Historia mexicana 143 volumen 36 número 3

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HISTORIA MEXICANA VOL. XXXVI ENERO-MARZO, 1987 N?M. 3

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HISTORIA MEXICANA 143

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Vi?eta de la portada: Un chiclero al pie de un zapote, ?rbol del chicle, reproducido de Ram?n Beteta, Tie rra del chicle por. . ., ilustraciones de Alberto Beltr?n, 3a. ed., M?xico, Editorial M?

xico Nuevo, 1951, entre pp. 54 y 55.

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HISTORIA MEXICANA

Revista trimestral publicada por el Centro de Estudios Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas Redactor: Luis Murot Consejo de Redacci?n: Carlos Sempat Assadourian, Jan Bazant, Romana Falc?n, Bernardo Garc?a Mart?nez, Virginia Gonz?lez Claver?n, Mois?s Gonz?lez Navarro, Alicia Hern?ndez Ch?vez, Clara Lida, Andr?s Lira, Alfonso Mart?nez, Rodolfo Pastor, Anne Staples, Dorothy Tanck, Elias Trabulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez.

VOL. XXXVI ENERO-MARZO, 1987 NUM. 3 SUMARIO Art?culos Cecilia RABELL y Neri NECOCHEA: La mortalidad adulta en una parroquia rural novohispana durante el siglo XVIII

405

Miguel ?ngel CUENYA MATEOS: Evoluci?n demogr?fica de una 443 parroquia de la Puebla de los Angeles, 1660-1800 Herman W. KONRAD: Capitalismo y trabajo en los bosques de las tierras bajas tropicales mexicanas: el caso de la industria del chicle

Carmen CASTA?EDA: Don Valent?n G?mez Fartas, su formaci?n intelectual

Mois?s GONZ?LEZ NAVARRO: Kaerger: peonaje, esclavitudy cua siesclavitud en M?xico

465

507

527

Testimonio Josefina Zoraida V?ZQUEZ: Santa Anna y el reconocimiento de Texas

553

Rese?a La medicina en el virreinato (sobre John T?te Lanning, The Ro yal Protomedicato. The regulation of the medical profession in the Spa

nish Empire, por Ignacio ALMADA Bay)

563

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Examen de libros Sobre Diana Balmori et al., Notable family networks in Latin

America (Ma. de los ?ngeles ROMERO Frizzi) 573

Sobre John C. HAMMERBACK et ai, A war of words; chicano

protest in the 1960s and 1970s (Manuel GARC?A Y GRIEGO) 575

Sobre Karl KAERGER, Agricultura y colonizaci?n en M?xico en

1900 (Daniela Spenser y Roberto Melville) 579

Sobre Barbara A. TENENBAUM, The Politics of Penury. Debts and

Texas in Mexico, 1821-1856 (Jan BAZANT) 582

La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente personal de sus autores. Son ajenos

a ella, en consecuencia, la revista, El Colegio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana es una publicaci?n trimestral de El Colegio de M?xico. Precio del ejemplar: 5 500 pesos (8.75 U.S. Dis.). Ejemplar atrasado: 6 500 pesos (9.50 U.S. Dis.). Suscripci?n anual: en M?xico, 16 500 pesos; en Estados Unidos y Canad?, 25 U.S. Dis.; en Centro y Sudam?rica, 18 U.S. Dis.; en otros pa?ses, 34 U.S. Dis.

?El Colegio de M?xico, A.C. Camino al Ajusco 20 Pedregal de Sta. Teresa 10740 M?xico, D.F.

ISSN 0185-0172 Impreso y hecho en M?xico Printed in Mexico

por

Programas Educativos, S.A. de C.V., Chabacano 65-A, 06850 M?xico, D.F. Fotocomposici?n, formaci?n y negativos: Redacta, S.A.

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LA MORTALIDAD ADULTA EN UNA PARROQUIA RURAL NOVOHISPANA DURANTE EL SIGLO XVIII* Cecilia Rabell y Neri Necochea Instituto de Investigaciones Sociales unam

El m?todo brass-hill para estimar las probabilidades de sobrevivencia: ventajas y limitaciones

El objetivo de este trabajo es evaluar la aplicaci?n del

m?todo ideado por W. Brass y K. Hill a los datos provenien tes de las actas de matrimonio de la Parroquia de San Luis de la Paz, Gto., en el siglo xvni.1 El m?todo consiste en esti mar el patr?n y el nivel de mortalidad de la generaci?n de padres de los novios a partir de la menci?n a la sobrevivencia de los padres que se hace en las actas de matrimonio, men ci?n similar a la que a continuaci?n se presenta: En el a?o del Se?or de mil setecientos sesenta y dos. . . yo el Padre Francisco Xavier Ya?ez de la Compa??a de Jes?s, cura

y ministro de doctrina de este dicho pueblo (San Luis de la Paz). . . pregunt? a Don Fernando Villela espa?ol de edad de treinta a?os originario del pueblo de Chamag?ero, y vecino deste pueblo de cuatro a?os a esta parte, hijo leg?timo de Don Julio Anto nio difunto y de Do?a Ana Mar?a deAlvibar, si quer?a contraer matri

* La primera version de este trabajo fue presentada en el Seminario sobre mortalidad adulta y orfandad en el pasado, auspiciado por la Uni?n Internacio

nal para el Estudio Cient?fico de la Poblaci?n, Costa Rica, 1984. Agrade cemos las valiosas observaciones de Mar?a Eugenia Zavala y de Robert

McCaa.

1 Brass y Hill, 1974. V?anse las explicaciones sobre siglas y referen cias al final de este art?culo. HMex, XXXVi: 3, 1987

405

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CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

monio seg?n el orden de nuestra Santa Madre Iglesia con Do?a Barbara Antonio Medell?n, espa?ola de edad de veinte a?os ori ginaria del pueblo de Santa Mar?a del R?o y vecina deste dicho pueblo de diez y ocho a?os a esta parte, hija leg?tima de Don Pedro Alc?ntara Medell?n y de Do?a Mar?a Pomeda difunta, y habiendo res

pondido que s?. . .

La descripci?n detallada del m?todo aparece en el Anexo I. Para observar directamente la mortalidad de la poblaci?n adulta2 se necesitar?a tener por lo menos un padr?n de la poblaci?n que tuviera edades y la serie de actas de entierros, preferentemente tambi?n con edad de fallecimiento, durante 3 o 5 a?os en torno a la fecha del padr?n. Con estos datos se podr?a construir una tabla de vida del momento. Otra solu ci?n ser?a recurrir a la reconstituci?n de las familias para ela

borar una tabla longitudinal que reflejara la mortalidad de una generaci?n o un grupo de generaciones observadas has ta su extinci?n. Desgraciadamente, son muy raros los casos en que se cuenta con padrones donde est? asentada la edad y m?s a?n con actas de entierro que contengan la edad al falle

cimiento. La segunda soluci?n, por la v?a de la reconstitu ci?n de familias, ofrece otras dificultades debido a la costum bre un tanto err?tica en la transmisi?n de apellidos, costumbre que dificulta o imposibilita la identificaci?n de las personas, y la alta frecuencia de nacimientos ileg?timos que ocurren fuera de las familias legalmente constituidas que se est?n observando

en poblaciones de Am?rica Latina.3 Estas son las razones

que justifican que se recurra a un m?todo indirecto para cono

cer el comportamiento de la mortalidad. Se eligi? la segunda mitad del siglo XVIII por ser ?ste el ?nico periodo relativa mente largo durante el cual las actas de matrimonio contie nen la edad de los novios, dato indispensable para la aplica ci?n del m?todo. 2 La mortalidad infantil y la del grupo de menores de 5 a?os puede obtenerse por medio de las actas de bautismo y de entierro. 3 Calvo, 1985, describe las serias dificultades a las que se enfrent? para reconstituir unas 200 familias en Guadalajara. En este trabajo el autor estudi? caracter?sticas de la fecundidad de la poblaci?n, pero no abord? el estudio de la mortalidad.

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MORTALIDAD ADULTA EN EL SIGLO XVIII 407

El m?todo fue probado en poblaciones hist?ricas que cuen tan con registros parroquiales y padrones casi perfectos (La Haya en el siglo XIX y Canad? en los siglos xvil y xvill); los resultados fueron buenos ya que se encontraron muy simila res a los obtenidos mediante las tablas de vida emp?ricas.4 Sin embargo se trataba de poblaciones que se caracterizaban por tener un nivel de mortalidad casi constante. Las pobla ciones coloniales en Am?rica Latina rara vez tienen niveles constantes de mortalidad durante periodos largos.5 El m?todo tambi?n se aplic? a poblaciones de parroquias de Brasil, Costa Rica, Per?, Chile y Argentina, con resulta dos desiguales; estos estudios se refirieron a poblaciones de las ?ltimas d?cadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX. La discusi?n de todas estas experiencias en tan diversos con

textos temporales y culturales permiti? llegar a una conclu si?n: el m?todo es adecuado y se puede aplicar a poblaciones hist?ricas para las que no se tienen estad?sticas perfectas, siem pre y cuando la informaci?n sea relativamente precisa y com

pleta y los supuestos del m?todo se cumplan de manera aproximada.

Los principales problemas en la aplicaci?n del m?todo a poblaciones latinoamericanas provinieron de la alta propor ci?n de casos para los que no se ten?a informaci?n. De ello se deduce que es muy importante hacer una evaluaci?n bas tante detallada de la calidad de la informaci?n, antes de inten

tar aplicar el m?todo; adem?s, hay que hacer algunas prue 4 Van PopPELy Bartlema, 1984, hicieron una cuidadosa evaluaci?n de los resultados de la aplicaci?n del m?todo Brass-Hill a datos referidos a La Haya de 1850 a 1880; los valores estimados de las probabilidades de sobrevivencia entre 25 y 65 a?os (para mujeres) y 32.5 y 75 (para hom bres) coincidieron con los valores obtenidos emp?ricamente. Nault, Bole da y Legar?, 1984, usaron informaci?n sobre la poblaci?n canadiense durante los siglos xvn y xvm con el mismo objetivo. Compararon los resul tados de la aplicaci?n del m?todo Brass-Hill con aquellos obtenidos a par tir de la observaci?n directa de la mortalidad, aprovechando la reconstitu ci?n de la poblaci?n canadiense que se est? realizando en la Universidad

de Montreal.

5 Uno de los rasgos m?s sobresalientes del r?gimen demogr?fico impe rante en las poblaciones coloniales era la existencia de crisis demogr?ficas de fuerte intensidad, especialmente durante los siglos xvn y xvm.

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CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

bas para verificar en qu? medida se cumplen los supuestos. El m?todo consiste en estimar la serie de probabilidades de sobrevivencia de los padres de los novios a partir de la pro

porci?n de novios no hu?rfanos clasificados por grupos de edad. Por consiguiente, se obtienen probabilidades que no est?n referidas a un periodo acotado; representan un prome dio de la mortalidad experimentada a lo largo del periodo durante el cual los padres de los novios estuvieron expuestos al riesgo de morir, es decir desde que nace el primero de los novios citados en las actas hasta el fin del periodo de obser vaci?n.6 En la medida en que la mortalidad haya sido cons tante, las estimaciones se acercar?n a la experiencia real de

mortalidad.

Adem?s de suponer una mortalidad constante, el m?todo supone tambi?n constantes las tasas espec?ficas de fecundi dad por edad; este segundo supuesto es m?s f?cil de admitir ya que la poblaci?n que analizamos ten?a un r?gimen de fecun

didad natural, bajo el cual las variaciones en la fecundidad s?lo pueden provenir de cambios fuertes en el patr?n de nup

cialidad.

El segundo supuesto es que la supervivencia de los padres sea independiente de su fecundidad y de la mortalidad y nup cialidad de sus hijos. Ello es as? porque la mortalidad de los padres de los novios debe ser representativa de la mortalidad del conjunto de adultos. De hecho, aquellos padres que tie nen muchos hijos sobrevivientes aparecer?n m?s veces en las actas de matrimonio de sus hijos que los que tienen pocos des cendientes que sobreviven hasta el casamiento, pero esta repe tici?n no introduce sesgos porque estos padres son captados en diferentes momentos.7 Los solteros y las personas cuyos hijos no se casaron o que no tuvieron hijos, no figuran en los c?lculos. En realidad, s? hay diferencias entre la mortali dad de los casados y la de los solteros, pero ?stas no introdu cen sesgos importantes. La mortalidad de las mujeres casa das es m?s elevada durante el periodo de procreaci?n, pero

es m?s baja a edades avanzadas que la de las mujeres solt? 6 V?ase Van Poppel y Bartlema, 1984. 7 V?ase Henry, 1960, Dup?quier, 1984.

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MORTALIDAD ADULTA EN EL SIGLO XVIII 409 ras.8 Tambi?n se puede afirmar que hay relaci?n entre la mortalidad de los padres y la de los hijos y que cuando nin guno de los hijos sobrevive, es muy probable que los padres hayan compartido con sus hijos las condiciones que los con dujeron a una alta mortalidad. Entonces a trav?s de este m?to

do se sobreestiman las probabilidades de sobrevivencia de la

poblaci?n adulta total.9 En sus c?lculos, Brass y Hill consideran una tasa media anual de crecimiento de la poblaci?n del 2 por ciento. Hay adem?s otro tipo de problemas que inciden en los resul

tados al aplicar este m?todo: se trata de las imprecisiones en la informaci?n asentada en las actas. Con cierta frecuencia, el cura ni siquiera anota si los padres est?n vivos o difuntos; ?ste fue uno de los principales problemas que surgieron entre

las poblaciones latinoamericanas del siglo XIX.10 A pesar de todas las limitaciones del m?todo y de las deficiencias en la informaci?n, se pueden obtener estimaciones relativamente cercanas a la experiencia real; en el caso de poblaciones colo niales para las que no es posible analizar la mortalidad a par tir de la observaci?n directa del fen?meno, este m?todo ofre ce una v?a interesante, siempre y cuando se sometan los datos

a una cuidadosa evaluaci?n.

Tendencias seculares de la poblaci?n de

San Luis de la Paz San Luis de la Paz era un pueblo de frontera con los grupos n?madas de chichimecas; su fundaci?n es anterior a 1590, 8 V?ase Bartlema, 1984, pp. 11 ss. 9 Van Poppel y Bartlema, 1984, p. 46. 10 Por ejemplo, en Valpara?so la proporci?n de casos sin informaci?n acerca de la sobrevivencia de los padres alcanz? el 65%; en seis parro quias del Valle Central de Costa Rica se tuvieron que eliminar 4 000 de las 10 000 actas por la misma raz?n. En cinco de las siete parroquias lime ?as hubo que trabajar con la serie de informaci?n matrimonial y no con la de casamientos. Este procedimiento es v?lido ya que el sesgo introduci do por la diferencia entre la edad en que se proporciona la informaci?n y la edad en la que tiene lugar el casamiento es m?nimo.

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CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

puesto que para este a?o se tienen ya registros de bautizos. Los primeros pobladores son espa?oles con sus esclavos negros e indios otom?es, tra?dos del centro del virreinato. Los "mecos cogidos de los alzados" fueron sometidos a vivir en polic?a en la Misi?n de Chichimecas organizada por los jesuitas que se encargaron de la evangelizaci?n del lugar y fundaron un

colegio.

El registro continuo de los casamientos, bautizos y entie

rros no es tan temprano: comienza hacia finales del siglo xvil y termina un par de meses antes de la guerra de independen

cia de 1810. La suave y ascendente curva de los bautizos, que se reinicia en 1645, no muestra trazas del azaroso y hetero g?neo poblamiento inicial. Durante el siglo xvni, las actas de bautizos, casamientos y entierros reflejan los vaivenes del acontecer demogr?fico as? como las tendencias seculares de la poblaci?n (v?ase la gr?fica 1). La curva de bautizos es la que

m?s se asemeja al comportamiento de la poblaci?n total.

Durante el siglo xvill la tasa media anual de crecimiento de los bautizos crece a un ritmo cada vez menor.

Cuadro 1 San Luis de la Paz, 1695-1810. Tasas medias anuales de crecimiento de los bautizos

Tasa media anual A?os de crecimiento^^

1695-1735 2.97 1736-1783 1.98 1784-1810 0.97

El vigoroso crecimiento de las primeras d?cadas muy bablemente debido a la inmigraci?n, se desacelera y para les del xvill es de cerca de 1 %, tasa a?n elevada dadas

11 Las tasas se calcularon a partir de valores ajustados. Los va observados fueron sometidos a la f?rmula exponencial modif

aebx(a> o);los coeficientes de correlaci?n entre los valores observa los ajustados fueron muy elevados: 0.92, 0.77 y 0.61, respectivament f?rmula refleja un crecimiento poblacional inicial muy acelerado.

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San Luis de la Paz, Gto., 1690-1810

n-"-1-1-1-1-1-1-1-1-1-1-1-1-1-1-1-?-1-1-1-1-1-1-1

1690 1700 1710 1720 1730 1740 1750 1760 1770 1780 1790 1800 1810

Bautizos, matrimonios y entierros en San Luis de la Paz (1690-1810)

Gr?fica 1

A?os

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CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

condiciones de mortalidad de las poblaciones rurales co loniales. Al iniciar este estudio, en 1780, los bautizos ya no crecen al 2 % pero hay que recordar que se est?n observando a las generaciones de padres de los novios, es decir un periodo que cubre aproximadamente de 1740 a 1810. Si se asume, por las razones expuestas en el apartado ante rior, que el nivel de fecundidad leg?tima es constante, la desa

celeraci?n del crecimiento de los bautizos se debe a los efec

tos de las crisis demogr?ficas. La curva de entierros en la gr?fica 1 est? marcada por tres altos "campanarios" y varios picos que atestiguan la intensidad de las crisis del siglo xvm. Los efectos de la crisis inciden en la tendencia de la curva de nacimientos pero no en el nivel de las tasas espec?ficas de fecundidad.12

Evaluaci?n de los datos sobre orfandad Una vez descrita la tendencia secular y precisados los supuestos

referidos al comportamiento de la fecundidad, se har? una evaluaci?n de los datos contenidos en las actas de casamiento

de 1780 a 1810.

La primera fuente de errores es responsabilidad del p?rroco

quien pudo haber olvidado la menci?n al deceso de uno o de ambos padres. No es posible estimar la frecuencia de este tipo de omisi?n pero la consecuencia es el subregistro de la morta lidad de los padres y puede suponerse que afecta por igual a padres y madres. Cuando ambos padres han muerto, en las actas se asienta . . ."hijo de Juan y Mar?a, difuntos". Es relativamente f?cil que el cura al anotar o el investigador al leer hayan olvidado la ''s", lo que tendr? como efecto el subre

gistro de la mortalidad masculina. Otro tipo de omisi?n, bas tante frecuente, se debe a que en el acta no aparece ninguna

menci?n a los padres de los novios. La segunda fuente de errores, proveniente de una decla

12 Las tasas espec?ficas de fecundidad se calculan dividiendo el n?me ro de hijos nacidos vivos de madres de determinada edad, durante un perio do, entre el n?mero medio de mujeres de esa edad y de ese mismo periodo.

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MORTALIDAD ADULTA EN EL SIGLO XVIII

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raci?n imprecisa o incorrecta, no puede tampoco ser evalua da; se trata en este caso de la condici?n de los hijos adoptivos o ''entenados" que son anotados simplemente como hijos pro pios. De nuevo, este error produce un subregistro de la mor talidad de los padres. El tercer problema es muy com?n: la omisi?n de la edad de los novios, por negligencia del cura, cuando estos casos se presentan en forma espor?dica o bien porque en ciertos periodos no se usaba asentar esa informaci?n. De hecho duran

te las ocho primeras d?cadas del xvill, la edad de los novios casi nunca aparece en las actas de casamiento, aunque s? se anotaba en la "informaci?n matrimonial" previa a la cele braci?n de las nupcias. Se decidi? analizar con detalle cu?les eran las caracter?sticas de las actas incompletas para encon trar una soluci?n que no introdujera sesgos en la informa ci?n, como probablemente hubiera sucedido si simplemente se eliminaran estos casos. Se trabaj? inicialmente con 4 190 registros; se dejaron de

lado 464 que correspond?an a ''cartas requisitorias".13 En

los 3 726 registros restantes hab?a muchos casos en los que la informaci?n sobre los padres era incompleta, como puede

verse en el cuadro 2.

En las actas de cerca de una cuarta parte de todos los matri

monios no hay menci?n alguna a la sobrevivencia de los

padres. A ello hay que agregar que para el 20% de las novias y el 16% de los novios no se tiene la edad al matrimonio. Tan elevadas proporciones de actas incompletas invalidan todo an?lisis, a menos de poder eliminar grupos de novios que ten

gan alguna caracter?stica com?n que justifique la exclu

si?n.14 Por ejemplo, se puede trabajar solamente con hijos le

13 Se exped?a este tipo de documento cuando uno o ambos contrayen tes eran originarios de San Luis de la Paz pero resid?an en otra parroquia,

ya que era necesario que el cura de la parroquia de donde eran nativos declarara que no conoc?a impedimento alguno al matrimonio proyectado. A partir de 1781, las "cartas requisitorias" aparecen mezcladas entre las actas de matrimonio. 14 Esta correcci?n, propuesta durante el Seminario sobre Mortalidad Adulta por el Dr. Robert McCaa, de la Universidad de Minnesota, fue discutida y aceptada por los participantes.

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CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

Cuadro 2 Distribuci?n porcentual de la condici?n de sobrevivencia de los padres de los novios

Ninguna Total

Vivo Fallecido Desconocido* menci?n casos

Padre Madre Padre Madre

novia novia novio novio

53 62 47 55

24 20 27 22

5 1 5 1

18 17 21 21

3 3 3 3

726 726 726 723

* Esta categor?a se refiere a los hijos ileg?timos "de padre desconocido" y "de

padre y madre desconocidos".

g?timos y de esta manera se descarta una proporci?n de actas

incompletas. El supuesto impl?cito es que la mortalidad de

los padres es independiente de la condici?n de legitimidad de los

hijos. Los hijos eran ileg?timos cuando uno o ambos padres eran ''desconocidos"; entre los novios hubo 170 hijos de padre desconocido y 26 de madre tambi?n desconocida. Entre las novias, 184 no fueron reconocidas por su padre y 39 no cono cieron ni padre ni madre (cuadro 2). Es muy interesante comparar la proporci?n de novios ile g?timos con la de ni?os declarados ileg?timos al ser bautiza dos. Puesto que la edad media al matrimonio es de alrededor de 16 y 20 a?os entre las novias y novios, ?stos nacieron apro

ximadamente de 1760 a 1794; la informaci?n sobre ilegiti midad al bautizo que tenemos abarca los a?os de 1750 a 1769.

Durante estas dos d?cadas el 10.5% de los ni?os bautizados

eran ileg?timos y pr?cticamente todos eran hijos de madre y padre desconocidos.15 La diferencia de proporciones puede tener varias causas: un cambio de declaraci?n en el momen

to del matrimonio del hijo o, en casos muy raros, un proceso previo de legitimaci?n si los padres se casaron; es tambi?n muy probable que haya habido sobremortalidad de los hijos ileg?timos, y una tercera causa es que los hijos ileg?timos tien

dan a vivir en uni?n libre, es decir a reproducir su ilegitimi 15 V?ase Rabell, 1984, p. 31, cuadro 5.

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MORTALIDAD ADULTA EN EL SIGLO XVIII

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dad, tal como fue sugerido para la poblaci?n de Guadalajara

del xvil.16

Las cifras del cuadro 2 son coherentes: la proporci?n de padres fallecidos es mayor que la de madres, resultado pre visto porque los padres suelen ser de m?s edad que las madres.

Entre los novios, la proporci?n de progenitores sobrevivien tes es menor que entre las novias y ello se explica porque los hombres se casan a una edad m?s elevada que las mujeres; adem?s, es posible que haya alguna relaci?n entre la muerte del padre y el casamiento de los hijos.17 En un intento por encontrar grupos homog?neos en los que

pudieran estar concentrados los casos con falta de informa ci?n, se analizaron los matrimonios seg?n edad, estado civil previo al casamiento y grupo ?tnico de los novios. La falta de menci?n a los padres y/o a la edad de los novios aparece con una frecuencia especialmente alta entre viudos que se casan en segundas y ulteriores nupcias. A partir de este resul

tado, se decidi? analizar la mortalidad a trav?s de los datos contenidos en las actas de primeras nupcias. Esta decisi?n parece justificada pues se puede suponer que la condici?n de viudez de los hijos es independiente de la mortalidad de los padres. De los 3 726 matrimonios, se descartaron 765 novios viudos (21 %) y 1 191 novias viudas (32%); quedaron enton ces 2 961 novios y 2 535 novias, solteros y leg?timos. En este grupo, la proporci?n de actas incompletas era menor; para el an?lisis de la mortalidad paterna hubo 545 novios y 552 novias en cuyas actas no hab?a informaci?n completa y para la mortalidad materna esta situaci?n se present? entre 426 novios y novias. La proporci?n de actas incompletas fue del

18 y del 14% entre los novios y del 22 y 17% entre las novias.18 Finalmente, el an?lisis de la mortalidad masculina se hizo con 4 399 observaciones (2 416 novios y 1 983 novias) y la 16 V?ase Calvo, 1986.

En los estudios sobre poblaciones europeas, se sostiene que la muerte del padre acelera el matrimonio del hijo porque, al heredar, ?ste adquiere los medios suficientes para establecerse por su cuenta. 18 V?ase el cuadro I del Anexo II.

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CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

mortalidad femenina se calcul? a partir de 4 644 casos (2 535

novios y 2 109 novias).

La proporci?n de hu?rfanos y la edad media al MATRIMONIO ENTRE 1780 y 1809

Conviene analizar los datos directamente antes de aplicarles el m?todo Brass-Hill, para saber si hubo variaciones no alea torias durante los 30 a?os observados. Adem?s, se intentar? verificar el supuesto seg?n el cual la mortalidad de los padres es independiente de la nupcialidad de los hijos.19 En los cuadros 3 y 4 se tiene la proporci?n de hu?rfanos por cada mil matrimonios contra?dos a una determinada edad,

por d?cada.

Entre los novios, las frecuencias aumentan desde los 15 19 a?os hasta los 30-34; entre las novias esto sucede a edades m?s tempranas, entre 10-14 y 25-29 a?os. En los grupos de edad restantes hay muy pocas observaciones, por lo que con viene dejarlos de lado. Las proporciones de novios y novias hu?rfanos no reflejan cambios en los patrones de mortalidad,

sino m?s bien variaciones aleatorias de una d?cada a otra. La serie de intensas crisis demogr?ficas que registran las

curvas vitales seculares, especialmente la de los entierros (gr?

fica 1), y que tuvieron lugar en 1737-1738, 1762-1763 y 1780 sugieren que durante la segunda mitad del siglo xvm el r?gi men de mortalidad se deterior?. A pesar de que ello es pro bablemente cierto, la sobremortalidad de los a?os de crisis afect? a las generaciones de padres antes de que ?stos tuvie sen hijos. La primera de las grandes crisis del xvm, que lle g? a San Luis de la Paz en 1737, llev? a la tumba a adultos de 20 a 39 a?os; por consiguiente, afect? solamente a los padres

de los novios que se casaron en 1780 a los 40 a?os y m?s. Las crisis de 1762-1763 y de 1780 provocaron un aumento muy elevado de las tasas de mortalidad de los grupos de 0 a 19 a?os; estas generaciones fueron melladas por las crisis 19 BiDEAUX, 1984, hizo un detallado an?lisis de las proporciones de hu?rfanos a distintas edades en Francia entre 1740 y 1829.

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MORTALIDAD ADULTA EN EL SIGLO XVIII

417

Cuadro 3 Proporci?n por mil matrimonios contra?dos de novios hu?rfanos de padre y/o madre, seg?n

edad al matrimonio, por d?cada Hu?rfanos de padre

D?cada de

Edad al matrimonio

20-24 25-29 30-34 35-39 40 y + 1780-1789 0 270 403 511 560 667 1000 1790-1799 375 272 375 488 667 667 857 1800-1809 500 227 346 366 440 583 1 000

matrimonio

10-14 15-19

Total de novios

observados 15 979 996 312 77 27 15

Hu?rfanos de madre

D?cada de

Edad al matrimonio

35-39 40 y + 20-24 25-29 30-34 1780-1789 333 192 269 341 542 778 750

matrimonio

10-14 15-19

1790-1799 125 188 291 375 640 333 571

1800-1809 0 221 180 337 360 417 1 000

Total de novios

observados 13 968 970 306 74 27 15

cuando a?n no iniciaban su vida reproductiva.2 Si se comparan las cifras de los cuadros 3 y 4, que las proporciones de hu?rfanos de padre son m?s elevadas que las de los hu?rfanos de madre suponer que se subestima la mortalidad femeni este m?todo. La ?nica excepci?n la constituyen ciones de hu?rfanos que se casaron entre 30 y 3

son casi tan elevadas entre los hu?rfanos de madre

los de padre. Una posible explicaci?n es que los contrayentes de mayor 20

V?ase Rabell, 1984; pp. 79-88.

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418

CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

Cuadro 4 Proporci?n por mil matrimonios contra?dos de novias hu?rfanas de padre y/o madre,

seg?n edad al matrimonio, por d?cada Hu?rfanas de padre

D?cada de

Edad al matrimonio

35-39 40 y + 20-24 25-29 30-34 1780-1789 182 287 273 579 0 0 0 1790-1799 264 278 372 459 0 500 1 000 1800-1809 167 238 358 583 0 1 000 1 000

matrimonio

10-14 15-19

Total de novias

observadas 130 1 426 315 95 0 6 6

Hu?rfanas de madre

D?cada de

matrimonio

10-14 15-19

Edad al matrimonio

20-24 25-29 30-34

35-39 40 y +

1780-1789 200 248 338 176 1 000 0 0 1790-1799 226 170 240 226 833 500 1 000 1800-1809 136 195 289 400 333 750 667

Total de novias

observadas 129 1 407 308 83 10 6 6

edad dan informaci?n m?s precisa acerca de la sobr de sus padres, pero esta hip?tesis no parece tener fu to. En cambio, s? puede pensarse que en una sociedad

cal como la colonial, la informaci?n sea mejor cuando l

tos se refieren a los varones que cuando tratan s mujeres. As?, si se toman novios de igual grupo de proporci?n de hu?rfanos no deber?a variar seg?n el los contrayentes. Los valores de los cuadros ya men

indican que la declaraci?n y el registro de la informac

rida a la sobrevivencia de los padres era de la mism entre novios y novias. Puesto que no hay una evoluci?n del patr?n de m This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


MORTALIDAD ADULTA EN EL SIGLO XVIII

419

dad durante el periodo observado, se puede agrupar la infor maci?n y analizar la proporci?n de hu?rfanos seg?n edad al matrimonio de 1780 a 1809 (v?anse el cuadro 5 y la gr?fica 2). De nuevo se comprueba que la orfandad paterna es m?s frecuen te que la materna, y que las diferencias se mantienen a trav?s

de todos los grupos de edad al matrimonio, lo que nos sugie re que hay una fuerte relaci?n entre la sobrevivencia de los padres y de las madres. Las diferencias son del 19 al 44%, por lo que no pueden justificarse solamente porque en pro

medio las madres son alrededor de 4 a?os m?s j?venes que los padres. Adem?s, los distintos errores y sesgos propios de esta manera de observar la mortalidad adulta provocan cier ta subestimaci?n de la mortalidad femenina.

Cuadro 5 Proporci?n por mil matrimonios contra?dos de novios hu?rfanos de padre y madre, seg?n edad al matrimonio Novios Novias

Edad al Proporci?n de hu?rfa

matrimonio De padre De 10-14 207 178 15-19 254 201 262 192

20-24 371 245 346 279 25-29 455 352 515 289

30-34 558 513

La edad media al matrimon dad, es muy interesante pa

patr?n de nupcialidad de los s

te de uno o ambos padres in

de los hijos.

En el cuadro 6 puede verse que hubo un descenso conti nuo de la edad media al matrimonio, m?s acentuado entre los novios donde la disminuci?n fue de 1.5 a?os que entre las novias, que a principios del siglo XIX se casaban un a?o m?s j?venes que en las dos ?ltimas d?cadas del siglo anterior. La muerte de los padres parece haber tenido influencia en This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


420 CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

Gr?fica 2

Proporci?n de novios hu?rfanos de padre y madre,

seg?n edad al matrimonio

Proporci?n de hu?rfanos

600 500

p. 1000

? Hu?rfanos pa Hu?rfanas padre > Hu?rfanos m

400

300 200 100 I-,-,-!-,-,-j.

10 15 20 25 30 35

Edad al matrimonio

la edad al matrimonio de los progenitores sobrevivientes s

se casaron a una menor eda

Los hu?rfanos s?lo de madre

los no hu?rfanos; la muerte de

tado mucho la edad al matri go, la muerte del padre retr dio, las nupcias de los varones.

mor?a, el hijo ten?a que ocup agr?colas durante alg?n tiem madre viuda volviera a casa La informaci?n para calcula tiene para los a?os de 1782 a de 4 a 5 a?os pero, dada la am tiva la mediana. La duraci?n igual para hombres que para Entre los hu?rfanos de padr matrimonio es la m?s elevad 4 a?os mayores que los no hu?

21 V?ase Rabell, 1978, pp. 427-42

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MORTALIDAD ADULTA EN EL SIGLO XVIII

421

Cuadro 6 Edad media al matrimonio seg?n condici?n de orfandad,

por d?cada

Condici?n de orfandad de los novios

1780-1789 1790-1799 19.76 20.38 21.35 21.35 21.04 20.85 22.84 24.40 20.71 21.26

No hu?rfano Hu?rfano de padre Hu?rfano de madre Hu?rfano completo Total de novios

17.03 17.13 18.15 17.62 17.27

No hu?rfana Hu?rfana de padre Hu?rfana de madre Hu?rfana completa Total de novias

16.25 16.05 16.80 18.05 16.54

1800-1809

19.20 20.09 19.25 22.50 19.76 15.73 16.85 15.91 19.19 16.27

Cuadro 7 Duraci?n mediana de la viudez, por sexo Duraci?n mediana en a?os

Periodos

1782-1786

1787-1791

1792-1796 1804-1809

Hombres

2.07

2.50 2.50 2.15

Mujeres

2.17

2.00

3.32 2.88

padres, los hijos ten?an que postergar varios a?os su matri monio, probablemente para encargarse durante un tiempo de los hermanos menores. El retraso en la edad media al matrimonio de los hijos hu?r

fanos tiene como consecuencia una subestimaci?n de la mor

talidad paterna y materna; las probabilidades de que el hijo hu?rfano sobreviva hasta casarse son menores que en el caso de los no hu?rfanos. En la sociedad colonial el papel desempe?ado por la mujer era semejante al de los menores; esta situaci?n de miembro subalterno dentro de la familia puede inferirse de las edades This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


422

CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

medias de las novias. A diferencia de lo que suced?a con sus hermanos, la muerte de los padres no confer?a a las hijas nin guna responsabilidad que las obligara a demorar su casamiento.

Durante las dos primeras d?cadas, no hay ninguna relaci?n entre la condici?n de orfandad y la edad media al matrimo nio; a partir de 1800, se observa el mismo patr?n que entre los novios,22 pero el periodo es demasiado corto como para poder afirmar que se estaba iniciando un cambio. Estos resultados son interesantes porque reflejan patrones de sucesi?n de la autoridad, de los bienes y de las responsa bilidades familiares, distintos a los encontrados en las socie dades europeas preindustriales. En Francia, por ejemplo, se encontr? que la muerte del padre no precipita el matrimonio de los hijos varones o bien que acelera de igual forma el casa miento de hijos y de hijas.23 Dado que s?lo la mitad de los hijos sobreviv?an hasta la edad adulta, la sucesi?n de la tierra pasaba del padre al yerno con frecuencia. Estas investigacio nes recientes contradicen la idea generalmente aceptada de que la muerte del padre aceleraba el matrimonio del hijo por que ?ste heredaba tierra y casa y pod?a entonces tener esposa.

Aplicaci?n del m?todo a los datos

de San Luis de la Paz

El primer paso para la aplicaci?n del m?todo consiste en calcu lar la edad media de las madres casadas al nacimiento de sus

hijos. La medici?n directa no es posible ya que en las actas de bautizo no se registra la edad de la madre. Se puede enton ces estimar a partir de los supuestos siguientes: ?todas las mujeres se casan a la edad media al matrimonio, ?las mujeres casadas no tienen hijos fuera del matrimonio, ?todas las mujeres sobreviven hasta la edad media de de funci?n de las casadas.24 22 En esa d?cada la diferencia de edades medias entre las no hu?rfa nas y las hu?rfanas completas es de 3.46 a?os. 23 V?ase Bideaux, 1984, pp. 5-8. 24 Esta edad media se calcula directamente a partir de la informaci?n contenida en las actas de defunci?n.

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MORTALIDAD ADULTA EN EL SIGLO XVIII

423

A partir de este modelo del comportamiento reproductivo

de las mujeres casadas, se puede estimar la edad media de las madres al nacimiento de sus hijos. La edad media al matri monio de las novias solteras, entre 1780 y 1810, oscila en torno

a los 17 a?os; la edad media de defunci?n de las mujeres casa das, entre 1750 y 1810, es de 39.97 a?os. Por consiguiente, las mujeres casadas tienen un periodo reproductivo comple to. Podemos entonces compararlas con mujeres de otras pobla

ciones no maltusianas. Entre las mujeres huteritas casadas de 1921 a 1930, la edad media al nacimiento de los hijos es de 27.10 a?os, mientras que las mujeres del pueblo de Cru lai, en Normand?a, casadas entre 1674 y 1742 tuvieron sus hijos en promedio a los 26.9 a?os.25 Por lo tanto, una edad media al nacimiento de los hijos de 26 a?os, propuesta por Brass y Hill, parece adecuada para poblaciones pasadas con reg?menes de fecundidad natural. Para estimar el efecto que tiene la muerte temprana del marido, se puede hacer el razonamiento siguiente: dado que la edad media al segundo matrimonio entre las viudas es de 30.44 a?os, la proporci?n de viudas con respecto al total de defunciones de mujeres de 30 a 34 a?os refleja tambi?n la pro

porci?n de mujeres que ya no se vuelven a casar y que, por lo tanto, terminan su vida marital. De acuerdo con los datos, la proporci?n es de s?lo el 5 % . Esta correcci?n pr?cticamen te no cambia la edad media de la madre al nacimiento de sus

hijos.

En este periodo se encontr? una frecuencia relativamente

elevada de nacimientos ileg?timos en las actas de bautizo (entre

el 5.7 y el 14.4% seg?n el grupo ?tnico),26 es probable que las viudas fueran las madres de algunos de estos ni?os, pero en este an?lisis se est? trabajando solamente con hijos le g?timos. Para obtener la edad media de los padres al nacimiento de sus hijos, se puede tomar la diferencia de edades medias

25 Los datos fueron tomados de Roland Press?t, L'analyse d?mographi que, Paris Presses Universitaires de France, 1969, cuadro 43, p. 186. 26 Rabell, 1984, pp. 27-31.

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424

cecilia rabell y neri necochea

al matrimonio entre hombres y mujeres que es de al

de 4 a?os, y a partir de ella se obtiene una edad m 30 a?os.27 Los datos b?sicos a los que se les aplica el m?todo a cen en el cuadro 8.

Cuadro 8

Novios de San Luis de la Paz (1780-1810). Clasificaci? condici?n de orfandad, por grupos de edad Sobrevivencia: madre

Edad

Total

Con madre

Total

Con madre

10-14 15-19

11 804 777

136 1 517 348 89 12 7

108 208 241

30-34 35-39

13 1 025 1 059 322 87 29

Total

2 535

1 856

2 109

1 625

20-24 25-29

novios

viva

208 42 14

novias

viva

61 5 2

Sobrevivencia: padre

Edad

novios

10-14 15-19 20-24 25-29

30-34

35-39

Total

Total

novios

15

981

1 001

312 79

28 2 416

Con padre

Total

730 626 170

10

130 1 433 317 86

103 1 055 207 40

1 581

1 983

1 412

vivo

35 10

10 7

Con padre

vivo

6 1

Hubo 64 novios y 136 novias para quienes no se ten?a edad al matri monio que fueron excluidos del an?lisis. 27 Si se tomaran en cuenta los viudos que se casan con mujeres solte ras la diferencia ser?a de 6.18 a?os. Los datos son los siguientes:

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425

MORTALIDAD ADULTA EN EL SIGLO XVIII

La probabilidad de sobrevivencia l(x/l(25) de la poblaci?n

femenina se estim? a partir de una edad media de las madres,

al nacimiento de sus hijos, de 26 a?os.

Cuadro 9 C?LCULO DE 1, (x) VL-, \?a)PARA LA POBLACI?N FEMENINA

Proporci?n Periodo Grupo de Total Con madre con madre de expo- Factor de

edad novios viva viva sici?n ponderaci?n T

V

P?

=

V/T

N

W

10-14 149 119 0.7986 15 0.678 0.7969

15-19 2 542 2 012 0.7915 20 0.756 0.7785 20-24 1 407 1 018 0.7235 25 0.809 0.7120 25-29 411 269 0.6545 30 0.834 0.6265 30-34 99 47 0.4747 35 0.844 0.4684 35-39 36 16 0.4444

Los valores observados de 1(25 + n/l

correspondientes a las tablas de Coa y el nivel elegidos son aquellos en dispersi?n entre el promedio tiene e tar que grupos con efectivos reduc zaron en el c?lculo los grupos de e cuadro 9. En el caso de la poblaci?n dar con valores m?s cercanos perte tiene el nivel 8.28

Se toma el valor de 1(25) = 0.5971 tabla escogida para calcular valores partir de ?stos se obtienen valores sistema logito.

? la edad media al matrimonio de los v ? edad media de las solteras que se cas

? proporci?n de viudos del total de novi

iguala: 16.92(0.205) + 3.41(0.795) =

28 Tomando a los grupos de 15 a 29 a?o de la familia oeste.

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426

CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

Cuadro 10 Valores 1(x)/1(25) OBSERVADOS" Y AJUSTADOS (POBLACI?N FEMENINA) l(x) ajustada

Est?ndar

25 40 45 50 55 60

oeste nivel 8

observada

0.59715 0.49428 0.45808 0.42?19 0.37713

0.59715 0.47641 0.47444 0.43891

0.32656

B = 0.979 A 0.00354

(x)

0.41908 0.28968

1.155 0.883 0.898 0.804 1.155

0.59715 0.4962 0.4606 0.4243 0.3809 0.3310

Wfe

ajustada observada

0.8309 0.7713 0.7105 0.6379 0.5543

0.7978 0.7945 0.7350 0.7018 0.4851

El ajuste aumenta las probabilidades de sobrevivencia a los 40 y 60 a?os y disminuye las edades intermedias. La tabla de vida femenina en el tramo de 25 a 70 a?os apa rece en el cuadro siguiente:

Cuadro 11 San Luis de la Paz (ca 1740-1810). Tabla de vida femenina

(de 25 a 70 a?os)

Sobrevivientes

a la edad x est?ndar

Edad oeste nivel 8

x ?i*

25 30 35 40 45 50 55 60 65 70

0.59715 0.56472 0.53008

0.49428

0.45808

0.42119

0.37713 0.32656 0.26349 0.19539

Sobrevivientes

a la edad x ajustada

0.5971 0.5653 0.5313 0.4962 0.4606 0.4243 0:3809 0.3310 0.2685 0.2006

Tiempo vivido entre x y

x+5

5Lx

2.9060 2.7415 2.5688 2.3920 2.2123 2.0130 1.7798 1.4988 1.1728

Esperanza de Tiempo vivido entre x y 70

vida temporaria

70-xTx

19.2850 16.3790 13.6375 11.0687 8.6767 6.4644 4.4514 2.6716 1.1728

entre x y 70

70-xe?x 32.30 28.97 25.66

22.31

18.84

15.24

11.69 8.07 4.37

Los valores del sistema logito fueron: A = ?0.00413 y B = 0.979.

Para la tabla de vida masculina se siguieron los mismos

pasos (v?anse los cuadros II y III del Anexo II.) Se adopt? el nivel 8 de la familia norte como tabla est?ndar.

