Historia mexicana 129 volumen 33 número 1

Page 1

HISTORIA MEXICANA 129

La sociedad capitalina

en el

Porfiriato

EL COLEGIO DE MEXICO This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:22:53 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


HISTORIA MEXICANA 129

La

sociedad

capitalina en el Porfiriato

EL COLEQIO DE MEXICO This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:22:53 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


HISTORIA MEXICANA

Revista trimestral publicada por el Centro de Estudios Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas

Redactor: Luis Muro Consejo de Redacci?n: Carlos Sempat Assadourian, Jan Bazant, Romana Falc?n, Bernardo Garc?a Mart?nez, Virginia Gonz?lez Claver?n, Mois?s

Gonz?lez Navarro, Alicia Hern?ndez Ch?vez, Andr?s Lira, Alfonso Mart?nez, Rodolfo Pastor, Anne Staples, Dorothy Tanck, Elias Trabulse,

Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez

VOL. XXXIII JULIO-SEPTIEMBRE 1983 NUM. 1 SUMARIO

Art?culos Manuel Ceballos Ram?rez: La enc?clica "Rerum Novarum" y los trabajadores cat?licos en la Ciu

dad de M?xico (1891-1913) 3

Jean-Pierre Bastian: Metodismo y clase obrera en el Porfiriato 39 Reynaldo Sordo Cede?o: Las sociedades de socorros

mutuos: 1867-1880 72

Pedro Santoni: La polic?a de la Ciudad ele M?xico durante el Porfiriato: los primeros a?os (1876

1884) 97

Susan E. Bryan: Teatro popular y sociedad durante el Porfiriato 130

Examen de libros Donald J. Marby: The Mexican University and the

State: studentconflic, 1910-1971. (Francisco

Arce Gurza) 170

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:22:53 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


Maria del Carmen Velazquez: Cuentas de sirvientes

de tres haciendas y sus anexas del Fondo Pia doso de las Misiones de las Californias. (Jan

Bazant) 175

Carlos Guzm?n Blocker: Donde enmudecen las conciencias: cr?tica a la historia oficial y a la ideo

logia dominante. (Rodolfo Pastor) 178 Bulletin. Society for Spanish and Portuguese Historical

Studies. (Anne Staples) 181

La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente perso nal de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Co legio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana aparece los d?as lo. de julio, octubre, enero y abril de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $ 400.00 y

en el extranjero Dis. 8.75; la suscripci?n anual, respectivamente, $ 1,400.00 y Dis. 34.00. N?meros atrasados, en el pa?s $ 500.00; en el extranjero Dis. 9.50.

? El Colegio de M?xico Camino al Ajusco 20

Pedregal de Sta. Teresa 10740, M?xico, D.F.

ISSN 0185-0172 Impreso y hecho en M?xico Printed and made in Mexico

por Herrero Hnos., Sucs., S.A. Comonfort 44, M?xico 1, D.F.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:22:53 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


ADVERTENCIA El contenido, de art?culos, de este n?mero de Historia Mexi cana surgi? de un seminario de doctorado sobre el siglo xix,

que en 1982 dirigieron los doctores Clara E. Lida, Marco

Palacios y Carmen Ramos, en el Centro de Estudios Hist?ricos

de El Colegio de M?xico. El inter?s que la investigaci?n y el intenso di?logo profesional suscitaron entre los participantes,

rebas? el semestre acad?mico y llev? a los estudiantes a am pliar esos primeros trabajos para su publicaci?n. Los art?cu los que aqu? aparecen son el resultado de la reflexi?n continua sobre temas poco explorados hasta ahora por la historiograf?a

mexicana. Todos se refieren al periodo anterior a la Revolu ci?n de 1910 y todos se relacionan con la sociedad capitalina en el Porfiriato. Los tres primeros tratan facetas particulares del mundo obrero y artesanal en su articulaci?n con organizaciones reli giosas ?cat?licas y protestantes? y seculares ?asociaciones

mutualistas, sindicatos, movimientos pol?ticos. La creciente pre

sencia de los trabajadores urbanos en la vida social del pa?s tuvo como contraparte la preocupaci?n del Estado por man tener el orden ?su orden? por todos los medios posibles. Uno de ?stos, la formaci?n de un cuerpo moderno de polic?a urbana, es el tema del cuarto art?culo. Claro est?, no todo es movilizaci?n social y religiosa, represi?n y orden p?blico; la diversi?n, los espect?culos forman parte integral de la vida cotidiana. El ?ltimo ensayo estudia una de las manifestaciones m?s vibrantes de la cultura popular: el teatro de g?nero chico.

Con estos art?culos sus cinco j?venes autores se inician en

el oficio del historiador: sean bienvenidos.

C. E. L.

1 This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:22:53 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA RERUM NOVARUM

Y LOS TRABAJADORES

CAT?LICOS EN LA CIUDAD DE MEXICO (1891-1913) Manuel Cfballos Ram?rez * El Colegio de Mexico Hacia finales del siglo xix el movimiento socialista europeo, que parec?a haber terminado con el fracaso de la Primera In ternacional en 1876, volvi? a tomar impulso bajo la direcci?n del socialismo franc?s y, sobre todo, de la socialdemocracia alemana. El resultado fue la fundaci?n de la segunda Inter

nacional en 1889. Dos a?os despu?s, la Iglesia cat?lica re

conoci? oficialmente la importancia y trascendencia del movi rhiento socialista con la Enc?clica Rerum Novarum del Papa Le?n vin. Este reconocimiento de ninguna manera significaba la aprobaci?n, pero s? el empe?o de la Iglesia por participar en los problemas sociales de su tiempo, guiar a los cat?licos que antes de 1891 se hab?an preocupado ?sobre todo en Eu ropa? por la llamada cuesti?n social y despertar a los que

hasta entonces ?como en M?xico? no hab?an advertido la fuerza del socialismo.

La Enc?clica llamaba la atenci?n del pensamiento cristiano sobre nuevos aspectos de la vida social, y por vez primera esto

se planteaba en un documento interesado por los problemas sociales suscitados por la Revoluci?n Francesa y las revolucio nes industriales. Aunque los papas anteriores, Benedicto xiv * Deseo expresar mi agradecimiento a la doctora Clara E. Lida por su valiosa ayuda en la elaboraci?n de este art?culo y a la profesora Marta E. Venier por sus atinadas observaciones.

3 This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


4

MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

y P?o ix, tambi?n se hab?an ocupado de esos probl hab?an hecho a partir de un pensamiento eminentem log?tico y, desde luego, condenando la racionalidad e y pol?tica modernas. Le?n xm, en cambio, aceptab con cautela, algunos planteamientos de esa raciona bien el texto de Le?n xni no dejaba de ser un texto

y conservador, y por lo tanto opuesto al liberalismo y lismo, su valor principal radic? en haber movilizado a

cat?licos hacia la "cuesti?n social". El documento e vador pues se fundamenta en la doctrina escol?stica com?n y del corporativismo, y la aplica a la situaci? Precisamente por este predominio de la escol?stica an?lisis concreto de una realidad nueva, es excesivam trinal. Esto es lo que seguramente hizo pensar a Ge theim que Le?n xm sentaba una doctrina que s?lo p mar a los patronos m?s cerriles de los pa?ses latin embargo, seg?n F. Urbina, la aprobaci?n del Papa a ciones profesionales, es decir a los sindicatos, caus?

c?ndalo ?n la burgues?a cat?lica,- e incluso se dice que del socialismo franc?s, Jean Jaur?s, lleg? a escribir qu taba de un programa socialista.3

Por otra parte, como lo ha se?alado Roger Auber

toriador debe situar un documento del magisterio ecle

dentro de los l?mites hermen?uticos que le impone cunstancias temporales (pol?ticas, sociales, econ?mic ceptuales en las cuales se elabora.4 Tanto los apologi

los opositores de los textos pontificios tienden a ignor temente este criterio y, las m?s de las veces, exigen de que nunca intentaron declarar. Es por esto que, al hab

Rerum Novarum, se hace necesario colocarla en prim en su contexto temporal. En 1891, a?n no resuelta d

1 Lichtheim, 1970, p. 221, nota 7. V?anse las explicacion siglas y referencias al final de este art?culo.

a Urbina. 1978, p. 26. } Chenu, 1979, p. 15.

J Aub?-rt. (970, p. 109 y passim.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM" 5

cuesti?n romana,5 el Papa no pod?a m?s que tomar una posi

ci?n conservadora e intermedia, pues no estaba en condiciones

d^ optar ni transigir con quienes hab?an destruido el antiguo

r?gimen ?en concreto el liberalismo y el socialismo?, y

puesto que la Iglesia hab?a sido una de las m?s afectadas en

esta destrucci?n, deb?a trazar un camino diferente En segundo lugar, la idea de corporativismo privaba sobre

la de contradicci?n de clases; vale decir, que todav?a la ra cionalidad socialista no se expresaba en t?rminos comprensi bles a la racionalidad escol?stica que era la que entonces do minaba en la Iglesia. Lo m?s l?gico para el Papa y todos los cat?licos sociales era el regreso a la estructura gremial funda mentada en la doctrina cat?lica, cuyo ideal de organizaci?n se encontraba en la Edad Media. Es por esto que, cuando el Papa ped?a el entendimiento entre el capital y el trabaj?, no lo hac?a dentro de un contexto liberal burgu?s, sirio en un contexto filos?fico del bien com?n. De la misma forma, cuan do el Papa hablaba del derecho a la propiedad privada, lo hac?a desde una perspectiva que M. D. Chenu califica de paysanne, y en la cual no tuvo en cuenta el cambio operado por el tra bajo industrial en la posesi?n de los medios de producci?n.8 Por otra parte, la Rerum Novarum es s?lo el primer hito en el

proceso del pensamiento social cat?lico que, visto desde una perspectiva actual, permitir? aportaciones posteriores, sobre todo a partir de cierta aceptaci?n de la racionalidad socialista por Juan xxni y Paulo vi, y de la conversi?n de la "doctrina social" de la Iglesia, en "ense?anza social" a partir del Con cilio Vaticano n.7 s Con el nombre d? cuesti?n romana se denominaba el problema

de la p?rdida de los Estados pontificios y la instauraci?n de Roma como capital del Estado italiano en 1871; veinte a?os despu?s el asunto

todav?a era muy discutido por la prensa cat?lica, sin exceptuar la mexicana. ? Chenu, 1979, p. 40 y ss. 7 El cambio entre doctrina y ense?anza responde a que "el mundo no est? hecho para la Iglesia, que le aportar?a doctoral y autoritativa mente los modelos de su construcci?n y las leyes de su transformaci?n

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


6

MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

Es en este contexto que estudiar?, en las p?ginas siguientes,

las reacciones que la Rerum Novarum provoc? cuando se pu blic? en la ciudad de M?xico, y describir? las acciones social cat?licas (como las calificaron los cat?licos de principios de siglo) que promovi? la llegada de la Enc?clica. La investiga ci?n se basa en el an?lisis de la hemerograf?a cat?lica capita

lina y en la descripci?n de las organizaciones cat?licas de trabajadores de la ciudad de M?xico durante las dos ?ltimas

d?cadas del Porfiriato y los primeros a?os de la Revoluci?n.

Catolicismo y Porfiriato Seg?n el Padre Cuevas, durante los diecinueve primeros a?os del Porfiriato (1876-1895) se reproch? a la Iglesia ca

t?lica mexicana su pasividad, porque una jerarqu?a amedrenta da y un clero pusil?nime perdieron la oportunidad de reha cerse despu?s de los embates de las Leyes de Reforma.* Aunque

Cuevas trat? de desmentir la acusaci?n, ?sta no carec?a de fundamentos.^Si se compara la actividad desarrollada por la jerarqu?a y jpor los seglar^ cat?licos en el primer decenio del siglo xx, con la actividad de los primeros a?os del Porfiriato, se percibe una gran efervescencia entre los cat?licos, en dife rentes campos, durante, aquel primer decenio del nuevo siglo.

El punto de partida de este resurgimiento se sit?a a lo largo de la ?ltima d?cada del siglo xix. Para ese momento,

el r?gimen porfiriano sq mostr? m?s tolerante con los cat?licos

y menos receloso de ?? participaci?n activa en la sociedad, a pesar de las frecuentes cr?ticas que la prensa cat?lica hab?a lanzado contra la administraci?n de D?az.9 Por otra parte, dos aspectos importantes influyeron en la vida de la Iglesia mexicana: primero el cambio de r?gimen arzobispal en la ciu [doctrina], uno que la Iglesia est? hecha para el mundo, que es el

lugar en que existe y que, en su autogesti?n, le aporta los materiales de su empresa de divinizaci?n [ense?anza]". Chenu, 1980, p. 534.

? Cuevas, 1942, p. 409.

o Adame, 1981, p. 108 y passim.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RER?M NOVAR?M"

7

dad de M?xico, pues al morir, en 1891, Pelagio Antoni bastida, acendrado monarquista que fue regente del Imp ocup? la sede Pr?spero Mar?a Alarc?n, quien se mostr? moderado y nacionalista; en segundo lugar, la renovaci? la administraci?n cat?lica en M?xico con la creaci?n de

obispados y tres arzobispados.10 A estos factores internos,

br?a que a?adir el del impacto que les produjo a mucho t?licos en M?xico, el pensamiento social de Le?n xm. ? influy? de manera determinante en el comportamient

catolicismo mexicano y en la forma peculiar de su desarro

El Papa public? la Enc?clica Rerum Novarum en may 1891, y a partir de esa fecha se not? entre los cat?lico xicanos una gradual toma de conciencia por los proble sociales. La impresi?n que este documento provoc? en E no fue igual a la que suscit? en M?xico. All? lleg? despu que el movimiento socialista hab?a dejado sentir sus efe cuando la Iglesia no ten?a m?s remedio que aceptarlo. A Enc?clica lleg? sobre todo a despertar la conciencia de l t?licos a los problemas planteados por la cuesti?n social otra parte, el cambio incitado por la Rerum Novarum Iglesia mexicana fue lento y con cierto lastre de pasiv

pero no por eso se dej? no notar la diferencia entre el cat?

de principios del Porfiriato y el de los ?ltimos a?os de r?odo. De un tipo de cat?lico tradicionalista, apol?tico e tivo, se pas? a un tipo de cat?lico moralizador, activis emprendedor, con conciencia de ofrecer la soluci?n a lo blemas sociales de su tiempo mediante la implantaci?n

preceptos pontificios. Un cat?lico que se reconoc?a a s? mis

como "cat?lico social", y que lleg? a pensar en la oblig de ingresar a este movimiento de renovaci?n cristiana sociedad bajo pena de pecado.11

10 De 1867 a 1910 fueron erigidas doce di?cesis; m?s de la mi

de ellas en la d?cada de 1890 a 1900; ?stas fueron: Cuernavaca huahua, Saltillo, Tehuantepec y Tepic en 1891. Campeche en 1 Aguascalientes en 1899. V?ase Guti?rrez Casillas, 1974, p. 336 11 Es significativa una nota in?dita que se localiza en el A

y que cuestiona en t?rminos de pecado mortal la obligatoriedad d

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


8 MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

Antes de los a?os noventa, los cat?licos guiaron sus

acciones sociales casi exclusivamente por la doctrina de la ca ridad hacia el pr?jimo;12 a partir de la Rerum Novarum las guiaron tambi?n por la doctrina propia del catolicismo social. Este ?ltimo trataba de orientar a los cat?licos, en tanto que miembros de la Iglesia, a la participaci?n en organizaciones de tipo social que rebasaran el car?cter piadoso o intraeclesial, y que se orientaran hacia la acci?n directa sobre la comunidad :

prensa, escuela, teatro, partidos pol?ticos, organizaciones de trabajadores. Este catolicismo social estuvo inspirado en la tentativa de trazar una tercera v?a en la organizaci?n de la so

ciedad, que al margen del liberalismo o del socialismo se pudiera sustentar en una doctrina cat?lica. Se aspiraba as?, a competir con las instituciones seculares mediante una s?lida organizaci?n de instituciones cat?licas paralelas. Aunque por tratarse de una religi?n de salvaci?n, personal y comunitaria,

el cristianismo siempre implic? una dimensi?n social; es a partir del siglo KSK y sobre todo de la Rerum Novarum cuando se puede hablar de una "doctrina social cat?lica" estructurada. Para finales del siglo, se pueden distinguir dos momentos en el proceso del catolicismo mexicano. El primero corresponde

a los ?ltimos a?os del siglo xix en los cuales la acci?n social de los cat?licos es m?s bien filantr?pica, asociacionista, y de poca proyecci?n social. Aunque consideraban que deb?an aca tar las directrices de Le?n xiii y atender a la cuesti?n social, su preocupaci?n no parece pasar de simples cambios en las pertenencia a alguna de las organizaciones social cat?licas. ASSM,

Carpeta Antecedentes Correspondencia I, M?xico, 14 de junio de 1909.

12 Gonz?lez Navarro, 1973, p. 360. Algunas organizaciones ca

t?licas anteriores a esa fecha prosperaron considerablemente inspiradas

en la doctrina de la caridad como la Sociedad Cat?lica o las Confe

rencias de San Vicente de Pa?l. Tambi?n las fundaciones de religiosas mexicanas respondieron a esa mentalidad como: las Josefinas (1872)

las Guadalupanas (1878); las Hermanas de los pobres (1884); las

Siervas del Coraz?n de Jes?s y de los pobres (1S85) y las Siervas de los pobres (1890). V?ase CIRM, 1962, pp. 52, 54, 72, 143, 144 y passim.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM" 9

costumbres de la Iglesia. Esta primera etapa m?s bien parece

un momento de transici?n entre el catolicismo caritativo ante

rior a la Enc?clica y el catolicismo social que vino despu?s. El segundo momento hay que situarlo a principios del nuevo siglo,

cuando los cat?licos tomaron m?s conciencia de su responsa bilidad en las cuestiones sociales. Los problemas sociales planteados por el comportamiento de la econom?a porfiriana fueron, al parecer, la coyuntura que

llev? a los cat?licos a dar una respuesta propia a esos proble mas. Varios factores influyeron en esto: el incremento demo gr?fico en las ciudades cre? una superabundancia de fuerza de trabajo con el consiguiente abaratamiento de la mano de obra.13 En 1897 se alcanz? uno de los niveles m?s altos en el ingreso de los obreros, pero hacia 1907 su poder adquisitivo hab?a disminuido y se hab?an reducido los jornales.14 Adem?s, el aumento de la concentraci?n de la tierra en las haciendas y la

explotaci?n cada vez m?s intensiva de la mano de obra prole tariz? m?s al campesino. Por otra parte, es necesario a?adir

a todo esto el proceso de descomposici?n del artesanado:

sastres, tip?grafos, canteros, carpinteros, con la abolici?n de la alcabala en 1896, sufrieron el golpe m?s fuerte a su eco nom?a; este impuesto era el ?ltimo baluarte que les serv?a de defensa frente a la introducci?n de manufacturas extranjeras.15

Surgi? as? un numeroso grupo de trabajadores y obreros que no eran sino artesanos proletarizados, con sus consiguientes problemas sociales y econ?micos.

13 Entre 1877 y 1910 la ciudad de M?xico aument? m?s del 50%, Monterrey m?s del 460% y Veracruz a?n m?s. Estad?sticas econ?micas, pp. 7-9. V?anse tambi?n Da vies, 1972, p. 482 y passim. 14 Durante los primeros siete a?os del siglo los precios de algunos art?culos b?sicos aumentaron considerablemente; en los tres a?os si guientes, la sequ?a fue motivo ?z qu? muchas cosechas se perdieran.

Coatsworth, 1976, p. 185. 15 En 1895, por ejemplo, hab?a en M?xico 41 m'l ;atres y 19

mil obreros textiles; en 1900 lo^ sastres hab?an disminuido a 26 mil y los obreros hab?an ascendido a la misma cifra; en 1910, 8 mil sastres rivalizaban con 32 mil obreros textiles. Hart, 1980 p. 117.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


10

MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

Hacia principios de siglo, los cat?licos se encontraron en un momento favorable para desarrollar sus actividades, pues por un lado la Rerum Novarum los impulsaba a intervenir en "la soluci?n de la cuesti?n social" y, por el otro, los problemas

sociales del Porfiriato eran una ocasi?n propicia para implan tar el pensamiento de Le?n xm. Aunque ya exist?an intentos locales de acci?n social, iniciaron sus actividades nacionales con la celebraci?n del Congreso Cat?lico de Puebla (1903).

A este primer Congreso le siguieron otros tres: Morelia (1904), Guadalajara (1906) y Oaxaca (1909). Adem?s, hubo

tambi?n tres Congresos Agr?colas: dos en Tulancingo (1904 1905) y uno en Zamora (1906). A imitaci?n de las Semanas

Cat?licas europeas, en M?xico se celebraron cuatro Sema

nas Cat?licas Sociales: una en Le?n (1908), dos en la ciudad de

M?xico (1910-1911) y una en Zacatecas (1912).16 Se pro

pag? la organizaci?n de C?rculos Cat?licos de Obreros, que en 1908 form? una primera Uni?n, y m?s tarde una Confede raci?n Nacional; estos C?rculos hicieron dos grandes reunio nes que llamaron "Dietas", una en M?xico (1911) y otra en Zamora (1913). Surgieron adem?s grupos cat?licos de auxi lios mutuos y cajas de ahorro, en particular las Cajas Raifeissen

promovidas por Miguel Palomar y Vizcarra. Aparecieron tam bi?n agrupaciones intelectuales como los Centros de Estudios Sociales Le?n xui de M?xico y Guadalajara, y el Centro Ketteler

de la Uni?n Cat?lica Obrera. Se fundaron tambi?n organiza ciones de iiderazgo obrero como los Operarios Guadalupanos (1909) cuyo centro estaba en Tulancingo.17 No faltaron tam le Bravo-.jugarte, ?962, pp. 407-408; M?rquez Montiel, 1958, p. 39; Meyer, ?981a, p. 150. Aunque hay ligeras variantes entre estos

autores con respecto a los nombres o fechas, en lo esencial parecen

coincidir. 17 Esta organizaci?n reun?a a profesionistas y sacerdotes; se pro pon?a difundir los C?rculos Obreros. Fue fundada por el m?dico hidal

guense Jos? Refugio Galindo en 1909, y no en 1905 como general

mente se asegura. V?ase la aclaraci?n sobre la fecha de fundaci?n que

el propio Galindo introduce al final de un art?culo del P. E. de la

Peza, S.J., 'La Democracia Cristiana", febrero de 1913.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM"

11

poco las publicaciones de estas organizaciones como El Grano

de Mostaza, La Democracia Cristiana, El Obrero Cat?lico, Restauraci?n; los peri?dicos cat?licos capitalinos La Voz de M?xico, El Tiempo y El Pa?s; adem?s de otras publicaciones

de provincia. Por otra parte, las escuelas cat?licas se multipli caron a lo largo de todo el territorio a consecuencia, sobre todo, de la llegada de numerosas congregaciones religiosas ex tranjeras que hab?an establecido escuelas, imprentas, orfana torios y talleres de artes y oficios. Por ?ltimo, los cat?licos se lanzaron tambi?n a participar directamente en los problemas

pol?ticos, cuando en 1909 fundaron el C?rculo Cat?lico Na

cional, que a imitaci?n de los partidos cat?licos europeos, trat? de intervenir en la efervescencia electoral del momento; m?s

tarde, en 1911, se convirti? en el Partido Cat?lico Nacional. Este movimiento cat?lico social estuvo dirigido por quie nes quisieron implantar en M?xico las ideas que hab?an tomado de la Rerum Novarum y de escritores europeos. Resalta sobre todo el nutrido grupo de seglares que se comprometi? con este movimiento: periodistas como Victoriano Ag?eros, Trini dad S?nchez Santos y Jos? L?pez Portillo y Rojas; profesio nistas como J. Refugio Galindo, Carlos A. Salas L?pez, Tom?s Iglesias, Salvador Moreno Arriaga, Miguel Palomar y Vizca rra, Rafael Linares. Entre los sacerdotes se distinguieron Fran cisco Orozco Jim?nez y Jos? Mora del R?o, ambos futuros arzobispos de las dos arquidi?cesis m?s importantes, Guadala jara y M?xico; adem?s Antonio Correa, Jos? M. Troncoso, Arnulf o Castro y Alfredo M?ndez Medina.18 Es as? como confluyen, por un lado, la decadencia paula tina del Porfiriato y, por otro, la acci?n social de los cat?licos. 18 Aunque los tres ?ltimos sacerdotes nombrados pertenec?an a

?rdenes religiosas ?el primero era josefino y los otros dos jesu?tas? no parece haber una atenci?n espec?fica en este momento de alg?n instituto religioso ?exceptuando los dedicados a las escuelas? al cato licismo social. Sin embargo, s? es notoria la dedicaci?n de los jesu?tas y de los llamados "piolatinos" (sacerdotes diocesanos formados en el

Seminario Piolatino de Roma, por los jesu?tas) a las organizaciones propias del catolicismo social.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


12

MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

El tipo de respuesta que ?stos dieron a los problemas plan teados por esta decadencia estuvieron inspirados y apoyados en la Rerum Novarum. Sus conclusiones y estudios hablan el lenguaje de la Enc?clica, sus organizaciones est?n regidas por ella, sus proyectos buscan cumplir con los prop?sitos de Le?n xiii. Las soluciones que sugieren para los problemas na cionales las obtienen del pensamiento papal, si bien tratan de adaptarlas a las necesidades mexicanas: salario individual y familiar ?ntegro y en efectivo; jornada de 7, 8 o 9 horas; hi gienizaci?n de las f?bricas y viviendas de los trabajadores; conservaci?n y fomento de la peque?a propiedad ind?gena; elevaci?n del jornal; armon?a de intereses entre el capital y el trabajo.19

La Rerum Novarum en la ciudad de M?xico A partir de mediados de mayo de 1891 los temas que ocu paron a la prensa cat?lica capitalina estuvieron dominados por

las preocupaciones sociales de la Rerum Novarum, y por la gravedad de los problemas a los que la Enc?clica se encen taba, ya que, como dec?a La Voz de M?xico ag?tase hoy en el mundo una cuesti?n fundamental que sirve de fondo a todas las otras cuestiones que dividen a los hom bres y respecto de la que las dem?s son ?nicamente como con secuencias que se desprenden de un principio. . . esa cuesti?n de car?cter universal y de importancia incalculable es la que ha m?s de un siglo est? planteada en t?rminos que cada d?a son m?s claros y precisos. .. podemos llamarla propiamente la cuesti?n social porque envuelve la suerte de toda la sociedad humana.20

Durante los meses posteriores a la promulgaci?n de la En c?clica, los dos principales peri?dicos cat?licos de la capital, 19 Bravo Ugarte, 1962, p. 408. Incluso algunas de estas proposi ciones de los cat?licos sociabs sirvieron a Andr?s Molina Enr?quez para afumar sus t? h. V?ase Molina Enr?quez, 1979, pp. 169-173 y passim. 20 La Voz de M?xico, 2 de julio de 1891.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM" 13 El Tiempo y La Voz de M?xico, publicaron diversos art?cu los sobre esta "terrible cuesti?n social", como la calific? el corresponsal romano de uno de ellos. En diferentes secciones de ambos diarios aparecieron art?culos sobre este tema: edito riales, rese?as, noticias, circulares de prelados nacionales o extranjeros, cartas de corresponsales y telegramas.21 Este asun to de la cuesti?n social fue tratado con gran detenimiento por

los peri?dicos cat?licos de la ciudad. Discutieron el papel del Estado y la religi?n en este problema, la funci?n de las corpo raciones, el derecho de asociaci?n, el problema de la propie dad, el trato y educaci?n que es necesario dar a los obreros. No se olvidaron disputar con sus colegas liberales ni criticar las soluciones socialistas. La celebraci?n del Congreso socia lista de Bruselas, por ejemplo, les dio la oportunidad de ex tenderse en la cr?tica al socialismo, y, de paso, alabar y poner como modelo los Congresos cat?licos de Malinas y Friburgo y las peregrinaciones de obreros cat?licos franceses a Roma organizadas por Le?n Harmel.22 Otro de los temas de que se ocup? la prensa cat?lica de la ciudad fue la celebraci?n del d?a internacional del trabajo. 21 Teniendo en cuenta ambos peri?dicos, del 15 de mayo al 31 de diciembre de 1891, aparecieron 49 art?culos directamente relacionados

con la Rerum Novarum; 39 sobre la cuesti?n social; 22 sobre la par ticipaci?n pol?tica de los cat?licos; 9 sobre el catolicismo social inter

nacional; 8 sobre temas sociales pol?micos; y 11 sobre temas afines a los problemas sociales. Un total de 138 art?culos publicados en 30 semanas. El promedio es de algo m?s de dos art?culos por semana en

cada peri?dico ?eran diarios exceptuando los lunes? o sea cuatro art?culos semanales en los dos principales peri?dicos cat?licos de la ciudad. Aunque desconozco el tiraje y la popularidad de estos peri? dicos, la cantidad de art?culos no me parece despreciable. Lo que s?

me parece sintom?tico es la escasa influencia que en la pr?ctica dichos

art?culos ejercen sobre los cat?licos capitalinos; habr?a que esperar

m?s de diez a?os para que empezaran a actuar en forma sistem?tica.

Por ahora s?lo se nota una actitud apolog?tica, muy de la ?poca, y una gran distancia entre las ideas y la pr?ctica. Es posible que la

Rerum Novarum resultara demasiado novedosa como para movilizarlos de inmediato. 22 La Voz de M?xico, 3 de octubre de 1891; Rops, 1962, p. 173ss.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


14

MANUEL CEBALLOS RAMIREZ

Dos a?os antes, la Segunda Internacional hab?a acordado que el primero de mayo deb?a celebrarse en todo el mundo.23 Aun

que en M?xico no se celebr? sino hasta 1913, no se dej? de hablar de esa "fecha temible del primero de mayo pues aun se manifiestan en distintas naciones los sacudimientos de la gran masa obrera".24 La prensa inform? sobre este movimiento en

algunas ciudades europeas, y con lujo de detalles habl? de

los destrozos causados por las insurrecciones y los enfrenta mientos como el de "Fourmies, donde ... el movimiento so cialista del primero de mayo se transform? en asonada, quiz? la m?s sangrienta de todas las que en diversos, y afortunada mente no en muchos puntos, han estallado accidental e impen sadamente este a?o de 1891".25 La Voz de M?xico se cuida de resaltar el papel que desempe?an en ella los cat?licos, y en particular los sacerdotes, pues estos ?ltimos se interpusieron entre los obreros enfurecidos e indignados y la tropa dispuesta

a disparar; esta intervenci?n del clero "est? indicando a opre sores y oprimidos, a ricos y pobres, d?nde est? el remedio y qui?n puede establecer la concordia".26

23 Ya para entonces se hab?a extendido por algunos lugares la

costumbre de hacer reivindicaciones laborales en esa fecha; ahora la no vedad era su celebraci?n un?nime y simult?nea "en todas las ciudades y en todos los pa?ses en el mismo d?a convenido". Aunque la Segunda

Internacional aprob? la resoluci?n de celebrar coordinadamente el

primero de mayo a partir de 1890, no hubo acuerdo sobre la forma y

el sentido de la celebraci?n. Para 1891 la celebraci?n hab?a tomado mayores dimensiones y se hab?a coordinado mejor. (Para los datos y especificaciones sobre el primero de mayo, v?ase Joll, 1976, pp. 49-55 y passim; CEHSMO, 1976, pp. 7-11). 24 La Voz de M?xico, 2 de junio de 1891. 25 La Voz de M?xico, 3 de junio de 1891. 26 La Voz de M?xico, 3 de junio de 1891. En el incidente de Four instigador de la manifestaci?n. Georges Clemenceau declar?, despu?s de enterarse del hecho, que era "el cuarto Estado el que se levanta para mies resultaron muertas varias personas, entre ellas algunos ni?os; Paul

Lafargue, yerno de Marx, fue condenado a un a?o de prisi?n como alzarse con el poder". Para la importancia pol?tica de este hecho v?ase Joll, 1976, p. 50 y passim.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM" 15 Seg?n la impresi?n de la prensa cat?lica, la Rerum Novarum

deb?a haberse publicado ese primero de mayo de 1891 que tanto les hab?a preocupado. Si no se public? en ese d?a fue porque algunos puntos no hab?an quedado claros, en particu lar los relacionados con el papel del Estado en la econom?a. Que la intenci?n del Papa hab?a sido publicarla en esa fecha fue insinuada en un art?culo fechado en Roma el 26 de abril y publicado en M?xico a fines de mayo, y en el cual se anun ciaba que la Enc?clica sobre la cuesti?n social estaba a punto de aparecer y que ya hab?a sido traducida a tres idiomas.-7 Sin embargo, la Enc?clica no fue promulgada sino hasta me diados de mes. La primera referencia que he encontrado en la prensa cat?lica de la ciudad de M?xico es un telegrama pro veniente de Roma fechado all? el 15 de mayo, que dice: "Hoy sin que nadie lo esperase, el Papa ha declarado que la publica ci?n de su Carta Enc?clica la aplaza para m?s tarde".28 Aunque el tema de la Enc?clica se dejaba vagamente en trever, no se ten?a certeza ni de su alcance ni de su contenido.

Se dec?a que ser?a sobre la cuesti?n social, sobre la cuesti?n obrera, sobre el socialismo y a?n contra el socialismo. Desde las primeras noticias sobre la existencia de ese documento hasta su aparici?n en los peri?dicos cat?licos de la capital pas? un mes, durante el cual la prensa fue preparando a los lectores

de diferentes maneras para recibir el mensaje pontificio. Se publicaron comentarios de peri?dicos europeos sobre la En c?clica y se ofrecieron res?menes hechos por corresponsales europeos.29

A principios de junio, La Voz de M?xico publicaba una noticia de L'Univers de Par?s, en la que anunciaba e? conte 27 La Voz de M?xico, 22 de mayo y 3 de junio de 1891. V?ase tambi?n Calvez, 1965, p. lllss; Maye?r, 1980, p. 53.

28 La Voz de M?xico, 17 de mayo de mayo de 1891. Es conveniente recordar que el texto ha pasado a la historia con fecha 15 de mayo, y que otros documentos posteriores para conmemorarlo tambi?n llevan esa fecha; pero seg?n este telegrama la publicaci?n fue posterior. 29 Los principales peri?dicos de los que reprodujeron art?culos fue ron Le F?garo y L'Univers de Par?s y la Civiltc) Catto?ica de Roma.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


16

MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

nido de la Enc?clica: dec?a que ?sta se divid?a en tres partes: hist?rica, doctrinal y pr?ctica.30 En lo que el peri?dico parisino llamaba parte hist?rica, el Papa describ?a la situaci?n a la que

hab?an llegado los obreros a consecuencia del nuevo sistema de producci?n. En la parte doctrinal criticaba la soluci?n pro puesta por el "socialismo", t?rmino que el Papa no se deten?a a definir en vista del movimiento tan amplio que englobaba. Y en la tercera parte propon?a las soluciones propias del ca tolicismo social: armon?a entre las clases; trascendencia de la vida terrestre; doctrina sobre los bienes materiales (que no son fuente de felicidad, ya que no es lo mismo el uso que la posesi?n, puesto que hay bienes necesarios y superfluos); fun ci?n de la pobreza y la caridad en la sociedad; funci?n del Estado; salario justo y equitativo; derecho de asociaci?n; dere cho al descanso y a la limitaci?n de las horas de trabajo; propiedad privada como derecho natural. Aunque las noticias divulgadas por los diarios capitalinos aseguraban que la Rerun Novarum se publicar?a simult?nea mente en varios idiomas, entre ellos no se mencionaba el es pa?ol; pero esto no era obst?culo para que dejaran de alimen tar la expectativa de sus lectores. En varias ocasiones hicieron

alusi?n a que "la nueva Enc?clica de S. Santidad es esperada muy ansiosamente".31 M?s tarde se dio la noticia de que El Es tandarte de San Luis Potos?, ya la hab?a recibido;32 pero no fue sino hasta el 16 de junio cuando por fin se comunic?: "Acabamos de recibir en su texto latino e italiano, la famosa Enc?clica Novarum Rerum (sic) del se?or Le?n xm referente a la cuesti?n social. Ya la dimos a traducir y ma?ana comen zaremos a publicarla sin perjuicio de hacer lo mismo cuando aparezca la versi?n oficial espa?ola".33 Al d?a siguiente, La Voz de M?xico public? la Enc?clica, y un d?a despu?s hizo 30 La Voz de Mexico, 3 de junio de 1891.

31 El Tiempo, 30 de mayo de 1891; La Voz de M?xico, 31 de mayo de 1891. 32 La Voz de M?xico, 12 de junio de 1891. 33 La Voz de M?xico, 16 de junio de 1891.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM" 17 lo mismo El Tiempo "en un follet?n para que los lectores pue dan recortarla y encuadernarla".34

La prensa cat?lica capitalina recibi? la Rerum Novarum con entera sumisi?n, admiraci?n y reconocimiento hacia Le?n xiii. Una y otra vez, fue justificada y defendida la actitud del

Papa. Una an?cdota publicada por El Tiempo, antes de que se diera a conocer el texto de la Enc?clica, dio la t?nica de esa justificaci?n:

Hace poco que, hablando el Santo Padre con un Cardenal acerca de la cuesti?n social, se expresaba as?: el socialismo es un torrente. Tres soluciones se presentan. Estorbarle el paso es exponerse a ser arrastrado con ?l. Ponerse tranquilamente

a la orilla, es el papel de los beatos del sue?o. Canalizarlo: he aqu? la verdadera soluci?n, lo que responde a la esencia misma de la Iglesia.35

El problema fundamental era pues, el socialismo y m?s todav?a que la prensa cat?lica consideraba su origen: el libe ralismo. Seg?n La Voz de M?xico, el liberalismo era "la s?nte sis completa de todos los errores en filosof?a, en religi?n y en

moral" que, con sus principios "err?neos y fatales" hab?a pro vocado m?ltiples problemas: ate?smo, sensualismo, materialis mo, utilitarismo, impiedad, relajaci?n de v?nculos sociales, de sencadenamiento de las pasiones.36

Dec?a un corresponsal que el problema social m?s agudo se encontraba en Europa; afirmaba adem?s que las primeras traducciones de la Enc?clica hab?an correspondido a pa?ses

donde el socialismo estaba m?s desarrollado: Alemania, Austria

y B?lgica.37 Reconoc?a a la primera como el pa?s en donde el 1 El Tiempo, 17 de junio de 1891. 35 El Tiempo, 27 de mayo de 1891. 36 La Voz de M?xico, 16 de junio, 2 y 4 de julio de 1891. 37 Seg?n este corresponsal estos tres pa?ses eran los m?s atacados por el socialismo, luego escrib?a: "en segundo lugar la Inglaterra, Es

pa?a, Portugal y Holanda. La ?ltima en esta categor?a viene a ser Italia". La Voz de M?xico, 19 de junio de 1891.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


18

MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

partido socialista hab?a aumentado a?o con a?o sus represen tantes en el parlamento. Por esto mismo, la prensa cat?lica de la capital resaltaba el hecho de que el emperador alem?n reco

nociera en la Enc?clica Rerum Novarum la soluci?n al socia

lismo. Con este prop?sito comentaron e incluso publicaron el telegrama enviado por Guillermo 11 a Le?n xm.

La prensa cat?lica trataba con esto de convencer a sus lectores de que la ?nica soluci?n posible al socialismo, que en Europa se presentaba "bajo aspectos pavorosos y poco tranquilizadores" se encontraba en el escrito pontificio y en la

uni?n de todas las fuerzas conservadoras del mundo. De este modo, el Papa se pondr?a al frente de un vasto movimiento de

reconstrucci?n que dar?a la soluci?n alternativa a la que en ese momento intentaba dar el socialismo.38 Seg?n el correspon

sal romano de La Voz de M?xico, cuatro palabras eran la s?n tesis de la Rerum Novarum y, al mismo tiempo, los elementos

fundamentales del proyecto cat?lico de reconstrucci?n: igle sia y pueblo, sacerdote y obrero. De este modo, los cat?licos pensaban devolver a la sociedad la "paz social" que hab?a sido alterada cien a?os antes por la Revoluci?n Francesa. Seg?n ellos, el mejor camino para lograrlo ser?a lo que ya se empe zaba a llamar la democracia cristiana. Por otra parte, los ca t?licos sociales estaban convencidos que el futuro ya no per tenecer?a al liberalismo individualista, sino a un sistema que favoreciera la asociaci?n y la solidaridad, y ?ste ser?a socialista

o cat?lico.39 Adem?s hab?a un gran optimismo de parte de estos nuevos cat?licos pues, por m?s que los socialistas avan zaran, nunca podr?an construir un mundo nuevo, ya que s?lo eran capaces de destruir. En cambio, ellos eran los ?nicos res ponsables de la construcci?n del futuro, pues estaban seguros que la Iglesia estaba preparada para afrontar todas las trans formaciones pol?ticas y sociales.40 38 La Voz de M?xico, 3 de junio de 1891. 39 M?ndez Medina, 1913, pp. 7-8.

10 La Voz de M?xico, 16 de junio de 1891. Es necesario, sin em

bargo, reconocer las diferentes corrientes que se desarrollaron dentro del catolicismo social. Hab?a desde los que se propusieron la restaura

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM"

19

En M?xico, estas ideas empezaron a propagarse y a inquie tar a los cat?licos. Sin embargo, se sintieron muy tranquilos cuando se adjudicaron la tesis de Jos? M. Vigil que aseguraba que M?xico era un pa?s rico, con abundantes medios de sub sistencia, por lo cual era imposible que el socialismo se desa rrollara, ya que s?lo fructificaba en pa?ses "envejecidos y po

bres".

La idea no ha cundido, ni pudiera cundir [en M?xico], porque f?cil es poseer propiedad en un pa?s inmenso, casi despoblado, cuya tierra es f?rtil y cuyo clima templado no exige grandes

dispendios... Basta con ser activo y trabajador... El socia

lismo, el comunismo en M?xico son simplemente absurdos ; por eso no existen, ni en muchos a?os pudieran presentarse con el formidable aspecto que tienen en los pueblos del mundo antiguo. Aqu? nadie se muere de hambre, es un dicho vulgar, pero cierto.. . A pesar de todo, la nueva Enc?clica puede ser virnos para precavernos del socialismo, si se presenta en- la futuro.41

M?s tarde, La Voz de M?xico reconoci? que hab?a ya cier tas semillas de socialismo sembradas en algunas partes del pa?s, pero percib?a el problema m?s como pol?tico que como social. En esto coincid?a con El Tiempo, en uno de cuyos art?culos de

c?a:

ci?n de todos los valores del pasado negando los del presente (Albert

De Mun) hasta los que, acept?ndolos, intentaron dar una respuesta nueva; ?stos fueron los que se decidieron por la llamada democracia cristiana (Giuseppe Toniolo, Luigi Sturzo); otros grupos pretendieron pactar con el liberalismo (Felicit? de Lamennais), o con el socialismo

(Joseph B?chez). Uno de los prop?sitos de la Rerum Novarum fue,

seg?n La Voz de M?xico, "poner t?rmino a las divisiones de las escue

las cat?licas en lo relativo a esta grave cuesti?n [social]", La Voz de

M?xico, 3 de junio de 1893. Indudablemente, la corriente de la demo cracia cristiana fue la que prevaleci?; aunque para fines del siglo xix no designaba todav?a ur? partido pol?tico. Mayeur, 1980, p. 54.

11 La Voz de M?xico, 31 de mayo de 1891. El subrayado es del

peri?dico.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


20

MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

Los ?nicos conatos socialistas que se han manifestado en nues tro pa?s, han sido aislados, sin vigor alguno y deliberadamente

provocados por algunos abogadillos desechados de las ciuda des, que recorren los pueblos de los ind?genas y viven de los pleitos que provocan... Estos movimientos, m?s que obra del

socialismo son casi siempre pol?ticos; pero en todo caso, nunca han tenido eco, jam?s se han generalizado.42

Ni qu? decir, que ante la euforia de la prensa cat?lica de la capital por la Rerum Novarum, otros peri?dicos ?liberale

y protestantes? iniciaron la pol?mica. La Voz de M?xico

con iron?a, comentaba: "La Enc?clica sobre la cuesti?n social ha causado a El Siglo XIX un ataque de nervios".43 Las cr?ticas

que lanz? la prensa no cat?lica fueron de diferentes matices: el Papa, como siempre, subordina la cuesti?n social a la rel gi?n, propone un socialismo de Estado, no aporta nada nuevo simpatiza con los socialistas.44 La respuesta de la prensa ca t?lica fue directa, reproduciendo los art?culos que atacaban la Enc?clica y al mismo tiempo refut?ndolos; pero tambi? indirecta. Public?, por ejemplo, art?culos de liberales, prote tantes y aun jud?os extranjeros, que aceptaban los planteamien

tos de la Rerum Novarum;45 pero sobre todo se dedic? a un intensa labor de reflexi?n sobre el texto pontificio lanzand

42 El Tiempo, 30 de mayo de 1891. El subrayado es del peri?dico. 43 La Voz de M?xico, 5 de julio de 1891. 44 Al parecer la principal pol?mica con la prensa liberal se llev? a

cabo con El siglo XIX, La Patria, El Libera], y El Monitor Republicano; si bien este ?ltimo fue m?s moderado, pe? o de toda> formas hostli,

como cuando afirm? que la Enc?clica era un documento important que llevar?a "una gran corriente de simpat?a hacia una instituci?n de

otro tiempo: la del Papado". V?ase La Voz d? M?xico, 19 de junio de 1891. Entre las publicaciones protestantes v?ase como ejempl El Faro, 1 de agosto de 1891.

45 V?ase "Un protestante americano y S.S. Le?n xm", El Tiempo, 7 de agosto de 1891, reproducido tambi?n por La Voz de M?xico dos d?as despu?s. O bien el art?culo "La Enc?clica, el documento pontificio juzgado por un gran Rabino", El Tiempo, 2 de julio de 1891.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM"

21

editoriales y art?culos, o bien publicando colaboraciones ex tranjeras sobre ?l.46 La ACCI?N SOCIAL CAT?LICA EN LA CIUDAD DE M?XICO

Aunque el movimiento social cat?lico parece haber iniciado su desarrollo a partir de la publicaci?n de la Rerum Novarum, es probable que ya antes existieran organizaciones y personas

que se hab?an anticipado a las sugerencias de la Enc?clica. Al menos, parece que hubo cierta semejanza entre la constituci?n de algunas organizaciones cat?licas y las ideas de Le?n xin. As? El Tiempo, en su edici?n del 18 de julio de 1891, en plena efervescencia por publicar temas sobre la cuesti?n social, su giere que "la agrupaci?n cat?lica tiene que dar forzosamente un resultado que corresponda a las instituciones que la rigen, y ?ste se palpa en las sociedades que, como el Gran C?rculo Pa tri?tico de Obreros y otros muchos que existen en la capital, la religi?n cat?lica ocupa el lugar preferente". Este C?rculo Patri?tico parece ser el mismo que a?os m?s tarde form? parte de la Confederaci?n Cat?lica Obrera, con el nombre de C?rcu lo Patri?tico Religioso de Artesanos, con sede en la iglesia de Porta Coeli.47 Sin embargo, ?no ser? exageraci?n period?stica la referencia anterior a los "otros muchos que existen en la capital"? Sabemos que algunos grupos socialistas o mutualistas encontraban en el evangelio cierta inspiraci?n y que frecuen temente en sus publicaciones citaban frases b?blicas o hac?an referencia a la vida de Jes?s; pero, propiamente cat?licos, no parece haber habido muchos para esa fecha. M?s bien pare cer?a que eran laicos, sin ninguna filiaci?n religiosa.48 46 As?, por ejemplo, El Tiempo publica una serie de trece art?culos (del 8 de agosto al 29 de septiembre) haciendo un an?lisis de la Rerum Novarum que eran una colaboraci?n de La Civilt? Caitolica de Roma.

