Historia mexicana 107 volumen 27 número 3

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HISTORIA MEXICANA 107

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HISTORIA MEXICANA 107

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Vi?eta de la portada Dibujo de Diego Rivera para Mexican maze, de Carleton Beals

(1931).

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HISTORIA MEXICANA

Revista trimestral publicada por el Centro de Est Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas Redactor: Bernardo Garc?a Mart?nez

Consejo de Redacci?n: Jan Bazant, Lilia D?az, Elsa Cecilia Fro Gonz?lez, Mois?s Gonz?lez Navarro, Andr?s Lira, Luis Muro, Eli bulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez

VOL. XXVII ENERO-MARZO 1978 N?M. 3 SUMARIO

Art?culos

Romana Falc?n: El surgimiento del agrarismo denista ? Una revisi?n de las tesis populist

James W. Cortada: Espa?a y Estados Unidos an la cuesti?n mexicana ? 1855-1868 387

James W. Harper: Hugh Lenox Scott y la diplom

cia de los Estados Unidos hacia la revoluci? mexicana 427

Cr?tica Edmundo O'Gorman: Al rescate de Motolin?a ? Primeros comentarios al libro de Georges Baudot 446

Examen de libros sobre Juan Fidel Zorrilla: El poder colonial en Nuevo Santander. Y sobre Lino G?mez Ca?edo:

Sierra Gorda (Mar?a del Carmen Vel?zquez) 479 La obra de Charles E. Cumberland sobre la revolu ci?n mexicana, en espa?ol (Javier Garciadiego) 496 This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:49:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente personal

de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Colegio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana aparece los d?as lo de julio, octubre, enero y abril de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $45.00 y en el extranjero Dis. 2.46; la suscripci?n anual, respectivamente, $ 160.00

y Dis. 9.18. N?meros atrasados, en el pa?s $50.00; en el extranjero, Dis. 2.76.

? El Colegio de M?xico Camino al Ajusco 20

M?xico 20, D. F.

Impreso y hecho en M?xico Printed and made in Mexico

por Fuentes Impresores, S. A., Centeno 109, M?xico 13, D. F.

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EL SURGIMIENTO DEL AGRARISMO CARDENISTA UNA REVISI?N DE LAS TESIS POPULISTAS Romana Falc?n El Colegio de M?xico El cardenismo constituye una de esas raras ?pocas de nues tra historia pol?tica contempor?nea en que existi? una re lativa coherencia y determinaci?n para modificar la trama de la sociedad mexicana. Muchas de las transformaciones em

prendidas entonces dejaron profundas huellas que a?n son perceptibles, y su importancia no desmerece a pesar de la ininterrumpida pol?mica en torno a las incongruencias entre los supuestos objetivos y su significado posterior. La tarea de valorar y explicar la "naturaleza" del cardenismo ha sido acometida generalmente a trav?s del estudio de los alcances y consecuencias de sus reformas en ?reas tales como las re laciones con el exterior, la relaci?n entre el estado y las cla ses, las instituciones pol?ticas, etc. Un camino menos transi tado, pero no por eso menos fruct?fero, puede ser el estable cer las diferencias y las continuidades entre el r?gimen del general michoacano y sus antecesores. ?ste es el objetivo de este art?culo. Podr?a arg?irse, y no sin raz?n, que algunos de los gran des sucesos pol?ticos de la ?poca cardenista s?lo constituyen un perfeccionamiento de la estructura de poder que viniera

construy?ndose en M?xico desde que amainara la guerra

civil desatada en 1910. Uno de los trazos hist?ricos que une profundamente al gobierno de C?rdenas con sus antecesores

?especialmente con la administraci?n callista y el llamado "maximato"? es la ininterrumpida y creciente acumulaci?n 333

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romana FALCON

del poder en el centro del pa?s, en detrimento de la posi ci?n de los jefes de armas y de los l?deres regionales que surgieran durante la revoluci?n. Desde antes de 1934, y poco

a poco, se hab?an puesto las bases para que la fuerza mili tar dejara de ser la ultima ratio en el arreglo de las quere llas internas del grupo gobernante. Desde los a?os veinte el ej?rcito hab?a sufrido profundas transfornuaciones enca minadas a disciplinarlo y a asegurar su lealtad a las institu ciones federales. ?\dem?s, a la muerte de Obreg?n, la ma yor?a de quienes contaban con alg?n peso pol?tico se aglo meraron en el pnr y, bajo la direcci?n de Calles, este par tido se convirti? pronto en el instrumento b?sico de la cen tralizaci?n pol?tica. C?rdenas no s?lo hered? toda esta ma quinaria y la consiguiente legitimidad "revolucionaria", sino

que, cuando a mediados de 1935 se puso fin a la duali dad de centros de poder ?"jefatura m?xima''-presidencia llegaron a su soluci?n l?gica los diversos procesos de ins titucionalizaci?n y centralizaci?n del poder planteados por los gobiernos revolucionarios e incluso por el antiguo

r?gimen. Sin embargo, conviene notar que la soluci?n cardenista

al problema de la centralizaci?n no se llev? a cabo utili zando los mismos grupos y m?todos hasta entonces domi

nantes, sino que implic? un rompimiento importante en re laci?n a las bases de poder, al estilo de acci?n pol?tica y, sobre todo, a las metas sociales del r?gimen. Una de las gran des aportaciones del cardenismo al sistema de dominaci?n posrevolucionario consisti? en hacerlo superar su gran de pendencia del ej?rcito y, en menor grado, de las fuerzas lo cales. La transformaci?n se logr? mediante la diversifica ci?n y extensi?n de los pilares pol?ticos del gobierno. A lo largo y ancho del pa?s grandes n?cleos fueron organizados y encuadrados sectorialmente en agrupaciones ?ntimamente ligadas a las autoridades federales y al partido oficial. Al tiempo que el gobierno central se robustec?a, tambi?n se dio respuesta a uno de los retos que planteara la revoluci?n: po ner orden y definir los l?mites en la relaci?n entre el go

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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bierno y los nuevos actores pol?ticos, o sea, las clases trabaja doras y los llamados sectores medios. Para llevar a cabo tal transformaci?n el cardenismo per sigui? una pol?tica distinta a la de sus antecesores. Mientras ellos debilitaron y dividieron sistem?ticamente a las organi zaciones obreras y campesinas ?la Confederaci?n Regional Obrera Mexicana (crom) y la Liga Nacional Campesina (lnc) ser?an ejemplos sobresalientes? y las excluyeron de aque llos c?rculos ?ntimos de la nueva estructura del poder, el gobierno de C?rdenas, justific?ndose con los principios del "socialismo mexicano", intent? sentar las bases de un nue vo arreglo pol?tico y social en donde los trabajadores orga nizados por el e?tado fuesen uno de los principales sostene dores de ?ste a la vez que los beneficiarios inmediatos de los esfuerzos oficiales. A los obreros se les permiti? el uso siste m?tico de la huelga y se les reconoci? el derecho a una ma yor participaci?n en la administraci?n y de las utilidades de las empresas; en el agro se llev? a cabo una de las m?s profun das transformaciones que sufriera la sociedad mexicana des

de fines del siglo xvn: acabar con el papel de la hacienda como el eje econ?mico y pol?tico del M?xico rural. Estas diferencias entre la administraci?n cardenista y las anteriores son tan marcadas que, a primera vista, parece sor

prendente el mero hecho de que un grupo que habr?a de

llevar a cabo medidas tan antag?nicas a las deseadas por algu nos de los hombres m?s poderosos del pa?s, hubiese podido llegar al poder en 1934. Visto desde este ?ngulo, se compren de que una de las hip?tesis que explica el cambio y que ha sido muy aceptada suponga la existencia de fuerzas popu lares extremadamente poderosas anteriores al surgimiento del

cardenismo y antag?nicas a los reg?menes del grupo de So nora, ya bastante debilitado por la crisis econ?mica de 1929. Tal explicaci?n ha sido sostenida tanto por algunos de los actores del proceso como por ciertas escuelas hist?ricas en boga. El objetivo de las siguientes p?ginas es revisar esta vi si?n a trav?s del an?lisis de una de las supuestas fuentes de descontento y presi?n popular que coadyuvaron en el ascen so del cardenismo al poder: el campesinado.

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romana falcon

I. La agricultura y la gran depresi?n La idea central de quienes sustentan el papel preponde rante jugado por las masas en el ascenso del cardenismo ?la

escuela populista? consiste en se?alar que la decisi?n del grupo gobernante de ignorar las necesidades de las clases trabajadoras haciendo a un lado las promesas de la revolu ci?n llev? al surgimiento de una incontenible efervescencia popular durante el "maximato". En este "marco de descom posici?n moral e ideol?gica", como lo califica uno de sus exponentes, el r?gimen se encontraba sumamente debilitado,

al grado de que la situaci?n entra?aba ya, seg?n otro, "pe ligros de la mayor gravedad para el Estado de la Revo luci?n".1

La "respuesta de las masas" ?seg?n Arnaldo C?rdova? no se hizo esperar, siendo el "hecho culminante" la crisis que en toda la estructura del pa?s produjera la gran depre si?n mundial de 1929. A la crisis se le atribuye "la quiebra y el desprestigio de la pol?tica personalista que hab?a cam peado en los a?os veinte, mientras el descontento de los trabajadores volvi? a poner en el orden del d?a la necesidad de dar un impulso decisivo al programa de reformas socia les de la revoluci?n". De tiempo atr?s se ha insistido mucho en los efectos sociales de la gran depresi?n como la causa inmediata m?s importante que desatara las presiones conte nidas en las condiciones de vida de los trabajadores y, por lo tanto, la explicaci?n inmediata del ascenso al poder de un grupo pol?tico que representase sus intereses: el carde nista.2 1 Sh?lgovskj, 1963, p. 77; Cordova, 1974, p. 13. V?anse las expli

caciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo. 2 C?rdova, 1974, p. 35. Valent?n Campa fue uno de los primeros en insistir en los efectos desastrosos de la crisis de 1929 y su relaci?n directa con la lucha presidencial de 1933. Campa enfatiza el desempleo masivo de obreros y empleados y las dificultades de la burgues?a me

dia. Sobre el campo asegura que "el feudalismo subsist?a en lo fun

damental acogotando el desarrollo econ?mico de los grandes sectores

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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La verdad es que, dada la dif?cil situaci?n por la que atravesaba la agricultura, as? como el atraso y la pobreza secular de la mayor parte de los campesinos antes y durante la gran depresi?n, los efectos de este fen?meno econ?mico e? el campo no son f?ciles de medir y probablemente s? de sobrevalorar. Veamos con mayor detalle la situaci?n econ?

mica en el campo antes de que C?rdenas inaugurara su per?odo. Al terminar los a?os veinte M?xico segu?a siendo abru madoramente rural y pobre. La econom?a agr?cola sufr?a de las graves deficiencias tradicionales, como eran la excesiva concentraci?n de recursos, la falta de comunicaciones y rie go, la tecnolog?a atrasada, etc., todo lo cual explicaba la ba j?sima productividad, el bajo nivel de vida de los campesi nos y la preponderancia de una agricultura de subsistencia.8

A pesar del impacto pol?tico y social que tuviese la re voluci?n, y a pesar de que los ej?rcitos combatientes fueran abrumadoramente campesinos ?dif?cilmente hubiera podido ser de otra manera? la nota dominante en las ?reas rurales

al terminar la tercera d?cada de este siglo ?aparte de la pobreza? continuaba siendo la extrema concentraci?n de

la propiedad en unas cuantas manos. Para 1930 siete de cada diez campesinos carec?an de ella. Los ejidos todav?a no lle

gaban a representar una de cada cien propiedades y las fincas privadas abarcaban m?s del 90% del ?rea total de cultivo y del valor de las tierras. Adem?s, entre los propietarios pri vados exist?a tambi?n una distribuci?n muy desigual, y las expropiaciones agrarias se hab?an cebado relativamente en las medianas y peque?as propiedades. Todo esto contribu?a

a la persistencia de la hacienda como el eje del M?xico

agrario.4

del pueblo". Campa, 1955, pp. 225-231. Vid. tambi?n Shulcovski, 1963, pp. 72 ss; Cordova, 1974, p. 20.

3 El 70% de los habitantes eran rurales y en el campo estaba el

mayor volumen de capital invertido. Vid. Simpson, 1952, pp. 135, 252

y tabla 83.

4 Simpson, 1952, pp. 333 ss, 95 ss.' y tablas 40, 43. Y sobre el im

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ROMANA FALCON

Sin embargo, esto no significa que los movimientos cam

pesinos no hubiesen dejado huellas. Un mapa de la distri

buci?n de la tierra y otros recursos en 1930 identificar?a f?

cilmente aquellas zonas en donde los trabajadores rurales hab?an logrado un poder militar o pol?tico considerable. El ejemplo m?s evidente era el estado natal de Zapata. En Mo relos los ejidos pose?an ya alrededor del 60% de la tierra y del valor global, as? como un asombroso 90% del ?rea culti vable en el estado.5 Pero esto era la excepci?n. A la evidente falta de cumplimiento de la reforma agraria varios autores han sumado, tal vez con demasiado ?nfasis, los efectos que tuviera la crisis de 1929 en el campo. ?sta, efectivamente, afect? el nivel de producci?n agr?cola, pero es f?cil confun dir o exagerar sus efectos. Al iniciarse los a?os treinta el grupo mayoritario en el campo ?compuesto por minifundis tas, asalariados agr?colas y peones? padec?a los efectos de una productividad baj?sima y sus esfuerzos frecuentemente se agotaban en producir alimentos b?sicos para autoconsumo

y no estaba ligada al mercado.6 Debido precisamente a la

decisi?n impl?cita de los varios gobiernos de la revoluci?n de mantener en manos particulares la parte m?s pr?spera de la agricultura, y a que el grueso de la producci?n se desti

naba al consumo interno local, el derrumbe de los precios en el mercado internacional no afect? severamente al grupo ir?ayoritario de la econom?a rural. El grueso de los campesi nos, y por ende de M?xico, al no estar integrados a una eco nom?a moderna y de exportaci?n no pudieron experimentar de manera directa la crisis de la gran depresi?n. Tampoco es cierto, como algunos arguyen, que las difi cultades por las que atraves? la econom?a agr?cola en esos a?os estuviesen todas ligadas a la crisis mundial. La tenden cia francamente descendiente de la producci?n en el campo pacto de la reforma agraria vid. tambi?n La reforma, 1935, l?minas

5 y 6.

5 Simpson?, 1952, pp. 95 ss; tablas 86, 82 y 27.

6 Los ejidos s?lo ten?an el 8% de la superficie destinada a cul

tivos industrializables. Simpson, 1955, tabla 18; Sol?s, 1971, p. 146.

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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se inici? antes de ?sta y solamente hasta 1935 volvi? a alcan zar los niveles de 1926, es decir, cuando ya el resto de las

actividades econ?micas estaban reanimadas y hab?an supe rado la crisis. jAlgunos productos agr?colas industrializables, como el henequ?n, tuvieron descensos ligados a los proble mas internacionales; pero en casos como los del caf?, pl?ta no y hortalizas la producci?n se mantuvo casi uniforme.7 As? pues, los males de la agricultura respondieron s?lo parcial mente a causas externas. Conviene no perder de vista causas accidentales como las condiciones climatol?gicas adversas y

que durante un par de a?os provocaron una ca?da conside rable de cereales y alimentos b?sicos.8 La secuela de la gue rra existera tampoco debe quedar fuera de estas considera ciones.

II. Las primeras experiencias agraristas de la revoluci?n Aquellos historiadores que dan primac?a a la fuerza de las clases populares para explicar la llegada de C?rdenas al poder y la derrota de los reg?menes callistas han incurrido en otra sobrevalorizaci?n: el radicalismo y originalidad del divisionario de Jiquilpan y sus colaboradores inmediatos. Cor dova ha asegurado, por ejemplo, que al asumir C?rdenas la gubernatura de Michoac?n en 1928, "por primera vez en la historia pol?tica del M?xico posrevolucionario aunque fuera a nivel local, C?rdenas estaba convirtiendo al estado en un 7 El algod?n y el ajonjol? tuvieron graves problemas por la de presi?n y en el caso del henequ?n no se debe olvidar que sus pro blemas fueron tambi?n provocados por los nuevos centros de produc

ci?n en el muido. El az?car, en cambio, mantuvo su producci?n ele

vada con excepci?n de 1932. Vid. Simpson, 1952; tablas 68, 69; Sol?s, 1971, pp. 126, 172. Un autor que atribuye todos los problemas agr?co

las de entonces a la gran depresi?n es, entre otros, C?rdova, 1974, pp. 17, 20.

8 Simpson, 1952, tablas 68, 29, 62. Desde 1929 las condiciones cli

matol?gicas afectaron el cultivo de alimentos b?sicos y por ejemplo en 1929 la cosecha del ma?z sufri? severamente por las heladas. Y en los a?os subsiguientes hubo sequ?as.

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ROMANA FALC?N

verdadero l?der de masas, procurando su organizaci?n y ha ciendo coincidentes sus intereses con los intereses m?s gene rales del estado".9 En realidad, esta afirmaci?n carece de apoyo. C?rdenas no estaba iniciando algo que jam?s hubiese existido entre los gobiernos de la revoluci?n que le antece dieron. Por el contrario, en cuanto se logr? una cierta esta bilidad pol?tica y militar no fueron pocos los intentos lo

cales de aplicar algunos de los puntos m?s radicales de la constituci?n de 1917. Ciertamente que en varios casos los intentos fueron disparatados, pero tampoco fue raro que

estas empresas se ti?eran con ideas a?n m?s "socialistas" que las de C?rdenas.

En los a?os veinte surgieron varias organizaciones que sirvieron de pilares pol?ticos a varios gobiernos locales radi cales. Ya en esas ocasiones el ejido fue considerado como un fin en s? mismo, y no como forma transitoria, y las espe ranzas de mejoramiento social y econ?mico de grupos campe sinos importantes giraron a su alrededor. Es m?s, la pr?ctica

de armar a campesinos como "auxiliares" del ej?rcito en

contra de infidentes y bandidos otorg? poder a generales y pol?ticos, a condici?n de comprometerse con programas y l?deres agraristas. Para s?lo citar algunos de los experimen tos socialistas m?s notables de la tercera d?cada del siglo, habr?a que mencionar la gubernatura de Adalberto Tejeda (1920-1924) y la subsecuente de Heriberto Jara en Veracruz, las cuales permitieron el florecimiento del Partido Comu nista y fomentaron la creaci?n de sindicatos cuya combativi dad y apoyo de las autoridades estatales llegaron a poner en jaque la tranquilidad de comerciantes e industriales lo cales e incluso nacionales. Adem?s, la organizaci?n creada

por ?rsulo Galv?n agrup? a la mayor parte de esos auxi

liares y a otros grupos en la liga agraria estatal, creada en 1923 favoreciendo la entrega de armas a comunidades agr?

9 C?rdenas fue dos veces gobernador interino y jefe d? operacio nes militares antes de su gubernatura de 1928. La afirmaci?n citada viene en C?rdova, 1974, p. 30.

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IX AGRARISMO CARDENISTA

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rias. Por su lado, Portes Gil se gan? con algo m?s que ora

toria la fama de agrarista radical al frente del gobierno tamaulipeco; en 1924 hab?a creado el Partido Socialista Fron terizo, formado b?sicamente con ligas agrarias, sindicatos obreros y sociedades cooperativas. Salvador Alvarado en Yu cat?n y Aurelio Manrique en San Luis Potos? tambi?n se decidieron por la ruta radical. Durante la corta administra ci?n de Manrique (diciembre 1923-septiembre 1925) se apli caron leyes laborales de tinte progresista y se insisti? en el reparto de tierra. Ser?a precisamente en esta campa?a agra ria donde empezaron a descollar futuros l?deres nacionales, como Graciano S?nchez y Le?n Garc?a, que a?os m?s tarde llevar?an el programa cardenista a la pr?ctica.

En s?ntesis, no hay raz?n para asegurar con C?rdova que al llegar C?rdenas a la gubernatura en Michoac?n "se propuso hacer de su estado natal una avanzada de la revo

luci?n y, al mismo tiempo, un experimento innovador, que hasta entonces hab?a faltado en todo el pa?s, de la pol?tica revolucionaria, sobre todo en el rengl?n que m?s hab?a sido descuidado, esto es, su pol?tica de masas".10 Es m?s, ni si quiera en Michoac?n su radicalismo constituy? una innova ci?n. La ideolog?a que ?l y sus seguidores sustentaran, las organizaciones populares que fueran su sost?n, los contin gentes armados irregulares de que dispusieran y, desde lue go, sus metas ten?an sus ra?ces en la compleja historia pos revolucionaria de este estado. Desde el carrancismo en algu nas zonas de Michoac?n y frecuentemente en todo el estado, los conflictos y vaivenes del poder fueron dirimi?ndose entre

grupos sociales claramente diferenciados. Un ejemplo es la regi?n de Zacapu, en donde los terratenientes, utilizando a grupos armados y a los caciques locales, suprimieron en?r gicamente los esfuerzos de quienes demandaban dotaciones ejidales. En 1919 el l?der campesino Joaqu?n de la Cruz fue asesinado por indicaci?n de la familia Noriega, hacendados del lugar. Para fines de 1920 las luchas sociales en Michoa lo Cordova, 1974, p. 27.

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ROMANA FALC?N

can eran abiertas: los propietarios se organizaron e ingre saron al Sindicato Nacional de Agricultores, mientras que los activistas agrarios se dedicaban a la agitaci?n revolucio naria.11 Las elecciones para gobernador celebradas al caer Carranza polarizaron a?n m?s la situaci?n. Agraristas y so cialistas, dirigidos por el general M?gica, recorrieron el es tado logrando consolidar algunas bases de apoyo entre cam pesinos, los peque?os n?cleos obreros, los bur?cratas y pro fesionistas liberales e incluso entre algunos militares. Opuesta a los mugiquistas se encontraba la facci?n conservadora cuyo n?cleo central estaba compuesto por propietarios, y que con taba con el apoyo, nada deleznable, de las autoridades cen trales. La comandancia militar de Morelia y varios ayunta

mientos eran incondicionales del centro y estaban en con tacto y recib?an el apoyo de los grupos armados de los hacendados.12 Era dif?cil que los ?nimos no explotaran, y el centro en vi? al general L?zaro C?rdenas como jefe de operaciones militares y gobernador interino para que organizara tan delicadas elecciones. M?gica asegur? su triunfo inundando Morelia con grupos campesinos armados, pero el candidato auspiciado por la "federaci?n" se neg? a reconocer tal vic toria. Poco falt? para que se llegara a choques violentos, y M?gica, una vez que hab?a sido declarado gobernador por el congreso federal, tuvo que apoderarse por la fuerza del palacio municipal. C?rdenas trat? de que las elecciones se celebraran sin violaciones obvias, pero, al mismo tiempo, de no chocar con la directiva de la autoridad central. El resultado de sus esfuerzos no fue muy feliz.13 Contrariamente a lo que ciertos autores han afirmado, la

"organizaci?n de masas" entendida como un esfuerzo por il Friedrich, 1970, pp. 56 ss. 12 Friedrich, 1970, pp. 98 ss. 13 En esa ocasi?n C?rdenas mand? a Calles una carta bastante cor tante, pero respetuosa, molesto por las presiones e interferencias a las que se estaban sometiendo las elecciones. Vid. Weyl, 1955, pp. 159 ss; Friedrich, 1970, pp. 98-105.

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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agrupar, influir de una ideolog?a radical a las clases traba jadoras y realizar reforms en su provecho, no tuvo que es

perar en Michoac?n a la administraci?n cardenista para surgir.14 Durante la inestable gubernatura de Mugica las

zonas de influencia agraristas crecieron y se radicalizaron. En Zacapu, para continuar con el ejemplo, las milicias cam pesinas se convirtieron en un factor pol?tico determinante y, con el apoyo de funcionarios en Morelia, llegaron a de poner a varios caciques ligados a grandes propietarios. Hubo enfrentamientos frecuentes entre agraristas y fuerzas federa

les y en 1922 M?gica no pudo resistir m?s la presi?n del centro y tuvo que abandonar el cargo en favor de Ortiz Rubio ?el representante del ala conservadora. La relaci?n de fuerzas y la orientaci?n agraria se invirtieron de inme diato y muchos pueblos que hab?an comenzado sus procesos

dotatarios vieron frenados sus esfuerzos y ciertos l?deres agra

ristas sufrieron la persecuci?n.15 Ortiz Rubio no logr? poner un alto total a la acci?n agrarista y, para 1923, varias zonas contaban ya con cuerpos de milicias. Al finalizar ese a?o, y siguiendo el ejemplo veracruzano, naci? la Liga de Comuni

dades Agrarias del Estado de Michoac?n (lcaem) . ?sta se

extendi? r?pidamente, en buena medida por los esfuerzos del l?der de Zacapu, Primo Tapia, y la liga y los mugiquis

tas lograron que en julio de 1924 Enrique Ram?rez, un

elemento identificado con los radicales, asumiera el cargo de gobernador.16

Sin embargo, no pas? mucho tiempo antes de que el

agrarismo michoacano volviera a perder terreno. En abril de 1926, por ?rdenes directas del presidente Calles, las fuer zas federales dieron muerte a Primo Tapia despu?s de tor

turarlo. Calles no le hab?a perdonado dirigir el ala "bol chevique" de los agraristas mugiquistas y, menos a?n, su liga con el movimiento delahuertista. La lcaem no tard? 14 Vid. por ejemplo, C?rdova, 1974, p. 28. 15 Friedrich, 1970, pp. 100-105; Weyl, 1955, p. 159. i? Friedrich, 1970, pp. 98 ss, 115, 124.

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ROMANA FALC?N

en dividirse y una fracci?n de ?sta se ali? con los comu

nistas.17

Las cualidades de C?rdenas como "l?der de masas" se

formaron en buena medida en esta corriente hist?rica ra

dical de Michoac?n. Desde que era un joven aprendiz en una imprenta de Morelia entr? ya en contacto con ideas

izquierdistas y en 1914 estuvo a las ?rdenes de Lucio Blanco quien, junto con el jefe de su estado mayor, Francisco M? gica, llev? a cabo el primer reparto agrario constitucionalista. C?rdenas no tard? en encontrar un lugar entre el ala agra

rista de Michoac?n, y en 1924 varios grupos campesinos

solicitaron al centro que volviese a asumir la comandancia militar del estado dado que, mientras desempe?? ese cargo, hab?a favorecido los intereses de "campesinos y proletarios".18

C?rdenas lleg? a la gubernatura de su estado con el visto

bueno de Obreg?n y Calles ?este ?ltimo le consider? un elemento suyo desde 1915, cuando actu? bajo sus ?rdenes en la campa?a contra Villa? e hizo buen uso de los ele mentos de la "pol?tica de masas" que ya se hab?an desarro llado en Michoac?n: partidos, organizaciones locales y de trabajadores y remanentes de la organizaci?n agraria. Cua

tro meses despu?s de asumir su cargo se fund?, con un

programa de izquierda, la Confederaci?n Revolucionaria Mi

choacana del Trabajo (crmt) , que aglomeraba a las orga

nizaciones dominantes de campesinos, obreros y estudiantes. La confederaci?n se fortaleci? r?pidamente con el apoyo del

17 Desde 1929 empez? a haber ceremonias en honor de Tapia en

Michoac?n, Veracru? y la ciudad de M?xico. En 1933 sus restos se lle

varon a la plaza central de Zacapu y seis a?os m?s tarde C?rdenas

don? un monumento a su tumba. Vid. Friedrich, 1970, p. 125. En re laci?n a la divisi?n de la liga, vid. G?mez Jara, 1970, pp. 52*54. 18 Weyl, 1955, pp. 143-146; Anguiano, 1955, p. 194. La solicitud de los grupos campesinos, en ASDN. expediente xi/iii, 2/1-121, tomo n, ff. 379-399. Un a?o m?s tarde la Federaci?n de Obreros y Campesinos de la Huasteca Veracruzana tambi?n agradeci? a C?rdenas el buen trato

que recibieran cuando ?ste fue el jefe militar de la zona. Vid. ibid, tomo ii, ff. 448-449.

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EL AGRARISMO CARDENISTA 345

gobernador y los cargos administrativos y pol?ticos en Mi choac?n empezaron a nutrirse de sus filas. La crmt lleg? a controlar la inmensa mayor?a de los puestos municipales, la legislatura local y algunos cargos del ministerio p?blico.19 As?, al apoyo original del gobierno central, C?rdenas a?adi? otro, local, que en parte fue creaci?n suya y en parte he rencia rescatada.

