte de los espa?oles, cuyas simpat?as por el grupo derrotado eran manifiestas. El autor analiza la puesta en pr?ctica del decreto de expulsi?n que se llev? a cabo en los primeros meses de 1828. Seg?n testimonios de los contempor?neos y documentos de archi vos estatales y federales, llega a la conclusi?n de que el endureci miento del gobierno central choc? con las tendencias tolerantes y pragm?ticas de las autoridades locales. A pesar de la intransigen cia manifestada en muchos casos, fueron bastantes los espa?oles que se libraron de la expulsi?n, gracias a la intercesi?n de mexica nos que los defendieron o a las demoras en la resoluci?n de sus pe ticiones.

Harold D. Sims realiza un estudio ordenado relativo a las pecu liaridades de la poblaci?n espa?ola, las circunstancias nacionales y los intereses particulares que se pusieron en juego en aquella oca si?n. Contempla las motivaciones y las consecuencias de orden po l?tico y la realizaci?n pr?ctica del decreto, el impacto sobre el gru

po espa?ol como colectividad y algunos casos particulares de personalidades destacadas.

El estudio concluye en el a?o 1828, al completarse la primera parte del plan de expulsi?n, pero cuando a?n quedaba pendiente la soluci?n definitiva de un problema que s?lo se resolver?a con la muerte de Fernando VII y el reconocimiento oficial de la indepen dencia. El rencor contra los espa?oles, que no carec?a de funda mento hist?rico, hab?a sido azuzado por personajes pol?ticos m?s interesados en capitalizar a su favor los movimientos populares que

en lograr la estabilidad y la prosperidad del pa?s. En 1829 y 1833 se reavivar?a la cuesti?n y se producir?an nuevas muestras de hos tilidad contra la comunidad espa?ola, num?ricamente ya muy re

ducida.

La expulsi?n de 1828 no alcanz? los objetivos que el gobierno

se hab?a propuesto: no salieron todos los espa?oles sino escasamente

la tercera parte, no se fortaleci? la econom?a, puesto que la medi

da, lejos de inspirar tranquilidad, sembr? la desconfianza, y no alej?

la amenaza de una intervenci?n armada, que de todos modos se produjo un a?o m?s tarde.

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Sims comparte la opini?n de Reyes Heroles de que la expulsi?n result? pol?tica y econ?micamente equivocada; y llega m?s lejos, al manifestar que en gran medida fue la causa de la progresiva ra dicalizaci?n de los grupos enfrentados. La inevitable implicaci?n de la Iglesia en el problema, con su importante contingente de miembros del clero nacidos en Espa?a, contribuy? a dificultar la concordia, que habr?a sido tan necesaria en aquellos momentos. El libro tendr?a mayor valor si el autor hubiera completado el estu

dio del problema al menos hasta el ?ltimo intento de expulsi?n, o mejor, hasta la normalizaci?n de relaciones con Espa?a; tal como se presenta dice mucho, pero no todo lo que podr?a esperarse de una excelente investigaci?n sobre un problema trascendental en nuestra historia.

Pilar Gonzalbo Aizpuru El Colegio de M?xico

Mois?s Gonz?lez Navarro: La pobreza en M?xico, M?xico, El Co legio de M?xico, 1985. 494 pp. bibl., ?ndice anal?tico. Existe en torno al problema de la pobreza en las sociedades mo dernas una controversia que va desde el siglo xvi europeo, sobre todo espa?ol, hasta las discusiones sobre los aspectos sociales y mo rales del siglo xvn. Las investigaciones institucionales y los an?li sis sociol?gicos o econ?micos para combatir la mendicidad y el va gabundeo del siglo xvili precedieron a la discusi?n que despu?s de Adam Smith y Karl Marx ha acompa?ado el desarrollo posterior del capitalismo. Dado el avance de las fuerzas productivas, que en cierran tres revoluciones industriales, se trata de un fen?meno que

permite salir a los pobres de su letargo y a los ricos intentar justifi

car lo injustificable. As?, si bien pobres ha habido en todas las so ciedades de clases, con el surgimiento de la capitalista, la depaupe rizaci?n es inexplicable si se desvincula del proceso de acumulaci?n.*