47 Castillo y Pina, 1934, p. 233.

4S La Internacional, por ejemplo, ten?a en su primera plana una frase de Isa?as (40, 4) y una de las bienaventuranzas. En un editorial hablaba de que "Cristo, ese divino Maestro, nos ha ense?ado siempre a conocer nuestros sagrados derechos, hollados ignominiosamente por

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


22

MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

El intento de organizaci?n de los cat?licos en esta etapa de transici?n fue lento y muy influido por la idea de la uni y armon?a de clases como soluci?n primera y ?nica a la cue ti?n social. Se planearon organizaciones cuya ?nica finalidad era, al parecer, la asociaci?n misma aunque confesaran con ello obedecer las directrices de Le?n xm. La m?s caracter?stica de estas asociaciones es la que fund? en la ciudad de M?xic Bernardo Duran, director del Instituto de Nuestra Sra. de Sagrado Coraz?n, cofundador tambi?n de la Sociedad Cat?li en 1870, ya para entonces suprimida. La organizaci?n se llam

"Liga Cat?lica", y se inici? el 30 de agosto de 1891 con intenci?n expresa de "obedecer las indicaciones de S.S. Le? xm". Duran pensaba hacer una organizaci?n que uniera a l obreros cat?licos, pero, en realidad, su idea no se extend? s?lo a los obreros, pues semanas m?s tarde, en el discurso

inaugural de la Liga, imaginaba como miembros de ella, a t dos los que "sin distinci?n de clases lo mismo el opulento pr pietario que el humilde artesano [estuvieran] arrodillados a los pies de su Santa Patrona". Los objetivos que persegu?a la Lig bajo el lema "Por Dios y por la Patria", eran procurar reviv los antiguos gremios, la moralizaci?n rec?proca de los asociado y la creaci?n de cajas de ahorro.49 Otra curiosa organizaci?n que naci? en este per?odo, qu part?a tambi?n de un deseo asociacionista, aunque con una f nalidad m?s definida de ayuda mutua, es la que apareci? anu ciada en la Gaceta Eclesi?stica Mexicana y que trata de est blecer "una sociedad de auxilios mutuos en favor de los se?ores

sacerdotes, empleados de la iglesia y periodistas cat?l

la aristocracia". La Internacional, 25 de agosto de 1878; incluso ofre cen una exegesis socialista del evangelio de San Mateo, La Internaciona

28 de julio de 1878. Sin embargo, es probable que, casi por reacci

y por no dejarse arrebatar la bandera, algunos cat?licos hayan inicia la formaci?n de C?rculos Obreros antes de 1891. 49 Los datos de la fundaci?n e inauguraci?n de esta Liga Cat?lica

se encuentran en La Voz de M?xico, 30 de agosto, 18, 20 y 23 d

diciembre de 1891.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM"

23

cos".50 Extra?o grupo ?ste sobre cuya organizaci?n concreta hay pocos datos, pero que indica el intento del catolicismo social en ese momento. No parece raro que los periodistas cat?licos se asociaran con los sacerdotes; la mentalidad de la ?poca justificaba el periodismo confesional como difusor de los principios de la Iglesia y se ve?a al periodista cat?lico como un aut?ntico ap?stol de la religi?n. M?s extra?o podr?a parecer que los empleados de la Iglesia ?sacristanes, canto res, jardineros, sirvientes? pudieran hacer una sociedad con los sacerdotes y periodistas. Pero la Rerum Novarum estipu laba la armon?a de "todas las clases" y, al parecer, as? la hab?an entendido los cat?licos mexicanos, incluyendo al clero.

M?s en consonancia con la idea corporativa cat?lica de la uni?n de clases, apareci? el reglamento de una Caja

de Auxilios que fue publicada por El Tiempo bajo el t?tulo de "Ben?fica Instituci?n". Ese reglamento hab?a sido propuesto por el due?o de una imprenta y aceptado por sus obreros, de pendientes y mozos. Es interesante el comentario del patr?n sobre ella: "desea que la uniformidad de esta clase de auxi lios, exclusivamente fraternales, se garantice y sea como el

primer eslab?n de valiosa cadena que llegue a unir el capi tal con el trabajo".51 La nota period?stica ven?a firmada por

el patr?n y los empleados, y terminaba con la recomendaci?n del

diario acerca de la conveniencia de que las corporaciones obre ras estudiaran este reglamento. Estos deseos de asociaci?n siguieron increment?ndose, pues para principios de siglo, cuando se agudiz? la crisis econ?mica del Porfiriato, algunos de los principales temas de los Congresos Cat?licos trataron sobre la organizaci?n de grupos de ayuda mutua y de C?rculos de Obreros. Desde 1907 se sinti? la ne cesidad de coordinar la fundaci?n y crecimiento de esas asocia

ciones; fue entonces cuando el Arzobispo de la ciudad de

M?xico nombr? al P. Jos? M. Troncoso para esa misi?n.52 50 Gaceta Eclesi?stica Mexicana, 15 de septiembre de 1891. 51 El Tiempo, 28 de agosto de 1891. 52 -Gonz?lez Navarro, 1973, p. 359.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


24 MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

Tres a?os despu?s, en un informe titulado Obras cat?lico sociales cuyo centro est? establecido en la ciudad de M?xico, se se?alaba que eran cuatro las organizaciones que funcionaban

en la capital: El Centro de Acci?n Cat?lico-Social Ketteler, la

Uni?n Cat?lica Obrera (UCO), el Secretario General de Re

laciones Sociales de esa Uni?n, y El Grano de Mostaza, ?rgano propagand?stico de la UCO. Ese informe debi? de servir para poner al tanto de las obras capitalinas a los asistentes a la segunda reuni?n nacional de la UCO, celebrada en mayo de 1910.53

En realidad se trataba de una sola organizaci?n, la Uni?n Cat?lico Obrera, que bajo el liderazgo de Troncoso, hab?a ido desarroll?ndose desde el a?o de 1907. Al a?o siguiente, nueve organizaciones cat?licas en el Distrito Federal y cinco en pro vincia formaron la UCO. Troncoso intent? la uni?n de los C?rculos Cat?licos de Obreros en la UCO para "encuadrarlos dentro de los lineamientos de la Enc?clica Rerum Novarum de

S. Santidad Le?n xm".54 Nueve c?rculos capitalinos formaron parte de la Uni?n: Apostolado de la Oraci?n, del Templo de San Francisco; Apostolado de la Cruz, del Templo del Esp?ritu Santo; Sociedad de San Homobono de Auxilios Mutuos, del Templo de la Sant?sima; C?rculo Cat?lico de Obreros de Sta. Maria de Guadalupe, de la Bas?lica de ese nombre en Guada lupe Hidalgo; C?rculo de Obreros de San Francisco de Tepito; C?rculo de Obreros de Campo Florido; C?rculo Cat?lico de Obreros de Tacuba; C?rculo de Obreros de San Jos? de la pa rroquia de ese nombre; Uni?n Cat?lica de Dependientes de Comercio.55 53 ASSM, C?rpala Antecedentes Correspondencia I, mayo de 1910.

Estas cuatro organizaciones eran clasificadas por los cat?licos como "sociales". Ya para esa fecha hab?a tambi?n una de car?cter pol?tico, el C?rculo Cat?lico Nacional, que en junio de 1910 celebr? su primera

funci?n religiosa en el templo del Sagrado Coraz?n de los jesuitas. APSJ, Carpeta Colecci?n de noticias edificantes, (16), junio-julio de 1910. 54 Castillo y Pina, 1934, p. 253. 55 Entre los grupos for?neos encontramos: Sociedad Mutualista de Saltillo; Sociedad de Obreros Cat?licos ?z Santa Mar?a de Guadalupe,

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM" 25 En octubre de 1908, una vez que se comunic? Troncoso con los diferentes directores de los C?rculos, se estableci? la UCO. La direcci?n correspondi? a Troncoso y como Secretario se nombr? al licenciado Salvador Moreno Arriaga. Probable mente, no todos los c?rculos cat?licos existentes formaron parte

de la Uni?n, pues el art?culo final del Plan general para un reglamento de la UCO preve?a que los ya fundados, pod?an pertenecer a la Uni?n y no sufrir modificaci?n alguna en sus estatutos con tal de a?adir a su nombre la cl?usula "Unido a la U.C.O.", y atenerse al lema general de la Uni?n: "Unos por otros y Dios por todos".56

La UCO se reconoc?a como "una sociedad de obreros,

formada por artesanos", aunque aceptaba tambi?n a "agricul tores e industriales". De este modo defin?an en tres categor?as

a los trabajadores afiliados a la UCO. Los artesanos, aquellos que pose?an sus propios medios de trabajo (sastres, carpinte ros, herreros); como agricultores, a los trabajadores del cam po (jornaleros, peque?os propietarios); y como industriales a los asalariados que trabajaban en algunas de las f?bricas de la capital o de provincia.57 La Uni?n persegu?a la instrucci?n, sobre todo la religiosa; la moralizaci?n de sus miembros; la dedicaci?n al trabajo y el progreso en las artes y oficios; el ahorro y el auxilio mutuo. Se declaraba ajena a toda pol?tica y era exclusiva para quienes

de Aguascalientes; C?rculo Cat?lico de J?venes Obreros, de Le?n; C?rculo Cat?lico de Obreros, de Oaxaca; Sociedad Cat?lica de Artesa nos, de Camargo, Chih. V?ase Castillo y Pina, 1934, pp. 254-255.

56 Plan general para un reglamento de la UCO, 1910, p. 12. (En

adelante Plan gene! al). 57 Plan general, art. 1. En 1912 Castillo y Pina hablaba as? de los miembros de los C?rculos: "Basta dirigir una mirada a nuestra clase trabajadora. Salvas algunas raras excepciones, la mayor parte de nues tros obreros, artesanos, agricultores e industriales..." Castillo y Pina, 1934, p. 222. ?Cu?les eran esas "raras excepciones" y qui?nes eran cada uno de los clasificados en esas categor?as? Desafortunadamente no he podido localizar listas de asociados que me hubieran permitido ver la composici?n interna de los C?rculos Cat?licos.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


26

MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

profesaran la religi?n cat?lica, apost?lica y romana. Buscaba cierta alianza, tanto con la jerarqu?a eclesi?stica, como con otros grupos m?s pudientes, pues defin?a a los socios de los C?rculos en tres categor?as: los activos, caracterizados con el nombre gen?rico de obreros; los protectores, aquellos que "en el orden moral o material" les hubiesen prestado servicios impor

tantes; y finalmente los honorarios, "quienes por su respon

sabilidad y conocidas convicciones religiosas" fuesen me recedores de ese t?tulo.58 Los fondos se consegu?an con los donativos de socios protectores, con colectas que se hac?an en las reuniones y con aportaciones voluntarias de los asociados. S?lo quienes quisieran pertenecer a la Caja de Auxilios Mu tuos deb?an aportar una cuota espec?fica. ?sta era de 3, 6 ? 9 centavos semanales. En caso de enfermedad se auxiliaba a los socios con 25, 50 ? 70 centavos diarios, seg?n hubiera sido su contribuci?n a la Caja com?n. Tambi?n recib?an auxilio espi ritual y apoyo moral adem?s de servicio m?dico y medicinas. Los C?rculos ten?an un consejo directivo integrado por un pre sidente, un vicepresidente, un secretario, un prosecretario, un tesorero, un protesorero y cuatro vocales, adem?s un director,

que siempre deb?a ser un eclesi?stico. Toda decisi?n, cambio o elecci?n deb?an ser sancionados por el Prelado diocesano. La gesti?n de los C?rculos correspond?a a sus dirigentes laicos, pues se consideraba que eran ellos quienes deb?an tomar

las decisiones principales. La misi?n de los directores eclesi?s ticos era s?lo la asesor?a; seg?n Moreno Arriaga, esta asesor?a se estatu?a as?: Los se?ores Directores... no tienen en estas obras m?s tarea, que la que tienen en un camino de fierro los rieles sobre los 58 Con el t?tulo de '"honorario" reconoc?an sobre todo a las auto ridades eclesi?sticas de la Arquidi?cesis de M?xico, nombrando presi

dente y vicepresidente honorarios de la Uni?n al Arzobispo y a su

Vicario General respectivamente. ?sta y otras afirmaciones del regla mento hacen pensar que, aunque la Uni?n trataba de integrar a todos

los C?rculos nacionales, estaba pensada para la capital o, al menos?

para que ?sta fuera el centro de decisiones.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM"

27

que corre un tren: no dejarlo descarrilar. As? nuestros direc tores, ellos velan porque nuestros trabajos no se aparten de la ense?anza de la Iglesia, y ella maternalmente cuida porque no nos apartemos de su sendero un solo momento.59

La publicaci?n peri?dica de la UCO, El Grano de Mos

taza, era dirigida por el P. Troncoso y ten?a dos redactores laicos, Isaac R?bago y Gregorio Aldasoro. En los art?culos co laboraban los miembros del Centro Ketteler y las mesas direc

tivas de los C?rculos que formaban la UCO; ten?an tambi?n

un corresponsal romano, el P. Ignacio Sandoval.60

En un art?culo del Plan General se establec?a que "siendo uno de los principales fines del C?rculo la moralizaci?n del obrero, para alejarlo de los centros corruptores, se crear? un Centro Recreativo para obreros en el lugar a prop?sito que se designe para ello".61 Este centro recreativo deb?a tener es pacio para diferentes entretenimientos y diversiones (juego de bolos, de billar, de pelota), desde luego se prohib?an los juegos de azar. Adem?s deb?a tener una sala de conferencias y espect?culos, y otra de lecturas. Seguramente el inspirador principal de estos centros de recreaci?n hab?a sido Troncoso quien hab?a fundado, desde 1905, los "Centros Recreatorios

Cat?licos" a los que m?s tarde llam? "Recreatorios de San Tarcisio". En una conferencia dada por Troncoso en 1906, explicaba los motivos que le llevaron a fundarlos: En ninguna ?poca como en la actual se han visto tan amena zados los hogares cat?licos en M?xico. La impiedad, el laicis mo ateo en las escuelas, la pornograf?a en la prensa y en las artes y la escandalosa inmoralidad en los teatros. A la impie

dad se le combate en los templos; al laicismo ateo, en las 59 Cit. en Castillo y Pina, 1934, p. 237.

60 V?ase ASSM, Carpeta Antecedentes Correspondencia I, Obras Cat?lico Sociales cuyo centro est? establecido en la ciudad de M?xico, 16 de mayo de 1910. En adelante Obras Cat?lico Sociales. G1 Plan general arts. 36-39.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


28

MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

escuelas cat?licas; a la pornograf?a con la prensa cat?lica; a la inmoralidad en los teatros y otros centros de recreaci?n ?con qu? se le combate? He aqu? el objeto de los recreatorios

o centros cat?licos de recreo.62

En estos recreatorios ocupaban un lugar muy importante los trabajadores, pues aunque seg?n el reglamento de la UCO deber?an tener su propio centro, se preve?a que participaran tambi?n en estos otros. Incluso en un manuscrito titulado Cen

tros de Recreatorios Cat?licos (sic), que explicaba las bases de su funcionamiento, se dec?a desde el art?culo primero, que el objeto de los recreatorios era "proporcionar diversiones hones tas y morales a las familias verdaderamente cat?licas, especial mente a los ni?os y a los artesanos".63 En 1911, cinco C?rculos Cat?licos de Obreros de la capital ten?an su propio recreatorio: la parroquia del Esp?ritu Santo, la de San Jos?, la de Tacu ba, la de Santa Mar?a la Redonda y el C?rculo de la Bas?lica de

Guadalupe.

Para esa fecha los C?rculos hab?an diversificado sus activi dades. Cinco ten?an escuela nocturna para obreros, cuatro ha b?an establecido sociedad de socorros mutuos, cinco contaban con caja de ahorros y uno ten?a sociedad cooperativa de con sumo.*4 Algunas agrupaciones estaban adheridas a la UCO, pero segu?an manteniendo sus propios estatutos como la Uni?n

de Dependientes Cat?licos.65 La caja de ahorros que funcion? con un reglamento muy bien estructurado fue la del C?rculo Obrero de Nuestra Se?ora de Guadalupe, del Templo de San

Hip?lito. Esta caja de ahorros era denominada por eso "La Hipolitana"; se propon?a, no s?lo servir a los miembros del 02 AIES, Caja Asuntos varios, s.n., conferencia de Jos? M. Tron coso, "Los Recreatorios o Centros de Recreo Cat?licos", 28 de agosto

de 1906. 63 AIES, Caja Asuntos varios, s.n., Centros de Recreatorios Ca

t?licos, Bases, abril de 1905. 64 ASSM, Carpeta Antecedentes Correspondencia I, Salvador Mo reno Arriaga, Informe [de la Uni?n Cat?lica Obrera], 18 de diciembre

de 1911.

?5 V?ase el Reglamento provisional, 1910.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM" 29 C?rculo de Obreros, sino tambi?n ser "la salvaci?n de muchas personas que son v?ctimas del agio cruel". Era dirigida por el P. Benito Ripa, claretiano.66 No obstante, una de las parroquias

que ten?a la acci?n cat?lica social mejor organizada era la del P. Troncoso. Su C?rculo Obrero agrupaba en 1908, seg?n El Pa?s, m?s de cuatrocientos socios.67 En esa parroquia, los obreros pod?an legalizar su matrimonio con mayor facilidad que en la que les correspond?a, ya que Troncoso hab?a reci bido autorizaci?n especial del Arzobispo para hacerlo, y como se hab?a propuesto convertir la iglesia del Esp?ritu Santo en una parroquia obrera, un elemento muy importante para la moralizaci?n del obrero era, seg?n Troncoso, la recepci?n, a?n extempor?nea, del sacramento del matrimonio.68 Dos orga

nizaciones femeninas para trabajadoras se hab?an fundado en esta iglesia: las Obreras Guadalupanas y la Asociaci?n de Sir vientas Cat?licas de Santa Zita. Esta ?ltima agrupaci?n se hab?a iniciado el 29 de marzo de 1908 y su fin principal era "la mo

ralizaci?n de las sirvientas mediante la ense?anza de la Doc trina Cristiana y la imitaci?n de las heroicas virtudes de su celestial Patrona".69 Los dos agrupaciones femeninas se pro pon?an tambi?n la ayuda mutua, el ahorro y la celebraci?n de reuniones peri?dicas.70 Troncoso hab?a establecido tambi?n otra

asociaci?n en su iglesia, y aunque aparentemente nada ten?a que ver con el mundo del trabajo, la hab?a afiliado a la UCO. Se trataba de la Agrupaci?n Art?stico Musical Lorenzo Perosi.

66 Hipolitana, 1913. 67 El Pa?s, 8 de diciembre de 1908. 68 AIES, Caja Asuntos varios, s.n., carta del P. Rafael Garibay a D. Jos? Mora y del R?o, Arzobispo de M?xico, M?xico, 2 de mayo de

1913. 69 AIES, Caja Asuntos varios, s.n., Reglamento de la Asociaci?n de Sirvientas Cat?licas de Santa Zita. La Patrona de esta agrupaci?n hab?a sido sirvienta en Luca, Italia, a mediados del siglo xin. 70 Ambas organizaciones han subsistido hasta el d?a de hoy. La

Asociaci?n de sirvientas se extendi? por diversos lugares y fue aprobada por el Arzobispo de M?xico en 1912; AIES, Caja Asuntos varios, s.n.,

oficio del Gobierno eclesi?stico del Arzobispo de M?xico al M.R.P.

Cura del Esp?ritu Santo, M?xico, 22 de junio de 1912.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


30

MANUEL CEBALLOS RAMIREZ

Probablemente esta organizaci?n un?a a un grupo olvidado de artesanos: los cantores, organistas y m?sicos de los templos de la ciudad.71

Seg?n Castillo y Pina, hacia 1912 hab?a en la secci?n del Distrito Federal de la UCO 1255 miembros, divididos en ca torce c?rculos.72 De los nueve C?rculos capitalinos que original

mente hab?an integrado la UCO en 1908, algunos se hab?an separado o hab?an desaparecido. Cuatro a?os despu?s estaban

afiliados a la Uni?n otros nuevos: el Patri?tico Religioso

de Artesanos, el de San Jos? de Santa Mar?a la Redonda, el de la Iglesia de Loreto, el del Inmaculado Coraz?n de Mar?a, el de Santa Cruz de Acatl?n, el del Apostolado de la Oraci?n de Tamariz, el de San Hip?lito, el de San Sebasti?n y probable mente otro nuevo en la parroquia de la Sant?sima: el Centro Cat?lico Obrero, seguramente diferente al de San Homobonoy que desapareci? o subsisti? paralelo a ?ste.73 Sin duda, el m?s numeroso de los C?rculos capitalinos era el del Apostolado de la Cruz, de la Parroquia del Esp?ritu Santo. Dato explicable no s?lo por el empe?o de Troncoso, sino por encontrarse en una

de las nuevas colonias de la ciudad, la de Santa Mar?a la Ri

bera, donde viv?an numerosos obreros y artesanos, muchos de ellos venidos de otras partes del pa?s.

El movimiento social cat?lico capitalino ten?a tambi?n su

centro intelectual: el Centro de Acci?n Cat?lico Social Ketteler.

El nombre no era casual, Guillermo Manuel von Ketteler, an tiguo arzobispo de Maguncia, hab?a sido uno de los iniciadores

del catolicismo social alem?n. Sus sermones en 1848 y 1849 sobre "las grandes cuestiones sociales de nuestro tiempo" y su

libro La cuesti?n obrera y el cristianismo (1864), hab?an hecho de ?l uno de los l?deres del pensamiento social cat?lico, incluso Le?n xm lleg? a decir que Ketteler hab?a sido su precursor.74 71 ASSM, Carpeta Antecedentes Correspondencia I, Obras Cat?lico

Sociales, 16 de mayo de 1910. 72 Castillo y Pina, 1934, p. 224.

73 El Obrero Mexicano, 17 de febrero de 1911. 74 Rops, 1962, p. 586ss.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM"

31

Un total de 27 socios integraban el Centro Ketteier capitalino en 1910. El director era el din?mico P. Troncoso y el asistente eclesi?stico el P. Guillermo Tritschler; los dem?s erari Seglares.

El Centro se divid?a en comisiones de estudio y de acci?n:

asuntos de obreros, publicaciones, empleados de comercio, ma nual para c?rculos, organizaci?n de c?rculos. Adem?s, contaba con una hospeder?a para estudiantes, donde se instru?a a los j?venes en la doctrina social de la Iglesia.

Otro centro intelectual de acci?n social cat?lica surgi?

a mediados de 1910, alrededor de las actividades de los jesuitas

de la casa de Santa Br?gida. Establecieron la Asociaci?n de Obreras de San Jos? y de la Beata Sof?a Barat, que a princi pios de 1912 ten?a 200 socias.75 El P. Heredia fund? algunas obras destinadas a obreros y papeleros; tambi?n fund? la Uni?n

de Damas Cat?licas para ayudar a las obras sociales,76 Los jesuitas de Santa Br?gida asesoraron tambi?n al C?rculo Ca t?lico Nacional y posteriormente al Partido Cat?lico, sucesor

de aquel.77 Establecieron tres c?rculos de estudios sociales: uno

estaba orientado a la redacci?n de las leyes laborales que de b?an ser presentadas en las legislaturas por el Partido Cat? lico; otro estaba constituido por profesionistas y comerciantes

y era un "curso ordenado de econom?a social"; el tercero era "un c?rculo de estudios para obreros para organizados a la moderna", al que asist?an veinte personas. Estos c?rculos eran asesorados por el P. Alfredo M?ndez Medina.78 En diciembre de 1911, despu?s de la celebraci?n de la Se mana Cat?lica Social Agr?cola en la ciudad de M?xico, se reu ni? la Tercera Asamblea de la UCO que se denomin? tambi?n

75 APSJ, Carpeta Colecci?n de noticias edificantes, (15), enero de 1912. 76 M?RQUEZ Montiel, 1950, p. 23. 77 APSJ, Carpeta Colecci?n de noticias edificantes, (6), junio-julio

de 1910. 78 APSJ, Carpeta Colecci?n de noticias edificantes, (22), 15 de junio de 1913. Es probable que los tres C?rculos se reconocieran con un solo nombre, el de "Centros de Estudios Sociales Le?n xni".

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


32

MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

Dieta de M?xico.79 Cuarenta c?rculos, que integraban a su vez 14 366 obreros cat?licos de toda la Rep?blica, estaban repre sentados en ella. All? se opt? por transformar la Uni?n Ca t?lica Obrera, quiz? porque estaba muy circunscrita a la capi tal, en Confederaci?n Nacional de los C?rculos Cat?licos de Obreros. La idea de formar la Confederaci?n hab?a sido suge rida por el presidente del C?rculo de Aguascalientes, el licen

ciado Carlos A. Salas L?pez, desde el a?o anterior.80 A ?l se le hab?a encomendado que elaborara el proyecto de confede

raci?n, que, al parecer, no fue muy bien recibido. De todas formas, se constituy? la Confederaci?n Nacional. Quedaron como Presidente y director eclesi?stico los mismos de la UCO: el licenciado Moreno Arriaga y el P. Troncoso respectivamente.

La asamblea fue presidida por dos de los obispos que m?s hab?an dado muestras de inter?s por el movimiento social ca

t?lico: Eulogio Gillow, arzobispo de Oaxaca y Jos? Oth?n N??ez Zarate, obispo de Zamora. La Confederaci?n Nacional tambi?n cont? con un ?rgano de prensa, la revista El Obrero Cat?lico, que seg?n Castillo y Pina, ten?a una tirada semanal de siete mil ejemplares. La Confederaci?n tuvo vida aparte de la UCO, que al parecer no desapareci? con la nueva fundaci?n,

sino que sigui? coordinando los C?rculos Obreros capitalinos. Cu?ndo y c?mo vino la desaparici?n de la UCO en la ciudad de M?xico, es una pregunta que no he podido responder. To dav?a a principios de 1913, tanto la Confederaci?n Nacional como la UCO capitalina mostraron gran vitalidad con la cele braci?n de la Dieta de Zamora. Sin embargo, la radicalizaci?n del movimiento revolucionario en 1914; desintegr? la unidad de sus miembros y al volver la paz no pudo rehacerse como Uni?n. Por otra parte, ya desde 1913 se empezaba a cuestionar la validez de los c?rculos obreros y se hablaba de la urgente 70 La Semana Cat?lica Social Agr?cola se celebr? en la capital del 13 al 18 de diciembre y la Asamblea de la UCO del 18 al 20 del

mismo m~;s, 80 ASSM, C?rpela Antecedentes Correspondencia I, caria del Lie.

Salvador Moreno Arriaga al Lie. Carlos A. Salas L?pez, M?xico, 25 de julio de 1910.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM"

33

necesidad de transformarlos en sindicatos cat?licos para res ponder mejor a la nueva situaci?n nacional. Las dudas prove n?an de los miembros del Centro de Estudios Sociales Le?n x?ii de la capital que, bajo la direcci?n de los jesuitas hab?an optado por iniciar el sindicalismo cat?lico. En ese a?o ha b?an fundado el sindicato "Artes Constructivas" que reun?a a los

alba?iles de la ciudad.81

A principios de los a?os veinte, la mayor?a de los miembros de los C?rculos se reintegraron a los grupos obreros cat?licos posrevolucionarios ahora coordinados por el reci?n fundado Secretariado Social Mexicano (1920). El Secretariado era un organismo del Episcopado mexicano para promover y organi zar la acci?n social cat?lica; fue confiado a uno de los hombres m?s l?cidos y mejor formados en ese terreno, el P. M?ndez

Medina.

A mediados de 1922, bajo la asesor?a del Secretariado y de la Confederaci?n Cat?lica del Trabajo de Guadalajara se

celebr? el Primer Congreso Nacional Obrero, con el prop?sito de fundar una central obrera cat?lica nacional capaz de com petir con la CROM del Estado y con la CGT anarquista. De este Congreso naci? la Confederaci?n Nacional Cat?lica del Trabajo (CNCT). En 1926, a?o cr?tico para los cat?licos me xicanos, la CNCT hab?a llegado a un momento de gran desa rrollo: 301 sindicatos, 14 confederaciones regionales, 17 fede raciones locales y m?s de 22 mil miembros. Los enfrentamien

tos con el gobierno y con la CROM fueron frecuentes, y la CNCT, a pesar de la fuerza que parec?a augurar fue poco a poco debilit?ndose. A fines de la d?cada, ni el Estado ni la jerarqu?a cat?lica aceptaban una central obrera confesional. La Ley Federal del Trabajo de 1931 prohib?a los sindicatos afiliados a un credo religioso y la Iglesia modificaba su orien taci?n pastoral hacia la Acci?n Cat?lica. De esta forma se debilitaron las organizaciones cat?licas de trabajadores que, 81 APSJ, Fondo Alfredo M?ndez Medina, carta de Alfredo M?ndez

Medina al R.P. Marcelo Renaud, provincial, M?xico, 12 de diciembre de 1913.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


34

MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

aunque en algunos lugares siguieron subsistiendo como grupos

informales, nunca recobraron la organizaci?n que tuvieron a fines del Porfiriato y durante las dos primeras d?cadas de la Re

voluci?n.

AP?NDICE

Localizaci?n de C?rculos Cat?licos de Obreros en

M?xico (1907-1914)

Clave del plano de la ciudad de M?xico de la p?gi

1. Centro fundador del Apostolado de la Cruz.* Esp?ritu Santo. 2. C?rculo Cat?lico de Obreros de Sta. Mar?a de

Villa de Guadalupe.

3. C?rculo Cat?lico de Obreros de Tacuba.* 4. C?rculo de Obreros de Nuestra Sra. de Guada de San Hip?lito. 5. C?rculo de Obreros de San Jos?. Templo de la Redonda. 6. Centro Obrero de San Francisco de Tepito

Tepito.

7. C?rculo de Obreros Cat?licos de San Sebasti?n.* Templo de San Sebasti?n. 8. C?rculo de Obreros Cat?licos. Templo de Loreto. 9. Sociedad de Auxilios Mutuos de San Homobono.* Tem plo de la Sant?sima. 10. C?rculo Patri?tico Religioso de Artesanos.* Templo de

Porta Coeli. 11. Centro Obrero del Apostolado de la Oraci?n.* Templo de San Francisco. 12. C?rculo Cat?lico de Obreros de San Jos?.* Templo de San Jos?. 13. C?rculo Cat?lico de Obreros. Templo de San Pedro de los

Arcos de Bel?n. 14. Centro Obrero del Campo Florido.* Iglesia Parroquial del Campo Florido.

* Nombre dado en Obras Catolico-Sociales, 16 de mayo de 1910.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


/X:z;:in

ffi'i!.il" m

DCZ1 ]

ir?ir-ir?ii

4

LJLJf?

?b DUT nHpaL

\t>ZA. concepci?n:

-**$>&,

r0*****.

H ^1 l HOSPITAMDE SAN. l^SAN HIPOtITO JUAN PE PIOS|

r.?_SAN*Di?O?:?KSE<r&E ?UEMHF

ALAMEOA

MINER?A

o| ?t

?=tacu??:

DLJl

OUSEOVI^OIR

' lUQRAFOS, ? 55 O-\ Jrrr=-^i=4<NDEP?N0ENCIA_C(U^rrrcAPUC 52

~?i2s ht

LA CIUDADELA

--^rrrsAN AG

lcn^3 LJ ?MESO

loor ]C D D "tir ?___Wqina^ ,

p/

**H

14] This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


irpr

Dur C3L_

udDOB

PLANO DE LA CIUDAD DE MEXICO 1881 * Localizaci?n de C?rculos Cat?licos de Obreros en la ciudad de M?xico

(1907-1914)

Tomado de Jarqu?n, 1981, p. 204.

nn b dm ^ ot:] -] [

DL* III

5BB?3

D

ac -

IPZA. CONCEPCI?N

p

D?L

.. I I HOSPITAMDE MIDE SANnSrA..r?-. Ir-j

N PEDIOS VER^UZ |_,..-??. .

LKLSAN HIPOtlTO JUAN"" 0_SAN DIEGOlP?SFCT?E

H?P?DL?3

IL?_-1 ? H?MiRlS itU^BIS^

ni rBHriaia i i .oa jua"F7 Ir. .>.II -are i_JDDLaV, '

?rinn

i_

Dr~i[_1?!--^ A :=DCZ=r

LA CIUDADELA

O^^UA'^^L

11U-: This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM" 35 No fue posible localizar algunos C?rculos como La Uni?n de Dependientes de Comercio, o el del Apostolado de la Ora ci?n de Tamariz, y algunos m?s.

SIGLAS Y REFERENCIAS AIES Archivo de la Iglesia del Esp?ritu Santo. APSJ Archivo de la Curia Provincial lesuita. ASSM Archivo del Secretariado Social Mexicano.

Adame Goddard, Jorge

1981 El pensamiento pol?tico y social de los cat?licos mexicanos, M?xico, UN AM.

Aubert, Roger 1970 "La historia de la Iglesia, clave necesaria para in

terpretar las decisiones del magisterio", Concilium, (57), julio-agosto, pp. 98-110.

Bravo Ugarte, Jos? 1962 Historia de M?xico, M?xico, Jus. T. 3.

Calvez, Jean-Yves 1965 Iglesia y sociedad econ?mica, Bilbao, Mensajero.

Castillo y Pina, Jos? 1934 Cuestiones Sociales, M?xico, Impresores, S.A.

CEHSMO 1976 El primer primero de mayo, M?xico, Editorial Po pular de los Trabajadores. (Cuadernos Obreros. 4).

CIRM

1962 Institutos de Religiosas en M?xico, M?xico, Progreso

Coatsworth, John H.

1976 "Anotaciones sobre la producci?n de alimentos du rante el Porfiriato", en Historia Mexicana, xxvi:2 [1021 (octubre-diciembre), pp. 167-187.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


36 MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

Cuevas, Mariano 1942 Historia de la Iglesia en M?xico, T. 5. M?xico, Cer vantes.

Chenu, M.D. 1979 La "doctrine social." d> l'?glise comme id?ologie Par?s, Cerf.

1980 "La 'doctrina social' ?z la Iglesia", Concilium, (160), diciembre, pp. 532-538.

Davies, Keith A. 1972 "Tendencias demogr?ficas urbanas durante el siglo xix en M?xico", en Historia Mexicana, xxr.3 [831 (enero-marzo), pp. 481-524.

Estad?sticas econ?micas

s.f. Estad?sticas econ?micas del Porfiriato, M?xico, El Colegio de M?xico. G alindo, Enrique

1979 El P. Jos? Ma. Troncoso, M.J., M?xico, Escuela Tipogr?fica Josefina.

Garc?a Cant?, Gast?n 1980 El Socialismo en M?xico, M?xico, Era.

Gonz?lez Navarro, Mois?s 1973 El Porfiriato; Ja vida social, en Historia Moderna de M?xico, M?xico, Hermas.

Guti?rrez Casillas, Jos? 1974 Historia de la Iglesia de M?xico, M?xico, Porr?a.

Hart, John M. 1980 El anarquismo y la ehr;:' obrera mexicana 1860 1931, M?xico, Siglo XX?.

Hipolitana 1913 La Hipolitana, Caja Popular d? Ahorros y Pr?stamos, Sociedad Cooperativa Lim'tadr?. M?xico, s.p.i.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA ENC?CLICA "RERUM NOVARUM" 37 Jarqu?n, Mar?a Teresa

1981 "La poblaci?n espa?ola de la ciudad de M?xico, seg?n el Padr?n General de 19882", en Clara E. Lida (Coord.), Tres aspectos de la presencia espa ?ola en M?xico, M?xico, El Colegio de M?xico.

Joll, James 1976 La Segunda Internacional, Barcelona, Icaria.

Lichtheim, George 1970 Los or?genes del socialismo, Barcelona, Anagrama.

M?rquez Montiel, Joaqu?n 1950 La Iglesia y el Estado en M?xico, Chihuahua, Re gional.

1958 La doctrina social de la Iglesia y la legislaci?n obrera mexicana, 2a. ed., M?xico, Jus.

Mayeur, Jean-Marie 1980 Des Partis catholiques a la D?mocratie chr?tienne^ Paris, A. Colin.

M?ndez Medina, Alfredo 1913 La Cuesti?n Social en M?xico, Orientaciones, M?xico

El Cruzado.

Meyer, Jean 1981a "Le catholicisme social au Mexique jusqu'en 1913", Revue Historique, (260), pp. 143-158. 1981b "Entre la cruz y la espada", Nexos, (48), diciembre pp. 13-23.

Molina Enr?quez, Andr?s 1979 Los grandes problemas nacionales, (la. ed. 1909), M?xico, Ediciones Era. Plan general 1910 Plai general para un Reglamento del C?rculo Ca

t?lico de Obreros. M?xico, Tip. J.I. Mu?oz, (folleto).

Reglamento provisional 1910 Reglamento provisional de la Uni?n de Dependientes

Cat?licos, M?xico, Imp. J. I. Mu?oz, (folleto).

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


38 MANUEL CEBALLOS RAM?REZ

Rops, Daniel 1962 La Iglesia de las revoluciones, Frente a nuevos des tinos. Barcelona, Luis de Caralt.

Secretar?a de Econom?a

1956 Estad?sticas sociales del Porfiriato, 1877-1910, M? xico, Talleres Gr?ficos de la Naci?n.

Urbina, F. 1978 "Relaci?n entre marxismo y cristianismo", Equipos en Misi?n, evangelizaci?n en el mundo obrero, (34),

pp. 13-40.

Peri?dicos y revistas * La Democracia Cristiana (1911-1913)

El Faro (1891) Gaceta Eclesi?stica Mexicana (1897-1899) El Obrero Mexicano (1910-1911)

El Pa?s (1908-1914) El Tiempo (1891-1912) La Voz de M?xico (1891-1908)

'* Las fechas indican los periodos revisados, aunque de manera alter nada, no sistem?tica; exceptuando los dos ?ltimos peri?dicos, que de

mayo a diciembre de 1891 fueron revisados d?a a d?a, no as? de 1892 en adelante.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:07 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA DURANTE EL PORFIRIATO Jean-Pierre Bastian

El Colegio de M?xico ?C?mo y por qu? el protestantismo se asienta y se arraiga en algunos sectores de la sociedad mexicana, cuyo campo religioso1

hab?a sido hasta entonces dominado exclusivamente por la Iglesia Cat?lica Romana? A lo largo de tres siglos de colonia, la Iglesia hab?a logrado formar los valores, los h?bitos y la mentalidad de una poblaci?n que a?n con la Independencia sigui? ligada al catolicismo. El catolicismo impregnado en la conciencia nacional produjo la escisi?n de los liberales ante el problema de la relaci?n Iglesia-Estado. Un liberalismo tem prano, cuyo portavoz fue Jos? Mar?a Luis Mora, trat? de alen tar la tolerancia religiosa, manteniendo el monopolio simb?lico

de la Iglesia Cat?lica y esperando conseguir una reforma (sin da?ar sus intereses religiosos) subordin?ndola al Estado. El liberalismo de mediados de siglo, con Melchor Ocampo y Benito Ju?rez, ante la imposibilidad de conseguir la subordi naci?n de la Iglesia, adopt? una pol?tica que podr?amos llamar jacobina, cuyo eje fue un anticlericalismo manifiesto. Se abri? 1 Utilizo el concepto sociol?gico de "campo religioso" como el conjunto de actores e instituciones religiosas, productores, reproductores y distribuidores de bienes simb?licos (totalidad de pr?cticas y creencias religiosas) de salvaci?n. Los actores t?pico-ideales del campo religioso son el sacerdote, el profeta y el brujo con sus tres instituciones corres

pondientes, la iglesia, la secta y la brujer?a. La din?mica propia del campo religioso se debe a la demanda objetiva de bienes simb?licos de salvaci?n por los que han sido despose?dos por los cl?rigos de la pro ducci?n y del control de aquellos bienes: los laicos. Esta demanda, y la oferta correspondiente, siempre responden a los intereses de clase de los laicos, intereses que se expresan en lo religioso por demandas de

legitimaci?n, de compensaci?n y de protesta simb?lica. Vid. Bour dieu, 1971, pp. 295-334 y Maduro, 1980.

39 This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


40

JEAN-PIERRE BASTIAN

el espacio social mexicano a grupos religiosos extranjeros y se impuso la definitiva separaci?n de la Iglesia y del Estado con la consiguiente secularizaci?n de la sociedad mexicana en el nivel jur?dico-pol?tico. A ra?z de la conquista de los derechos liberales formali zados en la constituci?n de 1757 y en las Leyes de Reforma (despu?s del interludio del Imperio que restableci? el catoli cismo como religi?n oficial, ligada a la primera posici?n libe ral), penetraron de manera sistem?tica las sectas protestantes norteamericanas en las d?cadas de los a?os setenta y ochenta. Estas sectas se establecieron en dos regiones. Por un lado, en la frontera norte surgieron congregaciones protestantes en las ciudades nuevas en plena expansi?n econ?mica, desde So nora hasta Tamaulipas. Favoreci? esta implantaci?n la cerca n?a de las sedes misioneras norteamericanas y la no muy densa poblaci?n cat?lica. Por otro lado, se establecieron a lo largo

del eje econ?mcio Veracruz, Puebla, Ciudad de M?xico, Pa chuca y Guanajuato. En este estudio me limitar? a una sola de las dieciocho

sociedades misioneras que se establecieron en M?xico durante el Porfiriato: la Sociedad Misionera de la Iglesia Metodista Episcopal cuya sede estaba en Nueva York 2 y que se implanta a lo largo del eje Veracruz-M?xico-Guanajuato. ?De qu? ma nera esta sociedad religiosa de transplante contribuye a frag mentar el campo religioso mexicano? ?Qu? apoyo recibe del Estado? ?Cu?l fue la reacci?n cat?lica a tal penetraci?n? ?Qu? ideolog?a comunic? esta secta protestante 3 y cu?les fueron los 2 La sociedad misionera de la Iglesia Metodista Episcopal norte americana fue fundada en 1818 en Nueva York. Con la divisi?n en torno al problema de la esclavitud, se cre? la Iglesia Metodista Epis copal del Sur de los Estados Unidos en 1845, con sede en Nashville, Tennessee. Esta tiene su propia sociedad misionera que inici? activi dades en M?xico a partir de 1873. 3 Usamos la palabra "secta" en su sentido sociol?gico, tal como ha sido forjado en particular por Ernst Troeltsch y Max Weber. La secta es una asociaci?n voluntaria de individuos; es democr?tica y se caracteriza por su ascetismo intramundano. Se opone a la iglesia que

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA

41

sectores sociales receptivos a ella? Estas son algunas de las preguntas que han servido de gu?a a nuestra investigaci?n.

La penetraci?n de la Iglesia Metodista Episcopal Cuando el obispo metodista norteamericano, Gilbert Haven, torn? el primer tren del nuevo ferrocarril entre Veracruz y la

capital de la Rep?blica, el 25 de diciembre de 1872, encontr? circunstancias muy propicias para la penetraci?n de las sectas protestantes. Tres a?os despu?s, al asumir la presidencia Por firio D?az, ocho sociedades misioneras norteamericanas hab?an empezado ya labores proselitistas, y al final del Porfiriato diez m?s reforzaron el nuevo credo religioso en el pa?s.

En marzo de 1873, Haven compr? en la ciudad de M?

xico, por la suma de 16 300 pesos de plata parte del antiguo con

vento de San Francisco (nacionalizado como bien del Estado por las leyes de Reforma) para establecer el cuartel general me todista. Restaur? el edificio al que a?adi? un techo con armaz?n de hierro sobre el antiguo patio, para acomodar un amplio audi

torio, construy? una capilla y cuatro departamentos que se inauguraron en diciembre del mismo a?o. De ah? irradi? la ac

ci?n de la Iglesia Metodista Episcopal en cuatro direcciones.4 se identifica con el orden dominante y los valores nacionales. La actitud de la secta hacia el Estado y la sociedad pusde ser indif?rente, tolerante

u hostil. Vid. Troeltsch, 1956 y Weber, 1964. 4 Nos basamos en las Actas de las Conferencias Anuales de la Iglesia Metodista Episcopal de M?xico, M?xico, D. F., Imprenta Me

todista Episcopal, 1884-1910, que se encuentran en el Archivo Meto dista de M?xico, D, F. (en adelante AMAC) y en los Annual Reports of the Missionary Society of the Methodist Episcopal Church, New York, Printed for the Society, 1873-1910, que ss encusntran tambi?n en el Archivo Metodista de Mexico, D. F. (en adelante AMAR). La concepci?n de una estrategia de expansi?n basada en el ferrocarril, aparece claramente en los informes. Citamos a t?tulo d2 ejemplo: ??A1

fundar una misi?n cristiana entre un pueblo pagano o s:mipagano, mucho del ?xito depender? de la selecci?n de los centros desde los cuales el trabajo misionero debe extenderse. En M?xico, partiendo de la principal l?nea tioncal d:\ ferrocarril de Veracruz, seguimos a lo

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


42

JEAN-PIERRE BASTIAN

En primer lugar, el obispo estableci? contacto en Pachuca con un ingeniero de minas de origen ingl?s y metodista, Richard Rule, quien hab?a iniciado servicios religiosos protestantes entre

los trabajadores ingleses, y hab?a conseguido la participaci?n de algunos mexicanos. Otro ingeniero ingl?s, Christopher Lud

low, llegado en 1875, se transform? en predicador local

metodista y promovi? la construcci?n de un templo, que se inau

gur? en 1876, durante la rebeli?n de Tuxtepec. Esta congre gaci?n anglo-mexicana de Pachuca extendi? sus labores en los

pueblos mineros de la regi?n, donde las minas eran explotadas

por compa??as inglesas: El Chico, Real del Monte, Santa Ger trudis y Omit?an. Tulancingo al este, Zacualtip?n en la Huasteca hidalguense y varios pueblos a lo largo del ferrocarril M?xico Pachuca se convirtieron en la red de congregaciones del primer circuito metodista moxicano. Por un proceso similar, la ciudad de Guanajuato, desde 1876, se convirti? en el segundo centro de acci?n metodista.

Los residentes ingleses recibieron calurosamente al obispo Butler quien hab?a sustituido a Haven en 1874. Cuatro d?as despu?s de su llegada, Butler tuvo una entrevista con el gober

nador del estado, General Antill?n quien expres? "su inter?s en recibir al protestantismo" y le asegur? que gozar?a de todos

los derechos otorgados por la Constituci?n. Pueblos mineros cercanos y la regi?n del Baj?o atravesada por el ferrocarril central, fueron focos de congregaciones metodistas, desde Que

r?taro hasta Le?n.

El tercer centro de implantaci?n del metodismo es la re gi?n de Tlaxcala y Puebla, reci?n transformada por el impacto del ferrocarril y de las f?bricas textiles. Fuera de la ciudad de largo del camino de C?rdoba a la ciudad de M?xico. En Ometusco nos desviamos a Pachuca, Real del Monte, Omit?an, El Chico. En Apizaco, por un ramal, llegamos a Puebla... La segunda divisi?n del campo comienza en la ciudad de M?xico y corre hacia el norte a lo largo da la carretera entre la capital y R?o Grande. La segunda l?nea troncal del ferrocarril arranca de la capital y sigue a lo largo del valle de Amecameca, en cuyo extremo se halla Miraflores". AMAR, 1879,

p. 158.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA

43

Puebla, donde se estableci? el segundo cuartel general del me todismo, los circuitos metodistas de la regi?n siguieron al ferrocarril. Miraflores en el Estado de M?xico, sede de una f?brica textil cuyo due?o era ingl?s, fue desde 1875 el centro de un importante circuito.

El corredor Orizaba, C?rdoba, Tuxtepec es la cuarta re gi?n donde se crearon congregaciones metodistas compuestas

de obreros textiles o ferrocarrileros.

Adem?s, dos regiones m?s lejanas, donde el ferrocarril sirve igualmente de instrumento de penetraci?n metodista, com

plementan el cuadro de la implantaci?n y desarrollo de la Misi?n Metodista Episcopal en M?xico durante el Porfiriato. Por un lado, son circuitos con base en la ciudad de Oaxaca, y a partir de 1887 los pueblos ubicados a lo largo del ferro

carril del sur como Parian, Tlalixtlahuaca y Zaachila. Por

otro lado son las ciudades terminales del ferrocarril del Istmo,

San Andr?s y Santiago Tuxtla. En los treinta a?os que van de 1876 a 1910, las ciudades que hab?an sido los puntos de partida del metodismo se trans formaron en cabeceras de una red de iglesias, escuelas y hos pitales. La congregaci?n de la ciudad de M?xico, centro de la actividad, era tambi?n en 1910 el centro administrativo de 53 templos y 38 casas pastorales repartidos en siete distritos admi nistrativos, con 6 283 miembros, 42 pastores y 30 predicadores

locales. Contaba adem?s con unas cincuenta escuelas prima rias, secundarias, comerciales, preparatorias y teol?gicas.5 La implantaci?n hab?a tenido lugar en los centros mineros,

las ciudades industriales y pueblos transformados por la pre sencia de f?bricas o por la llegada del ferrocarril. Excepciones

a esta regla eran pueblos como Huatusco, rico centro de pro ducci?n de caf? en la sierra de Orizaba, T?tela de Ocampo en la sierra de Puebla, o Zacualtip?n en la Huasteca hidalguense, donde la influencia del jefe pol?tico liberal favoreci? la aper tura a esta nueva expresi?n de la vida religiosa en M?xico.

5 AMAC, 1910, p. 121ss.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


44

JEAN-PIERRE BASTIAN

LAS CONDICIONES DE LA IMPLANTACI?N DEL METODISMO EN M?XIC

Aunque los sectores econ?micos en manos del capital extran jero fueron muy importantes para asegurar el espacio que nec

sitaba el nuevo credo religioso, cuatro factores favoreciero o frenaron la extensi?n de las congregaciones metodistas e las regiones mencionadas: la formaci?n de un liderazgo n

cional, el apoyo del gobierno, la resistencia de la iglesia cat?lic y la competencia de otras sectas protestantes.