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427

MORTALIDAD ADULTA EN EL SIGLO XVIII

Cuadro 12 San Luis de la Paz (ca 1740-1810). Tabla de vida masculina (de 30 a 70 A?OS) Sobrevivientes

a la edad x est?ndar

Edad norte 9

X 30 35 40 45 50 55 60 65 70

Sobrevivientes

a la edad x ajustada

Tiempo vivido entre x y

yx+5

(x)

0.52203 0.49095 0.45768 0.42055 0.37978 0.33463 0.28363 0.22577 0.16236

0.52195 0.49103 0.45794 0.42099 0.38042 0.33546 0.28465 0.22693 0.16355

2.53245 2.37243 2.19733 2.00353 1.78970 1.55028 1.27895 1.97620

Esperanza de

Tiempo vivido vida temporaria

entre x y 70 entre x y 70

70-x1

70-xe

15.7008 13.1684 10.7960 8.5987 6.5951 4.8054 3.2551 1.9762

30.0812 26.8180 23.5751

20.4249

17.3364 14.3249 11.4356 8.7084

Otros m?todos para estimar la mortalidad a partir de las actas de sepultura

En la parroquia de San Luis de la Paz se asentaba

de defunci?n en las actas de sepultura, incluso de lo menores de un a?o. Entre 1750 y 1810 hay 8 149 ent de personas de 10 y m?s a?os; en 83% de las actas ap

la edad.29

A partir de la distribuci?n de las defunciones por grupos de edad, Preston et al. ,30 desarrollaron un m?todo para esti mar tablas de vida en poblaciones casi estables. Los pasos del

m?todo son:

a) Clasificaci?n de defunciones en grupos quinquena les de edad 5DX. b) C?lculo de los valores "b" obtenidos a partir de:

x?io^D-x exp (r[x-10 + 2.5]) + D(85 + ) exp

(r[75 + e(85)])

29 V?ase el cuadro IV del Anexo II. 30 Preston, et ai, 1980, pp. 179-202.

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428 CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

c) C?lculo de la serie de sobrevivientes: l(x) = Cx(b) donde: C = l /???/5Dx. exp(r[x-10 + 2.5]) + D(85) exp (r[75 + e(85)]).

d) C?lculo de los cocientes quinquenales de mortalidad:

. /x + 5

5q*= 1-b??

La tasa media anual de crecimiento empleada fue la m las tasas estimadas para 1750-1783 y 1784-1810 a parti rie de bautizos en San Luis de la Paz. Durante el prime do los bautizos crecieron a una tasa de 1.98 y durante

do a 0.97; el promedio ponderado fue de r = 1.5329 Se tom? una esperanza de vida a los 85 a?os de 3

valor sugerido por Preston et aL para poblaciones con

talidad elevada y una esperanza de vida a los 10 a?

a?os.32

Los resultados de la aplicaci?n de este m?todo a la infor maci?n contenida en las actas de sepultura en San Luis de la Paz aparecen en los cuadros 13 y 14. Las series de cocientes quinquenales de mortalidad (5qx) muestran, de manera bastante acentuada, un trazo semejan te a los dientes de una sierra; ello se debe a que al declarar la edad de defunci?n, los parientes elijen edades terminadas

en "0". Al utilizar datos provenientes de sociedades pre

industriales hay que tomar en cuenta que la noci?n de edad en a?os era diferente a la que tenemos en nuestras socieda des. Hab?a una edad para la comuni?n, los siete a?os, una edad para casarse, alrededor de los 15 a 16, una edad para entrar en la vejez y para morir que era de 60 a?os; si un hom bre mor?a viejo es que ten?a esa edad y si era realmente viej?

simo ten?a 80. La distribuci?n por edades desplegadas refleja esta mane ra de acotar las etapas de la vida; la edad en a?os precisos que a veces se asienta en las actas era probablemente resul 31 La tasa de crecimiento de los bautizos (nacimientos) se puede m?s o menos asimilar a la tasa intr?nseca de crecimiento. 32 Preston, et ai, 1980, p. 193.

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MORTALIDAD ADULTA EN EL SIGLO XVIII 429

Cuadro 13 Tabla de vida de la poblaci?n masculina. San Luis de la Paz, 1750-1810

Edad Px b \x ^~ 364 5 595.82760 1 00 000

10 15 20 25 30 35 40 45 50 55 60 65 70 75 80

0.0676 301 5 217.60650 93 241 0.0647 234 4 879.93000 87 207 0.0581 160 4 596.50540 82 142 0.0455 317 4 387.27230 78 403 0.1020 122 3 939.70510 70 404 0.0472 283 3 753.73310 67 081 0.1241 187 3 287.97240 58 758 0.0472 334 3 133.38140 55 995 0.2045 94 2 492.61400 44 544 0.0781 426 2 297.91240 41 065 0.4146 62 1345.24640 24 040 0.1113 137 1 195.55000 21 365 0.2987 32 838.41785 14 983 0.1075 149 748.35472 13 373 0.605

85 y + 89 295.59059 5 282 Total 3191

tado de c?lculos en los que interven?a el p?rro grafo hist?rico s?lo puede esperar que haya hab ta coincidencia entre la edad en a?os precisos y cre?an tener las personas de aquella ?poca. Para evitar, en lo posible, los efectos de la at

el cero, conviene convertir los cocientes quinquena

nales. Los nuevos valores se presentan en el cu Un tercer m?todo, cuya mayor ventaja consist

cillo, fue aplicado a los datos de San Luis de la Paz; tambi?n la edad de defunci?n se calcul? directam

mo de la tabla de vida (de 32.5 a 67.5 a?os). Se el do que va de 1745 a 1794 para no incluir las de la crisis de 1737-1738 y evitar as? las distorsion introducir en el patr?n de mortalidad. El perio vaci?n se cerr? en 1794 porque en los a?os sigui porci?n de actas incompletas aumenta. Se supuso This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


430

CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

Cuadro 14 Tabla de vida de la poblaci?n femenina. San Luis de la Paz, 1750-1810

**** Px_i_h_5^_ 10 399 5 732.96640

1 00 000 0.0723 15 456 5 318.37790 92 768 0.0962 20 390 4 806.81640 83 845 0.0983 25 280 4 334.44210 75 606 0.0845 30 394 3 968.28420 69 219 0.1402 35 139 3 412.00190 59 515 0.0621 40 293 3 200.11580 55 819 0.1507 45 85 2 717.89720 47 408 0.0556 50 266 2 566.86000 44 474 0.1988 55 77 2 056.54850 35 872 0.0776 60 397 1 897.05860 33 090 0.4680 65 41 1009.24550 17 604 0.0980 70 116 910.25274 15 878 0.3322 75 24 607.86346 10 603 0.1111 80 133 540.31611 9 425 0.7480

85 y + 41 136.17095 2375

Total 3531

dos y los viudos migran con menos frecuen

por lo que se excluy? del an?lisis a estos ? actas de sepultura de casados, viudos y a

el 1.5% de ellas carec?a de edad.33

Cuadro 15 Cocientes decenales de mortalidad por mil (10qx) para la POBLACI?N DE SAN LUIS DE LA PAZ, 1750-1810

Edad Poblaci?n Poblaci?n

X masculina femenina

10 128 162

20 101 174 30 144 194 40 165 198

50 267 261 60 480 520 70 374 406

33 V?ase

el cuadro V del Anexo II.

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MORTALIDAD ADULTA EN EL SIGLO XVIII

431

El m?todo de c?lculo es muy simple; se toman las defun ciones acumuladas como efectivos iniciales y, a partir de ?stos,

se calculan cocientes decenales de mortalidad de los 30 a?os de edad en adelante. Se tomaron cocientes decenales, que lue go fueron convertidos en quinquenales, para evitar la distor si?n provocada por la fuerte atracci?n digital ejercida por eda

des terminadas en "0". Estos cocientes se comparan con los de las tablas de Coale y Demeny, modelo oeste, para elegir el nivel que m?s se asemeje a los valores calculados. La des ventaja de este m?todo es que no pueden evitarse los sesgos introducidos por las migraciones que suelen ser selectivas por

edad aunque, al trabajar con casados y viudos, suponemos que se elimina una parte del problema.34 La correcci?n idea da consisti? en determinar, a trav?s de las actas de matrimo nio, la proporci?n de inmigrantes entre los 20 y los 30 a?os; esta proporci?n, que fue del 8%, se resta de todas las defun ciones de personas mayores de 30 a?os. El subregistro de las defunciones no afecta las estimacio nes en la medida en que no es marcadamente diferente por edades; como se analiza s?lo a la poblaci?n adulta, no tiene por qu? haber subregistro diferencial. Los resultados pueden verse en el cuadro 16 y tambi?n en la gr?fica 3.

Cuadro 16 Cocientes quinquenales de mortalidad por mil (5qx + 2 5) Poblaci?n de casados y viudos. San Luis de la Paz, 1745-1794

Edad

X Poblaci?n masculina Poblaci?n femenina 30 100 147 40 115 142

50 170 167 60 345 394

34 Rabell, 1984, pp. 44-48.

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432

CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

Gr?fica 3 Cocientes de mortalidad en San Luis de la Paz (1745-1794) Cocientes por mil

__,-,-. -j- ( r |

10 20 30 40 50 60 70

EDA0

?Cocientes tomados de las tablas tipo de Coale y D <g)Cocientes calculados en San Luis de la Paz (1745-1

Para la poblaci?n masculina los valores d

sit?an entre los niveles 4 y 6 de las tablas o nina la correspondencia es menos buena y

canos son del 1 al 3.

La caracter?stica sobresaliente de estas s

es la sobremortalidad femenina, especialm

las edades reproductivas. La sobremortalidad This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


mortalidad adulta en el siglo xviii

433

observada en grupos de poblaciones con muy bajas es zas de vida al nacimiento y se suele explicar por difer en la condici?n socioecon?mica de la mujer en estas s

des y por las muertes a consecuencia de complicaciones du

te el embarazo y el parto.35

Sin embargo, este m?todo de c?lculo supone una

ci?n estacionaria, condici?n que ya hemos visto que no se ple. El profesor J. Dup?quier sugiere que se parta del supu

de una poblaci?n estable y que se corrija el n?mero de ciones observadas en cada grupo de edad multiplic?ndol las tasas medias anuales registradas durante los difer periodos a los que pertenecen las generaciones de dond vienen las defunciones. Tomamos los datos de San Lu

la Paz y les aplicamos la correcci?n descrita, pero los r dos no fueron buenos. Obtuvimos cocientes de morta

sumamente bajos.36 La causa de ello es que con tasas d cimiento tan elevadas como las registradas en San Lu 1.98 a 2.97 seg?n los periodos), la mortalidad resulta subestimada. Al hacer la correcci?n se supone que tod

defunciones provienen de personas que fueron observadas de su nacimiento, pero como una parte de ellas son inm tes, el supuesto es que llegaron a San Luis el d?a en que

ron, supuesto que evidentemente no se cumple.

Discusi?n de los resultados

Es dif?cil comparar los resultados obtenidos a trav?s de la

caci?n del m?todo Brass-Hill a la poblaci?n de San Lui

35 Preston, 1976. En el cap?tulo 6, "Causes of death responsib variation in sex mortality differentials", hay ana amplia discusi?n este tema.

36 Por ejemplo, para la poblaci?n masculina los resultados fuer siguientes:

Edad six+2.5 X (por mil)

30 45.5

40 62.8 50 111.5

60 250.8

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434

CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

la Paz con los que se obtuvieron en otras poblaciones latinoa mericanas, porque en estas ?ltimas se observaron las d?ca das finales del siglo xix y las primeras del siglo xx. Los sis temas de registro hab?an cambiado y el control ejercido por el clero debe de haber sido menos f?rreo. En todo caso, la informaci?n que se tiene para San Luis durante el siglo xvm es de las mejores posibles; series completas a partir de 1645 y registros cuidadosamente mantenidos garantizan la calidad de la informaci?n dentro del marco de una sociedad rural y colonial del siglo XVHI. El grave problema de las actas incompletas fue minimiza do hasta donde fue posible mediante el an?lisis de los distin tos grupos de novios y la eliminaci?n de las actas de segun das y ulteriores nupcias y de hijos ileg?timos. Con todas las precauciones tomadas, los resultados son alen tadores. Aunque hubi?semos esperado una mortalidad feme nina m?s elevada, los niveles obtenidos son aceptables; la es peranza de vida al nacimiento de las tablas est?ndar es de 34.5

a?os para la poblaci?n masculina y de 37.5 a?os para la femenina.

La subestimaci?n de la mortalidad de ambos padres pro bablemente se deba a los efectos combinados de la forma de observaci?n (s?lo se incluyen padres cuyos hijos sobrevivie ron hasta casarse) y de la omisi?n, responsabilidad del p?rroco,

de la menci?n a la sobreviviencia de los padres: la no men ci?n equivale a que sobreviven. La subestimaci?n de la mortalidad femenina es tambi?n resultado de la confluencia de errores; el m?todo propicia esta

subestimaci?n porque la muerte de la madre est? muy vin culada a la muerte del hijo peque?o. Otra posible causa de

errores es la menci?n de madre "viva" aplicada a las madres adoptivas. A la fecha, la costumbre de tener "entenados" es frecuente. Los otros dos m?todos donde la mortalidad se observa direc

tamente a partir de las actas de sepultura ofrecen resultados m?s cercanos a los que se esperar?a encontrar en un r?gimen demogr?fico colonial del siglo xvm. En ambos hay una mar cada sobremortalidad femenina, salvo en el grupo de 50 a 59 a?os, en el que tambi?n se observa un cociente un poco bajo This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


435

MORTALIDAD adulta en el SIGLO XVIII

Cuadro 17 Cocientes decenales de mortalidad Ooqx) por mil, a las edades 30, 40, 50 y 60 a?os seg?n varios m?todos. Poblaci?n de San Luis de la Paz (ca 1750-1809)

Edad X 30 40 50 60

M?todo de acumulaci?n M?todo Brass-Hill M?todo Preston de efectivos et al.

Hombres Mujeres Hombres Mujeres Hombres Mujeres 122 169 251 425

122 145 220 394

144 165

267

480

194 198 261 520

190 217 317 571

273 264 305 633

Gr?fica 4 Probabilidades decenales de muerte doqj por mil, seg?n sexo. Diferentes m?todos de c?lculo. Poblaci?n de San Luis de la Paz {ca 1750-1810) / l| acumulaci?n M?todo de de /

1 I efectivos

M?todo Preston

M?todo Brass-Hill

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CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

con relaci?n a los dem?s.37 Esta sobremortalidad femenina es muy acentuada en los grupos de edades reproductivas (de 30 a 49 a?os) y luego disminuye. Este resultado reflejar?a un patr?n de mortalidad un poco distinto a los usuales, donde los riesgos de muerte durante las edades reproductivas fue ran excepcionalmente altos. Sin embargo, el grave problema

de estos dos m?todos es que los cocientes necesariamente refle

jan las distorsiones introducidas por las migraciones y ?stas no pueden ser cuantificadas. Con los datos y m?todos de que disponemos, la mejor apro ximaci?n a la mortalidad adulta parece obtenerse a trav?s del m?todo de orfandad, ?nico que supone una tasa de crecimiento

poblacional elevada y que no est? tan afectado por fen?me nos migratorios.

Anexo I El m?todo para derivar las probabilidades de sobrevivencia lx/lb (probabilidad de sobrevivir hasta la edad exacta X de una persona de edad b) a partir de las proporciones de no hu?rfanos clasificados por grupos de edad, consta de los si guientes pasos: a) C?lculo de las proporciones de novios no hu?rfanos, de padre y de madre por separado, por grupos de

edad.

b) Estimaci?n de la edad media al nacimiento de los hijos

de las madres y de los padres.

c) Derivaci?n de lx/l25 para orfandad materna y lx/l32 5

para orfandad paterna.

Wn/1(25) - P? X Wj + (1 - Wj) Pi + 1 donde: N = periodo de exposici?n en a?os, i = grupo de edades. 37 La explicaci?n puede estar en la fuerte atracci?n ejercida por los 60 a?os, que provoca que una parte de los efectivos del grupo de 50 a 59 a?os sea trasladada al grupo siguiente. Adem?s, habr?a que suponer que la ten dencia a declarar una mayor edad es m?s acentuada entre las mujeres.

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MORTALIDAD ADULTA EN EL SIGLO XVIII

437

Pj = proporci?n con madre viva.

(Pj = novios con madre viva/total novios.)

Wi = factor de ponderaci?n que depende de la

edad (i) y de la edad media al nacimiento de los hijos. Estos factores aparecen en el art?culo de Brass-Hill y fueron estimados a

partir de una edad media de las madres al nacimiento de los hijos igual a 29 a?os.

d) Selecci?n de una tabla de vida modelo de la serie de Coale y Demeny que se acerque lo m?s posible a los valores de las probabilidades de sobrevivencia en contrados. e) Transformaci?n de la tabla elegida usada como est?n dar al sistema logito, a trav?s de la determinaci?n de los par?metros A y B. Se obtienen as? valores ajusta

dos de las probabilidades de sobrevivencia ob servadas.

Para encontrar los valores A y B del sistema logi

to, se halla el logito (la funci?n de sobrevivencia) tanto

para los valores est?ndar como para los observados; se aplican las f?rmulas siguientes:

n Y = ? ln 1~lW_ } Y? 2 ln l(x) l) Y? 2 ln l(s) donde Y(x) es el logito de l(x)

Y(s) es el logito de l|s)

Y(x) - Y (25)

3)B? = - YS(X) ? Y ^ *) A ~ Y(25) ~ BYs(25) 5) Y(x)= A + BYs(x) ?) Se comparan los valores observados con los ajusta dos a trav?s del sistema logito. g) Se construyen las tablas de vida a partir de la tabla est?ndar y los par?metros A y B. Se toma como ra?z This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

de la tabla el valor 10 000 para la edad inicial, que es de 25 a?os para la poblaci?n femenina y de 30 a?os

para la masculina.

Anexo II Cuadro I Informaci?n incompleta en actas de primeras nupcias. San Lu?s de la Paz, 1780-1810 Sobrevivencia paterna

Novios

Novias

325

285 132

61 15 545

129

a) Sin menci?n al padre b) Padres desconocidos

144

c) Sin informaci?n sobre edad de los contrayentes

d) Mayores de 40 a?os* Total

_6_ 552

Sobrevivencia materna

a) Sin menci?n a la madre b) Madres desconocidas

322

257

64 17 426

136

27

23

c) Sin informaci?n sobre edad de los contrayentes

d) Mayores de 40 a?os* Total

_6_ 426

* Se dejaron de lado los contrayentes de 40 y m?s a?os porque eran muy pocos

casos.

Cuadro II

C?LCULO DE l(x)/L32 5) PARA LA POBLACI?N MASCUL Posibilidad Con padre Grupo de Total edades novios vivo

i

10-14 15-19 20-24 25-29 30-34 35-39

T

145

2414 1318 398 89 35

V

113 1785

833 210 41 11

Proporci?n con padre

vivo Pi = V/T

0.7793 0.7394 0.6320 0.5276 0.4607 0.3143

Periodo

Factor de

exposici?n

ponderaci?n

n+2.5 17.5 22.5 27.5 32.5 37.5

Wi 0.336 0.287 0.194 0.001 -0.211

de sobrevi vencia

1(35 + n)

7(32.5) 0.7528 0.6628 0.5478 0.4607 0.2834

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439

MORTALIDAD ADULTA EN EL SIGLO XVIII

Cuadro III

Valores 1(X/1(32 5)"observados" y ajus

Poblaci?n masculina*

Sobre

ajustada

Edad X

vivientes,

observado

?M

32.5 50 55 60 65 70

0.50649 0.37978 0.38129 0.33463 0.33571 0.28363 0.27748 0.22577 0.23338 0.16236 0.14354

0.988 0.993 1.032 0.966

nivel 8

'(x)

B =.99475 A = ?.00007 0.3804 0.3355 0.2846 0.2269 0.1635

1(x)/l(32.5) ajustada

observada

0.75109 0.66238 0.56201 0.44804 0.32291

0.7528 0.6628 0.5478 0.4607 0.2834

* Empleando la informaci?n de los novios de 15 a 29 a?os se obtiene el nivel 8.06 de la familia norte.

Cuadro IV Defunciones en San Luis de la Paz, seg?n sexo y grupos de edad, 1750-1810 Grupo de edad

10-14 15-19 20-24 25-29 30-34 35-39 40-44 45-49 50-54 55-59 60-64 65-69 70-74 75-79 80 y m?s

Sin informaci?n

Total

Hombres

364 301 234 160 317 122 283 87 334 94

426 62

137 32 238 707 3 898

Mujeres 399 456 390 280 394 139

293

85 266 77 397 41 116 24 174 720 4 251

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440

CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

Cuadro V DEFUNCIONES DE CASADOS, VIUDOS Y ABANDONADOS, SEG?N SEXO Y GRUPO DE EDAD SAN LUIS DE LA PAZ, 1745-1794

Grupos de edad Hombres Mujeres 10-14 5 9

15-19 28 152 20-24 89 244 25-29 105 225 30-34 225 318

55-59

35-39 94 116 40-44 217 237 45-49 78 67 50-54 261 193 77 66 60-64

65-69 53 33

362

340

70-74 114 86

75-79 26 18

80 y m?s 172 112

Sin informaci?n 34 30 Total 1 940 2 246

SIGLAS Y REFERENCIAS Arretz, Carmen y Ren? Salinas

1984 "Breve historia de la ciudad de Va

ci?n de la mortalidad adulta a base de in

orfandad".* Bartlema, Jan

1984 "Simulation of the effect of mortality differentials by parity on proportions orphaned using data from The

Hague, 1870-1880".*

Bideaux, Alain 1984 "Orphelins et mortalit? des adultes. L'exemple de la

France de 1740 ? 1829".*

* Los trabajos se?alados con asterisco fueron presentados en el Seminario sobre mortalidad adulta y orfandad en el pasado, organizado por el Comit? de Demograf?a His

t?rica de la Uni?n Internacional para el Estudio Cient?fico de la Poblaci?n, en San

Jos? de Costa Rica, del 12 al 14 de diciembre de 1984.

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MORTALIDAD ADULTA EN EL SIGLO XVIII 441 Brass, William y Ken Hill 1974 "Estimaciones de la mortalidad adulta a partir de infor maci?n sobre orfandad", en M?todos para estimar la fecun didad y la mortalidad en poblaciones con datos limitados. Selec

ci?n de trabajos de William Brass, CELADE, serie E/N14,

Santiago de Chile.

Calvo, T6m?s 1985 "Familles mexicaines au xvii si?cle: une tentative de reconstitution", en Annales de D?mographie Historique,

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1986 "Algunos aspectos de la poblaci?n de Guadalajara en el siglo xvii ", ponencia presentada en la /// Reuni?n

Nacional sobre la Investigaci?n Demogr?fica en M?xico, del

3 al 6 de noviembre de 1986, M?xico, D.F.

De Oliveira Burmester, Ana Mar?a, Jara Simile de Macedo, Sergio Odi

l?n Nadalin

1984 "Estimativas de mortalidade adulta no grupo evang? lico luterano em Curitiba: 1880-1919".*

Dup?quier, Jacques 1984 "Proportions d'orphelins et mesure de la mortalit? des adultes dans les populations traditionnelles d'apr?s la

reconstitution des familles: sources, m?thodes et probl?mes".*

Ferrando, Delicia y Fernando Ponce 1984 "Lima: estimaci?n de la mortalidad adulta, por sexo, a partir de informaci?n sobre orfandad recogida en expedientes matrimoniales de siete parroquias entre

1869 y 1871".*

Foschiatti, Ana M.H. y Jorge Somoza 1984 "Breve historia de la ciudad de Corrientes y estima ci?n de la mortalidad adulta, por sexo, a partir de infor

maci?n sobre orfandad recogida en actas matrimonia les de la catedral de Corrientes entre 1866 y 1875".*

Henry, Louis 1960 "Mesure indirecte de la mortalit? des adultes", en Popu lation, xv (junio-julio). 1972 D?mographie. Analyse et Mod?les, Paris, Larousse.

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442 CECILIA RABELL Y NERI NECOCHEA

Jaspers Fayer, Dick y H?ctor P?rez Brignoli 1984 "Estimaci?n de la mortalidad adulta en seis parroquias del Valle Central de Costa Rica (1888-1910) a partir de la informaci?n sobre orfandad".*

Nault, Fran?ois, Mario Boleda y Jacques Legar? 1984 "Estimation de la mortalit? des adultes ? partir des pro portions d'orphelins: quelques v?rifications empiriques

? l'aide de donn?ss canadiennes des xvnc et xvuf si?cles".*

Preston, Samuel 1976 Mortality Patterns in National Populations, Nueva York,

Academic Press.

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Rabell, Cecilia

1978 "El patr?n de nupcialidad en una parroquia rural novo hispana. San Luis de la Paz, siglo xv?n", en Investiga ci?n Demogr?fica en M?xico, M?xico, Conacyt.

1984 "La poblaci?n novohispana a la luz de los registros parroquiales: avances y perspectivas de investigaci?n",

M?xico, 1984, in?dito. Van Poppel, Frans y Jan Bartlema

1984 "Levels of orphanhood and measurement of adult mor tality in populations of the past: the case of the Ne

therlands (The Hague, 1850-1880)".*

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EVOLUCI?N DEMOGR?FICA DE UNA PARROQUIA DE LA PUEBLA DE LOS ?NGELES, 1660-1800 Miguel ?ngel Cuenya Mateos Universidad Aut?noma de Puebla

Nuestra intenci?n es analizar brevemente la evoluci?n demogr?fica de una parroquia de la ciudad de Puebla, en el periodo comprendido entre 1660 y 1800, con el prop?sito de acercarnos al conocimiento de la realidad poblana en la ?po

ca colonial.

Las fuentes El presente trabajo se bas? en el an?lisis del archivo de la Parroquia del Santo ?ngel Custodio (Analco), que por su car?cter y riqueza nos ha permitido realizar un estudio de la evoluci?n secular de la poblaci?n. As? tambi?n hemos utili

zado los padrones existentes para el periodo, tanto civiles como religiosos, con la finalidad de ampliar la informaci?n disponible

y comprender mejor algunos cambios demogr?ficos.1

1 Hemos utilizado la informaci?n registrada en cinco padrones, muchos de los cuales se han perdido, pero contamos con la informaci?n suminis trada por cronistas. Para 1678 el cronista Miguel Zer?n Zapata nos ofrece la lista de comulgantes; para 1746 el cronista fray Juan Villa S?nchez nos informa sobre la poblaci?n existente en las cinco parroquias de la ciudad y el Sagrario Metropolitano. El padr?n de 1771 fue consultado en el AAP; el padr?n de 1777 existente en el AGI, Audiencia de M?xico, 2 578, se utiliz? gracias a la informaci?n proporcionada por Juan Carlos Garava glia y, finalmente utilizamos el padr?n de 1791 (Censo de Revillagigedo) existente en el AAP. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

HMex, XXXVI: 3, 1987

443

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444

MIGUEL ?NGEL CUENYA MATEOS

La Parroquia del Santo Angel Custodio (Analco) data de

1627, y su archivo se encuentra muy bien conservado, estan do los libros encuadernados en piel o pergamino y agrupa dos en tres grandes rubros: libros de bautismos, libros de matrimonios y libros de defunciones. No existe un ordena miento num?rico, pero es posible determinar la serie existente gui?ndose por las fechas de las partidas. El archivo de bautismos (1629-1800) consta de 40 libros. A partir de 1650 se establece el registro diferenciado (indios y espa?oles y "gentes de raz?n"). El registro de indios (1650 1800) se compone de 21 libros, con s?lo una laguna de dos a?os (1744-1746). Por su parte, el de espa?oles, mestizos y castas (1650-1800) est? formado por 15 libros, presentando

lagunas mayores (1666-1678 y 1744-1746). En el a?o 1794

se da comienzo a un tercer libro en el que se registran los bau tismos de p?rvulos exp?sitos e hijos naturales, tanto de indios

como de espa?oles, mestizos y castas. El archivo matrimonial consta de 28 libros que abarcan el periodo comprendido entre 1632-1800, de los cuales el pri mer libro, muy incompleto (1632-1670), registra indistinta mente a ind?genas, espa?oles y "gentes de raz?n"; en 16 libros se anotan los matrimonios ind?genas y en 11 los de espa?o les, mestizos y castas. Existe una sola laguna importante de cinco a?os (1634-1639), originada quiz?s en la misma desor ganizaci?n de los registros; lagunas menores encontramos en los a?os 1705, 1711, 1712 y 1718. En lo que respecta al registro de defunciones, la serie consta

de 18 libros, de 1647 a 1792. El primer libro abarca el perio do 1647-1660, inscribi?ndose indistintamente las defunciones de ind?genas, espa?oles, mestizos y castas. A partir de 1661 comienzan los registros separados. El de espa?oles y "gentes de raz?n" consta de seis libros, presentando solamente una laguna de consideraci?n (1789-1800). Por su parte el regis tro de defunciones de indios es m?s voluminoso, asentadas en 11 libros: 10 pertenecientes a la iglesia parroquial del Santo

?ngel Custodio y uno correspondiente a la iglesia de Nues tra Se?ora de los Remedios (1737-1754). Las lagunas son m?s notables (1661-1670; 1727-marzo 1737 y 1792-1800), origi nadas, creemos, por el extrav?o de tres libros. This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


445

EVOLUCI?N DEMOGR?FICA, 1660-1800

En resumen, podemos se?alar que los registros parroquia les cubren, salvo las excepciones se?aladas, el periodo estu diado, tal como puede observarse en el siguiente cuadro: Libros de bautismos

Total Indios, espa?oles y castas

Indios

Espa?oles, mestizos y castas P?rvulos exp?sitos e hijos

Periodo

40 3 21 15

Lagunas

1629-1800 1629-1649 1650-1800 1650-1800

1744-1746 1666-1678

1

1794-1800

N?mero de libros

naturales

Libros de matrimonios

N?mero de libros

Total 28 Indios, espa?oles y castas 1

Indios 16 Espa?oles, mestizos y castas 11 Libros de defunciones

Total

N?mero de libros

18

Periodo 1632-1800

Lagunas

1632-1670 1671-1800 1671-1800

1633-1637

Periodo

Lagunas 1793-1800

Indios, espa?oles y castas

1647-1792 1647-1660

Indios

1661-1792

Espa?oles, mestizos y castas

1661-1789

1705-1711

1661-1670 1727-1736 1793-1800 1790-1800

Nuestro trabajo requiere una cr?tica de las fuentes, ya que basaremos el an?lisis sobre las mismas. Es muy importante tener siempre presente que los regis tros parroquiales no fueron hechos con fines demogr?ficos, situaci?n que nos plantea de entrada una advertencia clara: los criterios utilizados por los curas p?rrocos al asentar las par tidas ten?an, antes que nada, una intenci?n religiosa y los datos

expresados en las mismas variaban bastante. Tambi?n debemos se?alar que si bien los registros comien zan alrededor de 1630, hasta la d?cada de 1660 presentan anormalidades y evidentes lagunas de informaci?n, lo que nos llev? a comenzar nuestro an?lisis a partir de la d?cada de 1660

1670, cuando los asientos comienzan de manera ordenada y

seriada.

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446

MIGUEL ANGEL CUENYA MATEOS

Uno de los problemas que se nos present? fue el poder deter minar la existencia de omisiones o subregistros y poder medir

su intensidad. Problema que est? presente en los tres regis tros vitales analizados; empero, detectar los niveles de subre gistro existente en las series de bautismos y matrimonios es casi imposible, aunque suponemos que ?ste nunca super? el 10%. En lo que respecta a la serie de defunciones, es factible medir de alguna manera su intensidad, tomando como base los registros de mortalidad infantil y adulta. Si bien las autoridades eclesi?sticas establec?an la obliga toriedad a todos los fieles de realizar dentro de la misma juris

dicci?n parroquial el bautismo, matrimonio y defunciones, ?hasta qu? punto se cumpli? con esta reglamentaci?n? La cos tumbre practicada por la poblaci?n espa?ola y mestiza de tras ladarse fuera del ?mbito parroquial para bautizar a sus hijos, casarse o enterrar a sus difuntos, fue casi permanente duran

te todo el periodo colonial. Es probable que durante el siglo xviii existiera un mayor control por parte de las autorida des religiosas, no obstante, el subregistro continu? siendo gran

de, situaci?n que puede observarse en los ?ndices porcentua les correspondientes a la mortalidad infantil y adulta: entre 1678-1705, se registran 178 decesos de p?rvulos, lo que sig nifica el 16.23% del total de defunciones de espa?oles, mes tizos y castas, porcentaje que apenas asciende al 20.79% en el periodo 1737-1772 y a 25.77% entre 1773-1785. Subregis tro evidente, ya que la mortalidad infantil representaba casi el 50% de las defunciones totales en a?os "normales", por centaje que pod?a subir en a?os de crisis. Por su parte, el subregistro entre la poblaci?n ind?gena era mucho menor, pudi?ndose observar que la mortalidad infantil representaba

?en los tres periodos antes mencionados? un porcentaje superior al 45 por ciento. Ahora bien, a pesar de las lagunas existentes y del subre gistro observado, la riqueza que presentan las fuentes parro

quiales son hasta ahora ?nicas para realizar un estudio

hist?rico-demogr?fico en el periodo colonial; nos permiten observar el comportamiento de la poblaci?n a nivel secular y acercarnos a la realidad colonial desde otra perspectiva de

an?lisis.

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EVOLUCI?N DEMOGR?FICA, 1660-1800

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Jurisdicci?n y origen de la parroquia

La Parroquia del Santo ?ngel Custodio (Analco) compren

d?a durante el periodo colonial una amplia zona del oriente y sureste de la ciudad, separada de ?sta por dos r?os, abar cando su jurisdicci?n toda la margen izquierda del r?o Xona ca hasta su desembocadura en el r?o San Francisco, y de all? toda su margen izquierda hasta que sale de la ciudad y desem boca en el r?o Atoyac, siendo su l?mite oriental el r?o Alsese ca. Pertenecen a su jurisdicci?n los barrios de Analco, La Luz y Nuestra Se?ora de los Remedios, los molinos del Santo Cris to, Santa B?rbara y de Guadalupe; los ranchos de Carreto y San Bartolom? y el pueblo de San Baltasar (v?ase plano).2 Su origen data de 1618, fecha en que los religiosos francis canos erigieron una ermita en la zona de Huilocaltitl?n ("lugar

de las palomas"), en virtud de que en dicho lugar exist?a una populosa comunidad que se encontraba territorialmente ale jada de los templos. En 1627, en virtud del continuo creci miento poblacional que presentaba la zona, el obispo Bernardo Gutierre Quir?s determin? la creaci?n de la parroquia del Santo ?ngel Custodio, encargando a los frailes franciscanos la administraci?n de los sacramentos. En 1640, al seculari zarse todas las parroquias del obispado de Puebla, ^e estable ce el primer p?rroco secular, separ?ndola de la jurisdicci?n de la orden franciscana, al mismo tiempo que se crean dos visitas de curato, una en el barrio de los Remedios y otra en el pueblo de San Baltasar, distante un cuarto de legua.3 Finalmente debemos se?alar, que por las caracter?sticas que presenta la parroquia, no puede considerarse representativa de toda la ciudad: parroquia mayoritariamente ind?gena en

una ciudad de espa?oles.

La evoluci?n demogr?fica Nos circunscribiremos estrictamente al an?lisis de las curvas vitales y sus distintas fases entre 1678 y 1785, e intentaremos 2 Carri?n, 1896-1897; Toussaint, 1954; Fern?ndez de Echeverr?a y

Veytia, 1931. Carri?n, 1896-1897, pp. 378-379.

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&

DDD ?"?Q

?DD?

DFG Jo I_I F

m dddd LIDDDD D DT

Ciudad de Puebla (1754) tomado de: fray Francisco R?os Arce Puebla de los Angeles y la orden dominicana. Imprenta

"El Escritorio", Puebla, 1910.

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EVOLUCI?N DEMOGR?FICA, 1660-1800

449

observar la evoluci?n demogr?fica de la parroquia y su com portamiento. Para ello hemos tomado en consideraci?n los registros de bautismos y defunciones, estableciendo el creci miento anual. De esta manera hemos podido determinar cinco periodos perfectamente delimitados, tal como puede obser

varse en el cuadro I.

Cuadro I Tendencias del crecimiento de la poblaci?n en la parroquia de Analco (1678-1785) 1678-1705 - 100 Crecimiento medio anual

Crecimiento Valores Valores

Periodos N?mero de a?os natural absolutos relativos 1678-1705 28 7 671 274 100 1706-1723 18 2 467 137 50 1724-1736 13 3 721 286 104 1737-1772 36 4 766 132 48

1773-1785_13_2 985

Encontramos que el comportam parroquia del Santo ?ngel Cutodi ciones muy marcadas (v?ase gr?f

de fuerte expansi?n que abarca

bien, se ver? afectado por elevado

4 Entre 1678 y 1705, el crecimiento m dio de 274 nacimientos por a?o; crecimie cinco fases en los que el comportamiento ron variar su ritmo. La primera fase cubr 1686), dentro de la cual los bautismos m un elevado promedio anual (456 casos), m nas superan los 200 casos por a?o (211), s en que la peste azota la ciudad elevando lo riamente (324 casos). Durante esta primera se eleva a 233. La segunda fase cubre los si y se caracterizar? por una fuerte expans les), comportamiento originado en un im mos (538 casos anuales) y una disminuci? de defunciones (178 casos anuales). Expan la ausencia de enfermedades epid?micas.

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0 ^ , /y-,-,-,-,-,-,-,-j-,-,-,-,-,-,-,-,-,-j-,-!-,-j-,-,-,-!-,-j-,-j-,-,_

1630 1640 1650 1660 1670 1680 1690 1700 1710 1720 1730 1740 1750 1760 1770 1780 1790 1800

Estad?sticas vitales (1630-1800)

Gr?fica I

-Bautismos !> 3740-?^ -Matrimonios 3800 - -Defunciones ;?

4000 -i3900 - i

j^s"

780 " ; !

600 - | !

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EVOLUCI?N DEMOGR?FICA, 1660-1800

451

mantenimiento de una elevada fecundidad permite mante ner un fuerte ritmo de crecimiento, para pasar posteriormente

a un periodo depresivo que abarca 18 a?os (1706-1723), en

el que se pierde el vigor de fines del siglo xvn, sin poder recu perarse de las sacudidas ocasionadas por la mortalidad de 1708

y 1710,5 afectando los niveles de fecundidad, que se eleva r?n sustancialmente a partir de 1724 dando comienzo a una r?pida recuperaci?n que perdura hasta 1736.6 La crisis de sobremortalidad de 1737 origina una larga depresi?n demo gr?fica que cubre 36 a?os (1737-1772), periodo que se ver? afectado por elevados picos de mortalidad (1747, 1761-1762 y 1768),7 los que frenar?n cualquier posibilidad de recupe

La tercera fase (1692-1695) se caracterizar? por una elevada mortali dad, producida por unas epidemias de sarampi?n y peste, que hacen subir las defunciones a un promedio de 295 casos anuales, afectando de esta mane ra la fecundidad, lo que har? disminuir los registros de bautismos a 438 anuales. Fase depresiva en la que el crecimiento medio anual apenas alcanza la cifra de 143; situaci?n que comienza a superarse a partir de 1696, dan do comienzo a una nueva fase (1696-1700), en la que si bien los bautismos no pueden pasar el l?mite de los 500 casos anuales (424), las defunciones disminuyen notablemente (174), haciendo posible que el proceso de recu peraci?n sea efectivo, para alcanzar un crecimiento medio anual de 250. Los primeros cinco a?os del siglo XVIII (1701-1705) marcan la fase de mayor crecimiento demogr?fico del periodo (390), en el que los bautismos ascienden hasta alcanzar el l?mite de los 500 casos anuales y, por su parte, las defunciones descienden a los guarismos m?s bajos del periodo (109). 5 Este periodo (1706-1723) se ver? afectado por fuertes picos de mor talidad (1708-1710), que incidir?n directamente sobre la fecundidad, hacien do descender los bautismos a un promedio de 350 casos anuales, mientras que las defunciones mantendr?n durante todo el periodo un promedio supe rior a los 200 casos anuales (213), afectando de tal manera el desarrollo demogr?fico que hace descender el crecimiento demogr?fico medio anual

a 137.

6 Entre 1724 y 1736 se alcanzan los ?ndices de mayor crecimiento (286), en el que los bautismos se elevan a un promedio anual superior a 480 (488), y algunos a?os superar? los 500 (1726, 1729, 1733 y 1736). Por

otro lado, las defunciones se mantienen en el l?mite de los 200 sucesos anua les (202), para permitir de esta manera que el crecimiento del periodo alcan

ce los guarismos m?s elevados entre 1678 a 1785. 7 La peor pandemia del siglo XVIII (1737) incide de tal manera sobre el comportamiento demogr?fico que origina un largo periodo de depre si?n que abarca 36 a?os (1737-1772), en el que apenas se llega a un creci miento anual medio superior a 130 (132). Este periodo presenta dos fases

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452

MIGUEL ?NGEL CUENYA MATEOS

Cuadro II Evoluci?n de los bautismos y defunciones (1630-1800) (VALORES ABSOLUTOS Y RELATIVOS)

(1678-1705 = 100)

Promedio anual

Promedio anual

Valores Valores Valores Valores Periodo

1630-1677 1678-1705 1706-1723 1724-1736 1737-1760 1761-1772 1773-1785 1786-1800

Bautismos absolutos relativos Defunciones absolutos relativos 44 10 022 208.8 13 174 470.5 100 5 503 196.5 100

6 303 6 344 8 600 3 568 4 917

4 251

350.2

488.0 358.3

297.3

378.2

283.4

74 104 76 63 80 60

3 836 2 636 5 759 1 637 1 932

213.1 202.4 239.9 136.4 148.6

108 103 122 69 76

raci?n demogr?fica, la cual comenzar? a partir de 1773. No obstante, este proceso se ver? afectado tambi?n a causa de la mortalidad epid?mica de 1779 y 1784, por lo que se regis tra un crecimiento moderado.8 perfectamente delimitadas: la primera abarca un total de 24 a?os (1737 1760), afectada directamente por la gran crisis de sobremortalidad de 1737 y la "crisis larvada" de 1747, para apenas alcanzar un crecimiento medio anual de 118. Los bautismos mantendr?n, sin grandes variaciones, un pro medio medio anual de 358 casos mientras que la mortalidad tendr? un com portamiento distinto. En 1737 se registra un total de 3 361 defunciones, para disminuir a un promedio de 108 defunciones los nueve a?os siguien tes, comportamiento que se ver? afectado en 1747-1748. Entre 1749 y 1760, el ritmo anual de defunciones disminuye notablemente a un promedio de 79. Una nueva epidemia de peste (1761-1762) marcar? el comienzo de la segunda fase que cubre un total de 12 a?os (1761-1772), en el que si bien se vio afectada por la crisis de sobremortalidad de 1768, se registra un pro ceso de recuperaci?n demogr?fica que hace ascender el crecimiento medio anual a 160. Los bautismos disminuyen (297), mientras que las defuncio nes registran un promedio de 136 sucesos anuales. 8 El proceso de recuperaci?n demogr?fica iniciado en 1761 adquiere un nuevo vigor a partir de 1773, marcando el comienzo de un nuevo periodo que cubre 13 a?os (1773-1785), el que, aunque se ve afectado por dos mor t?feras epidemias, una de ellas la segunda peor del siglo (1779) y otra en

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EVOLUCI?N DEMOGR?FICA, 1660-1800

453

Ahora bien, si tomamos en cuenta la composici?n ?tnica, veremos que el comportamiento demogr?fico es diferente. Las curvas vitales muestran los cambios que se operan en la parro quia (procesos de asentamiento, mestizaje, migraciones, etc.), as? como las diferentes condiciones sociales y econ?micas que

evidentemente tuvieron un papel importante en el compor tamiento de las variables demogr?ficas (v?ase gr?fica II). Para el periodo 1661-1677, no contamos con registros de defunciones para el sector ind?gena de la poblaci?n, lo que imposibilita que realicemos un an?lisis comparativo. El gru po de espa?oles, mestizos y castas, si bien presenta un movi miento caracter?stico de una poblaci?n estancada, debemos ser muy cuidadosos al respecto ya que ?ste fue un periodo de asentamiento, perdurando la costumbre, dentro del sec tor, a seguir realizando sus hechos vitales (bautismos, matri monios y defunciones) en otras parroquias de la ciudad, espe cialmente las ubicadas dentro de la antigua traza urbana. En el periodo comprendido entre 1678 a 1705 el compor tamiento demogr?fico de ambos grupos es distinto, presen t?ndose mayor vigor en el grupo ind?gena, que registra un fuerte crecimiento, mientras que los registros de espa?oles y * 'dem?s gentes de raz?n' ' indican un claro repunte en los bau

tismos, mucho mayor que la elevaci?n media de las defun ciones (v?ase gr?fica III); diferenciaci?n que persiste en el periodo comprendido entre 1706 y 1723; pero la tendencia se revierte. El grupo ind?gena se ve golpeado por la crisis de sobremortalidad de 1708-1710, que afecta el comportamien to de la fecundidad haciendo disminuir sensiblemente el nivel

de bautismos, mientras que la mortalidad mantiene (con excepci?n de la crisis de 1708-1710) casi el mismo nivel que en el periodo anterior (v?ase gr?fica IV). Entre 1724 y 1736 las curvas vitales de ind?genas y de espa 1784, los bautismos se mantienen en un promedio anual de 378, superan do algunos a?os los 400 casos (1777, 1778, 1780 y 1783), mientras que las defunciones presentan registros muy bajos hasta 1778, en que la epide

mia de 1779 hace ascender ?stos a 522 casos. Los cuatro a?os siguientes disminuyen a un promedio de 104, incrementado en los ?ltimos dos a?os a causa de la epidemia de peste de 1784. Debido a este comportamiento el crecimiento medio anual alcanza una media de 230 para el periodo.