Al revisar la legislaci?n y las acciones de la clase dominante a favor o en contra de los pobres, el m?s reciente estudio de Mois?s Gonz?lez Navarro muestra la prevalencia de actitudes y modos de * V?ase, Bronislaw Geremek, ''Criminalit?, vagabondage, paup?risme: la marginalit? ? l'aube des temps modernes", en Revue d'Histoire Moderne et Contemporaine, xxi, julio.-sept., 1974, pp. 359-367.

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pensar reformistas desde el M?xico colonial hasta el presente. En muchos sentidos La pobreza en M?xico es un libro que en forma di recta enfrenta al lector con el pensamiento de una burgues?a mexi

cana, que no obstante no saber bien a bien qu? hacer con los po bres, tampoco puede vivir sin ellos. Su conformaci?n social como clase no se explica ni econ?mica ni ideol?gicamente sin los pobres. ?sta se configura m?s claramente a partir de 1910, y despu?s en forma intermitente, como una cruzada contra el socialismo, esa "amenaza" siempre acechante en la situaci?n objetiva de los po bres. La visi?n de "los de abajo" re?ne en el mismo frente a expo sitores tan diversos como el liberal jacobino (Ignacio A. Ram?rez), el liberal conservador (Justo Sierra) y el liberal cat?lico (Jos? L?

pez Portillo y Rojas).

En efecto, tanto los liberales como los conservadores mexicanos del siglo xix sue?an con enganchar la Rep?blica al ferrocarril del progreso. Pueden distanciarse en cuanto a la funci?n de la religi?n en la sociedad, para reencontrarse r?pidamente con el acuerdo so bre la divisi?n entre moral y econom?a, pero sobre todo con el del

sometimiento de las clases bajas. Unos y otros temen el socialis mo. En este sentido Zavala, Mora, G?mez Farias, Alam?n, Prie to, Ram?rez, Vallar?a, Pablo Macedo, Otero, Sierra, etc., son los forjadores de "la patria mexicana", que con la liberalizaci?n de la econom?a pugnada por la Reforma, tender? a agudizar las dife rencias entre ricos y pobres, entre capital y trabajo. As?, nos dice el autor que con los ferrocarriles vuelve a despegar la econom?a me xicana, postrada desde las luchas de independencia, pero justamente

despega tambi?n la pobreza. Abrirse a esta clase de modernidad y progreso implica entonces, casi por necesidad, la profundizaci?n de una din?mica de desigualdad social. Del mito del progreso ba sado en el darwinismo social participan tanto no creyentes como cat?licos, el cual, frente a la masa de desaseados y andrajosos (mu chos de los cuales "hubieran necesitado pagar un d?a de sueldo para cortarse el pelo y ba?arse"), se empe?a en sostenerse y des

plegarse.

El estado moderno en su no tan larga historia, como se ha hecho sentir y creer, se ha constituido b?sicamente desarrollando funcio

nes ambivalentes que oscilan entre acciones paternalistas de pro tecci?n hacia los pobres y aquellas tareas represivas para la salva

guarda del orden y la "seguridad p?blica". Los'pobres, por su

parte, se han amotinado y asaltado graneros, han atacado a los ham

breadores y especuladores y han organizado huelgas. As?, los po bres, no sin raz?n, representan una amenaza latente, de vez en

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cuando explosiva, para su estado que cimenta su sobrevivencia en la defensa de los intereses de una clase. Si bien de muchas formas se sabe que el proceso de depauperi zaci?n en vez de decrecer tiende a aumentar, una de las aportacio nes del trabajo de Gonz?lez Navarro es mostrar ?al verificar la aplicaci?n de recursos econ?micos, como limosna o en forma de presupuestos? c?mo se han tejido hist?ricamente las redes de una ideolog?a que recuerda a Maquiavelo al sentenciar que si se per d?an los lazos entre ricos y pobres, el poder del pr?ncipe se ver?a

siempre amenazado.