De entre las variadas actividades de la crmt tal vez la

m?s importante y exitosa fue la organizaci?n de campesinos y la creaci?n de una presi?n en favor de un reparto sustan

cial de la tierra. A esto se aun? la propagaci?n de una ideolog?a que insist?a en hacer del ejido, en especial del

colectivo, el centro de la pol?tica agraria estatal y nacional.

El ?xito de la pol?tica de C?rdenas en Michoac?n no

fue f?cil, pues debi? hacer frente a la presi?n del poderoso grupo conservador michoacano ante las autoridades centra les que no siempre dieron su apoyo incondicional al gober nador. Un caso entre otros, que ilustra estas dificultades, tuvo lugar reci?n llegado C?rdenas al poder cuando Calles garantiz? a los Noriega, due?os de las haciendas de Canta

bria y Copandaro en la zona de Zacapu, que se cumplir?a con los t?rminos del certificado de inafectabilidad que se les hab?a extendido hasta 1940.20

Sin embargo, la acci?n de C?rdenas y el ?mpetu de los agraristas frustr? la decisi?n presidencial y poco tard? la

Comisi?n Local Agraria (cla) en tramitar peticiones que

afectaban las tierras de los Noriega. Apoyados por las auto ridades en Morelia, los agraristas se aseguraron en este pe

r?odo que la cla aceptara las ideas agraristas, y a trav?s de la crmt, el grupo de presi?n, vigilaron el criterio y la

prontitud con que se resolv?an las solicitudes.21 C?rdenas en 10 Weyl, 1955, pp. 169, 187; Ancuiano, 1955, pp. 198-199. 20 Vid. telegrama de 24 oct. 1928, en ASRA, 23:2869-723.5, Poblado Cantabria, Zacapu, Michoac?n. 21 Los tr?mites de tierras al poblado de Cantabria se iniciaron el

mismo mes en que Calles ratificara su apoyo a los Noriega. En este

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ROMANA FALC?N

varias ocasiones se dirigi? directamente a la Comisi?n Na cional Agraria (cna) para evitar que modificara los fallos locales en detrimento de los pueblos.22 Basado en las expe riencias anteriores de Michoac?n, C?rdenas fue a?n m?s le jos y arm? a n?cleos campesinos para sostener su pol?tica. Al finalizar el per?odo gubernamental de C?rdenas, en el que se entregaron 141 663 hect?reas a 181 pueblos, se hab?a logrado rebasar el monto de tierras distribuidas por todas las administraciones anteriores.23

No obstante los logros cardenistas en Michoac?n, es una evidente exageraci?n querer hacer pasar a C?rdenas en esta ?poca por "el mayor dirigente revolucionario empe?ado en rescatar y en hacer triunfar la herencia ideol?gica y pol?tica de la revoluci?n".24 Frecuentemente se olvida que C?rdenas no representaba entonces la c?spide del radicalismo y que su agrarismo se situaba confortablemente dentro de las corrien tes moderadas. Tanto por la fuerza pol?tica de las organi zaciones campesinas, como por el avance del programa ejidal, por la profundidad ideol?gica de sus actores, la extensi?n e independencia de las milicias campesinas y, especialmente, por la insistencia por mantener su autonom?a frente a las directrices agrarias y al programa social propugnado por las caso tambi?n se hizo notar la vigilancia que la crmt ejerc?a sobre la cla y el procurador de pueblos. Vid. tambi?n Weyl, 1955, pp. 169-170. 22 Un ejemplo de una carta mandada por C?rdenas a P?rez Tre vi?o en este sentido se encuentra en Cardenas, 1974, pp. 103-104. 23 El total de las gestiones previas fue de 131283 hect?reas para 124 pueblos. Vid. C?rdenas, 1972a, pp. 143-144. Seg?n Anguiano, co laborador de C?rdenas y m?s tarde de Benigno Serrato, el ?mpetu con que se llev? a cabo la reforma agraria provoc? tambi?n injusticias ha cia peque?os propietarios, quienes en ocasiones vieron invadidas sus propiedades por l?deres de la crmt a quienes C?rdenas apoyaba plena mente. Seg?n Anguiano, cuando ?stos llegaban a quejarse con C?rde nas ?ste ni los o?a, "y si acaso los llegaba a escuchar el resultado era igual, porque ?l se manten?a firme en su prop?sito de no desalojar a ning?n campesino que obtuviese tierra aunque fuera ilegalmente". Anguiano, 1955, p. 210. 24 C?rdova, 1974, p. 27.

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EL AGRARISMO CARDENISTA 347

instituciones y figuras predominantes en el centro, fue en Veracruz y no en Michoac?n donde el agrarismo encontrara su expresi?n m?s radical antes de 1934. Durante la segunda administraci?n de Adalberto Tejeda (1928-1932), y hacien do hincapi? en el campesinado como eje central, se profun dizaron las experiencias de movilizaci?n, organizaci?n y ra dicalizaci?n de los trabajadores, por parte de la revoluci?n. En esta ?poca dorada del agrarismo veracruzano se cambi? de manera esencial tanto la estructura de la propiedad como el contenido del proceso pol?tico. Los l?deres de los trabaja dores adquirieron el control de buena parte de los cargos pol?ticos y administrativos locales ?las presidencias munici pales, el poder legislativo local y la representaci?n federal, el pnr veracruzano? e impusieron su punto de vista al poder judicial ya los organismos encargados del reparto de tierras. La base ?ltima del poder tejedista resid?a en los varios mi llones de campesinos armados y semiorganizados por la liga y que lograron un modus vivendi con el jefe de operacio nes militares e incluso llegar, por un breve tiempo, a actuar independientemente de las fuerzas federales. Los cuerpos guerrilleros, como se les llam?, asumieron como tarea vigilar la aplicaci?n de las leyes y la justicia agrarista en Veracruz. En esos a?os la reforma ejidal realizada por el gobierno lo cal tambi?n super? a la hecha por las anteriores administra ciones entregando 334 000 hect?reas en cuatro a?os.25 ?ste era el agrarismo radical, no el de Michoac?n.

III. "Veteranos" y "agraristas" Tal vez el rasgo m?s notable de estos experimentos agra ristas ?moderados o radicales? fue que se pudieron desarro llar en un ambiente nacional tan opuesto al fortalecimiento de los poderes regionales y a la consecuci?n de pol?ticas ra dicales. El estado, que originalmente dependiera tanto de los 25 En relaci?n al caso veracruzano vid. Fowler, 1970; Falo?n,

1977.

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ROMANA FALCON

jefes de armas esparcidos por todo M?xico, hab?a adquirido ya una notable recuperaci?n de su poder al finalizar la ad ministraci?n callista. Los esfuerzos sistem?ticos de Obreg?n y Calles hab?an minado las bases para que los generales con mando de tropa utilizaran sus fuerzas como un elemento de negociaci?n con el centro y como el instrumento clave de la

dominaci?n local.

Durante el "maximato" este proceso de centralizaci?n si

gui? adelante pero con un nuevo elemento: el partido do minante. Si bien el pnr comenz? por ser un mero conglo merado de los l?deres que efectivamente gobernaban M?xi co, proporcion? ya un medio donde la familia revolucionaria pod?a dirimir sus diferencias de una manera m?s civilizada

que en el pasado inmediato. El partido no tard? en incre

mentar y ordenar el control que sobre el grupo gobernante

se ejerciera desde la ciudad de M?xico. En la medida en que el pnr se jerarquiz? y fue creando su propia maquina ria pol?tica pudo ir imponiendo sus preferencias en relaci?n a los nombramientos, la ideolog?a y, especialmente, las leal tades que profesaran los l?deres y funcionarios estatales y locales.

Los experimentos de los gobernadores agraristas no s?lo eran una afrenta a este esfuerzo de centralizaci?n pol?tica y

militar, sino que, adem?s, iban a contrapelo con las ideas y las directrices agrarias dictadas por las autoridades federa les. Desde el principio del movimiento pueden encontrarse profundas divergencias sobre los objetivos y m?todos de la

revoluci?n en relaci?n al M?xico rural. Mientras algunas

corrientes se pronunciaron por la entrega de tierras a los

pueblos a costa de la grande e incluso mediana propiedad privada, el "grupo de Sonora" no tard? en poner en claro sus preferencias por formar un pa?s de medianos propietarios

pr?speros e independientes, base de un desarrollo capitalista

normal. Desde fines de los a?os veinte el ala m?s conservadora

?la de los "veteranos"? gir? alrededor de las directrices del general Calles y pronto fue el grupo m?s poderoso, pues a

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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?l se asignaron la mayor parte de los cargos pol?ticos decisi vos: gubernaturas, posiciones directivas dentro del pnr, se cretar?as de estado, curules locales y federales, los tribunales y parte de la gran prensa nacional. Los "veteranos" estaban profundamente interesados en incrementar la producci?n agr?

cola a trav?s de su modernizaci?n y abogaban por un estado interventor pero cuya tarea fuese esencialmente la de ayu dar a aquellos elementos que se hab?an podido diferenciar

"gracias a su inteligencia y energ?a" y que por ello eran

capaces de llevar al pa?s por un r?pido desarrollo capitalista. Los ejidatarios y la mayor?a de los campesinos, desde su pun to de vista, no ten?an ni los recursos ni la cultura necesa rios para esta empresa. El ejido no era m?s que "un primer paso, una forma transitoria para preparar el advenimiento de la peque?a propiedad". En s?ntesis, el factor esencial en

el campo deber?a ser la iniciativa privada moderna y con

visi?n empresarial, justamente como la que se estaba desarro llando en Sonora.20 Al establecerse el maximato esta visi?n se convirti? de

finitivamente en la pol?tica oficial, especialmente durante la

etapa ortizrubista. Pero en oposici?n a la l?nea dominante

en el centro se encontraba la sostenida por n?cleos agraristas desaparramados por toda la rep?blica, que insist?an en que los problemas sociales y pol?ticos, as? como meramente eco n?micos del M?xico rural, s?lo se resolver?an desmantelando a la hacienda en favor del ejido. Quienes se declaraban vo ceros del agrarismo radical buscaban su fuerza entre las or ganizaciones campesinas y los grupos pol?ticos de sus estados y, con particular inter?s, mediante el control de milicias irregulares locales, aunque ya en esta ?poca solamente las

tejedistas y las controladas por Saturnino Cedillo en San

Luis Potos? constitu?an una fuerza militar respetable.27 El 26 Declaraciones de Calles de 1923 citadas en Cordova, 1973, p. 332.

En este libro hay una amplia exposici?n de la ideolog?a agraria de Calles y Obreg?n. Vid. tambi?n Silva Herzog, 1959, pp. 321 ss.

27 Una exposici?n de los "veteranos" y "agraristas" se encuentra en

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ROMANA FALCON

ala "agrarista" ten?a un problema: carec?a de una figura central que jugara el papel aglutinador que el "jefe m?xi mo" proporcionaba a los "veteranos". M?s que un grupo

con membres?a y postulados claros, los "agraristas" consis t?an en una serie de l?deres y funcionarios, que con mayor o menor aplomo dado el caso, y de manera relativamente independiente, saboteaban las directrices agrarias conservado ras del centro por considerarlas destructoras de sus propias bases de poder local as? como contrarias a su ideolog?a. Por ello, hasta 1934, el peligro que representaban los "agraris tas" a los ojos de los "veteranos" era muy relativo. Es m?s, el t?rmino de "agraristas" cobijaba a personajes muy dis?miles. Las diferencias no eran tan patentes en cuanto al radicalismo de sus pronunciamientos, pues pr?cticamente no hab?a pol?tico que no se viera sometido al imperio de la ret?rica "revolucionaria", pero s? en cuanto a su coherencia y sobre todo en relaci?n al grado de compromiso real con los principios y organizaciones agraristas. En todo caso, la vocaci?n radical no les imped?a mantener relaciones, incluso cordiales, con el "jefe m?ximo", el presidente en turno, el partido, etc. En ciertos casos algunos agraristas llegaron a formar parte del c?rculo ?ntimo de la familia revolucionaria,

como fue el de C?rdenas, y, por un tiempo, el de Portes Gil. Los agraristas moderados simplemente intentaron conciliar sus pol?ticas locales con las del centro, sobre todo en aque llas ?reas que no se relacionaban directamente con el reparto agrario. Adem?s de C?rdenas, Portes Gil y Tejeda, se encon traban, como miembros del ala "agrarista", Vargas Lugo,

gobernador de Hidalgo; Arroyo Chico, de Guanajuato; el

Simpson, 1952, cap?tulo xxiv b?sicamente. Es pr?cticamente imposible conocer el n?mero exacto de milicias agraristas en Veracruz y San Luis Potos? pero en sus mejores momentos, y en ambos casos, fluctuar?a

entre 10 000 y 15 000 hombres. Lo que era muy variable era la ca lidad del armamento y sobre todo el grado de control y de organi

zaci?n de los diversos "batallones". En comparaci?n, el ej?rcito regular se vino reduciendo significativamente desde la ?poca de Obreg?n y al principiar los a?os treinta hab?a alrededor de 55 000 efectivos regulares.

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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doctor Leonides Andrew Almaz?n, de Puebla; Saturnino Osor

nio, de Quer?taro, y el cacique potosino, general Saturnino Cedillo. L?deres intermedios eran muchos; sobresal?a ?rsulo

Galv?n ?que falleci? en julio de 1930? pero tambi?n se

puede mencionar a los veracruzanos Manuel Almanza y Sos tenes Blanco, el tamaulipeco Marte R. G?mez ?quien fuera secretario de Agricultura durante el interinato de Portes Gil?,

Graciano S?nchez, Le?n Garc?a, Enrique Flores Mag?n, etc.

IV. La pugna durante el "maximato" La crisis pol?tica de 1929 permiti? algunos logros impor tantes para los agraristas. La inestabilidad pol?tica y militar provocada por el asesinato de Obreg?n requiri? de un juego extremadamente complicado entre las esferas de poder. A tra v?s de tensas negociaciones entre callistas y las diversas fac

ciones obregonistas se logr? crear el partido aglutinador (pnr) , seleccionar al candidato para la presidencia, hacer frente a la rebeli?n escobarista y neutralizar a la crom as? como llegar a un acuerdo con la iglesia. En semejantes con diciones, las autoridades centrales no pod?an poner mucho empe?o en revisar lo que ocurr?a en los diferentes estados de la federaci?n y, mientras su lealtad estuviera asegurada,

los agraristas pod?an estar tranquilos. Esto les permiti? ?en tanto apoyaran al centro? fortalecerse localmente y en oca siones dar rienda suelta a su proyecto social. En Veracruz, por ejemplo, fue entonces cuando se afianz? el pacto entre el movimiento campesino y el Partido Comunista, en detri mento del pnr.28 La crisis del centro fue una oportunidad

para los gobiernos locales que supieron y pudieron apro vecharla. Como ya se se?al?, un aspecto decisivo para sentar las bases de una autonom?a agrarista local fue el aumento de las milicias estatales. Debido al peligro de un rompimiento con los obregonistas en 1928, la lealtad de los campesinos 28 Fowler, 1970, pp. 186-198.

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ROMANA FALC?N

adquiri? una importancia vital para el centro. En opini?n de Portes Gil, ellos eran la "?nica garant?a que tendr? el gobierno" en caso de una rebeli?n castrense.29 Por ello pro

movi? a los pocos d?as de su toma de posesi?n la creaci?n de nuevas guerrillas campesinas. Efectivamente, cuando en marzo estas fuerzas fueron necesarias, su apoyo no tard?

en hacerse notar. Particularmente el de los 15 000 agraristas

al mando de Cedillo, los hidalguenses dirigidos por el go

bernador Mat?as Rodr?guez y los contingentes veracruzanos

que tanto Tejeda como la liga pusieron a disposici?n del r?gimen. A esta movilizaci?n se sumaron las defensas rurales

de Puebla, Tampico, Durango y Quer?taro, tambi?n agra

ristas.30 Estas muestras de lealtad permitieron el fortaleci miento de los n?cleos guerrilleros locales, as? como la crea ci?n de otros nuevos, y aun cuando a fines del interinato las autoridades federales giraron ?rdenes de empezar el des arme de agraristas, su llamado no parece haber tenido mucho efecto. Por el contrario, en Veracruz se logr? inclusive ne gociar la independencia total de las guerrillas estatales con respecto a los poderes de la federaci?n. Por las razones apuntadas y el ritmo del reparto de tie rras puede calificarse de agrarista la pol?tica que el centro mantuvo durante el interinato portesgilista. El programa eji dal permiti? la distribuci?n de alrededor de 1 700 000 hec t?reas, superando as? las dadas durante todo el gobierno obre gonista y representando m?s del doble de las otorgadas en el a?o m?s impetuoso del gobierno callista.81 Tambi?n se modific? la ley b?sica de la reforma agraria a fin de impe dir que los particulares dividieran sus propiedades para evi tar la expropiaci?n; se trat? de hacer m?s simples los tr?mi 29 Portes Gil, 1967, p. 53. 30 G?mez, 1964, pp. 21-23; Fowler, 1970, pp. 199 ss; Exc?lsior (1?

ene. 1930).

31 Las variaciones sobre el monto de lo entregado con Portes Gil difieren notablemente. Vid. Silva Herzog, 1959, p. 364; G?mez, 1964.

?ste asegura que el monto correcto llegar?a a los tres millones de

hect?reas.

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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tes dotatorios o restitutorios, y se autoriz? la reducci?n de los

l?mites de las propiedades inafectables. Portes Gil intent? tambi?n, pero sin gran ?xito, frenar la avalancha de ampa

ros agrarios que hab?an venido saboteando la entrega de

tierras ya asignadas.32 Finalmente, y siempre en la versi?n de Portes Gil, se evit? que las expropiaciones dependieran de la capacidad del pago compensatorio del presupuesto federal.33

Sin embargo, pasado ya el peligro escobarista, Portes Gil

orden? la disoluci?n de la agencia local encargada de la

reforma agraria, es decir, dio a ?sta por terminada, en el Dis

trito Federal y en Morelos ?aunque hay que admitir que

?stas eran las dos entidades donde m?s avanzado estaba el

programa ejidal? y en ese mismo a?o se aplicaron "leyes

restrictivas" en otros estados donde se consider? que el pro grama ejidal estaba relativamente avanzado.34 A fines de la administraci?n portesgilista era ya dif?cil hacer frente a la presi?n que en contra del programa ejidal exist?a en los m?s altos niveles pol?ticos, econ?micos y di plom?ticos del pa?s. En primer lugar el pnr hab?a adoptado como programa agrario una mera sistematizaci?n de la orien taci?n "veterana" y se pronunciaba en favor de un pa?s for 32 Simpson, 1952, pp. 64-68; G?mez, 1964, pp. 24, 43-44; Exc?lsior (9 ago. y 26 die. 1929) . 33 Este proyecto era auspiciado por el embajador norteamericano en M?xico, por Calles y su ministro de Hacienda, Montes de Oca, as?

como por el candidato penerrista a la presidencia, Ortiz Rubio. Por

tes Gil, 1967, p. 53; G?mez, 1964, pp. 18-21; Dulles, 1961, pp. 393-394. 34 Seg?n la versi?n de Portes Gil y su secretario de Agricultura, se trataba de hacer frente a los m?ltiples detractores de la reforma agra ria intensific?ndola en estas entidades antes de que hubiese posibili dad de cambiar el rumbo de la reforma agraria. Esto es por lo menos

parcialmente cierto, pues en ese a?o se dot? el 30% del total del terreno concedido en Morelos al disolverse la cla. Sin embargo, hay

que subrayar lo "relativamente" avanzada que estaba la reforma agra

ria pues, siguiendo con el ejemplo de Morelos, para 1930 se hab?an ya dolado 203 000 hect?reas; el gobierno de Rodr?guez dio 1368 y

C?rdenas 74 000 m?s. Simpson, 1952, tablas 27, 30, 76, 77, 19; G?mez, 1964; pp. 36-38.

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ROMANA FALC?N

mado con "agricultores capaces de manejar su propia gran ja"; 35 y en diciembre el "jefe m?ximo" se?al? la necesidad de ir m?s despacio y replantearse de nuevo todo el progra

ma de dotaciones, e incluso la conveniencia de empezar a pagar en efectivo por las tierras expropiadas. A pesar de una

aclaraci?n posterior, que la matizaba, esta declaraci?n p?

blica fue un triunfo para los antiagraristas, y a pocos extra

?? que poco despu?s el presidente electo, Ortiz Rubio, se pronunciara tambi?n en favor de pagar en efectivo y de inmediato las tierras expropiadas. Dada la crisis presupues tal cr?nica, esto equival?a a suspender el programa ejidal. De esta manera, las presiones del embajador norteamerica no y de los propietarios encontraron feliz coincidencia ?no enteramente accidental? con las directrices de los m?s im portantes centros de decisi?n pol?tica del pa?s. El' resultado fue una verdadera avalancha de apoyos p?blicos y entusias tas por parte de pol?ticos destacados, de la prensa nacional y, desde luego, de los terratenientes, para limitar o termi nar de una vez por todas con la reforma agraria.36 El a?o de 1930 se inici? con malos augurios para los agraristas. Diez d?as despu?s de que Ortiz Rubio asumiera la presidencia, el centro intent? arrebatar a los agraristas veracruzanos la direcci?n de la organizaci?n nacional agra rista m?s importante: la Liga Nacional Campesina (lnc) . 35 El pnr afirmaba que el estado deber?a de diferenciar su pol? tica agraria seg?n los diferentes grupos existentes en el M?xico rural.

El gobierno deber?a de continuar el reparto de tierras hasta que la "clase m?s desvalida de pueblos y rancher?as... pudiese.... garantizar la manutenci?n de ellos y sus familias". Para aquellos con "mayores elementos y experiencia" cuyas demandas ya no "pod?an ser satisfe

chas con las parcelas que se brinda en el ejido", el gobierno deber?a de ofrecer tierras mejoradas en facilidades. Y a la clase social m?s elevada, o sean "los empresarios agr?colas", se les deber?a de tratar con sumo cuidado, "concederles oportunidad y apoyo" para que fue sen los encargados de cultivar "las mayores extensiones de tierra". El texto est? reproducido en Silva Herzog, 1959, pp. 371 ss.

3<J El Nacional (27 die. 1929); Excelsior (13 y 26 ene. 1930); New

York Times (27 die. 1929, 24 mar. 1930) ; G?mez, 1964, pp. 32-39.

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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En el congreso de la lnc organizado por ?rsulo Galv?n en Bellas Artes, y mientras la mesa directiva com?a, las dele gaciones de Jalisco, San Luis Potos?, M?xico, Quer?taro y Nayarit, encabezadas por diputados penerristas, se apodera

ron de la asamblea y la polic?a impidi? que los afectados

actuaran para recuperar su lugar. La central campesina m?s radical y extensa del pa?s qued? dividida. El pnr absorbi?

a una facci?n en tanto que la mayor?a permaneci? fiel a

Galv?n y otra secci?n minoritaria se lig? a los comunistas en oposici?n tanto al pnr como a los veracruzanos y cuya actividad se centr? en La Laguna y Michoac?n.37 En mayo de ese a?o de 1930 el centro inici? una nueva etapa encaminada a acabar con el reparto agrario. Para en

tonces no s?lo no se firm? una sola resoluci?n dotatoria nueva sino que, a decir del secretario de Agricultura de

Portes Gil, se intent? detener aquellas resoluciones firmadas en la administraci?n pasada pero que a?n no se hab?an pu

blicado en el Diario Oficial. Durante el mismo mes se dio un plazo para terminar definitivamente el programa ejidal

en Aguascalientes, Tlaxcala, San Luis Potos?, y poco des pu?s en Zacatecas.39 En junio el "jefe m?ximo" hizo p?

blico su entusiasta apoyo a la nueva orientaci?n, declarando que urg?a dar garant?as a los peque?os y medianos propie tarios para que se reactivara la econom?a agr?cola; que hab?a

que reducir la carga financiera que pesaba sobre los hom

bros de la naci?n, parte de la cual correspond?a al programa

ejidal y, en resumen, "poner un hasta aqu? y no seguir

adelante en nuestros fracasos..., fijar un per?odo relativa

37 Ante la facci?n penerrista, el secretario de Industria y Co

mercio Luis L. Le?n critic? a los agraristas y comunistas por sostener

doctrinas que en su opini?n eran "puro idealismo", as? como "a las

gentes de extra?as razas que insultan a nuestro gobierno". Vid. Fow

ler, 1970, pp. 180-181, 31 ss; Falo?n, 1977, pp. 95 ss; Gonz?lez Na

varro, 1968, p. 135. 38 G?mez, 1964, p. 25.

39 Diario Oficial, rx:37 (18 jun. 1930); Exc?lsior (22 abr., 31 mayo, 8, 13, 20 jun. 1930).

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mente corto [para] pedir tierras y... [despu?s] ni una pala bra m?s sobre el asunto". De nuevo las opiniones de Calles volvieron a causar gran revuelo y fueron ampliamente aplau didas por las asociaciones de propietarios y el grueso de la clase pol?tica.40 Gomo era de esperar, la "sugerencia" de Calles se tradujo inmediatamente en hechos: a los dos d?as once gobernadores se reunieron con los secretarios de Gobernaci?n y de Agricul tura a fin de unificar criterios entre la pol?tica agraria fede

ral y la de sus entidades. Entre ellos figuraban algunos

agraristas ?Le?nides Andrew Almaz?n, C?rdenas y Tejeda? pero eran minor?a.41 Las "leyes restrictivas", como se les lla m?, continuaron avanzando y en su informe presidencial de 1931 Ortiz Rubio pudo con satisfacci?n anunciar que eran ya doce las entidades donde se hab?a logrado "resolver" de finitivamente el problema agrario.42

Fue como reacci?n a este progresivo esfuerzo por nuli ficar el programa ejidal que surgi? uno de los m?s dram? ticos intentos de independencia de los gobernadores agraris tas. Vargas Lugo, C?rdenas y Tejeda no permitieron la im 40 El Universal (23 y 26 jun. 1930) ; Simpson, 1952, pp. 66 ss;

New York Times (24 jun. 1930). Estas declaraciones fueron conocidas

como las de "San Luis". Un ejemplo de las opiniones de la ?poca se encuentra en un editorial de Excelsior (9 die. 1930) donde se afir maba que "la claudicante pol?tica ejidal ha tenido el m?rito de relajar la moral social que manten?a inc?lume el derecho a la propiedad pri vada y fomentado de hecho el despojo y las detentaciones a mano ar mada, a lo troglodita en muchos casos, y en general por presi?n oficial se ha consumado en cosa com?n y corriente".

41 El Nacional (27 jun. 1930). 42 En ocasiones se aplicaron "leyes restrictivas" en donde ni si

quiera se hab?an integrado brigadas de ingenieros que tramitaran las solicitudes ejidales pendientes, como en Aguascalientes, Quer?taro y

Zacatecas; o bien donde el efecto de la reforma agraria era s?lo sim b?lico como en Coahuila. Vid. G?mez, 1964, p. 63. En relaci?n a los lugares en que se fueron aplicando estas leyes, vid. Exc?lsior (8 sep. 1930; 5, 25, 31 ene., 7, 8, 10, 19 feb., 22, 23, 29 abr., 2, 3, 19 jun., 23 jul.

1931).

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plantaci?n de esta pol?tica en sus estados, y esto a pesar

de las solicitudes que en tal sentido hicieran las agrupacio nes de propietarios locales. La legislatura michoacana sim plemente neg? tal petici?n a la c?mara de comercio local y los terratenientes veracruzanos propusieron ?sin que les fuera aceptado? ceder un porcentaje de sus tierras a cambio

del fin del reparto agrario.43 ,

En la medida en que las autoridades federales pusieron en peligro las bases mismas del poder local en los estados

dominados por los agraristas, ?stos empezaron a reaccionar.

Saturnino Cedillo ?quien desde el inicio de la administra ci?n ortizrubista tuviera serios problemas con el presidente propuso a Tejeda un acercamiento entre las dos ligas y en abril de 1930 firmaron ?stos un pacto de solidaridad.44 En mayo la legislatura michoacana sostuvo el derecho de los campesinos para tomar las tierras que pudiesen ser califi cadas como ociosas.45 Un mes m?s tarde, poco despu?s de inaugurada la gubernatura de Arroyo Chico en Guanajuato, se celebr? ah? un congreso agrario con delegados potosinos, de la liga veracruzana, de la crmt y de la liga de campesinos

de Puebla y Morelos dirigida por Julio Cuadros. En esa ocasi?n, el representante de San Luis Potos? propuso la

militarizaci?n de todos los campesinos del pa?s para "hacerse justicia con su propia mano".46 A fines de octubre, en el congreso de la Liga de Comunidades Agrarias del Estado de

Veracruz (lcaev) y ante la presencia de Tejeda y Almaz?n,

los veracruzanos se pronunciaron por cancelar los bonos de la deuda agraria y desde luego atacaron el acuerdo de Montes

de Oca-Lamont por pretender el pago de la deuda exte 43 Weyl, 1955, p. 170. El ofrecimiento de este grupo de terrate

nientes veracruzanos se hizo como parte de la Confederaci?n de C? maras Agr?colas de la Rep?blica Mexicana. El Universal (7 nov. 1930). 44 Fowler, 1970, p. 172.