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h Estad?sticas vitales 1650-1800 (espa?oles mestizos y castas)

Estad?sticas vitales 1650-1800 (ind?genas)

Gr?fica II

Defunciones Bautismos

- Defunciones -Matrimonios ? Bautismos

:#

i860-.1800-1

640q _

Matrimonios

500J

400-i

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Gr?fica III Tendencias del crecimiento de la poblaci?n (1678-1705) Ind?genas

i ' i i ? i ' i ' i i ' i?r?r"'?i?rn?'?i?'?r

1678 1680 1682 1684 1686 1688 1690 1692 1694 1696 1698 1700 1702 1704

Espa?oles, mestizos y castas

/\ Defunciones

i i i i i i r~i i i i i i i i ' i i i i i i r~i i

I678 1680 1682 1684 1686 1688 1690 1692 1694 1696 1698 1700 1702 1704

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456 miguel ?ngel cuenya mateos

Gr?fica IV Tendencias del crecimiento de la poblaci?n (1706-1723)

Espa?oles, mestizos y castas

?oles, mestizos y castas, nos muestran por primera vez un comportamiento similar: fuerte crecimiento, alcanz?ndose en este periodo los niveles m?s altos de expansi?n (v?ase gr?fica V). Tendencia que se ver? interrumpida abruptamente en 1737 cuando sobreviene la crisis de sobremortalidad m?s ele vada de todo el periodo (1660-1800), que nuevamente cam bia el comportamiento demogr?fico de ambos grupos, que se?ala tendencias opuestas (v?ase gr?fica VI). This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EVOLUCI?N DEMOGR?FICA, 1660-1800

457

Gr?fica V Tendencias del crecimiento de la poblaci?n (1724-1736) Ind?genas

\ Defunciones

-T-,-1-,-|-|-,-|-,-1-1-j

1724 1725 1726 1727 1728 1729 1730 1731 1732 1733 1734 1735 1736

Espa?oles, mestizos y castas . Bautismos

\ Defunciones

"1-1-1-1-1-1-1-1-1-1-1-1

1724 1725 1726 1727 1728 1729 1730 1731 1732 1733

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458

MIGUEL ANGEL CUENYA MATEOS

Entre 1737 y 1772, la poblaci?n ind?gena se ver? inmersa en una larga depresi?n que marca hasta finales del siglo la imposibilidad de recuperar el antiguo vigor. Ahora bien, en este largo periodo (1737-1772) se pueden visualizar dos fases: la primera abarca desde 1737 a 1760, el periodo de mayor depresi?n, en el que comienza una lenta recuperaci?n a par tir de 1761, pero que se ver? fuertemente afectada por las crisis

de sobremortalidad de 1761-1762 y 1768, que afectar? direc

tamente el comportamiento general de los bautismos. Por el con

trario, el sector de espa?oles, mestizos y castas, si bien ver? interrumpida abruptamente la tendencia al crecimiento, se estanca durante el periodo, marcado tambi?n por dos fases. La primera de ellas (1737-1760) ver? disminuir el crecimien to anual a uno de sus m?s bajos niveles, sinti?ndose los efec tos de la crisis de 1737, cuyo resultado es el estancamiento, del cual comienza a salir a partir de 1761, dando inicio a la segunda fase que se extender? hasta 1772. El proceso de recu peraci?n es lento y se ver? sacudido por las crisis de mortali

dad de 1761-1762 y 1768; no obstante, la poblaci?n crece

moderadamente, tendencia que perdura hasta 1785, pero ace lerar? notoriamente el ritmo (altos niveles de bautismos y bajos niveles de defunciones). Por su parte el grupo ind?gena se ver? inmerso en un largo estancamiento que se mantiene hasta fina

les del siglo (v?ase gr?fica VII). ?C?mo explicarnos este comportamiento? Consideramos que distintos factores se correlacionan, incidiendo directa o indirectamente en ?l. En primer lugar debemos tener presente

el proceso de mestizaje que modific? la estructura demogr? fica de la parroquia y se percibe desde 1692, muy claro a partir

de 1737, lo que se reflejar? en los cambios producidos en la tendencia demogr?fica durante la segunda mitad del siglo xvm (v?ase cuadro III). Empero, no se pueden dejar de lado las condiciones sociales, econ?micas, culturales, higi?nicas, etc., las que tuvieron una participaci?n directa en el compor tamiento diferencial, estando siempre la poblaci?n ind?gena despose?da m?s propensa a ser v?ctima de epidemias y ham brunas. Finalmente queremos se?alar, aunque escapa a nues tro an?lisis debido a la imposibilidad de medir su intensidad,

el problema de las migraciones, las que evidentemente tuvie This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


459

EVOLUCI?N DEMOGR?FICA, 1660-1800

Gr?fica VI Tendencias del crecimiento de la poblaci?n (1737-1772)

Espa?oles, mestizos y castas

Segunda fase

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460 Miguel ?ngel cuenya mateos

Gr?fica VII Tendencias del crecimiento de la poblaci?n (1773-1785) 360

Ind?genas

"I-1-1-1-1-1-1-1-1-1-1

1774 1775 1776 1777 1778 1779 1780 1781 1782 1783 1784 1785

Espa?oles, mestizos y castas 220

Bautismos

140 H

vx Defunciones

?i-1-i-1-1-r-1-1-1-1-1-1

1773 1774 1775 1776 1777 1778 1779 1780 1781 1782 1783 1784 1785

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Tendencia

crecimiento moderado

fuerte crecimiento moderado fuerte crecimiento crecimiento estancamiento

Espa?oles, mestizos y castas anual natural

Incremento

natural absoluto relativo Incremento Valor Valor

Tendencia

Tendencias de la poblaci?n en la parroquia de Analco (1661-1791) espa?oles, mestizos,

Cuadro III

ind?genas y castas (valores absolutos y relativos)

(1678-1705 - 100)

1724-1736 13 2 207 170 90 fuerte crecimiento 1486 114 136

1678-1705 28 5 328 190 100 fuerte crecimiento 2 341 84 100 1773-1785 13 1 214 93 49 estancamiento 1 771 136 162

1706-1723 18 1 264 70 37 depresi?n 1 180 66 791737-1772 36 1 826 51 27 depresi?n 2 895 80 95

Ind?genas

Incrementonatural

anual

1786-1791 6 500 83 44 estancamiento

natural absoluto relativo Incremento Valor Valor

de a?os N?mero

1661-1677 17 405 24 29

Periodo

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462

MIGUEL ANGEL CUENYA MATEOS

ron una participaci?n importante, incidiendo en los cambios operados a partir de 1692; emigraci?n motivada fundamen talmente en la profunda crisis econ?mica que afect? a la ciu dad de Puebla desde el ?ltimo cuarto del siglo xvn. La evoluci?n demogr?fica que nos muestran las curvas vita les se comprueba tambi?n en los datos obtenidos en los padro

nes existentes. La informaci?n m?s antigua con la que con tamos para la parroquia data de 1678, en la que el cronista Miguel Zer?n Zapata9 nos ofrece la lista de los que comul gaban, pertenecientes al Sagrario Metropolitano y a las cinco parroquias en que se encontraba dividida la ciudad, corres pondi?ndole a la parroquia del Santo ?ngel Custodio (Anal co) 8 000 comulgantes,10 lo que significar?a que la poblaci?n de la parroquia era aproximadamente de 11 000 habitantes. Por su parte el cronista fray Juan Villa S?nchez nos comen ta que la ciudad tuvo desde finales del siglo xvn hasta media dos del xvm un descenso demogr?fico que se puede atribuir a dos cosas: la primera dos pestes que se han padecido, la una que llamaron el sarampi?n el a?o de 1692, la otra el a?o de 1737 conocida por el Matlazahualt, de los cuales el uno y el otro a?o murieron muchos millares de personas; la otra causa, la grande decadencia del comercio. . . y pobreza a que est? reducida la m?s parte del vecindario, que ha obligado a salir de aqu? para otras partes, especialmente para M?xico,

a muchas familias. . .n

9 Zer?n Zapata, 1945. 10 Al ofrecerse la lista de comulgantes, se excluye de ella a los ni?os.

Cook y Borah, 1977, "Materiales para la historia demogr?fica de M?xi co, 1500-1600", p. 63, se?alan que lo normal era que las mujeres recibie ran la comuni?n "a partir de los 12 a?os y en los hombres de los 14". Por lo tanto, nos encontramos con un porcentaje bastante elevado corres pondiente a este sector. Nuevamente ser?n ambos autores quienes al ana lizar la estructura por edades de la ciudad de Oaxaca en 1777, nos indi quen que el grupo de 0-10 a?os representa el 42.87% del total. Cook y Borah, 1977, "Tasas de las categor?as civiles y los grupos de edad en el

M?xico colonial", p. 202.

11 Villa S?nchez, 1962, p. 36.

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EVOLUCI?N DEMOGR?FICA, 1660-1800

463

por lo que para 1746 la parroquia hab?a visto disminuir su

poblaci?n a menos de la mitad (5 511 habitantes).12 El

padr?n de 177113 nos indica la cifra de 6 117 habitantes, los que habr?an vuelto a descender en 177714 a 4 808, mante ni?ndose casi sin variantes hasta finalizar el siglo (1791: 5 256

habitantes).15

Cuadro IV Evoluci?n de la poblaci?n de la parroquia de Analco, seg?n padrones (1678-1791)

1678 1746 1771 1777 1791

8 000* 5 511 6 117 4 808 5 256

O)_(2)_(3)__(4)_(5

* Comulgantes.

Fuentes: (1) Zer?n Zapata, 1945; (2) Villa S?

del Santo ?ngel Custodio, vol. 10; (4) AGI, Audien lista de los censos del curato del Santo ?ngel Cust

128, 129, legs. 1380, 1390.

Resumiendo, podemos se?alar que xvii (1692), la poblaci?n de la parro una tendencia ascendente. La puja dad atra?a constantemente a nuevo los cuales se asentaron en la parro la crisis econ?mica que afecta a Pue to del siglo xvii repercutir? direct miento demogr?fico, a la que se lig demias y endemias que asolaron la N

a la ciudad de Puebla.

12 Villa S?nchez, 1962, p. 65. 13 AAP, Padr?n del Santo ?ngel Custodi 14 AGI, Audiencia de M?xico, exp. 2.578 15 AAP, Lista de los censos de los curat ?ngel, San Marcos y Santa Cruz (1790-179 legs. 1380-1390.

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464 MIGUEL ?NGEL CUENYA MATEOS

SIGLAS Y REFERENCIAS AGI Archivo General de Indias, Sevilla. AAP Archivo del Ayuntamiento de Puebla, Puebla.

Carri?n, Antonio 1896-1897 Historia de la Puebla de los ?ngeles. Puebla, Ed. d?la Viu

da de D?valos e Hijos.

Cook, Sherburne F. y Woodrow BORAH 1977 "Materiales para la historia demogr?fica de M?xico, 1500-1960' ', en Ensayos sobre historia de la poblaci?n: M?xico

y el Caribe I, M?xico, Siglo XXI Editores, S.A. Fern?ndez de Echeverr?a y Veytia, Mariano

1931 Historia de la fundaci?n de la ciudad de Puebla de los Angeles en la Nueva Espa?a. Su descripci?n y presente estado, M?xico.

Toussaint, Manuel 1954 La catedral y las iglesias de Puebla. M?xico, editorial Porr?a,

S.A.

Villa S?nchez, Juan 1962 Puebla sagrada y profana. Puebla, Talleres Gr?ficos de la

Librer?a Madero.

Zer?n Zapata, Miguel 1945 La Puebla de los Angeles en el siglo xvn. Cr?nica de la Pue

bla. M?xico, Editorial Patria.

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capitalismo y trabajo en los bosques de las tierras bajas tropicales mexicanas:

el caso de la industria

del chicle*

Herman W. Konrad Universidad de Calgary

Antecedentes y desarrollo hist?rico

Si LA COSTUMBRE de mascar diversas clases de gomas y r nas es probablemente tan antigua como la humanidad y practica en todo el mundo, M?xico tiene todo el derecho que se le reconozca el m?rito de haber introducido el chic a la econom?a mundial.1

* El presente trabajo se basa en la informaci?n que se est? reunien

sobre los procesos de desarrollo en los bosques tropicales de las tierras ba

de M?xico y que abarca m?s de un siglo (desde la d?cada de 1850 has la d?cada de los 80 del siglo xx). Es un proyecto a largo plazo; princip en 1975 y sigue su curso. Ha requerido de g/andes trabajos en el cam en los estados de Campeche, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz y Yuc t?n. No podr?a haberse realizado sin la cooperaci?n y ayuda del I NA del Instituto Nacional de Investigaciones Tropicales (M?xico, D.F.), d la Confederaci?n de Cooperativas de Quintans Roo, del Banco Naciona de M?xico, del Archivo General de la Naci?n, del Archivo Hist?rico

la Secretar?a de Relaciones Exteriores y de los Archivos Estatales de M?r da y Campeche. Para las investigaciones se ha recibido apoyo del Cons Canadiense para Investigaciones en las Ciencias Sociales y las Human dades y de la Universidad de Calgary. 1 La mayor parte de los estudios t?cnicos sobre la producci?n chicl son obra de ingenieros forestales mexicanos. Es excelente el de Jim?n

HMex, XXXVi: 3, 1987

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466

HERMAN W. KONRAD

Sabemos que los aztecas y los mayas empleaban la resina solidificada de la Achras zapota como estimulante de la saliva ci?n y para fines medicinales y rituales. Aun entonces no era bien aceptado el mascar en p?blico esta goma. Entre los azte cas, las prostitutas s? pod?an mascar goma sin ser sanciona das, se toleraba que discretamente y en privado las mujeres

casadas ?ya de cierta edad? y las viudas practicaran esa

costumbre. Por otra parte, entre los varones de la sociedad azteca, especialmente entre los miembros de las ?rdenes mili tares, no se aceptaba ese h?bito.2 En la ?poca colonial, entre la infinidad de productos de los bosques tropicales induda blemente figur? en los mercados de las regiones donde abun daba el chicozapote; con todo, hasta donde sabemos no se menciona en documentos mexicanos coloniales.3 Quiz? haya gozado de cierta popularidad entre los militares de Veracruz en el siglo XIX, dado que uno de los caudillos militares vera cruzanos m?s ilustres, el enigm?tico Antonio L?pez de San ta Anna (1794-1876) ten?a la costumbre de masticar chicle. Santa Anna, nativo de una zona veracruzana donde abunda el chicozapote, fue quien introdujo la costumbre en Estados

Unidos.

Capturado por los texanos de Sam Houston en 1836, San ta Anna fue enviado a Washington en 1837 como prisionero, bajo la custodia del coronel Adams. ?ste, impresionado por esa costumbre del famoso general, lo convenci? para que le

obsequiara, antes de que regresara a M?xico, el chicle que le sobrara. Adams no qued? muy convencido con el sabor, 1951. La serie de estudios patrocinada por la Escuela Nacional de Agri cultura (Chapingo) suministra detalles sobre los tipos de ?rbol, las condi ciones ambientales y la historia de la explotaci?n de las tierras bajas mexi

canas. Cons?ltese: Aguilar Luna, 1948; Caballero Rojas, 1947; Cuevas

L?pez, 1947; Gurr?a, 1946; Mart?nez Garc?a, 1949; Medina Ram?rez,

1948; Morz, 1948; Pardo Villarreal, 1939, y Zapata Esquivel, 1958.

En lo relativo a antecedentes, Konrad, 1930, pp. 2-39. V?anse las expli caciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo. 2 Las primeras aplicaciones de las resinas del chicozapote y otros ?rbo les las estudi? Mart?nez Cort?s, 1970; tambi?n Konrad, 1930, pp. 3-4. ] Llegu? a esta conclusi?n al cabo de m?s de 10 a?os de estudio sobre cuestiones econ?micas durante la colonia.

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 467

pero experiment? un poco, a?adiendo algunos edulcorantes y descubri? que ten?a un producto f?cil de empacar y capaz de producir ganancias en el mercado. Estableci? la Adams Chewing Gum Company con una inversi?n inicial de 50 d?la res, y se fue a Tampico a establecer una red de proveedores de la materia prima. En esta forma dio principio a lo que lleg? a convertirse en una gran industria y, andando el tiempo, la costumbre de mas

ticar chicle se extender?a por todo el mundo.

Al mismo tiempo tramit? una patente exclusiva ante la Ofi

cina de Patentes de Washington, que amparara la produc ci?n de esa delicia gastron?mica: la goma de mascar. En ese tiempo se tuvo la creencia de que muy pronto la mayor?a de los habitantes de los Estados Unidos estar?a masticando esta

sustancia y que ayudar?a a fortalecer los dientes y calmar los

nervios. Sin embargo, la nueva moda que lanz? Adams no gan?

muy pronto gran popularidad. En el mercado nacional nor teamericano las ventas aumentaron despu?s de la d?cada de 1860. A mediados de los a?os ochenta del siglo pasado, el chi cle ya se hab?a convertido en un importante producto que se exportaba desde Veracruz. La Oficina de Estad?stica de los Estados Unidos inform? que las importaciones ascendieron a 929 959 libras en el periodo 1885-1886.4 Durante el dece nio siguiente las importaciones se cuadruplicaron (3 618 483 libras entre 1895 y 1896), y los precios subieron de 7-8 cen tavos por libra a 36 centavos.5 La costumbre peg? definitiva mente en Estados Unidos durante los "alegres noventa". En los ochenta y noventa del siglo XIX qued? s?lidamente establecida la infraestructura log?stica que rige el acceso a la explotaci?n (concesiones de terrenos boscosos a ciudadanos y empresas extranjeros y a empresas nacionales), la produc ci?n (organizaci?n del suministro de la mano de obra y de la resinaci?n de los ?rboles), los transportes (ferrocarriles y barcos), industrializaci?n (f?bricas) y la comercializaci?n (ven tas). Para 1914 la Adams Company ?cambi? de nombre por 4 Konrad, 1930, p. 4.

5 Romero, 1898, pp. 53-54.

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468

HERMAN W. KONRAD

el de American Chicle Company? hab?a aumentado a 10

millones de d?lares su capital. Esencialmente, la industria del chicle se desarroll? dentro de un contexto de expansi?n capi

talista (urbano) en Estados Unidos que lleg? hasta M?xico

(lejanos bosques tropicales) durante los ?ltimos a?os del siglo

XIX.6

Esta industria cobr? auge gracias, en buena parte, a que durante la Primera Guerra Mundial el Departamento de la

Defensa decidi? suministrar chicle a las tropas. Por esas fechas

se fundaron la Wrigley Chewing Gum Company y otras

empresas para satisfacer la creciente demanda. Los soldados, adem?s de consumir grandes cantidades de chicle, contribu yeron a que se difundiera enormemente el h?bito de mascar goma, con lo cual aumentaron a?n m?s las ventas. Durante los "tumultuosos veintes", sin duda por la influencia del regre

so a la vida civil de soldados acostumbrados a mascar chicle, la demanda y los precios se mantuvieron altos, pero durante la depresi?n de los a?os treinta el impresionante descenso de los precios y de las importaciones indica que disminuyeron la popularidad y los mercados. La Segunda Guerra Mundial hizo que nuevamente gozara de bonanza la industria del chi cle. Las compa??as chicleras norteamericanas estaban prepa radas para surtir la demanda. El activo de la Adams Com

pany ascendi? a 50 millones de d?lares en 1938, cifra que

pronto super? la Wrigley Company. Durante la Segunda Gue rra Mundial el Departamento de la Defensa de los Estados Unidos incluy? el chicle en su lista de art?culos militares estra t?gicos, quiz? porque serv?a de digestivo y calmante para los

soldados y para quienes trabajaban en las industrias b?licas. Durante la guerra, el personal militar estadounidense consu mi? anualmente 600 millones de pastillas de chicle, produci das por 26 fabricantes. Las exportaciones anuales mexicanas de este producto llegaron entonces al m?ximo: 25 millones de libras, aproximadamente. Entre otras cosas, el esfuerzo b?lico dio por resultado un nuevo incremento masivo de la costumbre a nivel mundial, factor que, por supuesto, los fabri

cantes aprovecharon. A fines de la guerra, se hab?an conver 6 Romero, 1898, pp. 53-54.

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 469

tido en realidad 7 las expectativas del coronel Adams acerca de abarcar el mercado mundial como fruto de sus esfuerzos

empresariales. En esa ?poca las m?s importantes compa??as chicleras ten?an f?bricas en todos los continentes, excepto

?frica.

Despu?s de la guerra disminuy? la importancia de M?xi co como productor de esa materia prima y como exportador de la misma. Sin embargo, sigui? creciendo la industria del chicle. Por una parte, din?micas campa?as comerciales aumen

taron las ventas del producto, el cual, cada vez m?s, pro ven?a de sustancias sint?ticas. Con esto, en M?xico dismi nuyeron los precios, la demanda y los niveles de produc ci?n. Por otra parte, la destrucci?n de grandes extensiones de bosques donde crec?a el chicozapote tambi?n desempe?? un papel importante en los costos de producci?n m?s eleva dos y en el mayor empleo de sustancias sint?ticas. El adveni miento de la televisi?n y que ?casi en gran escala? se acos tumbraran a mascar chicle los atletas profesionales (modelos y h?roes de gran parte del p?blico consumidor), ayud? a que crecieran las ventas y los mercados. Las ventas mundiales de chicle llegaron a 1 000 millones de d?lares en 1977, pero las exportaciones chicleras mexicanas disminuyeron mucho.8 Ya para el decenio de los setenta Wrigley se hab?a convertido en la mayor de las empresas productoras de chicle (sus ventas en Estados Unidos en 1978 tuvieron un valor bruto de casi 400 millones de d?lares). Quiz? el conflicto de Vietnam haya

hecho crecer algo las exportaciones mexicanas. Para esas fechas

en los c?rculos militares norteamericanos ya no se consider?

7 Cf. Jim?nez, 1951, pp. 27-95; tambi?n art?culos en diversas publica ciones norteamericanas especializadas, tales como "Chicle and Chewing Gum; A review of chicle production and the sources of suply, and the che wing gum industry and trade", en Trade information bulletin, num. 197 (1924);

"Chicle, jelutong and allied materials", Bulletin of the Tropical Institute, 38

(julio, 1940), pp. 299-320; "Chewing gum: America's seventh industry", Queensborough, 9 (1923), p. 470; "Chewing gum industry makes $1 billion

in sales in 1977", New York Times (4 de diciembre de 1977), F-l: "Che wing gum is war material", Fortune (enero de 1943), pp. 98-100; "Che

wing gum stocks good defensive issues: with data from leading companies",

Financial World (2 de abril de 1958), p. 6. 8 Jim?nez, 1951.

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HERMAN W. KONRAD

la goma de mascar como materia de valor estrat?gico: los sol dados hab?an adoptado la costumbre de consumir otros pro ductos como las drogas. A partir de 1980 los fabricantes esta dounidenses dejaron de importar chicle mexicano, pues en sus f?bricas empleaban exclusivamente productos sint?ticos. Durante la temporada 1983-1984, los chicleros mexicanos pro dujeron algo m?s de 200 000 kilos, buena parte de los cuales permanece almacenada por carencia de compradores. A decir verdad, la producci?n d? chicle dej? de ser econ?micamente

viable.9

La gr?fica I es una representaci?n de las exportaciones mexicanas de la materia prima de la goma de mascar.10 Pro porciona un diagrama del ciclo vital de un producto de ex portaci?n que lig? lejanas tierras tropicales con metr?polis industriales. Su producci?n sistem?tica no depend?a del cul tivo de las plantas, debido a las caracter?sticas del lugar de origen. Los cultivadores no interven?an; este papel qued? reservado a los fabricantes. En un principio hubo dos enti dades empresariales que representaban una combinaci?n de inversionistas nacionales y extranjeros, a la que el gobierno mexicano favoreci? con condiciones y concesiones especiales. Partiendo de este sistema evolucionaron una serie de institu ciones intermedias establecidas por los fabricantes para garan

tizar el suministro de la materia prima. Depend?an de con tratistas mexicanos a quienes se concedi? cr?dito y capital destinado a inversiones a cambio de un suministro garanti zado. Sucesos de la pol?tica interior mexicana, especialmen te las reformas introducidas por el gobierno del presidente C?rdenas (1934-1940), colocaron a las instituciones nacionales mexicanas en calidad de reguladores de la producci?n y de las fuentes de capital destinado a inversiones. No obstante los intentos del gobierno federal mexicano por

socializar la industria del chicle ?desde principios de los a?os

veinte?n subsisti? el modelo capitalista de producci?n. A 9 Datos proporcionados por el principal proveedor mexicano, CCQR. 10 La gr?fica se elabor? con datos provenientes de muchas fuentes, tan to de archivos como publicadas. 11 Los presidentes de M?xico, durante ese periodo, con decisi?n pro

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 471

Gr?fica I Exportaciones mexicanas de chicle, 1882-1983

o _J

5 5

-|?i?|?.?|?i?i?.?i?r?,?F-,-1-1-i-,-,-,-,-r? 80 90 1900 10 20 30 40 50 60 70 80

trav?s del tiempo se pueden ide variedades de las modalidades cap la intervenci?n directa del capit cido a trav?s de intermediarios de Estado. En todo momento las tuvieron la sart?n por el mango, de la demanda y de los precios de y? siempre directamente en las en los bosques tropicales. La m quienes sangraban los ?rboles, control y la direcci?n de, por l que adoptaba la forma de comp mexicano o instituci?n guberna

curaron cambiar las condiciones de trabajo, como

pondencia de AGNM,7?P.

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472

HERMAN W. KONRAD

Estructura de la producci?n El proceso propiamente dicho de la resinaci?n de los ?rboles, a partir de su introducci?n a escala importante en Veracruz

a fines del siglo xix,12 cambi? muy poco. El que no haya

habido modificaciones a lo largo de un siglo se debi?, en buena

parte, a que la ausencia de cambio resultaba pr?ctica en el ambiente de los bosques donde se sangraban los ?rboles. Esto contrasta marcadamente con la extracci?n de maderas que se realizaba en los mismos, a menudo por los propios contra tistas o empresas. La obtenci?n del chicle y la explotaci?n maderera eran actividades complementarias: la primera, requiere un elevado grado de humedad y coincide con la tem porada de aguas; la segunda, se rige por las estaciones en que no llueve. En lo esencial se aplicaron en ambas los mismos sistemas de contrataci?n de mano de obra y de organizaci?n, incluyendo el alojamiento y el aprovisionamiento de los tra bajadores y la necesidad de contar con una base central y cam

pamentos adicionales en zonas espec?ficas dentro de los bos ques, destinados a la extracci?n de la materia prima. Por lo dem?s, difer?an radicalmente en lo relativo a la tecnolog?a y los transportes. Mientras que la extracci?n de madera per mit?a el incremento de la productividad mediante una tecno log?a m?s eficaz ?el hacha fue remplazada por la sierra de mano y ?sta por la sierra de motor; la tracci?n animal, a base de bueyes, se vio remplazada por tractores, camiones y fe rrocarriles? en la extracci?n del chicle no pod?a aplicarse una tecnolog?a similar porque requer?a grandes inversiones.13 La tecnolog?a b?sica necesaria para la obtenci?n de chicle a fines del siglo XIX, consist?a en machetes afilados, recipien tes para la resina y amplios conocimientos acerca del momento

en que los ?rboles producen la mayor cantidad de resina. A esto habr?a que a?adir recipientes para transportar al cam pamento lo recogido durante el d?a, recipientes para almace 12 Entrevistas personales con un anciano chiclero (94 a?os de edad), en

Castillo de Teayo, Veracruz, diciembre de 1983. 13 Acerca de un caso reciente relacionado con la industria maderera y sus t?nicas, v?ase Gonz?lez Pacheco, 1984.

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 473

namiento temporal en los campamentos, una caldera para her

vir la resina a fin de eliminar la humedad y lograr la

solidificaci?n, moldes de madera para formar los bloques de chicle que se transportaban desde los campamentos hasta la

base a lomo de mu?a. Salvo las botas, los garfios de metal para trepar a los ?rboles y los cinturones acojinados donde se inser

taba la cuerda, aditamentos tomados de la industria madere

ra, no hubo innovaciones en la extracci?n del chicle a lo largo

de todo un siglo. La tecnolog?a de 1880 para la obtenci?n del chicle es la misma que se emplea en los a?os ochenta del pre sente siglo.14 La recolecci?n del chicle siempre se ha regido por las carac ter?sticas del chicozapote, el cual s?lo produce cantidades apro

vechables de resina en condiciones de humedad ambiental m?xima. Los ?rboles aprovechables no aparecen juntos sino m?s bien dispersos; producen cantidades limitadas de resi na, la cual va disminuyendo a partir de las primeras incisio nes. Un campamento que cuente entre 12 y 20 chicleros tra

baja una superficie comprendida dentro de un radio de aproximadamente 8 kil?metros, con el campamento por cen tro. En cada estaci?n los campamentos cambian de lugar por lo menos una vez. Esto ha significado que ?reas relativamente

grandes produzcan cantidades relativamente peque?as de chi cle, lo cual hace que se realicen inversiones m?nimas en la infraestructura log?stica (es decir, ?sta permanece del tipo campamento-base o de central). As?, nunca ha sido posible uti

lizar recursos t?cnicos para incrementar la producci?n per capita. En realidad, la producci?n estacional por chiclero ha disminuido sin cesar. Los datos sobre producci?n de que se puede disponer indican un promedio de 1 000 kilos por tem porada a principios de siglo, cifra que se redujo a 500 kilos en los a?os cuarenta, a 250 kilos en los setenta y a una can tidad mucho menor a principios de la presente d?cada.15 El descenso del t?rmino medio de la producci?n coincide 14 Fotograf?as de otras ?pocas, por ejemplo las de Men?ndez, 1936; las fotograf?as conservadas por ex contratistas y mis propias fotograf?as (1970

1980), confirman este aserto.

15 Cf. Konrad, 1930, p. 19 (tabla 5).

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HERMAN W. KONRAD

con la deforestaci?n en zonas tropicales, lo cual est? ligado no s?lo a la excesiva explotaci?n de este recurso sino tam bi?n a la expansi?n de asentamientos humanos en las zonas boscosas y a la deforestaci?n generalizada en las regiones que proporcionan la materia prima. A diferencia de la industria maderera ?m?s estable debido a su ubicaci?n y porque per mit?a el aumento de la producci?n mediante la tecnolog?a y las inyecciones de capital? la recolecci?n del chicle s?lo pod?a mantenerse a buen nivel aumentando el n?mero de trabaja dores y conservando una tecnolog?a sencilla y barata. Los cam

bios en los patrones climatol?gicos regionales ?relacionados con la deforestaci?n en gran escala? han complicado los pro blemas anejos a una producci?n eficaz. En la pen?nsula de Yucat?n, hasta los a?os cuarenta, se resinaba durante nueve meses (julio-marzo), pero en los a?os setenta la resinaci?n se practicaba s?lo durante cuatro o cinco meses, a partir de sep tiembre.16 Las inversiones de capital destinadas a dicha resinaci?n se han enfocado en gran parte, no a mejorar la producci?n de la materia prima propiamente dicha, sino a la adquisici?n y mantenimiento de la fuerza laboral dentro de la red necesa ria para llevar la materia prima desde las bases y campamentos

hasta los centros de industrializaci?n, a fin de transformarla en mercader?a vendible y rentable. La gran demanda de chi

cle durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, dio por resultado el aprovechamiento de la m?s adelantada tec nolog?a (aviones modernos) para llevar trabajadores y provi siones a las bases y a los campamentos y para llevar el chicle

hasta las terminales ferroviarias o hasta los puertos. Sin embar

go, fuera de las bases y de los campamentos se continuaba yendo a pie a los sitios de trabajo donde las provisiones y la materia prima se transportaban a lomo de mu?a. Despu?s de la guerra, al disminuir la demanda bajaron los precios y decre

ci? la eficiencia en la producci?n; adem?s, el aumento en el costo de la mano de obra hizo que se recurriera, cada vez m?s,

16 Esto queda confirmado en las entrevistas con chicleros y contratis tas veteranos de por lo menos tres estados: Campeche, Quintana Roo y

Yucat?n.

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 475

a sustitutos sint?ticos de menor costo que la materia prima

original.

El sistema de producci?n abarcaba una serie de eslabones (gr?fica II)17 entre los bosques tropicales y centros metropo litanos como Chicago y Nueva York. Ocupan el primer lugar las compa??as m?s importantes (Adams, Beechnut, Wrigley)

que abastecen el mercado internacional con un producto

industrializado. A trav?s del mecanismo de compa??as impor tadoras registradas en Estados Unidos (tales como Wrigley Import Company y The Chicle Development Company) o empresas subsidiarias (Mexican Exploitation Company) esta blecieron una presencia f?sica en M?xico y suministraron el capital, el cr?dito y el equipo necesarios para garantizar la fuente de la materia prima. Estas empresas importadoras obtu

vieron de las autoridades federales mexicanas la concesi?n de derechos exclusivos en materia de compras y exportaciones, pero depend?an de otras empresas ?tanto nacionales como extranjeras? o de contratistas regionales para la producci?n propiamente dicha. Esos productores representan el eslabo

namiento regional hacia arriba ?nacional e internacional?

y hacia bajo hasta el nivel de producci?n local en los bosques. El nivel local incluye asimismo el lugar de origen de los chi cleros, la mayor?a de los cuales provienen de poblaciones y aldeas ubicadas en las tierras bajas tropicales. Los chicleros eran trabajadores estacionales, un segmento asalariado de la fuerza laboral mexicana. Durante los periodos de gran deman da y buenos precios la resinaci?n del chicle atra?a mano de obra de casi todas las regiones de M?xico y tambi?n de varios pa?ses centroamericanos. Para saber c?mo se un?an estos tra bajadores al sistema de producci?n y c?mo se estructuraba este ?ltimo conviene estudiar de cerca alguna compa??a en

particular. Durante unos 50 a?os la Laguna Corporation fue uno de

los m?s importantes productores de chicle en Campeche.18 17 Basado en material contenido en 25 cajones que organizamos y cata

logamos para el Archivo del Estado de Campeche, AEC,?C. 18En AEC, RC y SRE, AH se pueden encontrar datos sobre la Laguna

Corporation.

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Gr?fica II Eslabones de la producci?n CAPITAL

MATERIA PRIMA

Exportaciones

Familias fundadoras Otros accionistas -

Gomas de mascar ventas

I Empresas de fabricaci?n Adams, Wrigleys,

Beechnut etc?tera

Capital de inversi?n

Empresas dependientes Mexican Exploitation Co. Wrigleys Import Co., etc?tera

I

Chicle crudo

t Financiamiento/abastecimiento Infraestructura

\ /

Empresas extranjeras y nacionales Contratistas nacionales y regionales

Producci?n/administraci?n Infraestructura

. \

Mano de obra o fuerza de trabajo

i _/

Chicleros Capataz, chicleros

/ ' t

Resina del chicozapote Dinero disp ' Deudas pendientes

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 477

Era una compa??a estadounidense a la cual se adjudicaron grandes extensiones de terreno (aproximadamente 400 000 hect?reas) durante el Porfiriato. Las oficinas centrales de la empresa estaban en Filadelfia. El capital proveniente de los

accionistas norteamericanos se utiliz? para establecer la

infraestructura y constituir un capital de trabajo destinado a la explotaci?n de productos tropicales, que inclu?a caoba, cedro, maderas duras, madera para durmientes, maderas tin t?reas y ?rboles que segregan la resina de donde se obtiene el chicle. La principal oficina administrativa estaba en Ciu dad del Carmen, puerto del Golfo de M?xico y quedaba uni da a la base y campamentos principales en Matamoros, cerca de Esc?rcega, con sus barcos y su ferrocarril de v?a angosta. Matamoros era la base de producci?n, el centro de abasteci miento, el centro principal de almacenamiento, as? como de las operaciones ferrocarrileras y de mantenimiento, y la ofi cina de control de contratistas, los cuales contrataban a sus propios chicleros y al personal que trabajaba directamente para

la empresa. Hab?a otra oficina, San Rafael, ubicada m?s al interior de la zona y con una infraestructura menor. Ambos

centros controlaban 23 campamentos y nueve contratistas que

estuvieron en actividad durante la estaci?n chiclera de 1940

1941. En el cuadro l19 se clasifica y subdivide el personal relacionado con la producci?n del chicle y su ubicaci?n durante

esa temporada, lo cual suministra un cuadro preciso de la estructura de la producci?n. Si los gastos generales y los costos anejos a la infraestruc tura de la Laguna Corporation s?lo concernieran a la extrac ci?n del chicle, habr?an representado sumas superiores a las que los inversionistas estaban dispuestos a arriesgar. Teniendo

en cuenta las grandes fluctuaciones de la producci?n estacio

nal, debido a los cambios del tiempo y a que una estaci?n de lluvias "seca" reduc?a enormemente la producci?n, esos costos se enfocaban en gran parte a otros aspectos de las acti vidades de la empresa. La estructura de la Laguna Corpora tion, tal y como aparec?a en la temporada 1940-1941, ya era del tipo "de transici?n". Otras empresas dedicadas a infini

AEC, RC. This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:37 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


O

XMjo >

5 proveedores de forraje para las mu?as

Personal

(n?mero y tipo)

19 administraci?n, almacenamiento, 9 administraci?n/recepci?n 22 mantenimiento y operaci?n

9 administraci?n/recepci?n

11 administrativo y de oficina

54 aprendices de chiclero

53 aprendices de chiclero

7 peones/obreros

7 vaqueros

m?dico

Laguna Corporation (1940-1941)

Cuadro 1

16 arrieros

267 chicleros

13 cocineros 348 chicleros

10 cocineros

18 arrieros

7 peones

hab?a un total de 722 chicleros deb?a de haber m?s de 70 cocineros (no 23 como indican las listas). La subdivisi?n de los tipos de personal de acuerdo con las funciones y los porcentajes respectivos, arroja los siguientes resultados: administraci?n y de oficina (4.26%), transporte

En estas listas evidentemente hay una discrepancia en el n?mero de cocineros. La proporci? ? 23 campamentos de la empresa

Producci?n y mantenimiento ? almacenes de la compa??a

(28 campamentos en

? distribuci?n de provisiones

Funci?n

Oficina administrativa

? embarque/recepci?n ? embarque/recepci?n

? personal auxiliar

? 9 contratistas

el bosque)

? contabilidad

? comunicaci?n

? ferrocarril

Producci?n

Oficina local

(6.6%), personal auxiliar y cocineros (10.2%),

Ubicaci?n

2 Matamoros

Carmen

1 Ciudad del

3 San Rafael

y campamentos

2y3

(en el bosque)

4 campamentos

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 479

dad de actividades operaban en todas las tierras bajas tropi cales. El Banco de Londres y M?xico, con oficinas en Lon dres y en la capital mexicana, por ejemplo, controlaba la mayor parte de la regi?n septentrional de Quintana Roo.

Constituy? una ''aldea empresarial" (Santa Marta, actual

mente Leona Vicario) a 50 kil?metros (tierra adentro) de las instalaciones portuarias (Puerto Morelos) con el fin de super visar la producci?n de materias primas provenientes de los bosques. Dicho banco fue el mayor productor de chicle de la regi?n desde la Primera Guerra Mundial hasta fines del

decenio de 1930.20

Con el surgimiento de la ideolog?a reformista del presidente

L?zaro C?rdenas (1934-1940) ya no se toleraron21 esas reli

quias del Porfiriato. Al eliminarse el control extranjero directo

sobre la producci?n, las compa??as compradoras de chicle depend?an casi exclusivamente de los contratistas mexicanos, los cuales, a su vez, depend?an del gobierno federal en cuan to a suministro de una infraestructura de acceso a la fuente de producci?n. Este cambio, ya perceptible en el n?mero de

contratistas que empleaba la Laguna Corporation, casi no influy? ni en los sistemas de producci?n de los campamen

tos, ni en el sistema de reclutamiento de mano de obra, ni en los m?todos de financiamiento. El costo de la mano de obra, basado en el sistema de anti cipos o de enganche, presupon?a la disponibilidad de un gran capital, con anterioridad al inicio de la producci?n propia mente dicha. Los contratistas de mano de obra o los agentes de las compa??as o de los contratistas proporcionaban a los chicleros, es decir, a quienes sangraban los ?rboles, conside rables adelantos (m?s o menos 25% de lo que ganar?an du rante la temporada) a cambio de contratos firmados con los que se obligaban a trabajar para el productor durante la tem

porada venidera. El productor pagaba los costos que oca sionaba el transporte de los chicleros a los campamentos. Estos

gastos eran elevados cuando los trabajadores proven?an de localidades distantes (lo cual suced?a con frecuencia). Debe 20 Archivo BLM. 21 AGNM, RP, 1934-1940.

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480 HERMAN W. KONRAD

a?adirse que los campamentos deb?an quedar provistos de equipo, alimentos y otras provisiones antes de que se inicia ra la temporada de lluvias, durante la cual los transportes se hac?an a?n m?s dif?ciles. Se calculaba que las sumas necesa rias para empezar a producir ascend?an aproximadamente al 50% de lo que se esperaba recibir por concepto de ingresos. Las grandes empresas y corporaciones contaban con un capital

que pod?an arriesgar; no as?, los contratistas. Por eso, cuan do se redujo el acceso directo a las fuentes de producci?n de que antes gozaban las compa??as extranjeras, tuvieron que recurrir a mecanismos de financiamiento (cr?dito, adelantos en efectivo) para controlar a los contratistas locales que nece sitaban financiamiento para dar comienzo a la producci?n de la nueva temporada. A cambio de estos servicios los contra tistas se obligaban a vender la producci?n a sus acreedores a los precios fijados por las empresas compradoras. Andan do el tiempo, el departamento de exportaciones del Banco Nacional de M?xico tom? a su cargo el financiamiento y nego ci? precios y vol?menes de producci?n directamente con los compradores extranjeros.22 Estos cambios a nivel nacional e internacional, por lo dem?s, pr?cticamente no tuvieron nin g?n efecto estructural en los sistemas relativos a la mano de obra y a la producci?n utilizados en los bosques tropicales.23 Condiciones de trabajo y fuentes de mano de obra

La producci?n de chicle lleg? a ser importante en Veracruz en una ?poca en que la mano de obra no representaba un problema serio, debido a las caracter?sticas de la producci?n propiamente dicha. Siempre se ha pagado a los chicleros con base en la cantidad de kilos producida, dentro de un contex to donde no se pod?an fijar normas de producci?n. Las cuo tas de producci?n aplicables a todos los trabajadores, como suced?a con otras muchas materias primas (volumen de la 22 El Ramo de Chicle tiene abundante informaci?n sobre los a?os 1939

1951, AEC,?C.