El entusiasmo y la convicci?n del misionero no fueron

suficientes para estimular la formaci?n de congregaciones me

todistas. Se necesitaba un respaldo econ?mico continuo qu

permitiera adquirir edificios, pagar cuadros institucionales, fo mentar publicaciones y crear escuelas. Para eso, la sociedad m

sionera norteamericana contaba con ios ingresos de los fiel metodistas norteamericanos cuyos donativos variaban seg? su situaci?n econ?mica. A pesar de estas fluctuaciones, ayuda financiera se manten?a constante en M?xico, lo cua favorec?a el ritmo de la construcci?n de nuevos templos y cuelas. En t?rminos globales s?lo una cuarta parte de los fo dos proven?an de la feligres?a nacional, que se caracterizab por su bajo nivel de ingresos.

Adem?s de la construcci?n de edificios y del sost?n de aparato administrativo, los misioneros se ocuparon de la f maci?n de l?deres nacionales. Seleccionados por sus cualidade ?ticas y su convicci?n religiosa, estos j?venes proven?an d sectores campesinos y obreros y adquir?an, a trav?s de la for

maci?n escolar y teol?gica requerida, la condici?n de intel tual popular que combinaba las tareas propiamente religios con las funciones de maestro.

Si el apoyo econ?mico y el reclutamiento de cuadros n present? mayor problema, la oposici?n de la iglesia cat?lic fue un elemento importante para frenar la difusi?n del meto

dismo. A lo largo del Porfiriato, la Iglesia cat?lica recuper cierto poder. Esto se manifest? en el desarrollo m?s intens de sus actividades, que culmin? con la proclamaci?n de Virgen de Guadalupe como patrona de M?xico en 1898. Al This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA

45

final del r?gimen porfirista procesiones y manifestaciones p?

blicas reaparecieron a la sombra del poder olig?rquico, que para perpetuarse necesitaba, entre otros, del apoyo de una iglesia

subordinada. Los ataques al protestantismo y a la Iglesia Me todista Episcopal (IME) en particular fueron constantes. Los sentimientos antiprotestantes eran particularmente fuertes en

las regiones rurales y en las ciudades donde la Iglesia cat?lica

ejerc?a mayor control. El caso de los misioneros Charles

Drees y A.W. Greenman es ejemplar. Empezaron labores para la IME en la ciudad de Quer?taro en 1881. De inmediato, el obispo Ram?n Camacho mand? una carta pastoral a todos los

miembros de su di?cesis acusando a los misioneros de diseminar

"doctrinas her?ticas" y advirti? a sus fieles "huir de toda reuni?n protestante como de una plaga".6 Amenaz? con exco mulgar a quien se asociara o comunicara con los protestantes. Grupos hostiles se reun?an frente a la casa de los misioneros, sin que las autoridades pol?ticas tomaran ninguna medida al respecto. Al fin, el 3 de abril de 1881, la muchedumbre atac? la casa durante cuatro horas hasta que las autoridades logra ron dispersarla. Cuando los misioneros dirigieron una protesta al gobernador del Estado, este les recomend? salir de la ciudad,

lo cual hicieron el 8 de abril, para no regresar hasta junio, bajo la protecci?n de un regimiento de caballer?a. El mismo

a?o, en Apizaco, Tlaxcala, el predicador metodista local,

Epigmenio Monroy, al regresar del vecino pueblo Santa Ana, fue atacado por un grupo de 12 cat?licos armados con ma chetes.7 Dos de sus compa?eros fueron gravemente heridos y el pastor fue dejado por muerto. Llevado al pueblo muri? poco despu?s y uno de sus acompa?antes sigui? la misma suerte. William Butler, obispo de la IME, inform? que 58 protestantes

murieron entre 1873 y 1892 debido a ataques de grupos ca t?licos que se dirig?an esencialmente contra los mexicanos con 6 Morgan a Blaine, 21 de mayo de 1881, United States Department of State, Dispatches from US Ministers to Mexico, Vol. 73, citado por

Coerver, 1979, p. 105. Ver tambi?n el relato de los hechos en el

Diario Oficial del Gobierno Federal, 6 de abril de 1881.

7 Butler, 1918, p. 91.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


46

JEAN-PIERRE BASTIAN

vertidos, aunque raras veces contra los misioneros que conta

ban con protecci?n de la embajada norteamericana. De los 58 muertos s?lo uno era misionero norteamericano.8

Adem?s de la violencia se usaron otros medios de coerci?n

como la excomuni?n, el boicot, la negaci?n a permitir que se les enterrara en el cementerio pueblerino. Se les acusaba tam bi?n de ser la causa de todos los males sufridos por la Iglesia cat?lica en tiempos recientes; incluso era frecuente que se les culpara de la sequ?a, como en 1892 en Cuilapan, Veracruz.* Adem?s, los folletos cat?licos identificaban a las sectas pro testantes con una tentativa de nueva invasi?n ideol?gica y pol?tica norteamericana,10 y otros identificaban el protestan tismo con la masoner?a.11

En la lucha ideol?gica entre ambos grupos, surgieron pan fletos de todo tipo como el Catecismo para el uso del pueblo en que se hace una ligera comparaci?n del protestantismo con el catolicismo y se combaten las leyes que el gobierno liberal ha dado en M?xico contra la Iglesia Cat?lica que apareci? en 1877 en Guadalajara, donde se acusaba al protestantismo de alejar a los hombres de Dios y de desligar a unos de otros haci?ndoles "vivir en un completo desacuerdo pugnando cons tantemente unos con otros".12 La reacci?n constante y siste m?tica de la Iglesia cat?lica impidi? la penetraci?n protestante en las zonas rurales a donde no llegaban el inversionista o el ferrocarril, y en donde la iglesia ejerc?a un control total. En San Juan del R?o por ejemplo, el intento de establecer una capilla metodista no dio ning?n resultado, y los misioneros decidieron retirarse. En el Baj?o la permanencia fue muy dif?cil a causa de las continuas manifestaciones de hostilidad en Silao

y en Irapuato donde "el fanatismo intenso del pueblo forma una barrera contra el protestantismo tan s?lida como un muro 8 Butler, 1892, p. 301. 9 AMAC, 1893, p. 38.

10 AMAC, 1886, p. 27 (Informe anual del Distrito del Norte).

11 Ormaechea y Ernaiz, 1877. i2 Arzac, 1877, p. 11.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA

47

de maniposter?a".13 En el Estado de Puebla ?donde la pe netraci?n fue relativamente f?cil en pueblos y a?n en ranche r?as? la ciudad de Cholula resisti?, pese a los intentos que se realiz? durante casi todo el per?odo por el control social y la presi?n por parte de la Iglesia cat?lica. Ante tal situaci?n los misioneros se dirig?an a los gober nadores y muchas veces directamente al Presidente, Tal es el caso del misionero presbiteriano Max Philipps quien despu?s de violencias ocurridas en Zacatecas, escrib?a estas palabras a Porfirio D?az, el 8 de abril de 1877: "No pedimos .'garant?as especiales', mas s?, deseamos que los gobernadores pongan cui dado especial para darnos garant?as comunes y esto porque estamos expuestos al peligro especial, a causa de la enemistad de algunos romanistas violentos".14 Los misioneros hab?an penetrado al amparo de la ley del 4 de diciembre de 1860, que proclamaba la libertad de culto en todo el territorio de la Rep?blica Mexicana. A?n en 1873, el art?culo lo. de la Constituci?n hab?a sido enmendado, preci sando y aclarando que "el congreso no puede dictar ley alguna estableciendo o prohibiendo cualquier religi?n".15 Los liberales consideraban muy importante la libertad religiosa tanto porque era necesaria en todo "pa?s civilizado" cuanto porque era ?til para alentar la inmigraci?n, pero el inter?s principal del go bierno era debilitar a la Iglesia cat?lica, como adversario po l?tico, distray?ndola con un adversario dentro de su propio terreno simb?lico. Poco tiempo despu?s de la ejecuci?n de Maximiliano, cuatro diputados del Congreso hab?an viajado a New York, a la sede de la sociedad misionera de las Iglesias Evang?licas Norteamericanas (American Board for Foreign

Missions) "pidiendo el establecimiento de misiones protes

tantes sobre el territorio de la Rep?blica Mexicana, alegando

que ser?a de gran ayuda para el gobierno civil que ten?a mucha dificultad en sostenerse a causa del monopolio de la influencia 13 AMAC, 1889, p. 44. 14 Archivo del General Porfirio D?az, p. 65. ir> Citado por Coerver, 1979, p. 105.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


48

JEAN-PIERRE BASTIAN

sobre el pueblo detentada por el clero romano; y porque este clero interven?a siempre en asuntos pol?ticos".16

Porfirio D?az continu? con esta l?nea pol?tica, asegurando su apoyo a los protestantes y tratando de hacer ejecutar la ley en todo el pa?s, protegi?ndolos militarmente si era necesario.

Sin embargo, la actitud del gobierno hacia las varias sectas protestantes est? muy bien ilustrada por la respuesta de un gobernador a un misionero que solicitaba protecci?n militar: "Se?or: Con gusto le otorgo la protecci?n solicitada, puesto que es mi deber hacer respetar las leyes; no tengo ning?n inte r?s en absoluto en sus opiniones o en sus pr?cticas religiosas,

pero todos deseamos promover la creaci?n de un grupo de cl?rigos lo suficientemente fuerte como para poder mantener dentro de ciertos l?mites a la vieja iglesia".17 Con esta perspec tiva en mente el gobernador del Estado de Hidalgo participaba

personalmente en actos p?blicos ligados al colegio metodista de Pachuca; en Mir aflores, el jefe pol?tico de Chalco asist?a con frecuencia a las ceremonias de fin de a?o escolar en la escuela metodista. En zonas alejadas como T?tela de Ocampo, la presencia metodista se deb?a a la influencia de las familias liberales del pueblo, y en Huatusco, a la amistad personal del

pastor metodista con el jefe pol?tico.

En los estados mineros donde hab?a mucho capital bri

t?nico y norteamericano, y donde viv?a una colonia extranjera,

los metodistas gozaron de protecci?n especial, mientras que en Quer?taro la conquista de la protecci?n tuvo que hacerse recurriendo al poder central. A pesar del apoyo del estado los protestantes no gozaron de privilegio alguno. Las restric ciones oficiales en torno el uso en p?blico de vestimenta clerical fueron tambi?n aplicadas a varias sectas, y se prohibi? la pr?c

tica de actos religiosos en edificios estatales, con la excepci?n de la escuela que en la c?rcel de Orizaba ten?a el pastor me todista Jos? Rumbia.

16 Salmans, 1919, p. 17. i7 Wells. 1887, p. 218.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA

49

Al finalizar el siglo, los pol?ticos porfiristas, frente a las

manifestaciones siempre m?s activas de la Iglesia cat?lica

en la vida p?blica, segu?an con el proyecto de restringirla y controlarla. El propio D?az, poco antes de su ca?da, al ser preguntado por un grupo de misioneros protestantes sobre si las r?gidas leyes que prohib?an la tenencia de propiedades ser?an relajadas, les contest?: "Estar?a bien con ustedes, se?o res, pero tenemos que contar con los cl?rigos; hemos tenido una mala experiencia con ellos; no se satisfacen con manejar a la Iglesia, quieren manejar tambi?n al gobierno".18 La dis tancia frente a todo credo religioso y hacia toda influencia

clerical aparece a?n m?s clara en 1898, en las palabras de "El Nigromante": "no queremos decir que un movimiento

protestante como tal deber?a ser admitido, no, mil veces no, eso ser?a acrecentar el demonio. El protestantismo en M?xico es un par?sito est?ril, carente de todo germen ventajoso. Es un sistema extranjero, introducido en el pa?s como asunto mer cantil. Es una plaga de errores y defectos similares a los de la Iglesia cat?lica. Las sectos protestantes no son ni m?s ni menos que una anarqu?a religiosa en oposici?n a la ley cat?lica".19

De hecho, a pesar de beneficiarse con el espacio religioso abierto por los liberales, las sociedades misioneras reconocen los l?mites de la naturaleza y de la extensi?n de este apoyo. "En la mayor?a de los casos ?dice un misionero? no es m?s que una voluntad de usar al movimiento misionero como un

instrumento contra el poder pol?tico clerical".20 Seg?n ?l, las ?lites liberales y pol?ticas "demuestran una abierta infidelidad

o, en el mejor de los casos, una indiferencia religiosa" y su ?nico inter?s es de buscar aliados t?cticos que aseguren la es tabilidad pol?tica, rompiendo el monopolio religioso de la Iglesia cat?lica. Finalmente, un aspecto importante que limit? la expansi?n protestante en M?xico durante este per?odo, fue la competen is Ross, 1922, p. 112.

19 "El Nigromante", 1898, p. 6. 20 Brown, 1909, pp. 235, 237.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


50

JEAN-PIERRE BASTIAN

cia entre las mismas sectas. En 1897, en los Estados Unidos exist?an 143 denominaciones religiosas diferentes y 156 orga nizaciones independientes con 20 millones de miembros.21 S?lo 18 de ellas estaban en M?xico. Penetraron en el desorden y frecuentemente se encontraban en la misma ciudad, como los metodistas (del norte y del sur) y los presbiterianos, en la

ciudad de M?xico. A veces, seg?n el desarrollo de las congre gaciones y las frustraciones ocurridas, individuos y hasta co

munidades enteras, como la de Atzala (Puebla), pasaban de

una secta a otra. Esta divisi?n entre los mismos protestantes fue un poderoso argumento usado por la Iglesia cat?lica para mostrar la debilidad de una "verdad m?ltiple". Las propias sectas trataron de organizarse para racionalizar su acci?n y contrarestar las acusaciones.22 M?s que las decisiones de coope raci?n, fue el discurso mismo del misionero el que tuvo impor

tancia para justificar la obra. El misionero tuvo entonces que sistematizar su mensaje con el fin de legitimizar su presencia

y su acci?n.

EL PROTESTANTISMO Y LAS NUEVAS RELACIONES ECON?MICAS

El misionero metodista norteamericano lleg? con la con ciencia de pertener a un pueblo predestinado por el pacto

hecho con Dios en Nueva Inglaterra. Este pacto, renovado en el siglo xix se manifestaba en la expansi?n territorial de los Estados Unidos hacia el oeste y a partir de los a?os ochenta en la conquista de los mares siguiendo los lineamientos del almirante Mahan. Como parte de "un pueblo elegido", el mi

sionero norteamericano en M?xico sent?a la necesidad de

transmitir esta experiencia del "destino manifiesto". En este sentido, ten?a la confianza de que "el Dios que les hab?a evan gelizado primero y luego dinamizado, multiplicado y bendecido 21 El Abogado Cristiano, 4 de febrero de 1897, p. 37. "3 Dos asambleas de todas las sectas protestantes que trabajaban en

M?xico tuvieron lugar en la Ciudad de M?xico en 1888 y 1897. Vid. El Abogado Cristiano, 9 de febrero de 1888.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA

5?

sobre todo los dem?s pueblos, arm?ndoles con acero, vapor y rayos, y envi?ndoles a ser la vanguardia de la humanidad",,

otorgar?a tambi?n una oportunidad nueva a los "hermanos latinos".23 El misionero restituye ?ntegramente esta interpre

taci?n teol?gica de la econom?a cuando elogia el desarrollo econ?mico y el cambio de mentalidades que vive M?xico. As?, John W. Butler, hijo del obispo metodista, en una serie de conferencias dadas en 1893 en la universidad de Syracuse,

New York, alababa el proceso econ?mico en M?xico y al hombre que lo ha estimulado: "Ahora miran a este pa?s que ten?a todo para fracasar; muy poco tiempo despu?s de la ca?da de Maximiliano, M?xico vino a ser una naci?n pr?spera y feliz.

Durante 17 a?os ha gozado de una paz ininterrumpida bajo la presidencia de un hombre, el general P. D?az, amigo de toda

idea moderna que levantara el pa?s... Cuando cay? el as?

llamado imperio, exist?an menos de 100 millas de v?as de ferrocarril, en cuanto ahora son 6 877; s?lo las grandes ciuda des estaban en este tiempo conectadas por tel?grafo, en cuanto ahora existen 25 476 millas de l?neas telegr?ficas; hab?a un solo

Banco Nacional, ahora son 12. . . Las f?bricas se levantan en muchos lugares. . . el capital extranjero fluye libremente en todo

el pa?s..."24 Opini?n que confirma otro misionero: "con

el dinero extranjero vino tambi?n el extranjero con sus ideas nuevas, sus mercanc?as poco comunes, sus nuevas actitudes, su idioma extra?o, sus modos raros de pensar, abriendo por todos lados canales de comunicaci?n con el gran mundo moderno de afuera, hasta hoy desconocido por M?xico".25 Sin embargo, al observar que "el impacto norteamericano sobre el pa?s ha sido enorme", manten?a su reserva con los capitalistas que ten?an "puesto su coraz?n en las minas de oro y plata, las plantacio nes de caucho, los bosques de naranja, el henequ?n y los pas tos. . . quienes para lograr sus objetivos parecen deseosos de pisotear las m?s altas virtudes de la mejor humanidad nor 23 Wood, 1900, p. 213. Sobre el mismo tema ver Brack, 1975. -4 Butler, 1894, p. 309. Traducci?n de Jean-Pierre Bastian. 25 WiNTON, 1913, pp. 151, 161.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


52

JEAN-PIERRE BASTIAN

teamericana". Entre ellos constataba que "miles llevan vida de verg?enza moral y siguen normas comerciales que har?a

enrojecer de verg?enza las mejillas de cualquier norteamericano

verdadero".26

Para estos misioneros M?xico era la nueva frontera que del oeste se hab?a extendido al sur del R?o Grande; tambi?n

en M?xico, el misionero part?a del supuesto de "que el hombre

y Dios tienen que trabajar juntos para construir un mund decente: que no existe situaci?n tan mala para el hombre qu con la ayuda de Dios no pueda hacer algo".27 En otras palabras el progreso es bueno s?lo si va acompa?ado del protestantismo

seg?n la lectura ideol?gica llevada por el misionero. Seg?n ? para realizar esta tarea "el protestantismo tiene que clavar l

cultura pagana (cat?lica y azteca) sobre la cruz de sus fr casos y de su oscurantismo", cuya expresi?n objetiva es el atraso econ?mico, pol?tico e ideol?gico del pa?s. Antes de s

llegada "no hab?a Biblia, ni misionero, ni luz de ninguna fuent

pod?a penetrar o trastornar este reino de ignorancia y pec

do".28

Al contrario, el misionero trae una fe y una ?tica que con tribuyen a la regeneraci?n social y moral de una pa?s que no solamente necesita el progreso material e intelectual sino tambi?n "una correcci?n del romanismo" para su propio bie nestar.

Le falta s?lo esta "ayuda espiritual" que viene a comple tar "la ayuda material" otorgada por el capitalismo. Con tal comprensi?n de las relaciones sociales y econ?micas, el misio nero ser? durante el Porfiriato un agente legitimador del r? gimen. Adem?s, frente al enemigo religioso, el Estado era el protector necesario al cual recurrir constantemente cuando irrump?a la violencia religiosa. Si esa fue la ideolog?a del mi sionero nos queda por examinar cu?l fue la interpretaci?n que de su propia situaci?n hicieron los nuevos convertidos. 26 Dale, 1910, p. 195. 27 Willems, 1967, p. 5. 28 Butler, 1892, p. 93.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA

53

EL METODISTA MEXICANO

Esta evangelizaci?n optimista y triunfalista logra una r? pida difusi?n entre las fracciones de clases emergentes ligadas

a los centros de producci?n y en particular al capital extran jero. Rara vez logramos tener informaci?n detallada sobre el empleo de los miembros de las congregaciones metodistas; sin embargo, la descripci?n que nos proporciona el misionero Drees de su congregaci?n de Apizaco revela el origen social del metodismo: "la congregaci?n ten?a todas las caracter?sticas

de una sociedad bien sostenida. Los miembros eran gente po

bre que viv?a en constante persecuci?n. La influencia del evangelio se ve?a en algunos que hab?an sido grandes borrachos,

que asist?an ahora con puntualidad a los servicios, vestidos limpiamente, teniendo el esp?ritu claro".29 Los miembros se reclutaban entre los campesinos que migraban hacia los cen tros de trabajo. Apizaco era un entronque de ferrocarril; lo

mismo las congregaciones de Tierra Blanca (Veracruz) y Siiao (Guanajuato) estaban compuestas de ferrocarrileros. Estas comunidades metodistas, ligadas a los centros de pro

ducci?n o a los de transportes, fluctuaban en n?meros seg?n los despidos del personal como en R?o Blanco; esta congregaci?n, integrada por obreros de la f?brica textil, en 1903 se redujo a la mitad por el desempleo y las migraciones de familias en teras.30 En Miraflores, donde el pueblo viv?a del molino de hilar, el due?o ingl?s, Mr. Robertson, introdujo en 1878 la Iglesia metodista cuyos miembros se reclutaban entre los tra bajadores del molino. Diez a?os despu?s de la construcci?n del templo y de la escuela, el informe del distrito subrayaba 29 Butler, 1918, p. 91. 30 En Silao la congregaci?n est? en su apogeo en junio de 1908, "pero se suspendieron los cultos en diciembre.. . por el ?xodo de casi toda la colonia a otras ciudades, causado por el cambio de divisi?n del Ferrocarril Central Mexicano, de Silao a Aguascalientes", AMAC, 1907, p. 75. Tambi?n en 1905, en Zacualtipan, Hidalgo, "la congrega ci?n de la Ferrer?a est? casi totalmente perdida, pues, habiendo para lizado sus trabajos aquella negociaci?n, los hermanos tuvieron que emigrar a otras partes", AMAC, 1906, p. 32.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


54

JEAN-PIERRE BASTIAN

que "se ha modificado todo el aspecto de los habitantes de este

lugar y la oposici?n a nuestra obra ha cesado casi completa

mente".31 Adem?s de reclutar en el sector obrero en formaci?n, el metodismo se difundi? entre ciertos pueblos ind?genas ligados estrechamente a los centros urbanos o fabriles. As?, Santa Ann

Atzacan, cerca de la ciudad de Orizaba, "es una poblaci?n ne tamente ind?gena. Sus habitantes son laboriosos y mantienen con Orizaba un comercio activo de sus productos agr?colas Los evang?licos viven del trabajo del campo y por lo genera ganan un jornal de cincuenta centavos".32

En Zaachila, pueblo cercano a Oaxaca, donde acababa de pasar el ferrocarril, el jefe ind?gena, el pr?ncipe Prez, "des cendiente directo del ?ltimo rey zapoteca" 33 dirig?a la comu nidad metodista que agrupaba buena parte del pueblo. E estos pueblos ind?genas confrontados con el cambio tra?do por

la t?cnica y los transportes, el metodismo fue recibido com agente de cambio y, esencialmente, como la ?nica posibilida

para implantar una escuela primaria popular al lado de l

casa pastoral. En toda la regi?n de Tlaxcala y Puebla, decena de pueblos en transici?n o en v?as de "ladinizaci?n" favoreci ron la implantaci?n del metodismo como fuerza educativa p pular. As?, "tanto en la capital, Tlaxcala, como en los dem?s pueblos donde tenemos correligionarios, se les trata por part de las autoridades con las mismas consideraciones que a los cat?licos y se les ha permitido como en Tezompantepec, Hu

mantla, Tlaxcala y Tepehitec, tomar parte en los puesto p?blicos o ser nombrados para desempe?ar honrosos cargo escolares".34 Este nuevo converso protestante se distingu?a de

31 AMAC, 1889, p. 40. 32 AMAC, 1905, p. 62. 33 Butler, 1918, p. 132. 34 AMAC, 1901 p. 49. Tambi?n en Xochiapulco, Tlaxcala, "se h fundado una congregaci?n en una rancher?a llamada Rosa de Cas tilla donde la asistencia se compone de puros naturales que no en tienden ni una palabra en espa?ol: el pastor escribe sus sermones luego los traduce alguna persona que posee el azteca", AMAC, 1897,

p. 40.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA

55

sus conciudadanos por la adopci?n de los valores nuevos que difund?a el metodismo: la prohibici?n del alcohol, del tabaco, del trabajo dominical, de los juegos de azar, y del libertinaje sexual, obligando a sus miembros a casarse tambi?n por lo civil. En este sentido "para ser cristiano, uno ten?a que dejar el trago y cuidar bien a su familia".35 La Iglesia Metodista ten?a instrumentos poderosos para difundir estos nuevos valores: el templo, la escuela, la liga de templanza, el peri?dico. Esta influencia ?tica penetraba poco a poco y con la constante amonestaci?n de las conferen cias generales anuales que ten?an comisiones especiales sobre templanza y reposo dominical. La conferencia metodista de 1885 llamaba la atenci?n en estos t?rminos: "se?alamos como pr?cticas inconvenientes y reprobables la asistencia y partici paci?n en las diversiones mundanas como el teatro, el circo, el baile, las tapadas de gallos y las corridas de toros".36 Tam bi?n hac?an circular folletos que provocaban la reacci?n del clero cat?lico, como en Puebla en 1887, donde el obispo tuvo que defender las corridas de toros como diversi?n popular y herencia hist?rica.37

Todos estos comportamientos de rechazo a los valores tra dicionales y populares llevaron a la formaci?n del tipo de trabajadores necesario para la f?brica y el trabajo moderno, y a la creaci?n de una nueva mentalidad popular asc?tica. As?

lo observa el due?o de una hacienda cercana a la f?brica

de San Rafael donde iban a trabajar dos alba?iles metodistas de Tepetitla. El pastor metodista de San Rafael informa del hecho de la siguiente manera: "el due?o de la hacienda pronto se fij?

en que aquellos dos alba?iles trabajaban m?s aprisa, vest?an con m?s limpieza, hablaban con m?s decencia y eran m?s cum

plidos con su trabajo que los dem?s alba?iles que trabajaban all? con ellos. Un d?a de fiesta de los muchos que trae el calen

dario cat?lico, los alba?iles no quisieron trabajar excepto nues 35 Butler, 1918, p. 74. se AMAC, 1885, p. 24. 37 Tovar, 1887.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


56

JEAN-PIERRE BASTIAN

tros dos congregantes, quienes manifestaron que ellos solamen te no trabajaban los domingos. Esto sorprendi? agradablemente

al hacendado quien pregunt? a nuestros hermanos en d?nde hab?an aprendido esas costumbres".38 Sin duda, el metodismo y las diversas sociedades misioneras protestantes contribuye ron a formar un tipo de trabajador d?cil y sometido al capital. Hemos encontrado pocas menciones de participaci?n de protestantes en las sociedades mutualistas de mineros o ferro carrileros; m?s bien toda la simbolog?a y la ideolog?a protes tante toma como figura ideal al pastor-maestro de escuela. Como lo afirma el misionero Winton "el impulso que da la fe protestante al desarrollo intelectual es s?lo parte de su valor. M?s esencial todav?a para el bienestar nacional es la elevaci?n del car?cter individual y la inculcaci?n de la autorrestricci?n y del amor hacia los otros".39 En este sentido el caso de la congregaci?n de R?o Blanco y de su l?der, el pastor Jos? Rumbia, se desv?a de la norma y

nos hace pensar en el papel que Hobsbawm40 asigna a los

predicadores metodistas en la formaci?n del movimiento obrero

ingl?s. Rumbia,41 nacido en 1865 en Tlacolula (Oaxaca), hijo de campesinos y criado por su madre en Orizaba, era el t?pico

33 AMAC, 1904, p. 51. 3:) Winton, 1905, p. 187. 40 En Gran Breta?a "todo lo que sabemos es que el metodismo progresaba cuando el radicalismo hac?a lo mismo y no cuando dis minu?a. Este curioso paralelo puede explicarse ya sea afirmando que las agitaciones radicales empujaron a otros obreros hacia el metodismo,

como una reacci?n contra las mismas, o bien que los obreros se vol vieron metodistas y radicales por id?nticas razones", Hobsbawm, 1979>

p. 47.

41 Rossainz Rumbia, 1962. Esta biograf?a de una descendiente de

Rumbia no hace ninguna alusi?n a Rumbia como pastor metodista; deja s?lo la imagen del profesor y luchador obrero. He reconstruido

la biograf?a de Rumbia a base de las actas del AMAC donde aparece

citado desde 1888 cuando estaba encargado de las tres congregaciones

de San Andr?s Tula, Ver., hasta 1909 cuando solicit? su retiro de la Conferencia Anual Metodista, aunque mantuvo lazos con aquella secta hasta su muerte en 1913.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA

57

pastor formado por las instituciones metodistas. Hab?a estu diado en el colegio metodista de Puebla y se hab?a formado en

su escuela de Teolog?a. Sigui? todos los pasos de predicador local en San Andr?s Tula hasta el de estudiante de cuarto a?o

de teolog?a en Puebla, para llegar a la funci?n de presb?tero (pastor y miembro de la conferencia anual, en 1896). Ocup? varios cargos en comisiones y coordin? las actividades del dis trito metodista de Orizaba rindiendo informes anuales en la conferencia. Fue pastor y maestro de escuela primaria en R?o Blanco y Orizaba, donde a partir de 1901 estableci? una es cuela primaria nocturna en la c?rcel con el acuerdo de las autoridades municipales. Logr? tal impacto en R?o Blanco, que en 1905 escrib?a "no dudo que llegue el d?a cuando R?o Blanco sea otro Miraflores".42 Ese mismo a?o dej? el trabajo en la c?rcel "por recargo de ocupaci?n". La casa de Andr?s Mota, uno de los metodistas de Santa Rosa, ("propagandista activo y celoso quien hace dos o tres a?os era un hombre entregado a la embriaguez, al blasfemo y pendenciero"), se prest? para reunir a sus amigos y vecinos para celebrar con ellos cultos familiares, cantar himnos, leer la Biblia y ofrecer oraciones", seg?n informa Rumbia.43 En esta misma casa se discut?a el tipo de organizaci?n laboral que los obreros textiles deb?an adoptar para defender sus reivindi caciones. El grupo de Rumbia y Mota "sosten?a vagamente que

deb?a ser una asociaci?n no muy diferente de las mutualistas si bien con cierta orientaci?n reivindicativa frente a los pa trones".44 Una tendencia m?s radical encabezada por Jos? Neyra,

quien hab?a tenido contacto con el PLM triunf? con la for

maci?n en 1906 de la sociedad "Gran c?rculo, de obreros libres"; Mota y Pvumbia participaron de las actividades del Gran

C?rculo, y cuando estall? la huelga en 1907, Rumbia estuvo entre los cinco l?deres obreros detenidos. El crecimiento de la

congregaci?n metodista iba a la par con el crecimiento de la agi 42 AMAC, 1905, p. 68. 43 AMAC, 1905, p. 68. * * Garc?a D?az, 198L p. 91.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


58 JEAN-PIERRE BASTIAN

taci?n obrera. En 1906 Rumbia informaba a la conferencia anual que "los hermanos de R?o Blanco pasan de sesenta. . . la congregaci?n aumenta a tal grado que nos hace pensar seria mente acerca de un local adecuado".45 Al a?o siguiente la con gregaci?n de R?o Blanco fue totalmente disuelta por la huelga y "las pocas familias que all? quedan concurren al culto en Orizaba". Dos a?os despu?s el misionero F. Lawyer, quien asu m?a la direccci?n del distrito metodista de Orizaba, informaba

que "al llegar a Orizaba en abril hall? la iglesia sin pastor. . . Hace m?s de un a?o los operarios de las f?bricas promovieron la m?s sangrienta y desastrosa huelga que se haya conocido en

toda la historia de la Rep?blica. Fue el fruto natural del esp?ritu del progreso, cuando va privado del Evangelio de Jesucristo, porque es gente d?cil y pac?fica, a menos de ser alborotada por los enemigos de la paz que vienen de otras partes".40 Los comentarios del misionero reflejan la visi?n ire

nista y domesticadora de la c?pula misionera que consideraba su tarea como moralizaci?n del progreso y domesticaci?n de los grupos obreros quienes, como lo apuntaba el mismo Lawyer,

"en todo sentido son gente muy susceptible al Evangelio de

Paz".

La militancia de Mota y de Rumbia como l?deres obreros fue hasta donde sabemos, un hecho aislado entre los varios l?deres metodistas. No tenemos datos sobre la participaci?n de

l?deres o de congregaciones metodistas en las huelgas que sa cudieron la zona minera de Pachuca o en las huelgas de los trabajadores del ferrocarril. Sin embargo existe una cierta semejanza entre la congregaci?n metodista y la sociedad mu

tualistas obrera como formas de organizaci?n popular, donde se crea un espacio relativamente aut?nomo de formaci?n y educa

ci?n y donde se tejen lazos de solidaridad. La congregaci?n metodista fue, seg?n el contexto local, un elemento de tran sici?n para grupos obreros que pasaban de una vida rural a la vida fabril, y que necesitaban todav?a de una ideolog?a reli *-r> AMAC, 1906, p. 56. i? AMAC, 1908, p. 49.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA

59

giosa. No es casual que dentro del grupo de l?deres de R?o Blanco hubiera una divisi?n entre la posici?n moderada de Rumbia y Mota que "se inclinaban por crear una organizaci?n de tipo mutualista", y la posici?n de Jos? Neyra, Porfirio Meneses y Juan Olivares, de filiaci?n magonista, "que apoya ban de manera decisiva la creaci?n de una organizaci?n obrera militante".47

La congregaci?n metodista local, fuera del control del

misionero norteamericano, serv?a de foco para que la disidencia

religiosa condujera a una disidencia pol?tica. La participaci?n de las congregaciones metodistas de los estados de Tlaxcala y

Puebla en la agitaci?n revolucionaria agrarista a partir de 1911 con l?deres como Benigno Zenteno y Jos? Trinidad Ruiz confirma esta hip?tesis.48 Falta, naturalmente, investigar cu?l

fue la influencia directa del magonismo y de su peri?dico Regeneraci?n en dichos sectores. Rumbia, despu?s de esos

acontecimientos, sigui? siendo pastor metodista y fue despla zado al otro extremo del campo misionero, en Le?n, Guana juato, donde tuvo que dejar su cargo bajo ataques de "inmo ralidad" de los cuales fue eximido por la Conferencia anual de 1909. Aunque se retir?, sigui? manteniendo lazos con el meto dismo mexicano a lo largo de los a?os 1910 a 1913, cuando se transform? en l?der maderista en la regi?n de Tlaxcala, antes de morir asesinado a la ca?da de Madero.49

La escuela metodista En la estrategia misionera metodista la escuela y el tem plo eran importantes tanto para la difusi?n de los valores re ligiososo como para el reclutamiento de conversos, por lo que ambos se difundieron al mismo ritmo. Durante la semana, el 47 Hernandez, 1980, p. 143.

?s Buve, 1972, pp. 1-20 y 1976, pp. 112-152. 49 Es interesante notar que Rumbia solicit? su reincorporaci?n a

la Iglesia Metodista desde octubre de 1909, unos meses despu?s de

haberse retirado a causa del juicio por inmoralidad. Esta reincorpora ci?n le fue negada por motivos burocr?ticos.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


60

JEAN-PIERRE BASTIAN

templo serv?a de aula y el pastor tomaba el lugar del maestro.

El crecimiento de la matr?cula, r?pido al principio, se hizo m?s lento al final del per?odo porfirista, en gran parte debido al aumento del costo del mantenimiento de tales instituciones, que lograban s?lo una tercera parte de sus ingresos de fuentes

locales. Del total de alumnos (4 529 en 1909) la mayor?a se en contraba en escuelas primarias y s?lo un diez por ciento en escuelas secundarias o normales. Estos colegios de ense?anza superior, ubicados en las ciudades de mayor importancia, eran

escuelas para se?oritas en Guanajuato, Pachuca, Ciudad de M?xico y Puebla, e institutos para varones en Quer?taro y Puebla. Las escuelas aseguraban al metodismo el prestigio ligado a una pedagog?a cuyo sistema era norteamericano, aun que el contenido de las materias correspond?a al programa establecido por el gobierno. De hecho estos colegios como el "Sarah L. Keen" de la Ciudad de M?xico, gozaban la preferen cia de la clase acomodada de la ciudad, y ten?an el favor de los gobernadores, como el de Hidalgo, que visitaban los esta blecimientos durante las graduaciones. Tambi?n reclutaban en tre los mejores elementos de las escuelas primarias metodistas alumnos de origen humilde, pero ?stos eran una minor?a. Como

lo expresa la directora del colegio "Sarah L. Keen", "la gran mayor?a de las ni?as pobres no pueden permanecer en el colegio el tiempo necesario para terminar el curso normal y llegar a ser maestras. No permanecen hasta graduarse m?s del

cinco por ciento de las ni?as que entran a nuestra escuela".50 De ah? surgi? su preocupaci?n de crear una escuela para ni?as pobres "que las capacite no solamente para posiciones en las que puedan adquirir un modo honesto de vivir sino tambi?n los productos de su trabajo ayuden a pagar una parte de su educaci?n".51

Los dos colegios para varones (en Quer?taro y Puebla) gozaron de gran prestigio y atrajeron a sus internados estu so AMAC, 1908, p. 79. si AMAC, 1908, p. 79.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA

61

diantes de toda la Rep?blica. Estos sirvieron para formar los cuadros de la Iglesia Metodista, tanto de pastores como de maestros, especialmente en los estados de Tlaxcala y Puebla. La influencia del instituto poblano fue tal que ya en 1899 "el obispo de Puebla reun?a representantes de las familias ricas de sus di?cesis para llamarles la atenci?n a la creciente in fluencia de nuestra obra".52 Sin embargo el mismo a?o, en su informe anual, el director subrayaba que "mucho de nuestro material nos viene de los hogares humildes y lo mejor de nues tra obra es hecho generalmente entre los pobres".53

En 1910 se inauguraron en la ciudad de Puebla los nuevos edificios del colegio, concebido como futura universidad me todista. Ofrec?a primaria, secundaria, comercio, departamento de m?sica, departamento normal y escuela de teolog?a. Ten?an

dormitorios para 140 alumnos y un cuerpo docente de 18

profesores y 4 ayudantes. En el discurso inaugural, su director,

Pedro Flores Valderrama, consideraba que, como los liberta dores de 1810 lucharon por la independencia material de

M?xico, "nosotros como fieles descendientes de ellos, hemos trabajado y estamos trabajando por la independencia moral y religiosa del pa?s, para ver al pa?s enteramente libre de la ignorancia, la superstici?n, la inmoralidad y el pecado".54

El director del colegio metodista de Quer?taro, Benjam?n N. Velasco, plante? a?n con mayor firmeza los prop?sitos del sistema educativo metodista de M?xico. Se trataba de "promo ver y fomentar la educaci?n popular, dando oportunidad a los

j?venes de posiciones humildes pero de aspiraciones levanta das y de promesa para el porvenir, y a los descendientes de nuestra raza ind?gena, para que con el estudio y el trabajo puedan formarse los hombres ilustrados y dignos que en el taller, la c?tedra o la tribuna contribuyan al bienestar dom?s

tico y social".55 El semillero de estos "nuevos libertadores", 52 53 54 55

AMAC, AMAC, AMAC, AMAC,

1900, 1899, 1910, 1906,

p. p. p. p.

34. 74. 76. 88.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


62 JEAN-PIERRE BASTIAN

que luchaban por la regeneraci6n del pueblo, se encontraba en la red de escuelas primarias que acompaoi6 la formaci6n de la

congregaciones metodistas. La escuela de Miraflores en 18 contaba con tres departamentos (pre-primaria, primaria instrucci6n superior), 250 alumnos que "provienen de 9 p blos circunvecinos", y 7 maestros.56 En Oaxaca, estas escue "gozan de mayor prestigio que las municipales, tanto por

moralidad de nuestros profesores como porque la ensenianza e

mas practice y completa".57 El mayor numero de escuelas p

marias metodistas se hallaban en los estados de Tlaxcal

Puebla, donde en 1908 habia 22 de ellas con 1 387 alumnos 22 pueblos (sin contar los dos institutos de la ciudad de Pu

bla).58 Los maestros eran pastores de las congregacion

locales o egresados de los institutes metodistas. La congre ci6n metodista local les daba "cierta cantidad semanal en nero efectivo y cierta cantidad de semillas para su subsist cia".59 Estos pastores maestros, como los hermanos Angel Benigno Zenteno o Jose Trinidad Ruiz, consideraban la escu y el templo metodista como el espacio conquistado fuera d control de la iglesia catolica. Por otra parte, reforzaban club liberal local para combatir al partido clerical. El gober dor de Tlaxcala, el dia de la inauguracion del nuevo sal de la escuela metodista de Panotla, les llama "los progresist protestantes".60 En un pais en donde, segun los misionero existian cuatro grupos ideol6gicos en pugna: "los papistas, paganos, los patriotas y los protestantes",61 ellos son en c comunidad los aliados de los patriotas liberales. Son intel tuales populares arraigados en la comunidad rural que des pefan un papel importante en la formulacion simb6lica d rechazo a las estructuras de dominacion en el agro y del minio del partido colerical catolico. Recibieron con benep 56 AMAC, 1889, p. 40. 57 AMAC, 1897, p. 43. 5r AMAC, 1908, p. 52. :'* AMAC, 1905, p. 65. 6; AMAC, 1906, p. 52.

61 BRO WN, 190).

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA

63

cito ?a noticia de la convocaci?n del Congreso liberal de San Luis Potos? en 1901, "deseando que de dicho Congreso resulte alg?n bien pr?ctico para las masas que m?s que floridas y animadas discusiones y discursos necesitan una ayuda pr?ctica bien definida".62

Esta red de intelectuales populares protestantes piensan que "los j?venes cristianos deben trabajar en uni?n del club liberal. . . para hacer m?s potente la voz de la libertad mexi cana; y que muy pronto a trav?s de esta lucha veremos el Pabell?n de los libres ondear por los aires y los monumentos erigidos a la libertad, levantados muy alto sobre las columnas indestructibles de la justicia y del derecho".03 Rumbia fue uno de ellos, como maestro de escuela primaria en R?o Blanco

e iniciador de una escuela para los presos de la c?rcel de

Orizaba. En septiembre de 1906, unos meses antes de la huelga de R?o Blanco, en el momento de recordar la Independencia, en un serm?n publicado en El Abogado Cristiano constata que "la condici?n de millares de mexicanos manifiestamente dice que la obra gloriosa de nuestros padres es nula en muchos pue

blos". Seg?n ?l, "estamos en la g?nesis de nuestra emancipa ci?n". Rumbia distingue varias causas que hasta ahora han impedido la emancipaci?n: la primera es la "falta de disposi ci?n en los hombres de cultura y de saber para ense?ar, para hacer eficaz propaganda de buenas ideas en favor de la clase que llamamos pueblo". La segunda se encuentra en el capital extranjero, "en cuyas manos est?n las grandes f?bricas, las minas que se explotan, los ferrocarriles, las grandes empresas de sociedades an?nimas" y en el capital nacional, "pues, la verdad es que con nuestros capitalistas pasa como con nues tros cient?ficos e ilustrados que son m?s avaros que patriotas,,

que todo lo quieren para s? aunque se pierda todo el mundo". Y termina su pr?dica con un llamado a la uni?n de los verda deros patriotas.64 02 El Abogado Cristiano Ilustrado, 14 de febrero de 1901, p. 52;, ? " Magdaleno, 1901, p. 42-43. 64 Rumbia Guzm?n, 1906, pp. 302-203.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


64

JEAN-PIERRE BASTIAN

Sin duda este discurso difiere de el de los misioneros que hasta entonces hab?an alabado al r?gimen. Difiere tambi?n de otra facci?n de metodistas nacionales que opinaban que "los evang?licos no pueden representar el papel de revoluciona rios y descontentos, provocando odios y dificultades"; "inspira dos en otros sentimientos e ilustrados por otro criterio entera mente distinto, los obreros verdaderamente evang?licos ser?n, siempre y donde quiera, hombres de orden, disciplinados y honestos de los cuales no pueden desconfiar ni maestros, ni pa trones".05 As? pues, el metodismo mexicano de los a?os que preceden a la Revoluci?n esta dividido entre una c?pula que legitima el orden y el progreso, y la mayor?a de los pastores maestros rurales y urbanos que se adhieren al movimiento li beral seg?n su inter?s de clase, rebasando el mero conflicto con la Iglesia cat?lica. En este sentido, estoy de acuerdo con la opini?n de Alan Knight, sobre la coincidencia de los pro testantes con los intelectuales de la revoluci?n mexicana: El protestantismo podr?a representar el aspecto religioso de la disidencia pol?tica; podr?a destacar con el liberalismo pro gresista e ilustrado; y podr?a reflejar de manera m?s concreta el esfuerzo educativo de las iglesias protestantes. De ah? la tendencia entre los dedicados a la educaci?n y los que procu raban ascender socialmente a volverse hacia el protestantismo al mismo tiempo que hacia la protesta pol?tica.66

Conclusi?n El metodismo surge en el pa?s junto con el proceso de industrializaci?n dependiente del capital extranjero, y esta blece sus congregaciones cerca de los ferrocarriles, las minas y las f?bricas textiles. Esta expansi?n econ?mica abre nuevas perspectivas de movilidad social y permite que adquiera preemi

nencia una ideolog?a que justifica el desplazamiento, y que 65 "Los evang?licos y las huelgas", Editorial, El Abogado Cris

tiano Ilustrado, 14 de junio de 1906, p. 212. 66 Knight, 1981, p. 25.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA

65

centra su discurso en la auto-disciplina y los valores ligados al trabajo industrial. En este sentido el metodismo contribuy?

a forjar un trabajador d?cil, puntual y responsable que nece sitaba la empresa capitalista.07

Esta difusi?n de un nuevo credo a lo largo del Porfiriato se hizo con el apoyo y la protecci?n pol?tica de los liberales y del propio Porfirio D?az. La persecuci?n de los protestantes en algunos pueblos del campo o en ciudades con fuerte lide

razgo cat?lico, oblig? al gobierno a mandar la tropa para

asegurar el orden y la libertad de creencia. El metodismo y las dem?s sectas protestantes, donde penetraban intentaban romper la unidad de culto y de creencias hasta entonces mo nopolio de la Iglesia cat?lica y de quebrantar la mentalidad religiosa dominante cuando entraban en ciudades que durante siglos hab?an vivido al ritmo de las fiestas cat?licas. Ofre c?an un modelo alternativo de organizaci?n religiosa demo cr?tica que abr?a el espacio a un "desorden" social, o por lo menos a una negaci?n del orden tradicional. Por eso tuvieron el apoyo de los liberales agn?sticos que hab?an empujado la separaci?n de la Iglesia y del Estado, la libertad de conciencia y de culto. Ellos consideraban que las sectas protestantes po d?an permitir a largo plazo un cierto pluralismo religioso y

por consiguiente debilitar poco a poco a la Iglesia cat?lica sobre su propio terreno religioso.

En el caso del metodismo podemos hablar de una religi?n laica que desencantaba el mundo, que reduc?a el n?mero de 67 Se endende la importancia de una ideolog?a secularizadora de ?a vida del trabajador en un contexto socio-cultural cuyo ritmo del trabajo est? constantemente interrumpido por las fiestas. As?, por ejem pli, "un autor estadounidense se quejaba en 1906 del gran n?mero de d?as de descanso que disfrutaban los mineros. De acuerdo con ?l, en la explotaci?n minera no se invert?an m?s de 200 d?as al a?o. Se des cansaba los domingos y los lunes, los d?as de fiesta nacional, los d?as

prescritos por la Iglesia, el d?a del Santo Patr?n de la hacienda, los d?as de santos patrones de las villas cercanas a la mina, el cumplea?os del patr?n o del administrador, los onom?sticos de los miembros de la familia, tambi?n cuando hab?a bautismos, bodas y funerales de fa miliares", Leal y Woldemberg, 1980, p. 31.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


66

JEAN-PIERRE BASTIAN

sacramentos, abol?a el culto de los santos y las procesiones; insist?a en la convicci?n personal sin imponerse en el nivel social como creencia obligatoria, y difund?a una moral laica que coincid?a con el lema liberal de la regeneraci?n de una sociedad corrupta. Este cristianismo secularizado logr? a fines del Porfiriato difundirse en el centro de la Rep?blica y ofrecer

una alternativa religiosa y de organizaci?n a sectores m?viles que buscaban un orden basado en la regeneraci?n. Los obreros de las f?bricas textiles de Tlaxcala o de Ori

zaba mutatis mutandis, encontraron en la sociedad religiosa metodista una forma de sociedad de socorros mutuos. Era una asociaci?n a la que el individuo se adher?a libremente y, que si bien no creaba cajas de ahorro, desarrollaba el esp?ritu de economizar rechazando todo derroche. En este sentido tam bi?n se opon?a a la fiesta religiosa cat?lica como gasto sun tuario o quema del excedente. Al contrario las sociedades me todistas fomentaban la creaci?n de bibliotecas y de escuelas y buscaban mejorar f?sica y moralmente a sus miembros. Fun cionaban, adem?s, como verdaderas escuelas de aprendizaje democr?tico basado en la igualdad de derechos y obligaciones dentro de la congregaci?n local. Este contra-modelo no sirvi? solamente para persuadir a nuevas capas sociales y hacerlas penetrar en el aparato de producci?n capitalista, sino que fue un espacio de transici?n entre la sociedad tradicional rural o urbana de estructura piramidal y autoritaria y el movimiento obrero organizado. Jos? Rumbia, Andr?s Mota y las congrega

ciones de Orizaba, R?o Blanco y Santa Rosa fueron buenos ejemplos de esto. Aunque su militancia en la huelga de 1907 haya sido un caso aislado y quiz? extremo entre los l?deres, protestantes mexicanos, en los estados de Tlaxcala y Puebla, donde se enlazaban el sector agr?cola tradicional y la incipiente industria textil, la red de pastores-maestros metodistas fue un instrumento de difusi?n de ideas liberales anti-olig?rquicas. El

misionero norteamericano es cierto, legitim? el orden porfi rista, pues necesitaba del apoyo estatal para asegurar la exis tencia misma del metodismo; pero el modelo de autogesti?n de comunidad religiosa igualitaria que propon?a y las pr?cticas.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA

67

democr?ticas de las asambleas anuales metodistas, no solamen

romp?an con la pr?ctica autoritaria de la iglesia cat?lica,

m?s bien ofrec?an un punto de referencia cr?tico contra el or social vertical y represivo del Porfiriato.