En este marco creemos que de las tres categor?as utilizadas por

el autor ?pobreza, marginalidad y enajenaci?n?, la tercera ad

quiere un realce especial, y lo identifican con la mirada esc?ptica de Schopenhauer que descubre en 1851 la simetr?a entre pobreza y esclavitud, y con la denuncia cr?tica de Marx al se?alar en 1858 que nada pod?a ser m?s f?cil que ser un idealista a costa de los de m?s. As? Gonz?lez Navarro en la introducci?n: "El capitalismo no s?lo le hace creer al hombre que es libre, sino que erige en ideal de su vida el insertarse en ese sistema y ayudarle a funcionar . . . Hoy el capitalismo puede dejar f?sicamente libres a sus esclavos por

que sabe que psicol?gica e ideol?gicamente le est?n sujetos, si por casualidad escaparan no les quedar?a m?s remedio que retornar, pues es su ?nico medio de sobrevivencia. . . En fin, enajenaci?n es la inexacta concepci?n de las relaciones de dominaci?n entre las clases. . . En M?xico la clase dominante acepta esta situaci?n en parte porque considera perfectible la Revoluci?n Mexicana. ' ' En la profundizaci?n del fen?meno de la pobreza, cuantificable me diante indicadores prestablecidos, hablar de marginalidad es s?lo se?alar uno de los aspectos de disfuncionalidad inherentes al siste ma capitalista; pero referirse al de la alineaci?n es intentar ya pe netrar en el drama de la pobreza en una sociedad como la mexica na. Es atisbar en los juegos secretos de la ideolog?a de una clase pol?tica (laica, eclesi?stica o empresarial) que sabe crear mitos como el de la Revoluci?n Mexicana, y favorecer instituciones de benefi cencia que en nada ayudan a modificar a los pobres su estado de "envilecimiento f?sico y mental". Habr?a que plantear entonces si en vista de su superaci?n, no convendr?a pensaren la sociedad como

un gran hospital o una inmensa c?rcel. Esta idea sugerida de al g?n modo en el trabajo de Gonz?lez Navarro, recuerda a Gramsci y a otros autores preocupados por desmantelar los mecanismos de opresi?n de una sociedad que se reproduce sobre estas bases. El estudio de Mois?s Gonz?lez Navarro sobre el M?xico pobre

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expresa la desilusi?n ante las promesas no cumplidas de la Revolu ci?n. Destacan la magnitud de la empresa ?cinco a?os de investi gaci?n con base en informes oficiales, peri?dicos, folletos, estad?s ticas, obras literarias y algunos archivos?, y la agudeza cr?tica de algunas de sus observaciones. Estas, sin alejarse de la iron?a a ve ces un poco agria, tienen la ventaja de ser el resultado de una preo

cupaci?n m?s o menos constante en la larga e importante produc

ci?n del autor. As? La vida social durante el porfiriato, La guerra de castas en Yucat?n, Poblaci?n y sociedad, Anatom?a del poder en M?xico, van apun

talando la presentaci?n de nuevas fuentes y nuevos problemas de

la historia social mexicana, relacionados con el pensar y hacer de la

burgues?a en torno a los pobres. Aunque la organizaci?n del trabajo de Gonz?lez Navarro des cansa en lo tem?tico, los encabezados de las seis partes que lo com ponen sugieren una periodizaci?n cuyo eje central es la Revolu ci?n Mexicana, ?sta entendida como la consumaci?n del triunfo de los liberales del siglo xix. El autor constata las modificaciones en las relaciones entre la Iglesia y el Estado en cuanto a la atenci?n de los pobres se refiere. En una primera fase que dura tres siglos y medio, domina la tradici?n de la caridad colonial. La adminis traci?n de la caridad eclesi?stica contempla desde el hero?smo de algunos misioneros y cl?rigos del siglo de la Conquista hasta el des fallecimiento de las ?rdenes hospitalarias en las postrimer?as del si