45 C?rdenas, 1972a, p. 66; Manjarrez, 1933, p. 66. La ley de tie

rras ociosas se inici? desde 1920.

46 El Universal (9, 10 y 16 jun. 1930) .

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rior; no hab?a que pagar nada a nadie mientras esos recursos pudieran ser invertidos en el agro.47

Aparentemente de poco sirvi? este estallido de descon tento. A fines de 1930 el clima antiejidal estaba lo suficien temente maduro como para permitir modificar la ley b?sica de la reforma agraria en un sentido que, como reconoc?a el propio partido oficial, ten?a "la trascendencia de asegurar la gran propiedad". Ortiz Rubio se?al? entonces que la re

soluci?n de "los arduos problemas agrarios y obreros...

[no se lograr?a] por medio de las agitaciones constantes y de un desorden sistem?tico". En su opini?n, hab?a que "ini ciar las modificaciones de nuestras leyes para... proteger las inversiones que se hallan en la agricultura". En la primera reforma se insisti? en mantener una de las m?s palpables injusticias de las leyes agrarias, es decir, la incapacitaci?n de los peones acasillados para recibir ejidos. El secretario de Agricultura, P?rez Trevi?o, asegur? que "la revoluci?n no plante? el fraccionamiento de las fincas de campo entre sus peones... [Adem?s] es necesaria y conveniente la tendencia de que las fincas sean cultivadas por sus propios due?os y mediante la inversi?n de determinado capital". En segundo lugar, se ampli? la gama de propiedades inafectables ya que, seg?n P?rez Trevi?o, hab?a que defender a "los hacendados honestos" y considerar que "los terratenientes [eran] un fac tor de la producci?n mexicana... que ayuda a la emancipa ci?n del obrero y del campesino". Finalmente, las amplia ciones ejidales depender?an de los exiguos recursos del era rio para pagar en efectivo y por adelantado las tierras exr propiadas.4^ En el congreso ?nicamente la delegaci?n vera cruzana y la lnc se opusieron a la reforma. C?rdenas, en su calidad de presidente del pnr, se pronunci? en contra de

"los enemigos del ejido y de la revolution'' que hab?an venido afirmando que 'la agitaci?n agraria nacional est? 47 Fowler, 1970, p. 171; Falcon, 1977, p. 91. 48 Simpson, 1952, pp. 66 ss; El Nacional (13 die. 1930) ; El Uni versal (7 nov. 1930); Exc?lsior (12 die. 1930); G?mez, 1964, p. 58.

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organizada por ideas comunistas* y que el ejido hab?a pro piciado una baja en la agricultura. En su opini?n, el resur gimiento de M?xico s?lo pod?a ser el producto de "una justa y mejor distribuci?n de la propiedad". Pero las protestas agraristas parecieron vanas y en diciembre las tres reformas fueron aprobadas.49 A fines de 1930 la situaci?n de los agraristas era cr?tica

y fue sobre Tejeda sobre quien se desat? la presi?n del centro. La Suprema Corte puso en tela de juicio la legali dad de su ley de tierras ociosas del estado y aunque el gobernador veracruzano envi? emisarios ante el "jefe m?xi

mo" y Ortiz Rubio, y pidi? la ayuda de C?rdenas, sus es

fuerzos fueron in?tiles. Pero como en Veracruz las riendas

estaban a?n firmemente eii manos de la maquinaria tejedis ta, en abierto desaf?o al gobierno federal, la ley se sigui? aplicando. El desenlace no iba a tardar. Durante 1931, mientras el centro segu?a promoviendo las leyes restrictivas, los gobernadores y l?deres agraristas conti

nuaron su acci?n defensiva. En julio, Cedillo mand? a Que re taro quince vagones repletos de campesinos para apoyar

en su lucha por la gubernatura a su compadre y aliado, Saturnino Osornio, quien una vez en el poder no perdi?

tiempo en organizar sus propias milicias campesinas.50 Tam bi?n en este mes las concesiones madereras de Uruapan, que databan del porfiriato, fueron revocadas en favor de una cooperativa. Sin embargo, el agrarismo michoacano, m?s in defenso que el de Veracruz o San Luis Potos?, no pudo salir adelante y, dos d?as m?s tarde, el centro calific? a las mili 4? Sobre la oposici?n veracruzana, vid. Exc?lsior (5, 6 die. 1930) ; Simpson, 1952, p. 67; y las declaraciones de C?rdenas en El Nacional (20 nov. 1930). Vid. tambi?n Weyl, 1955, p. 182.

50 Exc?lsior y El Universal (2 a 9 jun. 1931); Taracena, 1966,

tomo de 1931. p. 104; C?nsul Clark al Departamento de Estado (jun. 5, 1931), en NA, RG59, 8.200/29606. Cuando en octubre de 1931 Osor nio celebr? un importante desfile agrarista, C?rdenas y Cedillo fueron

sus invitados de honor. Vid. Exc?lsior (19 oct. 1931). Osornio fue

repetidamente acusado de utilizar violencia para conservarse en el poder.

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ROMANA FALC?N

cias michoacanas de "irregularidad persistente y peligrosa que estimula el crimen y que fatalmente tiene que degenerar en

bandidaje... Para conjurar y prevenir todas las amenazas

que representa, s?lo existe un recurso: desarmarlos",51 y el desarme se inici?. En cambio en julio, y en contra de la opo

sici?n de la Suprema Corte, la legislatura veracruzana va lid? la ley de tierras ociosas e incluso la hizo a?n m?s radical. Esta relativa cooperaci?n entre los gobernadores y l?de res cuyo poder parcial o b?sicamente descansaba en pol? ticas agraristas era solamente una cara de la moneda. La otra eran las profundas discrepancias pol?ticas que exist?an entre ellos.

Cuando, en septiembre de 1930, C?rdenas sustituy? a

Portes Gil como presidente del pnr se comprometi? con una pol?tica de conciliaci?n entre las facciones del grupo gober

nante. La lucha, sin embargo, continu? hasta convertirse en un enfrentamiento entre callistas y quienes apoyaban al presidente. En este predicamento, Cedillo, Tejeda y Le? nides Almaz?n apoyaron al "jefe m?ximo" en tanto que el general michoacano no tom? ninguna posici?n extrema y en cambio intent? mantenerse al margen. A fin de cuen tas esto le fue imposible y, en medio de un conflicto con un grupo de senadores y antiortizrubistas, tuvo que renun ciar a dirigir el partido. C?rdenas pas? entonces a la secre tar?a de Gobernaci?n y el pnr qued? en manos de un ca llista incondicional: P?rez Trevi?o. En septiembre de 1931 se precipit? una nueva crisis que oblig? a renunciar a los cuatro divisionarios del gabinete. Seg?n el testimonio del propio C?rdenas, ?l desaprob? vehementemente a los oposi tores del presidente, ya fueran ?stos agraristas o no. A pe sar de que Ortiz Ruzio representaba la corriente antiagraris ta m?s abierta, C?rdenas le defendi? en cuanto presidente y

51 C?rdenas, 1972b, p. 182; Weyl, 1955, p. 169; Exc?lsior (25 jun.

1931).

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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trat? de actuar menos como agrarista y m?s como un ele mento leal a las instituciones.52 P?r ello, y por las diferencias en radicalidad, desde tem prano surgi? una divisi?n a veces no muy expl?cita entre los agraristas, y poco a poco empezaron a concentrarse los moderados alrededor de Cedillo, C?rdenas y Portes Gil, y

los radicales en torno a Tejeda. La lnc, que en julio de 1930, y a la muerte de Galv?n, adoptara el nombre del

l?der, intent? evitar nuevas escisiones. Los veracruzanos bus caron la cooperaci?n y, en diciembre de 1930, el presidente

de la lnc "?rsulo Galv?n" (lncug) y el de la lcaev se di rigieron a C?rdenas sugiriendo la posibilidad de formar una central campesina ?nica que agrupase a todas las ligas exis tentes. Pero ya era demasiado tarde y, probablemente por instigaciones de Portes Gil y C?rdenas, los dirigentes de las

ligas de Tamaulipas ?Graciano S?nchez y Le?n Garc?a

rechazaron el ofrecimiento y en cambio auspiciaron u?a

ruptura dentro de la lncug. Las tensiones entre moderados y radicales explotaron en

el congreso de la liga de febrero de 1931. Al momento

de elegir nuevo presidente se hizo evidente la divisi?n entre los veracruzanos ?que propusieron a Antonio Echegaray-^ y los moderados, que apoyados por las ligas de Tamaulipas,

Zacatecas, Chihuahua, Nuevo Le?n y San Luis Potos? pro pon?an a Enrique Flores Mag?n y a Graciano S?nfchez. El arreglo fue imposible y la lncug se dividi?. La llamada "genuina" o "tejedista" se opuso a la cardenista y trat? de ?o darse por vencida, se?alando que no tolerar?a ninguna intervenci?n en sus asuntos por parte del pnr. Pero ya en tonces las posibilidades de los tejedistas de actuar nacional mente eran pocas y, aun cuando en Veracruz continuaron subsidi?ndola, en otros estados empez? a sufrir persecuciones o simplemente no logr? apoyo.53

Ya sin los radicales, la lncug ligada a los moderados 52 Cardenas, 1972b, pp. 185-187. 53 Fowler, 1970, pp. 315-323.

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ROMANA FALC?N

empez? a desarrollarse con sorprendente rapidez. Sus diri

gentes se lanzaron a una activa campa?a de organizaci?n y unificaci?n de las ligas locales. Y, sobre todo, encontra

ron apoyo entre muchos elementos del poder legislativo. A fines de 1931 los moderados se apuntaron en su haber un

triunfo de dimensiones nacionales: la derogaci?n del am paro agrario. Graciano S?nchez y Lauro Caloca fueron los art?fices del triunfo cuando la Liga denunci? a la Suprema Corte por sabotear el programa agrario. De acuerdo con la Liga el 90% de los terratenientes afectados por la reforma agraria hab?a recurrido a este recurso. En diciembre de 1931 el amparo agrario fue derogado por el congreso. La ofensiva agrarista fue muy mal recibida por los "veteranos". Sus voceros afirmaban que se hab?a perdido la ?nica forma de remediar los abusos cometidos con pretexto del "agraris

mo"; el resultado ser?a un aumento de la desconfianza en el campo, que traer?a el caos a la agricultura.54 Aun cuando

se afirm? que la iniciativa de los moderados contaba con

la aprobaci?n del "jefe m?ximo" y del presidente de la re p?blica, la verdad es que la reforma constitu?a una de las primeras manifestaciones de la fuerza de quienes se opon?an

a la pol?tica antiagrarista del centro y una muestra de la vulnerabilidad de la posici?n de Calles. Para entender la acogida favorable que estos agraristas tuvieran en el congreso a fines de 1931 hay que tener en

cuenta que en junio de ese a?o los diputados rechazaron

una iniciativa para que en tres meses se "resolviera" el pro

blema agrario en toda la rep?blica, es decir, que se diera

por terminado el reparto de la tierra. Tampoco prosper? la sugerencia de la Confederaci?n de C?maras Agr?colas de ce der, por una ?nica vez, una parte de las tierras de sus miem

bros a cambio de dar por terminado el reparto. Aqu? se inici? el principio del fin de la escalada antiejidal de los "veteranos" y de Calles.55

M Falcon?, 1977, pp. 101-102; Exc?lsior (28 nov. 1931; 12 abr. 1932) .

55 Tambi?n en agosto de 1931 el poder legislativo aprob? la Ley

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V. La debilidad de los "agraristas" Algunas de las corrientes de historiadores contempor?

neos han puesto mucho ?nfasis en el descontento experimen tado por las masas campesinas debido a la falta de reformas en el agro y los efectos desastrosos de la crisis de 1929, y en el triunfo agrarista de 1931. En su opini?n, la efervescen cia pol?tica y la violencia que estas condiciones desataron en

el M?xico rural explicar?an parte de la fuerza en que se sustent? el cardenismo para llegar al poder. C?rdova, por

ejemplo, asegura que para 1930 hubo "cada vez m?s fre

cuentes manifestaciones de descontento por parte de los traba

jadores del campo, aunque a nivel local o regional" y Ana tol Schulgovski afirma que "durante largo tiempo los campe

sinos combatieron con las armas en las manos contra los guardias blancos. Como resultado de su valiente lucha, el gobierno se vio obligado a retractarse en sus intentos por destruir los ejidos". Seg?n esta corriente, C?rdenas fue sim plemente el elemento capaz de traducir este descontento en un cambio en la estructura del poder que beneficiar?a a sus bases pol?ticas: las clases trabajadoras. Por lo tanto, el mi choacano representar?a "la reconquista de la conciencia del papel que las masas juegan en la nueva sociedad como mo tor de progreso".56 La comprobaci?n emp?rica de tal hip?tesis encuentra se rios obst?culos. Por principio de cuentas, la mayor?a de los

trabajadores rurales no estaban organizados y la mayor?a

de las agrupaciones no se caracterizaban por su fuerza, inde

pendencia o representatividad. La gama de peque?as orga nizaciones que hab?an proliferado por todo el pa?s ?fre

cuentemente meros membretes? consum?an la mayor parte de sus energ?as en servir a los intereses m?s inmediatos de

Federal del Trabajo con un apartado muy favorable para los asalaria dos agr?colas. Sobre la defensa del ejido y el amparo agrario vid. Exc?lsior (5, 6 jun., 2 jul., 2 ago., 21, 24, 25 sep. 1931). 56 G?rdova, 1974, p. 14; Schulgovsky, 1963, p. 73.

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sus l?deres. Pero una falla a?n m?s decisiva de esta corrien te hist?rica consiste en sustentar, como 16 hace C?rdova,

que "a medida que el gobierno de la revoluci?n intenta

ba paralizar la reforma agraria, las luchas de los campesinos siguieron d?ndose muchas veces en forma violenta, aunque a nivel regional".57 En realidad, conforme avanzaba la admi nistraci?n ortizrubista, fue precisamente a nivel local donde la suerte de los campesinos se puso m?s en entredicho. Si en el Congreso de la Uni?n algunas corrientes agraristas to maban ?mpetu, dentro de varios estados su fuerza parec?a

venirse a pique. A fines de 1931 el centro tuvo que aceptar una modifi caci?n a las leyes agrarias, pero en cambio pudo asestar un

duro golpe a la autonom?a de los radicales veracruzanos. Para empezar puso fin al entendimiento y relativa coope

raci?n que exist?a entre las guerrillas y la Liga con el jefe de operaciones militares. ?ste y el encargado de los batallo nes agraristas fueron sustituidos por elementos ajenos a los tejedistas. De inmediato y durante la primera mitad de 1932 las fuerzas federales pusieron sus mejores empe?os en exter minar a "rebeldes y bandoleros", es decir, agraristas, siguien do ?rdenes directas del "jefe m?ximo". Esta pol?tica, que se lleg? a calificar como "una limpia de comunistas", se con virti? en una fuente de antagonismo constante entre los federales y las milicias agraristas apoyadas por el goberna dor. Entre tanto, y desde la ciudad de M?xico, se empez? a fomentar las obvias divisiones existentes entre los tejedistas.5S

Finalmente, a principios de 1932, la reputaci?n de al

gunos agraristas se puso en entredicho. Cundi? entonces el rumor de un inminente levantamiento de Cedillo en contra de la tutela callista, y los enemigos de C?rdenas aprovecha ron la ocasi?n para implicarlos en el movimiento, en uni?n de Almaz?n.59 57 CORDOVA, 1974, p. 20.

58 Falcon, 1977, pp. 110 ss; Fowler, 1970, pp. 330 ss. 50 Se hizo entonces necesaria una aclaraci?n p?blica y ?l cedillista

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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Los agraristas estrecharon sus lazos ante la ofensiva y ser?a C?rdenas quien m?s provecho sacara de tal empresa. Despu?s de la crisis ministerial de 1931, y durante buena parte del a?o siguiente, el michoacano fue designado jefe de operaciones militares en Puebla, donde mantuvo una buena relaci?n con Le?nides Andrew Almaz?n, en tanto que fue co loc?ndose a la cabeza de quienes se esforzaban por extender la influencia de la lncug moderada. En marzo de 1932, al celebrarse un congreso agrario en Jiquilpan, C?rdenas reci bi? todo el apoyo pol?tico de Saturnino Cedillo. El cacique potosino ?quien a?n resent?a el enfriamiento de sus lazos

con la ciudad de M?xico? envi? al congreso sus represen

tantes para mostrar solidaridad con C?rdenas. Uno de sus enviados anunci? la decisi?n de los agraristas y del divisio

nario potosino de llevar a la presidencia a C?rdenas. ?sta ser?a la primera manifestaci?n p?blica de los intentos agra ristas por influir en la lucha presidencial y jugar con C?rde nas su carta mayor. Seg?n algunas versiones, Gildardo Ma

ga?a ya se hab?a acercado a C?rdenas mientras estaba en Puebla para ofrecerle su apoyo y el de varios jefes milita res.60 En abril tuvo lugar otra convenci?n agrarista en Nuer

vo Le?n; el delegado potosino anunci? que solamente Cedi llo, C?rdenas o Tejeda eran capaces de garantizar la con tinuidad revolucionaria en el futuro.61

Jos? Santos Alonso protest? en el Congreso en contra de aquellos "reaccionarios" que quer?an as? denigrar a la revoluci?n, a. su "jefe supremo", y "al inmaculado general Cedillo y al inmaculado general C?rdenas". El Nacional (4 feb. 1932) ; Taracena, 1966, tomo de ?932,

p. 26.

60 C?rdenas, 1972b, pp. 188, 193, 197, 209; Anguiano, 1955, p. 201; Correa, 1941, pp. 9 ss.

6i Taracena, 1966, 25 de abril de 1932; El Machete (20 mayo

1932). Seg?n el informe de los diplom?ticos ingleses, los agraristas de

Nuevo Le?n cooperaron con la polic?a para aprehender a los vera cruzanos; y agregan que "desafortunadamente" ^1 importante l?der jarocho Celso Cepeda logr? escapar., Forbes a Foreign Office (28 abr. 1932), en PRO, F.0371, vol. 15842, A3156/56/26.

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ROMANA FALC?N

Durante 1932 los ataques del centro contra las guerrillas veracruzanas continuaron y Tejeda a duras penas logr? im poner a su sucesor en el gobierno del estado: V?zquez Vela. Pero esto le cost? perder a uno de sus apoyos principales en el centro del pa?s, el senador Manlio Fabio Altamirano, aspirante a la gubernatura. Algunos de los partidarios del senador se levantaron en armas contra Tejeda. El goberna dor perdi? a quien hab?a sido una de sus principales ligas con el CEN del pnr.62 Por su lado, Portes Gil choc? tambi?n con el centro pero ?l ni siquiera logr? que fuera aceptada

su propia candidatura para gobernador. El ex presidente hab?a organizado un grupo armado para entrar a Tampico y forzar su elecci?n, pero las autoridades militares los des armaron y echaron de la ciudad. Finalmente, Le?nides An drew Almaz?n fue acusado en Puebla de violar los derechos de los ciudadanos y en consecuencia destituido.63 A pesar de su fortalecimiento entre los agraristas mo derados del pa?s y en otros c?rculos, C?rdenas mismo se vio imposibilitado para mantener su influencia en Michoac?n.

En marzo la coalici?n de partidos socialistas de Michoac?n propuso al pnr como candidato a gobernador al se?or Ortiz Rodr?guez, un cardenista. Sin embargo, la ciudad de M?xico ten?a otros planes y en abril se logr? imponer a un ele mento totalmente antag?nico a la administraci?n de C?r denas y a los agraristas: el general Benigno Serrato. Una vez establecida esta punta de lanza de los veteranos los ata ques a los "atropellos y despojos de los agraristas y comu nistas" arreciaron, y en mayo los terratenientes de la enti dad se entrevistaron con el secretario de Agricultura para quejarse del agrarismo local y de la constante agitaci?n que estorbaba al desarrollo de la producci?n agr?cola. Los propietarios se declararon muy satisfechos con la reuni?n, 62 Falcon, 1977, pp. 104 ss; New York Times (16, 27 abr. 1932). ?3 Forbes a Foreign Office, en PRO, F.OJ71, vol. 15842 A2529/ 56/26; del mismo (28 abr. 1932); ibid., A3156/56/26; New York Times

<2 abr. 1932).

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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confiando que en un corto plazo se restablecer?a el or den.64 Una respuesta de los agraristas a este tipo de presiones fue la de radicalizarse. En mayo la legislatura michoacana volvi? a reglamentar la tan debatida ley de tierras ociosas, y Vargas Lugo en Hidalgo puso en marcha las famosas "leyes expropiatorias" que tanto revuelo alzaran, pues facultaban al gobierno estatal para intervenir aquellas f?bricas que ce rraran o violaran las leyes de trabajo y convertirlas en coope rativas obreras. Fund?ndose en ella, Vargas Lugo expropi? la f?brica de cemento Cruz Azul, y en junio Michoac?n y Veracruz adoptaron sus propias versiones de la misma ley.65 Como era de esperarse, inmediatamente surgi? una feroz oposici?n por parte de las autoridades federales, las asocia ciones de propietarios, los intereses extranjeros y los diarios nacionales. El pnr lanz? vehementes ataques en contra de

Tejeda, asegurando que la suya era la "ley m?s anticonsti tucional" que jam?s se hubiera dictado. En el centro s?lo Portes Gil, entonces procurador general, defendi? esa legis laci?n al asegurar que "la sola circunstancia de que estas le yes. .. infrinjan diversos preceptos de nuestra constituci?n no es suficiente para ameritar una acci?n ante la Suprema Corte tendiente a invalidar esas normas de derecho".

Los tres gobernadores fueron llamados a la ciudad de

M?xico, y Vargas Lugo, despu?s de entrevistarse con Calles,

declar? que cambiar?a aquellos preceptos que daban lugar a dudas sobre su constitucionalidad. Tejeda se entrevist? con el "jefe m?ximo", con Ortiz Rubio y con el secretario de Gobernaci?n, pero sin llegar a un acuerdo. El presidente

solicit? entonces que se pusiera un alto a esta legislaci?n

por no ser m?s que "una expresi?n de tendencias socialistas y anticonstitucionales". En Veracruz se sigui? aplicando la

?4 Vid. Exc?lsior (9 mar., 1* jun. 1932). En 1930 Benigno Serrato pas? a ocupar la jefatura de operaciones militares en Michoac?n. 65 Exc?lsior (14, 17 mayo 1932) ; Weyl, 1955, p. 272; Anguiano, 1955, p. 201; New York Times (14, 16, 26 mayo 1932) .

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ROMANA FALC?N

ley con bastante energ?a, y C?rdenas hizo su apolog?a en su ?ltimo informe de gobierno.66

En esa ocasi?n, los potosinos, menos dados a radicalis mos verbales o reales, aseguraron de inmediato su respeto por la propiedad privada, pero en cambio se opusieron a lo que consideraron los radicalismos del centro: la pol?tica educativa y los ataques a la iglesia. De cualquier manera tanto Cedillo ?cuyas relaciones con el "jefe m?ximo" con tinuaban deterioradas? como C?rdenas se cuidaron de no seguir aumentando la tensi?n de sus lazos con el general Calles.67 Para el momento en que tocaron a su fin las gubernatu ras de Tejeda y C?rdenas el revuelto ambiente pol?tico en Veracruz y Michoac?n coincidi? con algunos de los prime ros signos futuristas de la sucesi?n presidencial. Y ambos encontraron seguidores que los propusieran al pnr como sus candidatos. En septiembre de 1932 algunos elementos con

servadores se empezaron a alarmar cuando en Morelia se

reuni? "un grupo de politicastros que se disfraza con el nom bre de agraristas..., tomando los acuerdos m?s disparatados y subversivos_, atacaron con ruda destemplanza a ciertos funcionarios p?blicos y acabaron por ense?ar las 'orejas de lobo' cuando* abiertamente, se declararon partidarios del ge neral don L?zaro C?rdenas para la presidencia".68 Entre los pol?ticos veracruzanos la idea de lanzar a Te 66 Fowler, 1970, p. 225 ss; Falcon, 1977, p. 105 ss; New York Times (5, 6, 7, 9, 11, 12, 15, 16, 18, 19, 21, 21 y 30 jun., 24 jul., 4 ago. 1932J. 67 Entre otros indicadores del distanciamiento entre C?dil?o y el

"jefe m?ximo", vid. c?nsul Shaw al Departamento de Estado (31 die. 1931, 30 ene, 3 jun., y 16 jul. 1932), en NA, RG59, 812.00 San Luis Potos?/26, 27, 32 y 33. En relaci?n al viaje acompa?ando a Calles, vid. C?rdenas, 1972b, p. 201. 68 Exc?lsior (27 sept. 1932). Inclusive se rumor? que tambi?n Ce dillo era uri posible candidato presidencial. Vid. Taracena, 1966, tomo relativo a agosto de 1932; c?nsul Shaw al Departamento de Estado (17 ago. 1932), en NA, RG59, 812.00 San Luis Potos?/34.

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EL AGRARISMO CARDENISTA 369

jeda como candidato presidencial no era nueva. Este prop? sito hab?a cobrado auge en septiembre de 1931 cuando el Partido Ferrocarrilero Unitario empez? los trabajos en su favor. Cuando Tejeda defendi? en 1932 su ley expropia toria estaba salvaguardando hasta cierto punto una bandera para su campa?a presidencial. Cuando en septiembre c?e ese a?o la crom celebr? su congreso anual se pens? que posi blemente ?sta le apoyar?a en su b?squeda de la presidencia. En octubre los tejedistas intentaron colocar a su l?der como la figura central en la convenci?n nacional que el pnr ce lebr? en Aguascalientes. Pero el esfuerzo era ya desesperado pues para ese momento la capacidad pol?tica y militar del

tejedismo estaba seriamente da?ada, al grado de que a la

convenci?n asistieron dos delegaciones veracruzanas, una de ellas declaradamente leal al centro y opuesta a Tejeda. L?s "camisas rojas" tapizaron la ciudad con propaganda en favor del coronel veracruzano y propusieron a la asamblea refor mar la constituci?n para adecuarla a las ''nuevas tendencias revolucionarias", pero los dirigentes del pnr actuaron r?pi damente y en el segundo d?a de sesiones rechazaron las cre denciales de los tejedistas, quienes se retiraron al grito de "arriba las izquierdas socialistas; arriba Veracruz y Michoa c?n".<*>

VI. La destrucci?n de algunos grupos agraristas La renuncia de Ortiz Rubio en septiembre de 1932 no modific? el curso agresivo y antiejidal de la centralizaci?n pol?tica. Por el contrario, en ciertos casos las medidas en contra de la independencia y capacidad de acci?n de los, agraristas aumentaron. Para el momento en que la cuesti?n de la sucesi?n presidencial se convirti? en el tema pol?tico central empezaron a tomar auge. En lugar de que el campo presenciara el "ascendente movimiento del campesinado" del

que nos habla la escuela populista, y de cuya organizaci?n 60 Falc?n, 1977, pp. 108 ss.

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ROMANA FALC?N

en parte depender?a "el futuro del propio estado", los agra ristas simplemente estaban interesados en sobrevivir. Y no todos lo lograron. Seg?n Schulgovski, en esta ?poca "las acciones armadas de los campesinos, la toma de tierras, el aumento de las huel gas de los obreros agr?colas, eran las formas que adoptaba la lucha de las masas trabajadoras en el campo". Este autor llega a asegurar que, en este contexto, "la acci?n m?s grande del campesinado... [fue] la rebeli?n de 1933 de 15 000 cam pesinos en Veracruz".70 Los hechos han sido distorsionados. No hubo tal rebeli?n; simplemente se trat? de un intento desesperado e infructuoso por resistir el golpe definitivo con que el gobierno de Rodr?guez puso fin al tejedismo. Tales sucesos s?lo demostraron la extrema debilidad, frente a una acci?n decisiva del centro, del grupo campesino que era el mejor organizado, radical y armado del pa?s. Despu?s de la convenci?n de octubre de 1932, donde se pusieran al desnudo los proyectos del coronel veracruzano, se agot? la paciencia de las autoridades federales, quienes decidieron terminar de una vez por todas con este centro de conflictos. La reacci?n fue inmediata y empez? por des

truir la base en la que descansaban los logros y la gloria del tejedismo: su poder armado. En noviembre el centro orden? acabar con los ejidos colectivos de la entidad. El

conflicto que esta medida desatar?a era tan evidente que el "comit? agrario" encargado de aplicar tal medida estaba b? sicamente compuesto por militares. Para diciembre ya no

hab?a quien dudara que la operaci?n se hab?a convertido en la lucha final del centro contra el tejedismo. El gober

nador y su fragmentada maquinaria pol?tica ya nada pudie ron hacer, y los otros focos agraristas ni siquiera levantaron una voz de protesta. Es m?s, serla nada menos que L?zaro C?rdenas, como secretario de Guerra, el encargado de dar la orden del desarme general. La operaci?n encontr? s?lo la resistencia espor?dica de los dirigentes m?s radicales y hubo 70 ScHULGOvsKi, 1963, p. 73; Cordova, 1974, p. 34.