Por eso a partir de 1900 cuando la propia Iglesia cat?l y por consiguiente el partido clerical, se fortalec?an a la s bra del estado olig?rquico liberal, convergen metodismo y li ralismo progresista. Ambos consideran que el estado porfiris est? traicionando los principios liberales formalizados e constituci?n de 1857. M?s que por anti-cat?lica esta con gencia se funda en la defensa de los intereses de clase de est metodistas de erigen rural o proletario quienes encontrar en la sociedad religiosa metodista el espacio para formula protesta contra la dominaci?n y la explotaci?n que sufr? Aunque no muy radical, su disidencia religiosa fue el m?x grado de conciencia y de disenci?n que estos sectores mipesinos mi-proletarios pudieron alcanzar y expresar a lo larg del Porfiriato.

SIGLAS Y REFERENCIAS

AMAC Archivo de la Iglesia Metodista Episcopal de M?xi

Actas de las Conferencias Anuales de la Igles

Metodista Episcopal en M?xico, M?xico, Imprenta Metodista Episcopal, 1884-1910.

AMAR Archivo de la Iglesia Metodista Episcopal de

xico, Annual Reports of the Missionary Society of the Methodist Episcopal Church, New York Printe for the Society, 1873-1910.

Archivo del General Porfirio D?az

1956 M?xico, Editorial Elede, S.A.

Arzac, Jos? Ram?n

1877 Catecismo para uso del pueblo en que se hace u

ligera comparaci?n del Protestantismo con el Cato

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


68 JEAN-PIERRE BASTIAN licismo y se combaten las leyes que el gobierno

liberal ha dado en M?xico contra la Iglesia Cat?lica, Guadalajara, Antigua Imprenta Rodr?guez.

Brack, Gene M., 1975 M?xico views mai'f st destiny, 1821-1826, An essay

on the origins of ?t? Mr-:icai war, Albuquerque,

LTniversity of New Mexico Pr?s:.

Brown, Hubert 1909 Latin America, New Yo k, Young People Missionary

Movement.

Bourdieu, Pierre 1971 "Genese et structure du champ religieux", en Revue Fran?aise de Sociologie, pp. 295-334.

Butler, John Wesley

1894 Sketches of Mexico, New York, Hunt and Eaton. 1918 History of the Methodist Episcopal church in Mex

ico. Personal reminisce!'s 's, present conditions and future outlook. New York-Cincinnati, The Methodist

Book Concern.

Butler, William 1892 Mexico in transition, from the power of political romanism to civil a d religion > liberty, New York,

Hunt and Eaton. Buve, Raymond Th.L,

1972 "Protesta de obrero; y camp?simos durante el Por firiato: unas consideraciones sobre su desarrollo e interrelaciones en el este de M?xico central", en Bolet?n de Estudios Latinoamericanos y del Caribe, 13, pp. 1-20.

1976 "Peasant movements, caudillos and land reform during the Revolution (1910-1917) in Tlaxcala,

M?xico", en Bolet?n de Estudios Latinoamericanos y del Caribe, 19, pp. 112-152.

Coerver, Don M. 1979 The Porfirian interregnum: the presidency of Manuel

Gonz?lez of Mexico, 1880-1884, Fort Worth, The

Texas University Press.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA 69

Dale, James G., 1910 Mexico and our mission, Lebanon, B. Sowers Printing

Co.

Garc?a D?az, Bernardo 1981 Un pueblo fabril del porfiriato: Santa Rosa, Veracruz^

M?xico, (SEP/80, 2).

Hern?ndez, Salvador 1980 'Tiempos libertarios, el magonismo en M?xico:

Cananea, R?o Blanco y Baja California", en La clase obrera en la historia de M?xico, t. 3. M?xico, Siglo

XXI.

Hobsbawm, Eric J., 1979 Trabajadores; estudios de historia de la clase obrera, Barcelona, Grijalbo.

Knight, Alan 1981 "Intellectuals, in the Mexican revolution". Ponencia presentada en la VI Conferencia de Historiadores Mexicanos y Norteamericanos, Chicago, 8-12 de sep tiembre de 1981, (in?dita, mime?grafo).

Leal, Juan Felipe y Jos? Woldemberg

1980 "Del estado liberal a los inicios de la dictadura porfirista", en La clase obrera en la historia de M?xico, t. 2. M?xico, Siglo xxi.

Maduro, Otto 1980 Religion y conflicto social, M?xico, CRT.

Magdaleno, Miguel 1901 "Deben los j?venes cristianos trabajar en uni?n del Club Liberal", en El Testigo, Guadalajara, 15 de febrero de 1901, p. 42-43.

"El Nigromante" 1898 El partido liberal y la reforma religiosa en M?xico, trabajo que su autor dedica a los dignos miembros del partido liberal quienes por medio d lea tribuna, de la prensa o de las armas, han luchado en bien de la instituci?n pol?tica social o religiosa. M?xico.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


70 JEAN-PIERRE BASTIAN Or m aeche a y Ernaiz, Juan Bautista

1877 Carta pastoral sobre protestantismo y francmaso

ner?a que dirige a sus diocesanos el lllmo. Sr. Obispo de Tulancingo, M?xico.

Ross, William 1922 Sunrise in Aztec land, Richmond, Presbiterian Com mission of Publication.

Rossainz Rumbia, Siul 1962 Datos biogr?ficos del profesor Jos? Rumbia Guzm?n, Tlaxcala, mime?grafo.

Rumbia Guzm?n, Jos?

1906 "Y dijo Dios: Sea la luz y la luz fue", en El Aboga do Cristiano Ilustrado, 13 de septiembre de 1906, pp. 302-303. Salmans, Le vi B., 1919 Medico-Evangelismo in Guanajuato, Guanajuato.

Tovar, Remigio,

1887 El Catolicismo y las corridas de toros, op?sculo

escrito para la esclarecida di?cesis de Puebla y ofre cida respetuosamente a su dign?simo obispo y vene rable clero, M?xico, Tipograf?a Berrueco Hermanos.

Troeltsch, Ernst 1956 The social teaching of the Christian churches, London,

George Allen and Unwin Ltd, 2 vol.

Weber, Max, 1964 Econom?a y sociedad. M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica.

Wells, David 1887 A study of Mexico, New York, Appleton and Co.

Winton, George B. 1905 A new era in old Mexico, Nashville, Methodist Epis copal Church South Publishing House.

1913 Mexico today, social, political and religious condi

tions, New York, Missionary Educational Movement of the United States and Canada.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


METODISMO Y CLASE OBRERA 71

Willems, Emilio 1967 Followers of the new faith, Grand Rapids. Vanderbilt University Press.

Wood, Thomas 1900 "South America as a mission field", Protestant missions in South America, New York, Student Volunteer Movement.

Peri?dicos El Abogado Cristiano Ilustrado, M?xico, D.F., 1877-1910.

El Testigo, Guadalajara, 1901-1911. El Evangelista Mexicano Ilustrado, M?xico, D.F., 1878-1910.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LAS SOCIEDADES DE SOCORROS MUTUOS 1867-1880

Reynaldo Sordo Cede?o El Colegio de M?xico

El estudio de las sociedades de socorros mutuos tiene como principal dificultad la escasez de fuentes. En la ?poca que abor

damos, 1867-1880, las asociaciones no se registraban p?blica mente, por lo cual toda su documentaci?n interna parece por ahora irrecuperable. La principal fuente es la prensa obrera, que en estos a?os tuvo un gran auge, y en la cual se recogen comentarios y noticias aisladas sobre las actividades de las diferentes sociedades. A pesar de las limitaciones de las fuentes,

el presente trabajo intenta explorar el per?odo que abarca la Rep?blica Restaurada y la primera presidencia de Porfirio D?az. Las conclusiones de esta investigaci?n se referir?n a esta ?poca,

pero sin desconocer el hecho de que sociedades de este tipo persistieron hasta las primeras d?cadas del siglo xx. Aunque en el siglo pasado a menudo se utilizaban indistin tamente los t?rminos "mutualistas" y "socorros mutuos" para referirse a estas asociaciones, el t?rmino "mutualista" no tiene

un significado ?nico y puede llevar a confusiones, dado que adquiri? relevancia a partir de Pierre-Joseph Proudhon, quien lo utiliza en un sentido doctrinal m?s amplio que el de la simple ayuda mutua.1 Por lo tanto, en este trabajo utilizo el t?rmino 1 En su Sistema de las contradicciones econ?micas, (1846), Prou dhon utiliza el concepto de mutualismo, para incluir las ideas de diso luci?n del gobierno, igualdad en la propiedad y libertad en el cr?dito. El ideal de Proudhon es una sociedad nueva construida por medio de

la asociaci?n mutualista de peque?os productores. La tarea de las asociaciones ser?a la de oponer a la idea de gobierno y autoridad la del contrato o pacto rec?proco. El concepto de mutualismo para

72 This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LAS SOCIEDADES DE SOCORROS MUTUOS 73 "sociedades de socorros mutuos", por parecerme el m?s ade cuado a la naturaleza de estas instituciones, y evitar as? las ambig?edades sem?nticas y te?ricas. Para estudiar este tema, a pesar de la informaci?n tan fragmentaria, me ha parecido conveniente analizar el desarrollo

de las sociedades de artesanos, tomando como hilo conductor el caso de la "Sociedad del ramo de la sastrer?a para auxilios mutuos". En este trabajo, despu?s de una breve exposici?n de la condici?n social de los artesanos en general, presento diversos aspectos del movimiento artesanal en la ciudad de

M?xico ?sus modos de organizaci?n, valores, ideolog?a? contrast?ndolos con los espec?ficos de la Sociedad de sastres.

Situaci?n econ?mica y social de los artesanos El desarrollo de la industria durante la Rep?blica Restau rada y los primeros a?os del Porfiriato fue tan lento que puede

decirse que a?n no exist?a la industria nacional. En la ciudad de M?xico no hab?a m?s de cien f?bricas y la manufactura artesanal ocupaba un lugar muy importante en la actividad econ?mica de la metr?poli.2 El trabajo artesanal, de larga tradici?n en M?xico, sufri? modificaciones importantes en los primeros a?os del siglo xix.

El gobierno de las Cortes de C?diz aboli? los gremios por el decreto del 8 de junio de 1813. En la ciudad de M?xico este decreto fue promulgado por el virrey Calleja el 7 de enero de 1814.3 A pesar de la abolici?n de los gremios, las estructuras

Proudhon implica una visi?n total de la sociedad basada en la reestruc turaci?n de las fuerzas econ?micas e institucionales. Cfr. Gurvitch,

1974. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de

este art?culo. 2 La litograf?a, impresi?n, encuademaci?n, dibujo, pintura, escul tura, carpinter?a, herrer?a, latoner?a, sastrer?a, etc., S3 practicaban con niveles altos de calidad en peque?os talleres, muchas veces dirigidos

por extranjeros. Calder?n, 1957, p. 83. 3 Tanck de Estrada, 1979, p. 314.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


74

reynaldo sordo CEDE?O

tradicionales se conservaron en los talleres, donde se man tuvo la jerarqu?a de maestros, oficiales y aprendices. Los per judicados en esta situaci?n fueron los oficiales y aprendices al

quedar desprotegidos y desorganizados ante la ausencia de regulaciones gremiales, y en clara desventaja frente a los maes tros. Una consecuencia de esto fue la falta de uni?n entre los

artesanos. Por un lado estaban los maestros, propietarios de un taller y, en la mayor?a de los casos, de sus medios de pro ducci?n y, por otro, los oficiales y aprendices, que s?lo en algunos casos pose?an sus instrumentos de trabajo.

El artesano es un tipo de productor dif?cil de definir. Pienso que lo que mejor lo caracteriza es el dominio de un

oficio en la totalidad del proceso productivo. El artesano

laboraba en peque?os talleres dom?sticos que no pasaban de dos a tres personas en promedio; ten?a una gran movilidad y libertad de acci?n y muchas veces realizaba el trabajo en su domicilio. La misma naturaleza de la producci?n artesanal imped?a una gran diferencia entre los due?os del taller y los simples artesanos. Hab?a entre ellos un orgullo, muchas veces transmitido de generaci?n en generaci?n, por el trabajo que realizaban. Por ello entre los artesanos exist?a un fuerte sentido

de justicia en lo que se refer?a a percibir un precio justo por su trabajo.4 La producci?n artesanal se basaba en un sistema de peque

?os pedidos individuales, y bastaba una disminuci?n en la

demanda para que hubiera desempleo y despidos.5 Adem?s, no exist?an tarifas salariales, sino que el trabajo se realizaba bajo acuerdos verbales y decisiones arbitrarias de los empleadores. El malestar que generaba estas pr?cticas queda bien resumido por El Socialista, en 1872: "poco m?s o menos sucede lo mismo en los talleres, casi en ninguno hay tarifa de precios, o si la hay, es arbitraria. El laborioso artesano que ingresa a uno de ellos, se afana por trabajar, cumple lo m?s que puede, a veces hasta se desvela, esperando una justa recompensa. Mas 4 Thompson, 1977, pp. 11-78. * Shaw, 1979, pp. 407-408.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LAS SOCIEDADES DE SOCORROS MUTUOS 75 a la hora del pago ve defraudadas sus esperanzas, ve su trabajo

tasado a vil precio y que el producto de sus sudores y de

sus fatigas no le basta para cubrir sus necesidades. Protesta; y el propietario contesta a todas sus razones: as? pago yo; si te conviene, bien; si no, eres libre de buscar ocupaci?n. . ." 6 La cita nos muestra una de las principales deficiencias del siste ma artesanal: la arbitrariedad de los patrones y la desprotecci?n en la que se encontraban los artesanos frente a aquellas.

Adem?s de esta ?ltima limitaci?n, durante las primeras tres d?cadas de vida independiente, el trabajo artesanal se desarroll? bajo circunstancias ?nicas de depresi?n econ?mica, inflaci?n y desempleo. Esto hizo que la mayor?a de los arte sanos tuviera un nivel de vida no muy distinto del de las capas

m?s pobres de la ciudad de M?xico.7 En el decenio de los a?os setenta las condiciones no se hab?an modificado sustan

cialmente. La prensa obrera de esos a?os est? saturada de descripciones apocal?pticas sobre la miseria que padec?a la clase trabajadora: ". . .cuando palpamos el imponente atraso del comercio; el fatal estado de nuestras negociaciones e in dustrias; la trascendental vagancia de muchos de nuestros arte sanos y obreros: el aspecto alarmante de tanta gente harapienta

y desnuda que llena las calles de la ciudad: cuando vemos

que los recursos de la mayor?a de los mexicanos se van redu ciendo a mezquinos productos que apenas sirven para mal alimentarse, involuntariamente exclamamos: jhambre! ?ham bre!" 8 La miseria y otras dificultades materiales frenaban el bienestar de las clases laboriosas en esta ?poca.

La ausencia de paz pol?tica, era sin duda alguna, el primer

obst?culo con el que se enfrentaban los artesanos. En la

primera mitad de los a?os setenta se dieron continuas luchas partidistas que influyeron en la paralizaci?n del comercio y la producci?n con el consiguiente gran aumento del desempleo.9 ? El Socialista, 18 de febrero de 1872.

? Shaw, 1979, p. 418.

8 La Comuna Mexicana, 3 de enero de 1875. 9 La Uni?n de los Obreros, 10 de agosto de 1877.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


76

reynaldo sordo cedeno

Otro factor que debi? de pesar en la condici?n del ar

fue el de la leva, ya que toda la prensa obrera repite con

tencia que la leva era un azote para las clases trabajad Adem?s, el gobierno utilizaba como un mecanismo p lizar la leva el Tribunal de Vagos, a donde eran lleva ociosos que luego eran enganchados al ej?rcito. Los art

v?ctimas de un desempleo muy alto, frecuentemente pad los procedimientos arbitrarios de este sistema de recluta forzado.11

El agio fue otro de los factores econ?micos que incid?a sobre la actividad de los artesanos y la limitaba. ?ste se hab?a

desarrollado con intensidad al comenzar la d?cada de los

setenta y se practicaba a todos los niveles. El agiotista pod?a ser tanto un gran capitalista que mov?a sumas importantes

de dinero como el que trabajaba en peque?o y explotaba a

empleados y artesanos. En ambos niveles el agio desalentaba la inversi?n en actividades productivas y expoliaba a la gente necesitada.12

Los ingresos de los artesanos, para la ?poca, fueron la

?ltima y decisiva determinante de su nivel y modo de vida. Por desgracia no tenemos datos precisos sobre el ingreso ar tesanal, aunque s? una infinidad de indicaciones generales. Frederick Shaw calcula que a mediados del siglo la mayor parte

10 El Socialista, 9 de julio, 22 de octubre y 3 de diciembre de 1871. 11 "El gobierno para cumplir sus planes necesita carne de ca??n, no se atreve a?n a tomarnos de leva y recurre a ese invento diab?lico

que se llama el Tribunal de Vagos.

Horrible situaci?n la nuestra: en estos d?as se necesitan soldados, nos aprehenden, nos llevan ante ese Tribunal inquisitorial, y con una

sola palabra nos obligan a sentar plaza de soldados a abandonar a

nuestras familias, y a ir a morir como carneros en los campos de ba talla.. ." El Socialista, 12 de noviembre de 1871. 12 "En M?xico no es posible hacer fortuna por medios honestos y honrados: el trabajo y el talento jam?s florecer?n en este pa?s, presa

ahora de buitres que chupa i la sangre de toda una generaci?n. S?lo

por el contrabando y el agio se improvisan fortunas, es decir robando

al erario y a los particulares". La Comma, 20 de agosto y 30 de sep tiembre de 1874.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LAS SOCIEDADES DE SOCORROS MUTUOS 77 de los artesanos ganaba tres pesos a la semana, cantidad seg?n ?l insuficiente para mantener a una familia. En la industria, el salario m?nimo real en 1877 era de treinta y dos centavos al d?a, lo cual significaba un peso con noventa y dos centa vos por semana.13 El Siglo XIX se?alaba que para 1873 el sala rio en la f?brica de San Ildefonso era de tres pesos diez y nueve centavos.14 Las cifras anteriores nos permiten corroborar que en el ?ltimo cuarto del siglo un artesano probablemente segu?a teniendo como ingresos no m?s de los tres pesos semanales que Shaw se?alara para mediados de siglo, aunque el valor real del salario hab?a decrecido para entonces. El trabajo artesanal estaba en decadencia, principalmente por los factores que hemos descrito y no por un proceso de desplazamiento industrial, puesto que si comparamos el tipo de industrias existentes con el tipo de ocupaciones artesanales, en ning?n caso coinciden. Sin duda la idea generalizada en la actualidad de que M?xico en esa ?poca empezaba a desarro llarse como un pa?s capitalista dependiente, oscurece el hecho preciso de que entonces todav?a se manten?a predominante mente agrario y artesanal.

Entre los artesanos exist?a, adem?s, la idea de que el

gobierno no hac?a nada por la clase trabajadora, que se encon traba aislada, sin tener a qui?n recurrir y convencida de que si ella misma no procuraba por sus intereses, nadie lo iba a hacer.15 Inseguridad en el trabajo, explotaci?n, miseria y ais lamiento fueron motivos para contribuir a que se desarrollara

un amplio movimiento de asociaci?n. La proliferaci?n de so ciedades de artesanos fue el modo en que esta clase se enfrent?

a un proceso de pauperizaci?n y desmoralizaci?n. La asocia ci?n permiti? a los artesanos subsistir activamente hasta la d?cada de los ochenta. M?s tarde, dada una relativa estabi lidad pol?tica y crecimiento econ?mico, las sociedades arte sanales ir?an perdiendo importancia entre los artesanos. Por 13 Rosenzweig, 1965, p. 412. " D?az, 1974, pp. 89-90. !5 El Socialista, 3 de agosto de 1871.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


78

REYNALDO SORDO CEDENO

lo tanto, no es fortuito que el apogeo de las sociedades de socorros mutuos se diera entre 1867 y 1880.

Las asociaciones artesanales Las primeras sociedades de socorros mutuos se fundaron en 1853 y 1854 cuando el derecho de asociaci?n a?n no estaba consignado en ninguna ley. La "Sociedad particular de soco rros mutuos" fue fundada el 5 de junio de 1853 y sirvi? de base para la formaci?n de otras de igual g?nero que fueron apareciendo a partir de 1864.16 Seg?n otra fuente la primera sociedad fue la del ramo de sombrerer?a, creada cuando en 1854, al morir un sombrerero en extrema pobreza, se reunieron

varios trabajadores de este oficio y, con el permiso de la Se cretar?a de Fomento, fundaron una asociaci?n.17 Sin embargo,

ninguna de estas sociedades prosper?. A mediados de la d?cada de los setenta el esp?ritu de aso ciaci?n tom? un gran impulso gracias a la labor del inmigrante

Plotino Rhodakanaty y sus disc?pulos socialistas.18 En 1864, ellos iniciaron la constituci?n de varias sociedades de soco rros mutuos: la "Sociedad particular de socorros mutuos", la "Sociedad mutua del ramo de sastrer?a", la "Mutualista del ramo de hilados y tejidos del valle de M?xico", la "Sociedad agr?cola oriental" y la "Sociedad art?stico industrial".19 Al co menzar los a?os setenta el asociacionismo se hab?a difundido por la ciudad de M?xico y la provincia.20 Sin embargo, no todo 16 El Obrero Internacional, 1 de septiembre de 1874. 17 El Socialista, 28 de diciembre de 1873. 18 Rhodakanaty era un humanista y pol?tico activista de origen griego que lleg? a M?xico a principios de 1861. Influido, principalmente,

por las ideas de Proudhon fund? "La Social", una organizaci?n para

difundir sus ideas. Entre sus seguidores tuvieron importancia Santiago

Villanueva, Francisco Zalacosta y Hermenegildo Villavicencio. Hart, 1974, cap. ii a iv. ]?> Hart, 1974, pp. 49ss. 20 El Socialista afirmaba que en 1882 hab?a m?s de 100 sociedades de socorros mutuos en la capital, con 50 236 socios activos, que repre

sentaban una sexta parte de la poblaci?n total de la ciudad. La afir

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LAS SOCIEDADES DE SOCORROS MUTUOS 79 el impulso de asociaci?n vino de esos grupos radicales. Tam bi?n hubo entre los artesanos l?deres de ideas moderadas, como Epifanio Romero y Juan Cano, que en 1864 formaron sociedades de importancia como la del ramo de la sastrer?a. En

esta primera etapa de organizaci?n artesanal, por lo tanto, encontramos dos corrientes con objetivos diferentes, sobre iodo en lo que se refiere a la relaci?n con el Estado: por una parte, los radicales que rechazaban la intervenci?n del gobierno

y enfatizaban la autonom?a de las sociedades, y, pbr otra, los moderados que no ve?an con desagrado el apoyo del Estado

y la posibilidad de participar en la pol?tica nacional. Como veremos m?s abajo, esto dar?a como resultado la falta de unidad y las continuas rivalidades entre los artesanos.21 Ejem plo de esta divisi?n se nos presenta en la Sociedad de sastres, en la que nos detendremos m?s adelante, que se mantuvo del lado moderado y fue uno de los pilares de esta facci?n dentro

del Gran C?rculo de Obreros, primer organismo masivo de trabajadores en M?xico. El C?rculo estuvo controlado por los radicales en 1871 y 1872; en 1873 los moderados tomaron el mando y se comprometieron con el presidente Sebasti?n Lerdo de Tejada, por lo cual al subir Porfirio D?az al poder su actividad fue severamente restringida.

De una muestra de treinta y tres sociedades sobre las

cuales hemos recogido informaci?n, encontramos que en los

a?os sesenta se fundaron cuatro, en los setenta, veinte y cuatro, y en los ochenta, cinco.22 Adem?s, en los a?os setenta, quince

fueron fundadas entre 1872 y 1875. En base a estos datos podemos sugerir cuatro etapas en el desarrollo de este movi miento de asociaci?n. La primera, de 1864 a 1871, fue un ?enfo proceso de asociaci?n; la segunda, de 1872 a 1876, que m aci?n es a todas luces exagerada. En base a las informaciones perio d?sticas es probable suponer que en su m?ximo apogeo tuvieran entre 8 000 y 10 000 asociados. 21 Hart, 1981, pp. 21ss. 22 Informaci?n obtenida de diversos peri?dicos de artesanos de

la ?poca.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


80

REYNALDO SORDO CEDENO

fue la m?xima intensidad en el asociacionismo, tuvo su culmina

ci?n en la formaci?n del Primer Congreso General Obrero de la Rep?blica Mexicana (1876). En la tercera, de 1877 a 1882, se dio una estabilizaci?n sin grandes progresos, y la aparici?n de los primeros s?ntomas de desintegraci?n. Finalmente, de 1882

en adelante, fue la decadencia para la mayor?a de las socieda des, hasta su desaparici?n paulatina en los albores del siglo xx.

Las sociedades de socorros mutuos fueron instituciones

formadas por los artesanos, aunque pod?an participar tambi?n

los obreros y existieron asociaciones que comprend?an a los trabajadores de una sola f?brica; en su concepci?n, este fue un proyecto artesanal para definir una instituci?n libre y mo

derna. A trav?s de la prensa los artesanos insist?an en que estos organismos no ten?an nada en com?n con las antiguas cofrad?as y los gremios. Seg?n ellos, las cofrad?as hab?an sido

instrumentos de preponderancia del clero y los gremios mo

nopolios ruinosos que beneficiaban a unos pocos.23

La principal finalidad de estas asociaciones era el auxilio mutuo de. sus miembros en las necesidades cotidianas, y en caso de enfermedad o de muerte. Esta meta aparece en todas las sociedades, aunque en forma particular pod?an tener otras

finalidades secundarias como formar una caja de ahorros, fo mentar la creaci?n de una biblioteca o escuela, mejorar f?sica y moraluaente a la clase artesanal, promover las artes y la industria, establecer bancos de av?o, conseguir trabajo para sus asociados y proteger a los obreros en caso de huelga. En palabras de los propios artesanos, todo esto podr?a resumirse 23 "LaV asociaciones en M?xico hablan muy alto en favor del

progreso de M?xico. Antes de la Reforma no hab?an sido sino m?s que

la m?scara con la que el fraile se cubr?a el rostro para explotar la

credulidad p?blica; la cofrad?a fue instrumento de preponderancia en

el clero; los gremios de artesanos, monopolios ruinosos... Las asocia ciones de hoy se diferencian mucho de las antiguas: no son ya esas reuniones tenebrosas donde se preparaba el veneno y se aguzaba el pu?al contra los patriotas, sino las reuniones cari?osas de la juventud que comunica a la amistad sus aspiraciones". El Socialista, 5 de mayo

de 1872,

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LAS SOCIEDADES DE SOCORROS MUTUOS 81 en lograr "un mejor equilibrio entre el capital y el trabajo".24

Algunas, como la "Sociedad del ramo de la sastrer?a" pod?an tener objetivos a?n m?s amplios que los de la ayuda mutua en caso de enfermedad o muerte. Estos inclu?an, adem?s, formar

una caja de ahorros, promover el fomento de una biblioteca, fundar un orfanatorio y crear un fondo cooperativo para el progreso de las artes y el auxilio rec?proco.25

Unido a este proceso de asociaci?n se fue formando una filosof?a social entre los artesanos, alimentada por diversas corrientes. Ya hemos se?alado antes la posible influencia de Proudhon. Para John Hart, el anarquismo es la ideolog?a que tiene preponderancia.26 Gast?n Garc?a Cant? afirma que las tendencias socialistas fueron varias: "cristianas, burguesas, de

mocr?ticas, ecl?cticas y ut?picas".27 De acuerdo a Juan Felipe Leal y Jos? Woldenberg los artesanos recibieron el influjo del socialismo ut?pico y del anarquismo.28

Para analizar la ideolog?a artesanal tenemos que recurrir

a sus ?rganos de prensa. Estos eran el principal medio de

comunicaci?n de ideas en esa ?poca. Los artesanos impulsaron el periodismo que floreci? paralelamente al desarrollo de las sociedades de socorros mutuos. En esta prensa obrera se discu t?an las corrientes ideol?gicas arriba mencionadas y hab?a una

intenci?n de educar a los trabajadores y despertar en ellos una conciencia de su situaci?n. Por otra parte, adem?s de las corrientes ideol?gicas euro peas, los artesanos mexicanos que recib?an estas influencias ya ten?an una manera de ver la realidad originada en su situa

ci?n social, historia, educaci?n y tradiciones particulares. En realidad esta base fue fundamental y sobre ella incorporaron aquellas doctrinas extranjeras que se adecuaban mejor a su forma original de ver la vida. Mi impresi?n es que de todas 24 El Hijo del Trabajo, 13 de mayo de 1877.

25 El Socialista, 12 de septiembre de 1875.

?o Hart, 1974.

27 Garc?a Cant?, 1980, pp. 99-100. 28 Leal y Woldenberg, 1980, p. 157.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


82

REYNALDO SORDO CEDE?O

ellas, las que aparecen como m?s influyentes entre los artesa nos son las de Pierre-Joseph Proudhon. Conceptos proudho nianos como la necesidad de asociarse, la justicia, la dignidad del trabajo, la propiedad, la no intervenci?n en la pol?tica, las

peque?as industrias y el federalismo se discuten constante

mente en la prensa artesanal y est?n continuamente presentes en sus escritos y en los programas de sus sociedades.

Los artesanos cre?an que el esp?ritu de asociaci?n era la base de toda la sociedad: "la asociaci?n constituye el verda dero progreso, la f?rmula suprema que tiene que regenerar al

mundo. La asociaci?n es la uni?n de todos los corazones por el amor, y de todos los intereses por la solidaridad".29 La justicia es otro tema que se subraya siempre. No se busca una igualdad entre todas las clases sociales, sino ?como en Prou dhon? una justicia conmutativa y rec?proca: "la justicia es la virtud por excelencia, y la base de todas las dem?s. La justicia es una voluntad habitual y permanente de mantener a

los hombres en la posesi?n de sus derechos, y de hacer por ellos todo lo que querr?amos que hiciesen por nosotros".30 Por lo tanto se busca la retribuci?n equitativa y justa del trabajo. Unida a la justicia, como valor fundamental, est? tambi?n la dignidad del trabajo. Se considera al trabajo como la fuente de riqueza que eleva al hombre y lo hace ?til dentro

de la sociedad. El progreso de las sociedades est? en raz?n directa al mayor n?mero de trabajadores, y el trabajo, por humilde que sea, ennoblece al hombre.31 En casi todos los casos al abordar el tema de la propiedad, los artesanos la consideran como algo necesario por ser fruto del trabajo. Siguiendo a Proudhon piensan que la propiedad bien entendida se acerca al ideal de justicia; no est?n en con tra de la propiedad, sino del mal uso que se hace de ella y afirman que la propiedad es fundamento de la autonom?a 29 El Obrero Internacional, 31 de agosto de 1874. 30 El Socialista, 18 de febrero de 1872; La Firmeza, 26 de agosto

de 1874.

31 El Socialista, 6 de agosto de 1871.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LAS SOCIEDADES DE SOCORROS MUTUOS 83 del individuo frente a la tiran?a del poder.32 En este sentido

reflejan su condici?n de artesanos que, en muchos casos,

poseen sus medios de producci?n y, en otros, aspiran a ellos.33

Las sociedades de socorros mutuos formaban un grupo caracterizado por un alto grado de solidaridad y autonom?a

en la creaci?n de sus propias reglas. Este se constitu?a de abajo

hacia arriba y se basaba en la igualdad de derechos y obliga ciones de sus miembros dentro de la sociedad. A trav?s de la asociaci?n se reforzaba la conciencia de que pertenec?an a

la clase artesanal y de que pod?an unos a otros ayudarse

a mejorar su situaci?n. Adem?s, la solidaridad se fomentaba a trav?s de signos sensibles, tales como estandartes e himnos propios. Precisamente por su autonom?a y por haberse formado al margen del derecho civil, las sociedades fueron muy cuidado sas al redactar sus reglamentos. As?, por ejemplo, el de la "Sociedad de socorros mutuos de impresores" ten?a sesenta y dos art?culos y el de la "Sociedad del ramo de sastrer?a" no venta y seis. En ellos se precisaban m?ltiples aspectos de la organizaci?n y funcionamiento interno y hacia el exterior.3* Las sociedades de socorros mutuos se mostraban muy celosas de mantener su independencia frente a las dem?s asociaciones y a los organismos centrales, y de desarrollar fuertes lazos de

uni?n internos independientemente de su tama?o. De una

muestra de 15 sociedades hemos podido calcular que el n?mero de socios variaba entre 40 y 500, con un promedio de 150.35 Esto hace suponer que los miembros se conoc?an muy bien entre s? y, como lo se?ala la prensa, que llevaban una vida 32 El Socialista, 16 de julio, 3 de septiembre, 19 y 29 de octubre

de 1871. 33 "Los obreros son los que especialmente deben buscar en la

asociaci?n el secreto de su engrandecimiento y de su influencia futura,

buscar en la cooperaci?n el modo de que el trabajador se identifique con el capitalista..." El Socialista, 5 de mayo de 1872. 34 La Firmeza, 2 de diciembre de 1873; El Socialista, 24 de no viembre de 1875. a5 El Desheredado, 14 de febrero de 1875.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


84

REYNALDO SORDO CEDENO

de relaci?n intensa a trav?s de reuniones sociales y conme moraciones c?vicas. La "Sociedad del ramo de la sastrer?a": un ejemplo de organizaci?n

Un caso espec?fico que nos puede servir como eje lo anterior es el de la "sociedad del ramo de la sastr de las asociaciones m?s importantes, mejor organizad din?micas. Su historia abarca m?s de treinta a?os, fundaci?n el 20 de noviembre de 1864 hasta que d en los ?ltimos a?os del siglo xix. Su primer reglam de 1875 y es uno de los m?s extensos y detallados.36

La asociaci?n ten?a una organizaci?n compleja;

ci?n estaba a cargo de un presidente, vicepresident y segundo secretarios, dos prosecretarios, un tesor contador. Los asociados se reun?an en fracciones d individuos; cada fracci?n ten?a un representante. Ex misiones permanentes: caja de ahorros, junta de hos biblioteca y hacienda. La junta directiva la formaba cionarios de la mesa, los representantes de fracci?n sidentes de las comisiones permanentes. Estos se re

manalmente y su elecci?n era por un a?o, except

junta de hospitalidad que se renovaba semestralmen mes se reun?an todos los socios para informarles de

ces de la sociedad, y todos ten?an voz y voto en los asu se discut?an.

Los datos de las mesas directivas, entre 1872 y 1878, revelan que la presidencia estuvo controlada por dos personas: Epifanio Romero, su presidente de 1865 a 1871 y nuevamente

de 1873 a 1875, y Gil Villela en 1872 y de 1876 a 1878.

Tambi?n se aprecia que la renovaci?n de personas en los pues tos directivos fue muy escasa. De los 40 puestos posibles entre

1873 y 1878 s?lo en 16 entraron nuevas personas, lo que representa el 40%. Pero m?s significativo es que 12 de ellas 36 El Socialista, 12 de septiembre de 1875.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LAS SOCIEDADES DE SOCORROS MUTUOS 85 estuvieron en los cargos menos importantes. Por desgracia, aunque no tenemos informaci?n sobre los funcionarios de las comisiones y los representantes de fracci?n, podemos deducir

que en la constituci?n de la Sociedad exist?a la intenci?n de establecer una organizaci?n con una cierta estructura estable combinada con decisiones democr?ticas, pero en la pr?ctica la organizaci?n tendi? a ser r?gida y a favorecer, por lo menos en la mesa directiva, la permanencia de las mismas personas. Tambi?n habr?a que tomar en cuenta que la sociedad lleg? a tener 500 miembros en 1874, cifra que estaba muy por encima del promedio para este tipo de asociaciones.

La solidaridad entre los sastres debi? de ser alta al nivel de las fracciones de 20 personas. En la prensa obrera aparecen frecuentes referencias a las actividades de esta sociedad que promov?an la identidad del grupo. Incluso la sociedad elabor? un himno que, como veremos m?s adelante, externamente expresaba estos sentimientos.37 Los dirigentes tambi?n se es forzaban por mantener esa identidad a trav?s de s?mbolos externos. Gil Villela, en su informe de 1872, se?alaba como uno de los hechos m?s importantes de su gesti?n que "los honorables nombres de los socios fundadores, antes solo cono cidos en lo particular, se ostentaban hoy en el sal?n colocados

en elegantes escudos ejecutados por el socio Jos? L. Aguilar como tambi?n unas magn?ficas ?guilas que est?n sobre los libreros".38

De alguna forma la asociaci?n tend?a a integrar al socio en una organizaci?n donde se reconoc?a y era reconocido

como individuo, cumpliendo una funci?n moral secular. Los artesanos, por ejemplo, daban mucha importancia al falleci miento de un socio, ante el cual deb?an de observar una serie

de disposiciones: "primero, el cad?ver ser?a trasladado al sal?n de juntas tres horas antes de la inhumaci?n, para tribu tarle los honores correspondientes a su cargo. Segundo, el cortejo f?nebre se arreglar?a, sujet?ndose al ceremonial que 37 El Socialista, 11 de febrero de 1872. 38 El Socialista, 15 de diciembre de 1872.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


86

REYNALDO SORDO CEDENO

determinara para estos caso el Reglamento particular. Tercero,

todos los socios llevar?an luto por nueve d?as, y los que no

pudieran hacerlo, usar?an alguna demostraci?n an?loga".39 Por

medio de todos estos ritos colectivos los artesanos sab?an que no estaban aislados e, incluso, en un acto postrero quedaban integrados dentro de un mundo de significaciones.

En la sociedad de sastres no faltaron, sin embargo, pro blemas de disenciones, enfrentamientos abiertos entre diversas

facciones y acusaciones de dolo y corrupci?n. En El Socialista

recogimos una noticia en la que se rechazaba la existencia

de dos partidos dentro de la asociaci?n: el de Romero y el de Villela.40 No es arriesgado suponer, por lo tanto, que posible mente s? existieran facciones, lo cual se confirma por el domi

nio que ambos ejercieron en la presidencia de la sociedad, entre 1872 y 1878. Todo hace pensar que Gil Villela gan? la batalla, pues en 1876 encontramos una nota sobre la expul si?n de Epifanio Romero,41 y en 1875 otra informando que el otro socio fundador, Juan Cano, fue expulsado por escribir

art?culos difamatorios contra la sociedad.42 Por lo que se re fiere a la malversaci?n de fondos, en 1877 se denuncia el mal

manejo de la caja de ahorros, y en 1879 se informa que el se?or Felipe Manzano, Tesorero de la sociedad, no quer?a entregar la tesorer?a ni los fondos de la instituci?n. Poco des pu?s tambi?n se notifica la expulsi?n de este socio.43

Un aspecto muy importante de las sociedades de socorros mutuos era su sistema de valores culturales y morales que se manifestaba tanto al constituirse, cuanto en su manera de pensar, y que se entend?a como la pr?ctica de axiomas tales como ".. .cons?rvate, instruyete, mod?rate, vive para tus se

mejantes, para que vivan estos para ti".44 La cita expresa rasgos significativos del pensamiento de los artesanos. En 39 "Reglamento de...", El Socialista, 19 de septiembre de 1875.

40 41 42 43 44

El El El El El

Socialista, Socialista, Socialista, Socialista, Socialista,

18 26 23 30 11

de de de de de

enero de 1874. diciembre de 1876. diciembre de 1875. septiembre y 5 de octubre de 1879. febrero de 1872.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LAS SOCIEDADES DE SOCORROS MUTUOS 87 ellos se revela una valoraci?n de la actividad que realizan; una idea de superaci?n, de la necesidad de educarse. Los arte sanos de las sociedades de socorros mutuos daban una gran importancia a la educaci?n como un medio para regenerar a la clase obrera. Esto se manifiesta en los estatutos y en los objetivos de algunas de ellas al fundar escuelas, clases, biblio tecas y peri?dicos.45 La moderaci?n es tambi?n la expresi?n propia de una clase que, como la artesanal, siempre busca el equilibrio, el justo medio en un mundo de realidades cam biantes; tambi?n es caracter?stico el llamado a la fraternidad retributiva, que no es remoto pensar que tiene su origen en el

cristianismo. Pienso que esta moral artesanal es consecuencia de la idea que tienen de su situaci?n: no importa ser pobre si se tiene un trabajo digno, si hay intenci?n de mejorar, si hay justicia conmutativa, si se ayudan unos a otros, si se evitan

los vicios. Hay que subrayar, sin embargo, que en lo que se refiere a la idet logia religiosa o a sus relaciones con la Iglesia, las sociedades tuvieron la intenci?n de mantenerse desligadas

de la Iglesia y de no hablar de religi?n en sus reuniones. Esto no quiere decir que en un pa?s cat?lico como M?xico no exis tiera influencia religiosa; era inevitable que en muchos casos,

las ideas y el lenguaje de los artesanos tuvieran un trasfondo religioso, aunque el contexto fuera laico.

Poco sabemos sobre la ideolog?a de la sociedad de sastres. En general, los estudiosos del tema la sit?an como una aso ciaci?n de ideas moderadas. Quiz?s un documento valioso que expresa su manera de pensar, es su himno social que repro ducimos a continuaci?n:

Coro Artesanos!! seguid el camino De lealtad, de constancia y honor, Y otro tiempo vendr? que el destino Os prepare una vida mejor 45 El Socialista, 12 de septiembre de 1875: El Hijo del Trabajo,

24 de septiembre de 1876; La Comuna, 16 de agosto de 1874.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


88

REYNALDO SORDO CEDE?O

De la vida en las horas aciagas

Fue a vosotros contraria la suerte, Y al capricho y poder del m?s fuerte Vuestra triste existencia lig? Mas la hueste tan noble y sufrida De los hijos del arte abatidos Despertando a la luz sus sentidos Su sagrada misi?n comprendi?

Coro II En el mundo buscando una ?gida Contra cuitas y duelos insanos Una digna falange de hermanos Fue instituida con pl?cida uni?n Desde entonces, los grandes afectos, La instrucci?n, el apoyo, el consuelo; La amistad es tan rara en el suelo, Simboliza nuestra asociaci?n

Coro II Dignos son vuestro nobles afanes De renombre inmortal y de fama, Vuestros pechos abierta la llama Que ha de guiarnos con vivo fulgor Vuestros p?steros (sic), gratos un d?a, Recogiendo los beneficios dones, Os dar?n con su amor bendiciones, Y coronas de gloria y honor 46

Como se puede apreciar no es un himno de lucha sino, m?s

bien, de exaltaci?n de la condici?n artesanal. Ante una situa ci?n deplorable predica la importancia de mantenerse en un 46 El Socialista, 24 de noviembre de 1872.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LAS SOCIEDADES DE SOCORROS MUTUOS 89 nivel moral que tarde o temprano d? sus frutos, ya que ellos son "los hijos del arte" y realizan algo importante. Asimismo,

los artesanos comprend?an que s?lo mediante la asociaci?n

y a trav?s de la ayuda mutua podr?an subsistir. Y no es menos

significativa una ligera alusi?n a la explotaci?n y la conside raci?n de que su estado de pobreza se deb?a a la suerte que los liga con el "capricho y poder del m?s fuerte". A pesar de todo el artesano deb?a ser optimista y pensar que si se aso ciaban, el mejoramiento de su situaci?n no estar?a lejos de su alcance, ya que unidos en "una digna falange de hermanos" obtendr?an los grandes dones de "la instrucci?n, el apoyo, el consuelo". Las sociedades de socorros mutuos tuvieron como principal

dificultad el intento de aprovecharlas para fines pol?ticos. Esto se hizo patente, sobre todo, durante el gobierno de Lerdo

de Tejada. Concurr?an dos tipos de intereses: por. una parte, aquellos individuos que quer?an potenciar su persona-apoy?n dose en el ?xito de las sociedades; por otra, el gobierno que calculaba la importancia que podr?a llegar a tener este mo vimiento de asociaci?n y la conveniencia de servirse de ?l. En un pat?tico testimonio de 1877, la prensa nos describe la presencia de lo pol?tico en algunas sociedades: "comenzaron las

conclusiones, los obsequios, las frecuentes visitas al palacio, las transformaciones y elevaciones y entonces cay? la m?scara.

Se hizo la causa oficial a toda luz, se propag? desde la tribuna y en el peri?dico: y despreciando estatutos y reglamentos, la pol?tica fue el objeto preferente de algunas asociaciones, se releg? al olvido la causa, el objeto primordial, el Templo del

Trabajo se convirti? en Club, desertando de ?l los descon tentos, y por resultado final, casi se extinguieron las asocia

ciones. . ." 47

La sociedad de sastres no fue ajena a esta situaci?n. Como

ya lo se?alamos, uno de sus principales l?deres, Epifanio

Romero, representante del sector moderado, tuvo la tendencia de recurrir al gobierno en apoyo de la asociaci?n; como hecho 47 El Hijo del Trabajo, 13 de mayo de 1877.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


90

REYNALDO SORDO CEDENO

significativo encontramos que el Presidente de la Rep?blica asist?a a las conmemoraciones y festividades de los sastres. Incluso aparece en la prensa el caso de un socio que hizo de claraciones en contra de la reelecci?n de Lerdo de Tejada, pero que fueron desmentidas oficialmente por la sociedad.48 Estos hechos y la escasa informaci?n con que contamos, no nos permiten concluir sobre la naturaleza de las relaciones entre

los sastres y el poder pol?tico, y ser?a aventurado hablar de un control de los trabajadores por parte del Estado. La im presi?n que deja el an?lisis de la prensa obrera es la de una mayor independencia que la que tuvo el Gran C?rculo de Obre ros, bajo la influencia de los moderados. Los trabajadores reconoc?an los ?xitos de la asociaci?n

y la conveniencia de establecer lazos de uni?n entre las

diferentes asociaciones. Para ellos esto ser?a posible s?lo me

diante un pacto federal, por el cual las sociedades conver

gieran hacia un centro de acci?n, pero conservaran su autono m?a e independencia, puesto que los artesanos desconfiaban de cualquier tipo de organizaci?n central que intentara un go bierno autoritario.49 Otra dificultad que enfrentaron las sociedades de socorros

mutuos fue la debilidad de sus finanzas. En el estudio de Jos? Woldenberg sobre la "Sociedad de socorros mutuos de impresores", se puede ver la debilidad de las finanzas de una

asociaci?n. Cuando la ayuda es limitada, el fondo tiende a crecer lentamente, pero, cuando se requiere con amplitud, el fondo tiende a disminuir dr?sticamente.50 Si hacemos un an?

lisis de las finanzas de la "Sociedad mutua del ramo de som brerer?a", encontramos que entre 1872 y 1876 tuvo ingresos por 1 908 pesos y egresos por 1 635 pesos, con un saldo de 273 pesos. Esto indica que tuvieron ingresos anuales promedio

de 477 pesos y egresos por 408 pesos con un saldo anual 48 La Bandera del Pueblo, 16 de junio de 1876. 49 El Desheredado, 14 de febrero de 1875.