glo xix. Con la Reforma disminuye la creaci?n de instituciones de beneficencia privada. Esta segunda etapa tropieza en sus inicios con los vac?os legislativos para atacar la miseria. Predomina toda v?a la idea de que la filantrop?a es una cuesti?n privada y no una obligaci?n del Estado. "La caridad p?blica s?lo deber?a intervenir en los infortunios inevitables; la privada en amparar hu?rfanos, pro teger ancianos y curar enfermos. . . " Pese a que los porfiristas re

chazaran que el capitalismo fuera la causa de la pobreza, poco a poco tuvieron que reconocer la insuficiencia de la caridad privada para aliviar las tensiones sociales que iban in crescendo a partir de la primera d?cada del siglo xx. As? fue c?mo "aunque a rega?a dientes y con cuentagotas, la beneficencia p?blica sustituy? a la ca ridad eclesi?stica y la de los particulares". Las dos primeras partes del libro, entonces, nos hablan de la lucha en torno a la desaparici?n de los impedimentos para el desa rrollo del capitalismo en M?xico, cosa que afectar? los modos tra dicionales de ver y de atender a los pobres. En el transcurso del desplazamiento de la Iglesia y de los pueblos de indios; mientras ?stos son expulsados a los nuevos centros de producci?n para mal

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baratar su mano de obra, la gente de la Iglesia, en cambio, se adapta

a la nueva situaci?n. Actitudes piadosas y f?rreas pr?cticas calvi nistas, puritanismo y darwinismo social parec?an no afectar el "ca tolicismo" de la clase dominante. Por su parte, los jerarcas ecle

si?sticos parec?an preocuparse m?s por "la longitud de las

procesiones, la altura de las catedrales y la abundancia de las vela doras y los exvotos, que por la caridad". La revoluci?n constitu cionalista, al vencer el reformismo cat?lico, colabora para acabar con tales ambivalencias: la de los ricos al sentirse obligados a dar limosna y buen ejemplo, y la de los pobres en el sentido de verse orillados a sobrellevar su miseria con resignaci?n. Con todo, pese a que la Constituci?n de 1917 ahond? la brecha entre la Iglesia y el Estado, exist?a un acuerdo impl?cito en seguir llamando a la po blaci?n a mejorar la situaci?n de los pobres, pero sin tener que "ene

mistarse con los ricos". "Y ante el creciente abandono de los templos, la jerarqu?a procura salvar a los obreros del influjo 'so cialista' incluso busc?ndolos en las f?bricas y 'aun en los tugu

rios'. . ."

Las cuatro ?ltimas partes se refieren a los intentos del Estado por insertar a los "d?biles" en un proyecto social cimentado sobre la idea liberal del progreso, no sin fusionar en nuevas secretar?as o dependencias paraestatales la beneficencia p?blica y privada. A lo largo de estas p?ginas la creaci?n de instituciones encargadas de aliviar, cuando no de administrar la pobreza, se ven invadidas por una ret?rica triunfalista, que no puede ocultar, pese a todo, la in

mensa presencia ?no s?lo por sus n?meros? de los que carecen de lo indispensable como para estar en concordancia con los idea les del progreso. Tras la pantalla de las estad?sticas que muestran los logros de la asistencia social p?blica, se esconde el drama social del antago nismo entre las clases. El drama crece cuando se observa que del

mantenimiento de ese equilibrio inestable depende la suerte del mis

mo Estado. Consciente de ello, el entonces presidente L?pez Por tillo declaraba en 1981 : "Que no se pierda la libertad por soportar los excesos de los ricos, que no se pierda por enfrentar las reivindi

caciones de los pobres."