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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encuentros entre ciertos reductos guerrilleros y los federales.

Pero nada de esto se asemeja a la "rebeli?n" de que habla

Schulgovsky; en menos de un mes el centro mostr? tener la fuerza necesaria para asestar el golpe de gracia a la revolu ci?n social veracruzana.71 Semanas m?s tarde se logr? escin

dir a la lcaev gracias a la divisi?n que el centro hab?a

venido auspiciando desde 1931. Y en esta ocasi?n los agra ristas moderados colaboraron en la liquidaci?n del movi

miento veracruzano. La lncug antitejedista no tuvo empacho en condenar a la facci?n tejedista por su "pol?tica absurda y desleal" hacia el gobierno federal e, inclusive, apoy? la parcelizaci?n de los ejidos colectivos, hecho que hab?a dado pie al desarme. La mayor parte de las agrupaciones miem bros de la lncug moderada estuvieron presentes en el con greso constitutivo de la lcaev "blanca" o centrista y, m?s decisivo a?n, dos de sus directivos m?s prominentes fueron nombrados vicepresidente y secretario de la nueva liga vera cruzana. M?s adelante la lncug moderada denunci? ante el gobierno federal a aquellas autoridades municipales y bur? cratas que se negaban a cooperar con los "blancos".72 Una vez escindidos los tejedistas y sin las milicias cam pesinas que los respaldaran la tarea de las autoridades cen trales se facilit? y, con relativa sencillez, se acab? de des mantelar toda la maquinaria pol?tica de los radicales vera cruzanos: se les ech? de las presidencias municipales, de la legislatura local y federal, del partido y de los organismos encargados de la reforma agraria; algunos hasta tuvieron que huir del estado, y en ocasiones del pa?s. Para fines de 1933 s?lo algunos reductos tejedistas subsist?an. Ahora bien, el que los agraristas radicales fueran derro tados precisamente mientras el cardenismo se consolidaba 71 C?rdenas asumi? la secretar?a de Guerra al iniciarse 1933 y el

desarme general se llev? a cabo el 10 de enero. Vid. Falc?n, 1977, pp. 110-121; Fowler, 1970, pp. 290 ss. T2 Falc?n, 1977, p. 122 y 123; Exc?lsior (25 feb. 1933).

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romana falc?n

en el marco de la lucha presidencial no significa, como al gunos autores pretenden, que el general de Jiquilpan estu viese apoy?ndose en las organizaciones de su estado natal.73 Por el contrario, en esos momentos el cardenismo dentro

de Michoac?n sufr?a tambi?n una de sus ?pocas m?s di f?ciles. El destino de estas organizaciones fue parecido al de los veracruzanos, aun cuando su destrucci?n no lleg? a ser tan completa.

La lucha en contra del agrarismo michoacano se torn? m?s seria justamente cuando ?ste alcanz? una de sus c?spi des, a mediados de 1932. Entonces, y desde el centro, se de nunciaba c?mo "el agrarismo sin ley y en contra de la ley agraria est? convirtiendo al estado en una pocilga de ham brientos. Ah? los atributos de la federaci?n pr?cticamente ya

no existen... Adem?s suelen recorrer las calles.., 'comunis tas' o sencillamente revolucionarios.., sin que las autorida des locales pongan coto a sus desenfrenos". Y una vez que el cambio de poderes local tuvo lugar se asegur? en la pren sa que lo que ah? suced?a no [era] solamente vergonzoso sino que est? pidiendo a gritos un fuerte auxilio de las autoridades federales".74

El remedio estaba puesto. Desde que el gobernador por el centro tom? posesi?n, y a?n antes, ?ste se traz? como meta principal quebrantar la red de poder de la anterior administraci?n. Inmediatamente empez? a remover y susti tuir por serratistas a los l?deres y funcionarios cardenistas, as? como a los del Partido Comunista.75 73 vid., por ejemplo, C?rdova, 1973, pp. 28-30.

74 Exc?lsior (14 jul., 17 nov. 1932),.

75 La lucha entre serratistas y cardenistas : comenz? desde que se eligiera candidato a gobernador por el pnr. En mayo ya se aseguraba que algunos "agitadores" estaban propagando "ideas comunistas... con el objeto de crear serios problemas al futuro gobernador". Antes de que terminase 1932 ya estaban consignados y teniendo que responder a m?ltiples cargos varios l?deres, entre otros el candidato a goberna

dor por el Partido Comunista, Jos? Madrigal, "el terror de Michoa c?n". Exc?lsior (23 mayo, 11 die. 1932).

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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La culminaci?n de la lucha contra el cardenismo mi

choacano coincidi? con el desmantelamiento del movimiento

social en Veracruz. La coyuntura perfecta para acabar con la obra de C?rdenas en su estado se present? a principios

de febrero de 1933 con el asesinato de un prominente terra teniente michoacano a manos de agraristas. Inmediatamente la C?mara Nacional de Comercio, Agricultura e Industria se

dirigi? al presidente Rodr?guez para insistir en la propo

sici?n que presentaran nueve meses antes: el desarme de las milicias locales, ya que, en su opini?n, solamente se dedica ban a "acometerse unos contra otros, contra los hacendados y en ocasiones contra las autoridades". La c?mara se que* jaba de que Michoac?n hab?a "padecido una serie de gober nadores ineptos o inmorales utopistas... Los agraristas arma dos, soliviantados con el virus de la pol?tica y la demagogia comunista, ni siembran el ejido, ni permiten que otros cul tiven su tierra porque con sus cr?menes aterrorizan a los hacendados..." Y aseguraba que "una confederaci?n sindical semejante a la de Veracruz impone sus ?rdenes a las nego ciaciones agr?colas; declara huelgas, amenaza a los propie

tarios rurales... y, en suma, es la fuerza y el azote a un tiempo mismo en Michoac?n". Las autoridades centrales

parec?an estar dispuestas a darle la raz?n a la c?mara y en

menos de un mes el presidente les hab?a comunicado que su petici?n de desarme de las milicias campesinas estaba siendo objeto de la m?s cuidadosa atenci?n.76 Mientras tanto, dentro de Michoac?n, el entendimiento

con los propietarios adquir?a formas m?s concretas. Serrato presion? a los tribunales para que fallasen en su favor. El m?s sonado de estos casos fue el que se produjo cuando esta

ll? una huelga en los arrozales de las haciendas de Lom

bard?a y Nueva Italia.77 En marzo de 1933, cuando la lucha presidencial tomaba ya formas definidas, se dio el golpe decisivo a la "organiza 76 Exc?lsior (1, 9, 10, 25, 26 feb. 1933) . 77 Exc?lsior (25 feb. 1933) ; G?mez Jara, 1970, p. 108.

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ROMANA falcon

ci?n de masas" m?s importante que C?rdenas construyera en Michoac?n, la crmt. Desde su llegada al poder, Serrato hab?a promovido divisiones internas y empezado a remover a sus dirigentes. En ese mes sus esfuerzos fructificaron con la creaci?n de lo que los cardenistas llamar?an la "Confede

raci?n del Ni?o Jes?s". Serrato pudo hacer suya la crmt

porque cont? con el apoyo del presidente del pnr, P?rez Tre vi?o, el rival m?s fuerte de C?rdenas en la contienda presi

dencial. Los dirigentes cardenistas de la crmt m?s impor tantes, como Soto Reyes, Gabino V?zquez y Alberto Bre

mauntz, perdieron su curul en el congreso federal.7* Pero su

eliminaci?n pol?tica en Michoac?n era s?lo la culminaci?n de lo que en unos cuantos meses hab?an logrado el nuevo gobernador y ciertas figuras claves en el centro del pa?s. Quiz? se le diera a C?rdenas la presidencia, pero no se le dejar?a mantener Michoac?n. Esto entraba dentro de la l? gica del maximato. Los cardenistas se defendieron en Michoac?n cuanto pu dieron y, en ocasiones, con violencia. El grupo "radical so cialista" de inmediato acus? a la administraci?n serratista

de regresiva, reaccionaria y enemiga de los trabajadores. El propio Serrato se quej? ante el presidente por la "oposici?n sistem?tica que surgi? desde principios de mi administraci?n, alimentada por elementos pol?ticos de turbios antecedentes y por un grupo de pseudo l?deres que han usado todos los medios para desprestigiar al actual r?gimen ante la opini?n revolucionaria del pa?s".79 Pese a tales esfuerzos, la destruc ci?n de las organizaciones cardenistas parec?a inevitable. Sin embargo, su resultado final no ser?a tan profundo como en el caso de Veracruz; en parte porque la obra cardenista nun ca fue para el centro un reto de la misma magnitud que el tejedismo pero, sobre todo, por los giros que tuvo la pol?tica

78 Exc?lsior (28, 29 mar. 1933) ; El Nacional (1 abr. 1933) ; An

guiano, 1955, pp. 198 ss. 7? Citado en Weyl, 1955, p. 187.

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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nacional y que dieron a C?rdenas un lugar que ni el general Serrato ni Galles sospecharon. VIL El RESURGIMIENTO DE LOS MODERADOS

En s?ntesis, las "masas campesinas" ?aun aquellas orga nizadas, armadas, radicalizadas? estaban sumamente lejos de "entra?ar peligros de la mayor gravedad" para el r?gimen en el poder, como sostiene la escuela populista. Pero esto no significa que las fuerzas pol?ticas que actuaban en el campo no tuvieran nada que ver con la lucha presidencial de 1953. La candidatura de C?rdenas cont? con el apoyo decisivo de aquel frente que desde 1931 hab?a empezado a unir a l?deres intermedios, gobernadores y caciques que, por lo menos de manera parcial y frecuentemente por razones pr?cticas y no ideol?gicas, basaban su poder en los campesinos.80 Si bien para 1932 el centro se encarg? de hacer pr?ctica

mente imposible la existencia de las antiguas islas locales de autonom?a, los "agraristas" siguieron encontrando una buena acogida entre el "ala izquierdista" del partido y las c?maras. Estos cuadros intermedios ve?an en C?rdenas la po

sibilidad de romper la movilidad pol?tica que Galles y su

c?rculo ?ntimo estaban fomentando en los m?s altos niveles

de la administraci?n, neg?ndoles posibilidades de ascenso. Otros quiz? vieron en los agraristas una posibilidad de mo dificar la ruta elegida para el futuro de M?xico. Durante el breve r?gimen de Abelardo Rodr?guez apare

ci? el primer signo de que el resurgimiento de la fuerza

"agrarista" era posible. La se?al de que las cosas cambiaban fue la derogaci?n de la ?ltima ley ortizrubista: la de "Res ponsabilidades de funcionarios y empleados en materia agr?

so Portes Gil asegura que ?l pens? en luchar en favor de C?rde nas desde 1931 y que, al iniciarse el per?odo de auscultaci?n junto con

Graciano S?nchez, Le?n Garc?a y Enrique Flores Mag?n, se dio en organizar un frente campesino con la ayuda de C?rdenas y Cedillo. Portes Gil, 1967.

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ROMANA FALC?N

r?a". Esta ley se propon?a castigar a toda autoridad local

que retuviera expedientes de dotaci?n o restituci?n de tie rras. Tal retenci?n hab?a sido uno de los expedientes m?s socorridos de los agraristas para seguir adelante con la re forma agraria, pues al impedir indefinidamente que el expe diente pasara a revisi?n las expropiaciones provisionales que se hab?an realizado se convert?an en un hecho definitivo.

Cuando Ortiz Rubio expidi? esta ley hab?a ya 6 000 expe dientes rezagados, de los cuales una sexta parte correspon d?a a Veracruz.

La lncug moderada, junto con los legisladores de San Luis Potos?, Chihuahua ?al frente de cuya liga se encon traba un elemento cardenista, ?ngel Posada? y la nueva LCAEV, presentaron al congreso una iniciativa pidiendo la

derogaci?n de la disposici?n de Ortiz Rubio. La respuesta fue tan r?pida que la "ley de responsabilidades" dur? un

mes escaso.81

Para fines de 1932, y a pesar de lo que suced?a en Mi choac?n, no fueron pocos los elementos pol?ticos y militares

en todo el pa?s que comenzaran a gravitar alrededor de L?zaro C?rdenas; se le ve?a ya presidenciable. Adem?s, y gracias a sus buenas relaciones con Rodr?guez, el general michoacano se fortaleci? dentro del c?rculo ?ntimo de la familia revolucionaria. De los cuatro divisionarios que re nunciaron a sus ministerios en octubre de 1931 s?lo ?l sali?

pol?ticamente bien librado y, ya en septiembre de 1932, Rodr?guez le pidi? que se pusiera al frente de una institu ci?n clave: la secretar?a de Guerra.82 Es probable que el factor principal que explica este nombramiento, y el cual no ha sido suficientemente resaltado en los estudios del origen del cardenismo, fue el apoyo con que C?rdenas con taba dentro de las filas del ej?rcito. A trav?s de su larga carrera militar, C?rdenas hab?a llegado a establecer contac tos con gran cantidad de jefes y generales en muchos puntos 81 Simpson, 1952; Exc?lsior (28 ago.. 28, 29 sept. 1932). 82 C?rdenas, 1972b, p. 205.

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del pa?s. Es posible suponer que la presi?n de varios de los generales mas' importantes del momento ?Cedillo y Juan Andrew Almaz?n entre ellos? fue el factor decisivo en lo

grar que Calles aceptara la postulaci?n de C?rdenas a la

presidencia.83

De cualquier manera, para el 1? de enero de 1933, fe cha en que C?rdenas asumi? el mando de la secretar?a de Guerra, se hab?a difundido la idea de que su candidatura era ya una de las posibilidades m?s seguras en la lucha pre sidencial. En ese mes los enemigos de C?rdenas denunciaron los trabajos futuristas de sus partidarios.84 En febrero la fuerza cardenista dentro del partido era considerable. Mien

tras el pnr aplaud?a la decisi?n del secretario de Guerra

de desarmar a las milicias tejedistas, por otro lado ese mis mo partido defendi? el derecho de los campesinos michoa canos a permanecer armados: en este caso ?asegur?? aplicar la misma pol?tica ser?a "absurdo y contrarrevolucionario".85

Aun cuando los dirigentes del partido en el poder ase

guraban que durante 1933 no se agitar?a el problema de la sucesi?n presidencial, la ebullici?n futurista result? irrefre nable. En el seno del pnr dos figuras aglutinaron pronto las lealtades del personal pol?tico: el ex gobernador de Coahui 88 Ver por ejemplo las "Memorias" de Juan Andrew Almaz?n en

El Universal (4 feb. 1959) y Daniels al Departamento de Estado (15 mar. 1935), en NA, RG59, 812.00/30179.

W En Exc?lsior (31 ene. 1933) se criticaba a la "liga Tejeda-Cedi

?lo-Garrido-Osornio". Y sobre los rumores de que C?rdenas ser?a uno de los m?s fuertes precandidatos una vez que asumi? el ministerio de

Guerra, vid. C?nsul Clark al Departamento de Estado (30 die. 1932), en NA, RG59, 812.00/29815. 85 El Nacional (14 feb. 1933). De la suerte de las milicias cam pesinas en Veracruz escaparon bastante bien libradas las de San Luis Potos?, Michoac?n, Tabasco y Quer?taro, inclusive cuando los de este ?ltimo estado causaron un gran revuelo en esos momentos al afirmar se exageradamente que sumaban m?s de 20 000 hombres y que urg?a su desmantelamiento. Exc?lsior (27, 31 ene., 13, 20, 24 feb., 12 may. 1933). En abril, sin embargo, se orden? un desarme de guerrillas en Puebla, Jalisco, Guanajuato y Veracruz. Vid. Exc?lsior (3, 10 abr. 1933).

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ROMANA FALCON

la, secretario de Agricultura con Ortiz Rubio y en ese mo mento presidente del cen del pnr, Manuel P?rez Trevi?o, y L?zaro C?rdenas. En t?rminos de la pol?tica agraria la situaci?n dif?cilmente podr?a haber sido m?s clara, pues ambos eran de los m?s destacados exponentes de los dos proyectos antag?nicos.

El desenlace final no ser?a inmediato ni sencillo, pues

ambos precandidatos contaban con un grupo importante de gobernadores, legisladores, l?deres, militares destacados, etc. Para marzo las alineaciones pol?ticas eran claras y el mismo C?rdenas tuvo que desautorizar declaraciones y rumores pro palados por sus partidarios.86

Los centros nodales de poder, sin embargo, parec?an a?n no querer tomar cartas en el asunto y dejar que las

fuerzas en pugna se manifestaran. El "jefe m?ximo" se re cluy? en su finca en Ensenada mientras que el presidente inici? en abril una "gira de descanso primaveral" acompa ?ado de altas personalidades, entre otras C?rdenas. Aparen temente el jpaso de la comitiva por Michoac?n se debi? al inter?s del presidente por limar las asperezas entre C?rdenas y el nuevo gobernador, pero tal arreglo result? imposible.87 En esas circunstancias apareci? el primer pronunciamien to abierto de una organizaci?n en favor de uno de los pre candidatos: el once de abril el Partido Agrarista de Jalisco

apoy? la postulaci?n de C?rdenas. Detr?s del pronuncia

miento se encontraba Cedillo y no el gobernador jalisciense, un ferviente pereztrevi?ista. La "Liga Magdaleno Cedillo", la Liga de Comunidades Agrarias del Estado de Jalisco y l? "Uni?n Plutarco Elias Calles", las tres jaliscienses, no tarda ron en sumarse a las manifestaciones procardenistas.88

86 El Nacional (26 mar. 1933). 87 Seg?n Anguiano durante el viaje hubo un incidente embara

zoso cuando en Morelia y otros lugares varios cardenistas aprovecha

ron que el tren presidencial se paraba para insultar a Serrato. Esto

molest? a Rodr?guez y a C?rdenas mismo. Anguiano, 1955, pp. 198 ss;

El Nacional y Exc?lsior (3 a 5 abr. 1933) ; Weyl, 1955, p. 187.

88 Dentro de Jalisco la fuerza de Cedillo estaba principalmente en

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En este clima de intensa agitaci?n un grupo de senado res pidi? que se clarificara el juego pol?tico y para ello se dirigi? al "jefe m?ximo". El 13 de abril arribaron a la finca de Calles eminentes gobernadores pereztrevi?istas, como Se rrato, Melchor Ortega, Sebasti?n Allende y Estrada Cajigal. Pero tambi?n se hizo presente uno de los m?s activos im pulsores de C?rdenas: el hijo del "jefe m?ximo", Rodolfo Elias Calles, gobernador de Sonora. Seg?n un colaborador de Serrato, a pesar de que a Calles se le record? que ?l mismo hab?a opinado en ?l pasado que C?rdenas era un hombre impreparado, muy inquieto y con ideas extremis tas, como bien lo mostraba su experiencia inichoacana, el "jefe m?ximo" hab?a replicado que C?rdenas era un revo lucionario honesto, y que, "bien dirigido", podr?a dar a M?xico un buen gobierno. Aparentemente esta opini?n de Calles fue tan tajante que el propio Serrato, quien pro bablemente ser?a de los que m?s sufrir?an con esta de cisi?n, regres? a su estado a coordinar la campa?a carde nista. El siguiente movimiento lo hizo el presidente cuan do, durante el viaje, pregunt? a C?rdenas sobre la postula ci?n que tantos grupos le estaban ofreciendo ya que, en sus palabras, "te estimamos, como sabes, e indiscutiblemente que ser?as de los m?s indicados". Al d?a siguiente de arribar a

la ciudad de M?xico Rodr?guez lo mand? llamar para con fiarle que Aar?n S?enz le hab?a informado que los estados

de Sonora, Nuevo Le?n, Chihuahua y Tamaulipas estaban

al lado de C?rdenas. M?s tarde, S?enz se entrevist? con C?r denas para ofrecerle este apoyo. Unos d?as m?s tarde el se

cretario de Guerra recibi? a un enviado de los hijos del la regi?n de Lagos de Moreno, en donde su Liga Regional Campesina

hab?a mudado su nombre por la de "Magdaleno Cedillo", el difunto hermano del hombre fuerte potosino. Sobre el pronunciamiento por

C?rdenas, vid. Exc?lsior ?2, 20 abr., 18 jun. 1933). Para mayo, Mar garito Ram?rez, Guadalupe Zu?o v otros pol?ticos jaliscienses tambi?n organizaron fuerzas procardenistas. Vid. por ejemplo, Gidney, vicec?n

sul en Guadalajara, al Departamento de Estado (23 mayo 1933), en

NA, RG59, 812.00/29681.

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ROMANA FALC?N

"jefe m?ximo" que le notific? que ?stos se hab?an entre

vistado personalmente con los representantes de las fuerzas pol?ticas de Nayarit, Colima, Jalisco, Nuevo Le?n, Coahuila y Durango y ?stos se hab?an declarado en su favor. A fines de abril los diputados cardenistas empezaron a formar un bloque y ciertos diarios, escandalizados, criticaban el "brote inesperado y extempor?neo de futurismo presidencial".89 El mes de mayo fue decisivo. Y en el desenlace cont? ya el apoyo del heterog?neo grupo de "agraristas moderados". En vista de que P?rez Trevi?o insist?a en seguir en la justa, y despu?s de consultar con el presidente de la rep?blica y con el propio C?rdenas, se public? el 3 de mayo un mani fiesto firmado por las ligas agrarias de Tamaulipas, San Luis

Potos?, Chihuahua y Tlaxcala, y dirigido a la lncug, para que procediera a "auscultar" el sentir en el agro sobre la candidatura cardenista. Ese d?a C?rdenas solicit? al "jefe m?ximo" su opini?n "como amigo y como jefe" a fin de tomar una determinaci?n. C?rdenas dej? las alturas y baj?

a la arena. La lucha se agudiz?. El d?a 6, y bajo los auspicios de Cedillo y sus 15 000 agraristas, se celebr? en San Luis Potos? una magna con venci?n para anunciar a trav?s de la lncug moderada que "el sentir campesino" era un?nime en favor de C?rdenas.

Veinticuatro horas m?s tarde, y aparentemente con el con sentimiento de Calles, Rodr?guez hizo saber a su secretario

de Guerra que pod?a renunciar para atender los asuntos

pol?ticos que "tan intempestivamente" se presentaban en su favor. De inmediato en las c?maras legislativas se firmaron sendos pactos de solidaridad con C?rdenas.00 Para fines de mayo la balanza se inclin? irreversiblemente en favor del 80 C?rdenas, 1972b, pp. 219 ss, 307; Anguiano, 1955, pp. 199-200;

Exc?lsior (28 abr. 1933). Seg?n este diario los representantes de So nora, Nuevo Le?n, Nayarit, Jalisco, Chihuahua, Quer?taro, San Luis Potos?, Puebla, Tlaxcala, estado de M?xico, Oaxaca, Baja California contaban ya con diputados carden is tas.

?o Exc?lsior (3 a 13 mayo 1933) ; C?rdenas, 1972b, pp. 222-224;

Portes Gil, 1967, pp. 474-477.

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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michoacano. Rodr?guez cit? tanto a ?l como a P?rez Tre vi?o y a Melchor Ortega ?el presidente del partido? para comunicarles las impresiones del "jefe m?ximo". Opinaba Calles que el "sentir nacional" era cardenista, y por tanto sugiri? a P?rez Trevi?o que considerara la posibilidad de retirar su candidatura. P?rez Trevi?o asegur? de inmediato que concordaba en todo con el punto de vista del "jefe de la revoluci?n" y al d?a siguiente anunci? que no aspiraba a la presidencia y aconsej? a sus seguidores apoyar a C?r denas. A fines de mayo el general L?zaro C?rdenas, precan didato ?nico del partido, acept? p?blicamente su postula ci?n.91 En su apoyo se volc? el grueso de la clase pol?tica: el presidente, el "jefe m?ximo", el ej?rcito, el partido, los gobernadores e innumerables l?deres estatales, obreros y agra

rios. Sin embargo un grupo se resist?a y no perdi? la es

peranza de que para la convenci?n nacional del pnr en

diciembre de 1933 se pudiera echar abajo su candidatura ?como hab?a ocurrido con Aar?n S?enz? pues las posibili dades de derrotarlo en la lucha presidencial abierta eran nulas.

Ante esa posibilidad, y durante todo mayo, los "agraristas" siguieron laborando para consolidar la posici?n de C?rdenas y

la suya propia. Los potosinos invitaron con ese fin a una nutrida comisi?n de legisladores a una convenci?n agraria, y al fin del -mes naci? la Confederaci?n Nacional Campesi na (ccm) , que signific? un enorme avance en la organiza ci?n de las clases populares en apoyo del futuro presidente y del pnr. Las ligas constituyentes fueron las mismas que en febrero de 1931 hab?an formado la lncug moderada y pron to contaron con delegados en diecis?is estados. Los dirigen tes tambi?n eran los mismos: Graciano S?nchez comparti? la mesa directiva con Le?n Garc?a, Enrique Flores Mag?n y

Marte R. G?mez. Seg?n Gonz?lez Navarro fue la ccm quien "el 31 de ?l Carminas, 1972b, pp. 223 ss; El Nacional y Exc?lsior (21, 25

mayo 1933).

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ROMANA FALCON

mayo de 1933... oblig? a Calles a aceptar la candidatura de C?rdenas sobre la del general P?rez Trevi?o". Esta opi ni?n parece exagerar la fuerza de la ccm; los elementos que hab?an influido con sus pronunciamientos eran muchos y

rebasaban al n?cleo campesino. Sin embargo, Calles quiso

asegurarse de que pod?a contrarrestar cualquier inclinaci?n radical del candidato penerrista o de sus seguidores. Quiz? por ello propuso un plan de gobierno sexenal muy conser vador, que de antemano comprometiera a C?rdenas. En el terreno agrario el plan original volv?a a aspirar a la liqui

daci?n de los ejidos en favor de la peque?a propiedad.92 Al final el grupo cardenista modific? sustancialmente el proyecto y logr? hacer del plan parte sustancial de su pro grama pol?tico. Varios autores han querido ver en el cardenismo de en tonces un movimiento compuesto por masas populares y pr?s

tinos revolucionarios. C?rdova, por ejemplo, considera que este movimiento surgi? "como la conjunci?n de toda una serie de elementos inconformes con los mezquinos resulta dos que la lucha revolucionaria hab?a dado... como una especie de conciencia cr?tica de la revoluci?n".93 Sin preten der negar de plano que estos elementos estuvieran presen tes en el cardenismo, tampoco es posible ignorar que entre los primeros n?cleos del movimiento se encontraban pol? ticos tan conservadores como S?enz o los hijos de Calles, y

que de ninguna manera encajar?an entre los cr?ticos del sistema. Adem?s, como se ha se?alado, entre los mismos "agraristas" cardenistas se cobijaban elementos cuya voca

ci?n "revolucionaria" era bastante precaria. Otros autores sostienen que el apoyo del "jefe m?ximo" a C?rdenas no fue prueba de ninguna simpat?a o amistad

sino de una "profunda crisis por la que atravesaba el r? gimen callista". Schulgovski ataca a quienes "tratando de rebajar la personalidad de C?rdenas, de ensombrecer el sig

92 Gonz?lez Navarro, 1968, pp. 135-137; Exc?lsior y El Nacional (28 mayo a 6 jun. 1933) ; Weyl, 1955, p. 191. ?>3 C?rdova, 1974.

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EL AGRARISMO CARDENISTA

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ni?eado de su labor presidencial, afirman que C?rdenas fue

un obediente ejecutor de la voluntad del 'jefe m?ximo'...