Woldenberg, 1976, pp. 99-100.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LAS SOCIEDADES DE SOCORROS MUTUOS 91 promedio de 69 pesos, lo cual sugiere que el fondo se incre

ment? tres veces durante esos cuatro a?os.51

En el caso concreto de la "Sociedad del ramo de la sas

trer?a", hacia 1874 ?sta contaba con un capital de 2 600 pesos formado a trav?s de 10 a?os. Se calcula que en ese lapso tuvo un ingreso promedio de 1 500 pesos mensuales. Del total del capital el 83% fue invertido en auxilios, el resto representaba

lo acumulado a trav?s de su movilizaci?n durante esos 10 a?os.52 En 1872 fue establecida una caja de ahorros con

un movimiento para ese a?o de 475 pesos. Al formarse el re

glamento de esta caja se acord? que con una parte de sus productos se establecieran escuelas de ambos sexos.53 Adem?s,

la sociedad fund? un taller que funcion? bien durante tres a?os, hasta 1876.54 Otra iniciativa de esta sociedad fue la de crear en 1883

un banco popular obrero que ser?a principalmente de descuen tos, realizar?a sus operaciones con pagar?s de comercio, libran zas y toda clase de documentos. Tambi?n tendr?a el servicio de caja de dep?sitos y consignaciones en cuenta particular de acuerdo a los intereses convencionales.55 El banco comenz?

con una suscripci?n de 89 acciones de 10 pesos cada una. Las personas que se anotaron fueron 26 y la sociedad de sastres aport? 30 acciones.56 Aunque carecemos de otra infor maci?n, lo m?s probable es que el banco obrero no pasara de representar el proyecto de un artesanado que aspiraba a alcan zar la fusi?n del trabajo y capital. Podemos concluir que la sociedad de sastres fue financieramente estable y que pudo realizar proyectos limitados de expansi?n en base a su solvencia

econ?mica.

5i El Hijo del Trabajo, 30 de julio de 1876.

52 El Obrero Internacional, 7 de septiembre de 1874. r'3 El Socialista, 15 de diciembre de 1872. 54 El Socialista, 18 de enero de 1874. r"> El Hijo del Trabajo, 8 de febrero de 1884. 56 El Hijo del Trabajo, 14 de octubre de 1882.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


92

REYNALDO SORDO CEDE?O

Ep?logo Como una preocupaci?n muy importante de los artesanos estuvo el tema de la huelga. Este fue muy discutido en la prensa

obrera y las opiniones estuvieron muy divididas. Para el pe ri?dico La Firmeza, ?rgano de expresi?n de los lit?grafos, las huelgas no eran ni convenientes ni justas. Estas perjudicaban sobre todo a los trabajadores que las promov?an, ya que aca baban con las fuentes de trabajo, propiciaban la vagancia y eran la semilla de las revoluciones y de la disoluci?n social. La Firmeza ten?a fe en la justicia y en las leyes del pa?s y propon?a en lugar de la huelga la realizaci?n de contratos entre propietarios y trabajadores donde se fijaran con toda precisi?n los derechos y obligaciones de cada uno.57 La Co muna, en cambio, estaba a favor de las huelgas y utilizaba la siguiente argumentaci?n: el obrero est? desprotegido frente al capitalista, puesto que la justicia en M?xico est? en manos de los poderosos, y si el empleador se niega a hacer contratos la huelga puede ser justa en algunos casos, aunque a la larga pueda perjudicar a los trabajadores, especialmente si fueran de larga duraci?n.58 En abril de 1875 el due?o de un taller de sombrerer?a in tent? reducir el salario de sus trabajadores. ?stos respondieron con una huelga que dur? 105 d?as, se extendi? a otros talleres

y conmovi? a la opini?n p?blica de la ciudad. Los sombre reros se agruparon en la "Sociedad reformadora del ramo de sombrerer?a" para conducir la huelga. Por su parte, el

Gran C?rculo de Obreros decret? una serie de medidas de soli daridad con los sombrereros y las sociedades artesanales ayu daron a trav?s de suscripciones extraordinarias. Muchos arte sanos y algunos personajes importantes como Guillermo Prieto

y el cubano Jos? Mart? dieron su apoyo a la huelga, y se rea lizaron funciones de teatro y espect?culos para recabar fondos.

57 La Firmeza, 12 de agosto, 2 y 23 de septiembre de 1874. 58 La Comuna, 30 de agosto y 20 de septiembre de 1874.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LAS SOCIEDADES DE SOCORROS MUTUOS 93 Finalmente, los patrones cedieron y los sombreros regresaron a su trabajo con el salario que ped?an.59 El ?xito de la "Sociedad reformadora del ramo de sombre

rer?a" en esta huelga, revela la formaci?n de una conciencia de clase y la solidaridad de los trabajadores frente a los due ?os de los talleres. Hubiera sido imposible que estos obreros

aisladamente triunfaran en sus peticiones. La asociaci?n, el apoyo del Gran C?rculo de Obreros y la solidaridad de la

clase artesanal hicieron factible el triunfo de los sombrereros.

Diez a?os de ayuda mutua y pr?ctica colectiva hab?an abierto las posibilidades de resistencia y lucha de los artesanos. Los artesanos no mejoraron de manera significativa su nivel de vida en los a?os siguientes, y el trabajo artesanal no cambi? mucho ni en sus t?cnicas ni en su organizaci?n. En general se asume como un hecho que, a partir de las ?ltimas d?cadas del siglo xix, hab?a un claro predominio del trabajo fabril sobre el artesanal, y que ?ste estaba en proceso de desin

tegraci?n. En un estudio que estoy realizando sobre este fe n?meno, basado en un censo obrero-industrial, para los a?os de 1921-1922, he encontrado tal permanencia y relevancia de los artesanos en la ciudad de M?xico que de ninguna manera permtie sugerir la descomposici?n de este sector de la socie dad.60 Frederick Shaw se?ala que hacia 1850 exist?an unos 2 000 talleres en la ciudad de M?xico. La fuente que estudio para 1921-1922 registra 3 620 establecimientos de artesanos; cifra alta que tampoco representa la totalidad de los que hab?a. Si en 1850 exist?a un taller por cada 100 habitantes; en 1921, hab?a, por lo menos, uno por cada 167. Al comenzar el siglo xx

muchos trabajadores todav?a realizaban su actividad en talle res de 2 ? 3 personas, con un capital en promedio inferior a los 100 pesos por establecimiento, recib?an un salario que fluctuaba entre uno y tres pesos diarios y ejerc?an actividades

tradicionales como las de carpintero, tonelero, sastre, pelu s9 Taibo, 1980, introducci?n.

60 "El trabajo artesanal en la ciudad de M?xico: 1921-1922" (en preparaci?n).

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


94

REYNALDO SORDO CEDENO

quero, costurera, zapatero, panadero, plomero, herrero, etc., que permit?an la reproducci?n econ?mica de la ciudad. Las sociedades de socorros mutuos no s?lo fueron un in

tento serio de los artesanos por mejorar su condici?n y en frentar unidos los momentos de crisis sino que permitieron la

larga supervivencia de este sector productivo en la ciudad de M?xico. La principal dificultad que tenemos para entender estas instituciones es, sin embargo, la de considerarlas siempre

como marginales en raz?n del desarrollo posterior de la clase fabril en M?xico, y de relegarlas, sobre todo, por el limitado papel pol?tico que los artesanos desempe?ar?an en la historia pos tr evolucionar?a.

El estudio de la naturaleza de estas asociaciones nos per mite conocer mejor las aspiraciones, forma de vida, necesida

des y mentalidad de la clase artesanal en M?xico. No eran las sociedades artesanales un proyecto ut?pico, sino una forma de enfrentarse a la realidad y sobrevivir. Desde este punto de vista es incuestionable que tuvieron ?xito y los datos con firman que los artesanos y sus asociaciones se mantuvieron por m?s de 50 a?os como un elemento importante en la so ciedad mexicana.

SIGLAS Y REFERENCIAS

Hemeroteca Nacional Peri?dicos consultados:

La Bandera del Pueblo. M?xico, D.F., 1976. La Comuna. Peri?dico bisemanal, dedicado a la defensa de k>s prin cipios radicales y ?rgano oficial del proletarismo en M?xico. M?

xico, D.F., 1874-1875. La Comuna Mexicana. Peri?dico bisemanal dedicado a la defensa de las clases oprimidas del pueblo. M?xico, D.F., 1874-1875.

El Desheredado. Peri?dico mas?nico cat?lico de pol?tica, literatura, ciencias. M?xico, D.F., 1875. La Firmeza. ?rgano de la Sociedad de socorros mutuos de impresores.

M?xico, D.F., 1874-1875.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LAS SOCIEDADES DE SOCORROS 1V?UTUOS 95 El Hijo del Trabajo. Peri?dico destinado a la defensa de la clase obrera y propagador de las doctrinas socialistas en M?xico. M?xico, D.F., 1876-1884. La Huelga. Peri?dico destinado a defender los derechos del d?bil con

tra el fuerte, y ?rgano verdadero de la sufrida clase obrera, M?xico, D.F., 1875.

La Justicia. Semanario dedicado a la defensa de los ind?genas, artesa nos, obreros, campesinos y gente pobre de la Rep?blica. M?xico,

D.F., 1875.

El Obrero Internacional. Semanario popular defensor de las clases trabajadoras de la Rep?blica, ?rgano de la Sociedad art?stico

industrial. M?xico, D.F., 1874. El Pueblo. Peri?dico independiente y consagrado a promover todo lo que interesa a los artesanos e industriales. M?xico, D.F., 1874. El Socialista. Destinado a defender los derechos e intereses de la clase trabajadora. ?rgano oficial del Gran C?rculo de Obreros de M? xico desde enero de 1872. M?xico, D.F., 1871-1888. La Uni?n de los obreros. Semanario dedicado a la defensa de los obreros. M?xico, D.F., 1877.

Calder?n, Francisco 1955 La Rep?blica Restaurada: La vida econ?mica. M? xico, Hermes. (Hifstoria Moderna de M?xico).

D?az Ram?rez, Manuel 1974 Apuntes sobre el movimiento obrero y campesino en

M?xico. M?xico, Ediciones de Cultura Popular.

Garc?a Cant?, Gast?n

1980 El socialismo en M?xico. El siglo XIX. M?xico, Ediciones Era.

G?rvitch, Georges 1974 Proudhon. Madrid, Guadarrama.

Hart, John 1974 Los anarquistas mexicanos, 1860-1900. M?xico, SEP. (SepSetentas, 121). 1980 El anarquismo y la clase obrera mexicana 1860-1931.

M?xico, Siglo XXI.

1981 "Los obreros mexicanos y el Estado, 1860-1931",. Nexos, IV (37), pp. 21-27.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


96 reynaldo sordo cede?o Leal, JF. y J. Woldenberg 1975 "Or?genes y desarrollo del artesanado y del prole

tariado industrial en M?xico: 1867-1914", en Revista

Mexicana de Ciencia Pol?tica. Siglo XXI (80), pp. 131-159.

1980 "Dsl Estado liberal a los inicios de la dictadura por firista", en La clase obrera en la historia de M?xico,

2, M?xico, Siglo XXI-UNAM. RosenzWek?, Fernando 1965 El Porfiriato: Vida econ?mica. La industria. M?xico,

Hermes. (Historia Moderna de M?xico).

Shaw, Frederick

'1979 ?Tne artisan in Mexico City (1824-1853)", en El trabajo y los trabajadores en la historia de M?xico, M?xico, El Colegio de M?xico-University of Arizona Press, pp. 399-418.

Taibo, Ignacio (ed.) 1980 La huelga de los sombreros. M?xico, CEHSMO. Tanck de * Estrada, Dorothy

1979 "La abolici?n de los gremios", en El trabajo y los trabajadores en la historia de M?xico. M?xico, El Colegio de M?xico-University of Arizona Press, pp. .. 311-331.

Thompson,^ "E.P.

1-977 La formaci?n hist?rica de la clase obrera. Barcelona,

Editorial Laia. 3 vols.

Woldenbhrg, Jos?

1976 "Asociaciones artesanas del siglo xix (Sociedad de Socorros Mutuos de Impresores, 1874-1875)", en Revista Mexicana de Ciencias Pol?ticas y Sociales. xx? (83), pp. 71-112.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE MEXICO DURANTE

EL PORFIRIATO: LOS PRIMEROS A?OS (1876-1884) Pedro Santoni El Colegio de Mexico

"Pan y palo: "pan para el ej?rcito, pan para los bur?cratas, pan para los extranjeros y hasta pan para la Iglesia; y palo para los adversarios y disidentes de don Porfirio".1 Este, se dec?a, era el lema del gobierno de Porfirio D?az. A trav?s del h?bil uso de esta mezcla de favoritismo y fuerza, el general D?az logr? consolidar su poder y ejercer, hasta 1910, un domi nio y control pr?cticamente absolutos sobre todo el aparato administrativo y gubernamental del pa?s. Uno de los objetivos principales de D?az, al asumir el poder

en 1876, fue lograr el progreso econ?mico y la prosperidad material de la naci?n. Condici?n necesaria para ello era la estabilidad del pa?s y D?az, para promover un clima seguro y

ordenado, recurri? al uso de diversos instrumentos, entre otros,

a la polic?a montada rural, los famosos Rurales,2 y a la re presi?n de la delincuencia con la instituci?n de r?gidos c?digos

penales, la aplicaci?n de la pena de muerte, la construcci?n 1 S?mpson, 1977, p. 284. Una breve e interesante explicaci?n sobre la manera en que se puso en pr?ctica este lema se encuentra en Beals, 1977, pp. 61-70. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

2 Esta fuerza fue creada en 1861 por Benito Ju?rez quien, para

eliminar el bandidaje rural y lograr la tranquilidad interna del pa?s, organiz? cuatro cuerpos de rurales con un total de 800 hombres. Uno de sus m?ximos logros fue "asegurar al pa?s una reputaci?n de estabi lidad en el escenario internacional". Vanderwood, 1972, pp. 36-37, 50.

97 This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


98

PEDRO SANTONI

de presidios y el aumento de las fuerzas de gendarmer?a.3 En estas p?ginas estudiar? uno de tales instrumentos: la polic?a urbana de la ciudad de M?xico durante los primeros a?os del Porfiriato.

La capital de la Rep?blica deb?a ser fiel reflejo de la esta bilidad que el gobierno de D?az quer?a brindar al pa?s. Era de suma importancia que la primera ciudad de la naci?n proyec tase una imagen de prosperidad, modernidad y progreso. Para ello se intent? limpiar y hermosear la ciudad y, como dice L. B.

Simpson, "Desaparecieron de las calles l?peros y pordioseros,

lucieron faroles el?ctricos, rechinaron los tranv?as, se embelle cieron los paseos, parques y plazas p?blicas y proliferaron los

palacios de m?rmol".4 Pero detr?s de esta fachada de prosperidad tambi?n proli f er aban numerosos males. La miseria que agobiaba a las fa milias que cercaban la ciudad era uno de los problemas m?s

apremiantes del nuevo gobierno.5 La prensa no cesaba de

se?alar ?stos y otros problemas relacionados con la seguridad p?blica de la capital. Dec?a, por ejemplo, El Siglo XIX: La embriaguez habitual, el robo, el asesinato, se dan na turalmente la mano, y es preciso pensar a la vez en la extirpa ci?n ds todos estos males, para salvar a la sociedad de otros peores que la amenazan, subsistiendo aquellos como hasta hoy subsisten, sin reconocer medios suficientes de represi?n o cas tigo.

El estado material y moral de la ciudad de M?xico es

alarmante.. .6

No eran estas alarmas de una prensa sensacionalista. En 1877 y en 1885, el Distrito Federal figur? a la cabeza de la crimi 3 Gonz?lez Navarro, 1957, p. 435. 4 Simpson, 1977, p. 284. Las mejoras realizadas en los servicios p?blicos capitalinos durante el porfiriato (1881-1910) se describen en

L?pez Rosado, 1976, pp. 182-243.

r? V?ase Roeder, i, 1981, pp. 53-54. ? S-X1X, 12 abr. 1879.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


la polic?a de la ciudad DE MEXICO 99 nalidad en la Rep?blica Mexicana y tambi?n registr? los m?s altos coeficientes de los delitos de lesiones y de golpes y vio lencias f?sicas simples.7

Parte de la responsabilidad para erradicar estos vicios

reca?a sobre la polic?a, que no estaba organizada para cumplir adecuadamente con sus obligaciones. El reglamento de la po lic?a de la ciudad de M?xico y del Distrito Federal, expedido el 15 de abril de 1872, enumeraba las funciones del cuerpo: prevenir los delitos, descubrir los que se hubieran cometido, aprehender a los criminales, cuidar del aseo y de la higiene p?blica y proteger a las personas y propiedades tanto de ac cidentes fortuitos como de da?os intencionales.8 Al iniciarse

el gobierno de D?az, sin embargo, la polic?a era, seg?n dice Diego G. L?pez Rosado, "escasa, ignorante, desp?tica, inepta y mal distribuida".9 Al verse afectada por el alcoholismo,10 el

sueldo escaso y el defectuoso sistema de reclutamiento, la po 7 Gonz?lez Navarro, 1957, pp. 426-427. 8 Dublan y Lozano, 1876-1914, xn, pp. 175-193. A parecer, este reglamento fue el que sent? las bases para el comportamiento de la

polic?a durante el per?odo estudiado, pues en una nota al margen de un expediente fechado en 1882 se hace referencia al mismo. AGNM/

RSG, 2$, 142, Sin Denominar, Exp. "S2 consulta la baja del Oficial de la gendarmer?a a pie C. Agust?n Zarra?aga, 1882". En 1879 hay, sin embargo referencias a un nuevo reglamento de la gendarmer?a,

que no he podido localizar. Vid. MR (20 ago. 1879). Creo que esta

aparente contradicci?n queda resuelta al examinar la obra de Dubl?n y Lozano, pues no hay en ella indicaci?n alguna de que el reglamento

expedido en 1872 fuera sustituido por otro durante los a?os exami nados. Adem?s, el Ministro de Gobernaci?n indic? en 1884: "ning?n cambio notable ha habido en la organizaci?n durante los cuatro a?os que abraza mi informe, pues s?lo se han dictado algunas disposiciones

transitorias con el fin de mejorar su servicio, especialmente aumentan do su personal...". Memoria de Gobernaci?n, 1884, p. 95.

0 L?pez Rosado, 1976, p. 226.

10 "No busca, sin embargo, el estado las causas de la delincuencia.

Una de ?stas es, sin duda alguna, el abuso que se hace en M?xico de las bebidas embriagantes... El consumo de pulque aumenta de a?o en a?o en la ciudad de M?xico. En 1875 fueron introducidas a la capital federal cuarenta y un mil toneladas; en 1880 cincuenta y un mil, y en 1883, poco m?s de cien mil". Valad?s, 1977, p. 172.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


100

PEDRO SANTONI

lic?a capitalina fue incapaz de cumplir con las exigencias que sus deberes elementales le requer?an y de convertirse, como dec?a El Monitor Republicano, en un cuerpo que representara "la seguridad universal, la protecci?n de todos los derechos, ?a vigilancia constante en utilidad de todos los ciudadanos y el

auxilio inmediato en caso de peligro".11 Sin embargo, se esta bleci? en M?xico un cuerpo polic?aco para vigilar la ciudad y, al parecer, tomando en cuenta las dificultades a las que esa instituci?n tuvo que sobreponerse, la reestructuraci?n definitiva del cuerpo fue quiz?s su mayor y m?s importante logro.

Intentos de reestructuraci?n El gobierno de la Rep?blica hered? del Segundo Imperio una ciudad de M?xico dividida en Cuarteles de Polic?a y al frente de cada uno de ellos se encontraba un comisario, depen

diente del jefe pol?tico. La ciudad contaba con ocho cuarteles o demarcaciones, divisi?n que permaneci? intacta entre 1867 y

1876 y a la que la polic?a capitalina se aten?a al subir D?az al poder.12

La organizaci?n de este cuerpo ten?a su base en la ley

del 2 de marzo de 1861. En ella se establec?a que la polic?a del Distrito Federal estar?a compuesta por un Inspector Gene ral de Polic?a, quien tendr?a a su cargo la fuerza armada de infanter?a y caballer?a y los resguardos nocturnos y diurnos de la capital,13 los inspectores y subinspectores de acera,.las comisiones de seguridad y una compa??a de gendarmes bom 11 MR, 4 sep. 1879. Esta cita proviene de un art?culo que este diario reprodujo del peri?dico espa?ol La Uni?n Espa?ola. El diario mexicano recomendaba su lectura, pues le parec?a que la. polic?a de Inglaterra, que en ?l se describ?a, pod?a servir de modelo para la mexicana. 12 Romero Flores, 1978, p. 778; Marroqu?, 1969, p. 98. 13 Cada una de estas fuerzas ten?a tareas espec?ficas y bien defi

nidas. Las fuerzas armadas ?el Primer Batall?n y el Primer Cuerpo de Caballer?a, ambos del Distrito Federal?, se crearon con el pro p?sito de hacer servicio de polic?a. Sin embargo, en 1873, la primera tuvo que cubrir todas las guardias de la ciudad, lo cual signific? hacer

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE MEXICO 101 beros.14 El inspector depend?a del gobernador del Distrito, pero

tambi?n pod?a recibir ?rdenes directas del Ministerio de Go bernaci?n.15

La polic?a de la ciudad de M?xico, en 1876, distaba mu cho de ser una instituci?n capaz de cumplir ?ntegramente con

los objetivos que su reglamento indicaba. Unos a?os antes,

en 1873, el gobernador del Distrito Federal, Tiburcio Montiel,

hab?a descrito a la principal fuerza policiaca capitalina de la siguiente manera: El resguardo diurno es una instituci?n viciosa que reclama reformas prontas y radicales, sin las cuales se har?n fuertes erogaciones en las arcas p?blicas y no se obtendr? jam?s el resultado que se desea. Los guardas diurnos, reclutados entre la clase m?s ignorante y abyecta de la sociedad, no compren den ni la noble misi?n que se les conf?a ni la manera de desem pe?arla. No saben lo que es polic?a y por consiguiente no pue

den hacer el resguardo de polic?a; y como no se les ha

procurado educar, como no se les ha inculcado la importancia de

su encargo, esos guardas... no hacen hoy m?s que pasearse de taberna en taberna, o bien dormir en una esquina tranquilos,

sin ocuparse de las prescripciones que se les han hecho en

este servicio en c?rceles, hospitales y retenes, y la segunda vio limitados sus deberes a los de escolta para las calzadas y para los reos que deb?an salir del Distrito. El Resguardo Diurno era la principal fuerza polic?aca

de la ciudad y el Resguardo Nocturno, adem?s de su car?cter de

polic?a, ten?a a su cargo el alumbrado de la capital. Por otra parte, las comisiones de seguridad, que sustituyeron a la antigua polic?a secreta, persegu?an los juegos prohibidos, cuidaban del orden en las diversiones y bailes p?blicos y hac??in el servicio de rondines, reparti?ndose por la ciudad para perseguir a los vagos y a los malhechores. Memoria que

el Gobernador del D. F., 1873, pp. 71-76, en el ap?ndice de Novor 1973. 14 Dublan y Lozano, 1876-1914, xn, p. 177. Reg?a a inspectores

y subinspectores de cuartel, ayudantes de acera, comisiones de seguri dad y gendarmes bomberos un art?culo distinto al Reglamento de Polic?a para la ciudad de M?xico y el Distrito Federal. Vid. Dublan y Lozano, 1876-1914, xiii, pp. 429-436. 15 Dublan y Lozano, 1876-1914, xn, p. 178.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


102

PEDRO SANTONI

disposiciones gubernativas y bandos, cuya existencia no sola mente ignoran, pero ni a?n la sospechan, as? es que toda la poblaci?n los ve permanecer en una inercia est?pida ante las infracciones de polic?a que se cometen a su vista, sin que ellos se crean capaces de intervenir en lo que ni falta les parece. Y si acaso hay algunos guardas, un poco m?s entendidos que los dem?s, la mayor?a, casi la totalidad del resguardo diurno, es enteramente in?til.10

Esta descripci?n todav?a era v?lida cuando D?az asumi? la presidencia por primera vez. Era necesario, por lo tanto, refor mar este cuerpo para que cubriera las necesidades de seguridad y tranquilidad que la ciudad le impon?a.17 El 23 de mayo de 1878 tuvo lugar la primera modificaci?n

?modesta e ineficaz? en la polic?a de la ciudad de M?xico

durante el Porfiriato. En esa fecha, un decreto presidencial orden? la reorganizaci?n del cuerpo. Se suprimieron los res guardos nocturnos y diurnos, y se organiz? en su lugar una

corporaci?n de polic?a bajo la denominaci?n de Resguardo Municipal. Esta fuerza tendr?a a su cargo la vigilancia de la ciudad; los otros .cuerpos que prestaban sus servicios, tales como las comisiones de seguridad y la compa??a de gendarmes bomberos, subsistir?an.18 10 Memoria que el Gobernador del D. F., 1873, pp. 74-75, en el ap?ndice de Novo, 1973. 17 El Ministerio de Gobernaci?n estaba consciente del triste estado

?n que se encontraba el Resguardo Diurno y, a fines de 1877, inici? los preparativos para la reforma de polic?a. En la memoria que el secretario de Gobernaci?n present? al congreso el 14 de diciembre de 1877 se daban a conocer algunas de las modificaciones proyectadas: "'. . .uno de los principales puntos de innovaci?n consiste en darle uni dad al servicio, suprimiendo los diversos resguardos que ahora existen;

se pensaba tambi?n aumentar la retribuci?n de los personas que se

emplean en la polic?a, porque s?lo as? podr? conseguirse el que sujetos de alguna ilustraci?n y reconocido valor, honradez y prudencia formen parte ella". S-XIX, 25 may. 1878.

18 AGNM/flSG, 2^, 80, Sin denominar, Exp. ''Decreto que la Se cretar?a de Estado y del Despacho de Gobernaci?n le dirigen a C.

Luis C. Curiel, Gobernador del Distrito Federal, 1878".

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE MEXICO 103 Esta medida, sin embargo, no consigui? eliminar los vicios y problemas de la polic?a. Los diarios capitalinos, durante los meses posteriores al decreto, censuraron continuamente al nuevo cuerpo. El Monitor Republicano, en su edici?n del 22

de mayo de 1878, se?al? que la reforma consisti? "en no

verles nunca en su puesto; antes se lograba uno que otro o alcanzaba el o?do a escuchar el ronquido de los que dorm?an, ahora ni eso". Opt?, adem?s, por referirse a la polic?a como la "reformada".19 Por su parte, El Siglo XIX, adem?s de pro testar porque el decreto no tom? medida alguna con respecto al batall?n del Distrito, fuerza que en su opini?n era total mente ineficaz,20 se uni? a la cr?tica que se le hac?a al Res guardo Municipal, diciendo que "lo mismo ahora que antes, descuida sus deberes y todos tienen lugar de advertir la es toica indiferencia con que contemplan una ri?a, toleran un desorden y permiten faltas a la moral, al respeto que se me rece toda sociedad, haciendo gala en cambio de una insolencia poco com?n".21 El cambio, pues, no logr? desarraigar los ma les que exist?an en la polic?a. Como prueba de la poca con fianza que la ciudadan?a deposit? en el nuevo cuerpo, a los pocos meses de estar en operaci?n el Resguardo Municipal, grupos de ciudadanos comenzaron a contratar guardias privados

para su protecci?n.22 El ?nico beneficio que se obtuvo con el 19 Este calificativo fue usado en tono burl?n y sarc?stico. Vid.

MR, 2, 5, 9, 14, 23, 24, 29 may. 1878.

20 "El Batall?n del Distrito, compuesto de cinco compa??as, es un cuerpo inadecuado al fin de su creaci?n y mantenimiento. A ?l ingresa gente cuya mala conducta produce su consignaci?n al servicio de las armas; que est? en contacto con los criminales; que no se corrige nunca, y qu^ no puede, por tanto, dar garant?as a los hombres honrados". S-XIX, 23 may. 1878. Al crearse la Gendarmer?a Municipal, este cuerpo pas? a depender de la Secretar?a de Guerra, medida que el gobernador

del Distrito, Luis C. Curiel, hab?a propuesto en ocasi?n anterior. AGNM/RSG, 2?, 102, Sin denominar, Exp. "Que el Primer Batall?n del Distrito quede a disposici?n de la Secretar?a de Guerra para que de ella dependa exclusivamente en lo sucesivo, 1879".

2i S-XIX, 26 abr. 1878. - MR, 13, 22 jun. 1878.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


104

PEDRO SANTONI

decreto fue de ?ndole presupuestaria, pues la eliminaci?n del Resguardo Nocturno represent? una carga menos para los fondos municipales.23

?A qu? factores puede atribuirse el fracaso de la reorga nizaci?n implantada por este decreto? En primer t?rmino, la creaci?n del Resguardo Municipal no signific? un cambio en el personal de la polic?a y ?ste, que conservaba muchos defectos de los que se quejara Tiburcio Montiel en 1873, no era el m?s id?neo para el servicio policiaco. Exist?a, adem?s, otra raz?n de peso: el sistema de turnos observado por dicha instituci?n. El Resguardo Municipal constaba ?nicamente con quinientos hombres que se turnaban cada ocho horas, con lo que s?lo se contaba con doscientos cincuenta hombres por turno para cuidar el extenso per?metro de la ciudad. El procedimiento era muy agotador para los agentes, pues se ve?an obligados a trabajar veinte de las veinticuatro horas del d?a.24 Al a?o si guiente la polic?a capitalina sufri? una nueva reestructuraci?n. El producto de esta modificaci?n fue la Gendarmer?a Mu nicipal, fuerza que se cre? por medio del decreto presidencial

del 23 de junio de 1879. Inicialmente, el cuerpo ten?a pre supuesto para sostener ochocientos gendarmes, pero con el

tiempo y el aumento de las atenciones que la ciudad, a causa de su urbanizaci?n, requer?a, el n?mero de gendarmes tuvo 23 La suma a economizarse, sin embargo, era insignificante, pues

el Resguardo Municipal causar?a un gasto anual de 289,688 pesos, mientras que el antiguo cuerpo originaba uno de 290,063 pesos y 80 centavos; el ahorro que se obtendr?a ser?a tan s?lo de 375 pesos y 80 centavos. S-XIX, 23 may. 1878. 24 El Monitor Republicano, en su edici?n del 7 de mayo de 1879, explicaba la manera en que operaba este sistema: "La primera secci?n del resguardo llega a su cuartel a las cuatro de la ma?ana para salir a las seis y rendir a las dos de la tarde, o lo que es lo mismo, desde luego a la primera, vuelve a prepararse la primera secci?n para salir a servicio a las diez y rendir a las seis de la ma?ana, es decir, otras diez horas, tenemos diez horas de facci?n. A las dos de la tarde releva la segunda esto sin contar el tiempo que emplean los guardias para volver a sus hogares; de donde resulta que se necesitar?n hombres de fierro para soportar esa fatiga".

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE MEXICO 105 que ser incrementado. Se cre?, pues, una novena compa??a de gendarmes y tambi?n una fuerza de guardias auxiliares, cuyos

se vicios eran asistir a las Inspecciones y a la Gendarmer?a Municipal, servir de camilleros y hacer la guardia del prin cipal.25

La Gendarmer?a Municipal qued? fraccionada en ocho

compa??as de cien hombres cada una, adscrita cada una de ellas a una de las ocho demarcaciones en que se divid?a la capital.26 Esta fragmentaci?n tuvo resultados muy positivos, pues, a con

secuencia de ella, pudo modificarse el sistema de turnos de vigilancia. Las compa??as dividieron sus fuerzas en tres turnos

diarios, con cuatro escuadras de gendarmes en cada uno.27

25 AGNM/RSG, 2?, 107, Polic?a Urbana, Exp. "Noticia del servi cio que ha hecho la Gendarmer?a el d?a y noche anteriores en las ocho demarcaciones de polic?a en que est? dividida la ciudad, 1880"; AGNM/ RSG, 2?, 124, Sin denominar, Exp. "Revistas de Polic?a, 1881". 2(5 AGNM/RSG, 2^, 102, Sin denominar, Exp. "Prevenciones que deber?n observarse desde el primero del entrante julio para la nueva

organizaci?n de la Polic?a Urbana, 1879". La octava demarcaci?n no se ajust? a este patr?n. Esta parte de la ciudad ?dec?a un art?culo de El Gendarme que reprodujo El Monitor Republicano? "es una de

marcaci?n rural, si as? puede llamarse, toda vez que despoblada en su

mayor parte y ocupada s?lo por una colonia naciente, viene a estar bajo muy distintas condiciones respecto de las demarcaciones centrales,

donde para cierta clase de servicio se requiere se?alada clase de per sonal". MR, 27 sep. 1879. Por esta raz?n, en la demarcaci?n se orga niz? la gendarmer?a de a pie bajo otra base, "que dio por resultado

aumentar el n?mero de guardas y poder dotar de escribientes y oficiales habilitados a las oficinas donde se necesitaban estos empleados, y a la

vez de camilleros para conducir a los heridos". Memoria de Gober naci?n, 1881, p. 92. Cont? esta demarcaci?n con 186 gendarmes, de los cuales 172 percibir?an ?por no saber leer y escribir? un sueldo de 50 centavos diarios. AGNM/RSG, 2?, 94, Gobierno del Distrito,

Exp. "Listas de Revistas y documentos de fin de mes y de los cuerpos dependientes de este Gobierno, 1879". 27 AGNM/RSG, 2?, 107, Polic?a Urbana, Exp. "Noticia del servicio que ha hecho la Gendarmer?a el d?a y noches anteriores en las ocho

demarcaciones de polic?a en que est? dividida la ciudad, 1880"; AGNM/RSG, 2:i, 124, Sin denominar, Exp. "Revistas de Polic?a, 1881".

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


106

PEDRO SANTONI

De esta manera, cuarenta y cinco polic?as estar?an de guardia

cada ocho horas en cada demarcaci?n. Se estableci? as? un sistema de vigilancia que, a la vez que se esperaba fuera m?s eficaz que el anterior, ser?a menos agotador para los agentes. La reorganizaci?n de la polic?a fue recibida con entusiasmo

y optimismo, pues, al parecer, el defecto principal que hab?a

obstaculizado el buen funcionamiento del cuerpo ?la baja

calidad de sus miembros? estaba pr?ximo a desaparecer. Por fin se hab?an atendido los reclamos de la prensa, la cual, en varias ocasiones, hab?a manifestado que para reformar la po lic?a era indispensable mejorar el car?cter de sus integrantes.

Dec?a, por ejemplo, El Siglo XIX:

Otras veces hemos manifestado, y hoy repetimos, que para obtener algunas ventajas, deb?a comenzarse por procurar el cambio del personal; en esto est? el verdadero secreto de la re

forma. Deber?an estudiarse las cualidades que tuviera el

hombre a quien se encomendaran las funciones de polic?a, que no son por cierto despreciables; deber?a procurarse rodear de respeto a esos agentes de la autoridad, pero esta no puede al canzarse mientras se empleen hombres sin educaci?n, que por raz?n de sus funciones y de su cargo son los primeros en come ter ciertos abusos, en intimarse son personas poco dignas, y en

ser d?spotas e intransigentes con los d?biles o con los timo ratos que se dejan asustar por sus amenazas.28

Se confiaba que a base del aumento de sueldo que recibir?an

los polic?as ?de cinco reales a un peso diarios? los indi

viduos que se integrasen a la gendarmer?a estuvieran exentos de vicios. Adem?s, se esperaba que con un mayor n?mero de gendarmes la vigilancia de la ciudad fuese m?s efectiva.29 Era natural, por lo tanto que los capitalinos sintieran que el nuevo cuerpo policiaco ser?a m?s eficaz que los anteriores. Al crease la Gendarmer?a Municipal se intent? renovar por completo el personal de la polic?a, pero no se pudo reunir 28 S-XIX, 26 abr. 1879. 29 MR, 15 may, 1879; S-XIX, 26 jun. 1879.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE MEXICO 107 a ochocientos agentes, n?mero que constitu?a la dotaci?n pre supuestaria del cuerpo. Fue necesario, por lo tanto, utilizar los servicios de los antiguos guardias que se hab?an distin guido en el trabajo mientras se preparaban los que llenar?an las plazas disponibles. Los agentes que cubrieron estos puestos fueron los de la tercera, s?ptima y octava demarcaci?n, lo que sugiere que fueron ellos quienes, en general, desempe?aron sus deberes m?s eficazmente. De todas maneras, el gobernador del

Distrito Federal, Luis F. Curiel, se mostr? satisfecho y com placido con los nuevos polic?as y se?al? que, en general, eran individuos que aventajaban a los anteriores en aptitud e inte ligencia.30 La polic?a de la ciudad de M?xico, al parecer, dejaba

atr?s sus malos antecedentes y entraba a una nueva ?poca. Durante los meses siguientes al decreto del 23 de junio, la prensa capitalina no se cans? de llamar la atenci?n sobre la enorme mejor?a que se ve?a en la polic?a. La Gendarmer?a Municipal recib?a continuas alabanzas por las consideraciones, cortes?as y maneras con las que sus efectivos trataban ahora a los ciudadanos y se le atribu?a, adem?s, la disminuci?n en el n?mero de ri?as y robos en la capital.31 Todo acto que en pro

del orden y de la seguridad p?blica realizara un gendarme se daba a conocer en los peri?dicos capitalinos.32 Sin embargo,

no alcanz? a pasar un a?o desde la creaci?n de la Gendar mer?a cuando resurgieron las antiguas preocupaciones acerca de la polic?a. Las quejas hac?an hincapi? en la indisciplina e irresponsabilidad de los gendarmes y en los abusos de los polic?as. Esto dio lugar a que naciera el temor de que el buen sistema policiaco decayera una vez m?s.33 30 AGNM/jRSG, 2% 94, Gobierno de Distrito, Exp. "Listas de

Revistas y documentos de fin de mes y de los cuerpos dependientes de este Gobierno, 1879"; MR, 13 jul. 1879.

31 V?ase MR, 12, 13, 16, 27 sep., 25 oct. 1879; S-XIX, 2 sep.

1879 y MR, 25 oct. 1879. 32 Para ejemplos de este tipo de informaci?n, v?ase S-XIX, 2 sep. 1879 y MR, 25 oct. 1879.

33 Art?culos como el siguiente aparec?an con frecuencia en la

prensa capitalina: "Casi todas las noches, los caf?s-teatros de Vergara

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


108

PEDRO SANTONI

Las fuerzas que compon?an la polic?a de la ciudad de M? xico tambi?n comprend?an la Gendarmer?a Montada, creada el

Io de noviembre de 1877 con la denominaci?n de "Primer

cuerpo de caballer?a del ej?rcito" y pasando a llamarse, por suprema disposici?n del 11 de diciembre de 1879, "Gendar mes Montados", bajo la jurisdicci?n del gobierno del Distrito. Se divid?a esta fuerza en tres compa??as de cincuenta gendar mes cada una, quienes recib?an una retribuci?n de setenta y cinco centavos diarios, y su labor principal era la de servir como polic?a en las calzadas y garitas de la ciudad. Posterior

mente, en junio de 1880, las fuerzas de seguridad de los

distritos de Tlalpan, Xochimilco, Guadalupe Hidalgo y Tacu baya se fundieron con este cuerpo.34 Cada destacamento, ade m?s, ten?a una serie de labores espec?ficas que cumplir. El situado en Xochimilco, por ejemplo, estaba encargado de auxi liar a los empleados de rentas en la exacci?n de impuestos y de escoltar las canoas trajineras, mientras que el de Tlalpan serv?a de escolta a los trenes del ferrocarril; el de Tacubaya hac?a servicio de polic?a de ciudad y el de Guadalupe Hidalgo

y del Factor, son visitados por los gendarmes, los que no se confor man con presenciar los espect?culos, sino que introducen el desorden

y abusan de su posici?n.

El jueves, por ejemplo, un joven pregunt? a uno de dichos gendar

mes si estaba de servicio, y s?lo por esa pregunta, un oficial que acompa?aba al gendarme, remiti? al dicho joven a la inspecci?n co rrespondiente, en la que permaneci? preso hasta las tres y media de la ma?ana...". MR, 3 jun. 1880. Vid. tambi?n MR, 28 abr. 1880.

34 AGNM/RSG, 2?, 107, Polic?a Urbana, Exp. "Estado que mani fiesta el armamento que tiene este cuerpo y el que necesita, 1880"; AGNM/RSG, 2?, 109, Sin denominar, Exp. "Listas de Revista de la

Gendarmer?a Montada correspondiente a los meses de mayo-diciembre, 1880"; AGNM/RSG, 2?, 102, Sin denominar, Exp. "Prevenciones que

deben observarse desde el pvimero del entrante julio para la nueva organizaci?n de la Polic?a Urbana, 1879"; AGNM/RSG, 1\ 107, Polic?a Urbana, Exp. "Pide se designen los d?as para las revistas de cese y entrada con motivo ?z la refundici?n de las fuerzas de segu ridad de los distritos, 1SS0".

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE MEXICO 109 serv?a como polic?a de seguridad.35

Deberes, car?cter de la polic?a y mejoras internas El trabajo de los agentes del orden p?blico era muy va riado, pues con frecuencia otras entidades gubernativas soli citaban su asistencia. Pod?a llam?rseles para prevenir los abusos

de los empleados de los juzgados, para hacer el servicio de guardia en la c?rcel de la ciudad, para auxiliar a que la Admi nistraci?n de Rentas impidiera la introducci?n de art?culos de contrabando a la capital o para prestar servicio en los pueblos

vecinos.36

Estas y otras labores de los gendarmes estaban reguladas por el reglamento de la polic?a, expedido el 15 de abril de 1872. Se les exig?a, por ejemplo, que fuesen atentos, gentiles y orde

nados, que jam?s usaran palabras ?speras, insolentes u obs

33 AGNMARSG, 2*, 197, Polic?a Urbana, Exp. "Relaciones de listas de la Gendarmer?a Montada, Actividades de la Gendarmer?a, 1880". La documentaci?n consultada no revela que hubiera diferencia alguna entre polic?a de ciudad y polic?a de seguridad. Posiblemente la diferencia haya sido de nombre tan s?lo y que el servicio que hac?an ambos destacamentos fuese similar. Sin embargo, me aventuro a pensar

que de haber habido alguna diferencia, ?sta podr?a haberse debido a que el destacamento de Tacubaya se desempe?aba con m?s frecuen

cia en la ciudad de M?xico, mientras que el de Guadalupe Hidalgo

velaba m?s por la seguridad de dicha prefectura. 5,5 AGNM/flSG, 2% 107, Polic?a Urbana, Exp. "Se ponen a dispo sici?n del Presidente del Tribunal Superior dos agentes de polic?a para

evitar los abusos de los juzgados, 1880"; AGNMARSG, 2^, 139, Sin denominar, Exp. "Se libra orden a fin de que la guardia de la c?rcel de la ciudad la cubra la Gendarmer?a Municipal, 1882"; AGNM/RSG, 2^, 128, Sin denominar, Exp. "Para que se establezcan destacamentos de la Gendarmer?a Montada en los puntos que sean necesarios para impedir la introducci?n a esta Ciudad, de art?culos de contrabando, 1881"; AGNM/RSG, 2*, 109, Sin denominar, Exp. "Sobre el motivo que los vecinos de San Luis Ayucan (Estado de M?xico) hicieron fuego sobre la fuerza de gendarmes montados al mando del oficial Manuel Gonz?lez, 1880". This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


110

PEDRO SANTONI

cenas, y que no bebieran licores embriagantes mientras estu vieran en servicio. Todo polic?a deb?a conocer a las personas que vivieran en su demarcaci?n, memorizar la fisonom?a de aquellos individuos que vieran con frecuencia en un mismo sitio y vigilar a los sospechosos. Al hacer su ronda no pod?an entrar en tiendas o pulquer?as y tampoco pod?an hablar con sus compa?eros, a menos que fuese sobre asuntos del trabajo. Ten?an la obligaci?n, adem?s, de proteger a los ni?os y a los ancianos, de impedir reuniones en las pulquer?as y de asegurarse

de que los caballos y los carruajes transitaran por las calles con paso regular. En teor?a, al menos, las labores de los gen darmes eran bastante arduas y complicadas, pues los conoci mientos y la disciplina necesarios para no actuar arbitraria mente al implementar ?stas y otras disposiciones no deb?an de ser pocos.37 Sin embargo, la aplicaci?n de estos principios fue, con suma frecuencia, nula. Muchos agentes eran incapaces de com portarse de acuerdo a dichas normas y, a veces, pod?an tor

narse sumamente abusivos. Los agentes de la ronda de la

Administraci?n de Rentas fueron, en m?s de una ocasi?n, v?ctimas de las irreflexivas e imprudentes acciones de la po

lic?a.38 La ciudadan?a padeci? tambi?n estos atropellos, pues fue

objeto de las arbitrariedades de la polic?a en infinidad de

ocasiones, tanto antes como despu?s de creada la Gendarmer?a Municipal. Una manera muy sutil y efectiva usada por la po lic?a para disolver las reuniones en las calles, aunque ?stas 37 Dublan y Lozano, 1876-1914, xn, pp. 175, 184, 185, 188, 189. 38 Una vez, por ejemplo, los tres hombres que compon?an la se gunda ronda de celadores de esa administraci?n fueron desarmados, detenidos y llevados, sin ning?n motivo, a la cuarta comisar?a de po lic?a a pesar de que acreditaron debidamente el servicio que prestaban. En otra ocasi?n, el ayudante del Subinspector de Polic?a, que se encon traba ebrio, "haciendo uso de amenazas, injurias e insultos", detuvo y maltrat? a otros tres agentes de dicha administraci?n. AGNM /RSG, 2$, 119, Sin denominar, Exp. "Sobre que fueron aprehendidos y dete

nidos por una hora los celadores de la Administraci?n general de rentas Nerobery, Manzano e Ilberra. Pide la Secretar?a de Hacienda se dicten ?rdenes para evitar esos atropellos, 1880".

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE MEXICO 1 1 1 fueran tranquilas y sosegadas en su naturaleza, era la de ame nazar a los ciudadanos con el "eterno estribillo de faltas a la polic?a".39 Esto conlleva, si la orden del representante de la ley no era acatada, la posibilidad de pasar la noche en la c?rcel

de la ciudad. El tono de dicha frase sugiere que este tipo de "advertencia" era muy com?n y que las actuaciones caprichosas

de los gendarmes posiblemente inflaron las cifras relativas a este delito. Esto, indudablemente, fue un factor que foment? el resentimiento de los capitalinos hacia la polic?a. La represi?n tambi?n pod?a tomar, como con frecuencia lo

hac?a, formas m?s brutales. El Monitor Republicano, en su edici?n del 24 de octubre de 1879, comentaba que en la calle de Chiquihuitas un gendarme hab?a empleado un bast?n para romperle la cabeza a un hombre. Un transe?nte increp? al polic?a para que observase una conducta digna de autoridad, pero s?lo consigui? que otro agente del orden p?blico la em prendiera contra ?l. Incidentes como ?ste eran parte, del diario vivir en la capital de la Rep?blica y, aunque hab?a excepciones, ilustra los agravios que ?quiz?s en su empe?o por prevenir un

delito, quiz?s por su deseo de alzarse con el santo y la limos

na? la polic?a capitalina pod?a inferir a los habitantes de la ciudad. La ciudadan?a ten?a un medio para canalizar sus quejas contra los desmanes de la polic?a, pues toda persona agraviada

pod?a iniciar un proceso judicial contra un gendarme por el delito de abuso de autoridad o el de lesiones. Sin embargo, la documentaci?n consultada no describe detalladamente los incidentes que promov?an estos procesos y, cuando hace una parca menci?n del asunto, el tono es decididamente favorable a la polic?a.40 3*> S-XIX, 27 jun. 1878. 40 El expediente que trata el caso del gendarme Gabriel Hern?n dez cuenta que ?l se defendi? de seis individuos que lo agredieron en la calle 3^ del Rastro y, como uno de ellos result? herido en la cabeza, se le acus? por abuso de autoridad. Un caso similar fue el de Bartolo

Calzada, que se defendi? de dos personas que lo atacaron en el calle j?n de San Gertrudis. Uno de ellos recibi? un golpe y contra Calzada

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


112

PEDRO SANTONI

Adem?s de los incidentes mencionados (cfr. nota 40), los si

guientes son muestra de la mala conducta com?n entre los gendarmes. Un caso t?pico fue el de un tal Miguel Camacho, incorporado a la fuerza en enero de 1882 y dado de baja en septiembre del mismo a?o. El informe de su oficial superior acerca de su conducta no es muy distinto a los que se presen taron sobre otros gendarmes. Este, en parte, lee as?: El Ie? de septiembre pas? preso al Principal por desaseado, pues se present? al acto de Revista de Comisario de una ma nera sucia e inconveniente por lo cual sufri? un arresto de ocho d?as; el d?a 13 del mismo mes se embriag? estando de servicio abandonando el punto y en uni?n de un dependiente

de la Tienda del Kiosko recorr?a las calles cantando ebrio; el dependiente con el kep? puesto del gendarme y la linterna en el brazo y el gendarme con el sombrero del dependiente, la pistola en una mano y una botella de licor en la otra, vagaba escandalizando. . .41

se inici? un proceso judicial por el delito antes mencionado. En ambas instancias el gendarme result? absuelto, pero cabe preguntarse, con

siderando la parcialidad de la fuente y la mala fama que ten?a la polic?a, si en estos casos no ser?an los propios gendarmes quienes,

haciendo alarde su autoridad, fueron los primeros agresores. Por otra parte, en vista de que en la caja en que se hallan los documentos rela tivos a estos incidentes se encuentran otros m?s, trece en total, de

gendarmes que fueron acusados y absueltos de estos delitos, podr?a

pensarse que fueron estas personas quienes provocaron a la polic?a y luego, para intentar evadir su responsabilidad por el incidente, utili zaron el proceso judicial frivolamente. Creo que lo m?s correcto ser?a se?alar que en ambas explicaciones hay elementos de veracidad y que

tanto la polic?a como la ciudadan?a, en ocasiones, se sobrepasan en su conducta hacia la otra. Pienso que los archivos del ramo judicial tal vez contengan m?s informaci?n sobre estos procesos que ser?a

necesario examinar para llegar a unas conclusiones m?s definitivas y

precisas sobre este problema en particular. AGNM/RSG, 2^, 145,

Gobierno de Distrito, Exp. "Sobre abono de los haberes de gendarmes absueltos, 1882".