Si bien el libro no es de f?cil lectura dado su car?cter descriptivo

?funciona en el autor una especie de pudor reverencial ante los materiales de la historia?, s? logra trasmitir en forma coherente el espect?culo, en apariencia inasible, de la pobreza en M?xico. Desde que se descorre el tel?n hasta que se cierra hay que transitar por un bosque de palabras, s?lo de vez en cuando iluminado por

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ciertas se?ales indicativas del rumbo, de modo tal que el sentido del texto est? sugerido en tanto que la mirada corre sobre un fresco lleno de fil?ntropos y prostitutas, de cl?rigos y hu?rfanos, de pol?ti

cos, leones y rotarios, de enfermos y analfabetas. En ello el autor sigue la inspiraci?n impresionista.

Guillermo Zerme?o Padilla Universidad Iberoamericana

Maria del Carmen Vel?zquez: El Fondo Piadoso de las Misiones de Californias. Notas y documentos, M?xico, Secretar?a de Relacio

nes Exteriores, 1985 (Archivo Hist?rico Diplom?tico Mexica no. Cuarta ?poca, n?m. 17). 535 pp., ?ndice de nombres, 2 fac s?miles pleg.

La colecci?n del Archivo Hist?rico Diplom?tico Mexicano pre senta en este volumen un cuerpo de documentos que pueden resul tar de inter?s para el estudio de la historia de la pen?nsula de Baja California, del desenvolvimiento de las misiones en la primera mi tad del siglo xix, del funcionamiento de fondos sujetos a la Real Hacienda, de la vida en las haciendas, y de proyectos, presupues tos y reglamentos de colonizaci?n. Para todo ello pueden aprove charse los datos que se proyectan en inventarios, informes, cuen tas y dict?menes relativos a las propiedades que constituyeron las inversiones del Fondo. El Fondo Piadoso de las Californias gener? una abundante do cumentaci?n desde la ?poca de su pertenencia a la Compa??a de Jes?s hasta su extinci?n, a mediados del siglo xix. Afortunada y excepcionalmente se conserva gran parte de las escrituras relacio nadas con los capitales y bienes inmuebles destinados a las misio nes y con su r?gimen administrativo; el libro de Mar?a del Car

men Vel?zquez presenta una interesante selecci?n de tales

escrituras. El minucioso trabajo de recopilaci?n se enriquece con un estudio introductorio que ocupa m?s de la tercera parte de la obra, y, por tanto, no puede considerarse una simple publicaci?n de documentos sino algo m?s ?til y expresivo. El estudio introductorio se refiere de un modo muy general a las caracter?sticas de la pen?nsula de Baja California y a la actua ci?n en ella de los misioneros jesu?tas. Quedan al margen las cues tiones relativas a la evangelizaci?n y apenas se menciona la gesti?n de la Compa??a de Jes?s como organizaci?n administradora de los

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cuantiosos bienes que se hab?an incorporado al capital constitutivo

del Fondo.

Como m?vil de las primeras empresas colonizadoras advierte la autora el inter?s de la corona espa?ola en la exploraci?n de las Ca lifornias, coincidente con el deseo de los jesuitas de tener estableci

mientos en la zona m?s occidental y por tanto m?s pr?xima a sus misiones orientales de Jap?n e Indochina. Sin poner en discusi?n la validez de tales objetivos cabe observar el escaso ?xito en su con secuci?n, ya que si se pretend?a establecer una avanzada hacia el extremo Oriente era prioritario asegurar las costas del Pac?fico, y,

sin embargo, el resultado fue que de las 13 misiones abiertas en 1767 s?lo dos estaban en la costa del oc?ano y las 11 restantes en el Mar de Cort?s. La comunicaci?n de la provincia jesu?tica de M? xico con las misiones de Asia se hac?a regularmente por Filipinas y el puerto de Acapulco o desde Roma, que centralizaba todas las actividades de la orden. El Fondo de las Californias se origin? para proveer a los misio neros de la Compa??a de las rentas m?nimas para su subsistencia y para la construcci?n de sus misiones, equivalente a la ayuda que recib?an del gobierno virreinal las misiones de Sonora y Sinaloa. La ayuda oficial lleg?, de todos modos, destinada especialmente al sostenimiento de peque?os grupos de soldados que garantiza

ban la seguridad de la regi?n. Las donaciones de particulares aumentaron considerablemente los bienes del Fondo, invertidos pre