[y que su elecci?n] fue un fen?meno plenamente natural".04

Ciertamente que Calles no pod?a imponer a cualquier can didato y, b?sicamente, era el gran arbitro entre las diver sas fuerzas pol?ticas. Sin embargo, sin negar que el general

michoacano se hab?a distinguido por sus ideas y pol?ticas avanzadas, igualmente hab?a dado innumerables muestras de una gran lealtad pol?tica hacia las nuevas instituciones y sus l?deres, sobre todo a Calles. Hasta ese momento ?e inclusive a la luz de los propios apuntes de C?rdenas? no hay indicios de que estuviese buscando un rompimiento con el "jefe m?ximo". Ignorar esta lealtad es hacer inexplicable que repetidamente C?rdenas fuese llamado por Calles para ocupar cargos tan importantes como la presidencia del pnr o las secretar?as de Gobernaci?n o Guerra. Para concluir, al analizar los or?genes del cardenismo es necesario tener en cuenta que el grupo vencedor en la re voluci?n ?el norte?o? no fue nunca el abanderado de las corrientes agraristas m?s radicales. Este agrarismo radical sobrevivir?a, pero, a la larga, resultar?a un reto demasiado obvio e ineludible para las autoridades centrales, sobre todo el tejedismo. A fin de cuentas, y con la concurrencia de los agraristas moderados, el gobierno central neutraliz? a los ra dicales. Por su parte, la corriente moderada siempre se mo vi? dentro de las instituciones y procur? mantenerse apega

da a la legalidad del sistema. Las "masas campesinas" no

parecen haber colocado al nuevo r?gimen en apuros en nin g?n momento, y en cambio s? fueron usadas como ariete por los cuadros medios de la "familia revolucionaria", los cardenistas, para llegar al poder y desalojar a los sonorenses.

Finalmente, es justo reconocer que la l?nea agraria se

guida por la ccm trajo r?pidas mejoras al campesinado, in

cluso antes de que C?rdenas asumiera el poder. En 1933,

por ejemplo, se derogaron las leyes restrictivas, se aceler? 04 ScHULGOvsKi, 1963, pp. 77-80.

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ROMANA FALC?N

la soluci?n de un buen n?mero de casos dota torios rezaga

dos, y se cre? la "Gran Comisi?n Agraria" de la C?mara de Diputados, que, guiada por Gilberto Fabila, elabor? un

programa que reflej? el punto de vista de la ideolog?a agra ria radical. En diciembre Graciano S?nchez logr? que estas pol?ticas fueran incorporadas al famoso Plan Sexenal y lue go al C?digo Agrario mismo. Con esta base C?rdenas pudo

acelerar la entrega de tierras a los ejidos e introducir al

campesinado como parte integral del partido revolucionario, convirti?ndolo en el sost?n m?s seguro del sistema en los

a?os por venir.

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EL AGRARISMO CARDENISTA 385

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ESPA?A Y ESTADOS UNIDOS

ANTE LA CUESTI?N

MEXICANA?185 5-1868 James W. Cortada El tema de la intervenci?n francesa en M?xico durante la d?cada de 1860 sigue siendo objeto de m?ltiples discusiones e investigaciones. Los aspectos diplom?ticos han sido exami nados repetidamente, tanto desde la perspectiva francesa como

de la mexicana, a lo que hay que a?adir los estudios reali zados ?tal vez en una forma menos acabada? por algunos

norteamericanos y brit?nicos. Sin embargo, una gran parte de esta historiograf?a no parece captar el significado funda

mental de los hechos en su totalidad, que no est? basado tanto en los conflictos entre M?xico y Francia ?tal es el enfoque tradicional? cuanto en el m?s amplio asunto de la rivalidad internacional en el Nuevo Mundo. El signifi cado de toda la cuesti?n radica precisamente en que cabe dentro de un contexto mucho m?s amplio. La historia diplom?tica del Nuevo Mundo en el siglo xix puede resumirse convenientemente se?al?ndole dos grandes l?neas de desarrollo: la primera, el establecimiento de rela ciones interamericanas, esto es, entre naciones de las Ameri

cas; y segundo, la lucha por impedir la influencia y el

dominio europeo en el hemisferio occidental. En tanto que la primera l?nea de desarrollo contin?a marcando las rela

ciones entre los estados americanos en el siglo xx, el ob jetivo de repeler la influencia europea en Am?rica Latina

y en Norteam?rica obtuvo resultados simb?licos con la ter minaci?n de la guerra hispanoamericana de 1898. El poder de Estados Unidos se desarroll? en el siglo pasado en me noscabo de la influencia brit?nica, francesa y espa?ola en el Nuevo Mundo. A lo largo del siglo xix una gran parte 387

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JAMES W. CORTADA

de la rivalidad por alcanzar la hegemon?a pol?tica, econ? mica, dipom?tica, militar, y hasta cierto punto cultural, en el Nuevo Mundo, se dirim?a entre Inglaterra, Francia y Es

pa?a por una parte, y los Estados Unidos por otra. Hay que a?adir que, desde un punto de vista geopol?tico, el

campo de batalla era usualmente el Caribe y la parte central de Am?rica Latina, incluyendo a M?xico. Para dar una definici?n m?s espec?fica de esta constante lucha geopol?tica notemos que? hacia la mitad del siglo xix, gran parte de esta rivalidad se entabl? entre Espa?a y Es

tados Unidos. Desde la d?cada de 1840 hasta finales de la

de 1860 ambos compitieron vigorosamente en Cuba, Puerto

Rico, Santo Domingo y M?xico. Hab?a oportunidades y riesgos en ambos lados, y esto aceler? la rivalidad. Los Estados Unidos sufrieron una guerra civil (1861-1865) que debilit? temporalmente a la naci?n al tiempo que Espa?a tuvo la habilidad de propiciar una pol?tica a?n m?s pro teccionista en las colonias que todav?a conservaba. Una lec tura cuidadosa de los archivos diplom?ticos de Francia, In

glaterra, Espa?a y Estados Unidos nos muestra que las

consideraciones econ?micas, as? como tambi?n la muy seria cuesti?n de la esclavitud, estimularon esta competencia en Cuba y Santo Domingo. En M?xico, la inestabilidad pol?tica

y la potencialidad econ?mica atrajeron el inter?s de las

grandes potencias.

Vistas las cosas dentro de este amplio contexto de la

rivalidad entre el Viejo y el Nuevo Mundo para obtener un control de los destinos americanos, tenemos una muy clara

muestra de que la participaci?n de M?xico en las d?cadas de 1850 y 1860 es importante, relevante y eminentemente

cr?tica para la comprensi?n de la naturaleza y las conse cuencias de la diplomacia americana y europea. Una de las m?s f?ciles y m?s importantes maneras de definir la natu raleza del papel desempe?ado por M?xico es la de observar la rivalidad que hab?a entre Estados Unidos y Espa?a en lo tocante a M?xico, bas?ndose fundamentalmente en el an? lisis diplom?tico para definir las cuestiones. La validez que

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LA CUESTI?N MEXICANA

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tiene este enfoque de la cuesti?n mexicana es que nos per mite aclarar algunas malas interpretaciones respecto a los m?viles de Espa?a y Estados Unidos en sus relaciones con M?xico y definir con m?s exactitud la participaci?n de M? xico en las cuestiones latinoamericanas.

Debemos tener en cuenta el hecho de que el inter?s in ternacional por M?xico se present? simult?neamente a la competencia por Santo Domingo y otros lugares. Por un lado,

M?xico, que hab?a formado parte del imperio espa?ol, se gu?a atrayendo la atenci?n de Espa?a; por otro lado, los Estados Unidos ten?an un gran inter?s en M?xico porque ios dos pa?ses compart?an sus fronteras. La expansi?n esta dounidense hacia el sudoeste del continente norteamericano ya hab?a provocado una guerra con M?xico en 1846-1848, asunto perturbador para Espa?a, que tem?a que Washington pudiera eventualmente ocupar todo el territorio de M?xico

si nada se hac?a para detenerlo. M?s a?n, la inestabilidad pol?tica de M?xico dio como resultado la acumulaci?n de

deudas y reclamaciones por reparaci?n de da?os a favor de Espa?a. El asesinato de un ciudadano espa?ol provoc? otra nueva preocupaci?n en Madrid. La confluencia de reclama

ciones, preocupaciones e inquietudes pol?ticas dio origen a que M?xico se convirtiera en otro campo de batalla dentro del continuo conflicto diplom?tico entre Madrid y Washington. Aun antes de que estallara la guerra civil de M?xico en 1857 cada una de estas dos potencias ten?a la preocupaci?n de que la otra estuviese tratando de invadir M?xico o cuando menos de setablecer un gobierno faborable a sus intereses. Por ejemplo, antes del derrocamiento del presidente Antonio

L?pez de Santa Anna en 1857 los rumores de las intrigas

espa?olas ya hab?an llegado a Washington. Los Estados Uni dos estaban constantemente preocupados con esta clase de noticias, aunque sus autoridades recelaban de la veracidad de estos reportes, pues de hecho las relaciones hispanomexi canas se estaban deteriorando y no era impoible que condu jeran a la situaci?n inversa, es decir, a una guerra entre las dos naciones latinas, en cuyo caso los Estados Unidos se

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JAMES W. CORTADA

ver?an obligados a intervenir en virtud de los principios de la doctrina Monroe. Madrid se hab?a visto, en un momento

dado, cortejado por Santa Anna para formar una alianza que resultar?a hostil a los Estados Unidos, pero esta suge

rencia se vio rechazada por la posibilidad de que condujera a un conflicto. Los brit?nicos y franceses tambi?n se nega ron a aportar su cooperaci?n. En junio de 1856 el represen tante brit?nico en Madrid inform? que los espa?oles espe raban que Inglaterra y Francia distrajeran la atenci?n de

los Estados Unidos con una peque?a crisis en Centroam? rica, de manera que Espa?a pudiera ampliar su influencia en M?xico utilizando hombres y suministros de Cuba.1 La situaci?n internacional se vio afectada por la seria inestabilidad pol?tica por la que atraves? M?xico entre 1855 y 1857. En febrero de 1857 entr? en vigor una nueva cons tituci?n que adopt? muchos aspectos de la de Estados Uni dos, con lo que se puso de manifiesto ante los europeos el alcance de la influencia que ten?a Norteam?rica en ese pa?s.

El gobierno de Washington apoy? el r?gimen liberal de

Benito Ju?rez, para la mayor consternaci?n de Espa?a, que se opon?a a un gobierno de esa naturaleza en M?xico. Cuan do Buchanan asumi? la presidencia la prensa espa?ola lleg? a publicar que este hombre estar?a dispuesto incluso a apo yar a M?xico en contra de los intereses de Espa?a.2

Las relaciones entre Espa?a y M?xico se deterioraron

r?pidamente durante la segunda mitad de la d?cada de 1850.

Las deudas que Espa?a reclamaba no fueron pagadas y los subditos espa?oles se quejaban de malos tratos y aun de

ver a sus amigos y familiares asesinados. En un intento por satisfacer las crecientes exigencias p?blicas de los espa?oles en el sentido de hacer algo con respecto al problema mexicano, una flota espa?ola se dirigi? a Veracruz en 1856 con el pro i Manning, 1939, pp. 750-754, 771-776; Bock, 1966, p. 28; Howden

a Clarendon (4 jun. 1856), en PRO, F.O.72, vol. 893. V?anse las ex

plicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo. 2 Manning, 1939, pp. 913-914.

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LA CUESTI?N MEXICANA

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p?sito de presionar a los mexicanos para cumplir sus obli gaciones. Al a?o siguiente Espa?a exigi? reparaciones por la muerte de varios espa?oles. Despu?s, en febrero de 1858, el ministro espa?ol del Exterior notific? a su representante en

Washington que si los espa?oles no pod?an contar con se guridades en M?xico, Espa?a proceder?a a enviar fuerzas

navales y terrestres para protegerlos. Muy poco tiempo des pu?s las relaciones diplom?ticas con M?xico fueron suspen didas. El representante espa?ol en Washington dej? saber que Espa?a buscaba solamente impedir la p?rdida de vidas en la guerra civil que ten?a lugar entonces. El gobierno nor teamericano reconoci? el derecho de Espa?a para enviar bar

cos a M?xico, pero ?nicamente con aquel prop?sito; en

efecto, Madrid no ten?a intenciones, en la primavera de 1857,

de imponer un rey espa?ol en un trono mexicano, por lo que era infundado el temor que ten?an los americanos de que esto fuera cierto.3

Los ingleses tem?an que la inestabilidad pol?tica de M? xico y la preocupaci?n de Washington por la pol?tica es pa?ola dieran a los Estados Unidos la excusa necesaria para extender su poder?o sobre territorio mexicano, lo que era peor todav?a, apoderarse de Cuba y por consiguiente rom per el delicado equilibrio de poder que hab?a entonces en el Caribe. Los intentos de William Walker en Centroam?

rica ocupaban ya su atenci?n, as? como tambi?n las gestiones de los americanos y de los franceses. Por consiguiente, los gobiernos de Londres y Par?s sugirieron a Espa?a que arre glara r?pidamente sus diferencias con M?xico, antes de que se suscitara una crisis de mayor importancia. La creencia en un posible imperialismo norteamericano se difundi? constan temente, al parecer debido a que la prensa discut?a abierta mente el asunto, y esto con gran disgusto y consternaci?n de los diplom?ticos espa?oles, ingleses y franceses. Concre 3 Marqu?s de Pidal a Escalante (15 feb. 1857) , en DS, Notes, Spain,

vol. 16; Tassara al ministro del Exterior (6 abr. 1857), en AAEM,

Correspondencia, EE.UU., leg. 1468.

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JAMES W. CORTADA

tamente, el efecto fue el de dar un tenso sentido de urgen cia a las sugestiones de los ingleses.4

Los informes que llegaban a Washington acerca de las

intrigas europeas no eran menos molestos para los norteame

ricanos. El c?nsul en La Habana dijo que Espa?a, Francia

e Inglaterra estaban "tratando de invalidar nuestro poder e impedir nuestra influencia", y difundi? la creencia de que

Madrid enviar?a de nuevo a Santa Anna a M?xico para es

tablecer un gobierno favorable al de Espa?a. El representan te norteamericano en Madrid lleg? a opinar que "no hay acci?n, por m?s est?pida y disparatada que sea, que no est?

yo preparado a ver cometida por Espa?a o por M?xico'. Los intentos anglofranceses por ayudar a los espa?oles a

zanjar sus diferencias con M?xico en forma pac?fica encon traron la aprobaci?n del gobierno norteamericano y, final mente, tambi?n la de Madrid al finalizar el mes de julio.5

Espa?a exig?a, por entonces, un castigo para aquellos que

hab?an dado muerte a subditos espa?oles, ped?a la sumisi?n incondicional de M?xico a un tratado referente a la deuda

que hab?a sido negociado con anterioridad, y requer?a ei pago por reparaci?n de da?os a los espa?oles que hab?an sido afectados. Espa?a hab?a aceptado de mala gana la me diaci?n, m?s para darle gusto a Francia y a Inglaterra que para negociar las reclamaciones. Sin embargo se sab?a que Es

pa?a quer?a demorar un arreglo definitivo hasta no ver m?s claro el resultado de la lucha de Santa Anna por el poder en M?xico.6 El Times de Londres asegur? que el gobierno espa?ol

estaba decidido a obtener satisfacci?n por las deudas y los cr?menes. Un peri?dico espa?ol, expresando la opini?n de

voces autorizadas, especul? con la idea de que si M?xico

4 Howden a Clarendon (30 abr. 1857), en PRO, F.O.72, vol. 915; Tassara al ministro del Exterior (14, 20 abr., 2 mayo 1857), en AAEM, Correspondencia, EE.UU., leg. 1468.

5 Blythe a Cass (16 mayo 1857), en DS, Desp., Havana, vol. 36; Dodge a Cass (25 jul. 1587), en DS, Desp., Spain, vol. 40. 6 Dodge a Cass (3 ago. 1857), en DS, Desp., Spain, vol. 40. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:51:16 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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tambi?n deb?a dinero a Estados Unidos, Washington pod?a

proponer una cesi?n de territorio a cambio de la cancela ci?n de todas las deudas, cosa que Espa?a no pod?a tolerar. Para lograr esto ?advirti?? el presidente Buchanan podr?a tal vez alentar una guerra entre Espa?a y M?xico. Ferrer de Couto, un destacado exponente espa?ol del hispanismo, dio a conocer el punto de vista de muchos ultraconserva dores al sugerir que Espa?a deber?a imponer un protectora do en M?xico con objeto de poner un alto al imperialismo norteamericano. El ministro franc?s Turgot se enter? en Ma drid de que el capit?n general de Cuba, Jos? Guti?rrez de

la Concha, estaba convencido de que Estados Unidos pro ceder?a a avanzar en M?xico o en Cuba, y hab?a pedido

refuerzos militares.7

En 1858 la preocupaci?n de Espa?a por M?xico fue en

aumento. La reina Isabel II toc? el asunto durante su men

saje de enero a las cortes de Madrid, diciendo que era una

verg?enza que Espa?a no pudiera obtener la satisfacci?n

de sus reclamaciones. Aparentemente, los espa?oles conside raban verdaderamente peligroso el hecho de no llegar a un arreglo, a pesar de los informes brit?nicos en el sentido de que el asunto mexicano se dirim?a "entre Espa?a y Esta

dos Unidos" en forma tal que Madrid parec?a "no darse

cuenta de los peligros de esta situaci?n". Como de costum bre, el representante brit?nico en Madrid se quej? de que Espa?a cre?a que los gobiernos de Londres y Par?s prote ger?an a Cuba de los Estados Unidos, dejando por consi guiente a los espa?oles ante la opci?n de mantener relacio nes mediocres con M?xico. Sin embargo, puesto que el pro blema mexicano ten?a repercusi?n nacional y constitu?a una

cuesti?n de honor para Espa?a, la renuencia de M?xico a aceptar un arreglo definitivo de la deuda result? ser un

asunto irritante y pol?ticamente embarazoso para Madrid. 1 The Times (Londes, 6 jun. 1857), p. 10; El Diario Espa?ol

(19 jul. 1857), p. 1; Ferrer de Cuoto, 1861, pp. 293-345, 353-359; Tur got a Walewski (17 jun. 1857), en AMEP, Politique, Espagne, vol. 850.

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JAMES W. CORTADA

Algunos miembros ultraconservadores de las cortes hablaron de la posibilidad de una guerra contra M?xico, pero los par tidarios del r?gimen, incluso los miembros de las facciones democr?ticas, desviaron este prop?sito. El ministro norteame ricano Dodge report? tambi?n que los espa?oles, en princi pio, aprobar?an el regreso de Santa Anna al poder en vista

de sus opiniones favorables a Espa?a, y de su "muy cono cida hostilidad'' hacia los Estados Unidos.^ Durante la primavera se habl? mucho en los Estados Unidos, tanto en el gobierno como en la prensa, de un posi ble protectorado, dado que no se hab?a podido concluir ning?n arreglo diplom?tico en lo tocante a las deudas mexi canas que importaban millones de d?lares. Los problemas de Espa?a en M?xico, aunados a la posibilidad de estable cer alguna forma de protectorado, aumentaron la preocupa ci?n de los norteamericanos. El ministro franc?s en M?xico,

Alexis de Gabriac, escribi? a Par?s que "el actual estado de descomposici?n en que se encuentra M?xico inspira exten

sos y numerosos art?culos en la prensa de los Estados Unidos acerca de la necesidad de un protectorado". En julio Gabriel Tassara, representante espa?ol en Washington, inform? a

su gobierno que a causa de que las relaciones entre Esta dos Unidos y M?xico estaban a punto de romperse se in crementar?a la influencia francesa en el pa?s centroameri

cano [sic].0

Frustrada por no haber conseguido resolver sus diferen cias con M?xico, Espa?a se abstuvo de tomar una decisi?n definitiva. Dentro de su l?nea de comportamiento cauteloso en lo tocante a los asuntos latinoamericanos, Espa?a ten?a a?n esperanzas de lograr un entedimiento pac?fico. El 7 de octubre el ministro de relaciones exteriores de Espa?a, Cal 8 Bertrand, 1955, p. 26; Howden a Malmesbury (9 mar. 1858), en

PRO, F.O.72, vol. 935; Dodge a Cass (13 mar. 1858), en DS, Desp., Spain, vol. 41. *'? D?az, 1964, il, pp. 12-13; Tassara al ministro del Exterior (20 jul. 1858), en AAEM, Correspondencia, EE.UU., leg. 1469.

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der?n Collantes, le dijo al representante brit?nico, lord How den, que "Espa?a no ten?a intenciones de interferir en los asuntos internos de M?xico, y que por lo tanto los Estados Unidos no tendr?an ninguna excusa para tomar las mismas

medidas que ella pudiera adoptar". Pero esto apenas con tribuy? a que cesaran los rumores acerca de la posibilidad

de que Espa?a enviara una expedici?n a M?xico.10 En noviembre Leopoldo O'Donnell, primer ministro es

pa?ol, perdi? finalmente la paciencia con M?xico. Los asun tos que no se hab?an podido resolver estaban proporcionan do armas pol?ticas a sus opositores. Otros asuntos dom?sti cos requer?an soluci?n, y como ?stos tampoco parec?an re solverse el primer ministro quer?a obtener un triunfo diplo m?tico que mejorara su imagen. As?, el gobierno torn? m?s en?rgicas reclamaciones a M?xico, y afirm? ante los repre sentantes ingl?s y franc?s que la anarqu?a que reinaba en

M?xico no constitu?a ninguna raz?n para dejar de pagar la deuda o para excusar la muerte de los subditos espa?oles. Si no se ve?an resultados inmediatos en el frente diplom? tico, Espa?a usar?a cualquier medio para arreglar estos pro blemas. O'Donnell dej? saber a ambos diplom?ticos que las fuerzas militares estacionadas en Cuba eran suficientes para

descartar cualquier duda acerca de sus posibilidades para

defender la colonia de una eventual invasi?n norteamerica

na durante sus gestiones con M?xico. Sin embargo, asegur? que no proceder?a a una acci?n inmediata con objeto de dar

a Londres y Par?s tiempo suficiente para negociar un

acuerdo.11

Poco tiempo despu?s Espa?a decidi? efectuar el env?o de 10 Buchanan a Malmesbury (7 oct. 1858) en PRO, F.O.72, vol. 939; Callahan, 1899, pp. 299-300. 11 Buchanan a Malmesbury (7 nov. 1858), en PRO, F.O.72, vol. 940; Fournier a Walewski (9 nov. 1858) , en AMEP, Politique, Espagne,

vol. 852. Francia accedi? a mediar en los problemas espa?oles para evitar que los Estados Unidos invadieran M?xico. Turgot a Walewski

(10 jun. 1856), en AMEP, Politique, Espagne, vol. 848; Turgot a

Walewski (10 jun. 1858) , en AMEP, Politique, Espagne, vol. 850.

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un contingente naval a M?xico para proteger la vida de los espa?oles, forzar a M?xico a pagar por reparaci?n de da?os, y cobrar sus deudas. El ministro de relaciones indic? que

Espa?a no afectar?a la "integridad" de M?xico. La infor

maci?n de que disponemos confirma efectivamente que Es

pa?a no quer?a conquistar a M?xico. El riesgo de un con flicto armado con Estados Unidos y la amenaza que eso implicaba para Cuba, aunado esto a la posibilidad de que

el r?gimen no obtuviera apoyo interno para un conflicto de esta naturaleza? nos muestra que solamente para efectos di plom?ticos se pod?a creer que semejante amenaza existiera. Adem?s, cuando se plane?, esta intervenci?n tom? solamente

la forma de una peque?a unidad naval tras la que no se

enviar?an soldados. Obviamente hubiera sido imposible con

quistar a M?xico con s?lo eso, y el hecho hubiera signifi cado un esfuerzo considerable y un gran riesgo para Espa?a.12

Como era de esperarse, la reacci?n de Estados Unidos fue la de indagar los verdaderos m?viles de Espa?a. Una

informaci?n del Departamento de Estado anunci? que Wash ington no permitir?a "el sojuzgamiento de ninguno de los

estados independientes del continente por las potencias

europeas, ni tampoco el ejercicio de un protectorado impues to sobre ellos". El enviado norteamericano en Madrid pre dijo que O'Donnell, con su "testarudez y determinaci?n pro

verbiales", no dar?a marcha atr?s por la sencilla raz?n de que cualquier cosa que no fuera una decisi?n hecha con fir meza podr?a causar la ca?da de su gabinete. Entretanto, los espa?oles continuar?an ofreciendo su apoyo al partido con servador que confrontaba a Ju?rez y a sus partidarios libera les en la guerra civil de M?xico.13 A principios de diciembre los diplom?ticos norteamerica

nos llegaron a la conclusi?n de que Espa?a dif?cilmente

12 Ministro del Exterior a Tassara (20 nov. 1858), en AAEM, Co

rrespondencia, EE.UU., leg. 1469; Manning, 1939, pp. 956-958; Fournier a Walewski (19 die. 1858), en AMEP, Politique, Espagne, vol. 852. 13 Manning, 1939, pp. 229-230, 956-958.

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podr?a hacerse cargo de una invasi?n de M?xico en gran escala dado el riesgo de una guerra con Estados Unidos, el costo en dinero y en vidas, y el inevitable deterioro de la influencia espa?ola en la Am?rica Latina. Por otra parte, se cre?a tambi?n que el derrocamiento del gobierno mexi cano "estaba evidentemente m?s all? de sus posibilidades".

El presidente Buchanan, en su segundo mensaje anual al

congreso, en los primeros d?as del mes, irrit? a los espa?o les cuando dijo: "No puedo imaginarme otro remedio para estos males... que el de que los Estados Unidos establezcan un protectorado temporal en la parte norte de Chihuahua y Sonora, erigiendo en estos lugares puestos militares". Esta proposici?n tuvo tan m?nima aprobaci?n por parte del con greso como la solicitud que hizo simult?neamente para ob tener fondos con objeto de comprar Cuba.14 Buchanan envi? entonces a M?xico a Robert M. McLane

como ministro para negociar con el gobierno que contro lara entonces la mayor?a del pa?s, ya fuera el r?gimen con servador de Miram?n en la ciudad de M?xico o el de Ju?rez en Veracruz. En abril de 1859 McLane opt? por extender el reconocimiento diplom?tico a Ju?rez, favorito del entonces secretario de Estado, Cass, e inmediatamente empez? a dis

cutir un convenio comercial y la venta de la Baja Califor nia a Estados Unidos. Para el mes de diciembre las con versaciones hab?an llegado al punto de bosquejar un trata

do que permitir?a a las tropas norteamericanas pasar a tra v?s del territorio mexicano, estimular?a favorablemente las relaciones comerciales, y asegurar?a la intervenci?n de Wash ington en los asuntos mexicanos en caso de ser requerido "para hacer cumplir las estipulaciones del tratado y para

mantener el orden y la seguridad". Los Estados Unidos, a su vez, estuvieron de acuerdo en dar por liquidada la deuda

de dos millones de d?lares que M?xico ten?a con sus ciu dadanos.15

14 Manning, 1939, pp. 230-231; Richardson, 1897, v, p. 514. 15 Bock, 1966, pp. 35-37.

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Algunos d?as antes de que este tratado unilateral fuese redactado en forma definitiva, Buchanan envi? su mensaje anual al Congreso pidiendo autorizaci?n para mandar tro pas a M?xico con objeto de prevenir una ocupaci?n europea.

Tassara conden? su discurso y m?s tarde tambi?n lo hizo con respecto a la proposici?n del tratado McLane-Ocampo.

Madrid observaba de cerca el desarrollo de las relaciones entre Estados Unidos y M?xico en 1859, preocupado porque

Washington pudiera impedir que Espa?a recibiera debida

satisfacci?n a sus reclamaciones. En el curso de ese mismo a?o Espa?a y M?xico tambi?n negociaron un ef?mero tra tado de reclamaciones, en el que pusieron su empe?o tanto los franceses como los ingleses, que quer?an apartar de Es pa?a cualquier pretexto para invadir M?xico e incrementar su influencia en Am?rica Latina. Pero el hecho no mengu? la intranquilidad de los espa?oles, porque habiendo dos go biernos en M?xico parec?a dif?cil que el pa?s pudiera cum plir sus obligaciones. Ninguno de los gobiernos mexicanos

ten?a suficientes fondos para pagar a ning?n acreedor. El re presentante brit?nico en Washington tem?a que Buchanan pudiera apoderarse tanto de Cuba como de M?xico, ya que la atenci?n de Europa se concentraba entonces en la guerra entre Austria y Cerde?a. Lord Lyons not? m?s tarde que los prudentes de entre los funcionarios norteamericanos abri gaban serias dudas sobre tal ocupaci?n, ya fuera por temor a la reacci?n europea o por sus efectos dentro de Estados

Unidos.16 Hacia mediados de ese a?o Calder?n Collantes lleg? a la conclusi?n de que Espa?a tendr?a que hacer algo m?s que simples negociaciones si quer?a recibir las debidas sa

tisfacciones que exig?a a los mexicanos, quienes hab?an sus pendido los pagos de su deuda externa. Las relaciones con M?xico hab?an estado interrumpidas por dos a?os, y el ase i? Tassara al ministro del Exterior (3 ene. 1860), en AAEM, Po* litica, EE.UU., leg. 2403. Los despachos est?n resumidos en Newton, 1913, i, pp. 13-15.