41 AGNM/RSG, 2?, 142, Gobierno de Distrito, Exp. "El ex-gen darme Miguel Camacho pide la devoluci?n de su dep?sito de fianza, 1882".

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE MEXICO 113 Conducta similar a ?sta observaron muchos otros agentes del orden p?blico, Francisco Garc?a, por ejemplo, com?nmente abandonaba el puesto y se met?a en casas ajenas, mientras que de un tal Mariano Zepeda se dec?a que era desaseado, que fal taba con frecuencia y que acostumbraba presentarse ebrio cuan

do rend?a en el quinto turno.42 La gran cantidad de despidos que se daba en las fuerzas de la Gendarmer?a Municipal, tal como se desprende de la documentaci?n relativa a las Revistas

de Comisario (examinada m?s adelante), sugiere que este

tipo de comportamiento era com?n. No resulta dif?cil, pues, comprender el porqu? de la impopularidad del cuerpo entre los metropolitanos.

Era necesario, por lo tanto, combatir y erradicar las cau

sas de estos males para dar a la ciudad de M?xico, como

reclama El Monitor Republicano el 3 de abril de 1880, "una polic?a que estuviese a la altura de sus necesidades y de su cultura". Entre las medidas tomadas para lograr este fin se encuentra una disposici?n emitida en junio de 1879, cuyo pro p?sito era evitar los esc?ndalos que a causa de la embriaguez se comet?an en la capital. Uno de sus apartados se dirig?a espec?ficamente a la polic?a y se?alaba que la embriaguez en los empleados o agentes de dicho cuerpo, su trato ?ntimo con los due?os de expendios de licores, su presencia habitual o innecesaria dentro de esos locales, y la falta de cumplimiento a estas prevenciones ser?an castigadas con la destituci?n de su empleo y la imposibilidad de volver al mismo.43 El Siglo XIX,

en su edici?n del 21 de julio de 1879, aplaudi? el tono disci plinario de estas medidas, pues consideraba que la tolerancia de los gendarmes era una de las razones que m?s hab?a con tribuido al aumento de la embriaguez en la capital. Este diario ^ AGNM/RSG, 2\ 142, Gobierno de Distrito, Exp. "El ex-gen

darme Francisco Garc?a pide la devoluci?n de su dep?sito de fianza,

1882"; AGNM/RSG, 2% 142, Gobierno de Distrito, Exp. "El ex-gen

darme Mariano Zepeda solicita la devoluci?n de su fianza, 1882". 43 AGNM/RSG, 2$, 100, Sin denominar, Exp. "Prescripciones que

deben observarse para evitar los esc?ndalos que se cometen con mo tivo de la embriaguez en esta capital, 1879".

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


114

PEDRO SANTONI

confiaba que, de ahora en adelante, los polic?as servir?an de ejemplo a los viciosos y ser?an severos con ?stos, pues de lo contrario ni la Gendarmer?a Municipal ni la capital de la Re p?blica se ver?an purgadas de los males que las afectaban.

Disposiciones posteriores sugieren, debido a su rigidez y severidad, dos cosas: que los gendarmes ten?an muy poca conciencia de la importancia de sus deberes y que los encar gados de las fuerzas policiacas capitalinas se daban cuenta de la necesidad que hab?a de "moralizar a los gendarmes y evi tar las repetidas faltas en que incurren muchos de ellos con perjuicio del servicio".44 La circular del 23 de agosto de 1879 establec?a duros castigos para los gendarmes que faltasen al servicio y otra, expedida en mayo de 1881, intentaba poner coto a algunas de las faltas m?s corrientes ?abandonar el crucero o el punto, no hacer su ronda, distraerse conversando

a permanecer sentado o recargado mientras hac?a su vigilan cia? mediante el establecimiento de un riguroso sistema puni tivo muy similar al de la circular del 23 de agosto de 1879.45 Estas circulares, aunque no del todo efectivas, tienen impor tancia, pues en ellos se puede apreciar el esfuerzo que se hizo por alentar en los gendarmes un sentido de responsabilidad hacia su trabajo, estimul?ndolos a desempe?arse en sus labores con mayor dedicaci?n y empe?o. 44 MR, 19 sep. 1879. ^ MR, 19 sep. 1879. AGNM/RSG, 2% 128, Sin denominar, Exp. "Consulta se reforme el modelo de filiaciones de la Gendarmer?a a Pie, 1881". Los dos primeros apartados de la circular del 23 de agosto de 1879 son un buen ejemplo del tono disciplinario de estas medidas: "1?: El gendarme que falte a tres turnos consecutivos sin causa justi ficada, sufrir? tres d?as de arresto sin perjuicio del servicio, haci?ndose la correspondiente anotaci?n de la falta. 2?: El gendarme que falte a cualquiera de los turnos, si no se justifica el motivo de su falta, ser? castigado por la primera vez con dos d?as de arresto, sin perjuicio del servicio; por la segunda, con cuatro d?as, y por la tercera con seis, consultando la baja del faltista.

Para mejor inteligencia en la aplicaci?n de estas penas, se enten der? que las faltas se cometen en m?s t?rmino que un mes, pues si Ja primera y la segunda se cometieren dentro del mes, no se esperar? la tercera para consultar la baja como faltista incorregible".

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE M?XICO 115 Adem?s de estas circulares, se intent? tambi?n mejorar el servicio policiaco mediante una serie de medidas que real zaran la imagen p?blica de la Gendarmer?a Municipal. Una de ellas fue un cambio en el uniforme. El machete que utilizaba el Resguardo Municipal qued? suprimido y en su lugar los polic?as llevar?an un peque?o garrote, a imitaci?n del club o bast?n usado por la polic?a inglesa, y un rev?lver.46 Este cam

bio, al parecer, cumpli? con su prop?sito, pues la reacci?n de la prensa fue muy positiva. La Patria comentaba, por ejem plo, que el nuevo uniforme le daba a los guardias cierto porte distinguido que infund?a respeto y consideraci?n.47

En agosto de 1879 comenz? a publicarse un semanario intitulado El Gendarme, cuyo prop?sito era el de "publicar todo lo relativo a la gendarmer?a de esta capital, y dar a

conocer todos los hechos que tengan lugar en la semana contra

la seguridad individual".48 La Secretar?a de Gobernaci?n su fragaba los gastos de este peri?dico, que se repart?a gratui tamente entre los gendarmes, la prensa, las oficinas del go bierno, los representantes y c?rculos extranjeros, hoteles y casinos.49 El Gendarme, no obstante, tuvo corta vida, pues en abril de 1880 ces? de publicarse por falta de fondos.50 Posteriormente, a principios de 1880, hizo su aparici?n El Eco 46 MR, 15 sep. 1879.

47 LP, 6 sep. 1879. El ejemplo extranjero desempe?? un papel

importante en la formulaci?n de la nueva imagen de la Gendarmer?a Municipal. Este cuerpo adopt? varios conceptos, como puede apreciarse en el caso del club, usado por las fuerzas polic?acas m?s avanzadas de la ?poca. En ?ste y otros casos (Vid. nota 11), se menciona a la polic?a inglesa. La prensa capitalina se refiere tambi?n a los reglamentos y a las cualidades que deb?an reunir los polic?as en Francia y Nueva York, y a la necesidad de poner estas ideas en pr?ctica en la ciudad de M?

xico. Vid. S-XIX, 26 abr. 1878. 4s DO, 2 ago. 1879.

49 MR, 19 ago., 18 sep. 1879.

50 AGNM/RSG, 2?, 100, Sin denominar, Exp. "Que mande en tregar mensualmente al C. Braulio Pirazo del fondo que existe por

deficiente del personal de la Gendarmer?a Municipal para gastos del? peri?dico El Gendarme, 1880". This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


116

PEDRO SANTONI

del Gendarme, cuya duraci?n y objetivos no surgen de la docu

mentaci?n consultada.51 Sin embargo, el t?tulo sugiere que sus fines eran semejantes a los de El Gendarme, es decir, dar la mayor publicidad a la Gendarmer?a Municipal y desmentir todo rumor, por verdadero que fuese, que pudiera perjudicar la imagen p?blica de la polic?a.52 Tambi?n se intent? de promover la naturaleza profesional del cuerpo a trav?s del establecimiento de una academia de polic?a. La prensa capitalina, desde 1879, clamaba por la or

ganizaci?n de un centro de esta naturaleza, en el cual los gendarmes recibieran lecciones de urbanidad, moral y geograf?a

local, para que su trato con la ciudadan?a fuera correcto. La intenci?n y el prop?sito eran claros: escolarizar y educar a la polic?a para que ?sta, aprovechando la instrucci?n recibida, rindiera mejores servicios a la capital. Al parecer, la academia no tuvo el ?xito que se esperaba, pues muchos gendarmes con tinuaron actuando tan irresponsablemente como antes.53

51 MR, 3 ene. 1880. Es de lamentar que ni la Hemeroteca Nacional ni la Hemeroteca del Archivo General de la Naci?n conserven copias de estos semanarios, pues hubiera sido interesante examinarlos para ver qu? tipo de informaci?n ofrec?an, am?n de que posiblemente en

ellos se hubieran encontrado circulares, ordenanzas, etc., que hasta

ahora no he podido localizar. Adem?s, en el fichero de peri?dicos de

la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada aparece una publicaci?n del a?o 1878 titulada Diario de Polic?a. Sin embargo, cuando ped? con sultarla se me inform? que no la pod?an localizar.

52 Las reproducciones que los peri?dicos capitalinos hacen de al

gunos art?culos de El Gendarme, en relaci?n a una controversia sobre si se les cobrar?a a los gendarmes una peque?a suma de dinero por las cartillas de polic?a y un directorio, sugieren este fin. Vid. MR, 20, 21,

22, 24, 26 ago. 1879.

53 MR, 5 oct. 1879. Es de lamentar que la documentaci?n consul tada no ofrezca mucha informaci?n sobre esta instituci?n (fecha de

fundaci?n, materias que se ense?aban, etc.). Se encuentran algunas

referencias en los expedientes de varios gendarmes, quienes, por haber faltado a la academia, sufrieron turnos de arresto. V?ase, por ejemplo, AGNM/RSG, 2?, 139, Sin denominar, Exp. "El ex-gendarme Fernando Garc?a expone algunas quejas respecto a los motivos que determinaron

su baja, 1882".

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE MEXICO 117 Muchos gendarmes, como se ha indicado, quedaban com prometidos en causas criminales por las heridas que infer?an.

El gobernador del Distrito presum?a que esto se deb?a a que los polic?as, si eran de una d?bil constituci?n f?sica, se ve?an obligados a apelar a sus armas "para su propia conservaci?n". Para evitar estos casos, el gobierno del Distrito Federal so licit? a la Inspecci?n General de Polic?a, el 26 de julio de 1881, que, en lo sucesivo, "todas las bajas que ocurran en la Gendarmer?a se cubran con Ciudadanos que no bajen de seis pies y que su constituci?n f?sica sea buena; a fin de que dicho Cuerpo con esta providencia venga a tener despu?s de alg?n tiempo un personal arrogante". A los pocos d?as se acord? que, aunque el medir seis pies no ser?a un requisito indispensable, se procurar?a, en cuanto fuera posible, que as? fuera, pero sin perjuicio de ocupar a individuos de menor talla si se cre?a

conveniente.54

Por ?ltimo, para intentar mejorar el funcionamiento del cuerpo, se le entreg? a todo gendarme una cartilla que espe cificaba sus deberes, que deb?an tener consigo siempre que estuvieran de turno. Adem?s, aquellos individuos que se dis tinguieran por su aseo, puntual asistencia, exactitud en el servicio o actos que mereciesen la atenci?n de sus superiores ser?an reconocidos p?blicamente. Sus nombres aparecer?an en una lista de polic?as distinguidos en El Gendarme y tambi?n se les tendr?a en cuenta para cubrir las vacantes de oficial que surgieran.*5

Obst?culos principales Los datos mencionados arriba son prueba de que en la

ciudad de M?xico estaban conscientes de la necesidad de per feccionar el cuerpo policiaco. Pero, durante estos ocho a?os,

54 AGNM/i??G, 2% 128, Sin denominar, Exp. "Consultando si

se manda hacer vestuario de primera, segunda, y tercera talla para los gendarmes, en vista de la resoluci?n que se inserta, 1881". ?3 MR, 15 jul., 20 ago., 19 sep. 1879.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


118

PEDRO SANTONI

la Gendarmer?a Municipal estuvo plagada de los vicios que la

aquejaban en 1873.

Las razones principales de su ineficacia eran, creo, muy sencillas, y se concentraban en el sistema de reclutamiento. El reglamento de polic?a de 1872 establec?a los siguientes re quisitos para ser polic?a: ser ciudadano mexicano en el ejer cicio expedito de sus derechos, residir en el Distrito Federal por lo menos dos a?os antes del nombramiento, no haber sido condenado por crimen alguno, saber leer, escribir y conocer las operaciones aritm?ticas elementales, ser menor de cincuenta

a?os al ingresar al servicio, tener buena salud, inteligencia, buen car?cter y buenas costumbres. Si un individuo cumpl?a

con estas condiciones, deb?a llenar una solicitud que fir

mar?an con ?l dos personas conocidas y acreditadas de la ciu dad que dieran constancia de la honradez y aptitud del solici tante. Cumplidas estas formalidades, la persona se convert?a en agente de polic?a.56

Los requisitos de ingreso eran pocos y bastante laxos.

Dados los frecuentes informes acerca de la mala conducta de los gendarmes y las constantes reclamaciones de la prensa, es posible que esta instituci?n atrajera a sus filas a los margi nados y quiz? migrantes campesinos, es decir, a un grupo de personas cuya educaci?n formal y capacidad para el servicio policiaco eran limitadas. Por desgracia, en la documentaci?n consultada no hay indicaci?n alguna sobre la procedencia, ex tracto social y ocupaci?n previa de los polic?as. La creaci?n de la Gendarmer?a Municipal fue un intento por remediar la inercia, apat?a y descuido que caracterizaba a la polic?a, pero esa reforma no result? tan exitosa como la reacci?n inicial favorable a ella pareci? presagiar. Esto se de bi? a que, en primer lugar, la convocatoria expedida por la Inspecci?n General de Polic?a en junio de 1879 no establec?a requisitos m?s rigurosos para ingresar a la Gendarmer?a. Dicho llamamiento tan s?lo establec?a tres condiciones: saber leer y

escribir, acreditar buena conducta por medio de certificados 56 Dubl?n y Lozano, 1876-1914, xii, p. 183.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE MEXICO 119 de personas conocidas y alistarse en la fuerza por un a?o, condiciones a?n m?s laxas que las mencionadas arriba.57 Los defectos inherentes en este sistema quedan ilustrados por los testimonios de los que participaron en ?l, como la carta

que un gendarme llamado Leopoldo del Valle escribi? a El Monitor Republicano: . . .En estos ?ltimos d?as, se ha notado de una manera sorprendente y desagradable el desarrollo que ha tomado en corrupci?n la gendarmer?a, degenerando esta noble instituci?n en caos de abusos y des?rdenes por causa de la mayor parte del personal que la compone, haci?ndola descender con vuelo de ave mortalmente herida, desde la considerable altura en que desde su establecimiento hasta hace poco se hab?a colocado; pero este grave mal no procede de malicia por parte de quienes

sin los m?ritos de buena conducta, moralidad y educaci?n

s?lo aspiran y adquieren el puesto de gendarmes por el peso que reciben, sin tener en cuenta su ineptitud y quiz? malos antecedentes, ni es malicia tambi?n de los jefes que dan co locaci?n a todo bicho viviente que la solicita, aunque sea ebrio consuetudinario, tenga otros vicios incorregibles y quiz? hasta causa pendiente en otra parte, con tal que sea simp?tico, o lo que es lo mismo, caiga en gracia del favoritismo de quienes pueden darle la colocaci?n; digo que no es malicia sino torpeza o ligereza de ?stos que deb?an, por su* propio decoro y buen nombre, examinar primero al solicitante si le adornan las cua lidades apetecibles, y haci?ndolo con todos, ofrezco a mis se?ores jefes, que gozar?n no muy tarde, la satisfacci?n de tener a la sociedad contenta y el amor propio satisfecho, por que tendr?an subalternos dignos del nombre que nos honra.58

Al parecer, el proceso de reclutamiento era corrupto y descui dado. Esta opini?n queda corroborada por una nota al margen en el expediente, dirigido al Ministro de Gobernaci?n, en que se consultaba la baja del oficial de polic?a Luis P. S?nchez:

? MR, 9 jun. 1879.

58 MR, 26 abr. 1880.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


120

PEDRO SANTONI

Hoy, las cosas pasan de muy mala manera: llega un des conocido, se da de alta, se le provee de vestuario, sea de

oficial o de gendarme, e inmediatamente ese hombre, que se guramente no conoce ni la noci?n m?s trivial del servicio de polic?a, no digo de funcionario, pero quiz? ni la de hombre, se lanza al servicio como un ciego, y no es raro el caso, de que ese individuo, a pocas horas de hab?rsele dado de alta, ?ste ebrio, cometiendo todo g?nero de infracciones; la manera, se?or, de dar de alta, no puede ser m?s mala, ni m?s a prop? sito, para tener p?simos gendarmes.59

Esta declaraci?n y la anterior indican que las cualidades per sonales de los aspirantes a la Gendarmer?a Municipal no se verificaban con la cautela y el cuidado necesarios. Aunque no he encontrado otras denuncias que se refieran al asunto, al parecer, la m?dula del problema estaba en la poca atenci?n que

los jefes de las distintas inspecciones, encargados del proceso

de alistamiento, le daban al mismo.60

Quiz?s el mejor indicio de este problema se halle en los documentos relativos a las Revistas de Comisario, ya que de ellos se desprenden las causas que motivaban las bajas de los gendarmes, que, aunque numerosas, pueden resumirse en las si

guientes: ausentismo, ebriedad,01 faltas en el servicio, aban dono del puesto, ausencia del acto de revista, cobard?a, inep titud, insubordinaci?n, inutilidad,02 indignidad, mala conducta, r>9 AGNM/RSG, 2?, 137, Sin denominar, Exp. "Se consulta la baja del Oficial de Polic?a Luis P. S?nchez, 1882". G0 Dubl?n y Lozano, 1876-1914, xii, p. 183.

G1 Esta fue, sin duda, la causa principal para dar de baja a los

gendarmes. V?ase AGNM/RSG, 2?, Sin denominar, 94, 109, 124, 139, Exps. "Listas de Revista, 1879, 1880, 1881, 1882". Por ejemplo, de las

68 bajas que se dieron en la Gendarmer?a a Pie durante el mes de agosto de 1879, 33 fueron a causa de la ebriedad de los agentes. MR,

13 sep. 1879. Este mismo diario, en su edici?n del 8 de febrero de 1880, apunt? que de la3 58 bajas en la Gendarmer?a Municipal du

rante el mes de enero de 1880, la causa m?s destacada fue la ebriedad. G2 Un gendarme pod?a ser despedido por esta raz?n sin que nece

sariamente, como sugiere la palabra, fuese omiso o inadecuado. Por

ejemplo, aunque Demetrio Sald?var y Emilio Sitt fueron dados de baja

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE MEXICO 121 deserci?n y de orden superior.03 Para tratar de frenar el cuan tioso n?mero de bajas que por estas causas se daba en las filas de la Gendarmer?a Municipal, el gobierno del Distrito Federal,

en diciembre de 1879, solicit? a la Secretar?a de Gobernaci?n que dictase una disposici?n que evitara las frecuentes deser ciones de los gendarmes. Lo ?nico que pudo hacer esta secre tar?a fue determinar que tales casos constituir?an el delito de

"abandono de comisi?n o empleo", previsto y penado por el art?culo 998 del C?digo Penal. A pesar de las buenas inten ciones del gobierno, esta medida s?lo pod?a aplicarse con pos terioridad al hecho y no como medida preventiva del mismo. Su efectividad depender?a de la frecuencia con que estos indi por inutilidad, el primero padec?a de una lesi?n del coraz?n y el se

gundo de una enfermedad reum?tica. Sin embargo, esta raz?n tambi?n

abarcaba faltas como la de ser moroso y desaseado. Este fue el caso

del gendarme Epigmenio Rojas. AGNM/RSG, 2^, 154, Polic?a Urbana,

Exp. "El cuerpo m?dico militar remite certificado de inutilidad del gendarme Demetrio Sald?var para continuar en el servicio de las armas, 1882"; AGNM/RSG, 2*, 163, Gobierno de Distrito, Exp. "El exgendarme Emilio Sitt pide la devoluci?n de su dep?sito de fianza, 1883"; AGNM/RSG, 2% 162, Sin denominar, Exp. "El ex-gendarme Epigmenio Rojas pide la devoluci?n de su dep?sito de fianza, 1883". G* Los despidos por esta raz?n, al menos en parte, se debieron a que al crearse el cuerpo, los gendarmes optaron por comprar sus pro pias armas, cosa que la Inspecci?n General de Polic?a permiti?. Sin embargo, seg?n inform? esta misma oficina, "desgraciadamente no com prendieron todos los gendarmes la utilidad que alcanzaban provey?n dose de buenas pistolas y compraron, ya en los empe?os, ya a algunos especuladores que las vend?an con aparente comodidad, pistolas inser vibles y a precios exagerados. Lleg? este comercio a ser origen tam

bi?n de que muchos gendarmes contrajeran deudas con usureros y

empe?istas, firmaran documentos que conten?an estipulaciones b?rbaras y cuando juzgaban f?cil satisfacer sus pagos, el m?s peque?o incidente

les hac?a faltar a ellos y desde luego, acudiendo los acreedores a la

v?a judicial intentaban la solvencia de sus pagos hasta obtener orden

de descuento sobre el sueldo del deudor lo que en virtud de orden

suprema de la Secretar?a de Gobernaci?n motivaba la baja". AGNM/ RSG, 2^, 113, Sin denominar, Exp. "Se pide informe respecto del p?

rrafo que bajo el rubro de Negocio Escandaloso ha publicado El Mo

nitor Republicano, 1880".

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


122

PEDRO SANTONI

viduos fueran aprehendidos, datos que no se desprenden de la documentaci?n consultada. Pero el hecho de que se dictara una

disposici?n espec?fica para evitar las deserciones se?ala la seriedad del asunto y demuestra, adem?s, que la Secretar?a de

Gobernaci?n estaba consciente del problema y de la nece sidad de remediarlo.04

El gobierno del Distrito Federal tambi?n aprob? un nuevo modelo de filiaci?n que ser?a aplicable a todo individuo que se uniera a la* Gendarmer?a Municipal a partir del Io de di ciembre de 1881. Se establec?a que todo el que ingresara a la fuerza tendr?a que depositar veinticinco pesos en la pagadur?a

del cuerpo en calidad de dep?sito de fianza. Esta suma no se les devolver?a si se separaban del cuerpo antes de cumplir un a?o de servicio o si eran dados de baja por mala conducta. Se buscaba estimular a los gendarmes a observar una conducta

intachable para que no perdieran su empleo y, con ?l, el de p?sito.05 Tampoco sirvi? esta medida debido, en gran parte, a la astucia de los gendarmes. Estos adoptaron la pr?ctica de co meter repetidas faltas en el servicio, provocando as? su baja

antes de cumplir el a?o estipulado. Alegaban que al no ha

berse separado de la fuerza voluntariamente, ten?an derecho a

que les fuera devuelto el dep?sito. En un principio, esta ma ^ AGNMARSG, 2?, 107, Polic?a Urbana, Exp. "Pide se dicte

una medida que castigue y evite las deserciones de los individuos que componen las fuerzas de seguridad de los Distritos y la Gendarmer?a Municipal, 1879". De este documento no se desprenden las causas que

motivaban las deserciones. Se puede suponer que no todos los que se un?an a la fuerza pose?an la disciplina y la dedicaci?n para ese tipo de trabajo. Adem?s, con frecuencia los gendarmes solicitaban su baja para poder atender asuntos personales, cosa que los obligaba a ausen tarse de su trabajo y de la capital. Si la baja no se les conced?a, se ve?an obligados a abandonar el servicio y, al no reportarse a sus labo res, eran calificados como desertores. AGNM/RSG, 2$, 139, Sin deno minar. Exp. "El C. Jos? M. Caballero pide su baja de la Gendarmer?a a Pie, 1882". 65 AGNM/RSG, 2% 128, Sin denominar, Exp. "Consulta se refor me el modelo de filiaciones de la Gendarmer?a a Pie, 1881".

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE MEXICO 123 ?era de proceder permiti? que los agentes burlaran el objetivo de la anterior disposici?n, pero posteriormente se les neg? lo solicitado. No obstante, los despidos por mala conducta con tinuaron a trav?s del periodo estudiado, agrav?ndose as? el problema de la indisciplina y la desmoralizaci?n en la fuerza.66 Otra raz?n que contribuy? a que la Gendarmer?a Munici pal fuera un cuerpo tan lleno de defectos era el paup?rrimo sueldo que recib?an los agentes.67 Era ?sta preocupaci?n cons tante tanto de la prensa como de los que ten?an a su cargo las fuerzas de la polic?a, pues se pensaba que un aumento en el salario ayudar?a a mejorar el personal del cuerpo: El aumento en el sueldo de estos agentes del orden p?blico, creemos in?til repetirlo, traer? la gran ventaja de que no se recibir?n en el resguardo a los individuos viciosos, a los que no sepan leer y escribir, a los que carezcan de buena fama y mediana educaci?n. En el estado de miseria en que se halla el pa?s, no faltar?n honrados padres de familia que por un peso diario vayan a prestar sus servicios a la polic?a, y as? se arrancar? a ?sta de las manos de individuos ignorantes, viciosos, venales y provo cativos para darle todo el prestigio que debe tener en una so ciedad civilizada.68 66 AGNM/RSG, 2?, 142, Gobierno de Distrito, Exp. "El ex-gen darme Arturo Paredes pide la devoluci?n de su dep?sito de fianza, 1882", Exp. "El ex-gendarme Miguel Camacho.. ."; "El ex-gendarme Francisco O. Garcia..."; Exp. "El ex-gendarme G. Brito... ; Exp. "El ?ex-gendarme Mariano Zepeda..."; El ex-gendarme Anastasio Guti? rrez. .." r'7 En t?rminos comparativos, el sueldo que ganaba un gendarme era relativamente mezquino, pues la cantidad de un peso, que era su haber diario, era inferior a lo que percib?a un profesor de escuela pri

maria de la ciudad de M?xico. El ayuntamiento capitalino le pagaba a estos maestros, en 1878, 50 pesos al mes; estas personas ganaban, pues, 20 pesos mensuales m?s que un polic?a. Por otro lado, el sueldo de estos agentes era superior al salario m?nimo en las industrias ma nufactureras, que era, en 1877, 22 centavos diarios. Gonz?lez Navarro, 1957, p. 564; Rosenzwe?g, 1965, p. 412. <- MR, 15 may, 1879.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


124

PEDRO SANTONI

A pesar de que al crearse la Gendarmer?a se aument? el sueldo de los polic?as, eran raras las veces que ?stos recib?an su pago ?ntegro, pues con frecuencia sufr?an descuentos en sus ?nfimos

haberes. La prensa denunciaba con vehemencia este abuso pues, en su opini?n, estas pequeneces eran un obst?culo para el progreso de la instituci?n. "De qu? manera ?dec?a El Moni tor Republicano al referirse a los descuentos? podr?n entrar a esa corporaci?n personas de alguna educaci?n o moralidad? Es claro que no, y que los que se inscriben no ser?n los que den el ejemplo de disciplina y buena conducta".69

La polic?a tambi?n tuvo que hacerle frente a la triste opi ni?n que exist?a sobre ella. El testimonio de los propios gen darmes es ?ndice de la poca estima que exist?a en la capital hacia la Gendarmer?a. Por ejemplo, el oficial superior del gendarme Isidro Viar dijo, al comentar la baja de ese agente, convicto por abuso de autoridad, que "nadie se presta a decla rar lo que le consta en favor de alg?n miembro de la gendar mer?a".70 Otras declaraciones demuestran que los gendarmes estaban plenamente conscientes de su impopularidad. Un tal Braulio Olivera se quejaba de que el haber sido gendarme le es taba dificultando el conseguir un nuevo empleo, pues "en el servicio ?dec?a ?l? lo odian a uno",71 mientras que el agente 60 MR, 23 abr. 1880. Es interesante notar que un tal F. Falcedo, encargado de la sexta demarcaci?n de polic?a en 1881, al expresar su

desacuerdo respecto al modelo de filiaciones que posteriormente se aprobar?a, comentara lo siguiente: "El mejor medio para que la Gen darmer?a progrese consiste en escoger el personal de ella, en no ha cerles ning?n rebajo de su sueldo, ni a?n el relativo a fianzas y dejarlos en libertad para que presten sus servicios por el tiempo que les con

venga; bajo estas reglas, es de esperar que la Gendarmer?a llene su

objeto, correspondiendo a los esfuerzos del Gobierno para sostener un Cuerpo de Polic?a, digno de un pa?s civilizado y de una sociedad como

la nuestra". AGNM/RSG, 2?, 128, Sin denominar, Exp. "Consulta

se reforme el modelo de filiaciones de la Gendarmer?a a Pie, 1881".

70 AGNM/RSG, 2?, 163, Gobierno de Distrito, Exp. "El ex-gen

darme Isidro Viar pide la devoluci?n de su dep?sito de fianza, 1883".

71 AGNM/RSG, 2$, 180, Gobierno de Distrito, Exp. "El ex-gen darme Braulio Olivera pide la devoluci?n de su dep?sito de fianza,. 1884".

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE MEXICO 125 Pascual Camacho apuntaba que "en el empleo de gendarme... no es uno bien visto".72

Dos razones han sido se?alados como las causas de esta

concepci?n de la polic?a: la falta de atenci?n de los gobiernos a los servicios p?blicos y el poco inter?s demostrado en la selecci?n de polic?as. El resultado de esta combinaci?n era inevitable. "El pueblo se acostumbr? poco a poco a ver en la polic?a algo parecido a un enemigo; un agente, un gendarme, eran recibidos con cierta prevenci?n, que no pod?a serle de ninguna manera favorable; se les ridiculizaba aplic?ndoles apodos burlescos y despreciativos". Consecuencia de esto fue

?continuaba diciendo El Monitor Republicano? que los

agentes de polic?a fueran "hostilizados por los espectadores indiferentes, que tomaban la defensa de los reos, en vez de prestar el apoyo debido a los que all? representaban la auto ridad, el orden y la ley, es decir, los principios salvadores de toda sociedad humana".73 Finalmente, obst?culos ajenos al cuerpo polic?aco capi talino, como la poca cooperaci?n que recib?a del sistema de justicia criminal, imped?an su mejoramiento. Al jurado, cri ticado continuamente por la prensa capitalina, se le acusaba de muchos de los problemas que enfrentaba la polic?a. Dec?a El Siglo XIX, en su edici?n del 13 de agosto de 1879, que la impunidad de los delincuentes era uno de estos obst?culos y que ?sta se deb?a, en gran parte, a los vicios del jurado. La queja principal contra esta instituci?n era que pon?a en li bertad a una gran cantidad de los malhechores que la polic?a aprehend?a. Adem?s, si se toma en cuenta que, a?n a fines del Porfiriato, con frecuencia no era posible reunir el n?mero de personas necesarias para integrar los jurados, se puede ase verar que fue muy poca la ayuda que este cuerpo le pudo pres tar a la polic?a.74 Sin el apoyo y la cooperaci?n de organismos 72 AGNMARSG, 2^, 180, Gobierno del Distrito, Exp. "El ex-gen darme Pascual Camacho pide la devoluci?n de su dep?sito de fianza, 1884". MR, 29 abr. 1880. 7* Gonz?lez Navarro, 1957, p. 436.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


126

PEDRO SANTONI

como ?ste, era natural que la polic?a tuviese serias dificultades para desempe?ar sus funciones adecuadamente. Entre 1876 y 1884, pues, la polic?a de la ciudad de M?xico sufri? varias transformaciones para eliminar los defectos que imped?an que la Gendarmer?a Municipal funcionase de una manera adecuada. El n?mero de agentes se increment? en algo

m?s del 150% (aproximadamente 500 en 1876 y 1 343 en

1884).75 Los gendarmes fueron provistos de un uniforme que les dio un aire de dignidad y respeto que antes no ten?an, reci bieron un modesto aumento en sus haberes y sus horas de ser

vicio disminuyeron gracias a la modificaci?n del sistema de turnos de vigilancia.

Estas mejoras se vieron contrarrestadas por deficientes pr?cticas administrativas y por los atropellos que comet?an los gendarmes. La forma de reclutar polic?as, por ejemplo, nunca fue del todo efectiva y con frecuencia se integraban a la Gendarmer?a individuos que, debido a su poca disciplina,, contribu?an a darle un mal nombre a la polic?a capitalina.

Este cuerpo, durante los primeros a?os del Porfiriato, no desempe?? sus labores a la altura que esperaban la ciudada n?a, la prensa y sus encargados. Sin embargo, las reformas que se implementaron durante estos ocho a?os permitieron que

la polic?a manifestara una leve mejor?a, en particular si se

compara con el estado de ese cuerpo en 1876. Como bien se?alaba en 1884 el Ministro de Gobernaci?n, Carlos Diez Guti?rrez, "la sociedad puede apreciar todo lo que ha mejorado 75 Memoria de Gobernaci?n, 1884, p. 96. Sin embargo, la efecti vidad de este aumento se vio contrarrestada por el crecimiento de la ciudad de M?xico, pues, en 1884, la proporci?n entre los habitantes de la capital y el n?mero de polic?as era menor que a principios del

Porfiriato. Antonio Garc?a Cubas estim? que en 1870 la ciudad de

M?xico contaba con 225 000 habitantes, cifra que no hab?a sido supe

rada en 1878, pues seg?n el c?lculo de H. W. Bates, la capital ten?a

200 000-210 000 habitantes. En base a estas cifras puede decirse que,

en 1876, hab?a un polic?a por cada 400 capitalinos. En 1884, tanto

Garc?a Cubas como Raymond's Vacations Excursions calculaban 300 000

habitantes'para la ciudad de M?xico, lo que significaba que hab?a en tonces un polic?a por cada 447 personas. Davies. 1972, p. 504.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE MEXICO 127 este servicio desde que se dio a la polic?a la forma que hoy ?iene". El ministro se mostraba esperanzado de que esa fuerza, con el transcurso del tiempo, progresara hasta donde lo exig?a

"la cultura y los adelantos de todo g?nero de la capital de la Rep?blica".70 Esta esperanza, al parecer, s? se logr? ?en el pa

pel, al menos? porque seg?n dice Diego L?pez Rosado, al

iniciarse el siglo xx, la Gendarmer?a Municipal desempe?? un papel importante en la colocaci?n de la ciudad de M?xico a la altura de las mejores y m?s modernas ciudades de Europa.77

SIGLAS Y REFERENCIAS AGNM/RSG, 2?- Archivo General de la Naci?n, M?xico, Ramo Secretar?a de Gobernaci?n, Secci?n Segunda. (En

las notas se cita, a continuaci?n de las siglas y del nombre de la serie: Gobierno de Distrito, Polic?a Urbana o Sin Denominar, el n?mero de la caja, el t?tulo del expediente y la fecha del mismo).

DO El Diario Oficial, M?xico.

MR El Monitor Republicano, M?xico.

LP La Patria, M?xico. S-XIX El Siglo XIX, M?xico. Beals, Carleton

1977 "Bread or the Club", en The age of Porfirio D?az. Selected readings, ed. Carlos B. Gill, Albuquerque, University of New Mexico, pp. 61-70.

Da vies, Keith A. 1972 "Tendencias demogr?ficas urbanas durante el siglo xix en M?xico", en Historia Mexicana, xxi:3 [831 (ene.-mayo), pp. 481-524. 7G Memoria de Gobernaci?n, 1884, p. 96.

77 L?pez Rosado, 1976, p. 240.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


128 PEDRO SANTONI Dubl?n, Manuel, y Jos? Mar?a Lozano (comps.)

1876 1914 Legislaci?n mexicana, o colecci?n completa de

las disposiciones legislativas expedidas desde la in dependencia de la Rep?blica, M?xico, Imprenta del

Comercio. 42 vols.

Gonz?lez: Navarro, Mois?s 1957 El Porfiriato: La vida social, M?xico, Editorial Hermes. (Historia Moderna de M?xico).

L?pez Rosado, Diego 1976 Los servicios p?blicos de la ciudad de M?xico, M?xico, Editorial Porr?a.

Marroqu?, Jos? Mar?a 1969 La ciudad de M?xico, 2? ed., M?xico, Jes?s Medina.

Memoria que el Gobernador del D.F. 1873 Memoria que el Gobernador del Distrito Federal, C. Tiburcio Montiel, presenta al ciudadano oficial mayor encargado de la Secretar?a de Gobernaci?n, M?xico, Imprenta del Gobierno, en el ap?ndice de

Novo, 1973.

Memoria de Gobernaci?n 1881 Memoria que el Secretario de Estado y del Des pacho de Gobernaci?n presenta al Congreso de la Uni?n, correspondiente al tiempo transcurrido de 1? de enero de 1879 al 20 de noviembre de 1880,

M?xico, Tipograf?a de Gonzalo A. Esteva.

1884 Memoria que el Secretario de Estado y del Des pacho de Gobernaci?n presenta al Congreso de de la Uni?n, correspondiente al tiempo transcu rrido del 1? de diciembre de 1880 al 30 de no viembre de 1884, M?xico, Tipograf?a de Gonzalo A. Esteva.

Novo, Salvador 1973 Un a?o hace ciento. La ciudad de M?xico en 1873, M?xico, Editorial Porr?a.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA POLIC?A DE LA CIUDAD DE MEXICO 129 Roeder, Ralph 1981 Hacia el M?xico moderno: Porfirio D?az, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica. 2 vols. Romero Flores, Jes?s 1978 M?xico, historia de una gran ciudad, M?xico, B. Costa-Amic. Rosexzweig, Fernando 1965 El Porfiriato: La vida econ?mica, M?xico, Editorial

Hermes. (Historia Moderna de M?xico).

Simpson, Lesley Byrd

1977 Muchos Mexicos, M?xico, Fondo de Cultura Eco n?mica. Valad?s, Jos? C. 1977 El porfirismo, historia de un r?gimen. El naci miento (1876-1884), M?xico, Universidad Nacional

Aut?noma de M?xico.

Vanderwood, Paul 1972 "Los Rurales: producto de una necesidad social", en Historia Mexicana, xxiirl [85] (jul.-sep.), pp. 34-51.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:23 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


TEATRO POPULAR Y SOCIEDAD DURANTE EL PORFIRIATO Susan E. Bryan El Colegio de M?xico

El g?nero chico mexicano ?una forma de teatro popular

que, con el muralismo, lleg? a ser una de las expresiones m?s

destacadas del nacionalismo cultural? ha sido tradicional

mente asociado con el estallido de la Revoluci?n Mexicana. Sin embargo, la investigaci?n de sus or?genes durante el Por firiato ha mostrado que, si bien el a?o de 1911 marca un nuevo

per?odo en su desarrollo,1 su etapa formativa se remonta al a?o 1880 cuando en M?xico se introdujo una nueva forma de producci?n teatral. Imbricada con una serie de factores socia les y econ?micos, la nueva costumbre de vender el teatro por

horas 2 llev? a la masificaci?n y comercializaci?n del teatro, lo cual a su vez provoc? la convergencia de dos tradiciones teatrales, el g?nero chico espa?ol y el teatro popular mexicano,

que constituyen los verdaderos or?genes del g?nero chico me

xicano.

Durante el ?ltimo cuarto del siglo xix, se vislumbraron, por lo menos, dos espacios socio-culturales en los cuales se desarrollaban las actividades teatrales de la ciudad de M?xico. Por un lado, se encuentra el espacio de la cultura dominante 3 1 A partir de la ca?da de D?az, aparece otra forma del g?nero chico

mexicano, la revista rol?tica. V?anse las explicaciones sobre siglas y

referencias al final de este art?culo. 2 En Espa?a esta nueva forma de producci?n se conoc?a como el teatro por secciones o teatro por horas, y en M?xico como tandas. 3 Seg?n Raymond Williams, en cualquier sociedad y en cualquier per?odo hay un sistema de pr?cticas, significados y valores que son do minantes y que formai el sentido de la realidad para la mayor?a de la

gente. Aunque la cultura dominante nunca es producto de una sola clase, generalmente refleja los intereses y valores de la clase dominante;

130 This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


TEATRO POPULAR Y SOCIEDAD 131 ai cual pertenec?a el "teatro culto", europeizado, destinado a las clases medias y altas de la sociedad.4 Por otro lado, se des cubre una cultura popular en la que se desarrollaban actividades

esc?nicas que constitu?an, junto con los toros y las peleas de gallos, una de las diversiones m?s importantes de la clase tra

bajadora.

El teatro "culto" En los principales teatros como el Arbeu, el Hidalgo, el Nacional y el Piincipal se presentaron las obras m?s notables de Europa tra?das por compa??as, empresas y artistas de ese continente. Junto con las piezas de Narciso Serna, Eusebio

Blasco y Jos? de Echegaray, se montaron las de Racine y Shakespeare. Las ?peras de Verdi y de Gounod atra?an nume roso p?blico y compet?an con las operetas de Offenbach, Lecocq y Strauss. Pero dentro del g?nero l?rico, tan cotizado por los capitalinos, las zarzuelas espa?olas se destacaban por su gran popularidad. En el teatro de M?xico, monopolizado por ex tranjeros, en su mayor?a espa?oles, rara vez se presentaron obras mexicanas.

El presidente Sebasti?n Lerdo de Tejada, interesado en

fomentar el desarrollo del teatro mexicano, y deseoso de con seguir el apoyo de los intelectuales y literatos, el 2 de sep tiembre de 1875 acord? conceder al Conservatorio una sub

venci?n de 4 800 pesos anuales "para procurar el adelanto del arte dram?tico en M?xico".5 Ir?nicamente, esta ayuda recay? sin embargo, este sistema no es est?tico, sino que est? regido por un proceso de incorporaci?n mediante el cual pr?cticas y valores residuales o emergentes son integrados a la cultura dominante. Vid. Williams, 1980, pp. 38-42.

4 Gonz?lez Navarro afirma que la clase media fue el principal

sost?n del teatro mientras que la antigua aristocracia y la nueva bur

gues?a formaron el p?blico de la ?pera. Gonz?lez Navarro, 1973, p. 749. 5 Vid. UsiGL?, 1932, p. 106; Olavarr?a y Ferrari, 1961, pp. 917-918.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


132

SUSAN E. BRYAN

en la compa??a del actor espa?ol Enrique Guasp de Paris

quien quedaba obligado a dar, en el Teatro Principal, prefe rencia a las obras mexicanas. Ese acuerdo presidencial6 agit? el ambiente y durante 1876 se estren? un total de cuarenta y tres obras mexicanas.7 Sin embargo, este primer intento de crear un teatro nacional fracas? por varias razones. En primer lugar, hubo intrigas entre los distintos grupos

literarios que se opon?an al presidente Lerdo de Tejada, y criticaban que la subvenci?n se le hubiese dado a un espa?ol.8 Por otro lado, muchas veces las obras que se llevaron a Guasp eran de poca calidad y se ten?an que sujetar a la opini?n de una junta calificadora de obras, lo que pareci? a los autores mexicanos una instituci?n odiosa y anticonstitucional.9 Como consecuencia de gustos preestablecidos y debido a la falta de experiencia teatral de los actores y autores mexicanos, parec?a

que las obras espa?olas agradaban al p?blico mucho m?s que las nacionales.10 Al fin, este intento de proteger el teatro me xicano nunca erosion? la popularidad de las obras extranjeras,

sobre todo la de la zarzuela, que segu?a formando parte im

portante del cartel teatral en la ciudad de M?xico.

La zarzuela Siempre espect?culo preferido por las familias mexicanas desde su llegada a M?xico a mitad del siglo xtx,11 la zarzuela espa?ola desempe?? un papel muy importante en el desarrollo 6 El acuerdo citado por entero en Olavarr?a y Ferrari, 1961,

p. 959.

7 Reyes de la Maza, 1972, p. 96; Maria y Campos, 1946, p. 27-28.

8 Olavarr?a y Ferrari, 1961, p. 959.

9 El Monitor del 21 de noviembre de 1875 public? la opini?n de los autores: "Subsiste para las obras mexicanas esa instituci?n odiosa y

anticonstitucional ... La previa censura ejercida en plena Rep?blica

y ordenada por un gobierno democr?tico es una solemne aberraci?n, y

lo que hoy se hace con el teatro, ma?ana se har? con la prensa". Citado por Olavarr?a y Ferrari, 1961, p. 921. 30 Olavarr?a y Ferrari, 1961, p. 959. 11 Abascal Brunet y Pereira, 1952, pp. 25-26.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


TEATRO popular y sociedad

133

del teatro en M?xico. Durante el ?ltimo cuarto de siglo, en M?xico se llevaron a la escena diversas formas de zarzuelas que representaban todas las etapas de su evoluci?n desde sus or?genes peninsulares en el siglo xvn. Durante el per?odo de 1873-1879, se representaban zarzuelas en un acto (26%), zarzuelas en dos actos (30%), en tres actos (43%) y aun en cuatro actos (1%).1L> Originalmente la zarzuela fue de dos actos, de car?cter aristocr?tico, con temas hist?ricos y mitol?gicos. Contrario a esto, al entrar el siglo xix, la zarzuela se inspir? en la tona dilla 13 y adopt? un car?cter costumbrista. A mitad de siglo, se cre? la zarzuela en tres actos que lleg? a conocerse despu?s como g?nero grande.14 A partir del a?o 1869, en muchos de los teatros de Madrid se introdujo la costumbre de vender el teatro por horas que populariz? la zarzuela de un acto, creando

as? el llamado g?nero chico.15 Siempre costumbrista, la zar zuela del g?nero chico incorporaba la cr?tica pol?tica y social 12 V?ase tabla A y gr?fica n?mero 1. Tabla A y gr?ficas 1 y 2 se basaron en los ?ndices de obras en Reyes de la Maza, 1963, 1964, 1965,

1968.

13 La tonadilla esc?nica era una ?pera breve cuya duraci?n m?ximat no rebasaba los veintitantos minutos, y ten?a un car?cter marcadamente costumbrista. Chase, 1959, pp. 128-129; Subir?, 1945, pp. 144-150. 14 Vid. Subir?, 1945, para una amplia discusi?n sobre el desarrollo?

de la zarzuela espa?ola. 15 Para una explicaci?n de los or?genes del teatro por horas o* secciones, Vid., Castagnino, 1968, p. 88; Mart?nez Olmedilla, 1961, p. 257; Abascal Brun et y Pereira, 1952, pp. 25-26; Mendoza L?pez. 1982, pp. 15-16. En s?ntesis, la costumbre de vender el teatro por horas se inici? en 1869 en el caf? teatro del Recreo donde se ejecutaron breves interludios y piezas por el consumo de 50 c?ntimos. Pronto, los empre sarios establecieron en las principales salas el teatro por secciones al

alcance de los bolsillos de todas las clases sociales. De esta manera extendieron el marcado del teatro a nuevos sectores de la poblaci?n,

ajustando las representaciones a las horas que correspond?an al des

canso habitual de todas las ocupaciones. Por lo general, presentaron piezas de un acto, sa?netes, pasillos, parodias, juguetes, revistas y, sobre todo, zarzuelas. Creci? el n?mero de autores que construyeron escenas, populares a las que se ?es a?adi? m?sica popular y callejera.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


134

SUSAN E. BRYAN

a la parodia y algo de picard?a, combinaci?n que tuvo gran ?xito entre las clases populares que, en aquel entonces, debido a los precios rebajados, llegaban en masa a los teatros prin cipales de Madrid.