ferentemente en fincas rurales; las sustanciosas rentas producidas por estas inversiones se emplearon para el fomento de empresas privadas, de modo que el Fondo Piadoso se convirti? en una insti tuci?n de cr?dito con car?cter casi bancario, cuyos clientes se en contraban entre los caballeros m?s ricos y distinguidos de la capi tal. La ciudad de M?xico era tambi?n el mercado preferido para la venta de los productos de las haciendas. Desde luego, la compa raci?n con una instituci?n bancaria es oportuna pero inexacta, pues

to que el Fondo Piadoso de las Californias, al igual que los conven tos novohispanos y los juzgados de capellan?as y obras p?as, ejerc?a su funci?n de prestamista con un car?cter irregular y casi privado, carec?a de mecanismos eficientes para el cobro e investigaci?n de los deudores y confund?a en un mismo sistema las rentas percibi das por censos y donaciones y las que se adeudaban por hipotecas o dep?sitos irregulares. Quiz? los jesuitas llevaron sus cuentas con mayor precisi?n, pero no hasta el punto de dedicarle una atenci?n preferente dentro de sus actividades. El comentario sobre el sigilo con que se guardaba el estado real

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de las finanzas de pie para apoyar alguna sospecha de falta de es cr?pulos en la administraci?n, lo que ser?a gratuitamente malicio so si no hay testimonios que lo sugieran. Seg?n la autora, Homer Aschmann menciona el "secreto" y el padre Burrus lo aclara en el sentido de que la situaci?n econ?mica se manifestaba en docu mentos oficiales dirigidos a los funcionarios de la Corona y a las autoridades superiores de la Compa??a. Sin pruebas en uno y otro sentido, parece razonable suponer que el presunto "secreto" era simplemente discreci?n en un asunto que no exig?a divulgaci?n. Lo que queda claro es que las cuentas del Fondo de las Californias se hallaban centralizadas en el Colegio de San Andr?s de M?xico. El inventario de 1767 muestra que se manejaba dinero en efectivo, cr?ditos, mercanc?as y transacciones comerciales; sorprende, des de luego, la cantidad de telas y de productos varios empacados en fardos que se despachaban a las haciendas. Parece que no s?lo es taban destinados al aprovisionamiento de los sirvientes y peones sino al abastecimiento de otros habitantes de la regi?n. En 1800, un cuarto de siglo despu?s de la expulsi?n, el administrador de la hacienda de Ibarra propuso que se reabriese una tienda como las que exist?an en tiempos de los jesuitas. Quiz? estos establecimien tos comerciales se aprovechasen de la franquicia de que gozaban los religiosos en los productos que canjeasen sin fines de lucro. Los inspectores de alcabalas vigilaban el cumplimiento de esta condici?n.

El 12 de junio de 1767 los jesuitas hicieron entrega de las cuen tas correspondientes al Fondo Piadoso y casi ocho meses m?s tarde salieron los misioneros de Baja California. La expulsi?n en la pe n?nsula se llev? a cabo con mayor cautela y lentitud que en el resto de la provincia por tratarse de un territorio de gran importancia para la Corona, muy superficialmente colonizado y escasamente defendido y en el que las misiones hab?an servido para proteger los intereses del gobierno. Inmediatamente despu?s lleg? a inspec cionar el lugar el visitador don Jos? de G?lvez, en busca de lugares id?neos para establecer nuevos asentamientos y erigir fuertes que contribuyesen a acelerar el proceso de reducci?n de los ind?genas. Para su expedici?n pudo disponer de una peque?a parte de las ren

tas del Fondo.