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sinato de algunos espa?oles permanec?a sin castigo. Ciertos pol?ticos espa?oles, entre ellos el general Juan Primi, ped?an una acci?n m?s severa. En julio Calder?n Collantes propuso a ingleses y franceses una triple intervenci?n en M?xico.

Londres dijo no. Pero Par?s demostr? mayor inter?s y en consecuencia los ingleses, en 1860, queriendo estar a la al tura de la situaci?n, aceptaron cooperar en el proyecto con la condici?n de que no se usara la fuerza. A lo largo de estas conversaciones Calder?n Collantes insisti? repetidamen

te en la preocupaci?n de su gobierno por una posible ocu paci?n por parte de Estados Unidos, y cuando las negocia ciones del tratado McLane-Ocampo fueron conocidas insisti? todav?a m?s, abogando por alguna forma de intervenci?n europea.17

En tanto que los espa?oles empezaban a discutir la in tervenci?n, el tratado ocupaba la atenci?n de la prensa

espa?ola y norteamericana. Tassara, bas?ndose en los comen tarios de la prensa local, predijo que no ser?a aprobado por

el senado. Ferrer de Couto acus? a los Estados Unidos de

entrar ilegalmente en tratos con un gobierno pirata. La Re generaci?n public? en su editorial que "el tratado no dice, en resumen, que Ju?rez vende todo M?xico, f?sica y pol?ti camente, a los Estados Unidos, por ning?n precio". Oficial

mente Espa?a se mantuvo en silencio esperando los resul tados de las discusiones en el congreso. El senado rechaz? el tratado el 31 de mayo de 1860 dando as? por terminado un problema para Espa?a, pero esto tranquiliz? muy poco a algunos funcionarios que no dudaban que Buchanan en sayara algo diferente.1* Ingleses, franceses y espa?oles pasaron el resto del a?o de 1860 discutiendo qu? hacer con M?xico. Calder?n Collantes quer?a que Estados Unidos se mantuviera fuera del pa?s, y 17 Bock, 1966, pp. 42-55.

18 Tassara al ministro del Exterior (14 feb. 1860), en AAEM, Pol?tica, EE.UU., leg. 2403; Ferrer de Cuoto, 1861, p. 468; La Rege neraci?n (13 mar. 1860), p. 2; D?az, 1964, il, pp. 153-157.

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favorecer el establecimiento de un gobierno estable y con servador que pudiera cumplir con sus compromisos. Despu?s

del rechazo del tratado los ingleses propusieron H Francia y Espa?a que Estados Unidos fuera invitado a participar en cualquier conversaci?n conciliadora que pudiera even tualmente efectuarse con los mexicanos. Washington mani fest? que rehusar?a considerar una invitaci?n semejante, ya que esto podr?a poner en peligro el gobierno de Juarez. Las dos facciones mexicanas tambi?n rechazaron las proposicio nes mediatorias inglesas.19 El primero de septiembre Tassara habl? con el secreta rio de Estado norteamericano acerca de la posibilidad ' de que un escuadr?n espa?ol pudiera desembarcar en Veracruz; se le contest? que el secretario norteamericano enviar?a a la

zona una fuerza naval de los Estados Unidos como obser vadora, y reiter? su pol?tica en el sentido de que Espa?a ten?a derecho de entrar en guerra con M?xico pero que no podr?a conquistarlo o imponerle una nueva forma de gobierno. Unos d?as m?s tarde el secretario Cass informo a su enviado en Madrid lo que le hab?a dicho a Tassara,

a?adiendo que la flota norteamericana permanecer?a cerca de M?xico con el objeto de proteger la vida y propiedades de

los ciudadanos estadounidenses. El secretario orden? al re

presentante sondear la posibilidad de una mediaci?n con Espa?a. El 6 de septiembre se reuni? de nuevo con Tassara sin tratar otro asunto m?s que los que hab?an sido ya dis cutidos la semana anterior; el espa?ol coment? que cual quier ocupaci?n ser?a temporal, y el norteamericano le re cord? una vez m?s la posici?n de Washington. Lo dicho por Tassara en el sentido de limitar la intervenci?n espa?ola en M?xico signific? el reconocimiento no oficial de su go bierno hacia la doctrina Monroe, aunque sin ninguna decla raci?n en ese sentido.20 19 Bock, 1966, p. 57.

20 Tassara al ministro del Exterior (3 sep. 1860), en AAEM, Po

l?tica, M?xico, leg. 2546; Manning, 1939, pp. 239-240; memor?ndum

(8 sep. 1860), en DS, Notes, Spain, vol. 16.

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Tassara no se sinti? seguro de Washington. Consideraba

a Buchanan capaz de cualquier chicaner?a a pesar de las afirmaciones diplom?ticamente correctas y detalladas del De partamento de Estado con respecto a los derechos de Espa?a

en M?xico. El hecho de que estuviera preocupado por un

posible choque con los Estados Unidos se comprende, ya que Washington pod?a en un momento dado aplicar la doctrina

Monroe y no solamente discutirla. Aunque Tassara lo ig noraba, Cass le hab?a dicho a McLane en el mes de sep tiembre que no ten?a "ninguna raz?n para anticipar que un hecho de tal naturaleza se pudiera llevar a cabo", pero que era posible que si las tropas desembarcaban en M?xico se enfrentaran "con una acci?n armada por parte de Esta dos Unidos, siempre y cuando el congreso se adhiriera a la

pol?tica por la que desde hace tanto tiempo abogamos y hemos proclamado p?blicamente". El congreso hab?a sido consistente en rechazar los proyectos de Buchanan sobre po l?tica extranjera, pero Tassara nunca conf?o totalmente en el presidente cuando se trataba de asuntos internacionales.

De hecho, Tassara envi? a Madrid una informaci?n tan de tallada como si se anticipara a un choque armado.21 El resto del oto?o de 1860 Estados Unidos y Espa?a se aseguraron mutuamente que los puntos de vista y los dere chos de uno y otro no ser?an violados en M?xico. Ambos pa?ses esperaban asimismo observar el desarrollo de la guerra

civil en M?xico. Lo ?nico que vino a romper la calma fue la declaraci?n de Alcal? Galiano, miembro de las cortes es pa?olas, quien dijo el 27 de octubre, hablando de pol?tica exterior en nombre de su gobierno, que la doctrina Monroe ser?a tomada en cuenta para el desarrollo de la pol?tica ex terna de Espa?a.22 Por este conducto, Espa?a hizo p?blicas las seguridades que hab?a dado a Estados Unidos un mes 21 Mercier a Thouvenel (15 sep. 1860), en AMEP, Politique,

EE.UU., vol. 213; Manning, 1939, pp. 288-293; Tassara al ministro del Exterior (15 oct. 1860), en AAEM, Pol?tica, M?xico, leg. 2546. 22 El discurso de Alcal? Galiano, en Diario de las Sesiones de Cor

tes - Senado -I- 1860-1861, p. 154. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:51:16 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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antes en forma privada. Este reconocimiento p?blico de la doctrina Monroe signific? un nuevo punto de partida, pues hasta entonces Espa?a tradicionalmente se hab?a rehusado a reconocerla abiertamente como leg?tima por restringir sus actividades en Hispanoam?rica. El reconocimiento espa?ol de este principio implic? serias restricciones pol?ticas a su hispanismo. Aun cuando los espa?oles no estaban prepara

dos para decirlo en ese momento, la implicaci?n que esto ten?a para el futuro era muy clara. Por lo pronto, daba a entender que O'Donnell hab?a notificado a Washington que no ten?a tampoco intenciones de adquirir otro territorio en

el Nuevo Mundo. En cuanto a M?xico, parec?a significar

que una intervenci?n europea no tendr?a lugar.

Durante ese oto?o, cuando una diplomacia serena pro cedi? a las activas negociaciones intervencionistas, la opi ni?n espa?ola acerca de Estados Unidos y M?xico continua ba reafirm?ndose. Ferrer de Couto, quien cre?a que las ac tividades de Washington en Hispanoam?rica no dejaban de significar una amenaza para la seguridad de Cuba, advirti? que el propuesto tratado de un empr?stito norteamericano a M?xico podr?a ser peligroso para los intereses de Espa?a. Ya en enero de 1860 hab?a escrito al capit?n general de Cuba que "el desmembramiento de M?xico ser?a el signo m?s evidente de la p?rdida de Cuba". Como todav?a al a?o siguiente segu?a pensando lo mismo, alent? a Espa?a a ex tender su influencia en M?xico. Tassara lleg? a pensar que Francia tratar?a de imponer un rey en el pa?s, y que Europa pronto tendr?a que decidir si permitir?a o no la entrada en

M?xico de los Estados Unidos. Sugiri? que Espa?a no hicie ra por de pronto nada en forma dr?stica; pero esta reco mendaci?n la hizo antes de que le llegara la noticia de que Ju?rez hab?a entrado en la ciudad de M?xico el 11 de enero de 1861. Los periodistas de Madrid se preocupaban tambi?n del imperialismo de Washington. La ?poca resumi? la opi ni?n de la Uni?n Liberal arguyendo que los espa?oles de seaban la independencia de M?xico con un gobierno estable que pudiera proteger a su pueblo de la "avaricia de los Esta This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:51:16 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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dos Unidos". Cuando lleg? a Madrid la noticia de que las

fuerzas de Ju?rez, favorables a los Estados Unidos, hab?an ocupado la capital, el Ministerio de Relaciones decidi? rees tudiar su pol?tica con respecto a M?xico.23 Estas reflexiones se avivaron con motivo de otros suce

sos acaecidos en M?xico. Despu?s de su victoria Ju?rez ex puls? al enviado de Espa?a, Joaqu?n Pacheco, por el hecho

de haber trabajado con el gobierno de Miram?n y por haber sido hostil a su partido. Esto no fue hecho con intenciones de desalentar las relaciones amistosas con Espa?a, sino sola mente por razones pol?ticas locales; sin embargo, otros di plom?ticos en M?xico temieron que este insulto fuera a cau sar una guerra entre los dos pa?ses. A fines de febrero Ju?rez

se dio cuenta de que la expulsi?n de Pacheco hab?a sido tal vez precipitada, pero nada pod?a hacer ya al respecto.24

Juntamente con la noticia de la expulsi?n de Pacheco

llegaron informaciones acerca de que Ju?rez no podr?a cum plir con el tratado de reclamaciones Mon-Almonte porque las arcas estaban vac?as. Al mismo tiempo en Espa?a se di

fundi? que un agente mexicano llegar?a a Europa para ex plicar la pol?tica de su pa?s. Aunque furioso, Calder?n

Collantes recomend? paciencia a su gabinete hasta que esta persona llegara; esta postura estaba dictada ?como anterior mente^? por la preocupaci?n de Madrid por la actitud que pudieran tomar los Estados Unidos. Pacheco regres? a Ma

drid quej?ndose de la falta de una pol?tica espa?ola, y a

grandes voces dio a conocer su deseo de venganza. Con ob

jeto de apaciguar a los partidarios de Pacheco, Calder?n Collantes dijo a las Cortes que podr?a presentarse el caso de tener que enviar una expedici?n a M?xico. Entretanto, ning?n agente mexicano parec?a llegar a Espa?a. Ingleses, franceses y espa?oles estuvieron de acuerdo ese verano en 28 Ferrer de Couto, 1861, p. 448; Tassara al ministro del Exterior (15 ene. 1861), en AAEM, Pol?tica, EE.UU., leg. 2404; La ?poca (15 feb.

1861), p. 3.

24 Bock, 1966, pp. 94-95.

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tomar medidas para recuperar las deudas pero no pudieron desarrollar ning?n proyecto espec?fico. En agosto unos di plom?ticos espa?oles se encontraron con un agente mexica no en Par?s y le dijeron que Espa?a estar?a de acuerdo en reconocer al gobierno mexicano si Ju?rez reconociera de nue

vo el convenio de 1859. El agente mexicano contest? que esto era imposible; por consiguiente, a principios de sep

tiembre, Madrid decidi? ensayar otros m?todos para obtener satisfacciones y cobrar sus adeudos.25 Entretanto en Estados Unidos se afrontaba la decisi?n de

enviar a M?xico un nuevo ministro que pudiera ayudar a que el problema no se agudizara, especialmente durante la primavera de 1861, cuando la atenci?n de Washington se

concentraba en su propia guerra civil. Lincoln escogi? a

Thomas Corwin, un hombre que se hab?a opuesto a la guerra con M?xico en 1846-1848, conocido por su habilidad pol?tica y respetado por su moderaci?n y sentido com?n. Las instrucciones que recibi? Corwin de Seward fueron en el sentido de posponer el arreglo de las reclamaciones y de impedir que M?xico reconociera a los Estados Confederados de Am?rica. En lo general, estas instrucciones entraban den

tro del orden de todas aquellas dadas por Lincoln a sus

nuevos ministros en la primavera de 1861.26

En junio Corwin lleg? a la conclusi?n de que hab?a la

posibilidad de que las tres potencias europeas intervinieran en M?xico para arreglar sus diferencias y pidi? permiso para negociar un pr?stamo de cinco o diez millones de d?lares

que ser?an utilizados para pagar las deudas mexicanas en Europa. Como en otras proposiciones similares que hab?an

sido hechas con anterioridad, Corwin mencion? al territo rio mexicano como un elemento colateral, puesto que antici

25 Buchanan a Russell (20 feb. 1861), en PRO, F.O.72, vol. 1004;

Becker, 1924, n, pp. 496-498; Lef?vre, 1869, pp. 100-101.

26 Tassara al ministro del Exterior (15 mar. 1861), en AAEM,

Pol?tica, EE.UU., leg. 2404; Owsley, 1931, pp. 110-111; Callahan, 1909, pp. 280-281.

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paba que M?xico no podr?a pagar el empr?stito, y entonces los Estados Unidos podr?an amortizarlo con parte del terri torio. La idea nunca recibi? mayor atenci?n, porque cuando lleg? el momento de iniciar las negociaciones los Estados Unidos empezaron a notar que el inter?s diplom?tico europeo por M?xico iba de nuevo en aumento. En septiembre se tu vieron noticias de que Londres, Par?s y Madrid ya no esta ban dispuestos a esperar complacientemente el pago de la deuda. Asimismo, el nuevo secretario de Estado, Henry Sew ard, no ten?a ning?n motivo para iniciar una nueva pol?tica

durante la primavera y el verano de 1861, puesto que su legaci?n en Madrid no hab?a dicho ni una palabra en el sentido de que Espa?a, o alguna otra potencia, tuvieran planes de efectuar una invasi?n en M?xico, aun cuando

desde hac?a algunos meses circulaban rumores de lo contrario.27

La verdad de las cosas era que Par?s, Londres y Madrid empezaron ?en septiembre de 1861? a ponerse de acuerdo para realizar una intervenci?n con el manifiesto objeto de cobrar deudas y proteger vidas. Pero tambi?n era una con sideraci?n de primer orden, si no es que la principal, la de que cada uno quer?a impedir que los otros se apodera ran de M?xico y asimismo bloquear los esfuerzos de Wash ington por hacerse de una parte del territorio. Aparte de que intentaban impedir que alguna de las potencias tras tornara el delicado equilibrio de poder en un ?rea en la que ?como todas las partes involucradas sab?an? Estados

Unidos invert?a considerables esfuerzos, estuvieron de acuer do en que un gobierno estable en M?xico servir?a muy bien para sus prop?sitos. Pero no llegaron a ponerse de acuerdo sobre la manera de establecer ese gobierno en M?xico y, a final de cuentas, las intenciones y los programas franceses chocaron con los de Londres y Madrid, para la mayor cons ternaci?n de Washington. En ese momento la preocupaci?n de cada uno era la de c?mo protegerse de los dem?s. Ingla 27 Corwin a Seward (29 jun. 1861) , en DS, Desp., Mexico, vol. 28; Case y Spencer, 1970, pp. 34-37.

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terra, por ejemplo, se rehus? a interferir en la pol?tica interna de M?xico; Francia pretend?a establecer una monar qu?a y proporcionar el nuevo rey; Espa?a, aunque renuente a involucrarse de lleno en estos proyectos, quer?a proponer

un candidato en caso de que fuera una monarqu?a la for ma de gobierno que M?xico escogiera. A lo largo de 1861 Calder?n Collantes inform? a los ingleses y franceses que su gobierno no quer?a imponer un nuevo sistema de gobier no en M?xico, aun cuando Londres y Washington ten?an la firme creencia de que no era as?.28 Un breve examen de las condiciones internas de Espa?a muestra que este pa?s apenas pod?a actuar en forma muy limitada. El gobierno espa?ol se dio cuenta de que sus repre sentantes se ve?an impedidos para tomar medidas m?s agre sivas con respecto a la cuesti?n mexicana a causa de la di vidida opini?n pol?tica dentro de la propia Espa?a. Mon?r quicos, carlistas y moderados quer?an un rey, en tanto que dem?cratas y liberales estaban a favor de un gobierno repu blicano. Con semejante disparidad de opiniones el gabinete

de O'Donnell opt? por la ?nica alternativa posible: deci

di? no escoger ninguna de las dos opciones por el momento, y en cambio se refiri? p?blicamente al derecho de autode terminaci?n de los mexicanos. Espa?a no quer?a en realidad conquistar a M?xico, sino solamente corregir serios malos

entendidos e impedir cualquier cambio de la influencia

europea o del poder norteamericano que pudiese afectar la seguridad de Cuba y Puerto Rico. Espa?a, sin embargo, hu biera estado dispuesta a usar su fuerza militar ?con o sin

la cooperaci?n inglesa o francesa? si se ve?a seriamente amenazada en el Caribe.

El convenio final entre las tres potencias europeas, fir mado el 51 de octubre, estipulaba que las fuerzas combina das no intervendr?an en M?xico para "adquirir territorio ni

para obtener ventajas especiales". M?s adelante el tratado establec?a que el prop?sito de la acci?n militar ser?a ?nica 28 Bock, 1966, pp. 122-215.

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mente el de proteger vidas y recuperar adeudos del "arbitra rio y vejatorio" gobierno mexicano. Estuvieron de acuerdo en invitar a los Estados Unidos a firmar el convenio y par ticipar en la intervenci?n. Los ingleses, por su parte, pen saban que el hecho de estar Washington involucrado en el asunto ayudar?a a vigilar cualquier posible intento espa?ol de obtener el control de M?xico.29

Durante el oto?o los Estados Unidos no s?lo observaron cuidadosamente estas gestiones diplom?ticas, sino que tam bi?n influyeron indirectamente en ellas. Carl Schurz, el re presentante del presidente Lincoln en Madrid, inform? a

principios de septiembre que los tres gobiernos intervendr?an

en M?xico. Schurz le coment? a Seward que la prensa espa

?ola apoyaba la idea de la intervenci?n, pero que el gabi

nete prestar?a m?s atenci?n a la opini?n de lo Estados Uni dos. Algunas fuentes oficiales norteamericanas advirtieron a Mardid, Par?s y Londres, que no deseaban verlos interferir en la pol?tica interna de M?xico. Los norteamericanos pen

saban que Isabel II quer?a extender el control de Espa?a

en ese pa?s para conservar su poder, y que muchos miem bros de su gabinete estaban dispuestos a cooperar. Adem?s, una intervenci?n "halagar?a a la vanidad nacional".80 Seward no cuestionaba el derecho de Espa?a para recla mar la satisfacci?n de da?os aun cuando esto significara la guerra con M?xico. Pero Tassara estaba preocupado porque consideraba la posibilidad de que los Estados Unidos com praran territorio mexicano. Esto disminuir?a para Espa?a la posibilidad de recuperar sus deudas, llevar?a a un posible choque entre su pa?s y el de Seward, amenazar?a la seguridad de Cuba, y, asunto no menos importante, significar?a que M?xico adoptar?a una forma republicana de gobierno. Cuan do los ingleses sugirieron que Washington participara en la 29 Bock, 1966, pp. 517-520.

30 Schurz a Seward (7 sep. 1861), en DS, Desp., Spain, vol. 43; Adams a Seward (28 sep. 1861), en DS, Desp., Great Britain, vol. 77; Schurz a Seward (27 sep. 1861), en DS, Desp., Spain, vol. 43.

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intervenci?n, Espa?a asinti? de mala gana,, pensando que as? se dar?a lugar a cualquier objeci?n que los norteameri canos pudieran hacer acerca de la expedici?n. A mediados de octubre lord Lyons y Tassara discutieron el asunto con Seward; ?ste dijo que le gustar?a "impedir la intervenci?n" prestando dinero a M?xico, dando a entender con ello la renuencia de su gobierno a participar en semejante aventura.81

Los norteamericanos continuaron discutiendo el asunto

aun despu?s de haber recibido la invitaci?n. Seward le escri bi? a Schurz que "los Estados Unidos consideraban impor tante para su propia seguridad y bienestar que ning?n pa?s

europeo u otra potencia extranjera dominara ese territorio". William L. Dayton, enviado en Par?s, sinti? que los france ses y espa?oles entrar?an en una discusi?n sobre cu?l de los dos suministrar?a un rey para M?xico. El ministro norte americano en Londres, Charles F. Adams, hizo notar que la crisis de los Estados Unidos serv?a para alentar a los pa?ses

europeos en su creciente atenci?n hacia el occidente. La

?nica prueba convincente que ten?a Seward de que los euro peos no impondr?an un nuevo gobierno en M?xico provino de Schurz, cuando ?ste inform? a mediados de noviembre

que el jefe de la expedici?n espa?ola, Juan Prim, se opo n?a al establecimiento de una monarqu?a en M?xico. Tas sara confirm? ante los madrile?os que Seward desconfiaba

de los espa?oles porque cre?a que Espa?a iba a establecer

un protectorado en M?xico.32 ?Estar?a Seward en lo correcto al sospechar que las in

tenciones de Espa?a no se limitaban ?nicamente a exigir

la satisfacci?n de sus reclamaciones? Muchos historiadores

si Becker, 1924; n, pp. 501-502; telegrama de Crampton a Russell (7 oct. 1861), en PRO, F.O.72, vol. 1010; Carrol, 1971, p. 277. 32 Seward a Schurz (14 oct. 1861), en DS, Instructions, Spain, vol.

15; Dayton a Seward (6 nov. 1861), en DS, Desp., France, vol. 51; Adams a Seward (8 nov. 1861), en DS, Desp., Great Britain, vol. 78; Schurz a Seward (16 nov. 1861), en DS, Desp., Spain, vol. 43; Tas sara al ministro del Exterior (1? nov. 1861), en AAEM, Pol?tica, M?xi co, leg. 2547.

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son de la opinion de que Espa?a quer?a reconquistar M?xi co, y de que se aprovech? de la guerra civil norteamericana para intentarlo; sin embargo, este argumento ha sido ex puesto sin proporcionar suficiente evidencia para probar la hip?tesis.33 El profesor Bock opina que esta pretensi?n era secundaria con respecto a la necesidad m?s urgente de garan tizar las vidas y propiedades de los espa?oles y el cobro de la deuda. S?lo un historiador ha ofrecido pruebas documen tales para demostrar que Espa?a estaba realmente interesada en la reconquista, citando algunos documentos coloniales

cubanos.34 Lo que queda hoy d?a de esa documentaci?n

sugiere que las autoridades espa?olas quer?an ver en M?xi co un gobierno estable, amistoso hacia Espa?a, que hiciera

honor a sus deudas y otorgara su protecci?n a la vida y

propiedades de los espa?oles. Si los mexicanos quer?an una monarqu?a Madrid estar?a encantado de poder ofrecer un candidato al trono. La reina era quiz? la persona m?s im portante entre los miembros de una minor?a de funciona rios de alto rango que acariciaba la idea de una reconquista,

pero O'Donnell ten?a poder para impedirle que dominara

la pol?tica a este respecto. El argumento de que Espa?a no ten?a un plan b?sico para la reconquista de M?xico parece ser m?s realista, dada la tendencia de Espa?a a llevar a cabo una pol?tica ad hoc y sin embargo conservadora siempre que los intereses americanos o brit?nicos en el Nuevo Mundo estaban involucrados.

Tassara pidi? a Seward su adhesi?n al convenio, cono

ciendo muy bien los recelos del secretario, lo que tiene sen

tido si se acepta como premisa el hecho de que Espa?a

estaba m?s interesada en la estabilidad de M?xico que en su reconquista. El ofrecimiento era poco m?s que una genti

leza, puesto que Tassara pensaba que Seward no pod?a

aceptarlo en vista de la doctrina Monroe; sin embargo, con 33 P?rez de Acevedo, 1933, p. 37; Bertrand, 1970, pp. 87; 107; Mi quel i Verg?s, 1949, p. 156; Savinhaic, 1888, pp. 335-353. 34 Santovenia, 1939, pp. 39-102; Bock, 1966, pp. 122-140.

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tinu? negociando con el Departamento de Estado bajo las instrucciones de Madrid. Tassara consideraba poco grato el asunto, ya que sab?a que los ingleses hab?an insistido en la participaci?n americana con el objeto de no dar lugar a un posible imperialismo espa?ol. A principios de diciembre pre dijo que Seward rechazar?a el ofrecimiento, recordando a Espa?a la existencia de la doctrina Monroe, y reservando para los Estados Unidos ciertos derechos futuros no especi ficados sobre M?xico. Tassara sugiri? a su gobierno que "en otro momento tendr?a seria acogida esta manipulaci?n". El c?nsul americano en La Habana inform? que Espa?a pod?a hacer bien poco en ese momento para defender a Cuba, ya que algunas tropas y pertrechos hab?an sido desviados para utilizarlos en Santo Domingo y M?xico: bien pudiera ser esto lo que quiso decir Tassara al reprender suavemente a su gobierno. Tal como estaba previsto, Seward declin? el ofrecimiento, arguyendo que los Estados Unidos no pod?an tomar parte en la expedici?n, ya que su gobierno segu?a la pol?tica de no comprometerse en alianzas.35

Al finalizar el a?o fuerzas europeas desembarcaron en

M?xico, y seis meses m?s tarde los contingentes ingleses y espa?oles se retiraban debido a discrepancias con los france ses, de quienes ya se pensaba que quer?an imponer un nue

vo r?gimen en M?xico. Aun cuando O'Donnell quer?a un

nuevo gobierno conservador y estable en M?xico, no estaba preparado para organizarlo sin la cooperaci?n brit?nica. Los problemas crecientes en Santo Domingo tambi?n pesaban en contra de medidas tan riesgosas y, por supuesto, los Estados Unidos constitu?an tambi?n una dificultad permanente. Para el mes de junio las fuerzas espa?olas se hab?an retirado de

Cuba; su comandante, el general Prim, tom? la iniciativa de retirarlas sin antes consultar con Madrid. Aunque esto

35 Tassara al ministro del Exterior (23 nov., 3 die. 1861), en AEEM, Pol?tica, M?xico, leg. 2547; Shufeld a Seward (9 die. 1861), en DS, Desp., Havana, vol. 41; Blanchot, 1911, i, p. 16.

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caus? gran inquietud en los c?rculos gubernamentales, la

decisi?n no pod?a ya tan f?cilmente dar paso atr?s.86 Durante este per?odo las autoridades norteamericanas y espa?olas se mantuvieron cada una en guardia frente a cual

quier movimiento eventual de la otra. Se lleg? a saber en Washington, por ejemplo, que la expedici?n gozaba en Es pa?a de la aprobaci?n p?blica, y esto pod?a a su vez alen tar a Madrid para llevar la acci?n m?s all? de los l?mites del tratado. Los norteamericanos hicieron notar a sus ve cinos latinoamericanos que los espa?oles estaban hambrien tos de territorio, con objeto de atraerlos m?s hacia Wash ington y de inclinarlos a no ayudar a los confederados del sur. En consecuencia, los representantes diplom?ticos tuvie ron a Estados Unidos informado acerca de las actividades inglesas, francesas y espa?olas en Sudam?rica. Perry repeti damente record? a Madrid las inquietudes de los norteame

ricanos en tanto que los espa?oles insist?an diciendo que

solamente deseaban reparaci?n de las injusticias. La prensa norteamericana inform? en detalle acerca de las actividades

de Espa?a y, en forma m?s cruda que la del propio De

partamento de Estado, pint? a los espa?oles como los m?xi mos villanos de M?xico.87 Tassara crey? que Lincoln estar?a dispuesto a esperar el desarrollo de los acontecimientos en M?xico antes de consi derar la posibilidad de un movimiento armado por cuenta propia. Y confirm? que el gobierno de Estados Unidos tam bi?n cre?a, como la prensa norteamericana, que Espa?a era el m?s peligroso de los tres poderes involucrados en M?xL co. En marzo de 1862 Seward discuti? con Tassara los ru mores de que Francia y Espa?a pretend?an instalar un mo 36 Bock, 1966, pp. 216-453; Eiras Roel, 1961, p. 268.