Desde su llegada a Cuba en 1854, la difusi?n de la zar

zuela fue rapid?sima en toda Am?rica Latina.10 Las zarzuelas presentadas en M?xico normalmente llegaban en el mismo a?o de su estreno en Espa?a. Pero a diferencia de Madrid, se pre sentaban no s?lo las obras m?s nuevas, sino que se segu?an presentando obras viejas que ya no se ve?an en la metr?poli. Por esta raz?n, los carteles teatrales en M?xico muestran una diversidad de zarzuelas que variaban tanto en su tem?tica como en su estructura formal.17

El teatro popular Aunque el teatro popular manten?a cierta independencia de

las influencias europeas, pertenec?a a una subcultura que se desarrollaba dentro del marco de la cultura dominante. Indu dablemente influido por las diversiones tradicionales como los t?teres y el circo,18 el teatro popular mexicano durante el

?ltimo cuarto del siglo xix desarroll? nuevas formas que, si bien utilizaban convenciones y obras del teatro "culto", las transformaba, adapt?ndolas a los gustos y necesidades de 11 Abascal Brunet y Pereira, 1952, p. 33.

17 V?ase la colecci?n de programas Mar?a y Campos (en adelante

CPMC) en CONDUMEX.

18 En 1880, Guti?rrez N?jera afirmaba que por medio de los t?te

res se pod?a conocer las costumbres populares que poco a poco iban

conformando una unifo:m:dad mon?tona. Para observar las costumbres del pueblo, suger?a ir a los t?teres que eran su ?ltimo atrincheramiento.

Recomendaba en especial los t?teres del Seminario con su paseo en Santa Anita y sus luces de la Merced. Vid. "Teatro de t?teres", en Guti?rrez N?jera, 1974, pp. 311-315. Tambi?n Vid., De los Reyes, 1980, p. 31. Antonio Maga?a Esquivel afirma que los payasos de circo introdujeron el recitado de poes?as y mon?logos l?ricos, eventualmente creando la figura del c?mico. Maga?a Esquivel, 1950.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


teatro popular y sociedad

135

los sectores populares. B?sicamente se vislumbran dos tipos de teatro popular: uno de temas obreros y el otro frivolo.

El teatro obrero Involucrado en el incipiente proceso de urbanizaci?n e in dustrializaci?n que se daba en M?xico hacia fines de siglo, florec?a un teatro obrero que se desarrollaba en el seno de las asociaciones mutualistas durante los a?os setenta. Durante esos

a?os la actividad obrera era muy agitada. De las huelga^ que ocurrieron entre 1865 y 1880, m?s de la mitad tuvieron lugar

entre 1873 y 1877,19 y, en el oto?o de 1870, varias organiza

ciones obreras en el valle de M?xico fundaron el Gran C?rculo

de Obreros de M?xico con el prop?sito de formar una fede raci?n central nacional. En esta coyuntura pol?tica y econ?mica, el teatro fue utilizado por las diferentes organizaciones obreras como un instrumento de difusi?n, apoyo y movilizaci?n. Para estos prop?sitos los teatrillos de barrio como el Nuevo M?xico,

La Democracia y el Guerrero estrenaron obras a precios po pulares 20 que, si bien en su mayor?a eran de autores nacio nales, algunas eran de extranjeros que difund?an en M?xico los valores e ideolog?as de los movimientos obreros de Europa.

Adem?s, las asociaciones obreras se acostumbraron a utilizar los teatros para sus reuniones sociales en las que daban dis cursos, tocaban m?sica y le?an poes?as. Estas reuniones cul turales revest?an gran importancia para las asociaciones y eran

las pocas actividades en las que las diversas sociedades apa

rec?an en alg?n acto conjunto.21

Influidas por el socialismo ut?pico y el asociacionismo, muchas de estas obras intentaban reeducar a la gente a trav?s del ejemplo, para desterrar la envidia, la maldad, la avaricia y la competencia y sustituirlas por la ayuda, la fraternidad, la 39 Anderson, 1976, p. 82. 20 Los precios variaban entre medio y un real por funci?n. Vid.

CPMC, CONDUMEX.

21 Woldenberg, 1976, p. 91.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


136

S?SAN E. BRYAN

colaboraci?n y la asociaci?n. Pr?cticamente el ?nico medio de comunicaci?n masiva que alcanzaba a todos los miembros de los sectores populares, en su gran mayor?a analfabeta, fue el

teatro uno de los principales veh?culos de acci?n pol?tica. T?tulos como El Artesano (Teatro Hidalgo--dom. 13 de octubre

de 1872? de Federico Saulie), La honra del artesano, Bruno el Tejedor (Teatro del Jord?n ?s?b. 31 de agosto de 1872),

Los pobres de M?xico (Teatro de la Democracia? dorn. 10 de mayo de. 1874) y El Obrero (Teatro Nuevo M?xico ?6 de junio de 1875? de A. D?az [mex.]) ilustran el tipo de obras

que se presentaron. 22/Per o ninguna de estas obras lleg? a tener

el impacto que tuvo la obra Martirios del Pueblo de Alberto

G. Bianchi.

Alberto G. Bianchi era redactor de El Monitor, uno de los peri?dicos oposicionistas m?s c?usticos y m?s le?dos. Simpa tizante del movimiento obrero, Bianchi acostumbraba a parti cipar en los discursos y reuniones culturales de las asociaciones obreras.23 Ante una de estas organizaciones, la Sociedad de Uni?n y Concordia,24 pronunci? uno de sus poemas en el que subraya la ideolog?a mutualista de esta sociedad:

Vosotros, de caridad Ten?is el afecto santo Al hu?rfano dais abrigo Y pan al necesitado, 22 CPMC, CONDUMEX. 23 En la edici?n del 16 de septiembre de 1874, La Firmeza, ?r gano de la Sociedad de Socorros Mutuos de Impresores, anota que, reunidos los miembros de la Sociedad en el teatro Hidalgo, les habl?,

entre otros, Alberto G. Bianchi quien ley? algunas de sus poes?as.

(La Firmeza, a?o 1, No. 23, 16 de septiembre de 1874, p .1, citado por

Woldenberg, 1976, p. 91). En esta ocasi?n es posible que Bianchi

hubiera le?do algunas de sus poes?as que aparecen en su libro Versos, publicado en 1878 (M?xico, Literaria). Uno de los poemas m?s intere

santes de esta colecci?n es "El Obrero" que refleja la ideolog?a del socialismo de la ?poca. Vid. Bianchi, 1878, pp. 212-214. -! Sobre la Sociedad Uni?n y Concordia, Vid. Gonz?lez Navarro, 1973, pp. 347-348.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


TEATRO POPULAR Y SOCIEDAD

137

Y al unir vuestros afanes Un ?ngel desde lo alto, Llega a coronar de rosas La frente del hombre honrado,

Que sabe guardar en la urna El fruto de su trabajo Para aliviar las miserias Que afligen a sus hermanos.25

Siguiendo sus labores art?sticas a favor del movimiento obrero, Bianchi estren? su drama, Martirios del Pueblo, el do

mingo 23 de abril de 1876 en el humilde Teatro de Nuevo

M?xico, escogido por el autor debido a su p?blico de obreros, sector al que iba dirigida su producci?n.26 Desde algunos d?as antes, el autor hab?a mandado repartir entre la clase obrera cientos de volantes que dec?an:

A vosotros que sois v?ctimas de los poderosos y que comenz?is a luchar por quitaros el yugo que os oprime, dedico este ensayo dram?tico. Para pintar vuestros sufrimientos he visitado vues tros hogares y me he conmovido con vuestros infortunios. Aceptad, pues, mi obra, que tiene por ?nico objeto el exhalar vuestros m?ritos, y copiar vuestros martirios. Desear?a que mi imperfecto ensayo pudiera ablandar el coraz?n de los que os hacen sus v?ctimas; pero ya que esto no es permitido a mi pobre capacidad, recibid vosotros, Hijos del Trabajo, la pura intenci?n que me anima y valga ella lo que pueda valer mi obra.27

Al correr el rumor de que la pieza de Bianchi era antiler dista y que dec?a cosas tremendas sobre la situaci?n political el Teatro de Nuevo M?xico se llen?.28 Por esos d?as la situa

ci?n pol?tica se hab?a agravado en extremo. Una docena de generales incluyendo a Porfirio D?az se encontraban en armas 2r' Bianchi, 1878, pp. 133-136.

20 Reyes de la Maza, 1972, pp. 92-93.

27 Citado por Reyes de la Maza, 1972, pp. 92-93. 28 Maria y Campos, 1946, p. 22.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


138

SUSAN E. BRYAN

contra el presidente Lerdo. Hab?a repetidas declaraciones de estado de sitio en la mayor parte de las entidades federativas y las comunicaciones de la capital con el exterior se hicieron dif?ciles. La falta de recursos de la Tesorer?a provoc? que se retrasara el pago de quincenas y luego hubo que imponer nue

vas contribuciones.

En esos momentos de general descontento, se llev? a cabo la representaci?n de la obra de Bianchi que atacaba el odioso sistema de la leva utilizado por el gobierno de Lerdo de Tejada.

El Monitor (23 de abril de 1876) describ?a el argumento: ... La escena pasa en el hogar del infeliz artesano que, apenas concluido su trabajo, va a llevarlo al mercado para procurar medicinas a su hija que agoniza. Pero la leva le sorprende en

el camino, le plagian y al cabo de pocos d?as mientras que su hija expira en el lecho, presa del hambre y de las privacio

nes, ?? exhala su ?ltimo suspiro en la batalla, adonde va a

defender una opini?n, una causa que no es la suya.29

La representaci?n de la obra era constantemente interrum pida con ovaciones delirantes y el autor sal?a a escena despu?s de cada cuadro. En una de las escenas de la obra ten?a que salir un polic?a, y apenas el p?blico vislumbraba el uniforme gris cuando una r?faga de silbidos le forzaba a retirarse.30

Temiendo que el drama promoviera un movimiento sedi

cioso en la capital, el gobernador del Distrito, Joaqu?n Oth?n,

al saber lo acontecido en el Teatro Nuevo M?xico, mand?

detener a Bianchi y lo condujo a la c?rcel de Bel?n.31 En esa misma prisi?n permanec?a incomunicado ?por supuestos de litos de prensa? el ilustre periodista Don Ireneo Paz.32 Aunque la obra originalmente estaba dirigida a las clases populares, el encarcelamiento de Bianchi, sumado al de Ireneo 29 El Monitor, domingo 23 de abril de 1976, citado por Olavarr?a y Ferrari, 1961, p. 1930. Vid. tambi?n Maria y Campos, 1946, p. 44. 30 Mar?a y Campos, 1946, p. 43.

31 Reyes de la Maza, 1972, p. 93.

32 Mar?a y Campos, 1946, p. 45.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


TEATRO POPULAR Y SOCIEDAD

139

Paz, contribuy? al sentimiento general contra Lerdo de Tejada y provoc? que toda la prensa y muchas sociedades literarias atacaran abiertamente al Presidente. Pero a pesar del esc?n dalo, Alberto G. Bianchi fue condenado a un a?o de prisi?n por trastornar el orden p?blico.33 Para calmar un poco la situa ci?n, las autoridades permitieron una nueva presentaci?n de Martirios del Pueblo, la tarde del 30 de abril. El p?blico agot? las localidades y el Gobernador del Distrito llev? gendarmes casi en igual cantidad que espectadores. Aunque no hubo nin g?n incidente, el p?blico no ces? de reclamar la presencia del autor en la escena.31

Con la excepci?n de Martirios del Pueblo, el teatro obrero no tuvo mayor trascendencia, y despu?s de 1880 perdi? por completo su funci?n pol?tica al mismo tiempo que las asocia ciones mutualistas perdieron su fuerza y se transformaron en

sociedades ben?ficas patrocinadas por el r?gimen de Porfirio

D?az.

El teatro fr?volo Tratados con mucho m?s tolerancia por las autoridades, los teatros provisionales, o jacalones, dedicados a presentar obras frivolas y sical?pticas 35 se multiplicaron por todos los rumbos de la ciudad.36 Ya para 1874, hab?a no menos de ocho en el Z?calo y sus inmediaciones.37 En noviembre de 1875, los

jacalones fueron a dar con sus tablas a la Asamblea, siendo el m?s famoso el llamado La Zarzuela. Ese local y el Tivoli de Hidalgo, a la izquierda de la glorieta principal, fueron los sitios de recreo preferidos por las clases populares, mientras las clases altas acud?an a la ?pera en El Nacional o a la zar 33 Vid. expediente No. 113, caja 64, 2a. secci?n, AGNM. Gober naci?n. 34 Maria y Campos, 1946, p. 45. 35 Sicalipsis: se entiende como sugesti?n er?tica; pornograf?a.

se Gonz?lez Navarro, 1973, pp. 409-410, comenta que en el

?ltimo tercio del siglo xix el pudor pasaba por una crisis.

37 Reyes de la Maza, 1972, p. 81.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


140

SUSAN E. BRYAN

zuela espa?ola en el Arbeu.38 Despu?s se inauguraron otros, como el Novedades y el Olimpo, que rivalizaban con los dem?s en sus presentaciones de canc?n.39 Un peri?dico comentaba: All? el can-can llega a lo incre?ble; los gritos, las vociferaciones y las obscenidades alcanzan un grado culminante, noche a noche el p?blico y los actores arman zambras colosales, y aquello, m?s que teatro, es una org?a de la escena, en la que despliegan sus indecencias unas Venus de cera de campeche y unos Apolos y J?piter de papel de estraza.40

Cobrando medio real por cabeza y presentando los bailes m?s desenfrenados, los jacalones ofrec?an sus tandas desde las cuatro de la tarde hasta llegar a la tanda de "confianza" que se representaba a las once de la noche.41 Al describir una de las tandas m?s escandalosas, El Monitor daba la siguiente noticia: En el teatrito de Am?rica est? de moda un baile que llaman la Carracachaca; es una pantomina entre un ingl?s de patillas rubias y una cocotte; ?sta ense?a la punta del pie al bueno del ingl?s; ?ste se electriza y ruega hasta que le ense?a algo m?s que la punta y, al fin, uno y otra se toman del brazo y bailan un can-can, y los c?coras estallan haciendo unos la m?scara, otros el gato y otros el oso; baja el tel?n y los c?coras chillan como unos desesperados, y se vuelve a bailar la carracachaca y, para verla mejor, el p?blico se trepa sobre las bancas entre los gritos de loca alegr?a.. ,42 El famoso poeta y cronista de teatro, Manuel Guti?rrez N?jera,

nos describe el p?blico del mismo teatro: 38 Olavarr?a y Ferrari, 1961, pp. 923-925. 39 Introducido en 1869 por la Compa??a Gaztambide, seg?n Rodolfo Usigli, el canc?n produjo disturbios y una transformaci?n en los fun damentos sociales del teatro. Usigli, 1932, p. 101. 40 Citado por Olavarr?a y Ferrari, 1961, p. 928.

41 Reyes de la Maza, 1972, p. 81.

42 Citado por Maria y Campos, 1946, p. 58.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


TEATRO popular y sociedad

141

En todo el galer?n no se ve?a un solo sombrero de copa, los fieltros abollados y los sombreros anchos, con su gran gal?n de plata, eran los ?nicos que ten?an entrada a aquel recinto. Cuando alg?n sombrero de copa comet?a la indiscreci?n de presentarse, rompiendo el orden, pronto desertaba entre un inmenso estr?pito de risotadas, gritos y naranjasos.43

Seg?n el cronista, el teatro pertenec?a al sexo fuerte y a las prostitutas. Cuando llegaba la hora del canc?n era costumbre pasar el sombrero entre los concurrentes para pagar la multa de veinticinco pesos que impon?a la autoridad. Ya provisto de ella, el empresario daba su consentimiento para que empezara

el baile.

Los cuellos se tend?an desmesuradamente; los zarapes ca?an al suelo; inmensos estallidos de salvaje regocijo contestaban a las piruetas imb?ciles de las bailarinas, las nucas se enrojec?an como las de un bebedor de cerveza . . .

Contrastando con las obras serias y moralizantes del teatro obrero, los jacalones ofrec?an espect?culos baratos y frivolos a todas horas. En medio de la euforia de ver una bailarina alzar

su falda y su pie, se entablaban di?logos espont?neos entre el p?blico y las artistas. Chistes, disparates e improvisaciones esta

ban al orden del d?a; tal ambiente daba al obrero, al artesano y a?n al burgu?s un lugar de desahogo importante. Aunque es dif?cil corroborarlo, es probable que dentro de los teatros jaca

lones se iniciara el uso del albur que caracterizar? despu?s al g?nero chico mexicano. La forma m?s persistente del teatro popular, la sicalipsis, desempe?ar? un papel clave en el desa rrollo del teatro en M?xico.

La popularizaci?n del teatro 'culto' a trav?s de la tanda En noviembre de 1880, la costumbre iniciada en Espa?a en 1869 de vender el teatro por horas se adopt? en los principales 43 Esta cita y la siguiente son de "Teatro de t?teres", en Guti?rrez

N?jera, 1944, pp. 211-215.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


142

SUSAN E. BRYAN

teatros de la ciudad de M?xico. A trav?s de los jacalones ya se hab?a formado un p?blico cuyo apetito voraz por el teatro de tandas segu?a creciendo. Los empresarios del Principal o del Nacional, al reducir los precios de entrada, lograron extender su mercado a un nuevo sector de la poblaci?n. En el cl?sico sistema de vender el teatro por funciones, que duraban entre cinco y seis horas, los boletos baratos se limitaban a galer?a.

Con la tanda, por una hora de espect?culo, hab?a s?lo dos tarifas: de medio y de un real, precios iguales a los que se acostumbraba cobrar en los jacalones o en los teatrillos de barrio. Los efectos de la tanda no s?lo transformaron el am

biente social del teatro, sino que generaron cambios significa tivos en la forma, la estructura y el contenido de las obras.

Cambios sociales En cuanto a los cambios sociales, Guti?rrez N?jera dej? algunas impresiones despu?s de asistir por primera vez a la tanda del Principal en noviembre de 1880. Como consecuencia del ?xito inusitado en la nueva forma de vender el teatro, los empresarios llenaban cada tanda a su m?xima capacidad. Para la tanda siempre hab?a cola y, frecuentemente, una vez dentro,

el p?blico se encontraba con que ya no hab?a un solo asiento libre, lo cual hac?a que muchos espectadores permanecieran de pie durante el espect?culo. Seg?n el Cronista, debido al espeso y cargado tumulto humano, ?a pesar de que los avisos en los programas ped?an a los se?ores que no fumaran du rante la funci?n? la atm?sfera era asfixiante. La mayor?a fumaba y los que no, tos?an.

Acostumbrado a reconocer las caras del p?blico burgu?s que asist?a a la comedia o a la zarzuela, Guti?rrez N?jera des cribe un p?blico popular, para ?l desconocido: Aquello huele a gente cursi. El p?blico gesticula y patalea

como en los buenos tiempos de los jacalones, y los chistes obs

cenos son recibidos con groseras risotadas. Aquel no es el p?blico de la comedia ni el de la zarzuela. Es un p?blico es

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


teatro popular y sociedad

143

pecial, muy parecido al que suele verse en el jard?n del z?calo en los d?as de fiesta nacional. El p?blico r?e de todo estrepito samente con carcajadas ordinarias de hombres que s?lo asisten al teatro cuando se paga un real. El sombrero ancho extiende su enorme c?rculo junto a la chistera. La chaqueta codea con la levita.44

El cronista comenta con poca simpat?a el comportamiento so cial de este nuevo p?blico: Comienzan las butacas y los palcos a bailar un cotill?n infernal ante los ojos. Cada risotada crispa los nervios espantosamente. En los palcos segundos se agolpa una compacta muchedumbre, compuesta de tenderos y calaveras. Estos ?ltimos suelen tomar por entero todo el palco; entran a ?l haciendo ruido con las

sillas, toman actitudes desvergonzadas que ellos juzgan de

buen tono, y permanecen durante el espect?culo con el som brero puesto. Este comentario subraya las diferencias en las vestimentas

y en el comportamiento social que distingu?a a las clases me dias y altas que formaban la clientela exclusiva y tradicional de los teatros principales, del nuevo p?blico popular. Pero los cambios sociales no se limitaban al p?blico, sino se extend?an a los empresarios. El ?xito del teatro de tandas como negocio atra?a todo tipo de entrepreneur. Guti?rrez N?jera

observ? que cualquier advenedizo con dinero pod?a ser em presario "sin haber seguido la carrera entre bastidores".45 La mayoi?a de los nuevos empresarios comprend?an que no era necesario contratar grandes personalidades de Europa, sino que

un poco de canc?n, algo de sal y pimienta, mucho de barato, era lo que gustaba al p?blico. Con tal que los precios de en 14 Esta cita y la siguiente son de "Las tandas del Principal", en

Guti?rrez N?jera, 1974, pp. 302-305.

45 En su art?culo "Empresario Navarrete", Guti?rrez N?jera cuenta el caso de un propietario de tabaquer?a que se lanza a empresario de teatro sin mayor experiencia, y observa que este fen?meno era muy

coman. Guti?rrez N?jera, 1974, pp. 307-309.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


144

SUSAN E. BRYAN

trada fuesen bajos, no era preciso que el espect?culo fuera bueno* El cronista lamenta que el p?blico de tandas s?lo pida pan y canc?n, como los espa?oles ped?an pan y toros, y los romanos de la decadencia pan y circo.46 Por otro lado, Ram?n

Berdejo, en el peri?dico El Correo Espa?ol, expresaba la opi ni?n de los tand?filos: Ustedes dir?n lo que les d? la gana, pero el Teatro Principal ha venido a ser art?culo de primera necesidad. Se concibe la vida hasta sin comer, pero no se puede vivir sin tandas [...] El ?nico espect?culo perfeeto en su g?nero que tenemos en M?xico es la zarzuela por horas.. ,4f

A fines de siglo, el asiduo p?blico de la zarzuela ya no pod?a asegurarse de la "decencia" de las obras que se presen taban, ni de la sociedad que all? se sol?a encontrar. En mayo de 1895, ocurri? un gran esc?ndalo en el Teatro Nacional durante uno de los entreactos. Algunas prostitutas elegantes dieron por comprar asientos sueltos en un palco para desde all? conquistar a sus clientes. La mayor parte del p?blico asiduo

de la zarzuela sab?a quienes eran. Una noche un respetable padre de familia procedente de la provincia ocup? la otra mitad de aquel palco.. Galante, el se?or salud? a las prostitutas crey?ndolas damas "decentes". En el entreacto comenzaron las risas y burlas. El respetable provinciano se levant? de su asiento en defensa de su esposa, de su hija y de aquellas j?ve nes indefensas que ocupaban el palco con ?l, y a gritos reclam?

al osado que les hac?a se?as. Entre las risas segu?a gritando a los majaderos. Al fin, alguien le explic? de qu? se trataba y qui?nes eran sus acompa?antes del paleo. El se?or se levant? con su familia y raudo y horrorizado sali? del teatro.48

Otro aspecto de la popularizaci?n del teatro fue el descu brimiento de que el teatro pod?a servir eomo un excelente veh?culo a la publicidad? En el mismo a?o de 1880, se inici? 40 Guti?rrez N?jera, 1974, p. 305. ?7 Citado por Maga?a Esquivel, 1970, p. 33. 4? Reyes de la Maza, 1972, pp. 131432.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


teatro popular y sociedad 145

el uso del tel?n con anuncios y de la publicidad comerc los programas de los principales teatros. Aunque la id leer anuncios de medicamentos parec?a de muy mal gu los asiduos al teatro,49 los nuevos empresarios hab?an e trado otra manera de ampliar sus ganancias. (Como lo

caba un empresario en su programa, hab?a muchos comerc

tes que anunciaban en los peri?dicos pero, como no tod clases sociales le?an ni se suscrib?an a los diarios, qued

un amplio sector de las clases consumidoras que ignoraba d

comprar lo mejor a precios bajos. En cambio, en el te donde se encontraban miembros de todas las clases soc

un anuncio en el, tel?n o en el programa tendr?a una circul

mucho mayor. Por un precio m?dico, el empresario of agregar a su programa, o anunciar en el tel?n, el aviso deseaba publicar.50- Este auge de la publicidad en el tea un fen?meno que no s?lo confirma la masificaci?n del t

"culto" sino que ilustra la forma en que se aprovechaban t sus facetas para comercializarlas al m?ximo. LOS EFECTOS ART?STICOS DE LA TANDA

En Espa?a, el teatro por secciones hab?a provocado el del g?nero chico. De la misma manera el ?xito econ?mic teatro por tandas en M?xico llev?, a partir de 1888, al

de la zarzuela en un acto.51 Los principales teatros de la ca

estuvieron entregados a la zarzuela por tandas mientra el drama y la comedia perdieron importancia. En may 1896, Luis G. Urbina protest? contra el monopolio qu hermanos Arcaraz, empresarios del Principal, hab?an e

cido sobre el cartel teatral de la ciudad de M?xico. En nom

del libre comercio, saboteaban la llegada de compa?? drama, ?pera y comedia; as? Urbina compara su supre en el medio teatral a una dictadura militar, diciendo;

49 Olavarr?a y Ferrari, 1961, pp. 1007-1008. ?o Maria y Campos, 1949, pp. 123-124. 51 V?ase tabla A y gr?fica n?mero 1 (zarzuelas por actos y a

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


146

SUSAN E. BRYAN

Ellos mandan y los otros espect?culos obedecen. Nos dan lo que quieren, como lo quieren y cuando lo quieren. Pues la zar zuela nos tiene ahitos, zarzuela para todas las temporadas, zarzuela noche a noche. Alejan al drama, le dan por c?rcel el Nacional o lo destierran al Arbeu. Pertenecemos a las tandas, nos lo han impuesto. Los Arcaraees han establecido su nego cio; son monopolizadores, due?os absolutos del p?blico, des pejados de rivales, asesinos del buen gusto, seguir?n en el Prin cipal.52

Pero la tanda no s?lo llev? la zarzuela a su auge, sino que transform? su forma y estructura. Siguiendo la evoluci?n del

g?nero chico espa?ol, e influida por el teatro popular mexi cano de los jacalones, a fines del siglo la zarzuela empez? a deteriorarse en una forma teatral de proporciones tan reducidas y endebles que se le bautiz? con el nombre de "g?nero ?nfimo9';

De poco tejido argumentai, s?lo se compon?a de canciones sueltas o cupl?s, con letras picantes, bailes m?s o menos las

civos y m?sica chabacana.58 Luis G. Urbina lament? que:

... seguir?n hasta el fin del mundo las zarzuelas chicas, las toscas, las ins?pidas, las insultantes, nosotros tambi?n seguire mos acostumbrados a oir equ?vocas soeces, coplas obscenas y versos claudicantes.54

Para las clases med?as y altas de la sociedad, asiduas al teatro "culto", la introducci?n de la tanda significaba la inva si?n masiva de algunos de "sus" teatros por un p?blico popu lar, cuyos h?bitos sociales no coincid?an con los suyos, en tanto

que para los empresarios, el teatro se transform? en uno de los negocios m?s lucrativos. Para el obrero, el artesano y el jornalero con medio real en la bolsa, la tanda no s?lo repre* sentaba una diversi?n barata ?esa ya la ten?an en los jacalo

nes?, sino que constitu?a un s?mbolo de status social. E? 52 Vid. "Los Arcaraz", en Urbina, 1963, pp. 145-151.

s? De la Vega, 1954, p. 25.

s* Urbina, 1963, p. 151.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


TEATRO POPULAR Y SOCIEDAD

147

efecto, la tanda en gran medida disolvi? la antigua divisi?n entre el teatro culto y el teatro popular. Es en esta coyuntura social y art?stica que este g?nero empieza a florecer. LOS INICIOS DEL G?NERO CHICO MEXICANO

A fines de 1902, hab?a en la capital cinco teatros que pre sentaban zarzuelas de g?nero chico: el Principal, el Riva Pa lacio, el Mar?a Guerrero, el Apolo y el Guillermo Prieto.55 Entre 1900 y 1910, la zarzuela lleg? a su m?ximo auge; de trescientas zarzuelas presentadas entre 1888-1899, m?s de qui nientas trece llegaron a presentarse entre 1900-1910, con la zarzuela en un acto representando un 88%. En cambio, el dra ma constituy? en estos a?os solamente el 17% de toda repre sentaci?n teatral mientras que la comedia y la zarzuela en general formaron cada uno el 36% del total.50 Debido a que la demanda de zarzuelas en un acto excedi? la oferta de las obras tra?das de Espa?a, por primera vez, el autor mexicana comenzaba a participar activamente en la producci?n teatral tradicionalmente monopolizada por extranjeros. Esta situaci?n

llev? a la producci?n febril de obras nacionales que se pueden considerar como el verdadero inicio del g?nero chico mexica no.'7 En el repertorio escrito entre 1900-1910, se encuentran dos fQrmas importantes: la frivola o sical?ptica, y la costum brista. Una tercera forma la de la revista pol?tica, que caracteriza

al g?nero chico mexicano durante la Revoluci?n, no aparece abiertamente hasta despu?s de la ca?da de Porfirio D?az.

La sicalipsis Condenada por los moralistas e intelectuales, y desde?ada por los cr?ticos de teatro, la obra sical?ptica constituy? la forma r'5 Reyes de la Maza, 1972, p. 146. r,G Vid. tabla A y gr?fica n?mero 1 (zarzuelas por actos y a?os). 57 Entre 1888 y 1899 se produjeron 36 obras mexicanas en com paraci?n con 177 durante el per?odo 1900-1910. Vid. gr?fica n?mero 2

(zarzuelas mexicanas por a?os).

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


148

SUSAN E. BRYAN

m?s vital y popular del incipiente g?nero chico mexicano. Estas obras, escritas con motivos mercantiles sin ninguna pretensi?n literaria o art?stica, encontraron sus pautas en el teatro ?nfimo

espa?ol y en el teatro popular mexicano de los jacalones. Mu chas veces se escrib?an en una sola noche, y se representaban normalmente no m?s de una semana; estas obras sical?pticas se ofrec?an dentro del ambiente frivolo y frecuentemente escan

daloso de las tandas, cuyo eje central lo constitu?a el teatro Principal. En 1902, la administraci?n del Principal ya hab?a pasado a las hermanas Moriones, famosas ex-tiples, viudas y sucesoras

de los hermanos Arcaraz que decidieron celebrar la cent?sima representaci?n de la zarzuela Ense?anza libre con los papeles cambiados, es decir, con los hombres actuando los papeles de las mujeres y viceversa. Aunque esta convenci?n teatral no representaba ninguna novedad, puesto que era una vieja cos tumbre del teatro espa?ol, la desafortunada selecci?n coincidi?

con otro hecho.

Unos meses antes, la polic?a hab?a descubierto en una casa particular un baile de homosexuales y arrest? a cuarenta y un individuos, envi?ndolos a realizar trabajos forzados a Yu cat?n. En marzo de 1902, fueron arrestados dos escandalosos homosexuales apodados "la bigotona" y "el de los claveles do bles". Por primera vez el tema se comentaba mucho entre las familias y en los diarios.58 Al enterarse de los planes de las hermanas Moriones, la prensa puso el grito en el cielo, . .. calificando aquel espect?culo de repugnante, insultando a los actores, a la empresa y al p?blico, y diciendo que el cinismo de las Moriones hab?a llegado a su colmo puesto que se ensa yaba una zarzuela de autores mexicanos intitulada precisamente Los cuarenta y uno.r'9 Las hermanas Moriones, para evitar un posible viaje a Yucat?n, 58 Reyes de la Maza, 1972, p. 143 y Gonz?lez Navarro, 1973,

p. 410.

59 Citado por Reyes de la Maza, 1972, p. 143.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


teatro popular y sociedad

149

nunca volvieron a presentar obras con temas de homosex les; sin embargo, no dejaron de provocar esc?ndalos. En noviembre de 1907, la empresa Arcaraz hab?a cont tado a una guapa tiple espa?ola de nombre Mar?a Conesa. S estreno en La gatila blanca la llev? a la popularidad inmed ta; dando al p?blico tand?filo lo que quer?a, noche a noch fue aumentando la dosis de cupl?s con doble sentido. A po semanas de presentarse la Conesa en el Principal, un pud bundo inspector de teatros se atrevi? a multar a la tiple p cantar un cumple demasiado indecente. Al d?a siguiente a reci? en los diarios una carta firmada por admiradores en que se informaba a los inspectores que toda multa que se

levantara a la tiple ser?a pagada por los tand?filos. No obstante la multa, poco despu?s se estrenaron dos obras

mexicanas, La alegre trompeter?a y El Tenorio feminista, lificadas ambas como "mamarrachos indecentes".01 Aunq pocos libretos de estos a?os han sobrevivido, por lo menos

t?tulos ofrecen alguna idea de su contenido^ Entre muchas obr

t?tulos como Agencia de matrimonios, A vuelo de p?jaro, baile de do?a Petra, El beso, El cabaret de Diavolina, El tin

ran el?ctrico, Crudo invierno, De M?xico a Venus, Los efectos

del p?jaro, King-Kong, Kimbal sal?n, M?xico en cinta, Noc

de amor, La honda c?lida, El proceso del amor, El proceso de l tanda, El proceso del camote y Segundas nupcias parecen tene un car?cter marcadamente atrevido y sexual/2

En un tratado contra el g?nero chico mexicano, el act nacional Ricardo del Castillo lo calific? como el "holocaust de la pornograf?a. All? se?ala que

. . la tendencia de las obras mexicanas es marcad?sima, los autores son cada vez m?s atrevidamente inmorales, las tiple m?s desenvueltas, los c?micos m?s desvergonzados y los p?

G0 Reyes de la Maza, 1972, p. 153; Olavarr?a y Ferrari, 1961 pp. 2981-2985. ci Olavarr?a y Ferrari, 1961, p. 2986. 02 Vid. ?ndice de obras, en Reyes de la Maza, 1968.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


150

SUSAN E. BRYAN

blicos m?s exigentes. Las primitivas formas del g?nero chico, que encerraban innumerables bellezas, se han perdido. La frase burlesca convirti?ndose en la desverg?enza; a la copla senti mental sustituy? el complet indecentemente franco; y al baile, cuya sola esencia bastaba para su aplauso, sucedi? el baile in

decoroso que s?lo persegu?a la exhibici?n de formas m?s o

menos discutibles.63

A pesar de la frecuente cr?tica lanzada por la prensa en contra de las obras sical?pticas, el r?gimen de D?az tuvo una actitud bastante benigna hacia el teatro frivolo. Visto como un mecanismo de control social, el teatro de tandas represen taba un desahogo importante para el obrero que trabajaba de diez a catorce horas diarias y que s?lo ganaba alrededor de un

peso. A eso se puede a?adir que la revista pol?tica, en tre

menda boga en Espa?a, fue la ?nica forma de g?nero chico es pa?ol que no se implant? en M?xico en estos a?os. Mientras que el r?gimen toleraba la "inmoralidad" en el teatro, no per mit?a la menor cr?tica pol?tica. Aun as?, hab?a cierta cr?tica social que se expresaba en las obras costumbristas. EL COSTUMBRISMO

A pesar de la supremac?a del teatro frivolo y sical?ptico, hubo varios intentos de mejorar la calidad de las obras pre sentadas. A principios del a?o de 1902, se hizo necesario es tablecer una Sociedad de Autores Mexicanos semejante a la que

exist?a en Espa?a. Su objeto era proteger los derechos de autor

contra el plagio de las empresas extranjeras y la invasi?n del g?nero chico cuyo centro de gravedad ya era el teatro Prin cipal. Para esto, a iniciativa de Juan de Dios Peza, el 15 de enero de 1902 se reunieron varios autores dram?ticos en el escenario del teatro Arbeu.04

Ese mismo a?o de 1902, el Ateneo Mexicano intent? crear un teatro popular que llevara a las masas un espect?culo culto, 63 Castillo, 1912, pp. 31, 40, 143. 64 Maga?a Esquivel, s.f., p. 372.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


TEATRO POPULAR Y SOCIEDAD

151

al que supon?a que no asist?an por falta de fondos o por la prostituci?n del gusto causado por el g?nero chico. Se nombr? presidente honorario del Ateneo a Justo Sierra, pensando que su influencia como ministro de Instrucci?n P?blica y Bellas Artes permitir?a obtener de Porfirio D?az una subvenci?n para el teatro popular/5 Aunque ?sta nunca se logr?, m?s tarde, en 1906. Justo Sierra convoc? a un concurso de dramas y come dias para autores nacionales. La Secretar?a de Instrucci?n P? blica design? al teatro Arbeu para el estreno de las obras pre miadas* Sin embargo, esas obras no tuvieron ?xito y el p?blico no volvi? a creer en concursos patrocinados por el gobierno.66 A pesar del fracaso de las obras premiadas, s? se alent? la producci?n de obras costumbristas que buscaban en este g?nero una expresi?n de valores nacionales. Las obras que se escrib?an, si bien segu?an la estructura de la zarzuela espa?ola, escenificaban paisajes y trajes regionales, tipos populares y problemas sociales nacionales. Por esto, la forma costumbrista nos ofrece una verdadera "estampa documental" para la his toria social del per?odo. An?lisis de obras costumbristas A trav?s de las obras que se han escogido para este an?li sis,07 se pinta un mundo intensamente preocupado por el status

social. Siguiendo el estilo costumbrista de la zarzuela espa ?ola, los autores mexicanos sacaban a la escena los tipos so ciales m?s representativos de la ?poca: el charro, el aguador, la china poblana, el l?pero y el pelado. Estos personajes es tereotipados forman parte de toda una tipolog?a de clases so ciales que abarca tanto la sociedad rural como la urbana. En muchos casos, los argumentos se construyeron alrededor del problema de la movilidad social que toma tres formas principa

les de ascenso: por el matrimonio, por la educaci?n y por el 65 Reyes de la Maza, 1972, pp. 142-143. 66 Reyes de la Maza, 1972, pp. 142-143. ?7 Libretos localizados en el Instituto Nacional de Bellas Artes.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


152

SUSAN E. BRYAN

enriquecimiento. Como el matrimonio representa la v?a m?s dram?tica y rom?ntica del ascenso social, las parejas "dispare jas" y los matrimonios entre miembros de diferentes clases so ciales frecuentemente desempe?an un lugar central en la acci?n. Pero la imagen de la sociedad porfiriana reflejada en estas estaba influida por la perspectiva socio-cultural de sus autores.

La mayor?a de ellos eran periodistas que se dedicaban, a la vez, a escribir para el teatro. Faltando la posibilidad de una cr?tica pol?tica directa, muchos de estos autores se lanzaron a la cr?tica social, a veces disimulada a trav?s del humor. La desigualdad social, la corrupci?n del gobierno, la injusticia y las convenciones sociales eran frecuentes motivos de la s?tira e incluso de la parodia. Aunque los autores expresaban una preocupaci?n por la cuesti?n social y criticaban el sistema exis tente de clases, sus valores, su ideolog?a y su perspectiva social pertenec?an a la cultura dominante.

Los tipos populares que pueblan las escenas de las obras costumbristas, m?s que representaciones aut?nticas de indivi duos, son estereotipos sociales, a veces romantizados, enbelle cidos o idealizados, que reflejan los valores de los autores y su visi?n social del mundo. Representando una imagen del campo, desfilan por la escena peones y campesinos humildes, hacendados autoritarios y orgullosos y aun "payos" enriqueci dos que llegan de visita a la capital. El siguiente di?logo de En la hacienda (1906), de Federico

Carlos Kegel, presenta un cuadro de la relaci?n social que se esperaba entre un pe?n y el patr?n de una hacienda: (con sombrero en mano, rasc?ndose la cabeza como lo hacen cuando no encuentran la manera de empezar a hablar.)

Pe?n? Pos amo. .. yo quisiera avecinarme con la buena per sona de su merc?. . .

Don Juli?n? ?D?nde has trabajado? Pe?n? Pos amo. .. ah? no m?s. . . donde le dicen La Can tera, con el amo Don Piridi?n. ..

Don Juli?n? ?Y por qu? te saliste? Pe?n? Pos no, no hubo ni un s? ni un no. . . pos yo pa que he de decir, nom?s que yo dije, voy a ver el amo This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


TEATRO POPULAR Y SOCIEDAD

153

Don Juli?n y yo le servir? con mi mal trabajo, yo... pos ver? sus cosas como su jueran m?as y me opondr? a lo que me manda. .. Don Juli?n? (a los dem?s). Este ha dicho las tres verdades: ver? mis cosas como si fueran de ?l; me servir? con su mal trabajo y se opondr? a lo que yo mande...

En Chin-chun-chan (1904), con letra de Jos? F. Elizondo, encontramos un retrato de un par de payos ricos que llegan a la ciudad a pasear y hacer compras. Recientemente enriqueci dos, est?n ascendiendo la escala social y se imaginan vestidos de burgueses: Ladislao? Si quieres, que te sirvan otro helao. Eufrasia? Estoy que ya reviento, Ladislao. Ladislao? Pos pide, si apeteces, un mist?. Eufrasia? Mejor unos huesitos con caf?. Ladislao? Si los de Chamacuero nos miraran. Eufrasia? Con tanta boca abierta que quedaran. Ladislao? Que chula y que resuave que te ves. Eufrasia? T? a m? te me afiguras un marqu?s.

Ladislao? Ya t? ver?s, al rato que me pongo lo dem?s; mi leva y mis zapatos de charol y una bomba brillante

como el sol. Eufrasia? Yo, yo tambi?n, de fijo que me voy a ver muy bien con guantes y con naguas de surah y una mantilla verde y encarna.

En ambas obras se manifiesta la imagen peyorativa que tiene el capitalino de la gente del campo. Los campesinos son ignorantes, no saben hablar y, en el ?ltimo caso, se vuelvan todav?a m?s rid?culos cuando intentar imitar las costumbres refinadas del medio urbano. Formando la otra cara del espectro social, los tipos urbanos comprenden a los l?peros, las sirvientas, al obrero fabril, tipos

de las clases medias, al burgu?s y a los de "sangre azul". Con trastando con los campesinos, los tipos populares de la ciudad son listos, ma?osos y abusivos. Por un lado, las criadais se ca racterizaban por sus "robos rateros, respuestas altaneras, es

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


154

SUSAN E. BRYAN

capadas en los d?as de verbena, deficiencias o torpezas en el servicio; pero afecto, abnegaci?n, cumplimiento del deber, ni pensarlo siquiera".68 Efectivamente, la sirvienta en El reporter

(1903) nos canta, en versos de Mariano S?nchez Santos, Soy una gatita

muy viva, muy viva tan ejecutiva como servicial.

Cada vez que salgo, Cada vez que puedo, Con algo me quedo por lo regular... Son las sisas m?s precisas, que el salario y la raci?n,

porque aquellas sin querellas

dan botitas de charol.

Por otro lado, el obrero fabril no sale mejor retratado. En la verbena de Santa Rita (1902), su autor Vicente A. Ga licia, presenta una imagen de la "t?pica" familia obrera vista por el patr?n de una f?brica. Don Francisco dice: ... el padre, seg?n s?, es obrero, pero no trabaja; alg?n ebrio consuetudinario, de esos que no podemos admitir en los ta

lleres ... la hija, una de esas locuelas que por el dinero lo

sacrifican todo, y el hijo un pillete holgaz?n, alg?n raterillo que

trae lo que puede. .. y como puede. Gracias a que la madre

no existe. . . esta es una familia de las que no "tienen madre".

Sin embargo, el autor nos obliga a ver las cosas desde el punto de vista del obrero, quien atribuye su pobreza a las condiciones sociales y a la insensibilidad y maldad del patr?n. 68 Citado por Gonz?lez Navarro, 1973, p. 392.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


TEATRO POPULAR Y SOCIEDAD

155

El obrero fabril explica que mientras trabajaba en la f?brica de Don Francisco, un d?a, por un descuido del maquinista, la caldera estuvo a punto de estallar; el obrero se precipit? hacia ella, abri? las v?lvulas y conjur? el peligro, pero, desgraciada mente, una rueda del engranaje le cogi? la camisa y el pobre infeliz cay? entre la maquinaria, tritur?ndose el brazo. Desde el principio el patr?n se neg? a darle dinero para su curaci?n y el obrero qued? sin el uso de su brazo.69 Sin poder trabajar,

?l y su hijo viv?an del trabajo de su hija quien era costurera. En el siguiente pasaje, el obrero defiende su honradez y la decencia de su familia, a pesar de su aspecto: Soy pobre; mientras pude, lo eduqu? (refiri?ndose a su hijo) en el mejor colegio; qued? inutilizado, no pude trabajar, fui mos bajando de esfera, y el pobre no puede recoger m?s que lo que dejan los que son de clase, es decir, de su facha. ..

Aqu? se yuxtaponen dos im?genes del obrero que frecuen

temente se encuentran en las obras costumbristas. Por un lado, existe el estereotipo de la clase obrera entregada al vicio, irres

ponsable e inmoral y, por otro lado, se ve el concepto del "pobre pero honrado". En la verbena de Santa Rita, Galicia nos ense?a que los valores de la honradez y decencia son las armas del obrero que aspira a mejorar su posici?n social a pesar de las condiciones desfavorables en que se encuentra. La idea del autor, de que son las condiciones socio-econ?micas y no el individuo las que determinan el status social, est? ir?ni camente expresada en la obra por un ebrio: Los pobres, esto tomamos; los ricos, cognac o tinto todos con licor distinto sin querer nos embriagamos

El que goza en sociedad

69 Los accidentes industriales y la responsabilidad de las empresas de pagar gastos m?dicos constituyeron un importante problema jur?dico a

principios de siglo. Vid. Gonz?lez Navarro, 1973, pp. 290-294.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


156

SUSAN E. BRYAN de dinero, fama y nombre, ?con qu? se embriaga?, pues hombre con copas de vanidad. Para m? el mundo es igual ?qui?n eso no me concede? el que no (hace adem?n de tomar) es porque no puede.

A pesar de que en estas obras existe la noci?n de que son las condiciones sociales y econ?micas las que moldean y deter minan la situaci?n humana, en muchos casos el argumento central se desarrolla alrededor de la lucha individual de supe rarse. En la lucha por ascender la escala social, se destacan las ya mencionadas v?as de movilidad social: casamiento, riqueza y educaci?n. En algunas obras los protagonistas logran supe rarse y en otras sus esfuerzos se ven frustrados.

En La verbena de Santa Rita, la hija del obrero fabril acaba cas?ndose con el hijo del patr?n, y en Sangre Azul (1907), de Benjam?n Padilla, la mam? de la protagonista quiere

que su hija se case con un rico, lo cual permitir?a que toda la familia se relacionara con un escalaf?n mejor de la sociedad. En El reporter, la hija de un banquero determina casarse con un reportero, y explica su decisi?n diciendo que las ricas deben hacer felices a los hombres pobres cuando son honrados y tra

bajadores, mientras los ricos deben proceder de igual manera respecto de las j?venes virtuosas y diligentes. A pesar de ello, el "pobre pero honrado" no siempre vence

las condiciones sociales y econ?micas. En Sangre azul, al "po bre pero decente", se le niega la oportunidad de casarse con

Cuca ?la chica que ama? porque su familia la detiene

con mejores expectativas matrimoniales. El personaje expresa su resentimiento y frustraci?n diciendo,

Soy muy pobre y mi misma pobreza me obliga a huir para no estorbar su porvenir... Pero antes de romper todo v?nculo, quiero demostrarle que todos esos de sangre azul a los cuales quiere usted pertenecer, no son sino unos ego?stas... que ha lagan al que tiene dinero, y al que no, lo pisotean y lo despre

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


TEATRO POPULAR Y SOCIEDAD

157

cian... Quiero demostrar a usted, que hay m?s nobleza en el

pecho desnudo; en el pecho honrado y leal del obrero. Lo ver?, y entonces sabr? lo que vale el amor... esa cursi canci?n

de los pobres!

En El reporter, la situaci?n de un pobre pero honrado que intenta superarse es planteada en forma sat?rica por S?nchez

Santos. Despu?s de haber salvado a la hija de un banquero de una ca?da en la calle, Justino, el joven, pobre pero honrado,

es llamado a la casa de la se?orita. Despu?s de obsequierle un reloj de oro para expresar su gratitud, Victoria, caracterizada como la burguesa liberal ilustrada, escucha con gran inter?s a Justino quien platica de su vida y sus planes para el futuro. Justino? Se?orita, yo soy presunto candidato para diputado suplente al congreso de Obreros.

Victoria? Lo celebro: es positivamente honroso que Ud. re presente a las benem?ritas clases productoras, en ese

n?cleo tan simp?tico que trata de poner en salvo

tan sagrados derechos. Justino? Se?orita, yo soy muy afecto a la m?sica; toco el tri?n gulo en el teatro de Invierno, y tengo el proyecto

de estudiar ret?rica para ser periodista, poeta y literato.

Victoria? Sublime! Difundir la ilustraci?n de las masas, de fendiendo los fueros sociales contra las amenazas del Poder: cantar a la virtud y a la belleza en odas, oraciones; arrobar desde la tribuna con una fraseo log?a brillante y dominar a todo un parlamento con la potencia de la palabra.

Despu?s, alentado por el entusiasmo de Victoria, Justino se enamora de ella y se atreve a proponerle matrimonio. Sor prendida, Victoria sofoca una carcajada cubri?ndose la boca

con su pa?uelo. La declaraci?n le parece risible y no hace ning?n caso. En cambio, s? piensa en casarse con Eduardo, otro "pobre pero honrado" quien, a diferencia de Justino, tiene

una educaci?n letrada y trabaja como periodista para finan ciar su carrera de ingenier?a. Aunque la liberal e ilustrada

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


158

SUSAN E. BRYAN

Victoria prescinde de casarse con alguien de su misma con dici?n econ?mica, jam?s se casar?a con alguien que tuviera un nivel inferior de educaci?n, mostrando as? los l?mites de su filosof?a liberal.