23 Entrevistas personales y trabajo en los campamentos, 1975-1982.

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 481

madera, cantidad de ca?a de az?car, n?mero de hojas de hene qu?n) no pod?an aplicarse al rendimiento excesivamente varia ble de la resina del chicozapote. Habr?a sido contraproducente el intentar establecer cuotas. El ?xito de la resinaci?n chicle ra depend?a de los incentivos y de los controles externos. El contexto dentro del cual se realizaban esas labores propor cionaba m?s libertad individual que la que exist?a en explo taciones agrarias de tipo m?s tradicional. As?, la resinaci?n del chicle ofrec?a a los trabajadores una alternativa favora ble, particularmente cuando predominaban los sistemas de trabajo que se toleraron durante el Porfiriato.24 Debe recor

darse que los chicleros estaban armados, el filoso machete nece

sario para su trabajo es tambi?n un arma temible. Al termi nar su primera temporada en los bosques, los chicleros se convert?an en expertos le?adores que, cuando las condicio nes les resultaban intolerables, sab?an recurrir a la fuerza y escapar al muy relativo control que pod?a ejercerse en aque llas espesuras. Dichos factores contribuyeron a que se formara esta ima gen popular del chiclero: un individuo feroz e incontrolable, siempre dispuesto a usar su machete contra todo lo que con sideraba hostil, lo mismo hombres que animales.25 La cos tumbre porfirista de enviar a los enemigos pol?ticos y a los ' 'delincuentes'' a los campamentos de prisioneros de Quin tana Roo, donde se les pon?a a trabajar en el bosque, as? como

las lejanas espesuras donde se refugiaban los fugitivos de la

justicia, tambi?n contribuyeron a que se considerara a los chi cleros como individuos un tanto enemigos de la ley. Las nove

las de Bruno Traven acerca de las horripilantes condiciones que reinaban en los campamentos madereros y el M?xico bar

24 Los informes del personal consular mexicano en Beiice, sobre tra bajadores mexicanos llegados a esa colonia brit?nica, proporcionan una buena vista de conjunto, SRE,/1//; lo mismo puede decirse de los infor

mes que aparecen en AGNM, RG.

25 ?sta es la imagen que presenta la literatura popular y los medios de

comunicaci?n masiva. Cf. Gann, 1924, Beteta, 1951 y V?zquez Islas,

1951. Hay numerosos informes period?sticos en Diario de Yucat?n, Diario

del Sureste y Diario Yucateco.

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HERMAN W. KONRAD

baro (1911),26 de John Kenneth Turner, donde se describ?an los contratos de trabajo como contratos de esclavitud y a Quin

tana Roo como un enorme campamento de la muerte, con tribuyeron a que se pensase que quien trabajaba en los bos ques tropicales estaba sometido a condiciones peligrosas y hostiles. La imagen citadina del bosque tropical ubicado en un ambiente ominoso, oscuro, peligroso, malsano, contribu y? a que se creyera que los chicleros que trabajaban en ese medio tuvieran supuestamente feroces caracter?sticas. Los chicleros de la realidad se parecen poco al estereotipo negativo creado por la imaginaci?n popular. Con todo, las expe

riencias por las que pasan han contribuido a la persistencia de esa imagen. La resinaci?n del chicle siempre ha sido esta cional, contractual, y se realiza en medio de considerables difi

cultades. Por lo general, el trabajo se hace a gran distancia del lugar normal de residencia, presupone vivir alejado del hogar, de la familia, de las ventajas que representa la vida dentro de una comunidad durante periodos que van de cua tro a ocho meses. Por otra parte, quiz? la carencia relativa de libertad individual y la ausencia de control social y pol?ti co en los bosques tropicales hayan constituido un atractivo para una minor?a. Sin embargo, para la mayor?a, la necesi dad econ?mica y la posibilidad de ganar dinero en efectivo ?inalcanzable en otra forma? han constituido el verdadero incentivo. Las condiciones de trabajo en su lugar de origen fueron un factor decisivo cuando se optaba por participar en las faenas chicleras, Varones desempleados provenientes de ciu

dades, villas y aldeas y campesinos miembros de comunida des donde escasean los medios para poder subsistir constitu yen los contingentes de individuos desarraigados a quienes atrae la vida del chiclero. A principios del siglo xvi se inici? en M?xico la tradici?n del trabajo estacional migratorio, contractual, participativo. En el libro de Bruno Traven (adaptado al cine) La rebeli?n de los col gados se pinta con gran viveza esta imagen. El libro de Turner es un an?li sis period?stico del r?gimen de Porfirio D?az; contradice lo que la prensa popular norteamericana publicaba sobre ese gobernante; tuvo gran impacto.

Gonz?lez Duran, 1974, libro escrito en la misma vena.

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 483

Este tipo de participaci?n en la econom?a de "dinero contan te y sonante" en la actividad agr?cola de los latifundios (ha ciendas y plantaciones) constituye un modelo tradicional. La industria del chicle fue una manifestaci?n capitalista m?s reciente de la econom?a a base de dinero en efectivo. La re

sinaci?n chiclera, como contexto laboral, siempre ha esta do separada de la vida de comunidad, y su ubicaci?n repre senta una fase de la expansi?n de la econom?a hacia remotas regiones. Esta expansi?n ejerce sus propios controles exter

nos sobre la estructura de los sistemas laborales, mientras que

el contexto laboral local ejerce una influencia condicionante. En el caso de la resinaci?n chiclera los mejores resultados se obtuvieron en medio de p?simas condiciones, pues la resi na del chicozapote s?lo puede colectarse en condiciones de humedad m?xima. Esto implica grandes esfuerzos f?sicos y el tener que trepar por troncos de ?rbol a una altura que oscila

entre 10 y 20 metros, sostenido por una cuerda colocada a pocos cent?metros del punto donde el chiclero hace en la cor teza incisiones que requieren de gran precisi?n y habilidad. Esto significa que el chiclero se halla constantemente empa pado ya por el sudor, ya por la humedad (del 90 al 100%), ya por la lluvia, y en peligro de resbalar o de que un descui do al usar el machete lo precipite en una ca?da con fatales consecuencias. Las condiciones de los campamentos en ple no bosque son extraordinariamente rudimentarias y ofrecen escasa protecci?n contra los elementos. Por lo general, el chi clero est? empapado de pies a cabeza, o inc?modamente fr?o (como es normal en los bosques tropicales durante la tempo rada de lluvias) o a lo sumo con un m?nimo de protecci?n.27 Asimismo, el r?gimen alimentario a menudo deja mucho que desear debido a problemas de aprovisionamiento o a fallas de los contratistas en esta materia. A??dase que el chiclero est? expuesto a las picaduras de insectos que le transmiten enfermedades o le chupan la sangre, a reptiles venenosos y 27 Si bien la temperatura nocturna rara vez es inferior a 12 grados cen t?grados, la humedad por lo general asciende al 100%. Dormir en esas con

diciones en una hamaca bajo un techo de palma resulta dolorosamente inc?modo.

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484

HERMAN W. KONRAD

a otros peligros provenientes de las condiciones locales. La fatiga, el tedio, el aislamiento y la carencia de diversiones en la estrechez del campamento hacen probables los roces per sonales. As?, las condiciones de trabajo en los campamentos se asociaron a las enfermedades (particularmente el paludis mo y la tuberculosis), a la desnutrici?n, a la violencia y el peligro. La costumbre de los chicleros ?al terminar la tem porada de trabajo y con dinero en el bolsillo? de "desaho garse" bebiendo mucho y cometiendo excesos reforz? la ima gen popular de los chicleros como gente violenta e incontro lable.28 Antes de que la resinaci?n chiclera se extendiera a la pen?n sula de Yucat?n (en el decenio de 1890) el estado de Vera cruz era la fuente de la mano de obra y la principal zona de producci?n. Se cuenta con pocos datos sobre esta fuerza laboral

durante las etapas de formaci?n de la industria del chicle. La asociaci?n del chicle con otros productos de los bosques regio nales ?en especial el hule, la vainilla y las pieles de venado? hace pensar que el aprovechamiento de estos productos de exportaci?n constitu?a una actividad estacional que comple

mentaba las labores agr?colas. Los pueblos y aldeas en las

regiones tropicales boscosas de Veracruz continuaron siendo la fuente principal de mano de obra en las fases iniciales de la extracci?n del chicle en Campeche, Quintana Roo y Yuca t?n. Como muchos chicleros se embarcaban en Tuxpan para dirigirse a los bosques de la pen?nsula se les daba el sobre nombre de "tuxpe?os" (t?rmino que se sigui? empleando has ta la segunda guerra mundial). Las compa??as y los contra tistas pioneros de la producci?n chiclera en la pen?nsula, a la vez que aprovechaban los servicios y la experiencia de los tuxpe?os, gradualmente fueron obteniendo mano de obra en centros regionales menos alejados.

Este fue el caso en Campeche, en el noreste de Tabasco

y en Yucat?n antes de que se creara el territorio de Quintana 28 Los comerciantes de los pueblos y ciudades de Yucat?n y Campe che (especialmente en M?rida y Campeche), gozaban anualmente de un periodo de bonanza cuando, al terminar la temporada, los chicleros regre saban con dinero en el bolsillo.

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 485

Roo en 1902. Los trabajadores de las comunidades urbanas

y rurales de esas zonas poco a poco se convirtieron en la fuente

principal de mano de obra. En el sur de Quintana Roo, colin dante con Honduras Brit?nica, los tuxpe?os y los belice?os durante casi treinta a?os proporcionaron la mano de obra por

que las comunidades mayas de esas zonas eran hostiles a los elementos mexicanos que llevaban del interior.29 Sin embar go, andando el tiempo, la econom?a chiclera constituy? el fac

tor m?s importante en la reintegraci?n de los mayas "rebel des" ?que se hab?an refugiado en los bosques tropicales para escapar al control de las autoridades mexicanas en la d?cada

de 1850? a la econom?a nacional.30 Comenzaron a partici par en ella bajo la direcci?n de jefes ind?genas de la locali dad, los cuales se unieron a esta econom?a impuesta desde el exterior a fin de obtener fondos para comprar armas que les permitieran luchar contra el gobierno del centro. Los gober

nadores de Quintana Roo, aprovechando el mecanismo de

las cooperativas chicleras, gradualmente debilitaron, y al fin destruyeron, el poder econ?mico y pol?tico de los cabecillas mayas. Aunque parezca mentira, estas comunidades mayas continuaron emprendiendo campa?as militares hasta los a?os veinte contra los chicleros forasteros y ?stos constituyeron a fines de los setenta la principal fuente de mano de obra chi

clera en la Rep?blica Mexicana.

En el cuadro 2 aparece el n?mero de chicleros estacionales y las fluctuaciones respectivas.

Trabajo y subsistencia del chiclero Las investigaciones sobre la mano de obra chiclera dependen esencialmente de dos clases de fuentes: la oral y la escrita. Ambas son exiguas en lo referente a los a?os de la Segunda Guerra Mundial, pero se cuenta con datos sueltos provenientes

de dependencias oficiales, de archivos administrativos guber namentales, de relatos de algunos visitantes y de la buena

memoria de quienes participaron en esas actividades. Nin 29 Los informes del gobierno ofrecen detalles al respecto, AGN,RG. 30 Cf. Bartolom? y Barabas, 1977 y Villa Rojas, 1945.

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486 HERMAN W. KONRAD

Cuadro 2 Mano de obra chiclera* A?o N?mero de trabajadores Fuente principal de abastecimiento

1890 1 200 Norte de Veracruz 1910 3 200 Veracruz, Beiice

1920 2 400 Veracruz, Campeche

1928 8 000 Campeche, Veracruz, Yucat?n 1935 3 400 Campeche, Yucat?n, Veracruz

1945 20 000 Campeche, Yucat?n, Veracruz, Tabasco 1968 3 400 Yucat?n, Campeche, Quintana Roo

1979 4 800 Quintana Roo, Yucat?n 1983 1 600 Quintana Roo

* Son cifras aproximadas provenientes, en gran parte de c?lculos basados en da comprobados sobre producci?n y sobre el promedio de rendimiento anual por ch clero. S?lo a partir de los a?os 40 se pudo contar con datos m?s precisos. Debe ten la relaci?n inversa entre el n?mero efectivo de chicleros y el monto total de la p

ducci?n, ya que el promedio anual de producci?n baj? de 1 000 kilos anuales 1890 a 125 kilos en 1983.

guna de las compa??as ?en particular las extranjeras? dej registros de importancia sobre sus trabajos, y los registr administrativos de los contratistas no sobrevivieron ni humedad tropical ni al paso del tiempo. Al parecer, el ca talismo dej? pocas pruebas documentales acerca de su pr sencia en aquellas lejan?as tropicales.

Los intentos del gobierno mexicano para regular y control

la resinaci?n del chicle s? produjeron una documentac

mucho m?s abundante que a?n se conserva. El establecimie de archivos estatales en Campeche dio por resultado que fecha reciente se haya podido rescatar gran n?mero de va sos documentos acerca de los chicleros en los a?os cuaren

Esta fuente (AECRC), reforzada por largas entrevistas co chicleros y contratistas y por el trabajo realizado en los c pamentos en los ?ltimos a?os, servir? de base a las p?gin restantes de este estudio. Ahora se considerar?n m?s de c ca detalles espec?ficos de la resinaci?n y de su impacto en vida de los chicleros. Principalmente se enfocar?n los dat This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:37 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


capitalismo y trabajo en bosques tropicales 487 acerca de unos 2 000 chicleros que trabajaban en Campeche y representaban el 10% del total nacional en esa ?poca. Caracter?sticas demogr?ficas El contingente laboral chiclero est? constituido predominan temente por varones, exceptuando el personal de cocina. En las cocineras y sus muy importantes funciones se contin?a el

patr?n laboral agrario de la ?poca de la colonia; las brigadas de trabajadores iban acompa?adas de las molineras que pre paraban el nixtamal para las tortillas, elemento b?sico del r?gi

men alimentario del pe?n. Para cada 10 chicleros, aproxima damente, se necesitaba una cocinera (elemento importante

en la vida dom?stica de los campamentos). Se les pagaba

teniendo en cuenta el n?mero de trabajadores que com?an diariamente en ?l. A menudo la cocinera era la esposa o la compa?era del capataz. Esta costumbre, adem?s de aumen tar los ingresos de la principal autoridad del campamento, aseguraba protecci?n contra posibles ataques de hombres ais lados en zonas remotas durante muchos meses al a?o. Como la mayor parte de las cocineras estaban en edad de concebir, era natural que nacieran criaturas a las que a veces se acog?a en el campamento. Suced?a a menudo que miembros de una misma familia ?el padre y el hijo, el t?o y el sobrino, los hermanos, etc.? trabajasen juntos y se ayudaran mutuamente. Era tambi?n frecuente encontrar paisanos trabajando en el mismo cam pamento. Estas costumbres permit?an que hubiese ciertos lazos, cierta continuidad entre los lugares de origen y los cam

pamentos.

Los informes que proporcionaban los chicleros acerca de la fecha de su nacimiento indican que hab?a trabajadores de muy diversas edades, sin que predominase ninguna. A menu do el chiclero comenzaba a trabajar a los 10 o a los 12 a?os de edad. Esto indica que en el contingente laboral abunda ban los campesinos, pues esa es la edad en que los ni?os de las zonas rurales comienzan a trabajar jornadas completas. Con todo, los datos oficiales correspondientes a Campeche This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:37 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


488

HERMAN W. KONRAD

indican que ah? los j?venes principiaban a trabajar m?s tar de, pues el grupo con peones entre 15 y 19 a?os representa ba menos del 9% de los chicleros. En el cuadro 3 se divide a los trabajadores en categor?as de cinco en cinco a?os.

Cuadro 3 Clasificaci?n de los chicleros seg?n su edad* Edades Porcentaje del total

15-19

7.7 8.7 20-24 25.0 23.6 25-29 15.7 17.3 30-34 17.4 15.0 35-39 12.7 13.7 40-44 10.6 10.9 5.2 4.4

45-49

50-54 55-59

3.1 1.1

60-64

65-69

70...

*

Las

0.6

0.3

0.4

cifras

medio: 4 Fuente:

3.4 1.4

0.1

0.1

0.3

incluyen

410. AEC,

RC.

Los datos sobre ros trabajaban e corto y el de la y mejores preci minu?a cuando

empresas sistem dores cuyo ren en cuenta el ren contratos por t contratista

tentos

con

y

pro

?l.

L

patr?n, y hab?a de contratista 1 trabajadores

en

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 489

Cuadro 4 N?MERO DE TEMPORADAS EN QUE SE TRABAJ?*

N?mero de temporadas Porcentaje del total

? loi) 26^4 2 15.8 11.7

3 11.6 9.4

4 10.9 7.7 5-9 22.2 17.9 10-14 11.1 11.2 15-19 6.3 6.8 20-24 2.7 4.9 25-29 1.4 1.9 30-34 0.6 1.3

_35^_05_0.7

* Las cifras incluyen tambi?n al personal auxiliar (cocineras, arrieros). Total t?rmino medio: 4 529.

Fuente: AEC, RC.

Producci?n Como al chiclero se le pagaba con base en el n?mero de kilo gramos que produc?a, se sent?a motivado para elevar al m?xi mo su rendimiento, aun cuando el ?xito no dependiera exclu sivamente del esfuerzo individual. Los contratistas llevaban a sus peones al bosque inmediatamente antes del inicio de la temporada de lluvias; si ?stas tardaban o cesaban durante largo tiempo, era muy probable que tanto los contratistas como los

chicleros perdieran dinero. El factor "riesgo" en la produc ci?n chiclera era siempre elevado, y no era posible reducirlo con recursos t?cnicos o de otro tipo. Como buena parte de la humedad necesaria para una buena producci?n era resul tado de condiciones climatol?gicas que variaban de localidad a localidad, los ?ndices de producci?n tambi?n variaban mucho

de lugar a lugar. Esto daba por resultado ?ndices de produc ci?n muy irregulares de estaci?n a estaci?n, entre los contra tistas y entre las brigadas de chicleros. Cuando se presenta

ban condiciones favorables de producci?n, el chiclero

procuraba lograr un rendimiento m?ximo, pero el n?mero de horas que trabajaba no influ?a necesariamente de manera

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HERMAN W. KONRAD

favorable sobre los resultados. La cantidad de resina que pod?an extraer los chicleros m?s h?biles variaba mucho en comparaci?n con la que obten?an los peones menos diestros. As?, dentro de los campamentos variaban considerablemen te las cifras relativas a la producci?n. Todos los chicleros con experiencia creen en la suerte y en el influjo de fuerzas invi sibles, aun cuando el esfuerzo individual, la capacidad t?cni ca y las condiciones locales (?rboles sanos disponibles y con diciones propicias de humedad atmosf?rica) son las variables de importancia primordial. Al comparar los ?ndices de pro ducci?n de la temporada 1940-1941 se ve que el promedio de rendimiento por pe?n oscil? entre 300 y 850 kilos, y entre 100 y 2 400 kilos, en funci?n del rendimiento individual m?xi

mo y m?nimo. El cuadro 5 ?de producci?n? integrado por 29 contratistas y 3 843 chicleros, presenta los siguientes datos:

Cuadro 5 Producci?n estacional individual Cantidad (kilos) % de chicleros Cantidad (kilos) % de chicleros 100-199 3.7 4.5 1 000-1 099 4.0 4.4 4.9 200-299 8.2 1 100-1 199 3.4 3.1 300-399 10.4 10.4 1.9 1 200-1 299 2.1 400-499 1.1 10.2 12.7 1 300-1 399 1.2 500-599 9.7 0.8 1.4 12.5 1 400-1 499 600-699 11.7 1 500-1 599 0.7 12.2 0.7 700-799 9.8 1 600-1 999 1.0 10.2 1.6 800-899 11.6 9.1 0.3 0.5 2 000-2 390 2 400. . . Fuente: AEC, RC.

Mecanismos de los anticipos y del cr?dito Los productores aprovechaban mecanismos establecidos tiem po atr?s para controlar a sus trabajadores. Aun cuando parece que disminuyeron los abusos en las condiciones laborales debi

do a la intervenci?n del gobierno mexicano, los chicleros siguieron sometidos a controles externos. Informes del con

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 491

sul de M?xico en Belice a principios de siglo 31 dan cuenta

de la afluencia de chicleros enfermos y hambrientos que hu?an

de Quintana Roo y se internaban en aquella antigua colonia brit?nica. Se hab?a inducido a esos trabajadores a firmar con tratos en los estados de Tamaulipas y Veracruz a cambio de adelantos en efectivo. Incapaces de producir chicle en canti dad que les permitiera saldar el adeudo, sin medios para regre sar a su hogar y padeciendo hambre, ca?an v?ctimas del palu dismo y procuraban sacudirse sus obligaciones contractuales.

Muchos no sab?an qu? clase de contrato hab?an firmado pues los enganchadores, trabajando a comisi?n para los contratis

tas, guardaban el ?nico ejemplar del documento. Como la afluencia de mexicanos estaba creando problemas diplom? ticos en Belice, el c?nsul mexicano present? diversas suge

rencias al secretario de Relaciones del gobierno porfirista. Poco despu?s se inform? al c?nsul que los gobernadores de los esta dos de donde eran originarios los chicleros hab?an recibido instrucciones para que establecieran medidas destinadas a pro teger a los chicleros cuando se compromet?an con los contra tistas.32 Al parecer, ?sta fue la primera vez que las autorida des mexicanas intervinieron para reglamentar la industria del

chicle.

Sin embargo, a pesar de la progresiva intervenci?n33 del gobierno, el mecanismo b?sico de control cambi? muy poco a trav?s de los a?os. En cuanto el trabajador chiclero acepta

ba un anticipo ?que gastaba pronto para satisfacer necesi dades inmediatas o despilfarraba en juergas alcoh?licas orga

nizadas por los enganchadores-? exist?a una obligaci?n

contractual legalmente reconocida entre el chiclero y el pro ductor. Depend?a de la oferta y de la demanda de mano de obra el que los gastos de transporte se a?adieran a la deuda o corrieran por cuenta del productor. Al llegar a la "central" nuevamente aumentaba la deuda del trabajador a quien se le adelantaba dinero para la adquisici?n de la ropa y de la herramienta necesaria en sus labores. El productor adquir?a 31SRE, AH. 32SRE, AH. 33AGNM, RP.

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HERMAN W. KONRAD

esos suministros (a menudo importados a trav?s de las empre sas compradoras) a precios de mayorista y los vend?a al pre

cio que ?l establec?a, a pesar de que las agencias guberna mentales fijaban los precios de esos art?culos.34 La deuda segu?a aumentando porque diariamente se cobraba por los alimentos consumidos en el campamento desde que empeza ba la temporada. Los contratistas cubr?an el importe de los

alimentos durante el viaje y durante el periodo anterior al de la producci?n propiamente dicha. Estos cr?ditos y anticipos ?pocos chicleros no recurr?an a ellos? constitu?an un gran est?mulo para la producci?n. No se pagaba a los chicleros durante la temporada de tra bajo; con base en su reputaci?n y en lo que estaban produ ciendo, se les conced?an nuevos cr?ditos durante la tempora da de labores. Los cr?ditos a menudo eran en efectivo o en

giros que el contratista enviaba a los familiares o personas que se?alase el trabajador. Tanto ?ste como el contratista par ticipaban en una especie de contienda econ?mica. El contra tista siempre procuraba controlar los anticipos de manera que

su importe quedara cubierto con la producci?n del trabaja dor durante la temporada. El trabajador, a su vez, procura ba quedar a mano con el contratista o bien con un saldo a su favor. Si la producci?n era baja debido a las condiciones del tiempo, o si por alg?n problema personal requer?a inme diatamente de fondos en efectivo, el trabajador al ver que, en todo caso, al fin de la temporada seguir?a endeudado, pro curaba que su deuda llegara al m?ximo. Los saldos insolutos al fin de la temporada constitu?an asimismo una especie de p?liza de seguro, pues era la ?nica forma en que el contratis ta pod?a recobrar su inversi?n. Los chicleros que acumula ban deudas por encima de su capacidad productiva represen

taban un riesgo para el inversionista. Con base en la

evaluaci?n de estas personas realizada por el contratista, o por su contador, se les volv?a a contratar o se les descartaba

como malas inversiones.35 Este aspecto de las relaciones 34AEC, RCt tiene copias de esas listas. 35 Entrevistas personales; los antiguos contratistas opinaron de mane ra un?nime as?.

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 493

obrero-patronales en parte explican los cambios de contratista

(con los cuales se intentaba dejar sin saldar deudas antiguas); pero aun as? los contratistas dominaban la situaci?n gracias a los informes sobre los peones que recib?an de la Asociaci?n de Productores o a trav?s de canales menos organizados. Un mecanismo adicional de control consist?a en que el capa taz desempe?ara las funciones de enganchador y de agente controlador. Los capataces representaban un papel importante

en la selecci?n del personal de sus campamentos. El alcanzar este puesto ?el cual contaba con incentivos relacionados con la cantidad y calidad del chicle producido? y el continuar ocup?ndolo se relacionaban con los intereses econ?micos del contratista. Como los capataces a menudo proven?an de las mismas comunidades que otros muchos miembros de su cam

pamento, su lealtad se divid?a en dos campos. La lealtad a los intereses del contratista quedaba recompensada con el ascenso a jefe de campo, responsable de una docena de cam pamentos y cuya base de operaciones se hallaba en la cen

tral. Los jefes de campo ten?an obligaci?n de asegurar la lle gada de suministros y de vigilar que el chicle llegara a lomo de mu?a a la central. El jefe de campo ocupaba un puesto de confianza, con lo cual pr?cticamente ten?a garantizado el tra

bajo para todo el a?o, mayores ingresos que cualquier chi

clero y posibilidades de llegar a ser contratista.36 Cuando no se solicitaban anticipos, a menudo hab?a que someterse a un periodo de prueba (que resultaba ?til cuando escaseaba el trabajo). El que en ciertas ocasiones no se solici tara anticipos o cr?dito durante la temporada ?o que s?lo sucediera a niveles muy bajos? tiene dos explicaciones: o bien el trabajador procuraba elevar al m?ximo la cantidad que reci bir?a al terminar la temporada, o bien el contratista conside raba que el trabajador ofrec?a pocas garant?as como sujeto de cr?dito teniendo en cuenta su escasa producci?n. El cua dro 6 presenta el monto de los anticipos o del cr?dito otorga dos antes y durante la temporada, en funci?n de los porcen tajes del contingente laboral. ** Entrevistas personales; muy pocos jefes de campo pudieron reunir el capital necesario para convertirse en contratistas.

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HERMAN W. KONRAD

Cuadro 6 Anticipos y cr?ditos Monto (en pesos)

0

Durante la Pretemporada *

temporada * *

(% de los chicleros)

(% de los chicleros)

7.5

25-100

29.8

201-300 301-400 401-500 501-600

15.2 9.6

101-200

601-700 701-800

801-900

901-1 000 1 001-1 100 1 101-1 200 1 201-1 300 1 301-1 400 1 401-1 999 2 000-3 000

31.1

3.6 1.6 0.7 0.4 0.3 0.1

12.6 26.8 27.4 15.4

9.0

4.1

2.2

1.0 0.7 0.3

0.2

0.1 0.1

4.6 4.1

12.1

13.6 16.1 14.5 8.8 6.1 4.4

4.2 2.6 3.2

1.2 1.1 1.0 1.3 0.7

11.8 4.5 6.9 9.9 14.0 13.9 10.0 7.6 6.1 4.7

2.7

1.9 1.6 1.0 0.9 1.5 0.7

* Total t?rmino medio: 5 048 ** Total t?rmino medio: 5 044

Fuente: AEC, RC.

Utilidades y deudas No obstante la imagen popular del chiclero como un indivi duo siempre sin dinero o cr?nicamente endeudado,37 la resi naci?n del chicle proporcionaba ingresos considerables a un buen n?mero de trabajadores. Cuando aumentaban bastan te los precios y la demanda, como ocurri? en la Segunda Gue rra Mundial, durante una temporada en que las condiciones eran favorables, este tipo de trabajo sol?a proporcionar a un n?mero limitado de chicleros ingresos que dif?cilmente se obtendr?an en otras ocupaciones. Los datos del cuadro 7 pre 37 Actitud que a?n conservan antiguos contratistas. Hay referencias en peri?dicos locales, v?anse Diario de Yucat?n y Diario Yucateco.

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capitalismo y trabajo en bosques tropicales 495 sentan cuentas correspondientes al fin de la temporada que, comparadas con el monto de los adelantos y de los cr?ditos, proporcionan un cuadro m?s completo del r?gimen econ? mico en que viv?an esos trabajadores. Relativamente pocos chicleros ten?an deudas al fin de la temporada, y entre quie nes s? las ten?an hab?a muchos pr?fugos. Los datos de ese cuadro indican que la mayor parte de los

Cuadro 7 Pagos o deudas al fin de la temporada Monto Pagos al fin de la temporada* Deudas al fin de la temporada**

(en pesos) (% de los chicleros) (% de los chicleros) 0

35.1

67.1

1-100 13.2 7.6 101-200 12.1 7.8 201-300 10.2 5.6 301-400 7.4

4.0

401-500 6.2 3.0 501-600 4.4 1.7

601-700 3.3 1.2 701-800 2.1 0.7

801-900 1.6 0.6 901-1 000 1.1 0.2 1 001-1 100 0.9 0.2

1 1 1 1 1 1 1 1

101-1 201-1 301-1 401-1 501-1 601-1 701-1 801-1

200 300 400 500 600 700 800 900

0.6 0.4 0.3 0.3 0.2 0.1 0.1 0.1

? ? ? ? ? ? ? ?

1 901-2 000_(U_?_

* Total t?rmino medio: 5 049. ** Total t?rmino medio: 5 050.

Fuente: AEC, RC.

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HERMAN W. KONRAD

trabajadores con saldo a su favor al terminar la temporada ten?an menos de 500 pesos, es decir, la misma suma aproxi madamente que hab?an recibido como anticipo durante la tem porada. La suma que se les pagaba al final de ella debe com

binarse con los adelantos para calcular las utilidades. Al

concluir la temporada, s?lo unos cuantos individuos ten?an grandes ganancias netas en efectivo o grandes deudas. El que el chiclero con una buena suma de dinero en el bol sillo regresara a casa con sus ganancias es cuesti?n aparte. Los comerciantes de los pueblos y ciudades por las que pasa ban los chicleros en el camino de regreso realizaban grandes ventas al finalizar la resinaci?n.38 Tambi?n los contratistas pon?an en juego diversos subterfugios para quedarse con el dinero de los chicleros que tuvieran saldo a su favor. El alco hol y las prostitutas daban buenos resultados en este punto. Al cabo de meses de aislamiento en los bosques tropicales por lo general resultaba f?cil inducir a los trabajadores a la bebi da, al juego y a otras actividades en las que r?pidamente desa parec?a lo que tantos esfuerzos les hab?a costado.39 Es decir: si bien las sumas pagadas por concepto de salarios influ?an en la econom?a de la regi?n o de las zonas que atravesaban los chicleros, muy poco de ese dinero beneficiaba su econo

m?a personal.

Enfermedad y muerte

Las causas de las muertes registradas constituyen un ?ndice preciso de las condiciones en que viv?an los chicleros. En la d?cada de 1940 el gobierno mexicano logr? implantar un sis tema de seguro de vida. Los contratistas descontaban las pri mas al chiclero, y una comisi?n gubernamental especial se encargaba de estudiar cada caso. Estas investigaciones eran necesarias para determinar la causa del deceso, la legitimi dad de las reclamaciones y lo relativo al pago del seguro a 38 Entrevistas personales; en especial comerciantes de Campeche y

M?rida.

39 Hay comerciantes en M?rida que a?n recuerdan estas grandes ven tas anuales.

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 497

los beneficiarios. Los datos procedentes de este rengl?n no permiten calcular el n?mero de accidentes, pero era conside rable a juzgar por el informe de la Laguna Corporation sobre la temporada 1940-1941 cuando el 16% de la fuerza laboral sufri? accidentes no fatales relacionados con su trabajo.40 Por otra parte, los datos a que nos referimos s? presentan un cua

dro sobre la esperanza de vida de los chicleros y el tipo de peligros a que se enfrentaban. Seg?n la opini?n popular, los peligros m?s graves proven?an de las mordeduras de serpientes

y de las ca?das de los ?rboles, pero, en realidad, no se conta ban entre los factores que m?s influ?an en la muerte de los chicleros. Entre las 192 reclamaciones presentadas en Cam peche durante el periodo 1939-1948, 4.16% de las muertes corresponde a ca?das de los ?rboles y 2.1 % a mordeduras de serpiente, mientras que 41.6% corresponde, en conjunto, al paludismo, a la tuberculosis y a la pulmon?a. La correlaci?n entre la edad y el porcentaje de muertes queda de manifiesto en el cuadro 8, y cuando se comparan estos datos con los de el cuadro 3 (clasificaci?n de los chicleros seg?n su edad), como

era de esperarse, se ve que el porcentaje de muertes asciende en proporci?n directa a la edad de los trabajadores.

El cuadro 9 presenta una subdivisi?n m?s detallada de

la cuesti?n. La mayor parte de los fallecimientos ocurri? en

dos lugares: en los campamentos (27.0%) y en las comuni

Cuadro 8 Edad al fallecer Edades Porcentaje del total Edades Porcentaje del total

15-19 6.8 45-4:") 9.8 20-24 15.7 50-54 8.8 25-29 10.8 55-59 2.9 30-34 12.2 60-64 1.9 35-39 17.6 65-69 1.0 40-44 11.3 70... 1.9

Fuente: AEC, RC. 40

AEC, RC.

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HERMAN W. KONRAD

dades donde resid?an los trabajadores fuera de la temporada chiclera (63.0%). Estas ?ltimas, ocurridas en poblaciones que contaban con servicios m?dicos, hacen pensar que las enfer medades o infecciones se contrajeron en los campamentos y qu? andando el tiempo causaron la muerte. El ?ndice de mor talidad dentro del campamento era de 3.33%, y los acciden tes constitu?an la causa principal. Debido a la combinaci?n del alcohol con las desavenencias personales, las muertes vio lentas no eran raras en los campamentos. Los reglamentos establec?an que en los centros de producci?n ("centrales") hubiera medicamentos y alguna persona con conocimientos de medicina (con m?s frecuencia era alguien que hab?a tra bajado en una farmacia en vez de un m?dico titulado). Los

Cuadro 9 Causas de fallecimiento (192 casos) Des?rdenes

Enfermedades

Hepatitis Paludismo Pulmon?a Tuberculosis Tifoidea

Otras fiebres

Cardiacos

( 2.1)

(18.8) (11.0) (12.0)

Intestinales

47.9<

Renales

6.25%

C?ncer

Ulcera

( 3.1) ( 0.9)

Relacionadas con accidentes

Infligidas (por s? mismo/por otro)

Ca?das/mordedura de serpiente (6.24)

Homicidio

Ahogamiento/

envenenamiento Gangrena/t?tano

18.8%

(4.7)

Herida de bala (2.6)

Suicidio (L5) 43.0%

Hemorragia/otras

Relacionadas con

Parasitarias

Causas Naturales (1.0)

Disenter?a

Otras

el alcohol (3.2)

6.25%

Otras (6.8)

Fuente: AEC, RC.

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 499

chicleros ten?an mucha confianza en los hierberos y en los curanderos.41 Los enfermos o heridos graves no pod?an ser f?cilmente transportados desde los campamentos; ten?an que caminar, o ser llevados por amigos o parientes o esperar a los arrieros que pasaban una o dos veces por semana. Eran m?s f?ciles los transportes desde la central a las poblaciones con instalaciones m?dicas. Impacto sobre la migraci?n El cambio del sitio donde se realizaba la resinaci?n del chicle tuvo un impacto directo sobre los movimientos migratorios.

Con el paso del tiempo, el cambio de Veracruz al interior de Yucat?n dio como resultado la formaci?n de nuevos asenta mientos en las zonas fronterizas. En el sur de Quintana Roo, por ejemplo, hay un n?mero considerable de poblaciones y aldeas fundadas por chicleros veracruzanos a principios de siglo.42 Chicleros venidos de zonas donde no hab?a abundan cia de tierras se familiarizaron con nuevas regiones en el trans curso de su trabajo. Un buen n?mero de asentamientos espon t?neos en el oriente y en el centro de Quintana Roo, as? como

en el interior de Campeche y Tabasco, fueron fundados por chicleros que hab?an sido campesinos dedicados a la agricul tura o que adoptaron esta actividad. Su migraci?n a las nue vas tierras permiti?, adem?s, el trabajo estacional continuo en los bosques y suprimi? la necesidad de recorrer grandes distancias. En todo el interior de la pen?nsula de Yucat?n un gran n?mero de asentamientos que a?n subsisten comenza ron como campamentos chicleros y como ''centrales" pre viamente controladas por los contratistas. Resulta problem?tico el intento por clasificar y medir con precisi?n esta corriente migratoria, pero hay datos sobre lugar

de nacimiento, residencia habitual y residencia de los benefi 41 Entrevistas personales. 42 Por ejemplo, Chachob?n, que empez? como "central" de produc ci?n chiclera. La transici?n de central a asentamiento espont?neo y, pos teriormente la comunidad permanente, era frecuente en Quintana Roo y en la zona oriental de Campeche.

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500

HERMAN W. KONRAD

ciarios que proporcionan buenas huellas. En el caso de Cam peche durante la d?cada de 1940,43 el origen de los chicleros seg?n el lugar de nacimiento, indica que algo menos de la mitad de los chicleros proven?a de ese mismo estado (49.0%),

Veracruz contribuy? con el 22%, Tabasco con el 15.0% y Yucat?n con el 11.0%. El resto correspond?a a Guatemala (1.5%) y a diversas regiones mexicanas (1.5%). Las labores chicleras realizadas en Campeche tuvieron efectos m?nimos en Tabasco y Yucat?n, pero influyeron considerablemente en los trabajadores de las otras regiones. M?s de la mitad de los chicleros guatemaltecos permanecieron en Campeche, y

el 35% de los trabajadores veracruzanos se?alaron a Cam peche como lugar normal de residencia. Curiosamente, de 100 trabajadores oriundos de una localidad veracruzana, 99 indicaron que ellos y sus beneficiarios normalmente resid?an en Campeche. Como los beneficiarios eran la esposa o com pa?era, los padres o los hermanos, el dato anterior prueba que hab?an cambiado de residencia. La direcci?n del benefi ciario, adem?s de indicar el cambio de residencia, se?ala que muchos chicleros estaban procreando descendientes en Cam peche. El porcentaje de chicleros con beneficiarios radicados en Campeche excedi? en 11 % al n?mero de los originarios

de este estado. Dentro del mismo Campeche pueden observarse varias

corrientes migratorias. Una va hacia puertos como la ciudad de Campeche o Champot?n, que tambi?n era el lugar donde resid?a la mayor parte de los contratistas; otra va desde las comunidades costeras hacia el interior o hacia puntos m?s cer

canos a las nuevas explotaciones chicleras en los bosques tro picales. A lo largo de los 50 a?os en los que el chicle repre

sent? la principal actividad econ?mica del estado de

Campeche, tambi?n constituy? el est?mulo principal de los movimientos de poblaci?n. Esto tambi?n puede aplicarse a

Quintana Roo, y en grado menor, a Tabasco y Yucat?n.

43 AEC, RC, tomada de las listas de trabajadores que preparaban los

contratistas, en las cuales se inclu?an datos personales ?tiles para la polic?a

en el caso de los pr?fugos o de incumplimiento de contrato.

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capitalismo y trabajo en bosques tropicales 501

Conclusiones La exportaci?n de materias primas desde lejanas tierras tro picales a centros metropolitanos, donde existe la demanda y se realiza la industrializaci?n, representa un aspecto impor tante del desarrollo del sistema capitalista en M?xico.44 La pol?tica formulada durante el Porfiriato proporcion? est?mu los a la inversi?n extranjera y desempe?? un papel impor tante en el desarrollo econ?mico nacional. De ah? naci? una mayor explotaci?n del trabajador, lo cual tuvo consecuencias pol?ticas de largo alcance. Los productos de los bosques tro

picales ?tales como la madera y las resinas? ubicados en

regiones escasamente pobladas y pr?ximas a zonas con impor tantes intereses brit?nicos y guatemaltecos, dieron por resul tado que se aclararan cuestiones relativas a las fronteras nacio nales y que se hicieran planes estrat?gicos para incorporar esas regiones a una econom?a de mayores horizontes. El gobier no federal dependi? en gran parte del capital extranjero para la obtenci?n de esos fines. Hizo grandes concesiones (en mate ria de impuestos y tierras) y ejecut? importantes obras de infraestructura (puertos, ferrocarriles y otros medios de comu

nicaci?n). El capital nacional desempe?? el papel principal en las plantaciones henequeneras de Yucat?n, pero el capital extranjero domin? en la zona de los bosques tropicales.45 Quiz? la fuerza de la econom?a henequenera haya fomenta do en Yucat?n las tendencias separatistas, pero, por el con trario, en t?rminos generales, las actividades madereras y chi

cleras tomaron la direcci?n opuesta; es decir, el gobierno nacional aprovech? esas actividades para imponer su volun tad pol?tica en aquellas lejanas regiones. En Quintana Roo, la presencia federal sirvi? de base para la pacificaci?n de los mayas rebeldes. Una vez alcanzada esta meta, se cre? el Territorio Federal de Quintana Roo. En los 44 Esto ha recibido gran atenci?n en las actividades mineras y ferroca

rrileras, Cf. Coatsworth, 1976 y Wasserman, 1984; Su?rez Molina, 1980 y Wells, 1985, proporcionan abundante informaci?n sobre Yucat?n.

45 No se ha publicado ning?n estudio completo sobre este tema. Lapointe, 1983, presenta datos ?tiles sobre Quintana Roo. Cons?ltese

tambi?n Su?rez Molina, 1980.

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502

HERMAN W. KONRAD

conflictos posteriores entre el nuevo territorio y los estados vecinos de Campeche y Yucat?n acerca del acceso a los recur sos forestales del tr?pico y el control de los mismos, el gobierno

federal conserv? la supremac?a y prosigui? con la incorpora ci?n de aquellas regiones al sistema pol?tico nacional. Por otra

parte, los inversionistas extranjeros estaban menos interesa dos en la pol?tica nacional que en la explotaci?n a un costo m?nimo de los recursos forestales.46 Es verdad que sus acti vidades abrieron esas regiones al nacionalismo, a la coloni zaci?n y al incremento de los productos agroindustriales, pero

demostraron poco inter?s en la conservaci?n de los recursos naturales. Iniciaron una ?poca de deforestaci?n en gran escala que dio por resultado a largo plazo que las zonas forestales

se vieran reemplazadas por la ganader?a. Hasta ?pocas re cientes47 los historiadores hab?an prestado muy poca aten

ci?n a estas cuestiones, y a?n sabemos muy poco sobre el papel

de los bosques de las tierras bajas tropicales en la historia

nacional.

El presente trabajo enfoc? la estructura de la industria del chicle y de su repercusi?n en el terreno laboral. Demuestra que el ?xito de la extracci?n de materias primas dependi? de condiciones establecidas en gran parte por los inversionistas extranjeros, no por el gobierno nacional, a pesar de los cons tantes esfuerzos de este ?ltimo por alcanzar sus objetivos en la ?poca posrevolucionaria. Para l?s chicleros las demandas externas constituyeron factores cruciales que determinaron tanto las condiciones laborales en que se realizaba la produc ci?n como el nivel de los ingresos. Las condiciones en que se trabajaba casi no cambiaron, y otro tanto puede decirse sobre los sistemas de producci?n. Para las compa??as extran jeras la industria del chicle se convirti? en remunerador camino

hacia el crecimiento industrial, particularmente en ?pocas de conflictos internacionales. En cuanto a los chicleros, con los periodos de gran demanda aumentaron las oportunidades de trabajar, pero relativamente pocos de ellos obtuvieron bene 46 Gonz?lez Pacheco, 1984, y las obras citadas en la nota 1 constitu yen fuentes ?tiles. 47 Cf. Joseph, s/f.

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CAPITALISMO Y TRABAJO EN BOSQUES TROPICALES 503

ficios de esa situaci?n. Durante las ?pocas de gran demanda, el contingente laboral represent? una amplia gama de indi viduos provenientes tanto de zonas urbanas como rurales, muchas de ellas a gran distancia de los bosques. En las ?po cas de demanda m?nima, los chicleros dependieron de activi dades realizadas en el campo, con las que apenas pod?an sub sistir. Invariablemente y en todos los periodos, la resinaci?n chiclera ha constituido un subproducto de est?mulos capita listas con consecuencias de largo alcance.