37 El Diario Espa?ol (24 oct. 1861), p. 1; (27 oct. 1861), pp. 1-2; Las Novedades (5 nov. 1861), p. 5; The New York Times (18 oct. 1861), p. 4; Ferris, 1941, pp. 51-78; Frazer, 1948, pp. 377-388; Perry

a Seward (17 abr. 1862), en DS, Desp., Spain, vol. 44; The New York Times (3 ene. 1862) , p. 4; (23 ene. 1862), p. 4; (19 feb. 1862), p. 4; (13 mayo 1862), p. 4.

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narca en el trono mexicano. El representante, y m?s tarde su gobierno, reiteraron su posici?n de no intervenir en la pol?tica interna de M?xico. Ciertamente Prim se opon?a, al igual que Tassara, a una intervenci?n de esa naturaleza. El general Prim no quer?a tampoco una forma mon?rquica de

gobierno en M?xico, y a Tassara le inquietaba un posible choque con los Estados Unidos. El capit?n general Serrano,

en La Habana, al igual que muchos otros espa?oles, cre?a que si un rey fuera a ocupar el trono de M?xico, deber?a ser un espa?ol, y que Espa?a ten?a que luchar arduamente para lograrlo. Sin embargo, la opini?n de Tassara predo minaba en Madrid. Aunque era un cr?tico abierto de los Estados Unidos y un conocido mon?rquico, casi de la he chura de Ferrer de Cou to, se mantuvo aconsejando pru dencia. Tal vez la combinaci?n de las experiencias pasadas, por una parte, y de un sentido pr?ctico por otra, hicieron pensar a las autoridades espa?olas que una pol?tica belige rante hubiera provocado un vuelco en la actitud hasta en tonces pasiva de los Estados Unidos.38 Durante los meses de febrero y marzo la prensa espa ?ola hizo comentarios acerca de los Estados Unidos y su actitud ante la cuesti?n mexicana, para mayor irritaci?n de los norteamericanos en Madrid, poniendo en duda, a los ojos del gobierno espa?ol, la postura callada de Estados Unidos. La Regeneraci?n estaba a favor de un gobierno estable en M?xico, pero hac?a notar que "el peligro inme diato, tangible, es la ambici?n de los Estados Unidos". Re flejando el punto de vista del gobierno, La ?poca reiter? los deseos de Espa?a por un gobierno responsable, en tanto que critic? la pol?tica de Napole?n III respecto a M?xico. Madrid quer?a, sin embargo, un gobierno conservador que pudiera impedir la "absorci?n por Estados Unidos". Una monarqu?a representada por un rey cat?lico parec?a ser la 38 Tassara al secretario del Exterior (6 ene., 17 feb., 11 mar. 1862),

secretario del Exterior a Tassara (25 abr. 1862), en AAEM, Pol?tica, M?xico, leg. 2548.

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mejor garant?a contra un posible imperialismo norteame ricano.89 Cuando lleg? a Washington la noticia de que los ingle, ses se iban a retirar de M?xico, Tassara aconsej? una vez m?s a su gobierno que actuara con cautela. Un mes m?s tarde supo que Prim planeaba retirar sus tropas sin recibir instrucciones de Madrid, y recomend? que esto no se hi ciera demasiado de prisa, pues de otro modo Francia domi nar?a M?xico. jAun cuando pensaba que Latinoam?rica no representaba un motivo de preocupaci?n, opinaba que un n?mero suficiente de soldados deber?a permanecer dispo nible de manera que Espa?a tuviera alguna influencia en la direcci?n que tomaran los asuntos mexicanos. En mayo notific? que la evacuaci?n de Prim hab?a convertido a ?ste en un general popular en Estados Unidos. Advirti? tambi?n al Ministerio de Relaciones que tocaba ahora a Espa?a de cidir si permitir?a a Francia el control de M?xico.40

Cuando las autoridades de Madrid supieron de la de

cisi?n tomada por el general Prim sucedieron varias cosas: los pol?ticos de oposici?n y. la prensa que los apoyaba uti

lizaron la noticia para criticar a la Uni?n Liberal (el par tido de O'Donnell) opinando que se sacrificaba el honor y los intereses de Espa?a. Los peri?dicos de todas las ten dencias pol?ticas discutieron la pol?tica de Espa?a hacia M?xico convirti?ndola en el asunto pol?tico del d?a. Con la sorpresa y el cariz de urgencia que el gobierno adopt? cuando Santo Domingo anunci? su reincorporaci?n a Espa ?a, las autoridades ten?an que responder de inmediato si la acci?n de Prim contaba o no con su aprobaci?n; en caso negativo habr?a que afrontar el problema de regresar a las tropas. Si O'Donnell rechazaba la gesti?n de Prim corr?a el riesgo de provocar una escisi?n en las filas de sus parti 39 La Regeneraci?n (19 feb. 1862), p. 1; La ?poca, 13, 14 mayo

1862), reproducido en Foreign relations, 1862, i, p. 488.

40 Tassara al secretario del Exterior (25 mar., 27 abr., 6 mayo

1862), en AAEM, Pol?tica, M?xico, leg. 2548.

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darios, al mismo tiempo que permitir?a a Prim consolidar los sentimientos adversos a los franceses como un arma di rectamente dirigida contra ?l.41 El r?gimen se encontrar?a

en una situaci?n embarazosa. Por otra parte, la aproba ci?n alentar?a las cr?ticas de que Espa?a abandonaba la de fensa de sus derechos y de su honor. De un modo u otro el r?gimen encaraba serias objeciones durante las discusio

nes sobre M?xico que tuvieron lugar en 1862. Durante ese

a?o los Estados Unidos no perdieron de vista el delicado problema espa?ol con la esperanza de que O'Donnell no

decidiera optar por una nueva invasi?n de M?xico. Aunque

la evacuaci?n de Prim elimin? el problema inmediato de

las tropas espa?olas en este pa?s, Madrid y Washington anti

ciparon la posibilidad de futuras dificultades debido a las cuestiones que quedaban sin resolver en M?xico. O'Donnell eligi? aprobar la decisi?n de Prim. Algunos miembros del gabinete explicaron a las Cortes que Espa?a no permanecer?a en M?xico porque ello significar?a una violaci?n del convenio de octubre de 1861, mismo que Fran cia quer?a entonces romper. En Londres, Adams sospech? que Espa?a se retiraba por temor del poder?o del ej?rcito norteamericano. Algunos diplom?ticos franceses le dijeron que Espa?a nunca hab?a tenido intenciones de llevar a cabo una operaci?n de importancia en M?xico, sino ?nicamente las de obtener alguna gloria militar que reforzara la ima gen del r?gimen. Los norteamericanos en Madrid estuvieron

de acuerdo con la medida y le dijeron a Calder?n Collan tes que la decisi?n de Espa?a aumentar?a su ascendiente sobre Am?rica Latina, porque los americanos se dar?an cuen

ta de que era capaz de defender sus derechos sin tener

que recurrir al abuso del poder.42

En junio, sin embargo, la posici?n de O'Donnell fue 41 Alcal? Galiano, 1906, p. 46.

42 Bertrand, 1955, pp. 105-110; Bertrand, 1952, n, pp. 105-156; Foreign relations, 1862, i, pp. 500-506; Adams a Seward (23 mayo 1862),

en DS, Desp., Spain, vol. 79.

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haci?ndose cada vez m?s inc?moda a medida que crec?a el apoyo a Prim. Los pol?ticos conservadores y muchos de los amigos militares de O'Donnell abandonaron la Uni?n Li beral. La lista de sus opositores se pod?a leer como un cat?logo de las celebridades m?s conocidas de Espa?a: Pa checo, Mon, Concha, Serrano,, C?novas del Castillo. Todos ellos exig?an que el gobierno hiciera algo. Calder?n Collan tes fue enviado ese mes de junio a las Cortes para argumen tar que Espa?a hab?a cumplido con sus obligaciones del tra tado y hab?a defendido el honor espa?ol. Algunos legisla dores sintieron que la injerencia de Washington en M?xico hac?a las cosas demasiado dif?ciles para O'Donnell, pero Calder?n Collantes descart? esa idea. Sin embargo, a Tas sara tambi?n le inquietaba el asunto, y coment? al minis tro franc?s Henri Mercier que ?l ve?a el problema en t?r minos de una competencia racial: anglosajones contra his p?nicos.*5 Adem?s de las razones de orden p?blico, algunas consi deraciones de car?cter privado empujaron a O'Donnell para dar su aprobaci?n a la retirada de Prim. Primera, que la Uni?n Liberal quer?a debilitar la posici?n de Prim, toman do tambi?n la que de hecho era una postura antifrancesa. Segunda, que la reina Isabel, irritada con Napole?n III por no permitir a Espa?a que nombrara un rey en M?xico, estaba encantada con la retirada de Prim, que era como dar una bofetada al emperador franc?s. Tercera, que M?xi. co pod?a convertirse en un tonel sin fondo de problemas diplom?ticos y militares si Espa?a se involucraba profun damente. Estos razonamientos no dados a conocer p?blica mente no cambiaron el hecho de que el apoyo un tanto forzado de O'Donnell a Prim costara a la Uni?n Liberal

el apoyo progresista, en el que ten?a su tribuna el ex

comandante de las fuerzas espa?olas en M?xico.

48 Diario de las Sesiones de Cortes ? Senado ? 1862, Ap?ndice, no. 133, pp. 1-105; Mercier a Thouvenel (23 jun. 1862), en AMEP, Politique, EE.UU., vol. 216.

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O'Donnell se sent?a inc?modo por el perjuicio causado pol?ticamente a la Uni?n Liberal y a las relaciones con

Francia, pero a?n tuvo que afrontar nuevas preocupaciones

cuando, en junio, le llegaron noticias de que los Estados Unidos hab?an otorgado a M?xico un pr?stamo por once millones de d?lares. Esto vino a turbar temporalmente al

gobierno de Madrid, pues se confirmaban sus peores temo res de una expansi?n territorial norteamericana en M?xico. Algunos observadores en Madrid sospecharon que las rela ciones francoespa?olas, que hab?an sido agriadas por la re tirada de Prim, podr?an tomar un giro m?s favorable como resultado de este tratado, suponiendo que Tassara y Calde

r?n Collantes pod?an prestar atenci?n a los franceses y verse envueltos otra vez en el asunto de M?xico. Francia

estaba tratando de mejorar sus relaciones con Espa?a, coor dinando en ese momento su pol?tica mexicana con Madrid.

En el oto?o Tassara inform? a Seward que Espa?a nunca ir?a a M?xico para defender la causa de un partido o para

intervenir en asuntos internos.44

En diciembre la pol?tica espa?ola referente a M?xico fue objeto de un escrupuloso escrutinio en las Cortes, en la prensa y en el gobierno espa?oles. Los opositores pol? ticos de O'Donnell quer?an aprovechar esta coyuntura para quebrantar el poder de la Uni?n Liberal. Esto represen taba una importante discusi?n de la pol?tica exterior que no pod?a ser ignorada por los Estados Unidos. Cuando con cluy?, lleg? a su t?rmino la mayor crisis en las relaciones entre las grandes potencias, y especialmente con Estados Unidos, en la cuesti?n mexicana. En diciembre, cuando vol 44 Perry a Seward (8 jul. 1862), en DS, Desp., Spain, vol. 44;

Foreign relations, 1862, i, pp. 472-473. Sobre serias diferencias en las relaciones francoespa?olas, vid. Becker, 1924, n, pp. 522-528; Fern?n dez Almagro, 1951, pp. 127-128. Koerner suger?a que Seward ayudar?a a Espa?a a salirse de manera que provocara la ca?da de los franceses. Koerner a Seward (10 die. 1862) , en DS, Desp., Spain, vol. 45; Dayton

a Seward (8 ago. 1862), en DS, Desp., France, vol. 52; secretario del Exterior a Tassara (8 oct. 1862), AAEM, Pol?tica, M?xico, leg. 2548.

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LA CUESTI?N MEXICANA

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vieron a reunirse las Cortes y Prim deseaba defender su decisi?n y hacer progresar su posici?n pol?tica, se desenca denaron de nuevo los debates. Prim ocupaba un lugar pre ponderante en la prensa, y quer?a m?s; cuando en un prin cipio Madrid supo de su retirada los peri?dicos lo llamaron traidor, insubordinado, desertor; pero cuando el gobierno aprob? su decisi?n y se hizo evidente que los franceses en. contrar?an serias dificultades en M?xico, los cr?ticos de O'Don

nell aclamaron a Prim como h?roe y hombre conocedor.45 El evento m?s importante de estas sesiones fue el discurso

que pronunci? Prim el 11 de diciembre en defensa de su actuaci?n. Dijo que los Estados Unidos, que contaban en

tonces con un ej?rcito poderoso, desaprobaban la interven ci?n europea, y que su oposici?n presagiaba serios proble mas para Espa?a. Asegurando que los franceses quer?an apo derarse de M?xico a expensas de Espa?a, afirm? que una cooperaci?n con los hombres de Napole?n en su marcha hacia la ciudad de M?xico hubiera significado la violaci?n del convenio de octubre. El marqu?s de Miraflores, repre sentante de los opositores de Prim,, objet? los argumentos pol?ticos que us? el general para negociar con Ju?rez, por que ?dec?a? esto implicaba el reconocimiento del partido m?s hostil a Espa?a. No obstante, opinaba que M?xico de b?a recibir ayuda en su lucha contra los franceses. Calder?n Collantes corrigi? a Prim, negando que los franceses hu bieran violado el convenio de octubre. Despu?s de todo, los debates de las Cortes no deb?an conducir a un deterioro en las relaciones con un importante vecino.46

Los debates continuaron todo el mes. El 20 de diciem bre Prim volvi? a hablar, diciendo que ?l nunca hab?a re cibido ?rdenes de invadir la ciudad de M?xico; tambi?n argumentaba que Ju?rez no pod?a compartir ninguna respon 45 Sobre las intenciones de Prim, vid. Herr, 1971, p. 104; San^ TovENiA, 1939, pp. 83-87; Bertrand, 1952, ii, pp. 109, 147-159. 46 Bertrand, 1952, n, pp. 147-159; Koerner a Seward (12 die. 1862 y otra sin fecha) , en DS, Desp., Spain, vol. 15.

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JAMES W. CORTADA

sabilidad respecto a su retirada, puesto que los liberales mexicanos no ten?an ninguna influencia en las poco satis factorias relaciones franco-espa?olas en M?xico. Aun cuando

Manuel Concha se hab?a opuesto a la retirada de Prim, el que alguna vez fue capit?n general en Cuba admiti? que un rey espa?ol en M?xico hubiera provocado muchos pro blemas para Madrid, y sin embargo no lleg? a declarar su aprobaci?n respecto de la actitud de Prim. El 21 de diciem bre O'Donnell habl? en favor de la retirada, critic? a Ju? rez y afirm? que Espa?a no ten?a inter?s alguno en con quistar M?xico. El temor de los espa?oles por el imperia lismo norteamericano surgi? repetidamente en el curso de las discusiones con varias personas, que se recordaban las unas a las otras la responsabilidad que ten?a Europa de blo quear las tendencias expasionistas de Washington. Los deba tes de enero se desarrollaron en torno al an?lisis de las pol?ticas francesa y espa?ol respecto de M?xico, exponien do asuntos po?ticos internos.47

O'Donnell se vio presionado duramente por sus enemi gos pol?ticos al principio del siguiente a?o. C?novas del

Castillo, entonces subsecretario del Interior, present? su re nuncia junto con otras personas en protesta por la pol?tica

espa?ola en M?xico. O'Donnell decidi? aprovechar esta si

tuaci?n para reorganizar su gabinete de manera que pudie ra tranquilizar a sus opositores. Calder?n Collantes result? el chivo expiatorio del asunto mexicano al ser acusado por su "comportamiento inconsistente y vacilante" A& Otros cam bios de personal incluyeron el nombramiento de Vega de Armijo, un ?ntimo amigo de O'Donnell, como ministro del Interior, y de Serrano, quien hab?a sido hasta muy reci?n 47 El Times de Londres habl? de estos debates en una serie de art?culos (19, 21. 23, 24 die. 1862; 5, 7, 9, 12, 15 ene. 1863). La Re generaci?n se preguntaba que si Europa no echaba fuera de M?xico a los Estados Unidos, "?podr?a Espa?a mantener por mucho tiempo sus

preciosas Antillas?" (23 die. 1862), p. 1. 48 Alcal? Galiano, 1906, pp. 46-47; Koernel a Seward (17 ene. 1863), en DS, Desp., Spain, vol. 45.

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LA CUESTI?N MEXICANA

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temente capit?n general en La Habana, y opositor de Prim, en el Ministerio de Relaciones. Con un poco de suerte ?pen s? O'Donnell? un gobinete mixto liberal-conservador apa

ciguar?a a los enemigos locales de la Uni?n Liberal, y al mismo tiempo ser?a una muestra para Par?s de que Espa?a todav?a quer?a estar en t?rminos amistosos. Sin embargo, M?xico ya hab?a resquebrajado la solidaridad de la Uni?n Liberal, pues antes de tres meses el general se ver?a obli gado a dejar su puesto. A principios de 1863 los diplom?ticos de ambos lados del Atl?ntico se dieron cuenta de que la aventura espa?ola en M?xico hab?a terminado, aunque persist?an algunas du das pues todos los gobiernos desconfiaban de los m?viles y de las intenciones pol?ticas declaradas p?blicamente por los dem?s. Estados Unidos demostr? un gran inter?s en lo que se supon?a eran grandes esfuerzos de Francia para in volucrar de nuevo a Espa?a en M?xico. Durante casi todo

el a?o 1863 Napole?n III intent? ganarse la aprobaci?n de Espa?a en lo que se refer?a a su pol?tica en M?xico,

pero sin gran ?xito. En diciembre result? obvio que la fac ci?n profrancesa de Madrid, que siempre estaba en contra de Estados Unidos, hab?a fallado en sus intentos pee atraer a Espa?a hacia una cooperaci?n m?s estrecha con Francia.4? Una indicaci?n de qu? tanto ?xito tuvieron los franceses se puede colegir de una comunicaci?n enviada a Par?s por su representante en Madrid. ?ste hizo notar que, en el mes de

octubre de 1863, Espa?a hab?a abandonado de momento su preocupaci?n por M?xico para concentrarse en la solu ci?n de los problemas de Santo Domingo. Advert?a que

Francia recibir?a muy poca atenci?n en tanto que la revuel ta dominicana continuara. Condenando esta actitud espa?o la, el representante acus? a Miraflores de sacrificar "los va riados intereses del estado en aras de la satisfacci?n de una 49 Perry a Seward (12 jul. 1863), citado en Egan?, 1971, pp. 66 68; Perry a Seward (20 sep. 1863), Koerner a Seward (11, 24 oct. 1863), en DS, Desp., Spain, vol. 45.

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420 JAMES W. CORTADA

vanidad miope".50 Es interesante notar que los mi norteamericano, frances y espafiol no pretendian en que la politica espafiola hacia Mexico se viera influid

el gran numero de victorias militares logradas ese ano

ejdrcito norteamericano durante la guerra civil: Sa mingo claramente habia llegado a ser un factor mas

tante en el hacer de la politica que la guerra civil americana. En la primavera de 1864 llegaron noticias a Madrid en

el sentido de que la camara baja de los Estados Unidos

habia aprobado una resoluci6n que desaprobaba la instau raci6n de una monarquia en Mexico. El gobierno guard6 silencio y los peri6dicos gobiernistas de Madrid apenas si

dieron cuenta del evento, que primordialmente estaba des tinado a los franceses. Los partidarios de Prim y la prensa democratic estaban encantados. Algunos creian que esto po dia conducir a una guerra entre Francia y los Estados Uni

dos, una lucha en la que, por obvias razones, Espafa no queria verse envuelta. Pero Espafia todavia trato de apaci guar a Francia aun cuando ninguna ayuda militar o diplo matica podria estar disponible para su aventura mexicana. En el otoflo, por ejemplo, Alejandro Llorente ingres6 en el nuevo gabinete del general Narvaez, mostrando con ello la simpatia espafiola por los franceses puesto que Llorente era franc6filo.51

En 1865 las autoridades espafiolas se alegraron sin duda

de librarse de Santo Domingo. Fueron testigos de la vic

toria norteamericana en la guerra civil en tanto que obser_ vaban el rApido deterioro de la situacion francesa en Mdxi co. Pensando en tdrminos de equilibrio de poderes, Tassara

temia que los Estados Unidos pudieran entonces utilizar sus tropas para hacer de la doctrina Monroe una politica

50 Barrot a Drouyn de Lhuys (23 oct. 1863), en AMEP, Politique, Espagne, vol. 864. 51 Foreign relations. 1864, iv, p. 16; Barrot a Drouyn de Lhuys (16 sep. 1863), AMEP, Politique, Espagne, vol. 866.

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LA CUESTI?N MEXICANA

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activa. Predijo que Francia ser?a muy pronto expulsada de

M?xico, y en noviembre el Ministerio de Relaciones com parti? esa opini?n. Espa?a nunca perdi? el inter?s por su ex colonia, puesto que en la d?cada de 1860 la legaci?n es pa?ola provey? a Madrid de amplia informaci?n acerca de M?xico.52 Los peri?dicos de Madrid y los diplom?ticos espa?oles continuaron expresando su inquietud acerca de la pol?tica de Washington en lo tocante a M?xico hasta el momento en que el ?ltimo franc?s abandon? el pa?s. La ?poca, por ejem plo, en febrero de 1866, incluy? en su editorial la opini?n

de que los Estados Unidos todav?a quer?an apoderarse de M?xico, Cuba y Canad?. Inquietudes semejantes ocupaban la atenci?n del Ministerio de Relaciones. Ir?nicamente, al a?o siguiente, cuando Espa?a no ten?a representante diplo m?tico en M?xico, el gobierno pidi? a Washington que se ocupara del cuidado de sus intereses. Los espa?oles justifi caban esto alegando que pod?an contar con que Estados Unidos mantendr?a su neutralidad en conflictos entre Euro pa y Latinoam?rica siempre y cuando ning?n pa?s europeo

tratara de cambiar un gobierno o apoderarse de territorio.33 Esto no iba en contra de la tradici?n de hostilidad, porque la animosidad mutua proven?a de una competencia por la supremac?a territorial, cultural y legal en el Nuevo Mundo; pero era evidente que cuando una situaci?n dada no repre sentaba una amenaza para ninguna de las partes, se hac?a posible la mutua cooperaci?n. Ambos gobiernos intentaban

ser amistosos: Espa?a, porque Narv?ez podr?a utilizar la

ayuda de Washington para otros problemas en Latinoam?

52 Tassara al secretario del Exterior (7 jul., 27 sep. 1865), secre

tario del Exterior a Tassara (5 nov. 1865), en AAEM, Pol?tica, EE.UU., leg. 2409. El legajo 2549 contiene una importante colecci?n <le docu

mentos relativos a asuntos internos mexicanos y sus relaciones con Washington de 1862 a 1868. 53 La ?poca (22 feb. 1866), p. 2; Foreign relations, 1867, i, pp. 546-547.

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JAMES W. CORTAUA

rica, y Estados Unidos porque Espa?a estaba liquidando sus intervenciones militares en el Nuevo Mundo.

Se pueden hacer otras observaciones acerca de la diplo macia espa?ola y norteamericana en lo tocante a M?xico. Sin duda, un pa?s desconfiaba del otro; ambos defend?an sus intereses diplom?ticos y pol?ticos. En tanto que la opini?n

segu?a con inquietud el desarrollo mexicano, los dos go

biernos utilizaban el asunto de M?xico para sus prop?sitos de pol?tica interna. Y sin embargo, hab?a diferencias. Los

Estados Unidos pod?an hacer bien poco para impedir una intervenci?n europea en vista de su guerra civil, todav?a no resuelta entonces; una participaci?n parec?a demasiado riesgosa, y adem?s siempre exist?a la posibilidad de que los latinoamericanos asociaran la actitud de los Estados Unidos

con la de Europa, frustrando entonces el objetivo norte

americano de mejorar su imagen ante Sudam?rica. Se pre. ocupaban tambi?n por la doctrina Monroe y por la posibi lidad de que un pa?s europeo dominara el territorio al sur de sus fronteras. As? pues, por una serie de razones, los pro blemas destacaron en importancia dentro del marco general de las relaciones con Madrid; sin duda mucho m?s en t?r minos pol?ticos, que Santo Domingo y aun que Cuba en el

oto?o de 1861. Espa?a sinceramente quer?a recuperar las deudas, pro teger la vida de los espa?oles, y asegurarse del estableci miento de un gobierno estable en M?xico que evitara el desarrollo de futuros problemas. Si M?xico optara por un rey, Espa?a quer?a ofrecer un candidato; pero no estaba preparada para gestionar un arreglo de esta naturaleza con el mismo entusiasmo de los franceses. En realidad, la pol? tica de O'Donnell respecto a M?xico carec?a del tono impe rialista que parec?a colorear su actitud, puesto que no tenia verdaderas intenciones de restablecer un control colonial.

Quer?a ?nicamente obtener una ostentosa victoria diplo

m?tica,, justo al borde de una peque?a intervenci?n. Resulta

dudoso que pensara seriamente en llegar m?s lejos; si de hecho lleg? a considerarlo no tuvo tiempo para tomar las This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:51:16 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LA CUESTI?N MEXICANA

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medidas necesarias, m?xime que M?xico represent? un ries

go para la Uni?n Liberal casi desde el principio del epi

sodio. El cap?tulo mexicano mostr? evidentemente que Ma drid y Par?s no siempre cooperaban en las cuestiones de po l?tica exterior tal como los diplom?ticos norteamericanos cre?an. Las autoridades espa?olas se negaron a actuar con

juntamente con Francia en el asunto mexicano despu?s de la primavera de 1862, cuando estas gestiones hubieran sido adversas a los intereses de Espa?a. M?xico nunca lleg? a tener para Madrid la importancia diplom?tica que tuvo para Par?s y para Washington. Otros muchos problemas en Santo Domingo, el norte de ?frica y Europa reclamaban la atenci?n de Espa?a.

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HUGH LENOX SCOTT Y LA DIPLOMACIA DE LOS ESTADOS UNIDOS HACIA LA REVOLUCI?N MEXICANA James W. Harper Texas Tech University La respuesta de Woodrow Wilson hacia la revoluci?n mexi cana fue el primer cap?tulo de la larga lucha de los Estados Unidos en contra del nacionalismo revolucionario en el si glo veinte. La ret?rica y las acciones wilsonianas desplega,

das en esta ocasi?n ten?an ya los elementos b?sicos de la

futura oposici?n a las actividades revolucionarias en Rusia, China, Cuba y Vietnam. Se us? entonces por primera vez la presi?n y el no reconocimiento diplom?tico, se hicieron es fuerzos para dirigir los eventos pol?ticos y, finalmente, se cay? en la intervenci?n militar. Es m?s, la inhabilidad de los Estados Unidos para controlar los sucesos mexicanos fue un presagio de lo que pasar?a en otros intentos norteamericanos de manipular las revoluciones del tercer mundo.1 Un exa men del papel que jug? el general Hugh Lenox Scott, jefe del estado mayor del ej?rcito norteamericano desde 1914 hasta 1917 y frecuente negociador en la frontera, arroja luz i La mayor?a de los estudios generales sobre la pol?tica de Wilson hacia M?xico se ocupan de este asunto como de un mero episodio en la diplomacia de los Estados Unidos hacia la Am?rica Latina. Vid. Link, 1954 y 1956; Cline, 1965, pp. 113-134. Los conceptos usados en este art?culo fueron sugeridos por escritores m?s recientes, aunque ?stos

apenas se ocupan de M?xico. Vid. Williams, 1972; Levin, 1968. El desarrollo de los problemas con posterioridad a la ?poca de que se

ocupa este art?culo puede estudiarse en Smith, 1972. V?anse las expli caciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

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JAMES W. HARPER

sobre los conflictos que surg?an dentro del gobierno de los Estados Unidos por cuestiones diplom?ticas y revela la com plejidad de esta primera reacci?n estadounidense hacia una revoluci?n nacionalista de car?cter socioecon?mico y pol?tico. En cierto sentido, la elecci?n de Hugh Scott como inter mediario en las relaciones entre M?xico y Estados Unidos fue equivocada. Cadete deslucido en West Point, hab?a pa

sado gran parte de su carrera ?desde 1876, a?o en que se gradu?? en el oeste de los Estados Unidos, donde su prin cipal inter?s fueron los ind?genas y su lenguaje de signos. Entre 1914 y 1916 sus aptitudes diplom?ticas se vieron li mitadas por sus importantes ocupaciones como jefe de esta do mayor. Sus esfuerzos para reformar el ej?rcito y prepa rarlo para la guerra mundial limitaron tambi?n su actua ci?n en la revoluci?n mexicana.2 Sin embargo, Scott em prendi? su labor diplom?tica en M?xico con cierta destreza y valiosas experiencias. De 1899 a 1902 particip? en la ocu paci?n de Cuba por los Estados Unidos, con lo que se vio expuesto a la cultura latinoamericana y envuelto en la di plomacia de los Estados Unidos en el hemisferio occidental. De 1903 a 1906 sirvi? como gobernador del archipi?lago de Sulu en las Filipinas ?una experiencia que increment? su preocupaci?n por el papel que los Estados Unidos deber?an tener en los asuntos mundiales. Quiz?s m?s importante que todo fue su larga misi?n entre los indios porque se capa cit? como negociador, con lo cual se desarroll? su paciencia, flexibilidad y respeto hacia diferentes culturas. Estas carac ter?sticas ser?an de inestimable valor en las misiones diplo m?ticas que se le dieron en la frontera.8

Cuando Francisco I. Madero inici? la revoluci?n mexi

cana con el derrocamiento de la larga dictadura de Porfirio D?az, la reacci?n inicial de Hugh Scott fue reservada y pru

dente. Sus conocimientos sobre M?xico no proven?an de estudios sino de amigos como William Heimke y Ulyses 2 Scott, 1928; Harper, 1968.