Obviamente, el dinero o enriquecimiento es la otra v?a

de ascenso social. Los payos ricos Ladislao y Eufrasia de Chin-chun-chan tienen dinero para ir en tren "Pluman" (pulman), y para tomar vino de "San Germ?n". Eufrasia, en su ignorancia de las costumbres burguesas, pregunta "?y para qu? el vino?". Ladislao responde, "Pos no ves que dicen que es rete g?eno pa cuando salen del cuidao". La implicaci?n es

obvia: el dinero no puede comprarlo todo, como indica el

pap? de Cuca en Sangre azul:

Don Pancho ? Vaya. . . vaya. .. vaya. .. Esto s? que est? chistoso.. . Fig?rate nom?s que el hijo del Marqu?s de

Tecolotl?n se va a Europa a perfeccionar sus estudios. .. (se r?e). Estos s? que ni la burla perdonan. .. ! Est?n cre yendo que s?lo con ir a Europa los idiotas se convierten

en eminencias... (m?s risas)... tambi?n entre los ricos

; hay personas capaces de descubrir la p?lvora ... sin humo. Ah? tienes, por ejemplo, a los muchachos Mart?nez Cadera: fueron a estudiar de una manera cient?fica y concienzuda

la siembra y cosecha del fideo y el tallar?n... (burl?n). Cierto es que ahora est?n sembrando chile verde, pero es porque las tierras no se prestaron para el fideo. Si es como ellos dicen: "Hay tierras en que no se puede sembrar m?s

que chile.

Detr?s de la burla a los nuevos ricos y la educaci?n cient?fica

con que se adornan, se vislumbran los valores de la clase media: estudio y trabajo. Su autor, Padilla, nos hace ver que el dinero en s? no logra disfrazar al inculto ni disimular la ignorancia.

Es interesante resaltar que estas obras se escribieron du rante una ?poca en que la clase media sufr?a grandes e im portantes bajas en su nivel de vida. En los ?ltimos a?os del siglo xix y primeros del xx, al agudizarse el desajuste entre This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


TEATRO POPULAR Y SOCIEDAD

159

precios y salarios, era m?s dif?cil para la clase media sostener

sus h?bitos de consumo. Aunque la prensa oficiosa pregonaba la prosperidad y progreso de la naci?n, la carest?a y el alza sos

tenida de los precios de los alimentos amenazaban el nivel de vida de este sector. La soluci?n, coment? un diario con sar casmo, era que la clase media cambiara la levita por el calz?n blanco.70 Aunque las obras costumbristas reflejan la preocupaci?n que sent?a la clase media por su posici?n social y a pesar de manifestar la tensi?n que viv?a, los autores segu?an proyectando

la imagen de la clase media manejada por el Estado. Descrita como "infatigable", la clase media se ve?a como el elemento activo de la sociedad y el sost?n de las instituciones demo cr?ticas. Y aunque los autores comprend?an la condici?n hu mana como resultado de factores sociales y econ?micos, con sideraban que la lucha por superarse se arraigaba en el esfuerzo individual.

A pesar de que la cr?tica generalmente se limitaba a cues tiones sociales, en las postrimer?as del r?gimen de D?az ?sta se agudiz? y adopt? en ocasiones un tono m?s pol?tico. En la hacienda se hizo una cr?tica directa al derecho de pernada mientras que se cuestionaba la relaci?n de explotaci?n entre pe?n y hacendado. En la obra, Manuel, el sobrino del hacendado Don Fran cisco, pasa el verano en la hacienda de su t?o. Estudiante en la Facultad de Leyes de la ciudad de M?xico, Manuel es carac terizado como el joven liberal con ideas nuevas sobre la cues

ti?n social. Al llegar a la hacienda, ?nicamente ve el lado

buc?lico y rom?ntico del campo:

... Vi, al pasar, tendidos en desorden sobre la tierra gris, grupos pintorescos de trabajadores que almuerzan libres de cuidados, felices y contentos cerca del surco reci?n abierto que huele a fecundidad; que huele a vida, vi caras alegres y cuer por robustos. Y compar? la vida que llevan estos campesinos con la existencia artificial en las ciudades donde el cuerpo se 70 Vid. Gonz?lez Navarro, 1973, pp. 387-393.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


160

SUSAN E. BRYAN

yergue 'merced a t?nicos y brebajes. All? se siente la lucha por la existencia; aqu? la alegr?a de vivir.

Despu?s de pasar el verano en la hacienda y de haber visto la manera como se trataba a los peones, Manuel concluye que "en medio de los campos existe una inmensa masa de seres humanos que arrastran su dolor y su miseria sin esperanza de redenci?n". Reclamando a su t?o por la autoridad absoluta con que reg?a sobre sus peones, Manuel exclama, ?Que con qu? autoridad? No con la tuya, autoridad mentida Que chupa de los parias el trabajo

Y les impone un yugo Y les destroza el alma!

?Qu? con qu? autoridad?

No con la tuya, que pesa Como losa de sepulcro

Sobre el encadenado pensamiento

Del miserable pe?n...

Del miserable pe?n que no ha tenido Tras siglos de martirio, Una mano leal que lo levante, Una idea dentro el alma que le gu?e Y un rayo de raz?n sobre su frente!

La obra de Kegel caus? gran impacto y tuvo muchas repre sentaciones, adem?s, como no acusaba directamente al r?gi men porfirista, no fue objeto de censura. Empero, otras obras

como Sangre obrera (1906), cuyo tema era la huelga de Cananea, y Rebeli?n (1907), que toc? el de la explotaci?n

maya, fueron censuradas. El autor de esta ?ltima, el periodista

Lorenzo Prosado, fue obligado a salir del pa?s. Otra obra, M?xico nuevo de Carlos M. Ortega y Carlos Fern?ndez Be nedicto, estrenada en 1909, criticaba a Ram?n Corral, y tam bi?n fue reprimida por alg?n tiempo mientras Carlos Ortega se refugiaba poco despu?s en Cuba.71 Solamente despu?s de 71 Anaya, 1966; Prida, 1960, p. 9; Su, 1979, p. 125.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


TEATRO POPULAR Y SOCIEDAD

161

la ca?da de D?az se lleg? a presentar abiertamente la revista pol?tica, que ser? la tercera forma importante del g?nero chico mexicano.

Conclusiones El teatro de la ?poca porfiriana, considerado como una pr?ctica social de gran importancia, constituye una fuente im portante y poco explorada de las condiciones socio-econ?micas

de este per?odo. La introducci?n de la tanda en 1880 revela a una clase dominante que se encuentra imposibilitada para mantener la exclusividad de su vida cultural. Respondiendo a nuevas exigencias provocadas por los procesos de urbanizaci?n e industrializaci?n que crearon nuevas relaciones sociales y condiciones de vida familiar, los empresarios, en b?squeda de ganancias ?ptimas, extendieron y diversificaron su mercado hacia las clases populares que constitu?an un nuevo e impor tante grupo de consumidores.

Las tandas ofrec?an al obrero y artesano una diversi?n barata y conveniente despu?s de su larga jornada de trabajo. Adem?s, frecuentar a las tandas del Principal o del Nacional denotaba un s?mbolo de status. Dentro de la lucha cotidiana

por ascender la escala social ?tan claramente ilustrada en las obras costumbristas? el pelado pod?a comprar, con su bo leto de medio real, no s?lo una distracci?n importante, sino que adquir?a el derecho a cruzarle! umbral de un nuevo espa cio socio-cultural al cual antes le estaba vedada la entrada. Sin embargo, el nuevo p?blico no se conformaba a los patrones de comportamiento establecidos, ni buscaba una forma de refi

namiento cultural; en franco desaf?o a las establecidas reglas sociales de la cultura dominante, se impon?a con los propios modales de su medio, expres?ndose con los gritos, risotadas y majader?as tan caracter?sticos de los jacalones. Aunque lo graban "codearse" con las altas capas de la sociedad, al mismo tiempo se opon?an a la clase dominante, haciendo burla de sus privilegios, costumbres, valores morales y su supuesta exclusi

vidad. De tal manera, no es errado decir que el fen?meno This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


1%\

Otros

3%

2%

23

37

16

26%

12 3 4 Total

300

2%

36%

513

Zarz uela

TEA TRO L?RICO

4% Opera

57 8%

Opereta

5%

71

56 Tabla A Producciones teatrales por g?nero y por a?o

191

436

256 30%

33%

36%

39%

38%

37%

Comedia

504 17%

22%

Datos obtenidos de los ?ndices de Luis Reyes de Drama

Total

A?os

171

196

245

243

519

673

1128

1411

1873 - 1879

7 a?os1880 - 1887

1888 - 1899

8 a?os

12 a?os1900

11 a?os

- 1910

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


100

90

.88%

80 70

.69%

60 .50%

50 .43%

40

Gr?fica 1

Datos obtenidos de los ?ndices de Luis Reyes de la Maza, 1963, 1964, 1965, 1968,

.35%

Zarzuelas por actos y a?os (porcientos)

_30% _30

.26%

20 .13%

.13%

10

.6%

.1%

1 acto2 actos3 actos4 actos

1873

a1879

.2%

.003%

4 actos 1 acto 2 actos3 actos

3 actos4 actos 1 acto 2 actos

1880 a1887

1888 a

1899

.6%

L .002% 1 acto2 actos 3 actos 4 actos

1900

a1910

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


Zarzuelas mexicanas por a?os (n?meros absolutos)

Gr?fica 2

1873 1880 1888 1900 1879 1887 1899 1910 o '-1-1-1-1?

aaaa Datos obtenidos de los ?ndices de Luis Reyes de la Maza, 1963, 1964, 1965, 1968.

200 t

150H

100 H

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


TEATRO POPULAR Y SOCIEDAD

165

de la popularizaci?n del teatro podr?a ser interpretado como un desaf?o social.

A pesar de ello, desde el punto de vista del Estado, las tandas cumpl?an una valiosa funci?n como medio o instrumento de control social. Al mismo tiempo que constitu?an una v?lvu

la de escape, contribu?an al mito de la movilidad social sin poner en peligro las relaciones de poder existentes. Contras tando con el teatro obrero, el teatro frivolo en esta ?poca nunca intent? crear conciencia en los grupos populares. A?n las obras costumbristas, con su cr?tica social, nunca plantea ron soluciones pol?ticas al dilema de la injusticia social. Sin duda, los autores reconoc?an la importancia determinante de las condiciones sociales y econ?micas, pero la lucha social ?nicamente se conceb?a en forma individual y no en t?rminos

de clase.

Con la ca?da del r?gimen porfirista, el Estado perdi? el control sobre el teatro frivolo y en el a?o de 1911 apareci? abiertamente la revista pol?tica. Si bien es indudable que la s?tira pol?tica caracteriz? al g?nero chico mexicano a lo largo de la Revoluci?n, la sicalipsis y el costumbrismo no perdieron su importancia original. Es preciso pues, hacer resaltar que el teatro popular de g?nero chico no empez? con la Revo luci?n Mexicana, sino que tiene una larga trayectoria que se remonta al siglo pasado. Si no se logra entender bien el fe n?meno de las tandas, que llev? al teatro a su masificaci?n y comercializaci?n, el g?nero chico mexicano, como expresi?n de una forma de cultura popular, queda incomprendido.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


166 SUSAN E. BRYAN

SIGLAS Y REFERENCIAS AGNM Archivo General de la Naci?n de M?xico.

CPMC Colecci?n de Programas de Armando Maria y Campos, Fondo LXI-carpetas 1-13, CONDUMEX.

Libretos La verbena de Santa Rita

1902 Letra de Vicente A. Galicia y Manuel Rocha y Charre, m?sica de Marcos Tames, 1 acto.

El reporter 1903 Letra de Mariano S?nchez Santos, m?sica de Sal vador P?rez, 1 acto. Chin-chun-chan

1904 Letra de Jos? F. Elizondo y Rafael Medina, m?sica de Luis G. Jord?, 1 acto.

Sangre azul 1907 Letra de Benjam?n Padilla, m?sica de Fernando M?ndez Vel?zquez, 1 acto.

En la hacienda 1909 Letra de Federico Carlos Kegel, m?sica del maes tro Roberto Contreras, 1 acto.

Obras de la ?poca Bianchi, Alberto G.

1878 Versos, M?xico, Literaria.

Castillo, Ricardo del 1912 Teatro Nacional, M?xico, S?nchez Ju?rez.

Guti?rrez N?jera, Manuel 1974 Obras, III: Cr?nicas y art?culos sobre teatro, M?

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


teatro popular y sociedad 167 Olavarr?a y Ferrari, Enrique

1961 Rese?a hist?rica del teatro en M?xico, M?xic Porr?a. 5 vols. Urbina, Luis G.

1963 Ecos teatrales, pr?l. Gerardo S?enz, M?xico, Ins tituto Nacional de Bellas Artes.

Obras generales

Anderson, Rodney

1976 Outcasts in their own land: Mexican industrial workers 1906-1911, De Kalb, Northern Illinois Uni versity Press.

Gonz?lez Navarro, Mois?s

1973 El porfiriato: La vida social, M?xico, Hermes, H toria moderna de M?xico, iv.

Williams, Raymond

1980 Problems in materialism and culture. London, Vers

Woldenberg K., Jos?

1976 "Asociaciones artesanas del siglo xix (Sociedad d socorros mutuos de impresores, 1874-1875)", Re vista Mexicana de Ciencias Pol?ticas y Sociales, a?o XXI, nueva ?poca, No. 83, (ene.-mar.) 1976, pp. 71-112. Obras especializadas Abascal Brunet, Manuel y Eugenio Pere?ra Salas

1952 Pepe Vila: La zarzuela chica en Chile, Chile, Uni versitaria.

Anaya, H?ctor 1966 "La decadencia del teatro frivolo", en Ma?ana, 6 de agosto.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


168 SUSAN E. BRYAN Castagnino, Ra?l H?ctor 1968 Literatura dram?tica argentina 1717-1967, Buenos Aires, Pleamar.

Chase, Gilbert 1959 The music of Spain; New York, Dover.

Garc?a de la Vega, Juli?n 1954 El g?nero l?rico, Madrid, Publicaciones Espa?olas, (Temas espa?oles, 91).

Maga?a Esquivel, Antonio 1950 "La Revoluci?n y el teatro popular", en El Nacio nal, dorn. 19 de noviembre.

1970 El teatro contrapunto, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica.

s.f. "El teatro y el cine", sobretiro de M?xico: Cin cuenta a?os de revoluci?n: IV, La Cultura, M?xico,

Fondo de Cultura Econ?mica.

Maria y Campos, Armando de 1946 La dram?tica mexicana durante el gobierno del Presidente Lerdo de Tejada, M?xico, Populares. 1949 Entre c?micos de ayer: Apostillas con ilustraciones sobre el teatro en Am?rica, M?xico, Arriba el tel?n.

Mart?nez Olmedilla, A. 1961 Arriba el tel?n, Madrid, Aguilar.

Mendoza L?pez, Margarita 1982 "El g?nero l?rico en la vida de Luis Mendoza L? pez", manuscrito.

Prida Santacilia, Pablo 1960 .. .Y se levanta el tel?n: Mi vida dentro del teatro, M?xico, Botas.

Reyes de la Maza, Luis 1963 El teatro en M?xico con Lerdo y D?az, 1873-1879,

M?xico, UNAM.

1964 El teatro en M?xico durante el porfirismo, (1880 1887), T. I, M?xico, UNAM.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


TEATRO POPULAR Y SOCIEDAD 169 1965 El teatro en M?xico durante el porfirismo, (1888 1899), M?xico, UNAM. T. II.

1968 El teatro en M?xico durante el porfirismo, (1900 1910), M?xico, UNAM, T. III. 1972 Cien a?os de teatro en M?xico 1810-1910, M?xico, SEP, (SepSetentas, 61).

Reyes, Aurelio de los

1980 "Del Blanquita, del p?blico y del g?nero chico mexicano", en Di?logos, 92, mar.-abr., pp. 29-32.

Su, Margo 1979 "El teatro de revista", en Revista Mexicana de Ciencias Pol?ticas y Sociales, xxv, Nueva ?poca, 95-96, ene.-jun., pp. 123-133.

Subir?, Jos? 1945 Historia de la m?sica teatral en Espa?a, Barcelona,

Labor.

Usigli, Rodolfo 1932 M?xico en el teatro, M?xico, Mundial.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS Donald J. M ARB y : The Mexican University and the State: Student Conflict, 1910-1971. Texas A&M University Press,

College Station, 1982, 328 pp.

Pr?cticamente desde el inicio de la Revoluci?n Mexicana, la

Universidad Nacional se constituy? en un grupo de poder de primer orden., en la vida pol?tica nacional. Su trayectoria hist?rica

ha estado irremisiblemente vinculada a la evoluci?n del Estado mexicano pues, desde su reapertura en 1910, ha sido el principal centro educativo y cultural del pa?s. Como tal, la Universidad ha desempe?ado una doble funci?n frente al Estado: de un lado es la principal: instituci?n acad?mica que ha nutrido a la alta buro

cracia revolucionaria. Del otro lado la Universidad ha luchado

en contra del ?mpetu expansivo del Estado revolucionario man teniendo una posici?n de autonom?a y ha sido, en diversas oca siones, la sede de movimientos de oposici?n a las pol?ticas guber namentales. Esta relaci?n ambigua y aparentemente contradic toria nos remite a un conflicto permanente y profundo de gran significaci?n, para, comprender la naturaleza del Estado mexicano y su capacidad para enfrentar movimientos de oposici?n.

Aunque el tema de los conflictos entre el Estado y la Uni

versidad no es novedoso en la historiograf?a mexicana contem

por?nea, el trabajo de Donald J. Marby nos ofrece una nueva perspectiva no s?lo por su interpretaci?n particular de los di

versos acontecimientos que componen esta accidentada trama, sino por ser uno de los pocos estudios que se ha atrevido a en focarla como un fen?meno unitario con una coherencia propia.

En los ?ltimos a?os ha habido una profusa bibliograf?a sobre la historia universitaria. Los temas m?s populares se han referido principalmente al momento de su creaci?n en 1910, a la victoria

de la autonom?a en 1929 o a los tr?gicos sucesos de 1968. Son

contado?, sin embargo, los estudios que han intentado integrar los diversos conflictos universitarios en una trama continua. Esta tarea implica trascender los l?mites de la historia universitaria misma para incursionar en el muy escabroso tema de la relaci?n funcional entre el Estado y la Universidad.

170 This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:37 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

171

El libro de Marby no es pues una historia de la Universidad

Nacional, ni de la pol?tica mexicana, ni del activismo pol?tico

estudiantil, aunque est?n presentes elementos de todos ellos en su trabajo. El tema de esta obra es el papel que han desempe?ado los estudiantes de la Universidad en las confrontaciones con el Estado, y el esfuerzo continuo de estos por mantener la autonom?a

universitaria como s?mbolo de su independencia. El autor de Mexico's Acci?n Nacional: A Catholic Alternative to Revolution (1973) intenta vincular en la presente obra el tema del conflicto entre la Universidad y el Estado al inter?s m?s general sobre los or?genes y el modo de operaci?n de los movimientos pol?ticos de oposici?n en M?xico. Esto justifica el tratamiento extensivo de un

tema tan vasto como complejo en un periodo de m?s de sesen

ta a?os.

La preocupaci?n principal es pues la de justificar la existencia permanente de un poder aut?nomo y combativo como es la Uni versidad, frente a un Estado expansivo que penetra en toda la vida p?blica dejando un espacio muy reducido a los movimientos opositores. La primera explicaci?n se desprende del an?lisis de la Universidad como la principal instituci?n que forma al per

sonal adecuado para ocupar los puestos gubernamentales m?s prominentes o, por lo menos, los que requieren una capacidad profesional para su desempe?o. La modernizaci?n del Estado y su continuo crecimiento dependen por tanto, en buena medida, de la existencia de una universidad p?blicamente comprometida con la pluralidad ideol?gica y la libertad de ense?anza. La acep

taci?n por parte de los pol?ticos de un poder aut?nomo y muchas veces renuente a la pol?tica o al credo oficiales, se explica pues en funci?n de la lealtad de muchos pol?ticos a su alma mater, o a su convicci?n juvenil en que la pluralidad ideol?gica y el acti vismo pol?tico, en el marco de una instituci?n acad?mica, es fun cional para el sistema. De cualquier forma, la experiencia uni versitaria como elemento decisivo en las biograf?as pol?ticas e intelectuales de muchos gobernantes ?abundamente ejemplifi

cadas en el cuerpo de esta obra? otorgan a la Universidad un

espacio de tolerancia frente al poder p?blico considerablemente mayor al de cualquier otra instituci?n que intente desempe?ar alguna actividad pol?tica opositora.

La naturaleza de esta actividad y sus l?mites en el marco

del sistema pol?tico revolucionario se analizan cronol?gicamente This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:37 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


172

EXAMEN DE LIBROS

en un relato que arranca con la creaci?n misma de la Univer sidad (1910) y concluye con los violentos acontecimientos del 10 de junio de 1971, la ?ltima experiencia sangrienta de los ma nifestantes universitarios en las calles de la Ciudad de M?xico. El hilo conductor del relato es la lucha por la autonom?a que es, en ?ltima instancia, el lazo trascendental que vincula y al mismo tiempo opone a la Universidad y al Estado. El primer cap?tulo describe pues la formaci?n de la Universidad Nacional, el surgi miento de la idea autonomista y los primeros intentos de orga nizaci?n estudiantil hasta el momento en que estalla la huelga de 1929. En el an?lisis de los nexos entre la Universidad y el mo vimiento revolucionario, el autor posiblemente subestima la fun ci?n revolucionaria de la Universidad en estos a?os como parte de un movimiento de ruptura intelectual, si bien dif?cilmente com

patible con los avances de la revoluci?n pol?tica, no por ello poco trascendental para la vida cultural del pa?s. Queda muy claro, sin embargo, la dif?cil subsistencia de la Universidad en

un ?mbito de victorias militares y de apremios sociales muy

ajenos a los intereses universitarios. Se relata con gran detalle el surgimiento de las primeras organizaciones estudiantiles, su labor opositora y su imposibilidad para lograr una unidad estudiantil como base de actividad permanente.

El siguiente cap?tulo est? dedicado por entero a la huelga

universitaria de 1929 y a la primera ley de autonom?a que fue su consecuencia. El autor interpreta estos acontecimientos como el momento en que el inherente conflicto entre la Universidad

y el Estado se reconoce como tal y se institucionaliza. Marby

intenta romper el mito de que la autonom?a fue la coronaci?n de un proceso concertado de lucha por parte de las organizacio

nes estudiantiles. Nos lo relata m?s bien como un proceso un

tanto fortuito que aprovech? el gobierno para desembarazarse del conflicto universitario en un momento de crisis pol?tica del sistema. Acertadamente, Marby destaca como actor principal del su

ceso no a las organizaciones estudiantiles sino al gobierno. ?l fue quien, recurriendo a la violencia, radicaliz? y generaliz? el movimiento estudiantil; quien, despu?s de polarizarlo, decidi? el

destino de la huelga y aisl? a la Universidad del resto de las instituciones educativas del Distrito Federal. La ley de autonom?a es pues interpretada como un mecanismo del gobierno para neu

tralizar a, la Universidad como participante activo en la vida

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:37 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

173

pol?tica nacional, y para permitir a los universitarios solucionar sus disputas internamente, sin que alcancen ?stas una proyecci?n

nacional.

Este prop?sito de Portes Gil en 1929 no tuvo, sin embargo, los efectos esperados, pues la Universidad logr? crear una base interna de poder en el Consejo Universitario que proyect? nue vamente la actividad universitaria ai plano nacional e internacio

nal. La complicada trama pol?tica de los a?os del Maximato y

la radicalizaci?n ideol?gica de varios grupos cercanos al poder, exacerbaron la animadversi?n gubernamental hacia la pol?tica universitaria y condujeron a un refrendo de la autonom?a me diante la ley org?nica de 1933, ideada por Bassols y aprobada, pr?cticamente sin tr?mite, por las C?maras. Los objetivos de esta ley no eran, sin embargo, id?nticos a los de su antecesora. Esta

vez el gobierno intent? poner a prueba la capacidad de los

universitarios para salir adelante en medio de condiciones muy ad versas: la animosidad por parte de la mayor?a del gobierno, la hostilidad de los grupos de izquierda, una reducci?n dram?tica del presupuesto universitario que represent? una amenaza cons tante de bancarrota, y un status jur?dico incierto. Los aconteci mientos que condujeron a la promulgaci?n de la segunda ley de autonom?a son materia del cap?tulo tercero. El cap?tulo cuarto lo ocupa la lucha por la supervivencia. En esta parte el autor des cribe el vivido paralelismo entre la escisi?n pol?tica nacional y

las luchas intestinas en el seno de la Universidad. Se destacan aqu? las dificultades para mantener sin claudicar la autonom?a, y la fuerza que adquirieron las organizaciones estudiantiles cuan do lograron expulsar a dos rectores de la Universidad y elegir a un tercero: Luis Chico Goerne con quien se inici? un proceso de reacercamiento y conciliaci?n entre la Universidad y el Estado.

Los dos siguientes cap?tulos est?n dedicados al an?lisis de

esta nueva actitud por parte de ambos poderes y el largo per?odo

de paz que le sucedi? (1945-1961). La divisi?n entre los cap?

tulos est? demarcada por la tercera ley de autonom?a de 1945, que fue un sustento importante de la convivencia pac?fica. En este per?odo se llevaron a cabo, sin embargo, cambios importan tes que de alguna manera limitaron el activismo pol?tico de los estudiantes. Aparte de que los estatutos de la nueva ley alteraron las condiciones de la autonom?a, los rectores a partir de Chico Goerne comenzaron a utilizar a grupos de choque (porros) para

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:37 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


174

EXAMEN DE LIBROS

combatir el activismo estudiantil en momentos peligrosos. El gobierno por su parte logr? romper el monopolio universitario sobre la educaci?n superior, mediante la creaci?n de instituciones alternativas como el Instituto Polit?cnico Nacional, o por medio del Consejo Nacional de Educaci?n Superior y la regulaci?n gu bernamental del ejercicio profesional. Si bien todos estos cam bios alteraron las condiciones de la autonom?a, en cierta medida le dieron tambi?n viabilidad a la Universidad como instituci?n

nacional.

Finalmente, los dos ?ltimos cap?tulos analizan el surgimiento de nuevas tensiones entre Estado y Universidad en la d?cada de los a?os sesenta hasta el momento de la represi?n violenta de 1968 y la paulatina y dubitativa pacificaci?n hasta junio de 1971. En el relato detallado de este doble proceso de tensi?n-distensi?n, el autor logra destacar c?mo, en medio de los nuevos factores que afectaron definitivamente la pol?tica universitaria (tales como el gigantismo de la Universidad como consecuencia del acelerado

crecimiento econ?mico del pa?s, y las crecientes presiones so

ciales para democratizar a un gobierno autoritario) existen cier tas constantes en la actitud estudiantil frente a los retos del Es tado y viceversa.

Las principales conclusiones de la obra est?n precisamente

referidas a estos elementos permanentes de un conflicto siempre din?mico. Los dos momentos cruciales en la historia universitaria, las huelgas generales de 1929 y de 1968, en medio de sus gran des diferencias en cuanto al origen de los movimientos, tuvieron un desarrollo similar en tanto que ambas propiciaron una reac ci?n semejante por parte del gobierno. En los dos casos la repre si?n violenta fue lo que les dio una gran cohesi?n y unidad y lo

que les confiri? una trascendencia pol?tica nacional. Ninguna

de ambas se origin? como un movimiento aut?nticamente anti gubernamental pero el manejo pol?tico inadecuado las convirti? precisamente en eso. El Presidente de la Rep?blica siempre ha sido un elemento clave en la mediaci?n de los conflictos univer

sitarios, tanto al interior como al exterior del recinto de la Universidad, y su apoyo a los rectores ha sido decisivo para el man tenimiento de la estabilidad universitaria. El otro elemento fun damental de la convivencia ha sido la capacidad de las autorida des universitarias para impedir que los conflictos estudiantiles desborden el ?mbito de la Universidad. Marby opina que, a pesar

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:37 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS 175 de la posible solidaridad de los estudiantes con movimientos o causas extrauniversitarias, el gatillo indefectible . de la violencia

estudiantil es el asunto de la autonom?a. Es ?ste, como se de muestra a lo largo de la obra, el nexo fundamental y el m?s

expl?cito de todos los matices que ha tomado este hist?rico con flicto. De su an?lisis como elemento liberador se pueden alcan zar conclusiones fundamentales acerca de la naturaleza del sis tema pol?tico mexicano.

Francisco Arce Gurza El Colegio de M?xico

Mar?a del Carmen Velazquez: Cuentas de sirvientas de tres haciendas y sus anexas del Pondo Piadoso de las Misiones de las Californias. M?xico, El Colegio de M?xico, 1983,

338 pp.

En el pr?logo a la obra, la autora explica que se refiere a

ciertas tres haciendas del Fondo porque en el Archivo General de la Naci?n encontr? una informaci?n detallada sobre los tra

bajadores de esas haciendas. Su prop?sito lo define con las pa

labras siguientes: "No pretendo hacer una contribuci?n a la his toria de esas haciendas, sino s?lo averiguar cuantos trabajadores serv?an en ellas, en qu? trabajaban, cuanto ganaban, qu? cuentas ?es hac?an los administradores, en el a?o de 1803. Este estudio es pues 'materia ordinaria' ". El prop?sito es liftoitado y bien me desto. De acuerdo con ?l, la obra consiste en gran parte de cuadros,

varias docenas de ellos (la autora no emplea la numeraci?n

progresiva sino enumera los cuadros por separado para cada ha cienda y cada hacienda o rancho anexos). Los cuadras empiezan en la p. 144 y terminan en la p. 327, seg?n un ?ndice* detallado de ellos. Sin embargo, no se localizan luego porque en las p?ginas correspondientes falta la paginaci?n. Las primeras 141 p?ginas del libro son lo que propiamente deber?a ser la introducci?n a los cuadros. La obra se dirige principalmente a los estudiantes en general y a los estudiosos especializados. Antes de examinar en detalle This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:42 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


176

EXAMEN DE LIBROS

los cuadros, los estudiantes querr?n saber determinadas cosas como, por ejemplo, lo que fue el Fondo Piadoso de las Califor nias. La autora habla de ello en sus primeros cap?tulos, pero por si esto resulta demasiado largo, Lucas Alam?n como Ministro de Relaciones proporciona los datos b?sicos en sus informes a la C? mara de 1830 y 1831, reproducido en Obras Completas, Docu mentos Diversos, T. i, p. 219, 234 y 311ss, ?d. Jus, datos resu midos en Bazant, Los bienes de la iglesia, p. 24ss. Los estudiantes querr?n saber a?n m?s: la ubicaci?n de las haciendas y su cercan?a o distancia de las v?as de comunicaci?n existentes en 1803, pues esto influye en los precios y los salarios. Es verdaderamente una l?stima que la obra no contenga un mapa general y mapas seccionales que den mayor detalle. Por ejemplo,

si una hacienda es peque?a y alejada, sus peones (habitantes)

tendr?n poca oportunidad para conseguir alimentos y trabajo adi cional y su nivel de vida sufrir? a menos de que tengan un salario m?s elevado. Con otro ejemplo, si el clima es caluroso y h?medo, los peones pueden mejorar sus vidas con la cacer?a, cultivos pro pios, etc. Ya que la autora casi no proporciona esta informaci?n intentar? completarla aqu?.

En pripfier lugar, el t?tulo del libro habla de tres haciendas pero su fedice menciona ocho haciendas. El misterio se explica

en la p, 14: las tres haciendas son las siguientes: San Agust?n

de los Anzoles con sus anexas San Jos? de Buenavista, Cabras y

rancho 4e engorda, Ovejas Huasteca y rancho de Dolores; San Ignacio del Buey con sus anexas Carroalto, Tampugeque, Casas Viejas y San Antonio Papagayos; y San Francisco Xavier de la Baya. $u ubicaci?n aproximada se indica en la p. 16 pero me permitir? aqu? complementarla: Am?les est? al Noreste de Gua dalc?zar en el altiplano potosino; San Ignacio del Buey est? muy

cerca de Valles en la Huasteca potosina; y La Baya est? como indica la autora, en Tamaulipas, en el Departamento de Villa de San Carlos, o sea no en el sur del Estado sino bastante al

norte. No he podido localizarla. Adem?s, el Fondo tuvo la hacienda de Arroyozarco, al Norte

de la ciudad de M?xico, y la de San Pedro Ibarra, por San Felipe, en el Estado de Guanajuato. Pero el libro trata ?nica

mente de las tres haciendas norte?as.

En la tabla de equivalencias, reproducida en la p. xi, falta

el sitio de ganado mayor y menor. El mayor = 1 legua2 = 1,756

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:42 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

177

km2; el menor = 780 ha. El sitio de ganado mayor fue la unidad de superficie m?s importante en el Norte tan vac?o. Quiz?s esta

omisi?n explica el que la autora indique en la p. 11 como la superficie total aproximada de todas las haciendas del Fondo unos 918 km2. S?lo San Ignacio del Buey con sus anexas pro bablemente med?a diez veces m?s. Primo Feliciano Vel?zquez reprodujo en su Historia de San Luis Potos?, T. ni, frente a la

p. 148, un viejo plano de esa hacienda con una escala en kil?

metros y otra en leguas. La forma de la hacienda era sumamente irregular y sus l?mites en la reproducci?n no se ven muy bien, pero a grandes rasgos se puede deducir una superficie de 6-7,000 km2. (En una nota al pie de la misma p?gina dice la autora que

"seg?n tradici?n oral", recogida por un estudioso, la hacienda abarcaba 6 000 km2). San Ignacio con sus anexas era lo que des pu?s se llam? un latifundio. Lo mismo se podr?a decir probable

mente tambi?n de Am?les cuya secci?n agr?cola, Buenavista,

distaba m?s de treinta kil?metros del centro de la hacienda. Por

desgracia, no se indica el total de cabezas de ganado de pelo

y de lana, sobre todo el primero, que al parecer formaba la es pecialidad de Am?les y del cual se podr?a deducir a ojo de buen

cubero la superficie. Pero por fortuna la obra da el n?mero

total de ganados en la tercera hacienda, situada en Tamaulipas (p. 105). S?lo las ovejas sumaban m?s de 38 000 si se incluyen las "arredradas", las que fueron separadas por causas diversas. Ganado caballar y mular era menos numeroso; aun menos lo era

el vacuno. Considerando que La Baya (que tambi?n ten?a sus ranchos anexos) empleaba unos 200 obreros entre peones agr?co las, pastores, vaqueros y otros, su superficie era por lo menos cien mil hect?reas o sea mil km2. Tampoco hay datos sobre las cosechas. En fin, la superficie de las haciendas era mucho ma yor que la indicada por la autora, 20 o 30 veces mayor. A los estudiantes corresponder? examinar en detalle los cua

dros. La hacienda m?s rica era probablemente la del Buey. Se especializaba en el cultivo de la ca?a. Sin duda, ten?a tambi?n

uno o varios trapiches para fabricar el piloncillo. El cultivo de la ca?a requiere mucho trabajo; adem?s, el clima permit?a toda clase de otros cultivos, de modo que la autora registra m?s de 400 peones agr?colas en esa hacienda y sus anexas. Sin embargo,

en las listas de peones "alquilados" (= eventuales) del primer

semestre y del segundo semestre, reproducidas por separado, se

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:42 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


178

EXAMEN DE LIBROS

observa que muchos nombres se repiten, de modo que el total es bastante menor.

La autora llega a una conclusi?n importante: los trabaja

dores de las haciendas del Fondo ganaban lo suficiente para ali

mentarse relativamente bien: el ma?z que consum?an les pro porcionaba por persona tres mil calor?as, cantidad considerada

como suficiente (pp. 113-117). Los peones "acomodados" (?de planta), concluye la autora, "ten?an trabajo seguro, m?s o me nos cubiertas sus necesidades de alimento, ropa y auxilios espiri tuales y mientras no dejaran la hacienda, el endeudamiento no parec?a ser carga pesada". Estas conclusiones est?n de acuerdo con la investigaci?n reciente de otros estudiosos de algunas ha ciendas mexicanas de la ?poca colonial e independiente.

Jan Bazant El Colegio de M?xico

Carlos Guzman Bockler: Donde enmudecen las conciencias: cr?tica a la historia oficial y a la ideolog?a dominante. Cuadernos de la Casa Chata, CIESAS, M?xico, 1983. Guzm?n Bockler se propone, seg?n la "Introducci?n", romper el c?rculo vicioso mediante el cual la ideolog?a dominante genera un tipo, una versi?n de la historia que a su vez sustenta al sistema

de dominaci?n. S?lo as?, ?propone? podremos recuperar una

perspectiva hist?rica propia, libertadora. M?s tarde ?por los t?tu los de los cap?tulos? nos enteramos de que la historia y la ideo log?a que se quieren criticar son las de Guatemala (1525-1983).

Quiero confesar de entrada que estoy convencido de que la

concepci?n ind?gena de la historia (enfatizadora de los elementos repetitivos y organizada alrededor de ciclos cosmog?nicos) tiene mucho que contribuir eventualmente ai pensamiento historiogr? fico, cuyos paradigmas actuales est?n evidentemente en crisis.

Se trata m?s de una convicci?n intuitiva que de una creencia

razonada. Pero debo mencionarla porque, en principio, la escuela a la que pertenecen este autor y este libro se propone precisa mente formular planteamientos en ese sentido. De modo tal que comienzo a leer el texto con cierta espectaci?n.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:42 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

179

En efecto Guzm?n Bockler utiliza el sentido del ciclo largo de la historia aborigen para sugerir la hip?tesis de una lenta re conquista ind?gena de Am?rica, an?loga a la de la pen?nsula ib?rica entre los siglos ix y xv; tesis que resulta por lo menos sugerente.

Pero que, por desgracia, el autor no desarrolla. (El desarrollo hubiera sido de cualquier forma problem?tico. Guatemala es

uno de pocos casos excepcionales y, en la mayor?a de los pa?ses

americanos ?en especial los centroamericanos?, la reconquista

ind?gena tendr?a que ser la imposici?n de una minor?a sobre una inmensa mayor?a mestiza, que no tiene culpa de su mezcla racial y que tiene un derecho tan leg?timo a la herencia de sus ancestros como los indios puros). En realidad el autor carece de elementos informativos para desarrollar la hip?tesis y se ve arrastrado a una discusi?n ontol?gica y teol?gica del pensamiento aborigen.

No me considero competente para juzgar las especulaciones de Guzm?n Bockler sobre la superioridad religiosa del indio.

Como estudioso del hombre estoy obligado a respetar las creen cias de los pueblos del pasado y el presente mientras no provo quen un da?o comprobable a los pr?jimos. Y el paganismo meta f?sico que abandera el autor me parece en todo caso inocuo sino es que incluso consolador. Pero como historiador no puedo sino sentirme defraudado cuando, en vez de la cr?tica prometida,

empiezan a fluir ?incontenibles e incontinentes? los estereo tipos de siempre: las idealizaciones y las satanizaciones de caj?n

con las que s?lo se prolonga la vieja y caduca pol?mica de his

panismo vs. indigenismo.

Se idealiza la cultura aborigen, callando que fue tanto o

m?s opresiva de las mayor?as que la del r?gimen colonial, callan

do ?tambi?n? el hecho de que los propios documentos ind?

genas citados por el autor atestiguan los despojos de tierras por

parte de los conquistadores quiches. (Como muchos c?dices

mexicanos documentan la expropiaci?n de los vencidos por parte

de los mexicas). Olvidando en fin los mil rasgos negativos de la formaci?n social precolombina, sin los cuales no se explica la

colaboraci?n de muchos grupos ?tnicos en la conquista espa ?ola. Y se sataniza a ?sta ?ltima, haciendo a un lado el sentido de la cristianizaci?n misionera y de la legislaci?n indiana que pro teg?a el derecho ?tnico y las tierras corporativas de los pueblos, para presentar a la colonia como "una bestializaci?n de innurne

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:49 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


180

EXAMEN DE LIBROS

rabies (sic) grupos humanos" a quienes despojaba de bienes y derechos. El pasado no es claro como un espejo. La p?tina del tiempo borra a la vez que esclarece y ?en efecto? los intereses de grupos, sistemas y fuerzas sociales distorsionan lo que de la his toria llega hasta nosotros.

Pero el historiador es custodio de un conocimiento cierto que rechaza las manipulaciones caprichosas. Y los estereotipos son siempre una cortina de humo que busca ocultar la ignorancia

y la pereza. Afirmar que la violencia de hoy no es m?s que la

prolongaci?n de las guerras de resistencia a la conquista es hacer tabla rasa de las diferencias abismales entre distintas etapas del pasado centroamericano. Por lo dem?s el procedimiento tampoco

ayuda del todo a comprender el presente ?Cu?l es la violencia

reivindicadora ?por ejemplo? la de los quiches o la de los

miskitos? y, si ambas, ?qu? tienen en com?n? Insistir que la base de la colonizaci?n espa?ola fue siempre la violencia e inventar (para apoyar ese argumento) a un ej?rcito que no se form? hasta fines del per?odo Borb?n para reprimir el descontento criollo es ahist?rico e impide comprender la compleja interrelaci?n domi nador-dominado en pos de la que andamos.

As? pues el ensayo que pretende ser "revolucionario" est? ?en efecto? lleno de lugares comunes, de perogrulladas confe sas, de falsedades y de explicaciones manoseadas plagadas de

incorrecciones numerables y expresadas en una ret?rica de neolo gismos que ?por ejemplo? reivindica "una cosmovisi?n. .. capaz de aunar lo acontecimental y cotidiano con lo milenario e intem poral". Y la desilusi?n se convierte en indignaci?n a medida que el texto divaga de ese tipo de misticismo al puro y simple abraca dabra indigenista y estalla orgasmicamente en tonter?as, elevadas a la categor?a de planteamientos epistemol?gicos por las ?nfulas literarias y el ensimismamiento conceptista del autor. No hay pues aqu? cr?tica historiogr?fica valiosa. Estamos tan solo ante un verboso refrito de los planteamientos m?s elementales de Chesnaux y B?nfil Batalla, que en vez de aportar una luz india a la proble m?tica de la teor?a hist?rica, se contenta con combatir a un etno centrismo con otro. Ante una cr?tica de la historia guatemalteca que, por lo dem?s omite de su bibliograf?a a las investigaciones m?s recientes adem?s de los estudios cl?sicos de Severo Mart?nez

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:49 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

181

Pel?ez y de Murdo MacLeod, de tal forma que es imposible saber a que se llama "historial oficial". Kung fu dec?a que el estudio sin la meditaci?n es infertil, pero tambi?n que la meditaci?n sin el estudio es peligrosa. Esa ?ltima

ha sido la tentaci?n fatal de muchos antrop?logos en a?os re

cientes. Invit? a Carlos Guzm?n Bockler a estudiar la etnohistoria

de Guatemala mientras tanto recomiendo que el lector ocupado se ahorre la lectura de un texto que no debi? publicarse.

Rodolfo Pastor El Colegio de M?xico Bulletin. Society for Spanish and Portuguese Historical Studies,

Ferrum, Virginia, Ferrum College, vol. vni:2 (Junio 1983), 32 pp.

Esta revista, publicada tres veces al a?o, es el ?rgano infor mativo de la Society for Spanish and Portuguese Historical Studies,

fundada en 1969. Le interesan todos los aspectos y las ?pocas

de la historia ib?rica, cuya investigaci?n promueve. La sociedad patrocina reuniones anuales, publica este Bulletin y actualmente est? reuniendo informaci?n para hacer un directorio internacional de investigadores de estudios hist?ricos espa?oles. La revista con tiene informaci?n de inter?s para sus miembros, como mensajes de su Secretario General, las actas de sus reuniones generales, anuncios sobre reuniones futuras y unos machotes para informar sobre tesis y trabajos no terminados. M?s atractivos para los his toriadores en general son los res?menes de los trabajos presentados

en las reuniones anuales, y los proyectos de investigaci?n actuales de los miembros de la Sociedad. Como en muchas revistas, agrega unas palabras de tributo a los investigadores fallecidos. El prop?sito de la revista es publicar noticias relativas a los

estudios emprendidos por los miembros de la Sociedad, publi

caciones recientes, noticias de archivos, ensayos bibliogr?ficos, y rese?as cortas de publicaciones en otros idiomas que no sea el ingl?s (la revista se publica en ingl?s), noticia de honores aca d?micos y de reuniones cient?ficas o acad?micas de inter?s espe c?fico para historiadores del mundo ib?rico. La publicaci?n es sos tenida por la Sociedad, con un subsidio de Ferrum College.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:49 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


182

EXAMEN DE LIBROS

Al examinar los res?menes, se acuerda uno de la necesidad de hacer algunos estudios comparativos, o por lo menos familia rizarse m?s con la historia de Espa?a para entender los enormes paralelos que existen en muchos campos de la historia de M?xico. Por ejemplo, leer el estudio sobre testamentos y otros documen tos de los archivos notariales, hecho por William D. Phillips, ayudar?a sin duda a comprender material similar encontrado en los archivos mexicanos. Podr?a ser interesante tambi?n relacionar c?mo John Coats worth describe y explica el "atraso" de M?xico en comparaci?n

con los Estados Unidos con el trabajo de Jaime Reis, sobre el atraso econ?mico portugu?s de 1860 a 1914. Un estudio sobre la masoner?a durante la Segunda Rep?blica, rese?ado en el

Bulletin, tambi?n podr?a darle a los mexicanistas unas pistas so

bre la actuaci?n de este grupo aqu?. Muchos otros temas no tienen una relaci?n directa con la historia de M?xico pero s?

con la historia universal. El ?ltimo n?mero de la revista indica que los miembros de la Sociedad est?n trabajando temas relacionados con la historia de Espa?a medieval, el manejo de las grandes propiedades rura les en Castilla, las crisis del mundo ibero en el siglo xvii, la his toria de Portugal moderno y la Guerra Civil Espa?ola.

Anne Staples El Colegio de M?xico

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:53 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


REVISTA LATINOAMERICANA DE HISTORIA DE LAS CIENCIAS Y LA TECNOLOG?A

VOL h NUMERO UNO, OTO?O 1983

_ CONTENIDO

ART?CULOS Enrique Beltr?n ?La Historia de las Ciencias en Am?rica Latina Dirk J. Struik ?Colonial Science in North America and Mexico Walter Redmond ?Ciencia y L?gica en la Nueva Espa?a del siglo XVI

Jos? Salas C?tala ?Los bi?logos espa?oles entre 1860 y-1922; unasociedad cient? fica en cambio. Su descripci?n

Jos? L?pez S?nchez

?-Reiaciones antiguas cient?ficas entre Cuba y M?xico Elena Pennini de De Vega ?Darwing en la Argentina

DOCUMENTOS

Arturo Alcalde Mongrut --Notas sobre una edici?n fragmentar?a de G, Agr?cola

RESE?AS

Juan Jos? Salcla?a ?Mario Guimaraes Herriy Sozho Mqtoyama://&?o/7,<9 das denotes no

Brasil

Mario Casanueva

?Alfredo L?pez Austin; Cuerpo humano e ideolog?a Carlos L?pez B, ?Enrique Beltr?n* Contribuciones de M?xico a la biolog?a Carlos Viesca T. ?Francisco Flores: Historia de la Medicina en M?xico Erna Yanes Rizo ?Marcel Roche; Rafael ?angel Ciencia y pol?tica en la Venez?elade principios de siglo

Suscripciones

Individual (1 a?o): $ 12,00 Dis, Institucional {1 a?o):$ 25.00 Dis. Nota: En M?xico el equivalente en

moneda nacional.

Apartado Posta! 21-873 C.P. 04000 Mexico, D.F.

M?xico,

Precio: $ 5.00 Dis.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:58 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


DIRECTORIO DE HISTORIADORES DEL COMITE MEXICANO DE CIENCIAS HIST?RICAS A LA VEMTA EN EL ARCHIVO GENERAL DE LA NACI?N Eduardo Molina y Alba?iles, Co?. Penitenciar?a Ampliaci?n

15350-M?xico, D. F. Apartado Postal 1999, Mexico 1, D. F. Adiunto cheque o giro postai por la cantidad de:

$ 260.00 M. N. (Rep?blica Mexicana) $410.00 M. N. (EE. UU., Canad?? centro y sur de Am?rica)

$450.00 M. N. (Otros pa?ses) Nnmhrp_

Direcci?n.

calle

colonia

Ciudad

Num. c?digo posta!

.Estado.

Nota; para el extranjero pagar en U. S. Dis., seg?n el tipo de cambio vigente al momento de efectuar el pago.

This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:23:58 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.