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504 HERMAN W. KONRAD

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DON VALENT?N G?MEZ FAR?AS, SU FORMACI?N INTELECTUAL Carmen Casta?eda El Colegio de Jalisco

I. Presentaci?n Varios autores como C.A. Hutchinson, Jos? Rogelio Alva rez, Vicente Fuentes D?az, Jos? R. Ben?tez, Ricardo Delga

do, han estudiado a Valent?n G?mez Farias, pero todos ellos se refieren ?nicamente a su larga carrera pol?tica que empie za en 1820, cuando toma posesi?n del puesto de regidor en el Ayuntamiento de Aguascalientes, y se extiende hasta su muerte en 1858. Estos mismos autores han proporcionado escasos datos y sin pruebas sobre los primeros a?os de la vida de G?mez Farias, su nacimiento, su familia y sus estudios. En este trabajo ofrecemos una semblanza de los primeros 27 a?os de la vida de G?mez Farias, pero sobre todo quere mos destacar su formaci?n intelectual, sus estudios, los libros que ley?, sus grados, sus compa?eros de estudios, sus maes tros, en una palabra el ambiente cultural que vivi? en Gua

dalajara.

II. Fuentes Las principales fuentes de primera mano que permiten hablar

de su familia y de sus estudios se encuentran en el Archivo del Colegio Seminario Tridentino de Se?or San Jos?, en el Archivo de la Real Universidad de Guadalajara y en el Archi

vo Hist?rico de la Escuela de Medicina de la ciudad de

M?xico.

Las investigaciones que hemos realizado en los dos prime ros archivos (sobre la historia de la educaci?n en Guadalaja HMex, XXXVI : 3, 1987

507

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508

CARMEN CASTA?EDA

ra durante el periodo colonial y la historia de una ?lite de Gua

dalajara 1792-1830) nos han permitido conocer documentos que ofrecen datos de la vida familiar y estudiantil de Valen t?n G?mez Farias. Adem?s, el doctor Carlos Viesca nos proporcion? copia del expediente de 19 fojas que se form? cuando G?mez Farias present? ex?menes de medicina en el Real Tribunal del Pro tomedicato de la ciudad de M?xico. Este expediente se encuen tra en el Archivo Hist?rico de la Escuela de Medicina de la ciudad de M?xico, paquete 7, expediente 43, a?o 1808. III. Su FAMILIA

Valent?n G?mez Farias naci? en Guadalajara el 14 de febre ro de 1781 -1 Guadalajara en esa ?poca ten?a un poco m?s de 20 000 habitantes. Diez a?os antes el can?nigo Matheo Joseph de Arteaga hab?a descrito la ciudad de Guadalajara como "una de las m?s hermosas y f?rtiles de Am?rica,\2 Pero no debe mos olvidar que en contraste con las descripciones tan aleja das de la realidad que hacen los cronistas, Guadalajara era, en las dos ?ltimas d?cadas del siglo XVHI, una ciudad con calles llenas de basura, cosas inmundas, excrementos, aguas sucias estancadas, perros y otros animales muertos, las casas no estaban limpias ni ventiladas. A fines del siglo xvm se suger?a que se construyeran letrinas p?blicas porque hab?a quien se hallaba "en la necesidad de berter o de hacer en las calles". Pero, "la mayor incomodidad y al mismo tiempo, la plaga m?s perniciosa que" se padec?a en Guadalajara era "la del polvo tan sutil" que penetraba "hasta las cajas, rope ros, y papeler?as". Esto se deb?a a la falta de empedrado y

de ?rboles.3

1 AHEM, paquete 7, exp. 43, 1808, f. 10, certificaci?n del acta de bau tismo. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo. 2 Biblioteca P?blica de Toledo, Espa?a. Colecci?n de Ms. Borb?n Loren zana, Ms. 45, 78 ff. 3 BPE, Fondos Especiales. Colecci?n de Ms., M. 14, "Apuntes de algu nas probidencias que exige la constituci?n de esta ciudad, para que sea una de las m?s c?modas y sanas de Am?rica".

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VALENT?N G?MEZ FAR?AS

509

Veinti?n d?as despu?s de su nacimiento Valent?n G?mez Farias fue bautizado en el Sagrario de la Iglesia Catedral con el nombre de Jos? Mar?a Valent?n. Era espa?ol, es decir hijo

de padres espa?oles; su padre fue don Lu gardo G?mez de la Vara, vecino de Guadalajara (se cree que comerciante) y su madre, do?a Josefa Mart?nez Farias. Sus padrinos fueron

el bachiller don Domingo Guti?rrez, cl?rigo presb?tero, y do?a

Antonia Terrasas. Sus abuelos paternos eran don Alexandro

G?mez de la Vara y do?a Cayetana Ram?rez; sus abuelos maternos, don Diego Mart?nez y do?a Juana Farias.4 No se conocen con certeza las actividades del padre; s?lo

hemos podido precisar que no sab?a leer ni escribir, porque no supo firmar cuando solicit? al alcalde ordinario de segun do voto de Guadalajara una constancia de legitimidad, cris tiandad y limpieza de sangre para su hijo Jos? Valent?n G?mez

a principios de 1808.5

IV. SUS PRIMEROS ESTUDIOS

Aunque el padre de G?mez Farias no sab?a leer ni escribir, procur? que su hijo estudiara y llegara a la Real Universi dad. Con seguridad G?mez Farias aprendi? a leer, a escribir y la doctrina cristiana en alguna de las escuelas de primeras letras que hab?a en Guadalajara en la ?ltima d?cada del siglo

xviii. Tal vez estudi? en la Real Escuela de la Compa??a,

o en la Escuela para ni?os del Santuario o en alguna escuela particular. La Real Escuela de la Compa??a fue establecida en 1767,

y del fondo de temporalidades se pagaban 100 pesos anuales al maestro que se hac?a cargo de la escuela y que desde 1775

era don Manuel Barbier.6

El obispo fray Antonio Alcalde fund? la escuela de prime ras letras para ni?os en el barrio del Santuario en 1783 con 4 AHEM, paquete 7, exp. 43, 1808, f. 10. 5 AHEM, paquete 7, exp. 43, 1808, f. 10. 6 AGNM, Ramo de Temporalidades, t. 87. En varias liquidaciones que localic? de las obras p?as del Colegio de Guadalajara aparece el salario que se le pagaba al maestro de la Real Escuela de la Compa??a.

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510

CARMEN CASTA?EDA

una dotaci?n de 11 000 pesos. Con los r?ditos anuales que eran de 500 pesos se pagaban 400 pesos al maestro y 100 pesos

eran para "cartillas, papel, plumas y tinta para los alumnos pobres". En las dos escuelas los ni?os aprend?an a leer, a escri bir, a contar y la doctrina cristiana.7 En la Escuela del San

tuario la ense?anza era gratuita y en la Real Escuela de la

Compa??a para algunos era gratuita y otros pagaban una pen si?n que iba de medio a un real al mes. La Real Escuela de la Compa??a lleg? a atender a 200 ni?os y la del Santuario a 600 a fines del siglo xvin. Hay noticia de unas seis escuelas particulares en Guadala

jara para los ?ltimos a?os del siglo xvni: una en la ?ltima

cuadra de la calle Salsipuedes, otra enfrente del Convento de Jes?s Mar?a, la tercera en la sacrist?a de la Capilla del Santo

Cen?culo, la cuarta cerca del Mes?n de Animas, la quinta a la vuelta de la porter?a de Santo Domingo y la sexta en la

sacrist?a de la Iglesia de Nuestra Se?ora de la Salud de

Analco.8

Como todos los ni?os que iban a las escuelas de primeras letras en Guadalajara, Valent?n G?mez Farias asist?a a la escuela de lunes a s?bado, tres horas por la ma?ana y dos horas y media por la tarde. El horario era de las 8 a las 11 por las ma?anas y de las 2 a las 4 y media por las tardes; los

s?bados sal?a a las 4.

Cada maestro ten?a su propia manera de distribuir las acti vidades de la ense?anza. Por ejemplo, lo primero que hac?a un maestro era "echar rengl?n a los que escriben"; esto sig nificaba que el maestro daba el papel ya pautado a los ni?os,

mientras los "m?s aprovechados" daban "lecci?n a los de

leer". A las 9 y media "pon?a cuentas", es decir las prime ras reglas de la aritm?tica. A las 10 y media "correg?a las planas, revisaba las cuentas y en su vista se tomaba lecci?n a los de leer"; al mismo tiempo recib?a las lecciones "a los

de escribir. . . en cartas". Terminado esto, "en voz alta" el maestro les "ense?aba diariamente la doctrina cristiana", ley?ndoles el catecismo del padre Ripalda para que los que 7 Casta?eda, 1984, pp. 208-211.

8 Rivera, s/f., t. 1, pp. 46-48, docs. n?ms. 54-59.

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no lo tuvieran pudieran aprender la parte que se les ense?a ba para los d?as s?bados. El maestro recomendaba a los ni?os que estudiaran el catecismo en sus casas. A las 11 de la ma?ana sal?an de la escuela, y "cuatro ni?os de m?s juicio" eran los encargados de vigilar que los dem?s no "se divirtieran, gritaran, ni fueran con inmodestia para sus casas". A las 2 de la tarde regresaban los ni?os a la escuela,

entonces el maestro "distribu?a a cada uno sus lecciones".

Luego los de escribir "hac?an otra plana" y el maestro "daba

lecci?n en libros", los cuales "procuraba y cuidaba de que fueran virtuosos"; tambi?n les "echaba cuentas". El maestro, a las 3 y media, explicaba a los ni?os la doc trina que en la ma?ana les hab?a le?do. Despu?s les "le?a la

tabla de contar, les recib?a las lecciones, correg?a las planas y revisaba las cuentas". Al ?ltimo, "por una lista" llamaba a los ni?os que ense?aba a leer y a escribir para saber los que hab?an faltado y poder informarse de sus casas si eran ' 'jus tos los motivos de no haber asistido". Los s?bados el maestro cambiaba un poco la distribuci?n. En las ma?anas, los ni?os hac?an sus planas y daban sus lec ciones y ?l les le?a la doctrina. Este d?a les tomaba la parte del catecismo que les hab?a se?alado para que la aprendie ran. En la tarde "les explicaba un ejemplo, rezaban el rosa rio y a las cuatro sal?an para sus casas". Para ense?ar a leer a un ni?o, los maestros hac?an que pri mero aprendiera las letras del alfabeto por sus nombres, des pu?s las combinaciones de las letras para formar s?labas. Para esto el maestro se ayudaba de las cartillas. Luego que los ni?os

dominaban las letras y las s?labas en las cartillas continuaban el aprendizaje de la lectura en los silabarios, donde le?an s?la bas sueltas y palabras divididas en s?labas. Cuando los ni?os "se sab?an" los silabarios, ejercitaban la lectura en las peque ?as frases de los catones.

Los maestros segu?an igual m?todo para ense?ar a escri bir. Los ni?os aprend?an primero las letras, luego las s?labas y al ?ltimo escrib?an palabras.

Lo que m?s se empleaba en estos procesos era la memo

ria, ya fuera para aprender a leer o para aprender la doctri na o las tablas. Memorizaci?n y repetici?n eran los procedi

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mientos utilizados por los maestros. Tambi?n echaban mano de algo parecido al sistema de ense?anza mutua, es decir que se val?an de los alumnos m?s aventajados para que ellos "die ran lecci?n a los de leer" y se "las tomaran". El catecismo del padre Jer?nimo Ripalda o el del padre Cayetano de San Juan Bautista, sacerdote de las escuelas p?as, eran los textos m?s usados para la ense?anza de la doctrina cristiana. Los maestros tambi?n ense?aban a los ni?os "las reglas de buena crianza, las de confesarse con las disposicio nes necesarias y a ayudar al sacrificio de la misa". Al entrar y al salir de la escuela los ni?os rezaban. Una de las cosas que el maestro cuidaba era ense?ar a los ni?os a cortar las plumas, "muy particularmente que nin g?n ni?o cargara cortaplumas u otro instrumento, sino que se sirvieran dentro de la escuela de los que el maestro tuviera

para este efecto".

Por lo regular, cada seis meses en las escuelas hab?a ex? menes privados, esto es, sin la presencia de p?blico. El maestro

examinaba a sus disc?pulos y les daba como premios "par ces, vales que los indultaban de alguna pena o castigo que merec?an por alg?n leve delito". En el examen final, al ter minar el a?o escolar, que era p?blico, el maestro premiaba a los m?s "aventajados con papeles honor?ficos". Pero tambi?n se empleaban los castigos. Un maestro ten?a entre otros objetos que figuraron en su inventario, "dos pal metas o palmatorias torneadas de ?bano, una disciplina [azote] de pita y pergamino, tres cruces, dos tablas. . . y dos gorras en forma de sombrero con orejas de burro".9

v. sus estudios en el colegio seminario Tridentino de Se?or San Jos? de Guadalajara Despu?s de completar los estudios de primeras letras, Valen t?n G?mez Farias ingres? al Colegio Seminario Tridentijio de Se?or San Jos? en 1795, cuando ten?a 14 a?os que era la edad promedio de ingreso al Colegio Seminario.10 9 Rivera, s/f., pp. 47 y 48, docs. n?ms. 55-59. 10 Casta?eda, 1984, pp. 300-301.

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A esa edad el joven Valent?n empez? a estudiar humani dades, gram?tica y ret?rica latinas en dicho Colegio Semina rio como estudiante secular, es decir que no viv?a en el Cole gio sino con su familia. ?l no ten?a que pagar nada; en cambio,

los estudiantes que viv?an en el Colegio pagaban por el techo y la comida de 100 a 125 pesos al a?o; eran los porcionistas. Hab?a otros estudiantes que hab?an obtenido una beca y que tambi?n viv?an en el Colegio y eran los mercenarios. El Colegio Seminario no llev? registros de los estudiantes seculares, s?lo de los porcionistas y mercenarios que viv?an en el Colegio; por esta raz?n no hay informaci?n particular sobre Valent?n G?mez Farias.

Al entrar al Colegio Seminario, G?mez Farias prob? como todos los estudiantes su legitimidad, limpieza de sangre y cos tumbres con suficientes informaciones. Estaba prohibido que

se admitiera a "hijo o nieto de hombre infame o afrentado por la justicia, o de mal linaje como descendiente de hebreo, moro o hereje, que fuera cojo, contrahecho, baldado, ciego o tuviera gota coral [epilepsia]*, u otra enfermedad o fealdad notoria, o hubiere cometido alg?n delito".11

El ingreso de Valent?n G?mez Farias al Colegio Semina

rio demuestra que era hijo "de leg?timo matrimonio de padres

espa?oles, tenidos por buenos en la aceptaci?n p?blica y civil

estimaci?n".

G?mez Farias vest?a en esos a?os, como todos los colegia les, "ropa parda y beca colorada con las armas reales, cuello

blanco, mangas negras de cosa que no fuera de seda, bien calzado y compuesto"; como todos sus compa?eros, andaba

siempre "con toda limpieza y mesura, el cabello cortado sin guedejas [cabellera larga] y sin barba porque estaba prohibi

do dej?rsela.12

Cuando ingres? al Colegio demostr? que sab?a "bien leer, escribir y contar y el catecismo vulgar" y manifest? "buen talento y disposici?n de ?nimo para las letras y virtud". 11 ASCT, Constituciones 1699, cap. II: De los colegiales, su n?mero, elecci?n y calidades. 12 ASCT, Constituciones 1699, cap. III: Ropa que deben usar los semi

naristas.

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CARMEN CASTA?EDA

Los estudios de gram?tica o de m?nimos y menores per mitieron a Valent?n G?mez Farias darse cuenta de la impor tancia de entender perfectamente el lat?n para aprovechar las

obras de "los escritores antiguos as? profanos como eclesi?s ticos".13 Cuando domin? la lengua latina aprendi? la sinta xis sencilla y despu?s la figurada. Los textos que G?mez Farias ley? y estudi? en estos cursos fueron las F?bulas de Fedro, el Cornelios Nepos, las Ep?stolas o Cartas de Cicer?n, los Comen tara de Julio C?sar. En segundo lugar los Officiis y Orationes de Cicer?n y los poetas como Ovidio, Virgilio y Horacio. Tam

bi?n ley? a Salustio y a Tito Livio.14 En el estudio de la gram?tica y ret?rica G?mez Farias emple? tres a?os; a los 17 a?os empez? el curso de artes y

filosof?a. Durante otros tres a?os m?s, curs? las materias de l?gica, metaf?sica, f?sica y filosof?a moral, as? como los ele mentos de aritm?tica, geometr?a y ?lgebra, todo en lat?n y por las Institutiones Philosophicae del Lugdunense, por el tex

to de Luis Antonio Muratori, el del maestro Goudin y los libros de Arist?teles.15 Con toda seguridad, adem?s de los libros que ley? en el Colegio Seminario, tambi?n influyeron en la formaci?n inte lectual de Valent?n G?mez Farias sus maestros y sus compa ?eros. Entre los primeros destaca el doctor, presb?tero don Jos? de Jes?s Huerta, quien le ense?? filosof?a y era vicerrector

del Colegio Seminario cuando G?mez Farias estudiaba. El

doctor Huerta dej? constancia en su relaci?n de m?ritos del curso de artes en el que estaba G?mez Farias y que termin?

en 1800:

como catedr?tico de Filosof?a explic? la L?gica, Metaf?sica y F?si

ca por las Instituciones del Seminario de Le?n, acreditando por los ex?menes anuales el feliz suceso de su lectura: en el s?ptimo ense?? la Filosof?a Moral por las mismas Instituciones a?adien do algunas disertaciones de otros Autores, y muchas de las sabias

notas del Dominicano Roceli. Al fin de este a?o presidi? un acto 13 ASCT, Constituciones 1800, Parte Tercera: De los estudios, cap. I. 14 ASCT, Constituciones 1800, cap. II: C?tedra de propiedad latina, pro

sodia y ret?rica. 15 ASCT, Constituciones 1800, cap. III: C?tedra de filosof?a.

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p?blico de esta importante parte de la Filosof?a, as? como en el primero del curso filos?fico hab?a presidido otros quatro de L?gi ca, logrando el aplauso de los sabios que concurrieron por la feli

cidad y acierto, con que se desempe?aron estas funciones. Asi mismo regent? treinta y cinco actillos, que otros tantos de sus disc?pulos sutentaron en la Universidad para recibir el grado de Bachiller en Filosof?a, y todos ellos fueron aprobados por los Doc tores que los examinaron nemine discrepante.1^

Todo parece indicar que el doctor Huerta fue un excelen te maestro pues en su curso logr? formar a estudiantes como Juan de Dios Ca?edo, que lleg? a ser diputado federal, a Juan Cayetano Portugal, que ser?a obispo de Michoac?n, a Anas tasio Bustamente, que ser?a presidente de la Rep?blica y a

Valent?n G?mez Farias.

Al terminar sus estudios de filosof?a en el Colegio Semina rio, G?mez Farias obtuvo el grado de bachiller en artes o filo

sof?a, en 1800, en la Real Universidad de Guadalajara. VI. SUS ESTUDIOS EN LA REAL UNIVERSIDAD

de Guadalajara

Para obtener el grado de bachiller en artes, Valent?n G?mez Farias demostr? primero la legitimidad de su nacimiento y enseguida prob? "tener ganados dos cursos enteros de Filo sof?a y Ret?rica" que hab?a llevado en el Colegio Seminario; despu?s fue examinado y aprobado por el catedr?tico de tur no y por ?ltimo fue examinado p?blicamente por los cate dr?ticos de turno, quienes lo aprobaron nemine discrepante (sin

que nadie discrepara) y lo autorizaron para poder estudiar en cualquier facultad. Cumplidos estos requisitos, G?mez Farias hizo el juramento y pidi? el grado de bachiller en filo sof?a que recibi? de un doctor de la Real Universidad de Gua dalajara, "y en se?al de posesi?n subi? a la C?tedra en don

de comenz? a exponer una materia de la Facultad". Esta ceremonia qued? registrada en el acta 264 del "Libro prime

ARUG, Leg. 412, Relaci?n de los m?ritos y servicios del doctor don Jos? de Jes?s Huerta, 1818, 6 ff.

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CARMEN CASTA?EDA

ro de asientos de grados de bachilleres en Filosof?a [de la Real

Universidad de Guadalajara] que comienza desde abril de 1793".17 Con el grado de bachiller en artes o filosof?a Valent?n

G?mez Farias pudo matricularse en la Real Universidad de Guadalajara para cursar la facultad de medicina en 1801, cuando ten?a 20 a?os.18 Antes demostr? que no hab?a sido penitenciado por el Santo Oficio de la Inquisici?n, ni sus padres, ni abuelos y que ni ?l ni su familia ten?an alguna nota

de infamia.19 Tambi?n jur? obediencia al rector, l?cita y

honestamente, y prometi? "acatamiento a las leyes de la Uni

versidad",20 y pag? por su matr?cula "cuatro reales, uno para el arca y tres para el secretario".21 El traje que G?mez Farias usaba como estudiante de la Real Universidad de Guadalajara era talar (que llegaba a los talo nes) y negro. Como era estudiante secular llevaba la golilla, especie de cuello de los togados. A los estudiantes que como ?l cursaban cirug?a y anatom?a les estaba permitido "vestir ropas m?s cortas, pero lisas y honestas". Pero no pod?a lle var en su ropa "bordados claros, ni relumbrones [oropel] de metal", ni tener "guedejas, copetes ni otros impropios ador nos que indicaban la frivolidad del interior".22 Antes de matricularse en el segundo a?o en la facultad de medicina en 1802, prob? haber ganado leg?timamente su primer curso de medicina "con las certificaciones de sus catedr?ticos y jura

mentos de sus cursantes". En esos documentos se comprob? que Valent?n G?mez Farias hab?a asistido por m?s de ocho meses a las c?tedras de medicina y cirug?a en la Real Uni versidad de Guadalajara. De igual manera, se matricul? en el tercer curso en 180323 y en el cuarto curso en 180424 Al a?o siguiente aprob? el cuarto curso. 17 ARUG, Libro 3. 18 ARUG, Libro 30, f. 20v. 19 Constituciones 1835, T?tulo X. Constituci?n XCI. 20 Becerra L?pez, 1963, p. 128. 21 Constituciones, 1835, T?tulo XVI, Constituci?n CLXXX. 22 Constituciones, 1835, T?tulo XV. Constituci?n CLXV. 23 ARUG, Libro 30, f. 24v. 24 ARUG, Libro 30, f. 26v.

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Las c?tedras que curs? Valent?n G?mez Farias en la facul tad de medicina fueron: la de prima de medicina y la de v?s peras de anatom?a. Sus catedr?ticos las explicaban durante cuatro a?os. El catedr?tico de medicina la explicaba en el pri mer y segundo a?o por las Instituciones Medicae de Herman Boerhaave, "con los comentarios de sus disc?pulos Alberto Haler y Gerardo Van-Swieten". En el tercero y cuarto a?o por los Pron?sticos de Hip?crates y los Aphorismi cognoscendi et eman

?is morbis del mismo Boerhaave.

El catedr?tico de medicina dispon?a las lecciones de suerte que las pudiera concluir en el curso. Obligaba a sus disc?pu los a que aprendieran "de memoria la letra o texto de Hip? crates", teniendo presentes las obras del doctor Francisco Valles y la edici?n de Aforismos por el doctor Andr?s Piquer.

La c?tedra de anatom?a la explicaba el catedr?tico por las Instituciones quir?rgicas o Cirug?a Completa Universal de Lauren cio Heister, teniendo presente la Anatom?a completa del hombre

del doctor Mart?n Mart?nez, y los nuevos tratados que fue ran apareciendo. El catedr?tico de anatom?a demostraba las

partes que explicaba en sus lecciones en De corporis humanifabri ca o en la Opera omnia anat?mica et chirurgica de Vesalius o de

Eustachius.25

El catedr?tico de anatom?a deb?a saber "demostrar con lim

pieza, agilidad y pericia las partes del cuerpo humano", por que cada mes se ejecutaba "por lo menos una anatom?a par ticular", ya fuera "de cad?ver o animal vivo". Tambi?n se efectuaban anatom?as extraordinarias cuando hab?a "alg?n caso raro y dif?cil, o por orden superior del Gobierno". Sin dilaci?n alguna al catedr?tico de anatom?a se le fran queaban, de los hospitales de Guadalajara, los cad?veres que se necesitaran para efectuar esas anatom?as, en las que se "guardaba toda la decencia y m?todo establecido por las ana tom?as que se hac?an en Madrid, C?diz y Barcelona".26 Las constituciones obligaban a todos los "catedr?ticos y cursantes de medicina. . . a asistir a esas operaciones". Y para que todos llevaran "estudiado y visto el respectivo tratado 25 Constituciones, 1835, t?tulo IX. Constituci?n LV. 26 Constituciones, 1835, t?tulo IX. Constituci?n LVI.

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CARMEN CASTA?EDA

o cap?tulo de la teor?a relativa a [la anatom?a] ", el catedr?ti co avisaba con dos o m?s d?as de anticipaci?n, por medio de un cartel que se pon?a a las puertas de la Universidad, el d?a en que hab?a de hacerse cada disecci?n, y la parte que se hab?a

de ejecutar.27 El material con el que la Universidad surt?a a la c?tedra de anatom?a era "el teatro anat?mico con los ins

trumentos, esqueletos, libros y estampas necesarias".28 Despu?s de terminar sus cursos en la facultad de medici na, Valent?n G?mez Farias se propuso obtener el grado de bachiller en medicina pues ya ten?a cumplidos casi todos los requisitos (el grado de bachiller en artes y "cuatro cursos en dos c?tedras de la facultad m?dica"), s?lo le faltaba susten tar "un acto mayor y menor" para optar al grado de bachi ller en medicina. Por eso, el 23 de mayo de 1805 ?l y dos com

pa?eros, don Anacleto Herrera y don Pedro Ram?rez,

solicitaron licencia al rector y claustro de la Real Universi dad de Guadalajara para "sustentar un acto mayor" y para que se les asignaran dos doctores para sinodales seg?n el cua derno de conclusiones que presentaron, que exced?an del n?mero de 30.29 El rector decret? que pasaran con los se?o res doctores don Pedro T?mez y don Jos? Mar?a Jaramillo a ser examinados. Estos doctores certificaron que los bachi lleres G?mez, Herrera y Ram?rez eran "id?neos para sus tentar el acto que solicitaban' \30 Adem?s, el doctor Maria no Garc?a de la Torre certific?, como catedr?tico de prima de medicina, que los bachilleres G?mez, Herrera y Ram?rez ten?an "la necesaria instrucci?n para sustentar el acto que pretenden".31 El 10 de junio de 1805 el claustro de la Real Universidad les concedi? licencia para sustentar el acto; pero los tres bachi lleres tuvieron problemas, sobre todo Valent?n G?mez Farias

como se puede ver en la carta que le dirigi? al rector de la

Real Universidad:

27 Constituciones, 1835, t?tulo LVII. Constituci?n LVII. 28 Constituciones, 1835, t?tulo IX. Constituci?n LVI. 29 ARUG, leg. 92, f. 11. 30 ARUG, leg. 92, f. 11. 31 ARUG, leg. 92, f. 11.

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Se?or Rector. El Bachiller don Valent?n G?mez como m?s haya lugar en derecho digo: que sabiendo que las constitucio nes de esta Real Universidad previenen que los que intentan gra duarse en medicina, conviden para r?plica al Doctor Don Igna cio Brizuela como cathedr?tico que es de dicha Facultad y como yo sea uno de ?stos, suplico a V.S. me dispense de esta obliga ci?n, as? por haver negado su licencia dicho cathedr?tico a m? y a otros dos condisc?pulos m?os, para sustentar el acto que se tiene de costumbre, dici?ndonos que estaba contenido en algu nas reglas del expurgatorio y no conforme con Nuestra Religi?n;

como tambi?n por haber dado una certificaci?n que se haya archivada en la Secretar?a en la que no solo pide que no se nos permita el sustentarlo sino que tambi?n dice que conviene nos

expelan de la Universidad. Esta ?ntima persuaci?n que tiene el Doctor don Ignacio Bri zuela de que yo sigo una doctrina diametralmente opuesta a

Nuestra Religi?n me hace desconfiar de su sufragio en el grado que pretendo tener y por tanto suplico a V.S. se sirva mandar se me asigne en su lugar otro sinodal como se hizo con los bachi

lleres don Pedro Ram?rez y don Anacleto Herrera que sustenta ron el mismo acto que yo. Y para que esto no se le siga perjuicio alguno en su honora rio me obligo a depositar en la Secretar?a a m?s del dinero acos tumbrado el que como si me replicara le dev?a tocar. A.V.S. suplico as? lo mande, que es justicia juro, etc. Valent?n G?mez*2

El rector y el claustro encontraron que las causas que ale gaba G?mez Farias eran justas, por lo que se le dispensaba "la r?plica de el se?or catedr?tico de v?speras de medicina en cuyo lugar sin perjuicio de sus derechos" se nombraba para

ese acto al doctor don Pedro T?mez.33

Cumplidos todos los requisitos para obtener el grado de bachiller en medicina, Valent?n G?mez Farias se present? al examen el 14 de agosto de 1805, el cual empez? con la elec

ci?n de un punto "de tres piques o asignaciones". Enseguida ley? sobre un texto de Hip?crates, "p?blica 32 ARUG, leg. 92, ff. 13-13v. 33 ARUG, leg. 92, f. 13v.

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mente en lat?n, media hora, delante de los examinadores, o sea dos catedr?ticos de medicina y el doctor en medicina de la Real Universidad Jos? Mar?a Jaramillo,34 quienes despu?s de la lecci?n le hicieron "r?plicas y preguntas sueltas . . . sobre

la conclusi?n o conclusiones" que hab?a deducido, y sobre los puntos que hab?a "tratado en la lecci?n y sobre las mate rias m?s esenciales de las ciencias".35

Este examen dur? "por lo menos una hora y cuarto".

Cuando termin?, los examinadores votaron en secreto la apro baci?n de Valent?n G?mez Farias, quien pag? 18 pesos y 4 reales por los derechos del grado de bachiller en medicina.36 El doctor Mariano Garc?a de la Torre, catedr?tico de pri ma de medicina y decano en la facultad en la Real Universi dad y m?dico titular del Real Hospital de Se?or San Miguel

y del Cabildo de la ciudad de Guadalajara, certific? que

G?mez Farias era "de bastante aplicaci?n, pues lo dio a cono cer en lo lucido de sus funciones previas a su grado, que . . . recibi? habiendo sido aprobado nemine discrepante por todos los

se?ores doctores synodales, quienes lo alabaron y elogiaron en vista de su instrucci?n".37 Despu?s de haber obtenido su grado de bachiller en medi cina, Valent?n G?mez Farias practic? diariamente con el doc tor Mariano Garc?a de la Torre "con especial aplicaci?n" en el Real Hospital de Se?or San Miguel desde el 5 de septiem bre de 1805 hasta el 31 de enero de 1807. Este doctor lo reco mend? a los se?ores del Real Tribunal del Protomedicato.38 Al terminar su pr?ctica de medicina, G?mez Farias inme diatamente viaj? a la ciudad de M?xico para obtener del Real Tribunal del Protomedicato una licencia para ejercer la medi

cina. Valent?n G?mez Farias no se qued? en Guadalajara, donde pod?a conseguir los grados de licenciado y doctor en medicina, porque no ten?a m?s de 1 000 pesos que se necesi 34 AHEM, paquete 7, exp. 43, f. 11; ARUG. Libro 31. "Libro pri

mero de asientos de grados de bachilleres en medicina de la Real Univer sidad de Guadalajara que comienza el 9 de julio de 1796". 35 Constituciones, 1835, t?tulo X, Constituci?n CU, CIII y CIV. 36 Constituciones, 1835, t?tulo X, Constituci?n CV, LXXXVII. 37 AHEM, paquete 7, exp. 43, ff. 12-12v. 38 AHEM, paquete 7, exp. 43, ff. 12-12v.

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taban para obtenerlos, ni padrinos que cubrieran los costos

de esos grados.

El 24 de febrero de 1807 G?mez Farias ya estaba en M?xi co, pues ese d?a inici? su pr?ctica de la medicina y la asisten cia a las lecciones de bot?nica. Con el doctor y maestro don Jos? Ignacio Garc?a Jove, presidente del Real Tribunal del Protomedicato, practic? durante un a?o en los hospitales de San Andr?s y de Naturales; y del catedr?tico de bot?nica, don Vicente Cervantes, alcalde examinador de farmacia en el Real Tribunal del Protomedicato, recibi? las lecciones de bot?ni ca en el Real Jard?n de Palacio, tambi?n durante un a?o.39 Con una serie de documentos: certificaci?n de la pr?ctica de medicina y los estudios de bot?nica, el grado de bachiller en medicina, la recomendaci?n de su maestro de Guadalaja ra, el acta de bautismo y la certificaci?n de legitimidad y lim

pieza de sangre, Valent?n G?mez Farias solicit?, en marzo de 1808, al Real Tribunal del Protomedicato examinarse en medicina.40 Este tribunal le pidi? presentar informaci?n de tres testigos sobre su calidad, estudios y pr?cticas de medici na. Los testigos fueron el bachiller don Zen?n de Ibarra, m?di

co examinado, y don Francisco Rueda.41 El promotor fiscal, los jueces y el presidente del Real Tri bunal del Protomedicato vieron el expediente de Valent?n G?mez Farias y autorizaron el examen que se llev? a cabo en las tardes de los d?as 28 y 29 de marzo de 1808. Aprob? el examen y despu?s de pagar los derechos de media annata,

examen y contadur?a, se le expidi? el t?tulo de m?dico examinado: Nos los doctores y maestro presidente y protom?dicos, juezes, alcaldes, examinadores mayores, visitadores reales por el Rey Nuestro Se?or (Dios lo guarde) en todos sus dominios y provin cias de esta Nueva Espa?a para todos los m?dicos cirujanos, far mac?uticos, dentistas y flebotomanos, etc. Hacemos saver como ante nosotros y en este nuestro tribunal compareci? el bachiller

don Valent?n G?mez Farias que es un hombre alto de cuerpo. 39 AHEM, paquete 7, exp. 43, ff. 13-14. 40 AHEM, paquete 7, exp. 43, f. 15. 41 AHEM, paquete 7, exp. 43, ff. 15-16v.

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CARMEN CASTA?EDA

Pelo negro, color trigue?o, barbicerrado, ojos negros, un poco holloso de viruelas, labios belfos. Havido examinado y aproba do para maestro en la ciencia m?dica y que ante nuestro secre tario prest? el juramento de defender el misterio de la Pur?sima

Concepci?n de Nuestra Se?ora la Virgen Mar?a, obedecer y cumplir las leyes de nuestro tribunal y acer caridad a los pobres,

mediante lo qual le damos y concedemos amplia facultad y licen sia en derecho, necesaria para que pueda usar libremente su cien sia y que pueda traer consigo dos o m?s practicantes, as? en esta

ciudad como en todas las dem?s y villas, puertos y lugares de Su Magestad de cuia parte exortamos y requerimos a todos y qualesquiera sus juezes y justicias donde recidiere y trancitare, le dexen y consientan usar libremente su ciensia sin ponerle ni permitir le sea puesto impedimento ni embarazo alguno sino que antes le guarden las gracias, mercedes y pribilegios que le corres

ponden bien y cumplidamente vaxo las penas establecidas por las leyes contra los que se introducen en ajena jurisdicci?n y la

de diez mil maraved?s, aplicados para la C?mara de S.M. en la forma ordenada, y declaramos tener satisfecho el real dere

cho de la media annata que le fue regulado. Sala de Nuestra Audiencia. M?xico, veinte y nueve de marzo de mil ochocien tos ocho. Doctor y Maestro Jos? Ignacio Garc?a Jove Donju?n Antonio Vicu?a y Mendoza Doctor Joseph Vicente de la Pe?a

y Lozaga.42

VIL Conclusiones Al terminar la semblanza de la formaci?n intelectual de Valen

t?n G?mez Farias es necesario averiguar qu? tipo de ambien te cultural ten?a en Guadalajara, sobre todo en la Real Uni versidad, donde hizo sus estudios de medicina.

La Real Universidad de Guadalajara tuvo de modelo a la Universidad de Salamanca pues empez? a gobernarse por los estatutos salmantinos, "con las adaptaciones y modificacio nes especiales para su gobierno y funcionamiento".43 Des pu?s, el rector y el claustro formaron las constituciones de la Real Universidad de Guadalajara (de acuerdo con las de Salamanca) "en cuanto lo permitieron las circunstancias", 42 AHEM, paquete 7, exp. 43, ff. 17v-18. 43 Igu?niz, 1963, p. 18.

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VALENTIN G?MEZ FAR?AS

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ya que as? lo hab?a indicado el rey. El proyecto de constitu ciones qued? listo en 1800,44 y fue entregado al presidente de la Real Academia, al cancelario de la Real Universidad, al asesor del gobierno y a los fiscales de la Audiencia y del Real Acuerdo. Unos y otros hicieron "diferentes explicacio nes y reformas" a las constituciones.45 Estas se enviaron a Espa?a para su aprobaci?n. Ah? fueron revisadas por la Uni versidad de Salamanca, el Consejo de Indias y el fiscal del rey, y "obtuvieron la sanci?n real con las modificaciones pro puestas el 2 de enero de 1806".46 Regresaron al Consejo y ah? estuvieron hasta que en 1815, gracias a las gestiones del doctor Jos? Ces?reo de la Rosa, las constituciones fueron defi

nitivamente aprobadas y llegaron a Guadalajara en 1817.47 Esta larga explicaci?n sobre la historia de las constitucio nes de la Real Universidad de Guadalajara comprueba que tuvieron menos vigencia, en el periodo colonial, que los esta tutos de Salamanca, pues mientras ?stos gobernaron a la Real Universidad de Guadalajara durante 25 a?os (de 1792 a 1817), los propios s?lo 4 a?os (de 1817 a 1821). Pero en la realidad no hubo gran diferencia entre unas y otras constituciones, su

contenido es el mismo. Tenemos como ejemplo lo que pres criben sobre la facultad de medicina. El Plan General de Estudios dirigido a la Universidad de Salamanca por el Real y Supremo Consejo de Indias en 1771, en lo que se refiere a la facultad de medicina, ten?a como ante

cedente un nuevo plan de estudios que el claustro hab?a for mado en 1766 y en donde hab?a pedido "un tratado m?dico completo y uniforme" ocho c?tedras, dos de instituciones, dos

de Aforismos, una de Pron?sticos, una de Anatom?a, una de

Cirug?a y una de Partido Mayor". En las primeras cuatro se explicar?a 44 La suscribieron el rector doctor Jos? Mar?a G?mez de Villase?or y los doctores Jos? ?ngel de la Sierra, Juan Mar?a Vel?zquez, Jos? Sime?n de Uria, Francisco Antonio de Velasco, fray Francisco Antonio Padilla y fray Domingo Ch?vez. 45 Constituciones, 1835, ff. iv-2v.

46 Igu?niz, 1963, p. 21. 47 Peset Reig, 1969, p. 51.

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carmen casta?eda

por la obra de Boerhaave, sin olvidar lo de sus comentaristas Haller y Van Swieten. En la Anatom?a se usar? el Heister y se har?n frecuentes disecciones, al menos por una semana, en cad? ver o animal vivo, usando microscopio, inyecciones y todas las t?cnicas adecuadas. Como tablas para la demostraci?n acad? mica se pueden emplear las de Heister, las de Vesalio o las de Eustachio; debe haber un buen Disector o Demostrador anat? mico. El catedr?tico de Pron?sticos explicar? los Aforismos y Pro

n?sticos Hipocr?ticos, no olvidando las obras de Valles y Hollerio.48 Al fiscal que revisa este plan "la distribuci?n de asignatu

ras y los libros de texto le parecen adecuados; ?nicamente reco mienda no olvidar a Mart?n Mart?nez en Anatom?a y a Piquer

en Pron?sticos (como comentador hipocr?tico)".49 Asimis mo, "manda instaurar un Teatro Anat?mico, en el que se realicen adecuadamente las disecciones de manera semejan te a como se realizan en los Colegios de Cirug?a de C?diz, Barcelona y Madrid.50 Propuestas del claustro como ?stas, aceptadas por el fis cal, quedaron en el Plan de 1771 que gobern? a la Universi dad de Salamanca y a la de Guadalajara como se puede ver en sus propias constituciones y en los estudios de medicina que hizo Valent?n G?mez Farias. Los historiadores espa?oles, Mariano y Jos? Luis Peset,

examinaron este Plan de 1771 y encontraron que fue el cen tro de la "pol?tica borb?nica sobre ense?anza". Con las refor mas de este plan los estudios en Salamanca incorporaron el "fecundo movimiento ilustrado y espa?ol" y por lo tanto se

modernizaron.

Al conocer el tipo de estudios que realiz? Valent?n G?mez Farias podemos entender que estuvo familiarizado con el pen samiento ilustrado y podremos comprender mejor su pol?tica.

48 Peset Reig, 1969, pp. 52-53. 49 Peset Reig, 1969, pp. 53-54. 50 Peset Reig, 1969, p. 54.

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VALENTIN G?MEZ FAR?AS 525

SIGLAS Y REFERENCIAS

AHEM Archivo Hist?rico de la Escuela de Medicina, M?xico,

D.F.

AGNM Archivo General de la Naci?n, M?xico, D.F. ARUG Archivo de la Real Universidad de Guadalajara, Jal. ASCT Archivo del Seminario Conciliar Tridentino de Se?or San Jos?, Guadalajara, Jal.

BPE Biblioteca P?blica del Estado, Guadalajara, Jal. Becerra L?pez, Jos? Luis 1963 La organizaci?n de los estudios en la Nueva Espa?a. M?xico,

Editorial Cultura.

Casta?eda, Carmen 1984 La educaci?n en Guadalajara durante la colonia, 1552-1821.

Guadalajara, El Colegio de Jalisco/El Colegio de M?xico.

Constituciones 1835 Constituciones formadas para la direcci?n y gobierno de la Real

Universidad Literaria de Guadalajara. . . Guadalajara, Imprenta del Supremo Gobierno. (Ejemplar propiedad

del can?nigo Eugenio L?pez.)

Igu?niz, Juan B. 1963 Cat?logo bibliogr?fico de los doctores, licenciados y maestros de

la antigua Universidad de Guadalajara. M?xico, UNAM.

Peset Reig, Mariano y Jos? Luis 1969 El reformismo de Carlos IIIy la Universidad de Salamanca. Plan general de estudios dirigido a la Universidad de Salaman

ca. Universidad de Salamanca.

Rivera, Luis M. s/f. Secci?n hist?rica de la Gaceta Municipal de Guadalajara, t. I.

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KAERGER: PEONAJE, ESCLAVITUD Y CUASIESCLAVITUD EN M?XICO Mois?s Gonz?lez Navarro El Colegio de M?xico

Chapingo Y Ciesas han publicado conjuntamente un impor tante libro de Karl Kaerger sobre la agricultura y la coloni zaci?n en 1900. * Roberto Melville hizo una ?til introducci?n y revis? la versi?n castellana en compa??a de Teresa Rojas

Rabiela. Melville recuerda que Friedrich Katz destac? la importancia de este libro, cit?ndolo ampliamente para tipifi car las condiciones de trabajo de la hacienda.