Varios informes posteriores muestran el estado en que se encon traban las cuentas; a veces se dispuso de alg?n dinero para gastos de la administraci?n, pero con el paso del tiempo se fue robuste ciendo la autonom?a del Fondo, que se convirti? en un ramo apar te de la Real Hacienda y cuyo objetivo fue siempre el sostenimien to de las misiones. Para fines de siglo el n?mero de misioneros de

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las Californias, entre franciscanos y dominicos, hab?a aumentado, pero no el de indios catequizados. Una vez m?s los administradores y funcionarios reales queda ron defraudados porque la fama de riqueza de los jesuitas les hab?a hecho concebir esperanzas de que obtendr?an grandes ganancias que nunca se produjeron, y qued? en duda cu?l hab?a sido el ren dimiento real antes de la expulsi?n. Hubo varios intentos de mejo rar la producci?n de las haciendas. En alguno de los proyectos se consideraba la conveniencia de elevar el nivel de vida de los traba jadores: se ped?an para ellos mejores salarios y una instrucci?n cris

tiana m?s efectiva. El pago de s?nodos a los misioneros se hizo muy dif?cil al ini ciarse el movimiento de independencia. Los procuradores de las

respectivas ?rdenes se ocupaban de hacerlos llegar a su destino, pero

siempre hubo retrasos. Aun hubo nuevas donaciones, que eleva ron el capital del Fondo, pero cuyas rentas ya no se destinaron a la fundaci?n de nuevas misiones, sino al sostenimiento de las anti guas. La intenci?n de secularizar la evangelizaci?n y los bienes a ella destinados se manifest? durante los ?ltimos a?os del virreinato y se mantuvo en el paso a la Rep?blica independiente. La coloni zaci?n de la pen?nsula se plane? a base de establecimientos milita res y poblados de agricultores que explotar?an los escasos recursos ofrecidos por la regi?n. Entre 1822 y 1825 se elaboraron varios planes y reglamentos para

la colonizaci?n por medio de familias de otros estados a las que se proveer?a de tierras, pero ninguno result? practicable. En los a?os sucesivos el gobierno se vio obligado a disponer de las rentas del Fondo Piadoso de las Californias para cubrir otras necesidades ina plazables. Por fin, en 1833 se hizo circular una ley que ordenaba la secularizaci?n de las misiones y adjudicaba para ello los bienes del Fondo. En 1840 se erigi? la di?cesis de California, con lo que las misiones deber?an convertirse en parroquias seculares y el capi tal para ellas destinado se extingu?a, como ven?a anunci?ndose desde

el momento en que el gobierno dej? de fomentar el sistema de mi siones y las autoridades estatales y federales se disputaron los fon

dos a ellas destinados. Los documentos que se reproducen en el libro est?n distribui

dos en cinco apartados de acuerdo con su contenido y cronolog?a: los designados como donaciones, de los siglos xvi al xvin se refie ren a las inversiones y capitales existentes durante el tiempo de ad

ministraci?n de los jesuitas; los papeles y t?tulos de las haciendas son de distintas fechas y corresponden a la colecci?n formada en

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EXAMEN DE LIBROS

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1767; a ellos se unen los inventarios de entrega, todos de 1767 a 1768, con lo que se completa la documentaci?n entregada por los desterrados a las autoridades virreinales. El apartado correspon diente a cuentas de cargo y data se refiere al funcionamiento de la administraci?n a cargo de los funcionarios reales. Los informes administrativos son especialmente interesantes, puesto que los re dactores de ellos no se limitaban a rendir cuentas, sino que daban su opini?n sobre las causas de los bajos rendimientos y posibilida des de mejora en la producci?n. Por ?ltimo, los reglamentos repu blicanos son proyectos de colonizaci?n, minuciosos en su ordena-, miento pero impracticables en el momento en que se dise?aron. Quiz? el aporte fundamental de este libro sea la detallada expo sici?n de la pol?tica virreinal y republicana en relaci?n con el terri

torio de Baja California, su colonizaci?n y la aplicaci?n de las ren

tas que le pertenec?an. Paralelamente se plantea la progresiva

secularizaci?n de los establecimientos religiosos, la labor de los ad ministradores y la extinci?n de los capitales, disputados por auto ridades civiles y desaparecidos en el naufragio de la econom?a del

M?xico decimon?nico.

Pilar Gonzalbo Aizpuru El Colegio de M?xico

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