Karl Kaerger fue uno de los agr?nomos alemanes m?s

importantes de su ?poca, incluso sus investigaciones sobre los

trabajadores agr?colas alemanes fueron citadas por Karl Kautsky. Kaerger investig? a partir de 1886 la colonizaci?n alemana en Asia Menor, ?frica sudoriental y Am?rica Lati na. Este libro forma parte de uno mayor sobre la agricultura y la colonizaci?n en Am?rica Latina. La colonizaci?n argen tina, uruguaya y chilena se estudia espec?ficamente; la mexi cana s?lo marginalmente. En cuanto a la agricultura, exa mina de preferencia el henequ?n, el cacao, el tabaco, el caf?, la vainilla, el caucho, la cochinilla, el a?il, el az?car y el algo d?n, productos de exportaci?n en grado diverso; estudia tam bi?n los principales cereales: trigo, cebada, ma?z y arroz, y concluye con algunas noticias sobre la ganader?a. En relaci?n con la agricultura comenta el clima, las condi ciones del terreno, la vegetaci?n natural, la calidad de los sue 1 Karl Kaerger: Agricultura y colonizaci?n en M?xico en 1900. M?xico:

Universidad Aut?noma de Chapingo, Centro de Investigaciones y Estu dios Superiores en Antropolog?a Social, 1986, 347 pp. V?anse las explica ciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

HMex, xxxvi: 3, 1987 527

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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO

los, la tenencia de la tierra, la maquinaria y la irrigaci?n. Los

editores a?adieron un ?til ap?ndice iconogr?fico con ilustra ciones sobre la maquinaria de la ?poca, si bien no toda esa

maquinaria hab?a sido introducida en M?xico en 1900.

Kaerger repasa las entidades federativas, s?lo excluye a Baja

California, Coahuila, Durango, Zacatecas, Aguascalientes,

Distrito Federal, Quer?taro y Tlaxcala. Como su mayor empe ?o lo dedica a la agricultura de exportaci?n, es natural que sobresalgan las noticias sobre algunos estados costeros, par ticularmente Tepic (en las pp. 63 y 214 merece un sic, que no se repite en la 77, tal vez los editores creyeron que debi? de haberse escrito Nayarit, pero Tepic era la denominaci?n con que se conoc?a al antiguo s?ptimo cant?n de Jalisco, que por la rebeli?n de Manuel Lozada fue transformado en el terri

torio de Tepic). Abunda la informaci?n sobre Veracruz, Yuca

t?n, Chiapas y Oaxaca.

A Kaerger no le gustan ni la estad?stica ni la comida mexi canas, lo segundo puede ser cuesti?n de paladar, no lo pri mero. Le gusta, en cambio, como agente de la clase domi

nante alemana, el bajo salario que en general pagaba la

agricultura mexicana: juzga "favorables" las condiciones de trabajo de Oaxaca porque gracias a la densidad de ese estado los peones estaban dispuestos a trabajar por s?lo dos o tres reales.2 Opini?n semejante manifiesta al referir que el tra bajo en La Laguna se realizaba en t?rminos "favorables"; pese a las quejas sobre la carencia de trabajadores, las labo res agr?colas pod?an realizarse con las personas residentes en las haciendas a las cuales s?lo era "necesario pagarles un jornal

de tres reales", cuatro en el caso de que tuvieran que despla zarse para llegar a su lugar de trabajo, pero si la distancia

alcanza 2 kil?metros, permanecen en la hacienda. En esa

regi?n trabajaban de 6 (a.m.) a 3:30 (p.m.), con media hora de receso. Las personas que deb?an cumplir con una deter minada tarea, a menudo la conclu?an a la una de la tarde: pero no se les ocurre comenzar una nueva para elevar de esta manera su jornal. Tampoco era deseable una jornada m?s larga 2 Kaerger, 1986, pp. 185 y 186.

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KARL KAERGER

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ya que no es posible exigir a las mu?as m?s de 8 horas diarias de trabajo. Tampoco se quiere mantener a las yuntas debido al elevado costo de su

alimentaci?n* (Las cursivas son nuestras.)

A Kaerger le importaban m?s las mu?as y los bueyes que los peones mexicanos, actitud coincidente con la de la mayo r?a de los hacendados mexicanos de la ?poca.4 El libro de Kaerger ofrece algunos datos poco conocidos sobre el trabajo rural porfirista, sobre todo en la agricultura de exportaci?n; en otros casos completa en algunos puntos lo que ya se sab?a. En Yucat?n se obligaba al pe?n fugitivo a cumplir su contrato, "por lo que este ejercicio es, de hecho,

una huella de las concepciones propias de la ?poca de la escla

vitud" (las cursivas son nuestras). Kaerger a?ade que las

mayores haciendas yucatecas conced?an al sirviente una peque ?a casa y tanta milpa como pudieran atender, un salario de 50 centavos, por d?a trabajado, y un sustento con valor apro ximado de 25 centavos, m?s ropa para ?l y su familia (16 varas de tela sencilla, la vara val?a 40 centavos), m?s m?dico y medi cinas. En las haciendas menores la situaci?n era m?s preca ria, pues a menudo no se proporcionaba a los peones ropa, m?dico, medicinas ni alimentaci?n. En lugar de jornal se les pagaba por tareas, o sea a destajo, calculado de manera que el trabajador pudiera cubrir en un solo d?a la tarea encomen dada. Algunas de estas haciendas pagaban 25 centavos por el corte del primer millar de hojas, y 3 por el segundo y el tercero. En cambio, las personas ajena s a estas haciendas reci b?an de 2 a 3 reales por igual tarea, sin alimentaci?n. Entre las personas ajenas destacan los huastecos, ?stos a veces lle gaban solos, en otras ocasiones conducidos por contratistas,

a quienes se entregaba 6% de todos los salarios pagados a los trabajadores. A los huastecos que trabajaban la maqui naria y el prensado se les hab?a aumentado su salario de 75 centavos a un peso. Kaerger ve?a con optimismo la bonanza henequenera; su l?mite lo fijaba la paz en las Filipinas.5 Destaca la importancia de las comunicaciones fluviales 3 Kaerger, 1986, pp. 282 y 283.

4 Gonz?lez Navarro, 1957, pp. 187-280. 5 Kaerger, 1986, pp. 36-39.

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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO

tabasque?as y atribuye a que las propiedades agr?colas en su mayor?a estuvieran en manos de mexicanos y de espa?oles (canarios en particular), y en menor medida a que las empresas fueran peque?as y que realizaran sus cultivos de manera "muy

primitiva", esto lo comprobaba su manera de preparar los

almacigos. Por el contrario, en otra ocasi?n subraya el car?cter

progresista de las haciendas cerealeras espa?olas que de hecho constitu?an "el ?nico elemento progresista entre los agricul tores de cereales". Volviendo a Tabasco, Kaerger recuerda

que la organizaci?n del trabajo era semejante a la de Yuca t?n, los sirvientes se endeudaban por algunos cientos de pesos;

la autoridad estaba facultada para regresar a la hacienda al trabajador endeudado fugitivo. Imputa las frecuentes quejas de los finqueros sobre la escasez de trabajadores a la baja den sidad de la poblaci?n (5 habitantes por km2, 5.95 seg?n mis Estad?sticas sociales del Porfiriato (M?xico, 1956, p. 68), la faci

lidad para adquirir propiedades, la fertilidad del suelo (con poco esfuerzo se pod?a adquirir la alimentaci?n b?sica), "la falta de ganas de la poblaci?n para trabajar" y el bajo nivel de los jornales. La referencia a la falta de ganas para trabajar manifiesta con claridad su incomprensi?n de la mentalidad precapitalista de los trabajadores tabasque?os. Dos de los tres millones de hect?reas hab?an sido entrega dos en propiedad privada, escribe Kaerger, pero s?lo se cul tivaban 100 000, esto lo atribuye a la escasez de capital y a la falta de iniciativa de mexicanos y espa?oles (?stos eran casi

los ?nicos inmigrantes); los norteamericanos probablemente alterar?an esa situaci?n, pues ya se hab?an establecido en Te

huantepec, en caso de que se interesaran en el cacao tabasque?o.6

En el cultivo del tabaco se?ala tres clases de trabajadores: habitantes de las haciendas que recib?an un salario de 50 cen tavos, sin alimentos, arrendaban una parcela de ma?z a los hacendados a cambio de entregarles el 10% de la cosecha,

estos peones arrendatarios eran pocos, por ejemplo, 14 en una hacienda de 250. En segundo lugar, los contratados de febrero a septiembre generalmente proced?an de las tierras altas, los 6 Kaerger, 1986, pp. 46-47, 60-61, 216.

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KARL KAERGER

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contratistas recib?an de 2 a 4 pesos por trabajador contrata do. Estos trabajadores pagaban la mitad de sus gastos de viaje,

recib?an un anticipo de 20 pesos y un jornal de 3 a 4 reales. En fin, el tercer grupo lo formaban los trabajadores de San Andr?s, Tuxtla; por una semana en la finca recib?an de 4 a 5 reales, sin sustento. Los plantadores extranjeros estaban muy satisfechos con este sistema, no as? los mexicanos, porque reci bir un monto fijo, independientemente de la clase de tabaco, provocaba un desinter?s por la calidad del producto. Adem?s, en lugar de evitar el robo en las bodegas, ellos mismos lo rea

lizaban, por el deficiente control de los propietarios.7 Con amplitud explica las quejas de los cafetaleros chiapa necos, alemanes en su mayor?a. Los colonos recib?an tierra suficiente para cultivar su ma?z a cambio de trabajar todo el a?o. El jornal de los libres era 5 reales, 4 el de los deudores. La mayor?a de los trabajadores de Soconusco eran tempora les, en agosto-enero bajaban de las regiones monta?osas para cosechar de dos a tres meses. Su salario: 50 centavos; al pro pietario le resultaban 75 por los gastos de la contrataci?n y las p?rdidas ocasionadas por las deserciones. Los habilitados y sus ayudantes eran de planta, los primeros recib?an 100 pesos

mensuales m?s sustento valuado en 17-20 pesos. Cuando los habilitados no pod?an encontrar trabajadores, los patrones directamente contrataban indios de Tehuantepec, con gra ves p?rdidas porque muchos hu?an. Con la huida los patro nes perd?an los anticipos, pero el salario "realmente no les alcanza". En Guatemala, al igual que en Veracruz y en Yuca t?n, se pod?a obligar legalmente a los fugitivos a regresar a las fincas; en Tabasco las autoridades administrativas los obli gaban aun sin ley. Las p?rdidas de los cafetaleros ten?an un monto de 100 hasta 400 pesos por fugitivo, en conjunto amor tizaban hasta 60 000 pesos; lo peor era la incertidumbre de si pod?an contar con trabajadores suficientes a la hora de la cosecha. Esto hac?a muy dif?cil calcular con exactitud los gastos

del caf? chiapaneco.8

Kaerger tambi?n detalla la situaci?n de los trabajadores 7 Kaerger, 1986, pp. 64-65. 8 Kaerger, 1986, pp. 103-109.

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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO

oaxaque?os; cada familia de terrazguero recib?a un solar (media hect?rea), a cambio de cultivar el ma?z aportando bue yes y herramientas, semillas y trasladar por su cuenta el ma?z

a la hacienda. El terrazguero tambi?n deb?a trabajar gratis al hacendado de 10 a 15 d?as, la llamada guelaguetza; adem?s, estaba obligado a amansar animales, esto, obvio, era "lastre

y ventaja" para ambas partes. Los "gabaneros" (mujeres y

ni?os) pod?an recoger las mazorcas que se ca?an al ser trans

portadas a la hacienda, pero ?sta vigilaba que no cayeran

intencionalmente y no permit?a robo alguno. El terrazguero deb?a hacer la faena del domingo, o sea una tarea gratis pero m?s ligera, generalmente de limpieza. Tambi?n pod?a llevar a pastar gratis sus bueyes en el rastrojo. La situaci?n de los trabajadores le parece "bastante buena", algunos pose?an de

dos a tres yuntas de bueyes, otros hasta 20, en cuyo caso pod?an cultivar hasta 400 o 500 surcos.9 En Jalisco y en Guanajuato, los dos m?s grandes estados agr?colas, lo usual era trabajar el ma?z y el frijol a medias, pero tambi?n se recurr?a al endeudamiento. Las diferencias regionales se multiplican; en una hacienda cercana a Celaya distingu?an entre los medieros "a rajar" (poseedores de sus yuntas y herramientas) y los medieros "al quinto", ?stos reci

b?an yuntas y herramientas, pero deb?an pagar la quinta parte

de su mitad en calidad de renta, de este modo s?lo obten?an

el 40% de la cosecha.

El intenso desarrollo industrial de Puebla hizo que los tra bajadores externos de las haciendas ganaran de 3 a 4 reales, 2 los acasillados y a veces una parcela de 2 almudes. S?lo en algunas ocasiones los acasillados estaban en peor posici?n que los externos, cuando ?stos eran obligados a cubrir sus necesi dades de ma?z en la hacienda por un precio fijo establecido muchos a?os atr?s, pese a todo permanec?an en la hacienda porque las leyes de Puebla eran muy estrictas con los endeu dados; en efecto, tipificaban como fraude la no devoluci?n del anticipo, por lo que el infractor pod?a ser perseguido por la justicia. El pe?n s?lo pod?a abandonar la hacienda si era contratado por otro hacendado, lo que muy raras veces suce 9 Kaerger, 1986, pp. 220-229.

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KARL KAERGER

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d?a, ya que tal acto era contrario "a las normas de las bue nas costumbres y las convenciones sociales", por esta raz?n el endeudado se encontraba como esclavo frente al patr?n, "tal como me lo expres? de manera tajante un administra dor", comenta Kaerger.10 Casi s?lo justifica la segunda parte del t?tulo de este libro, la colonizaci?n, la breve explicaci?n de Kaerger de que el clima

del altiplano no era saludable porque lo delgado del aire en muchos casos provocaba enfermedades nerviosas o trastor nos estomacales. Adem?s, esa zona era ?rida, seca y, de cual quier modo, estaba habitada por los nativos. El clima de las regiones tropicales era "demasiado insalubre". Las laderas subtropicales no eran recomendables para los inmigrantes (al igual que el resto de M?xico y los pa?ses occidentales de Am?

rica del Sur) porque el bajo nivel del jornal

har?a imposible a un inmigrante sin recursos o con capital aho rrar una peque?a cantidad inicial de dinero para su independi zaci?n a trav?s de la presentaci?n de sus servicios y de su cono cimiento del pa?s, imprescindibles para su progreso exitoso. El hecho de que esta posibilidad de ahorro inicial constituya una de las condiciones m?s importantes para garantizar el ?xito de la colonizaci?n de inmigrantes europeos, parece quedar com probado de una manera irrefutable a trav?s de los numerosos ejemplos que he reunido tanto aqu? como en otras partes.11

Convendr?a comparar esta fuente con las mexicanas ofi ciales, como las circulares de agosto de 1877 (tanto de la Secre

tar?a de Hacienda como con la abundante de Fomento), la publicada y la in?dita, los informes de los diplom?ticos fran ceses (con frecuencia con un matiz diferente por la contrapo sici?n de intereses), el Directorio oficial de minas, haciendas y ranchos de M?xico de 1910, de John R. South worth. As? dispondr?amos de varias fuentes de todo el Porfiriato. Genaro Raigosa defendi? en ese mismo a?o de 1900 la pol? tica agr?cola y agraria de Porfirio D?az. Seg?n ?l, el jornal del pe?n del campo ten?a dos aspectos caracter?sticos: por ser 10 Kaerger, 1986, pp. 216-220. 11 Kaerger, 1986, pp. 261-262.

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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO

intermitente, era tan precaria la existencia del trabajador que

se ve?a obligado a tomar las cosas precisas para la vida donde se encontraran y donde se pudiera contraer deudas que sin descanso lo agobiaban. Seg?n Raigosa ?sta era la ?nica expli caci?n posible de que el trabajador no muriera "literalmente de hambre". Pero aun cuando el jornal fuera continuo, era tan peque?o (18 centavos en gran parte del pa?s, 37 en los casos m?s favorecidos, 50 en "las goteras de la capital") que s?lo permit?a "una alimentaci?n puramente animal y rudi mentaria". De cualquier modo, no permit?an elevar el salario ni la cantidad de obra hecha, ni casi su calidad, comparada con los resultados de otros motores, en acci?n. De all? viene y no de simple abuso de los patrones, la triste y lamentable condi ci?n del jornalero, tan triste y lamentable que no se diferencia de la esclavitud m?s que en el nombre pues el distintivo car?c ter de ?sta es precisamente privar al esclavo de toda remunera ci?n personal que exceda del alimento (salario Ley de bronce: Ricardo), el vestido y la alimentaci?n, es decir, de la misma remuneraci?n concedida al animal, y todav?a es m?s triste esa condici?n, si se reflexiona que cuando la esclavitud era una ins tituci?n autorizada, la ley proteg?a al esclavo contra el amo si ?ste no prove?a con amplitud a las necesidades indicadas, mien tras que en el estado presente el patr?n no tiene obligaciones de ning?n g?nero con respecto del pe?n del campo; de modo que, si en ?pocas angustiadas lo ayuda y cuida de ?l, es por filan trop?a o por inter?s, por el mismo inter?s con que atiende su ganado de trabajo y procura su buen estado de servicio.12

Raigosa, al igual que Kaerger, calific? este trabajo como esclavitud. De cualquier modo la poblaci?n activa que s?lo era de 1 462 684 personas, sosten?a a 2 550 000 "neutros" y a 8 473 368 pasivos. Conforme a estos c?lculos los 60 millo

nes de pesos del presupuesto federal y 40 de los estados y muni cipios, hac?an que anualmente el habitante activo tuviera que

aportar 66 pesos, es decir, llevaba sobre sus espaldas "el peso de una masa inerte once veces superior en volumen al suyo

propio".13

12 Raigosa, 1900, pp. 36-39. 13 Raigosa, 1900, pp. 37-41.

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KARL KAERGER

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Raigosa al a?o siguiente, 1901, public? una historia de la agricultura, como un cap?tulo de M?xico, su evoluci?n social. Aun

que en su opini?n el territorio mexicano era tan vasto como "pr?digamente dotado por la naturaleza con todo g?nero de posibilidades remuneradoras de la industria humana" (opi ni?n antit?tica a la de la mayor?a de los cient?ficos), su ade lanto era inferior a las otras actividades econ?micas, y a dis tancias inconmensurables de la agricultura cient?fica "del resto

del mundo civilizado". En efecto, "la gran masa rural era la m?s refractaria al progreso moderno": en la agricultura s?lo se la empleaba como motores de sangre (las cursivas son nues tras), de ah? su escaso rendimiento del trabajo, su costo enor

me, que obligaba al alza inmoderada de los precios de las sub sistencias; esto reflu?a a su turno en los salarios inmutables, de ah? el ciclo incesante de la labor manual m?s y m?s ap?ti ca e insuficiente. Como los dirigentes agr?colas hab?an sufri do la misma "selecci?n depresiva", en general no eran los m?s aptos, sino los favorecidos, por la herencia, el atavismo o el cansancio, es decir, s?lo les bastaba ser resistentes a las fatigas de la equitaci?n y levantarse temprano.

Por esa raz?n en M?xico no era posible la agricultura

moderna cient?fica, seg?n la cual la proporci?n que aumenta la remuneraci?n del operario, va disminuyendo el costo del objeto producido. En M?xico, por el contrario, con el siste ma del trabajo barato el m?ximo anhelo del hacendado era la reducci?n de los salarios, sea con los pagos en especie, con el cr?dito abierto para los objetos de consumo limitable en la raya semanaria, con no despreciable beneficio del patr?n,

o con la aparcer?a rural. De ah? la paradoja:

A salario bajo, agricultura pobre y producto caro, tan caro que sin la doble protecci?n del alto precio del oro y del alto tipo del derecho arancelario, el producto extranjero con salarios diez veces superiores y fletes de millares de kil?metros, ahogar?a instant?

neamente al producto nacional. El pa?s paga, por lo tanto, a su agricultura una subvenci?n anual equivalente, por lo menos, a la prima del oro y al importe del impuesto de importaci?n sobre el volumen total de sus productos; para que pueda existir, y toda

v?a en condiciones precarias, esa gran industria, que en el esta

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do presente de su mecanismo parece derogar todas las leyes del equilibrio y de la vida real.

La agricultura mexicana se encontraba en la misma situa ci?n que, en otras partes del mundo, guardaba medio siglo atr?s. La irrigaci?n, uno de los remedios invocados para mejo rar la agricultura, no era s?lo problema de presas y zanjas sino de regularizar el uso y aprovechamiento de la captaci?n y distribuci?n de las aguas.14 La poblaci?n urbana, pese a su peque?o n?mero, en s?lo dos d?cadas hab?a dado a M?xico "grandeza y poder?o, rique za y bienestar, seguridad y confianza". Por sus condiciones naturales, M?xico deber?a ser "esencialmente agr?cola y emi nentemente exportador", y no hab?a ocurrido as?. La mine r?a y la industria fabril y manufacturera, pese al corto n?me

ro de personas ocupadas en ellas, eran la base econ?mica de

M?xico.15

Tomando en cuenta que Karl Kaerger y Genaro Raigosa identificaron peonaje y esclavitud, conviene recordar que aqu?l

predominaba, casi siempre de hecho en el centro, de manera legal en el norte y en el sur. La esclavitud, pese a haber sido abolida desde 1829, seg?n algunos subsist?a disfrazada en el peonaje; Tadeo Ortiz, por ejemplo, escribi? en 1832 que ?l no ve?a diferencia entre el esclavo negro y el indio de la hacien

da mexicana.16 La venta de los mayas rebeldes prisioneros a Cuba a la mitad del XIX replante? la cuesti?n. En efecto, el c?nsul

mexicano en esa isla inform? a la Secretar?a de Relaciones Exteriores que continuaba la exportaci?n de esos indios a Cuba. El gobierno mexicano, tras calificar tal venta de "escla vitud verdadera", advirti? que no permitir?a que se repitie

ra "semejante atentado", igual al de 1849. Espa?a replic?

que Cuba, por humanidad y filantrop?a, hab?a aceptado como colonos a 150 indios yucatecos, mediante el pago de 25 pesos

por el enganche de cada uno de ellos. Esos contratos nada 14 Raigosa, 1901, pp. 29, 36, 38-39, 45. 15 Raigosa, 1901, pp. 37-39. 16 Ortiz, 1832, p. 569.

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ten?an que ver con la esclavitud, pues conced?an un d?a de descanso a la semana y un pedazo de tierra en beneficio de los mayas. Acept? que, al parecer, hab?a algunas cl?usulas duras para los fugitivos, pero no eran exageradas, porque el propietario garantizaba al colono alimento sano y abundan te, vivienda, vestidos, m?dicos y medicinas, salario mensual de 2 pesos, etc., y, sobre todo, "el propietario necesitaba auto

ridad para castigar cierta clase de faltas, tal como se hac?a en M?xico mismo en los llanos de Apam". Supuso que el gobierno mexicano debi? de haber queda do complacido con esa respuesta porque no se hab?a vuelto

a hablar del asunto. Manuel Diez de Bonilla, secretario mexi cano de Relaciones Exteriores, replic? que tal suposici?n era falsa porque el gobernador yucateco B. Barbachano no hab?a sido absuelto, pero aunque as? hubiera sido, eso no legaliza r?a los delitos de que se quejaba. Prob?, adem?s, con el regla mento del conde Alcoy, de 1849, que las cadenas y los grille tes de que se quejaba no eran un fantasma. El espa?ol marqu?s

De la Ribera, atribuy? a susceptibilidad mexicana el haberse ofendido porque hab?a denunciado que en los llanos de Apam los administradores de las haciendas distantes de las pobla ciones castigaban por su propia mano las faltas y delitos de los indios ("de suyo inclinados a la holgazaner?a, a la bebida o al robo") con palos, cepo o grilletes que, aunque ilegales, hab?an adquirido por la pr?ctica fuerza de ley. S?lo la muer te salvaba a los indios, porque si se fugaban eran aprehendi dos y el propietario que arrebataba a otros los suyos ten?a que

pagar la deuda de ?stos:

?no se parece esto mucho a un rescate? ?Tan distante est? este procedimiento de ese que el se?or Bonilla apellida esclavitud?, a?ad?a victorioso el ministro espa?ol en M?xico.17

Yucat?n hab?a dispuesto desde abril de 1824 que los cria dos s?lo pod?an separarse de sus amos por causa leg?tima y probada; entre ?stas no se inclu?a la arbitraria devoluci?n del inter?s

o dinero recibido. La ley de 1843 ratific? que los trabajadores 17 Gonz?lez Navarro, 1970, pp. 124-126.

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no podr?an separarse hasta satisfacer su adeudo por medio del tra

bajo (las cursivas son nuestras). El decreto oaxaque?o del 17 de noviembre de 1827 fue una transacci?n entre que los sirvientes no pudieran separarse, ni aun devolviendo lo adelantado, y su liberaci?n absoluta

al regresar el adelanto, pues admit?a que los jornaleros podr?an

liberarse de la obligaci?n del pago que hubiesen recibido por adelantado con la condici?n de que continuaran 15 d?as y el

doble los meseros. Prohibi? que los hijos de los jornaleros estu

viesen obligados a pagar con su trabajo personal las deudas de sus padres, pero si hubiesen heredado de aqu?llos algunos

bienes pagar?an la deuda hasta donde ?stos alcanzaran. En

fin, los jornaleros, diarios o meseros, s?lo podr?an empe?ar

su trabajo hasta por un a?o. Chiapas decret?, 25 a?os des

pu?s, que se formara un padr?n de los sirvientes dom?sticos

pr?fugos.

En los estados fronterizos norte?os tambi?n se registra la servidumbre legal, pero mientras en el sur hay una densa poblaci?n, en el norte escasea. De ah? que la fuga de los sir vientes adeudados en Coahuila alarmara a las autoridades por que tem?an la par?lisis de la agricultura por la falta de bra zos. As? ocurri? cuando en cinco villas del Departamento de R?o Grande en 1836-1849, 90 deudores de 10 300 pesos (pro medio de 114.40 pesos por persona), se fugaron al otro lado del r?o.

Ante la queja de la legislatura local, la Secretar?a de Rela ciones Exteriores instruy? al ministro mexicano en Washing ton para que se adicionara al tratado de extradici?n una cl?u sula que permitiera recuperar a esos fugitivos. El gobierno federal inici? tales diligencias, pese a estar convencido de que esas fugas rigurosamente no pod?an considerarse "delitos p?blicos". Acept? gestionar la devoluci?n de los fugitivos s?lo para remediar las graves p?rdidas que ocasionaba a los hacen dados, es decir, algunas veces hac?a suya la causa de los hacen dados, pero con cierto desgano. Michoac?n legalmente obli gaba a los sirvientes y a los oficiales de los talleres, y en general

a los jornaleros que recib?an dinero adelantado a cuenta de su trabajo, a cumplir con ?ste. Algunos estados, conforme al criterio de Guanajuato de que "la vagancia es el origen de This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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todos los vicios y de todos los delitos", combatieron aquella en beneficio de la clase dominante.18 En el Congreso Constituyente de 1856-1857 se presenta ron tres iniciativas de ley tendientes a resolver el problema agrario. En la m?s c?lebre de ellas, el voto particular de Pon ciano Arriaga denunci? que pocos individuos estaban en pose si?n de inmensos e incultos terrenos que podr?an proporcio nar la subsistencia a muchos millones de hombres que gem?an

en la m?s "horrenda pobreza, sin propiedad, sin hogar, sin industria, ni trabajo". Tal pueblo no pod?a ser verdadera mente republicano. No pretendi? proscribir la idea de pro piedad, cosa imposible, sino, con base en las Leyes de Indias, restablecer su derecho a cortar le?a para sus usos comunes, aun en los montes de propiedad particular con tal de que no los arruinasen; que el uso de todos los pastos, montes y aguas conforme a tales leyes, debe ser com?n a todos los vecinos para.que los disfruten libremente, como quisieren; que en las tierras y heredades de que el rey hubiere hecho mer ced (que en su origen son las m?s), son comunes, y lo mismo los montes, pastos y aguas contenidos en las mercedes hechas o que se hicieren; que los indios estaban libres del diezmo, de la alcabala; que sus salarios o jornales se les deb?an pagar en dinero en efectivo, seg?n mandato de ley expresa, y que ten?an otras exenciones que ser?a muy largo referir.

Con el fin de remediar esos agravios propuso que los posee dores de fincas r?sticas mayores de 15 leguas cuadradas debe r?an cultivarlas; aquellos que despu?s de un a?o no hubieren cumplido con esa ley, causar?an a favor del erario federal una contribuci?n de 25 el millar sobre su valor verificado por peri

tos que nombrara el gobierno. Los terrenos de fincas r?sti cas o haciendas mayores de 15 leguas, que despu?s de dos a?os no los cultivaran ser?an considerados bald?os, remat?n dolos al mejor postor. Aboli? las vinculaciones, las mejoras de tercio y quinto, los legados testamentarios y las sustitucio nes que consistieran en bienes territoriales. Prohibi? las adju

dicaciones en favor de las corporaciones religiosas, cofrad?as 18Gonz?lez Navarro, 1978, pp. 589-596. This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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o manos muertas. Rancher?as para pastos, montes o cultivos los recibir?an, previa indemnizaci?n al anterior propietario; dichas tierras se repartir?an entre los vecinos respectivos a cen

so enfit?utico o de alguna manera que permitiera al erario recobrar el "justo importe de la indemnizaci?n". Prohibi?

a los propietarios impedir el comercio y la industria en el inte

rior de sus fincas. El salario de peones y jornaleros deber?a pagarse en dinero efectivo. Los constituyentes no aprobaron este voto porque lo tacha ron de comunista. Se conformaron con el art?culo quinto: nadie pod?a ser obligado a prestar trabajos personales, "sin la justa retribuci?n y sin su pleno consentimiento". Tambi?n incorporaron la ley de desamortizaci?n de Miguel Lerdo de Tejada de 1856, que prohib?a a las corporaciones civiles o ecle si?sticas administrar por s? bienes ra?ces. Los abusos que se cometieron al iniciarse la desamortizaci?n de las comunida des ind?genas produjeron varios levantamientos que el gobier

no liberal reprimi? para defender las propiedades de los hacendados.19 Por entonces fueron asaltadas varias haciendas del hoy esta

do de Morelos; los espa?oles propietarios de esas fincas acu saron de esos asaltos a las tropas de Juan Alvarez. Este rechaz?

los cargos y a su vez acus? a la mayor?a de los hacendados de enganchar a los labriegos como esclavos con deudas que pasaban hasta la octava generaci?n.20 La vieja comparaci?n entre peonaje y esclavitud de la mitad del siglo, se?alada en la disputa con Cuba por la venta de los mayas, renaci? cuando el procurador de los Estados Uni dos calific? de esclavitud las condiciones en que trabajar?an en M?xico los operarios que llevaran los sure?os a M?xico. Mat?as Romero (representante mexicano en Washington) acept? que ciertos abusos de la tierra caliente podr?an com pararse, en sus efectos pr?cticos, con el reglamento del 5 de septiembre de 1865 que permit?a la entrada de esos opera rios. Pero seg?n ?l esos abusos eran muy reducidos y el gobier

no mexicano hab?a manifestado un especial empe?o en desa 19 Gonz?lez Navarro, 1974, n, pp. 267-268, 284-287, 302-303. 20 Gonz?lez Navarro, 1974, n, p. 304.

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rraigarlos. En cambio, la segunda disposici?n de Maximiliano,

del 1 de noviembre de ese mismo a?o, liber? a los peones endeudados y a los trabajadores de las panader?as, tociner?as

y f?bricas de jab?n a condici?n de que pagasen al contado sus deudas, cosa por cierto casi imposible en la mayor?a de

los casos. Los hacendados de todos los colores pol?ticos se opu sieron a este decreto, semejante al fallido voto particular de Ponciano Arriaga de nueve a?os atr?s.21 Al separarse Campeche de Yucat?n, el primero de estos estados en su propia ley sobre esta materia, del 3 de noviem bre de 1868, distingui? entre los jornaleros (se les pagaba con forme a la costumbre o lo estipulado en las contratas) y los asalariados (se les pagaba mensualmente). Aunque dicha ley reconoci? la libertad de trabajo, poco tiempo despu?s anul? esta garant?a de la Constituci?n de 1857, cuando concedi?

a los sirvientes adeudados un plazo m?ximo de cinco a?os para que liquidaran sus deudas con los propietarios. Pasados esos cinco a?os deber?an contratarse por un m?ximo de tres a?os, y si pasado este ?ltimo lapso no hab?an terminado de pagar su deuda, nuevamente podr?an contratarse con el mis

mo propietario o separarse de su servicio, siempre que le paga

ran su adeudo. Aumenta el car?cter carcelario de esta ley la disposici?n de prohibir que, excepto el propietario o su encar gado, ninguna persona deb?a prestar dinero o efectos a los

sirvientes, "por cuenta de trabajo personal, so pena de perderlo".

En cumplimiento de esta ley, las autoridades campecha nas publicaron en 1869 una estad?stica sobre el n?mero de fincas, sirvientes y deudas, cuyos datos eran oficiales y exac tos, pero incompletos, porque en algunos partidos evidente mente hab?a m?s sirvientes endeudados. De cualquier modo, las deudas por sirvientes aumentan de 57.03 pesos en 1869 a 94.77 en 1878, y el porcentaje de los sirvientes del 7.51% del total de los habitantes en 1869 al 10.25% en 1878.22 Al disminuir el peligro de la guerra de castas en Yucat?n 21 Gonz?lez Navarro, 1974, 11, p. 598. 22 Gonz?lez Navarro, 1970, pp. 195-198, cuadro i del Ap?ndice Esta d?stico.

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y aumentar la demanda de la mano de obra para trabajar el henequ?n, se declararon vigentes algunas leyes que autori zaban el peonaje: el 3 de marzo la del 30 de octubre de 1843 y el 18 de agosto la del 12 de mayo de 1847. Pese a esta cono cida legislaci?n y a que las autoridades publicaban estad?sti

cas oficiales sobre el n?mero de sirvientes, sorprende el empe ?o de negar hechos tan evidentes. Por ejemplo, Pedro de Regil

Pe?n, Manuel Donde y Jos? Garc?a informaron a la Secreta r?a de Hacienda, el 26 de marzo de 1878, que en Yucat?n no exist?a el problema del trabajo porque abundaban las tie rras, hab?a libertad de trabajo y escaseaban los trabajadores. Seg?n ellos conven?a prevenir que una "falsa filantrop?a" echara por tierra la laboriosa obra de organizaci?n social que pese a sus errores e imperfecciones y hasta de sus abusos, nos ha tra?do por el curso natural del tiempo y de la perfectibilidad

humana a un grado de civilizaci?n que nos permite figurar

modesta, pero decorosamente, en la lista de los pueblos cultos.

En el culto Yucat?n, al iniciarse el auge henequenero, una estad?stica oficial registra 25 060 sirvientes en 1883 y 26 273

en 1885, en n?meros relativos estos sirvientes aumentan del

9.05% del total de los habitantes al 9.46%, en las mismas fechas; Pe?n, Donde, y Garc?a hab?an admitido que no falta ban algunos abusos en el trato a los trabajadores, pero no eran

tantos como algunos supon?an, porque la misma escasez de los trabajadores obligaba a los propietarios a atender el bie nestar material de sus sirvientes. Las autoridades yucatecas reforzaron de diferentes mane ras la servidumbre; por ejemplo, una circular del 10 de abril de 1893 recomend? a los jefes pol?ticos que procuraran ente rarse sobre el cumplimiento de los contratos celebrados entre

los propietarios de las fincas r?sticas y los colonos naciona les, poniendo en conocimiento del gobierno las faltas que ob servaran. Mucha mayor importancia tuvo el hecho de que la legislaci?n penal y de procedimientos penales, tanto de Campeche como de Yucat?n, hayan conservado la tradici?n colonial de reconocer el car?cter de autoridades a los mayor domos y administradores de las fincas rurales. This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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En fin, los voceros de los hacendados yucatecos califica ron de progreso econ?mico la esclavitud, aunque pareciera blasfemia a la metaf?sica. Yucat?n era, en su opini?n, el mejor

ejemplo de esta tesis, pues el progreso del henequ?n se deb?a a la esclavitud de los mayas.23 Acaso la situaci?n de los peones chiapanecos fue la m?s

desfavorable de todas. En efecto, El Socialista denunci? en 1885

m?ltiples casos, principalmente en Pichucalco, de sirvientes endeudados que recib?an m?s de 200 azotes porque solicita

ban su "desacomodo", o sea separarse de la finca. El sena dor y ex gobernador de Chiapas, Manuel Utrilla, explic? en una entrevista que, excepto en Pichucalco, trabajaban en luga res insalubres, las deudas eran hereditarias y se acostumbra ban grilletes, cepos y cadenas. Las averiguaciones para reme diar estos males no prosperaban porque los propietarios eran los mismos encargados de hacerlas. Esta situaci?n s?lo pod?a explicarse por la falta de educaci?n de los sirvientes, su pere za proverbial y "por ser la ?nica manera de sujetarlos a la

obediencia".

Quirino Dom?nguez, juez segundo de lo criminal de la ciu

dad de M?xico, terci? en la entrevista opinando que los hechos

denunciados en Chiapas pod?an calificarse como verdadera esclavitud. Atribuy? esa situaci?n a la ignorancia de los peo nes y a que los propietarios eran casi siempre autoridades; juzg? por eso indispensable que el gobernador visitara hacien das y pueblos para explicar a los mozos, en presencia de sus patronos, sus derechos, y encomendar a los jefes pol?ticos la estricta vigilancia de los indios. Sin embargo, como Dom?n guez cre?a justo el sistema de pr?stamos, porque satisfac?a las

necesidades de los peones, se opuso a que las autoridades exa minaran los libros de cuentas porque eso significaba inmis cuirse en asuntos privados, cosa desautorizada por la ley. ?ngel Pola insisti? que en Pichucalco, Simojovel y Palen que hab?a una verdadera esclavitud. En Chiapas y en El Cen tro apenas ganaban lo indispensable para vivir, pero sus deu das no eran muy grandes y se les trataba con humanidad; 23 Gonz?lez Navarro, 1970, pp. 195-198, 200-201, 205, cuadro i del Ap?ndice Estad?stico.

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en Comitan, en cambio, las deudas se elevaban a algunos cen tenares de pesos; en la ?poca de las cosechas algunos indivi duos recorr?an los pueblos ind?genas contratando gente para trabajar, y despu?s la revend?an a los hacendados con una

ganancia hasta de 50%. El peri?dico oficial atribuy? esta lamentable situaci?n a que los sirvientes "acomodaban" a

sus hijos desde muy peque?os. ?ngel Pola propuso estos reme dios: instrucci?n primaria obligatoria, jornada de siete horas, que las deudas no fueran hereditarias, nulidad de las deudas de los menores y que las autoridades de los departamentos no fueran nativas de esos sitios.

Entre los numerosos defensores del trabajo rural chiapa neco se cuenta Clemente F. Robles, quien neg? que en Chia pas hubiera esclavitud y acus? al peri?dico El Socialista de esc?ndalo y calumnia. Reconoci? el derecho de los padres para "acomodar" a sus hijos, y se?al? que ninguna ley prohib?a el trabajo en zonas insalubres. Tambi?n Salvador Zenteno consider? falso que hubiera esclavitud en Chiapas; no pod?a considerarse como tal el derecho que todo hombre tiene para comprometer durante alg?n tiempo sus servicios, recibiendo anticipadamente la remuneraci?n de ellos; de ese modo, tam bi?n debieran considerarse esclavos a los funcionarios, abo gados, m?dicos, artesanos, en una palabra, cualquiera que se comprometiera a trabajar; pero pas? por alto que el pro blema consist?a en convertir en penal un asunto meramente civil: el incumplimiento de un contrato. Otro m?s quiso hala gar a un diario cat?lico con el argumento de que si para el obispo Villalbazo, Chiapas era una regi?n predilecta de Dios, no pod?a haberlo dicho si en ella hubiera esclavitud. De cualquier modo, algunas autoridades reconocieron que la servidumbre imperaba en Chiapas. De Pichucalco infor maron a la Secretar?a de Fomento, en diciembre de 1885, cuando la pol?mica estaba en su apogeo, que para contratar 40 sirvientes ten?an que emplear hasta 8 000 pesos, con el grave riesgo de que por su muerte o fuga se perdiera esa cantidad.

Se atribuy? el sistema de endeudamiento a la escasez de bra zos, y la natural pereza ind?gena favorecida por la fertilidad

del suelo. Seg?n este informe personas de buena fe, pero igno

rantes, ve?an en estos tratos una disimulada esclavitud, cosa This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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falsa porque los peones dispon?an de un pedazo de tierra que pod?an trabajar los d?as festivos. Si trabajaban esa tierra con actividad y llevaban una vida frugal pod?an amortizar su deu

da "como acontece con frecuencia". Parece dif?cil aceptar

que si las deudas alcanzaban hasta 500 pesos, y el salario men sual fluctuaba entre 18 y 37 centavos, como lo reconoc?an los

propios hacendados, los peones pudieran amortizar sus

deudas.

Once a?os despu?s, en abril de 1896, se reuni? un congre so en Chiapas convocado por las autoridades. Los hacenda dos declararon que la condici?n de los peones endeudados no pod?a ser peor, pero la indolencia de ellos era la causa. Las autoridades chiapanecas preguntaron a los hacendados si en su opini?n la servidumbre pod?a considerarse como verda dera esclavitud, y si era contraria a la Constituci?n y a los principios de la econom?a pol?tica. Como resultado de este congreso el gobernador Francisco Le?n decret? en mayo de 1897 que se abriera un registro del 12 de septiembre al 12 de noviembre de 1897 para inscribir a amos y mayordomos y la deuda de los sirvientes. No se reconocer?a ning?n con trato posterior a esta fecha que excediera el salario de dos meses; en los libros de registro se anotar?a una sucinta rela ci?n del contrato, castig?ndose como fraude a quienes pre tendieran pasar como adeudados a los peones no inscritos en ese registro. Un a?o despu?s se supo que en las 5 858 fincas hab?a 3 512 sirvientes adeudados, exceptuando los de Soco nusco, y una deuda total de 3 017 012 pesos. Como los abusos continuaron, el gobernador Ra?l Raba sa expidi? una circular en 1908 recomendando a los jefes pol?

ticos que reprimieran el pago con vales a los sirvientes, con signando a los infractores a la autoridad competente para los efectos del art?culo 430 del c?digo penal. Por entonces tam bi?n se reglament? el trabajo de los enganchadores para evi

tar abusos.

Como queda en pie la pregunta de si el peonaje es igual a la esclavitud, es oportuno recordar que en agosto de 1897 doce vecinos de Ticul interpusieron un amparo* porque des * Sorprende este hecho en una poblaci?n campesina pobre, en su mayo

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de hac?a 14 a?os el presidente municipal, por orden del jefe pol?tico, les exig?a servicios agr?colas gratuitos en la semen tera de tabaco del jefe pol?tico del partido de Ticul, semente ra situada a seis leguas de sus casas. Estos servicios se exi g?an por medio del cacique de la todav?a vigente rep?blica de ind?genas. De abusos semejantes se tuvo noticia en Tekax, donde con pretexto de la custodia de la c?rcel p?blica algu nos jornaleros eran enviados a trabajar gratuitamente a un rancho del jefe pol?tico.24 Pese a que la Constituci?n de 1857 confirm? la abolici?n de la esclavitud, se ha visto que algunos estados reconoc?an

legalmente el peonaje. La sola posibilidad de que pudiera

lograrse el amparo de la justicia federal contra la servidum

bre rural anula la identificaci?n entre ?sta y la esclavitud. Exis

t?a una cuasiesclavitud cuando se obligaba al pe?n a cumplir su contrato mediante el trabajo, sin aceptar el pago en dine ro; en Chiapas, por ejemplo, como se ha visto, no se permi t?a a los peones "desacomodarse", es decir liberarse.

Hacia la mitad del siglo xix el gobernador del Distrito

Federal comunic? al ministro de Guerra que carec?a de recur sos para cubrir los remplazos del ej?rcito..El ?nico medio de que dispon?a, destinar a los vagos al servicio de las armas, ya no era practicable porque los sentenciados apelaban con ?xito ante la Suprema Corte de Justicia.25

El gobernador Alejandro Prieto, pese a que en Tamauli

pas se consent?an anticipos hasta por un a?o de jornal y que un decreto local ordenaba perseguir a los sirvientes pr?fugos,

intent? derogar el art?culo 5 o constitucional para que desa pareciera la disyuntiva entre el respeto al decreto local que sancionaba el peonaje y la Constituci?n de 1857. La reforma se propon?a abolir la libertad de trabajo. Una vez conseguida se podr?a castigar a los sirvientes pr?fugos.

Prieto sab?a que su reforma ser?a rechazada por los viejos libe

r?a analfabeta y con frecuencia ignorante del espa?ol. Pero importa reco gerlo, aun si fue excepcional, porque supone una posibilidad que pod?a agrietar la instituci?n social del peonaje.

24 Gonz?lez Navarro, 1970, p. 208. 25 Gonz?lez Navarro, 1978, p. 596.

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rales, pero confiaba que lo apoyar?a la joven escuela liberal, la positivista. Despu?s de todo, lo que ped?a era un mayor

apego de la Constituci?n a la realidad social. Los congresos locales enviaron al federal sus respectivos dict?menes sobre este proyecto del gobernador Prieto. Los

diputados de Jalisco no quisieron apartarse del principio que

establec?a que "nadie puede ser obligado a trabajar sin su

pleno consentimiento y sin una justa retribuci?n". Por nin

g?n motivo aceptaron que el gobierno se convirtiera en capataz

al servicio de los hacendados. Adem?s, el inter?s nacional no se inclinaba por esta reforma, porque en la mayor parte de la Rep?blica los contratos de trabajo rural eran diferentes a

los tamaulipecos. La diputaci?n de Guerrero se opuso a la

reforma propuesta porque establec?a leyes privativas en per juicio de los desvalidos. La legislatura morelense vio en ese proyecto falta de patriotismo, liberalismo y humanitarismo.

El congreso de Guanajuato arguyo que no era justo que se sacrificaran los principios en beneficio de una regi?n. Tabasco

acept? la raz?n que asist?a al gobernador de Tamaulipas; pero se opuso a la reforma porque se retroceder?a a la repugnante esclavitud. Sus considerandos parec?an apoyar la iniciativa tamaulipeca, pero dieron la sorpresa de terminar as?: Cuando se llegue a comprender que la naci?n mexicana no quiere esclavos, pero que tampoco abriga pillos, que quiere hombres libres pero honrados que la hagan prosperar y la engrandezcan,

entonces se comprender? que no hay inconstitucionalidad en penar a un hombre que a pretexto de prestar trabajos persona les, obtiene una cantidad con la premeditada intenci?n de no ejecutarlos y usando de tal pretexto como subterfugio que lo colo

ca dentro de la prescripci?n penal. Cuando se llegue a distin guir friamente cu?l es la deuda de car?cter puramente civil y cu?l la que entra?a el delito de la estafa para abrigar legalmente a la primera y castigar a la segunda, y cuando, en fin, no se crispen los nervios de los CC. magistrados y escritores al ver escrito en un contrato la palabra trabajo personal, entonces los estafadores tendr?n el merecido castigo prescrito ya en nuestra legislaci?n penal y los deudores civiles tendr?n el apoyo que el propio C?digo Civil les otorga, entonces ?stos ir?n, no a traba jar forzadamente porque no lo tolerar? la Constituci?n, pero s?

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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO

a las c?rceles, a extinguir la pena a que por su delito se hayan hecho acreedores seg?n la ley penal.26

Sinaloa acept? anticiparse a este deseo de Prieto porque en ese estado se consideraba estafa el que los peones no paga ran con trabajo las cantidades que se les hubieran anticipa do. El gobernador Francisco Ca?edo hab?a tratado de reme diar este mal reformando la ley en beneficio de los sirvientes;

pero un diario cat?lico protest? contra ella porque no toma ba en cuenta la falta de brazos y la pereza de los escasos tra bajadores que hab?a en el estado: su fin era noble, pero los medios ineficaces y contraproducentes. Del mismo modo, la ley sobre sirvientes de Chihuahua, de acuerdo con el art?culo 5o constitucional, mandaba que nadie fuera obligado a tra bajar, pero admit?a la excepci?n dudos?sima de los peones endeudados que se fugaran de su trabajo. Bernardo Reyes intent? corregir esta situaci?n, sin contradecir las leyes eco n?micas, cuando estableci? en 1908 que el salario de los jor naleros no estar?a afecto al pago de anticipos que se hicieran a cuenta del trabajo, y el anticipo s?lo ser?a exigible hasta la tercera parte de la cantidad que importara dicho jornal en

un a?o.27

Contra la denuncia de John K. Turner varios arg?yeron que no hab?a tal esclavitud, sino un patronato demasiado seve ro "pero que ten?a por objeto imponer el cumplimiento de una obligaci?n de sobra olvidada por los jornaleros agr?co las". Los miembros de la C?mara Agr?cola de Tamaulipas, en 1909, para protegerse contra la servidumbre por la amor tizaci?n de sus capitales, acordaron no adelantar dinero ni mercanc?as a sus jornaleros. Pocos meses despu?s la Uni?n Cafetera de Soconusco, movida por preocupaciones semejan tes, acord? limitar los anticipos a 60 pesos anuales. Pero, en realidad, los peones fueron liberados antes de 1910, pese a

que el peonaje les representaba una fuerte carga econ?mica.28

Henry Barlein escribi? eil 1910 que en muchas partes de Gonz?lez Navarro, 1957, pp. 220-222. Gonz?lez Navarro, 1957, pp. 220. Gonz?lez Navarro, 1978, pp. 599-606. This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:01:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


KARL KAERGER

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Yucat?n exist?a una verdadera esclavitud, tal como la enten d?an las sociedades antiesclavistas y de protecci?n a los abo r?genes. No todos los hacendados eran inicuos, la situaci?n de los trabajadores depend?a mucho del temperamento del due?o o del administrador, pero cuando se preguntaba a los peones si recib?an buen trato, como hab?an sufrido tanto, por

temor a comprometerse, por sistema replicaban, aun cuan do fueran bien tratados, "as? ser?".29 El peonaje y la esclavitud no pueden distinguirse, como piensa Friedrich Katz, porque con el auge del henequ?n en 1907 desapareci? la gran diferencia entre ellos: antes el pe?n que deseaba cambiar de amo ten?a que pagar la deuda, des pu?s el valor de ?sta lo fijaba el precio del henequ?n, y ?ste se decuplic? en la primera d?cada del siglo XX.30 Mucho menos se trata, como lo hizo Rafael Zayas Enr?quez desde 1874, de un juicio paren?tico: la condici?n de los peones mexi

canos era "muy inferior" a la de los esclavos cubanos, por que los due?os de ?stos ten?an inter?s en conservarlos sanos, mientras los hacendados mexicanos les impon?an "tareas colo

sales". Seg?n Zayas Enr?quez la soluci?n era una ley que

absolviera las deudas de los peones, enseguida que ?stos se declararan en huelga para imponer condiciones m?s equita tivas y de ese modo establecer "la fusi?n entre el capital y el trabajo, benefici?ndose mutuamente el hacendado y el

pe?n.31 Debe agradecerse a Friedrich Katz que haya llamado la

atenci?n sobre el valor del libro de Kaerger, aunque exagere

al calificarlo el ' * informe m?s completo sobre las condiciones

en el campo mexicano en el Porfiriato", el superlativo siem pre es dif?cil de probar. Ese juicio, a lo sumo, deber?a limi tarse a las fuentes extranjeras y al final del Porfiriato. En efec to, los Anexos de Emiliano Busto a la Memoria de Hacienda de

1878 cuando menos son tan buenos como el libro de Kaer

ger. Tampoco est? en lo justo cuando asegura que en la esta d?stica porfiriana aparte de unos cuantos datos sobre el a?o 29 Katz, 1980, p. 76. 30 Katz, 1980, p. 28.

31 Meyer, 1973, p. 188.

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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO

de 1884 {Informes y Documentos relativos a Comercio, Interior y Exte

rior, Agricultura e Industria. De julio de 1885 a febrero de 1891.

M?xico: Tipograf?a de la Secretar?a de Fomento, 1885-1891,

65 vols.) "no se refleja ning?n inter?s por el peonaje por endeu

damiento, ni por convenios de arrendamiento y aparcer?a en

las haciendas".32 Este investigador, a quien debemos tan

excelentes obras sobre M?xico, al parecer a veces otorga pri vilegios a varias fuentes y autores extranjeros. Acaso por esa misma raz?n le parezca poco "lo que se ha investigado sobre las condiciones que prevalec?an en las haciendas para poder hacer una s?ntesis seria".33 Olvida, por ejemplo, la sugerente s?ntesis de Juan Felipe Leal y Mario Huacuja,34 publicada el mismo a?o que su ?til servidumbre agraria.

Katz propone como una alternativa a los libros de las

haciendas los relatos de periodistas y reformadores sociales de la ?poca, los debates en las c?maras legislativas, las inves tigaciones hist?ricas y antropol?gicas de car?cter local y los informes diplom?ticos extranjeros.35 Obvio, todas esas fuen tes son pertinentes, pero no deber?an ser una alternativa a los libros de las haciendas, sino fuentes del mismo nivel que ?stas, si se quiere ir m?s all? de un an?lisis contable de las haciendas y estudiar la servidumbre agraria. Adem?s, debe r?an a?adirse a esas fuentes otras igualmente ?tiles como las memorias del gobierno federal y las memorias de los estados, la legislaci?n federal y de los estados, en parte me bas? en ella en El Porfiriato. La vida social y en Raza y tierra, ambos libros

citados por Katz en La servidumbre agraria. A?n se podr?a pro fundizar m?s si se consultaran los archivos locales correspon

dientes y el de la Suprema Corte de Justicia y las memorias

de los hacendados mexicanos.

32 33 34 35

Katz, 1980, p. 23. Katz, 1980, pp. 12, 15. Leal y Huacuja, 1976. Katz, 1980, p. 23.

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KARL KAERGER 551

SIGLAS Y REFERENCIAS Gonz?lez Navarro, Mois?s 1957 El Porfiriato. La vida social. (Historia moderna de M?xico.)

M?xico, Editorial Hermes, 1957.

1970 Raza y tierra. La guerra de castas y el henequ?n. M?xico, El

Colegio de M?xico.

1974 "La Reforma y el Imperio", en Historia documental de

M?xico, M?xico, UNAM, vol. II.

1978 "El trabajo forzoso en M?xico, 1821-1917", en Histo ria Mexicana, xxvn:4 [108] (abr.-jun.).

Katz, Friedrich 1980 La servidumbre agraria en M?xico en la ?poca porfiriana. M?xi

co, Ediciones Era (Colecci?n Problemas de M?xico).

Leal, Juan Felipe y Mario Huacuja 1976 Fuentes para el estudio de la hacienda en M?xico: 1856-1940.

M?xico, UNAM, Facultad de Ciencias Pol?ticas y Sociales.

Meyer, Jean 1973 Problemas campesinos y revueltas agrarias (1821 -1910). M?xi

co, Secretar?a de Educaci?n P?blica (SepSetentas, 80).

Ortiz, Tadeo 1832 M?xico considerado como naci?n independiente y libre, o sean algunas consideraciones sobre los deberes m?s esenciales de los mexicanos. Burdeos, Imprenta de Carlos Lavalle, sobrino.

Raigosa, Genaro 1900 El problema fundamental de M?xico en el siglo XX. La pobla

ci?n. M?xico, Imprenta de F.P. Joeck y Compa??a. 1901 "La evoluci?n agr?cola", en M?xico, su evoluci?n social.

M?xico, J. Ballesc?. 2 vols.

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SANTA ANNA Y EL RECONOCIMIENTO DE TEXAS Josefina Zoraida V?zquez El Colegio de M?xico

M?XICO FUE una pieza importante para el Imperio Brit?ni co durante la primera mitad del siglo XIX. De sus minas sal?a gran parte de los metales que cubr?an el costo de la adminis traci?n del imperio y del movimiento comercial del hemisfe rio norte; significaba adem?s un gran mercado para sus manu facturas y para sus inversionistas, y como si no fuera suficiente

se convirti? en puente de su correo entre Europa y Asia y Am?rica del Sur y el pa?s que colindaba con sus ex colonias, convertidas en una naci?n expansionista y ambiciosa. Preci samente fue a causa de esa vecindad, por la que Gran Breta ?a se convirti? en el aliado primordial de M?xico. Hasta 1836, el ?nico obst?culo para una firme amistad lo constituyeron las constantes reclamaciones de los nacionales brit?nicos contra M?xico, pero a partir de la independencia de Texas, Gran Breta?a se ir?a convenciendo de la imposibi lidad mexicana de reconquistar Texas, y preocupada de per der oportunidades en la nueva rep?blica presion? para que

M?xico reconociera a la nueva naci?n.

La importancia que M?xico ten?a para Gran Breta?a per

miti? que ese paso se retardara hasta 1840. Como M?xico se mostrara reacio, Lord Palmerston procedi? a extender el reconocimiento, comprometi?ndose con los texanos a conse

guirlo a cambio de una indemnizaci?n. Hasta 1843 las presiones brit?nicas cayeron en o?dos sor dos. En ese a?o, Santa Anna empez? a alucinarse con la idea de que Texas aceptara una reunificaci?n virtual, reteniendo su soberan?a, mediante un acuerdo semejante al pactado con HMex, XXXVI : 3, 1987

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JOSEFINA ZORAIDA VAZQUEZ

los yucatecos. Esto permiti? negociar un armisticio con los texanos, que ser?a denunciado por Sam Houston el 29 de julio

de 1844, cuando la balanza se fue inclinando a favor de la anexi?n a los Estados Unidos. Desde antes de aparecer el fantasma de la anexi?n, Gran

Breta?a hab?a insistido en que la ?nica forma de evitar males mayores era el reconocimiento de Texas. El gobierno mexi cano, no obstante, confiaba en organizar una gran expedi ci?n y en contar con la ayuda de los mexicanos residentes en la provincia rebelde para dominarla y reanexarla. Gran Bre ta?a estaba convencida, al igual que la mayor?a de los mexi canos, de la imposibilidad del plan, por lo que el conde de Aberdeen entabl? una serie de pl?ticas con los ministros de M?

xico y Texas ante aquel pa?s, para evitar que se llevara a cabo la anexi?n a Estados Unidos. En un memor?ndum transmi

tido por el ministro mexicano Tom?s Murphy en mayo de 1844,] Gran Breta?a se comprometi? a que ella y su aliada Francia garantizar?an la permanencia de Texas como naci?n independiente y la protecci?n de la frontera "de cualquier intrusi?n". El memor?ndum represent? el momento culminante del inter?s brit?nico en apoyo de M?xico. Santa Anna lo recibi? en agosto,2 en un momento en que se encontraba frente a un Congreso que se negaba a aprobar nuevas partidas de dine ro para financiar una guerra que nunca se emprend?a. Santa Anna estuvo a punto de utilizar el ultra reservado memor?n dum para presionar a los legisladores, pero el ministro brit? nico Charles Bankhead logr? convencerlo de las inconvenien

cias de tal indiscreci?n, aunque no de aceptar la oferta

brit?nica. Pocos d?as despu?s Santa Anna parti? a Manga de

Clavo, de donde no se movi? hasta que estall? el levantamiento

del general Mariano Paredes y Arrillaga en noviembre. Deci dido a someter a Paredes, el veracruzano se puso en camino y a su paso por la Villa de Guadalupe se detuvo del 12 al 21 de noviembre, adonde recibi? a cortesanos y pol?ticos. El ministro Bankhead aprovech? la ocasi?n para visitarlo y recor 1 Public Record Office (PRO), Londres, F050, 180, ff. 21.25. 2 PRO, F050, 175, ff. 203-205.

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SANTA ANNA Y TEXAS

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darle las reclamaciones pendientes y la cuesti?n de Texas. En la entrevista estuvo presente el ministro de Hacienda Anto nio Haro y Tamariz, quien puntualiz? las condiciones para el reconocimiento de Texas.

La campa?a de Santa Anna contra Paredes result? en su desprestigio nacional al pisotear los derechos de la Asamblea Legislativa y el gobierno de Quer?taro. Esto, unido al inten to del gobierno interino de disolver al Congreso nacional, ori

gin? que sus miembros, unidos al Ayuntamiento y elemen tos del poder judicial, desaforaran al presidente constitucional

Santa Anna y al interino, Valent?n Canalizo, al que aprehen dieron junto con dos de sus ministros. De acuerdo con las

Bases Org?nicas, se declar? presidente a Jos? Joaqu?n de Herrera. El presidente se empe?? en cumplir con el orden legal y resolver la cuesti?n de Texas. Los "decembristas", como se conoci? a los sostenedores del nuevo gobierno, esta ban convencidos de la imposibilidad de la reconquista de Texas, de manera que el ministro de Relaciones Exteriores, Luis Gonzaga Cuevas, utiliz? el memor?ndum de las condi ciones de Santa Anna como base para las negociaciones. Para entonces, el compromiso brit?nico se hab?a diluido y convertido en simple oferta de mediaci?n. No obstante, los decembristas intentaron aceptar los oficios del agente brit? nico en Texas, pero no extendieron el reconocimiento, pues el art?culo 89 de las Bases Org?nicas prohib?a al ejecutivo "enajenar, ceder, permutar o hipotecar parte alguna del terri torio de la Rep?blica' '. La proposici?n texana del 29 de marzo

de 1845 solicitaba el reconocimiento, bajo el compromiso de no anexarse a ning?n pa?s y de someter a arbitraje los desa cuerdos. La contestaci?n mexicana, fechada el 19 de mayo, simplemente aceptaba el inicio de las negociaciones, sentan

do las bases para su prosecuci?n. Esta lleg? a Texas m?s o menos al mismo tiempo que la oferta de "agregaci?n" a los Estados Unidos, por lo que fue rechazada por el senado texano el 21 de junio, evento que hizo inevitable la guerra con Esta

dos Unidos.

Los dos despachos de Bankhead que se presentan a conti nuaci?n muestran las condiciones aceptadas por Santa Anna en 1844 y c?mo ?stas sirvieron de base para que Cuevas acep This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:02:00 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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JOSEFINA ZORAIDA V?ZQUEZ

tara las proposiciones texanas. Vale la pena insistir en que los decembristas no reconocieron la independencia sino s?lo presentaron sus condiciones para iniciar la negociaci?n. Los documentos traducidos forman parte de los despachos mexicanos del Foreign Office, custodiados en el Public Record

Office.

M?xico, noviembre 29, 1844*

Mi Lord,

El general Santa Anna pas? hace unos d?as por las cercan?as de M?xico,3 en camino para unirse a la divisi?n del ej?rcito que actuara contra el General Paredes. Yo estaba deseoso por muchas razones de verlo durante su

paso y por tanto fui a Guadalupe, donde me recibi? su Excelencia. En otro despacho he informado a Su Se?or?a lo que entiendo que el Presidente intenta hacer respecto a diversos arreglos pecu niarios entre esta Rep?blica y los sujetos brit?nicos, durante esta

crisis particular.

Despu?s de algunas palabras, entr? en una larga discusi?n

con el General Santa Anna sobre el estado de Texas y pude expo ner ante el presidente el punto de vista del gobierno de Su Majes tad, en forma clara, recapitulando el contenido del despacho del 30 de septiembre ?ltimo, que esa misma ma?ana hab?a comu nicado al ministro de relaciones exteriores, ya que sab?a que este ?ltimo lo someter?a al presidente. De la manera m?s sincera el general Santa Anna expres? que deseaba presentar a Su Se?or?a su intenci?n inalterable de man tener la relaci?n existente entre M?xico y la Gran Breta?a y su disposici?n de recibir cualquier consejo que por el bien del pa?s su Se?or?a estimara conveniente en ofrecer. A continuaci?n, Su Excelencia se enfrasc? con detalle en las dificultades de su presente posici?n, tanto en referencia a las ?lti mas comunicaciones de los Estados Unidos con respecto a Texas, como a la necesidad de someter la insurrecci?n estallada en Gua

dalajara. Esto yo lo sab?a tan bien como ?l, por lo que estaba * PRO, F050, 177, ff. 76-85.

3 La Villa de Guadalupe.

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SANTA ANNA Y TEXAS

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preparado para la declaraci?n que ?l me har?a referente a que debido a las diferencias con el gobierno brit?nico, ?l renuncia r?a a cualquier intenci?n que hubiera tenido de invadir Texas y su deseo de comunic?rselo a Su Se?or?a. Entonces convergimos en la parte de la cuesti?n que se rela

cionaba al reconocimiento mexicano de la independencia de Texas. Yo ya hab?a tenido el honor de mencionar a Su Se?or?a que ?ltimamente hab?a observado indicaciones de un deseo de arreglar esta cuesti?n, sin comprometer el amor propio de

M?xico.

Ahora puedo asegurar a Su Se?or?a el consentimiento del General Santa Anna a la medida en cuesti?n. Mientras discut?amos el punto, lleg? el ministro de hacienda y tom? parte en la conversaci?n. El presidente le mencion? en s?ntesis lo que intentaba someter a la consideraci?n de Su Se?o r?a y el se?or Haro redact? del dictado de Su Excelencia, en pre sencia m?a y del Se?or Doyle,4 las condiciones para que M?xi co consintiera en reconocer la independencia de Texas, de las que tengo el honor de trasmitir una copia, junto a su respectiva traducci?n. Con respecto al primer punto de la frontera de Texas, nunca que yo sepa se ha descrito en forma exacta. Los texanos recla man hasta el R?o Bravo, mientras los mexicanos consideran que la frontera debe ser el R?o Colorado. El pueblo de Matamoros est? situado inmediatamente en el lado mexicano de la ribera

de dicho r?o, lo que sin duda induce a este gobierno a situar la frontera a distancia.

En cuanto a la cuesti?n de compensaci?n, creo que en una ocasi?n anterior el gobierno de Texas hab?a hecho una oferta a trav?s del general Hamilton5 para comprar la buena volun tad de M?xico entregando a los due?os de bonos mexicanos en Inglaterra la cantidad que el pueblo de Texas estaba dispuesto a pagar por el reconocimiento de su independencia. La oferta la transmiti? el Foreign Office al se?or Pakenham6 en su des pacho 91 del 12 de diciembre de 1838 y 2 del 3 de enero de 1840.

Con referencia a la garant?a de Gran Breta?a y Francia de 4 Percy Doyle, quien hab?a sido ministro interino hasta la llegada de

Charles Bankhead.

5 Enviado texano ante las cortes de Francia y Gran Breta?a, fue quien logr? el reconocimiento de la Rep?blica de Texas. 6 Richard Pakenham fue ministro brit?nico en M?xico de 1827 a 1843 y despu?s pas? a representar a su pa?s en Estados Unidos.

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JOSEFINA ZORAIDA VAZQUEZ

que, una vez reconocida, Texas no pueda traspasar cualquier

frontera acordada entre ella y M?xico, y que las Californias, Nue vo M?xico y otras partes de la frontera norte tambi?n sean garan

tizadas a M?xico, por supuesto que queda enteramente para dic

tamen del gobierno de Su Majestad y de Su Excelencia. Lo

mismo es v?lido para la parte de la segunda proposici?n que se refiere a la asistencia de los dos grandes poderes, en caso de que los Estados Unidos decidan llevar a cabo la propuesta anexi?n. El tercer punto se refiere a la promesa del presidente de sus pender toda operaci?n contra Texas. Con respecto a la cuarta proposici?n creo que en parte est? incluida en las intenciones el gobierno de Su Majestad y fue suge

rida al presidente por algunas observaciones de Su Se?or?a al

Memorandum entregado al se?or Murphy7 el Io de mayo ?ltimo. Al recibir esta propuesta del general Santa Anna, le asegur? a Su Excelencia que no perder?a tiempo en transmitirlos a Su Se?or?a, pero de ninguna manera compromet?a al gobierno de Su Majestad en ninguna observaci?n, solamente las tom? como referencia. Algunas de las condiciones parecer?n a Su Se?or?a de dif?cil ejecuci?n y en contradicci?n con la reconocida debilidad de este gobierno, pero en debido acuerdo con su autoconfianza usual. Creo que debemos recibirlos como un primer acuerdo de lo m?s que se puede obtener y que no dudo pueda modificarse en cier ta medida despu?s. Me permit? presionar al presidente sobre la absoluta necesi dad de que este arreglo preliminar se mantenga en secreto. Su Excelencia prometi? acceder a mi pedido y no he o?do que haya sido comunicado a ninguna persona de los que por desgracia lo rodean y no tienen otro inter?s, al ofrecer consejo, que mejorar

su situaci?n y satisfacer sus fines personales.

Tengo el honor de ponerme a sus ?rdenes con el mayor

respeto.

Charles Bankhead

Puntos sobre los que puede convenir la Rep?blica Mejicana a las indicaciones de la Corona Brit?nica sobre el reconocimiento de Tejas en naci?n independiente. 7 Tom?s Murphy era el ministro mexicano ante la Gran Breta?a.

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SANTA ANNA Y TEXAS

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1. M?jico podr? ceder el terreno que ocupa y que hoy se lla

ma Rep?blica de Tejas desde el r?o Colorado hasta el Sabina y marcar? a la vez los l?mites por la parte del interior. 2. En recompensa M?jico pide la indemnisaci?n correspon

diente de este terreno, la garant?a de la Gran Breta?a y de Fran

cia unidas, de que jam?s traspasar?n los l?mites que se demar quen bajo ning?n pretexto. As? mismo garantisaran las mismas naciones a M?jico, las Californias, Nuevo M?jico y dem?s fron teras del norte colindantes con los Estados Unidos, prebio el tra

tado correspondiente. Si los Estados Unidos llevan a efecto la agregaci?n de Tejas a la Uni?n Americana la Inglaterra y la Francia ayudar?n a M?jico en la lucha que pueda producir, supuesto que M?jico (le) conviene en efectuar el conocimiento indicado en el art?culo Io. 3. Entre tanto la Inglaterra contesta sobre estos puntos, que se suplica a la mayor brevedad, M?jico suspender? las hostili

dades a Tejas.

4. El gabinete Ingl?s a su actual ministro en M?jico o a otro

le dar? todas las facultades para tratar y concluir este negocio. *

M?xico, 29 de enero, 1845

Mi Lord,** El 17 ?ltimo tuve el honor de recibir el despacho de Su Se?o r?a No. 34, del 23 de octubre comentando la manera en que el presidente iba a tratar el memorandum confidencial relativo a los asuntos de Texas, una copia del cual acompa?aba el despa

cho No. 30.

Su Se?or?a debe saber que la revoluci?n estall? aqu? el 6 de diciembre y que aunque los miembros del nuevo gobierno han estado ocupados enteramente en objetos de primordial impor tancia para sus existencias pol?ticas, para tomar nota de los jus tos comentarios de Su Se?or?a y consecuentes con la intenci?n expresada del general Santa Anna de proseguir la guerra de Texas; los eventos subsecuentes e incluso el cambio de lenguaje del general Santa Anna sobre ese punto, fueron comunicados

a Su Se?or?a hace tiempo.

Desde que el presente gobierno se estableci?, he sido un obser

* En espa?ol en el original. ** PRO, F050, 184, ff. 1-7.

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JOSEFINA ZORAIDA V?ZQUEZ

vador atento de su lenguaje sobre el tema de Texas, en ocasio nes p?blicas y he notado, con placer, que el tenor ha sido mode rado y carente de todo tono altisonante militarista. Con todo, las circunstancias han obligado a colocar un ej?rcito de 22 000 hombres a la disposici?n inmediata del gobierno, aunque la ver dad que una guerra con Texas resulta de mal sabor para oficia les y soldados y de los 20 000 enviados desde aqu?, probable mente no m?s que un tercio llegar?n al r?o Bravo. Pero tantas tonter?as ha hecho el engre?do poder militar, que yo estaba ansio

so de recibir alguna seguridad de que no exist?an intenciones de enviar estos regimientos con prop?sitos hostiles a Texas.

Su Se?or?a sabe que la copia del memorandum del se?or

Murphy est? en el Departamento de Estado y que en consecuen cia el se?or Cuevas8 tiene acceso a ella. Bajo tales circunstan cias pens? que ser?a correcto que se enterara tambi?n del conte nido del papel esbozado por el general Santa Anna, una copia del cual yo tuve el honor de enviarle con mi despacho 102 del 29 de noviembre, marcado como confidencial. De acuerdo con ello hace unos d?as le present? este papel al Secretario de Esta do, cuando le ped? a Su Excelencia que me permitiera transmi tir alguna seguridad a mi gobierno, por el presente paquete, de las intenciones pac?ficas de ?l y de sus colegas con respecto a

Texas.

En una conferencia que tuve ayer con el se?or Cuevas, me comunic? que hab?a sometido el papel que le hab?a dado a la consideraci?n del Presidente interino9 y de sus ministros. Me pidi? que me sirviera asegurar a Su Se?or?a el placer sincero que le causaba al Presidente el incansable inter?s que Inglaterra ha manifestado hacia M?xico y la presteza con que en todas las ocasiones ha dado pruebas de la existencia de tal sentimiento. El se?or Cuevas me pidi? que le proveyera de cualquier ins trucci?n que recibiera sobre la materia, de manera que le relat? a Su Excelencia la sorpresa con que el gobierno de Su Majestad hab?a visto el intento del general Santa Anna de revelar el con tenido del Memorandum, aunque le asegur? que el gobierno de Su Majestad ten?a a?n el mismo inter?s en la independencia de Texas, a pesar de la intenci?n reiterada del general Santa Anna de invadir ese pa?s. 8 Luis Gonzaga Cuevas, ministro de Relaciones Exteriores de diciem bre de 1844 a agosto de 1845. 9 Jos? Joaqu?n Herrera.

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SANTA ANNA Y TEXAS

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Sobre este ultimo punto puedo informarle a Su Se?or?a que Su Excelencia ha abandonado ya tal posici?n. El se?or Cuevas me dijo que el presente gobierno pod?a dar una seguridad sobre tal punto, en su presente posici?n, pues el Presidente Interino lo hab?a instruido decirme, para la informaci?n de Su Se?or?a, que no exist?a ning?n intento hostil en contra de Texas y que yo deb?a comprender que esta demora la causa la indecisi?n del presente gobierno y no los deseos de ?l y sus colegas, que los obligan a no hacer de inmediato una afirmaci?n m?s formal o incondicional. Yo conf?o en que el presente gobierno pueda permanecer y creo que la duda tan agudamente expresada por el se?or Cue vas, deriva de lo nuevo de su posici?n m?s que de un temor real de ser derribado. El agreg? que no ten?a esperanzas de obtener un reconocimiento de la independencia de Texas del Congreso sin que al mismo tiempo ?l pudiera asegurar a ese cuerpo que el esquema contaba con la sanci?n previa y el apoyo de los gobier

nos brit?nico y franc?s ?que ?l no ten?a dudas de que pertre chado con tal seguridad, la influencia que el gobierno presente tiene en las C?maras pudiera emplearse, con ?xito, para obte ner el reconocimiento? y me asegur? que se emplear?a todo el peso del gobierno para ello. El se?or Cuevas tiene raz?n en suponer que el solo reconoci miento mexicano de Texas de ninguna manera detendr?a a los designios de Estados Unidos sobre ese pa?s sino que, para tener validez la declaraci?n, debe asegurarse estar sostenida y con el apoyo de Inglaterra y Francia. El se?or Cuevas tambi?n expres? el deseo de M?xico de que en cualquier arreglo que se hiciera con Inglaterra y Francia se introdujera alguna provisi?n para abolir la esclavitud en Texas. Las observaciones que me hizo Su Se?or?a en Inglaterra sobre este aspecto de la cuesti?n me impidi? a hacer otra observaci?n al respecto que decir que Su Excelencia sab?a que Gran Breta?a nunca hab?a dejado de tener el m?s vivo i iteres en la abolici?n del comercio de esclavos. Cuando estuvo por aqu?, el general Greene me dijo que no pensaba que el asunto de la anexi?n fuera decidido en Washing ton durante la presente sesi?n del Congreso que debe terminar el 4 de marzo y el general Almonte, el ministro mexicano en los Estados Unidos, ha transmitido a su gobierno esta misma convicci?n. Esto da tiempo para reflexionar. Le insinu? al se?or Cuevas que el ministro franc?s ?puesto

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JOSEFINA ZORAIDA V?ZQUEZ

que se iba a pedir la ayuda de su gobierno tanto como el de la Gran Breta?a? deb?a ser puesto al tanto de nuestra entrevista y ante mi sorpresa ?l me dio a entender que no cre?a que fuese necesario, puesto que el gobierno franc?s recientemente hab?a expresado al ministro mexicano en Par?s el profundo inter?s que

Su Majestad ten?a en la cuesti?n, pero que como el Bar?n de Cyprey no le hab?a hablado sobre la materia, ?l no se sent?a incli

nado a iniciar una discusi?n con Su Excelencia. Debo mencionar a Su Se?or?a que yo no comunique al se?or de Cyprey el contenido del papel que me dio el general Santa Anna, por el temor de que la creciente mala voluntad que ya exist?a entre ellos pudiera predisponer al primero de participar activamente en cualquier asunto en el cual el Presidente estu viera comprometido personalmente. Puede que est? muy equi vocado al hacer tal suposici?n, pero as? pens? en ese momento, y los eventos posteriores han probado que mis temores no eran aventurados. Sin embargo, aprovechar? cualquiera oportunidad que se ofrezca para hablar del asunto en forma general con el ministro franc?s, poni?ndolo al tanto de los puntos de vista del presente gobierno con respecto a Texas y dej?ndole la decisi?n de hablar con el se?or Cuevas, seg?n lo estime conveniente. Yo humildemente conf?o en que Su Se?or?a no desaprobar? el paso que consider? correcto tomar, para enterarme de cuales eran los puntos de vista del presente gobierno sobre esta impor tante cuesti?n. Mi petici?n fue hecha llana y sin reservas al Secre tario de Estado y tengo la satisfacci?n de agregar que fue recibi

da por Su Excelencia con toda clase de seguridades de buena voluntad y que ?l mismo expres? que no s?lo estaba ansioso de saber que el inter?s que la Gran Breta?a hasta ahora ha tenido hacia M?xico, especialmente en este punto, no ser? retirado. Yo quisiera asegurar a Su Se?or?a, que al recibir esta expli caci?n, no compromet?, en la m?s remota forma a Su Se?or?a o al gobierno de Su Majestad en cualquier l?nea de conducta, sino que, de manera expresa, le expres? a Su Excelencia que hablaba enteramente en forma personal. Charles Bankhead

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LA MEDICINA EN EL VIRREINATO Los trabajos de John T?te Lanning concernientes al Protomedi cato se encontraban en publicaciones especializadas, en manuscri tos casi acabados y en borradores o notas preliminares. Gracias a la dedicaci?n de John Jay TePaske, ha sido posible rescatar y reu nir los materiales editados e in?ditos de Lanning sobre el Real Tri bunal del Protomedicato en un solo volumen. La labor de Lanning como hispanista hab?a alcanzado notoriedad con la publicaci?n en 1940 de una serie de ensayos bajo el t?tulo de Academic culture in the

Spanish Colonies y en 1956 su galardonado The eighteenth-century Enligh tenment in the University of San Carlos de Guatemala. En 1974 public?

un ejercicio de microhistoria alrededor del m?dico Pedro de la Torre

y su juicio por el Santo Tribunal de la Inquisici?n que documenta

la vida y avatares de la primera generaci?n de criollos novo hispanos.1

Esta obra dedicada a la regulaci?n de la pr?ctica m?dica en la Am?rica espa?ola durante la Colonia es, como bien lo dice TePas ke en su pr?logo, en primer lugar, historia institucional y adminis trativa, ya que su objeto de estudio es el funcionamiento y la estruc

tura del Real Tribunal del Protomedicato en Am?rica, aunque se concentra en las ciudades de M?xico y Lima. En segundo lugar, es historia social de los practicantes, mayormente de los autoriza dos, de la medicina en la medida en que describe su papel, tareas y obligaciones. En tercer lugar, es historia de la regulaci?n de la pr?ctica m?dica y del control ejercido sobre los param?dicos de entonces como cirujanos, boticarios, flebotomistas y parteras. En cuarto lugar, este libro trata de la ense?anza e investigaci?n m?di cas. Y, por ?ltimo, se interesa en la sanidad, el manejo de las epi demias y las precauciones empleadas para la divulgaci?n y difu si?n de nuevas drogas. * John T?te Lanning, The Royal Protomedicato. The regulation of the medical

profession in the Spanish Empire. Editado por John Jay TePaske. Durham,

Duke University Press, 485 pp., bibl., ?ndice anal?tico.

1 John T?te Lanning, Pedro de la Torre. Doctor to conquerors. Baton Rou

ge, Louisiana State University Press, 1974, 145 pp. HMex, xxxvi: 3, 1987

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RESENA

La situaci?n actual de la medicina en Latinoam?rica se caracte riza, entre otras cosas, por la coexistencia de diversas pr?cticas m?di

cas, mismas que incluyen desde las m?ltiples formas de la medici na tradicional como la herbolaria hasta el consumo indiscriminado de f?rmacos y el uso de la tecnolog?a m?s compleja, cara y novedo sa; un sincretismo de los usuarios que combina conocimientos y terap?uticas tradicionales con el acceso a los servicios m?dicos m?s sofisticados y que resulta, a nivel de la vida cotidiana, en una mez cla de remedios caseros, de consejas prehisp?nicas y de consumo de medicamentos modernos; la persistencia de un Estado corpora tivo que regula y arbitra las diferentes profesiones que prestan ser

vicios de salud; el car?cter gremial y corporativo de las diversas asociaciones profesionales y sindicales; el perenne conflicto de com

petencias entre los niveles municipales, estatales y federales y la lucha pol?tica entre las instituciones que prestan servicios m?dicos

asistenciales ?para la poblaci?n abierta? y aquellas de la seguri dad social; y el abigarrado retablo social formado por la yuxtaposi ci?n de servicios de salud p?blica para todos, de asistenciales para la poblaci?n marginada, de seguridad social para el sector moder no de la econom?a y de medicina privada para quien pueda pagarla. Cuando se pretende desbrozar esta mara?a de intereses contra puestos y de conflictos enconados, la primera pregunta es ?c?mo se origin? esto? Para trazar el desarrollo de la pr?ctica de la medi cina en Latinoam?rica, para conocer los antecedentes de las for mas de intervenci?n del Estado en el ?rea de los servicios m?dicos y para entender la yuxtaposici?n de los diversos y contrapuestos saberes m?dicos que campean en la regi?n, resulta imprescindible la lectura de la obra de John T?te Lanning. Ah? se documentan las modalidades de intervenci?n de diversos ?rganos del Estado espa?ol en Am?rica, como son los cabildos, la Audiencia, el virrey, el Consejo de Indias y el propio rey, en la marcha del Real Tribunal del Protomedicato; la confusi?n resul tante de la injerencia de estas instancias burocr?ticas, que convir ti? a la legislaci?n m?dica y al propio Protomedicato en arena de lucha de intereses corporativos y patrimonialistas; la vocaci?n por el litigio que florece de resultas de la prolija regulaci?n en materia m?dica; el choque de individuos, gremios y autoridades, seculares y eclesi?sticas, en pos del control del Protomedicato; y el boato, los privilegios reconocidos y los beneficios discrecionales que rodea

ban a los protom?dicos. Lanning ofrece una visi?n panor?mica de los problemas de juris dicci?n que aquejaron desde su implantaci?n en Am?rica al Real

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RESE?A

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Tribunal del Protomedicato en las ciudades de M?xico y Lima; los dimes y diretes para aclarar la jurisdicci?n territorial de los proto m?dicos y para dirimir la correspondiente a los ex?menes m?dicos que autorizaban la pr?ctica legal de la medicina; la endeble auto nom?a del gremio m?dico respecto a la hidra burocr?tica del Esta do colonial, y la mengua de los tribunales profesionales bajo el rega

lismo borb?nico.

Tambi?n el autor ilustra la inicua divisi?n de trabajo entre los m?dicos, los cirujanos latinistas ?que hab?an estudiado y sab?an lat?n?, los cirujanos romancistas ?que no hab?an estudiado medi cina propiamente sino que hab?an sido entrenados en la pr?ctica, no sab?an lat?n y se desenvolv?an en lengua romance?, los hernis tas, los barberos, los flebotomistas que practicaban las sangr?as, los

arbitristas que ajustaban los huesos, las parteras, los ensalmado res, los especieros y los boticarios; la dosis de pragmatismo y flexi

bilidad para habilitar praticantes debido a la escasez de m?dicos titulados; la cr?nica penuria de ?stos en las provincias y comarcas alejadas de las capitales y grandes ciudades de entonces; la tole rancia para los emp?ricos que atend?an a los negros, mulatos, ind? genas y mestizos; el clamor de autoridades responsables que lamen taban que la salud de la gente estuviera en manos de ignorantes que fung?an como ministros de la muerte y enemigos de la natura leza debido a la proliferaci?n de practicantes extranjeros ilegales, de * 'intrusos' ' nativos, de charlatanes de toda laya y de curande ros ?estos ?ltimos los m?s tolerados?; las gestiones y tr?mites que ten?an que realizar los extranjeros solicitantes de licencia para prac ticar abiertamente la medicina y su relativa aceptaci?n ante la esca

sez de m?dicos. Lanning expone la importancia que la legitimidad y la pureza

de sangre ten?an en el reclutamiento de las universidades y por tanto

en los practicantes titulados de la medicina; abunda sobre los labe rintos que ten?an que recorrer quienes no eran agraciados desde la cuna y estaban contaminados de alguna manera de sangre negra,

morisca o hebrea o salpicados por alguna infamia como los exp?si

tos ?ni?os no reconocidos por sus padres que abundaban

entonces? y para los que hab?a un cat?logo de nombres como ile g?timos, bastardos, espurios, incestuosos y adulterinos. Sin embar go, hubo tolerancia en el virreinato de la Nueva Espa?a a que algu

nos de ?stos ingresaran a la universidad y a la pr?ctica de la

medicina, a tal grado que se le quiso suprimir en varios momentos. Todos los practicantes de la medicina, incluyendo las parteras, ten?an la obligaci?n de atender gratuitamente cierto n?mero de

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566

RESENA

casos. Las medidas legales contemplaban un manejo caritativo de los pacientes por los m?dicos. Pero, como bien distingue Lanning, hab?a distancia entre el mundo legal y el mundo real, aunque diver

sas instituciones persuad?an y hasta forzaban un comportamiento de acuerdo con las leyes vigentes. As? por ejemplo, las consultas nocturnas a domicilio, que eran rehu?das por los m?dicos, fueron motivo de disposiciones espec?ficas para atenderlas y si no aplicar san

ciones. Ya desde entonces los m?dicos se involucraban en cuestio nes legales como autorizar ces?reas y entierros y atender heridos por hechos de sangre, cuyos protagonistas ten?an en la ciudad de M?xico proclividad a solicitar auxilio en el Real Hospital de Natu rales. La intervenci?n de la Iglesia en asuntos m?dicos era frecuente

y considerada como natural. Algunos cl?rigos llegaron a ser emi nencias en materia m?dica. La reputaci?n del gremio m?dico fue variable y debido a la incertidumbre que acompa?aba a su ejerci cio cl?nico, en aquella ?poca sin medicamentos eficaces ni t?cnicas probadas, fue motivo de poemas burlones. Lanning pasa revista a los v?nculos de los oficios de boticario, de cirujano, de flebotomista y de la partera con el Estaco colonial, analizando las disposiciones legales respectivas; as? destaca las obli gaciones y calificaciones que deb?an reunir los boticarios; el alto costo de los productos que ellos preparaban, se?alando Lanning con agudeza que los costos de las drogas han sido un impuesto pat? tico sobre la poblaci?n dado que si la enfermedad no es un vicio, a pesar de ello, la venta y circulaci?n de drogas m?dicas han sido una fuente de ingresos para el erario p?blico como la producci?n y venta de alcohol y de tabaco. El desarrollo de las farmacopeas en los dominios de la Corona espa?ola le resulta a Lanning un ?ndice

para inferir la importancia que ?sta le confer?a a la regulaci?n de la producci?n y circulaci?n de drogas y a su prescripci?n. La investigaci?n y ense?anza de la medicina merecen una dete nida atenci?n por parte de Lanning. En un cap?tulo dedicado a este tema, el autor muestra c?mo las c?tedras de medicina se crearon lentamente en la Universidad de M?xico y c?mo al fin del dominio espa?ol el Consejo de Indias hab?a creado 17 c?tedras en Am?rica. La investigaci?n sistem?tica que caracteriz? desde sus inicios al Pro tomedicato sobre la bot?nica, languidece luego. El costo de los libros

dificultaba la difusi?n del conocimiento europeo que iba a la van guardia en estos ramos, pero no lo imped?a. As?, las tesis defendi das hacia 1771 en M?xico muestran familiaridad con los trabajos de Lorenzo Bellini, Friedrich Hoffman, Johannes de Gorter y Her mann Boerhaave. Es relevante sobre todo este ?ltimo debido a que

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RESENA

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donde se le le?a se conoc?a la tesis de la circulaci?n de la sangre. Ya en 1792, Hip?lito Unanue en Lima anunci? conferencias cl?ni cas en el Anfiteatro Anat?mico. En este punto de nuevo Lanning contribuye a que tengamos ahora una idea m?s din?mica de la cir culaci?n de conocimientos y t?cnicas entre Europa y Am?rica colo nial, visi?n apartada del todo de la leyenda negra. Ya hab?a docu

mentado Lanning en otra obra suya que la duda met?dica de

Descartes, la teor?a newtoniana de la gravitaci?n, los experimen tos de Franklin sobre la electricidad y los ?ltimos desarrollos en materia de hidr?ulica se hab?an expuesto o analizado en los ex? menes de la Universidad de San Carlos de Guatemala,2 pudi?n dose estar de acuerdo con Lanning en que a fines del siglo XVIII el nivel de ense?anza universitaria en Am?rica era apenas inferior

al europeo.

Para el siglo XVIII, salud p?blica significaba mayormente el

registro y la autorizaci?n apropiados de m?dicos, flebotomistas, ciru

janos y boticarios; la inspecci?n de hospitales y boticas; el control de informaci?n m?dica falsa o nociva; la eliminaci?n de charlata nes y arbitrar litigios m?dicos que, como afirma Lanning, fueron tareas que desempe?? el Real Tribunal del Protomedicato. Pero adem?s, ?ste se involucr? en la sanidad de las ciudades de M?xico y Lima, y cuando azotaba una epidemia a la poblaci?n el Proto medicato se sumaba a los esfuerzos de las autoridades por conte nerla. Los descubrimientos y novedades m?dicas eran objeto de escrupuloso estudio por el Protomedicato para evitar la difusi?n de

pr?cticas da?inas.

En el cap?tulo titulado "The King's Physicians Follow Colum bus' ', Lanning remonta los antecedentes del Real Tribunal del Pro tomedicato en Espa?a, encontrando una asociaci?n entre el incre mento de las disposiciones legales referidas a cuestiones m?dicas y el nacimiento del Protomedicato como cuerpo de funcionarios que

vigilan su cumplimiento y atienden los litigios que de ah? se deri van. Lanning traza hasta Alfonso el Sabio (1252-1284) y Alfonso III de Arag?n (1285-1291), las primeras piezas legales concernien tes al ejercicio de la medicina. Juan I (1379-1390) nombr? un cuerpo

de examinadores para los aspirantes a ejercer la medicina, forma do por "alcaldes mayores" y por el "m?dicoprimero" de la Casa Real. Juan II (1406-1454) reserv? al m?dico real la jurisdicci?n sobre

los delitos m?dicos, incluso sin apelaci?n posible ni al propio rey. 2 John T?te Lanning, The eighteenth-century Enlightenment in the Univer

sity of San Carlos de Guatemala, Ithaca, N.Y., 1956, pp. 115, 159, 347.

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RESE?A

Las Pragm?ticas de 1477, 1491 y 1498, ya bajo los Reyes Cat?li cos, confirmaron las disposiciones emanadas de sus antecesores. La primera experiencia de la extensi?n de estas disposiciones legales fuera de la Pen?nsula Ib?rica ya hab?a ocurrido en 1430,

cuando la entonces Reina Juana II design? al doctor Salvador

Calenda de Salerno primer protom?dico de un tribunal napolita no. Pero como bien subraya Lanning, mucho antes de que hubie ra un cuerpo designado para juzgar m?dicos, se establecieron regu

laciones. Ya el Fuero juzgo, esa pieza clave de la legislaci?n

hispanogoda, contemplaba que el m?dico que practicara sangr?as a un hombre libre y luego ?ste se debilitara, ten?a que pagar su salario, entre otras disposiciones. Col?n en su tercer viaje, en 1493,

llev? en su tripulaci?n a Diego Alvarez de Chanca, un m?dico sevi llano comisionado por los Reyes Cat?licos para tal efecto y que se destac? como bot?nico. Los primeros nombramientos de protom? dicos para la Espa?ola permiten apreciar que las regulaciones con templaban una compleja red de oficios y pr?cticas m?dicas como son: m?dicos, cirujanos, especieros, herbolarios, algebristas (com pone-huesos como los describe Francisco de As?s Flores y Tronco so),3 oculistas, ensalmadores y tratantes de bubas y de leprosos. En este cap?tulo del libro, Lanning remonta los antecedentes del

Real Tribunal del Protomedicato a la experiencia romana en mate ria de disposiciones para regular el ejercicio de la medicina y la crea

ci?n de un cuerpo de funcionarios con ese prop?sito y con paga

del erario p?blico ?los arquiatras de la Roma Imperial?, etapa

que no delimita. El ?rbol geneal?gico del protomedicato merecer?a

mayor detalle. Es decir m?s apoyo referencial, fechas precisas y una

cronolog?a hilada, para as? despejar dudas y confusiones. Lanning menciona los remotos antecedentes romanos sin precisarlos ni docu

mentarlos suficientemente para nuestro gusto ?no habla si la admi nistraci?n romana dej? alguna huella al respecto en la propia Pen?n

sula Ib?rica? y destaca los antecedentes pr?ximos hispanogodos que culminan con la Pragm?tica de 1477 de los Reyes Cat?licos.

Pero, ?no cabr?a suponer contactos horizontales, es decir coet?neos, de influencia mutua? Hacia 1486, el Senado veneciano decreta elegir cada a?o tres nobles que asumir?n el t?tulo de Provveditori di Sani

t?* yen cuanto el aspecto estricto de la regulaci?n m?dica exis 3 Francisco de As?s Flores y Troncoso: Historia de la medicina en M?xi co desde la ?poca de los indios hasta la presente. 1886. (M?xico, edici?n facsimi

lar por el Instituto Mexicano del Seguro Social, 1982.) Tomo II, p. 173.

4 Carlos M. Cipolla, Public health and the medical profession in the Renais

sance. Cambridge, Cambridge University Press, 1976, p. 12.

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RESE?A

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t?an desde 1314 los estatutos gremiales de Florencia, circunscribien do la pr?ctica de la medicina y de la cirug?a a quienes se sometieran

a un examen.5 Cuando posteriormente el cuerpo de escrutadores se reduce a cuatro miembros laicos ?desechando a los cl?rigos?

y se le conoce Como Collegio medico, ser? un n?tido ?rgano gremial

con aval del Gran Ducado. Aqu? est? una veta rica para la historia comparada: medir el peso gremial y el estatal en la regulaci?n de la pr?ctica m?dica en dos escenarios distintos para esa ?poca: las ciudades-estado del norte de Italia y la Pen?nsula Ib?rica. Por otra parte, la probable indirecta influencia morisca ni siquie

ra es mencionada como posibilidad. ?Qu? modalidades asumi? la supervisi?n de la pr?ctica m?dica durante los siete siglos de domi nio ?rabe en Espa?a? El grado de desarrollo de la medicina en el Califato de C?rdoba fue sobresaliente. Ah? est?n las figuras de Ave

rroes, Avenzoar y Maim?nides.6 Cabr?a preguntarse si no tuvie

ron alguna forma de control del ejercicio m?dico y si ?sta fue cono

cida de los hombres que emprendieron la Reconquista. Otra veta interesante radica en conocer las modalidades que tom? la pr?cti ca m?dica de los moriscos una vez consumada la Reconquista. ?Se habr? tolerado sin m?s una existencia paralela de la pr?ctica m?di ca morisca y de la cristiana? ?El modelo de la Reconquista no ofre ce, en materia de regulaci?n m?dica, un ensayo que luego se tras plantara a Am?rica, como en otros campos jur?dico-administrativos

sucedi?? ?C?mo afect? a la pr?ctica de la medicina y a sus regula

ciones la expulsi?n de los jud?os en 1492, sabiendo que "eran

hebreos" no pocos profesionales de la medicina?7 El cap?tulo "The Municipal Protomedicato: The cities and medicine in the formati ve period", ofrece una visi?n panor?mica del conflicto de compe tencias subyacente al ejercicio de los protom?dicos. As?, disposi ciones del Real Tribunal del Protomedicato en Espa?a, del Consejo de Indias, de los virreyes, de la Audiencia y del Cabildo de la ciu dad se cruzaban, interfer?an y contradec?an en algunos casos para los ?mbitos de M?xico y de Lima. Los conflictos mencionados por Lanning se centran alrededor del nombramiento del protom?dico. Es el caso de Francisco Hern?ndez quien, designado por el rey en 5 Ibid., p. 71. 6 Edward B. Browne, Arabian medicine. Cambridge, Cambridge Univer

sity Press, 1962, pp. 97-98 y Rafael Mu?oz Garrido, Ejercicio legal de la medicina en Espa?a. Siglos xv al xvm. Salamanca, Universidad de Salaman

ca, 1967, p. 25.

7 Pedro La?n Entralgo, Historia de la medicina, Barcelona, Salvat Edi tores, 1978, p. 381.

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RESENA

1570, topara con la oposici?n del Cabildo de la ciudad de M?xico, que goz? de "facultad y preeminencia'' para nombrar protom?di cos por m?s de 60 a?os. A fines de 1585, el virrey marqu?s de Villa

manrique (1585-1590) maniobr? para imponer a su m?dico perso nal como protom?dico general de Nueva Espa?a, lo que da lugar

a un conflicto abierto entre el Cabildo y el virrey y que llegara hasta

el Consejo de Indias para su soluci?n definitiva. Aqu? Lanning repasa datos recogidos de las ciudades de M?xi co y Lima, como el riesgo de ruina inminente para los europeos que enfermaran en cama m?s de 20 d?as debido al alto costo de la atenci?n m?dica; de la proliferaci?n de llagas y bubas entre la poblaci?n y afirma que el Cabildo de la ciudad de M?xico fue el que m?s se acerc? a institucionalizar y a perpetuar la pr?ctica de nombrar y pagar doctores p?blicos en el curso de la primera mitad del siglo xvii. Adem?s, la ciudad de M?xico fue ?nica en el nom bramiento de algebristas p?blicos y de oculistas. Lanning distin gue, con acierto, que la injerencia del Cabildo sobre el protomedi cato fue mayor en la ciudad de M?xico que en la de Lima. Durante las reformas borb?nicas ocurren avances cient?ficos y se toman algunas medidas atinadas, como un mayor fomento de la cirug?a, a trav?s de la creaci?n de la Real Escuela de Cirug?a en la ciudad de M?xico y la apertura de anfiteatros en Lima; se observa un resurgimiento de la cl?nica; se registra una mayor cir culaci?n de textos europeos modernos; el lat?n es desplazado por el castellano como lengua para la docencia, para las publicaciones y para la defensa de tesis; se hace inevitable el rechazo de la farma

copea gal?nica; despunta ya el cultivo de la experimentaci?n y des taca sobre todo la pronta aceptaci?n y uso de la vacuna de Edward Jenner contra la viruela, gracias a la epopeya de la Expedici?n Bal mis ?que ocurri? al margen del Protomedicato. Aqu? cabe subra yar lo que Lanning ha concluido en otra parte: la Am?rica espa?o la tard? 100 a?os en admitir el descubrimiento de la circulaci?n de la sangre por Harvey y 75 a?os en aceptar los principios de New

ton. Mientras que "la noticia del descubrimiento de la vacuna por Jenner s?lo tard? en llegar a Am?rica el tiempo empleado en cru

zar el Atl?ntico".8

La vacunaci?n antivari?lica no lleg? a Nueva Espa?a hasta enero 8 John T?te Lanning, "Introducci?n. El ambiente intelectual en el imperio espa?ol en tiempos de San Carlos", en Reales C?dulas de la Real y Pontificia Universidad de San Carlos de Guatemala. Versi?n paleogr?fica, adver

tencia, introducci?n y notas por. . . Pr?logo de Carlos Mart?nez Duran, Guatemala, Editorial Universitaria, 1954, p. xxix.

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RESE?A de 1804, luego que por Real Orden, de Carlos IV de Borb?n, dada el 1 de septiembre del a?o anterior, se organiz? la expedici?n que se encarga de la propagaci?n de la vacuna entre la poblaci?n ame ricana. De todos modos, son pocos a?os para la ?poca entre la apa rici?n del libro de Jenner (1798) donde da cuenta de su indagaci?n sobre la vacuna antivari?lica y el arribo de la Expedici?n Balmis a Am?rica (1803-1804). Estos sucesos promisorios que auguraban una nueva ?poca para la materia m?dica en Am?rica son anula dos, seg?n Lanning, por la falta de recursos y por la cadena de sucesos que se desatan con la invasi?n de Bonaparte a Espa?a. La Constituci?n gaditana de 1812 disolver? pr?cticamente al Real Tribunal del Protomedicato. En Am?rica, el Protomedicato languidecer? con las guerras de independencia hasta que formas m?s modernas lo suplanten formalmente, como lo indica el caso de M?xico, donde hasta 1831 no se expide el decreto que lo extin gue y crea en su lugar una "Facultad M?dica del Distrito". La concentraci?n de los m?dicos en las ciudades y su escasez en el campo, el florecimiento del curanderismo, la presencia de char

latanes, el contraste entre hijosdalgo y exp?sitos, la vena caritati va, autoritaria y moralista del ejercicio m?dico, la inclinaci?n por la ret?rica, la reticencia a dar consulta a domicilio, sobre todo por la noche, son notas sobresalientes del recuento que hace Lanning. A un cuando esta obra de John T?te Lanning no pretende ser exhaustiva ni cotejar sistem?ticamente la literatura secundaria al respecto, cabe asumir que los trabajos aqu? reunidos sobre el Pro tomedicato conformar?n la obra de referencia por excelencia, por muchos a?os, para apreciar la historia de la instituci?n del Proto medicato, los avatares de sus personajes y el arraigo de una pr?cti ca y un saber m?dicos escrutados y regulados por el Estado que en Latinoam?rica todav?a perduran. La plaga de intermediarios, recomendados e interp?sitos; la regu

laci?n prolija, la yuxtaposici?n de jurisdicciones y la vocaci?n por el litigio; la proclividad al contrabando; el estado inquiridor y labe r?ntico; los fueros de la burocracia; la afici?n al boato ("M?dicos de Valencia, de mucha orla y poca ciencia"); el corporativismo que permea todo hasta la vida cotidiana, hincan su ra?z en la colonia. Todav?a hoy en las postrimer?as del siglo xx podemos reconocer estos rasgos en la pr?ctica m?dica m?s actual. Lanning meritoria mente lo ha documentado en su estudio sobre el Real Tribunal del Protomedicato.

Ignacio Almada Bay

El Colegio de M?xico

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EXAMEN DE LIBROS Diana Balmori, Stuart F. Voss y Miles Wortman; Notable family networks in Latin America. Chicago, The University of Chicago

Press, 1984, 290 pp.

El estudio de familias ha venido despertando en los ?ltimos a?os una atenci?n cada vez mayor dentro del campo de la Historia. No es ya el viejo inter?s por establecer la genealog?a de unas cuantas familias destacadas, en un lugar o en un momento dado, el que atrae al historiador; es una nueva inquietud nacida de la cercan?a de la historia y la antropolog?a la que ahora lo hace indagar en el pasado empleando nuevas categor?as de an?lisis. La nueva aten ci?n puesta en las familias ha surgido de esta b?squeda de nuevos caminos que conduzcan a la mejor comprensi?n de las sociedades

del pasado.

Dentro del estudio de familias se pueden distinguir dos grandes tendencias: aquella que se sigue ocupando de las familias que for maron parte de los grupos dominantes en una sociedad, pero que, lejos de reconstruir s?lo detalladas genealog?as, indaga en su papel pol?tico y econ?mico, y la que se interesa por el extremo opuesto de la gama social, o sea, por el estudio de las familias del pueblo, de aquellas que conformaron la mayor?a de la poblaci?n de un lugar

y cuyos nombres se han borrado de la memoria hist?rica. El libro de Diana Balmori, Stuart F. Voss y Miles Wortman se ubica en la primera de estas l?neas.

Notable family networks, se ocupa de estudiar a las "Familias nota bles" en tres distintas regiones: el noroeste de M?xico, Centro Am? rica y Buenos Aires, a lo largo de m?s de siglo y medio de historia, de

1750 a las primeras d?cadas del presente siglo. No s?lo estudia las

familias sino las interconexiones entre ellas. Uno de los aciertos del

libro radica, precisamente, en mostrar c?mo estas familias que alcan zaron preeminencia eran la base de una particular estructura socio econ?mica, que alcanza su m?ximo desarrollo en el siglo xix. Estas familias mediante una adecuada diversificaci?n de sus actividades

econ?micas, mediante el empleo de puestos p?blicos y el apropia do establecimiento de v?nculos de parentesco lograron mantenerse HMex, xxxvi: 3, 1987

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EXAMEN DE LIBROS

en una posici?n destacada durante tres generaciones. El que esta

estructura familiar se presente con patrones similares en tres regio nes, con caracter?sticas tan distintas, nos habla ya de un rasgo esen

cial de la sociedad del siglo xix. Los autores muestran acertadamente que para comprender al siglo xix latinoamericano no basta con emplear las tradicionales ca tegor?as de an?lisis de clase, estrato o estamento; es necesario incluir

la dimensi?n familiar. Varios son los puntos se?alados por los auto

res que nos hablan de la importancia de estas interconexiones fami liares. Baste reflexionar sobre la debilidad de las instituciones pol?

ticas del siglo y sobre el papel de las familias como el principal

mecanismo de integraci?n pol?tica; y resulta dif?cil olvidar que varias

naciones de Latinoam?rica fueron, durante el siglo xix e incluso durante buena parte del presente siglo, dominadas por estos gru pos de familias que ascendieron y, gracias a sus relaciones, perma necieron en el poder durante a?os. Los autores muestran el desenvolvimiento de las familias du

rante tres generaciones. Una primera generaci?n constituida, en muchos casos, aunque no siempre, por inmigrantes espa?oles, que inicia la consolidaci?n del grupo. Comienza desarrollando una acti vidad econ?mica, por lo com?n el comercio, y al final de su vida diversifica su econom?a en otras ramas. La segunda generaci?n construye nuevos lazos y consolida al grupo desarrollando un patr?n

coherente de alianzas matrimoniales y esfuerzos ocupacionales. La tercera generaci?n recoge el fruto de la segunda y alcanza el pin? culo del poder, ?sta es "La Generaci?n". Y finalmente con la cuarta generaci?n se inicia un proceso de debilitamiento y la desintegra ci?n del grupo. Proceso, este ?ltimo, que en opini?n de los mismos autores, a?n debe ser estudiado. Es, sin embargo, en el empe?o por comprender tres regiones distintas y en un periodo tan largo que se encuentran algunas de las debilidades del libro. Los cap?tulos se presentan en una for-, ma descriptiva; se extra?a la falta de un an?lisis m?s profundo y tambi?n de una comparaci?n entre las tres regiones, que hu biera puesto de manifiesto las muy distintas estrategias que las familias debieron de haber adoptado para consolidarse en circuns tancias geogr?ficas, econ?micas y de relaciones de poder muy dis tintas. Y lo mismo puede decirse respecto del estudio en t?rminos

de larga duraci?n.

Si bien es cierto que la historia cuantitativa, gracias a las modas de la historia, ha perdido terreno entre los intereses de los historiado res, no podemos olvidar que ella nos proporciona los tejidos b?sicos

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sobre los que hay que analizar otros fen?menos. Lo ideal hubiera sido haber construido la trayectoria de las familias lig?ndola con las ?po cas de crecimiento y prosperidad y con los a?os sombr?os de depre si?n y crisis; an?lisis que se omite. Aunque para el siglo xix falta ela borar estas oscilaciones con detalle, s? tenemos alguna idea. Sabemos que no fue la misma, la situaci?n de la primera mitad del siglo xix,

cuando se dio una depresi?n, que la det las ?ltimas d?cadas del siglo cuando los aires modernizantes empezaron a soplar con fuerza, alte rando las econom?as regionales y creando nuevas tensiones y expec tativas. Entonces, hubiera resultado interesante haber explicado c?mo las familias notables enfrentaron ?stos y otros muchos cam bios. No basta saber que se tej?an redes de parentesco y que el apo yo flu?a entre los distintos miembros de la familia o que este apoyo y la diversidad de actividades econ?micas les ayudaba a superar los momentos dif?ciles, es necesario describir y analizar con detalle c?mo cambiaba la estrategia en los momentos de prosperidad y c?mo se adaptaba a los de recesi?n. Estas redes y estos apoyos no pudieron, no creemos, haber funcionado igual a fines del periodo colonial que en los albores de la vida independiente o un siglo m?s tarde. Es un hecho, a juzgar por los mismos datos del libro, que estas familias sobrevivieron no s?lo a las grandes crisis pol?ticas y las numerosas revueltas del siglo, sino tambi?n a los cambios de la vida econ?mica. Pero ?c?mo lo consiguieron? El haber estudiado la din?mica de estas estrategias hubiera sido, sin duda, muy enriquecedor y habr?a mostrado una dimensi?n m?s profunda de la vida de estas familias.

Ma. de los Angeles Romero Frizzi

INAH, Centro Regional de Oaxaca

John C. Hammerback, Richard J. Jensen y Jos? ?ngel Guti? rrez, A war of words; chicano protest in the 1960s and 1970s. West

port, Connecticut, Greenwood Press, 1985, x+ 187 pp.

Hace aproximadamente dos decenios, en Estados Unidos apare cieron varios movimientos pol?ticos organizados por personas de origen mexicano: en Nuevo M?xico, el movimiento que buscaba recuperar tierras perdidas despu?s de la conquista de 1848; en Cali fornia, el sindicalismo agrario; en Colorado, un movimiento de j? ve

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examen de libros

n?s de las ciudades que reinvidicaba el lugar de los chicanos e sociedad norteamericana; en Texas, el triunfo del partido Raza da en elecciones de la Ciudad Cristal. Estos movimientos fue bautizados colectivamente como "el movimiento chicano". C

uno de sus elementos buscaba objetivos concretos diferentes, pero

por otra parte, cada uno logr? definir a la poblaci?n estadunid de origen mexicano ?una poblaci?n heterog?nea, desde el pu de vista hist?rico y pol?tico? como una minor?a ?tnica norte ricana cohesionada, que no buscaba un acomodo f?cil con el r de la sociedad de Estados Unidos, sino definir un proyecto pol

propio.

En el periodo turbulento de 1962 a 1972, destacaron cuatro l?de res de esos movimientos: Reies L?pez Tijerina en Nuevo M?xico, C?sar Ch?vez en California, Rodolfo "Corky" Gonz?lez en Colo rado, y Jos? ?ngel Guti?rrez en Texas. Podr?an agregarse otros a esta lista: Humberto Corona (l?der de CASA, movimiento cali forniano que protege a los trabajadores mexicanos indocumenta

dos), los estudiantes que lanzaron MECHA, sobre todo en Cali fornia, a fines de los sesenta, y los Brown Berets, movimiento juvenil

en las ciudades. Entre 1972 y 1975, aproximadamente, empeza

ron a decaer estos movimientos y, con ello, se abri? un debate sobre el alcance, significado y objetivos ?ltimos del movimiento chicano.

El libro que aqu? rese?amos intenta realizar un an?lisis del dis curso pol?tico de los cuatro personajes principales del movimiento chicano. Por "discurso pol?tico" los autores entienden la "comu nicaci?n para persuadir", empleada con el fin de formar opini?n, sobre todo entre los chicanos, y utilizada para influir en la acci?n

colectiva. Los autores principales de la obra ?Hammerback y Jensen? son profesores de comunicaci?n oral (speech communication)

en universidades norteamericanas. Tal vez por esa raz?n, el libro

hace ?nfasis en el discurso oral, e ignora buena parte de los escritos

de los l?deres estudiados y el contenido de los programas de acci?n de sus organizaciones (excepto lo que estas cuatro personas han expuesto en algunos de sus discursos). Adem?s de describir y, hasta cierto punto, analizar los discur sos principales de L?pez Tijerina, Ch?vez, Gonz?lez y Guti?rrez,

el libro esboza el contenido de las reacciones de otros l?deres

mexicano-norteamericanos, los legisladores en el Congreso duran te los sesenta y setenta. Esas reacciones son negativas: el diputado Henry B. Gonz?lez, el senador Joseph Montoya, y otros, rechaza ron la postura independentista de algunos l?deres del movimiento

chicano.

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Sin embargo el libro no analiza esta disputa a fondo, ni intenta analizar el discurso de los legisladores en alguna forma que permi ta compararlo con el de los l?deres del movimiento. Otro cap?tulo ?el de Jos? ?ngel Guti?rrez? es un testimonio personal de la raz?n de ser del movimiento chicano ??til como testimonio, no tanto como an?lisis de la problem?tica pol?tica de los chicanos? que, por razones inexplicables, no est? articulado plenamente con el resto del libro: el cap?tulo de Jensen sobre Guti?rrez no utiliza el testi monio de ?ste en el mismo libro. Finalmente, la obra incluye un buen ensayo bibliogr?fico. El libro puede calificarse como un ejercicio acad?mico respeta ble, ?til en muchos sentidos, importante en algunos, pero no es una gran contribuci?n al tema estudiado, y menos aclara la cues ti?n de mayor inter?s para el lector no especializado: la vida pol?ti ca del movimiento chicano durante los sesenta y setenta. Es un tra

bajo parcial, entonces, que brilla en algunos detalles pero no en cuestiones centrales para la investigaci?n sobre los chicanos, y que muestra mayor atenci?n a algunos aspectos de forma que de fon do. Si bien vale la pena leer el libro, debe tomarse en cuenta que existen asuntos fundamentales relacionados con el tema que se han ignorado. Las aportaciones principales del libro son dos. El trabajo es pio nero, como los autores lo se?alan, porque el discurso pol?tico del movimiento chicano, como tal, se ha estudiado poco. Los dos auto res principales del libro han venido trabajando estas cuestiones desde hace algunos a?os, y la obra se basa, en parte, en los art?culos publi

cados por estos autores. Son muy pocos los estudios sobre el movi miento chicano que, adem?s de ocuparse del contenido de su dis curso, se fijen en su forma: el uso de met?foras b?blicas, la repetici?n de ciertos temas, las fuentes estad?sticas, c?mo se relacionan en un

mismo discurso ideas dispares, ciertos ritmos e im?genes po?ticas, y, en algunos casos, verborrea exagerada con el fin de despertar conciencia entre las masas. En este sentido, el trabajo analiza el discurso pol?tico chicano con cierto detalle. La otra aportaci?n del libro ?para nosotros el aspecto m?s inte resante, novedoso y ?til en potencia? es que en un volumen breve aparezcan las biograf?as pol?ticas de los cuatro l?deres estudiados y de algunos legisladores chicanos que respondieron a los prime ros. Este es un aspecto del libro que no se advierte hasta leer el segundo o tercer cap?tulo, pero que da solidez a la obra. Aunque los autores no aprovechan expl?citamente esta biograf?a colectiva de l?deres pol?ticos chicanos, el estudioso podr?a basarse en el mate

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rial presentado para elaborar su propio an?lisis. Cabe se?alar, por otra parte, que el libro es compacto: se siste matiza el discurso pol?tico de los cuatro l?deres en pocas p?ginas y con una redacci?n accesible y amena. Finalmente, en algunas fra ses atinadas, los autores captan aspectos importantes de dichos l?deres. Sin embargo, como hemos sugerido en las p?ginas anteriores, en algunos sentidos los defectos de esta obra son de la misma mag nitud de sus aciertos. Buena parte de las faltas del libro pueden resumirse con una afir

maci?n: no es una obra integral sobre el tema que se propone. En efecto, ?ste es un estudio de comunicaci?n verbal y, a la vez, de an?lisis pol?tico. En ambos sentidos, pero sobre todo en el ?ltimo, el estudio tiene deficiencias. Las lagunas del libro le restan valor como estudio de la vida pol?tica chicana de aquellos a?os e incluso como estudio del discurso pol?tico de los cuatro l?deres. En este ?ltimo sentido, cabe subrayar que el libro dista de ser un estudio exhaustivo de lo que dijeron o escribieron L?pez Tijeri na, Ch?vez, Gonz?lez y Guti?rrez. Sus discursos no grabados y no escritos quedaron al margen del estudio, porque los dos autores principales no estuvieron presentes para escuchar, seguir y anali zar las declaraciones que no dejaron huella escrita o electr?nica. Algunas obras fundamentales de los l?deres estudiados quedan fuera

del alcance de este estudio, por ejemplo, el magnum opus de L?pez Tijerina (Mi lucha por la tierra, M?xico, Fondo de Cultura Econ? mica, 1979). Por otra parte, el cap?tulo sobre Gonz?lez se basa prin cipalmente en su poema ?pico, Yo soy Joaqu?n, que en una sola obra

maestra sintetiz? las inquietudes y el esp?ritu del movimiento chi cano de su ?poca. Pero, evidentemente, el discurso pol?tico de Gon

z?lez no se limit? a ese poema. Tambi?n cabe se?alar que, con

excepci?n de Guti?rrez (quien contribuye con un cap?tulo), los auto

res no entrevistaron ?por lo menos no citan entrevistas suyas?

a los otros tres l?deres chicanos que estudian. De ah? que, para obte ner muchos datos personales de esos personajes, tuvieran que basar

se en fuentes secundarias.

Como estudio de la vida pol?tica del movimiento chicano el libro dista de ser satisfactorio. El discurso pol?tico de los l?deres se anali za sin examinar detenidamente sus or?genes y contexto pol?tico, y

sin tratar adecuadamente sus efectos. Que los cuatro l?deres fue ron importantes en el periodo estudiado, no cabe duda, pero ?por qu?? ?Cu?les fueron sus logros pol?ticos? ?Por qu? perdi? su momen tum el movimiento chicano a mediados de los setenta? El texto alu

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de a estas preguntas, pero no las contesta. Finalmente, cabe se?alar la anomal?a de que el libro analice la vida pol?tica y discurso de Jos? ?ngel Guti?rrez, por un lado, y que ?ste aparezca como coautor por el otro. ?Por qu? no aparecen testimonios de los dem?s l?deres estudiados? ?Y por qu? no se ana liz? el testimonio de Guti?rrez en el cap?tulo que lo trata como suje to? Estas deficiencias y algunas otras, de menor importancia, hacen

de esta obra un trabajo que no satisface plenamente al lector que se interese por el movimiento chicano de los sesenta y setenta.

Manuel Garc?a y Griego El Colegio de M?xico

Karl Kaerger, Agricultura y colonizaci?n en M?xico en 1900. Univer

sidad Aut?noma de Chapingo y Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropolog?a Social, M?xico, 1986, 349 pp., ap?ndice iconogr?fico.

Karl Kaerger naci? en Alemania en 1858. Lleg? a ser un prestigia do agr?nomo, cuyas investigaciones sobre trabajadores migrato rios, relaciones de aparcer?a y formas de trabajo domiciliarias, eran

ampliamente conocidas. Kautsky en la Cuesti?n agraria cita a Kaer ger con frecuencia, aun cuando lo critica por tomar en sus investi gaciones la posici?n de los terratenientes y administradores en lugar

de la de los trabajadores agr?colas. En la ?ltima d?cada del siglo xix, Kaerger viaj? a las colonias alemanas y despu?s public? diferentes trabajos sobre las condicio nes naturales y las pr?cticas agr?colas en las regiones tropicales. En

1898, cuando ocupaba el cargo de agregado agr?cola de la embaja da alemana en Argentina, se le encomend? un ambicioso trabajo de investigaci?n: ante la contingencia de una guerra con los Esta dos Unidos, de donde Alemania importaba una gran parte de ali mentos, conven?a explorar las posibilidades de abastecimiento de los pa?ses latinoamericanos, mediante inversiones de capital ale m?n en su agricultura. Kaerger recorri? los pa?ses del Mar del Plata, Chile, Bolivia, Per?, Ecuador y M?xico, a fin de reunir la informaci?n que se le

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hab?a solicitado. En 1901 public? los informes en dos tomos, des pu?s de haberlos presentado a la canciller?a del Imperio alem?n.

Poco tiempo despu?s, en 1903, Kaerger muri? a los 44 a?os de edad.

El trabajo de Kaerger, publicado ahora, corresponde a la parte escrita sobre M?xico, cuyos fragmentos sobre Chiapas y Yucat?n ya hemos conocido por las traducciones de Friedrich Katz en La servidumbre agraria en M?xico en la ?poca porfiriana, M?xico, Ediciones

Era, 1980.

Karl Kaerger entr? a M?xico en marzo de 1900 por el puerto yucateco de Progreso y con paso apresurado recorri? el sureste, el centro y parte del norte del pa?s. En el camino tom? notas de sus observaciones, reuni? documentos y trabajos publicados, se entre vist? con administradores y propietarios de haciendas. A princi

pios de junio se embarc? en el puerto de Tampico rumbo a Alemania.

En las observaciones de Kaerger se plasm? el momento de apo geo del desarrollo econ?mico porfirista: del sureste, el agr?nomo alem?n extrajo experiencia sobre los cultivos tropicales de expor taci?n; del centro, sobre la producci?n de los agaves, el az?car y los cereales; del norte, las condiciones del cultivo de algod?n y las

modalidades de la cr?a de ganado. La agricultura campesina no cab?a en el enfoque del alem?n; los campesinos entran en la des cripci?n cuando es pertinente explicar el reclutamiento de trabaja dores por los hacendados. Kaerger era un observador perspicaz y un analista ordenado. En su texto expuso de manera sistem?tica las condiciones climato l?gicas, el aprovechamiento de los suelos, la secuencia de las acti vidades agr?colas como la preparaci?n de la tierra, la siembra, los cultivos y sus cosechas. En cada caso Kaerger se?al? los instrumen tos utilizados y el modo de emplearlos. En ese sentido, la obra de

Kaerger es un inventario del instrumental agr?cola de la ?poca. Pero

es tambi?n una invaluable fuente para el estudio de los costos de

producci?n y la rentabilidad de las diferentes haciendas porfirianas.

En su trabajo, Kaerger dio un lugar prominente al cultivo de caf?, tal vez porque durante el Porfiriato era el ramo agr?cola al que los alemanes se dedicaron con preferencia a otros. Al compa rar las diferentes regiones cafetaleras, Oaxaca, Chiapas, Guatemala y Veracruz, Kaerger nos presenta diferencias econ?micas de una regi?n a otra y una interesante regionalizaci?n de relaciones de tra

bajo entre trabajadores y finqueros. Honestamente en favor de la empresa y el desarrollo capitalista, Kaerger ve?a con buenos ojos aquella pol?tica laboral que lo estimulaba. Por eso le parec?an dig nos de elogio los m?todos estrictos de vigilancia del cumplimiento

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de los contratos laborales, como los que prevalec?an en Guatemala durante los gobiernos dictatoriales, frente a los m?todos que no eran

sujetos a la sanci?n polic?aca estatal, como en las comarcas cafeta

leras en M?xico. Kaerger se lamentaba junto con los finqueros visitados de las malas relaciones entre ellos y los trabajadores. Esta situaci?n, en lugar de mejorar con el tiempo, empeoraba a medida que la cafeti cultura se expand?a y la demanda de trabajadores crec?a. A la esca sez de trabajadores los finqueros respond?an con medidas propias para retenerlos contra su voluntad en las plantaciones. La medida m?s notoria era la de los adelantos de dinero para atraer la fuerza de trabajo, que luego los finqueros cobraron no s?lo a trav?s del trabajo, sino en las tiendas de raya, en las tareas arbitrarias y, en el caso extremo, persiguiendo a los pr?fugos. A los ojos de Kaer ger, ante tal situaci?n era preferible y m?s "econ?mico" el siste ma de vigilancia polic?aca, instituido en Guatemala. Al fin y al cabo,

los campesinos, ind?genas en su mayor?a, eran un instrumento de

trabajo m?s en el inventario de Kaerger que hab?a de cuidarse igual

que los dem?s aperos agr?colas. Kaerger era sumamente sensible a los prodigios y las limitacio nes de la naturaleza del tr?pico y supo exponer, a quien se intere sara, las ventajas y desventajas de los abonos qu?micos en lugares donde el esti?rcol natural abundaba. A veces era preferible ser atento a las correctas selecciones de las pendientes para el cultivo del caf?,

a los ?rboles de sombra, a la conservaci?n de la humedad, que a los inventos de fertilizantes qu?micos y an?lisis de suelos. Kaerger concluye su trabajo con la observaci?n de que la natu raleza americana es prodigiosa, y por lo mismo deb?a ser bien admi

nistrada. Fue entonces cuando despuntaba tambi?n la explotaci?n del petr?leo en M?xico. No sorprende que M?xico haya figurado en el mapa germano de territorios por conquistar, antes de que Ale

mania sufriera la primera derrota de su sue?o por conquistar el

mundo.

Daniela Spenser y Roberto Melville Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropolog?a Social

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Barbara A. Tenenbaum, The Politics of Penury. Debts and Texas in

Mexico, 1821-1856. Albuquerque, N.M., University of New Mexico Press, 1986, 250 pp., bibl., cuadros, ?ndice anal?tico.

Como indica el t?tulo, la obra que es objeto de esta breve rese?a trata de las deudas e impuestos en M?xico en la ?poca de "la anar qu?a' ', como la llama M?xico a trav?s de los siglos. Las deudas (en plural) son principalmente deudas p?blicas pero se habla tambi?n de las deudas privadas. La autora ven?a estudiando este tema apro ximadamente desde hace diez a?os, lo que se puede deducir de la fecha de publicaci?n de sus art?culos. La bibliograf?a es impresio nante tanto por el n?mero de las fuentes impresas como manuscri tas, no s?lo las existentes en M?xico sino en los Estados Unidos, sobre todo las de la Colecci?n Latinoamericana de la Universidad

de Texas en Austin.

Si bien, a juzgar por el t?tulo, se trata de un estudio de la histo ria fiscal y financiera ?la que est? muy bien ilustrada en los nume

rosos cuadros estad?sticos cuidadosamente escogidos?, el libro es mucho m?s: es igualmente un estudio hist?rico de los hombres de finanzas que prestaban fondos a los gobiernos mexicanos, los agio tistas tan impopulares en su tiempo. Estos prestamistas eran tanto extranjeros ?espa?oles, brit?nicos, franceses y alemanes? como mexicanos, algunos de los cuales eran hombres nuevos y otros des cendientes de los miembros del antiguo Consulado y unos cuantos de la aristocracia virreinal. La autora describe c?mo el agiotaje ?pr?stamos al gobierno con elevado inter?s (el inter?s era propor cional al riesgo)? comenz? a fines de 1827 despu?s de que M?xico suspendi? por primera vez los pagos de su deuda exterior; y se con

virti? en un sistema dominante en 1834 cuando el secretario de

Hacienda, Garay, veracruzano amigo de Santa Anna y socio de Manuel Escand?n, fue el primer prestamista que ocup? este pues to oficial. As? se inici? la era de Santa Anna. Los prestamistas no formaban un grupo homog?neo. La autora describe los diferentes "clanes" y sus alianzas mercantiles y perso nales; estas ?ltimas se reforzaban con frecuencia con un matrimo nio, incluso con familiares de prestamistas extranjeros. Tampoco los prestamistas fueron siempre los mismos durante el periodo de treinta a?os (1827-1856) descrito en este libro. Entre los no muy numerosos hombres que perduraron todo o casi todo este periodo, lo sobrevivieron y al mismo tiempo aumentaron su fortuna, se pue

den mencionar en esta breve rese?a a Manuel Escand?n, quien

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debi? su riqueza en parte a su estrecha asociaci?n con Santa Anna, Gregorio Mier y Ter?n, un espa?ol convertido en mexicano de hecho, y el mexicano Cayetano Rubio (quien en mi opini?n mere ce una monograf?a). Otros, entre los cuales figuran sobre todo los extranjeros como los brit?nicos Montgomery & Nicod y Manning & MacKintosh y el alem?n Drusina, a mediados del siglo no pudie ron pagar sus deudas y terminaron en quiebra. De las ruinas de la firma Montgomery & Nicod surgi? la casa Jecker & Torre, famosa

despu?s por sus bonos emitidos para prestar a Zuloaga. Los prestamistas financiaron a Santa Anna en 1853 y 1854 pero lo abandonaron al a?o siguiente. En 1855 los m?s previsores de ellos se alinearon detr?s del gobierno de la Reforma. A principios de 1856 los mismos hombres mencionados arriba, Cayetano Rubio, Gregorio Mier y Ter?n y Manuel Escand?n junto con Jecker & Torre y M. Lizardi (el de los bonos fraudulentos de la deuda exte rior), salvaron al gobierno liberal con pr?stamos que hicieron posi ble que Comonfort armara un ej?rcito y derrotara a la sublevaci?n conservadora del poblano Antonio Haro y Tamariz, a quien ellos hab?an negado su apoyo. Algunos participaron despu?s en la com pra de los bienes eclesi?sticos. Pero esto ya fue despu?s de 1856. Otros hombres de finanzas muy conocidos en aquel entonces por sus pr?stamos a Santa Anna como Mart?nez del R?o, Barr?n e Itur be tomaron en 1856 el rumbo conservador y no aparecen como acreedores del gobierno de la Reforma. La autora ha sabido seguir no s?lo la marcha de los gobiernos mexicanos durante los 30 a?os en que domin? el agiotaje sino tam bi?n la historia o biograf?a de los prestamistas individuales. Entre los pocos errores advertidos por ri? en el libro est? la afir

maci?n (p. 121) de que Lucas Alam?n, en su famosa carta dirigida a Santa Anna a fines de marzo de 1853, le recomend? que en vez de pedir dinero a la Iglesia, lo consiguiera mediante ventas de terri

torio a los Estados Unidos. Si bien Alam?n afirm? en dicha carta

su creencia en la integridad de los bienes eclesi?sticos, la recomen daci?n de que Santa Anna vendiera m?s tie/ras al pa?s vecino no est? en la carta.

Me parece tambi?n que algunas afirmacior es no son muy exac tas. As?, en la p?gina 144 se puede leer que Alvarez (en 1855) "selec

cion? un gabinete de coalici?n, que inclu?a liberales radicales y

moderados". Si no me equivoco, Melchor Ocampo, Benito Ju?

rez, Ponciano Arriaga, Guillermo Prieto y Miguel Lerdo de Teja da eran liberales radicales. El ?nico liberal moderado en el gabine te era el general Comonfort. Pero esto son cosas menores.

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EXAMEN DE LIBROS

Es interesante la conclusi?n de la obra y con ella termino esta

rese?a: "Aunque M?xico no cumpli? con las esperanzas de Von Humboldt y otros de que se volviera una gran naci?n despu?s de la independencia, sobrevivi? a sus dificultades y resurgi? m?s peque

?o pero con su soberan?a intacta. Los prestamistas de dinero con tribuyeron considerablemente a sostener a la Rep?blica Mexicana durante sus comienzos tormentosos. . ."

Jan Bazant

El Colegio de M?xico

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i? rimno

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Escrito en voz alta Un acercamiento a las investigaciones y

publicaciones de El Colegio de M?xico Lunes a las 22:00 horas Mi?rcoles a las 17:00 horas

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MEXICAN STUDIES/ ESTUDIOS MEXICANOS The first international scholarly journal to focus exclusively

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Now in its fourth year, Mexican

Studies/Estudios Mexicanos pub

lishes articles in English and Spanish in such disciplines as anthropology, history, economics, political science and sociology.

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American Studies

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and Oxford

The journal presents recent and current research on various aspects of Latin American Studies:

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relations + politics + sociology

Regular features include: review articles and

commentary, shorter notices and an extensive section of book reviews on works about Latin America. There is no commitment to any political viewpoint or ideology.

Volume 19, May and November, 1987 Subscriptions ?3300 ($73) for institutions; ?20.00 ($36.50) for individuals; single parts ?17.00 ($40); airmail ?8.50 extra per year

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_. MEXICO Testimonios ind?genas

de la realidad de los pueblos Revistatobimestral del Instituto Nacionalindios Indi de

Notas informativas

piso. Col. Alpes, CP. 01010 M?xico, D.F. Tel?fonos: Informes y suscripciones: Revista M?xico Ind?gena. Instituto Nacional Indigenista, Av. Revoluci?n I227-4o.

genista que contribuye a un mejor conocimien

An?lisis y ensayos

ind?gena

Entrevistas

Reportajes

Rese?as

680-18-88 y 651-81-95.

M?xico.

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