3 Scott, 1928; Harper, 1968.

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SCOTT Y LA DIPLOMACIA

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Grant jr., quienes hab?an servido en la ciudad de M?xico y

en el departamento de estado. Estos hombres hab?an elo giado a D?az, dici?ndole a Scott que "M?xico jam?s hab?a estado tan bien gobernado como estuvo con el presidente D?az".4 Contento por la estabilidad superficial del M?xico porfiriano, por su aparente proamericanismo y su c?lida acogida de las inversiones estadounidenses, Scott hab?a juz gado a D?az como "uno de los grandes hombres de su tiem

po", que hab?a gobernado M?xico por a?os "con eficacia y destreza".5

Sin embargo, Scott acept? la victoria maderista y se opuso a la intervenci?n de los Estados Unidos. Los a?os que pas? en Cuba y las Filipinas le advirtieron las dificul tades que surgen al tratar con otras culturas. Y aun cuando corrieron rumores de que Jap?n podr?a aprovechar la ines

tabilidad de M?xico para establecer una base all? ?temor

que record? el corolario Lodge?, Scott objet? una interven ci?n al sur del r?o Bravo. Parte de su precauci?n se deb?a

a que intu?a que la situaci?n pol?tica en M?xico iba a ser inestable por un largo per?odo. En enero de 1911 predijo que Madero, "quien hab?a hecho la revoluci?n, no podr?a

acallar el esp?ritu que hab?a desencadenado".6 Por consiguiente, Scott no se sorprendi? cuando en 1913 Victoriano Huerta derroc? a Madero. Sin embargo, la bru talidad de este golpe de estado y la aparente complicidad

de Huerta en la muerte de Madero impresionaron a mu chos estadounidenses, incluyendo al viejo soldado de la fron

tera. Scott esperaba que Huerta fuera derrocado, pero no compart?a la barbarie y el idealismo de Woodrow Wilson, quien pensaba establecer en M?xico un gobierno constitu 4 Scott a Mary [su esposa, Mary Scott] (31 mayo 1911); Scott a W. H. Heimke (2 feb. 1905), en LC, HLS. Sobre estudios m?s am plios de las relaciones diplom?ticas entre M?xico y Estados Unidos, vid. nota 1; Grieb, 1969; Haley, 1970; Hill, 1973; Ulloa, 1971. 5 Scott, 1928, pp. 495-496.

? Scott a Mary (3 ene., 29 mar., 3, 31 mayo, 12 jun. 1912), en

LC, HLS.

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430

JAMES W. HARPER

cional bajo la ?gida de los Estados Unidos. Desaprobando en privado la pol?tica de Wilson como "bravata y rugido sonoro", el cauteloso Scott cre?a que su pa?s deber?a s?lo

usar cierta presi?n en busca de metas m?s limitadas, de un M?xico estable que no ofreciera ning?n peligro a los norte

americanos ni a sus propiedades, y en el que no hubiera peleas que pudieran extenderse a trav?s de la frontera. Scott se opuso al amplio plan wilsoniano de dirigir la re

voluci?n hacia un molde liberal-capitalista.7 Scott se involucr? oficialmente en los asuntos mexicanos como comandante del tercer regimiento de caballer?a en

1912 y comandante de la primera brigada de caballer?a

en 1913 y 1914. Trabaj? para prevenir el tr?fico il?cito de armas, supervis? el trato de los refugiados procedentes de

M?xico en los Estados Unidos, y se encarg? de la seguri

dad en la regi?n fronteriza. Sus actividades tuvieron cierto ?xito, especialmente en el caso de los refugiados; pero los intentos del ej?rcito para evitar el contrabando de arma mentos no pudieron superar ambig?edades legales y obst?cu los geogr?ficos* El desempe?o de Scott en la frontera le proporcion? una valiosa perspectiva para entender los asuntos mexicanos y lo hizo entrar en contacto con personas y fuentes de informa ci?n que le ser?an ?tiles en sus futuras negociaciones. Tam

bi?n se convenci? de que los Estados Unidos no deber?an

buscar metas que estuvieran m?s all? de su fuerza militar. Scott se preocup? por el fracaso de Wilson al tratar de apo yar su diplomacia en M?xico con el fortalecimiento de uni dades armadas en la frontera y tem?a incursiones de fuerzas

mexicanas dentro de los Estados Unidos. Coincid?a con la cr?tica de su viejo compa?ero de clases en West Point, Tasker Bliss, quien una vez caracteriz? as?, con el lenguaje franco del antiguo ej?rcito, la falta de preparaci?n de Wilson: "Es 7 Scott a Mary (26 oct., 26 die. 1913), en LC, HLS. 8 Scott a Mary (18 sep. 1913) , en LC, HLS; LC, THE, passim;

Annual report, 1914, ni, pp. 37, 54; "Fort Bliss Camp", 1914, p. 225.

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el mismo viejo cuento. . . de un avestruz con su cabeza me

tida en la arena; si le patean su cola, de nada le servir? decir que no vio lo que se ven?a".9 En febrero de 1914 Scott comenz? su carrera diplom?

tica al entrevistarse con el jefe revolucionario Doroteo Aran go, o sea Pancho Villa. Este hombre poco educado, violento y primitivo ?en parte bandido y en parte revolucionario?

hab?a llamado la atenci?n de los Estados Unidos con su brillante captura de Ciudad Ju?rez en 1913. Comandante

de caballer?a por naturaleza, se gan? la simpat?a norteame

ricana con sus batallas espectaculares y escandaliz? a sus

vecinos con sus brutalidades. La costumbre de Villa de fusi

lar a sus prisioneros ?ocurrencia muy com?n durante la revoluci?n? atrajo la atenci?n de Hugh Lenox Scott. Cuan do supo que entre sus v?ctimas se encontraban algunos norteamericanos protest? por tal barbaridad y envi? a Villa un ejemplar de un manual del ej?rcito brit?nico sobre el trato debido a los prisioneros de guerra. Villa respondi? cordialmente a este comunicado y prometi? seguir las indi caciones del libro. Tambi?n acept? entrar en conversacio nes con su nuevo corresponsal estadounidense. Los dos sol dados se encontraron la noche del 13 de febrero de 1914 en medio del puente internacional entre El Paso y Ciudad Ju?rez. Scott reiter? su posici?n con respecto a los prisio neros de guerra, dirigi?ndose a Villa con el mismo lenguaje duro y la misma falta de educaci?n que hab?a empleado a?os antes al tratar con jefes indios y sultanes moros.10 Con la entrevista nocturna se inici? entre el soldado es

tadounidense y el revolucionario mexicano una estrecha re

9 Scott a Mary (3 jul., 20 ago., 31 oct. 1913), Tasker Bliss a Scott

(15 ago., 29 sep. 1913), en LC, HLS.

10 G. C. Carothers a Scott (3 feb. 1914), W. J. Bryan a Carothers (4, 16 feb. 1914), Carothers al secretario de Estado (18 feb. 1914), en DS, RM. Vid. tambi?n Scott a Mary (31 ene., 10, 18 fleb. 1914), en LC,

HLS; Glendenen, 1961, pp. 65-66; Scott, 1928, pp. 500-504; Guzm?n, 1965, p. 501; Scott a Woodrow Wilson (11 abr. 1914), en LC, WW.

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laci?n que se hab?a de ahondar por simpat?a personal e

inter?s pol?tico mutuo. Impresionado de inmediato, Scott vio en Villa "un dirigente nato" muy parecido a los jefes indios y moros que hab?a conocido. Villa, a su vez, pareci? impresionarse por la manera directa, la determinaci?n y la falta de condescendencia del se?or Scott. Adem?s, encontra ron algo en com?n en las experiencias mutuas de su oficio de hombres de caballer?a.11

Respecto a los asuntos pol?ticos, en el momento en que Villa prometi? respetar las vidas de los norteamericanos y sus propiedades y rechaz? tener inter?s en el apoyo alem?n o japon?s, Scott crey? que hab?a encontrado el medio m?s efectivo de salvaguardar los intereses de los Estados Unidos sin necesidad de una intervenci?n masiva. Por su parte, Villa vio en el general un medio para ganar apoyo estadouniden

se para su facci?n. Fue ?l quiz?s el ?nico revolucionario mexicano que pudo cortejar a los Estados Unidos sin des pertar por esto en su contra el profundo antiamericanismo de los mexicanos. Algo tambi?n muy importante era que las fuerzas de Villa estaban en Chihuahua y el suministro de armas y equipo a trav?s de la frontera era esencial para el ?xito de; su Divisi?n del Norte.12 Aunque Scott se llev? una impresi?n favorable de Villa, tuvo sus reservas. Advertido del car?cter temperamental del

dirigente mexicano, de su inexperiencia pol?tica y de su, falta de educaci?n, Scott jug? con la idea de usarlo como una figura popular pero manejada en el fondo por un jefe mexicano m?s sofisticado. Sorprendentemente, Villa pareci? aceptar tal sugesti?n y dej? ver que al terminar la lucha revolucionaria dar?a su lugar a otro cabecilla, a Felipe ?n geles por ejemplo, su experto artillero educado a la francesa.13 H Scott a Mary (28 abr., 26 sep. 1914) , Carlos Husk a Scott (2 mayo 1914), S. A. Hopkins a Scott (21 abr. 1914), en LC, HLS; Ca

rothers al secretario de Estado, en DS, RM, passim. 12 Clendenen, 1961, passim. 13 Scott, 1928, pp. 504-506; Diario de H. C. Bleckinridge (18 mayo

1914), en IX, HCB; F. ?ngeles a Scott (16 jul. 1915), en LC, HLS.

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Scott reconoci? tambi?n los l?mites de su influencia so bre Villa. Poco despu?s de su primera entrevista abundaron rumores en el Suroeste acerca de que se ir?a a vivir al lado de Villa como consejero. Scott rechaz? tal idea radicalmen te, se?alando que en gran medida la amistad del mexicano se deb?a a su respeto por el poder?o militar de los Estados

Unidos. Asimismo el jefe de la plana mayor estaba esc?p tico de qu? tanto ceder?a Villa a la presi?n de los Estados Unidos, y hac?a notar que "hay [s?lo] cierta dosis de in terferencia que un hombre rudo puede tolerar".14

Desde la entrevista de febrero hasta la declinaci?n de

Villa como cabecilla pol?tico en el oto?o de 1915 las activi dades de Scott revistieron dos formas. Durante todo ese pe r?odo sirvi? como consejero en cuestiones mexicanas, par ticularmente de la frontera, y trabaj? como agente de Villa

en los Estados Unidos. En dos ocasiones viaj? al Suroeste para conducir negociaciones sobre problemas causados por los continuos des?rdenes en M?xico. Scott hizo varios trabajos como consejero en asuntos me xicanos. Escribir reportes acerca de los eventos en este pa?s era su actividad primordial. Mantuvo informados al Depar. tarnen to de Estado y a Wilson sobre las campa?as militares de Villa con datos que proven?an de sus numerosos contactos

o de comunicaciones que Villa mismo le mandaba. Entre las mejores fuentes de informaci?n de Scott se contaban

Felix Sommerfield, el misterioso agente alem?n de Villa en los Estados Unidos, y George Carothers, c?nsul de los Esta dos Unidos en Ciudad Ju?rez, quien frecuentemente acom pa?aba a Villa y a sus fuerzas. Por estos medios se enter? Scott del consentimiento de Villa a la ocupaci?n norteame ricana de Veracruz ?respuesta radicalmente distinta a las

denuncias de Venustiano Carranza, el primer jefe de las

fuerzas antihuertistas. Por los mismos medios corri? la noti

14 Scott a Mary (28 abr., 19 mayo, 14 jun. 1914), en LC, HLS. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:50:15 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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cia de la euforia de los constitucionalistas en mayo y junio de 1914 al ver la victoria cerca.15

Probablemente el mejor ejemplo que poseemos para en tender qu? clase de informaci?n era la que Scott recibia es

el del 28 de junio de 1914, cuando Villa insisti? en que

una nota relativa a sus actividades militares fuera entregada directamente a Scott para tener la seguridad de que llegar?a

a manos de Wilson. La nota daba a conocer las razones de Villa para detenerse en su avance sobre la ciudad de M?xi co y fue uno de los primeros indicios de que Villa y Ca rranza se estaban distanciando a medida que la victoria sobre

Huerta se aproximaba. En la nota, Villa culpaba al primer jefe de haberle fallado en el suministro de armas y mu niciones y alegaba que s?lo pod?a renovar su ofensiva si lograba un acuerdo con "el se?or Carranza", o si le llegaban armas y municiones de los Estados Unidos. Durante los me ses siguientes otros comunicados dirigidos a Scott relatar?an toda la historia de la guerra civil constitucionalista.16

Scott era ampliamente respetado por sus consejos: Del Suroese s?lo llegaban elogios a su destreza. Carothers? es timaba sus "maduros consejos y buenas recomendaciones". Aparentemente hab?a unanimidad entre los residentes de la zona de El Paso y del norte de M?xico en las alabanzas que hac?an a Scott. Un ciudadano asentaba: "El general Scott es la ?nica persona a la que Villa tiene confianza".17 Inicialmente Wilson y William Jennings Bryan compar t?an esta estimaci?n por Scott. Cuando el c?nsul Le?n C? nova se estaba preparando para su servicio en la ciudad de M?xico Wilson pidi? a su secretario de Estado que arre glara una entrevista de todo un d?a entre Scott y el pr?ximo 15 Scott a Mary (15, 22, 24 abr., 12, 19 mayo, 20 jun. 1914), en

LC, HLS; Carothers al secretario de Estado (23 abr. 1914), en DS, RM. Para un estudio general sobre Veracruz, vid. Link, 1956; Quirk, 1962.

RM.

16 Zack Cobb al secretario de Estado (28, 29 jun. 1914), en DS, 17 Carothers al secretario de Estado (12 abr. 1914), Memor?ndum

de B. Long (25 abr. 1914), en DS, RM.

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enviado con el objeto de que el primero juzgara la capa cidad del segundo. C?nova inform? que su reuni?n con

Scott en Princeton hab?a sido sumamente ilustrativa para su misi?n, y Scott aprob? la selecci?n del c?nsul. Semejante intervenci?n de un oficial del ej?rcito en asuntos diploma, ticos era una excepci?n, pues el secretario de Guerra, Lind ley Garrison, se opon?a activamente a que hubiese pl?ticas entre oficiales del ej?rcito y funcionarios mexicanos para no embarazar la labor del departamento de Estado. Sin embar go, fue evidente que esta prohibici?n no fue aplicada al jefe de la plana mayor.18 Scott represent? a los Estados Unidos en dos reuniones

en 1914 y 1915. Su primera misi?n lo llev? a Naco, Ari zona, un pueblo situado sobre la frontera con Sonora. En el verano de 1914 surgi? all? una lucha por el poder en tre el general villista Jos? Maytorena y las fuerzas leales a Carranza. En septiembre Maytorena se movi? en contra de la guarnici?n del general carrancista Benjamin Hill que estaba en Naco, Sonora. Siempre que hab?a una lucha en la frontera los tiros llegaban al lado norteamericano. En esta ocasi?n, para diciembre, cuatro estadounidenses hab?an muerto, veintenas hab?an sido heridos y el principal hotel de

Naco estaba anunciando cuartos a prueba de balas. Scott

parti? de Washington con destino a esa regi?n el 16 de di ciembre, en medio de reportajes que hablaban de una crisis "llena de peligro". Llegando a Naco se entrevist? con cabe cillas carrancistas, entre ellos un futuro embajador en los Estados Unidos, Roberto V. Pesqueira, un futuro presidente de M?xico, Plutarco Elias Calles, y el general Hill. Tambi?n convers? con Maytorena el 24 de diciembre.19 Tras advertir a ambos contendientes que su gobierno no

tolerar?a m?s balaceras propuso un acuerdo basado en la 18 Wilson a Bryan (5 jun. 1914), Lindley Garrison a T. Bliss

(16 jul. 1914) , en DS, RM; Scott a Bryan (9 jun. 1914), en LC, WJB. n> Relaci?n de bajas, en Foreign relations, 1925, pp. 786, 651; Scott

a Mary (21 die. 1914), en LC, HLS.

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evacuaci?n de Naco. Los carrancistas se retirar?an hacia el este, a Agua Prieta, y los villistas se mover?an hacia el oeste, a Nogales. La retirada se hac?a en forma pac?fica y

en el futuro las unidades armadas evitar?an los tres pue

blos. Los carrancistas tem?an perder la lucha, y por eso acep taron de buena gana; pero Maytorena, que esperaba la vic toria, se ech? para atr?s.20 Scott us? entonces su influencia con Villa. Con la coope

raci?n y apoyo del Departamento de Estado viaj? a El Paso el 4 de enero de 1915 y se reuni? con Villa cinco d?as m?s

tarde en el sal?n azul y oro de la aduana de Ciudad Ju?

rez, el mismo lugar en que se hab?an reunido los presiden tes D?az y Taft en 1909. Las discusiones entre Villa y Scott fueron francas y directas. Villa asegur? que podr?a dar fin

al conflicto si le daban ocho horas para un asalto defini tivo sobre Naco. Scott consider? que ya no se podr?an to lerar m?s v?ctimas norteamericanas y advirti?, por lo tanto,

que no permitir?a un ataque "ni por ocho minutos". Com prendiendo la necesidad que Villa ten?a de los Estados Uni dos, recalc? que su hostilidad ser?a un precio demasiado alto por Naco. Ante la firmeza de Scott, Villa acept? el plan del 24 de diciembre.21

El plan de Scott logr? la paz en Naco por seis meses y el funcionario fue elogiado por su paciencia y habilidad

para negociar. Scott, a su vez, se?al? la cooperaci?n de Villa

como una raz?n adicional para que los Estados Unidos lo

apoyaran. Villa tuvo similares pensamientos: Al dejar la re uni?n sonri? y salud? a la prensa diciendo: "Nuestro pa?s y los Estados Unidos son amigos, y yo intento hacer todo lo

20 Scott a Mary (25 die. 1914; 1<? ene. 1915), en LC, HLS; The New York Times (16 die. 1914 - 2 ene. 1915); LC, HLS, passim. 21 Serie de telegramas entre Scott y H. C. Bleckinridge (19 die. 1914 a 12 ene. 1915), Memor?ndum de Scott (11 ene. 1915), en LC, HLS; Th? New York.Times (7-14 ago. 1915); Foreign relations, 1925, pp. 786-789.

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que pueda para continuar esta relaci?n. Mi acci?n de hoy, creo yo, denota esta intenci?n".22

En su segunda misi?n, Scott se encontr? con Villa en muy diferentes circunstancias. Sus derrotas militares en Pue

bla en enero de 1915 y en Celaya en abril de ese a?o con virtieron a Carranza en el hombre fuerte de M?xico. Villa

necesitaba carb?n para sus trenes militares y dinero en efec tivo para comprar los armamentos detenidos en Texas. El 21 de julio se entrevist? con los dirigentes de la Mine Own ers and Smelters Association, que representaba los intere ses mineros estadounidenses en el norte de M?xico. El apu rado revolucionario exigi? un pr?stamo forzoso de $300 000 &

con la amenaza de que si se le negaba actuar?a en forma

dr?stica contra los intereses extranjeros. Los due?os de las minas apelaron de inmediato al nuevo

secretario de Estado, Robert Lansing. ?ste encomend? el arreglo del asunto a Scott, y lo mand? a El Paso en agosto con dos objetos. El primero era el de proteger los intereses

de los due?os de las minas ?papel que le agrad? porque ten?a relaciones muy cercanas con este grupo. Un amigo

suyo de la infancia, L. D. Ricketts, administraba varias mi nas en Sonora, y nada menos que un hijo de Scott, Merrill,

trabajaba en M?xico para la compa??a minera de El Do

rado. El segundo objetivo era pol?tico. El realista secretario

de Estado deseaba poner fin a las dificultades en M?xico para que Estados Unidos pudiera concentrar sus energ?as en los asuntos europeos. Por lo tanto, dio instrucciones a Scott de buscar el apoyo villista para un plan que ter minara la guerra civil constitucionalista mediante un go bierno de coalici?n.

22 Scott a Anna Scott [su hermana] (26 ene. 1915), en LC, HLS; El Paso Times (1-13 ene. 1915). 28 Quirk, 1963, pp. 283-298; Clendenen, 1961, pp. 184-187. Sobre las relaciones previas de Villa con los intereses mineros, vid. Foreign

relations, 1925, pp. 839-935; A. J. McQuatters a Lansing (25 jun. 1915), en DS, RM.

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Scott lleg? a El Paso el 9 de agosto de 1915 y conferen ci? con los due?os de las minas durante dos horas. Al d?a

siguiente sostuvo una larga pl?tica con Villa persuadi?n dolo de que retirara su demanda de pr?stamo a cambio de cien mil toneladas de carb?n como "regalo voluntario" de los mineros. Como Villa sab?a que su ?xito depend?a del apoyo de los Estados Unidos, se vio obligado a ceder.24 Los hombres del Suroeste elogiaron a Scott efusivamente por esta transacci?n. George Carothers telegrafi? a Lansing que si Scott se entrevistaba con los otros jefes mexicanos "podr?a solucionar todo el problema".25 J. McQuatters, un prominente banquero de El Paso, reiter? esta confianza en la habilidad de Scott para negociar.26 El intento de arreglar un gobierno de coalici?n fue me nos exitoso. Ciertamente, Villa acept? de inmediato una jun ta de todas las facciones y hasta sugiri? un armisticio du rante el cual todas ellas tendr?an acceso a los ferrocarriles. Tambi?n urgi? a Estados Unidos a no dar armas a aque llos grupos que rehusaran unirse al pacto.27 Sin embargo, la llave para lograr una alianza duradera era Alvaro Obreg?n, el din?mico civil convertido en mi litar que habr?a de surgir como el vencedor de la lucha revolucionaria. Scott ten?a instrucciones de entrar en contacto

y posiblemente conferenciar con Obreg?n, el cual hab?a oscilado entre apoyar a Carranza o a Villa en los inicios

de la guerra civil constitucionalista. Lansing inici? los con tactos a trav?s de Le?n C?nova en la ciudad de M?xico, y Scott esper? m?s de una semana en El Paso con la esperan 24 Memoranda particulares de Robert Lansing (11 jul., 10 oct. 1915), en LC, RL; The New York Times (7-14 ago. 1915); Scott a James R. Garfield (10 oct. 1915), Scott a Mary (12 ago. 1915), en

LC, HLS.

25 Carothers a Lansing (10 ago. 1915), en Foreign relations, 1925, p. 735; Clendenen, 1961, pp. 186-187; El Paso Times (7-14 ago. 1915).

26 A. J. McQuatters a Lansing (10 ago. 1915), en LC, HLS.

27 Scott a Mary (12-23 ago. 1915), en LC, HLS; Foreign relations, 1925, p. 804.

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za de que el sonorense ir?a a visitarlo para conversar. Pero el astuto jefe juzg? correctamente que Villa no ten?a la esta bilidad ni el apoyo suficientes para ser miembro responsa

ble de una coalici?n. Se mantuvo, pues, leal a Carranza y

rechaz? cualquier reuni?n. Con esto las ilusiones de Lansing sobre una alianza se vinieron abajo; y despu?s que las fuer zas de Obreg?n aplastaron a las de Villa en Saltillo, en sep tiembre, los Estados Unidos reconocieron a rega?adientes a Carranza como el jefe de facto del gobierno de M?xico.28

Con el reconocimiento de Carranza se terminaron los

esfuerzos de Scott en favor de Villa y de sus actividades como instrumento de la pol?tica norteamericana. Todav?a en sep tiembre de 1915 Scott recurri? urgentemente a Wilson para ayudar al revolucionario, pero el presidente le contest? que

Villa era "muy inestable y carec?a de los medios para go

bernar".29 Para Scott, el reconocimiento de Carranza signi fic? el fracaso de sus tareas y un rev?s para la diplomacia exterior norteamericana. Seg?n ?l, "el reconocimiento de

Carranza fortaleci? en el poder al hombre que nos pag? constantemente con patadas y convirti? en proscrito al hom

bre que nos ayud?".30

Estudiosos de la diplomacia de Wilson hacia M?xico

han sugerido que Scott fue el dirigente de un grupo de pre

si?n en favor de Villa. Robert Quirk lo llama "probable

mente el m?s fuerte defensor de Villa en Washington", y Arthur Link lo nombra "el cabecilla del grupo de Villa".31 Sin duda aguna el viejo jefe de la plana mayor abog? para 28 Kahle, 1958, pp. 352-372; Link, 1964, pp. 399-444. Obreg?n y Scott se reunieron en El Paso y Ciudad Ju?rez en 1916 con el objeto de aflojar la tensi?n que hab?a producido la expedici?n de Pershing. Sin embargo, esta importante e interesante conferencia cae fuera de la intromisi?n de Scott en un intento de controlar la revoluci?n.

20 Scott a Wilson (3 sep. 1915), Wilson a Scott (7 sept. 1915), Scott a Garfield (10 sept. 1915) , en LC, HLS.

30 Scott, 1928, p. 504. si Quirk, 1963, p. 285; Link, 1964, p. 135; Link, 1960, p. 633; Clen DENEN, 1961, p. 159.

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obtener el apoyo y reconocimiento de Villa por los Estados

Unidos. Se comunicaba con Wilson, Bryan, Lansing, Ga

rrison y otros; relataba los acontecimientos mexicanos desde una perspectiva villista y hac?a que se valorara la simpat?a del jefe revolucionario hacia Etados Unidos por los muchos servicios que le hab?a prestado. Sin embargo, es dif?cil dis tinguir entre Scott el consejero y Scott el aliado de Villa.

Cuando recomend? apoyar a Villa su juicio estaba basado

en su opini?n de los eventos mexicanos y en su preferencia por su amigo mexicano. Las fuentes de informaci?n de Scott en el Soroeste y entre los villistas agrandaban las fuerzas de Villa, su popularidad y sus oportunidades de triunfo. Por lo tanto, para Scott, el apoyo a Villa constitu?a el mejor medio

para lograr las metas estadounidenses sin necesidad de un compromiso mayor con la revoluci?n.32

El grupo de presi?n que favorec?a a Villa ?si tal nom bre es apropiado? era una organizaci?n suelta de norte

americanos conservadores, hombres de negocios con intere ses en el Norte mexicano, y gentes del Suroeste norteameri cano. Scott manten?a una extensa correspondencia con gente de este grupo. Sin embargo, un examen de los testimonios indica que James R. Garfield (hijo del decimonono presi dente y secretario del Interior bajo Theodore Roosevelt) fue en realidad el dirigente de los estadounidenses que deseaban el reconocimiento de Villa. Con experiencia pol?tica y es trechos lazos con magnates norteamericanos, dio a los inte reses provillistas la poca direcci?n que tuvieron. En gene ral, las actividades del "grupo de Villa" fueron desorgani zadas y caprichosas.83 Los testimonios sugieren tambi?n que Scott estaba satis fecho con sus actividades a favor de Villa. De hecho, hasta septiembre, hab?a confiado en que ganar?a la guerra contra Carranza. En ese mes escribi? a Garfield que hab?a hecho 32 Scott a Wilson (3 sept. 1915), en LC, HLS; LC, HLS, 1914

1916, passim. 33 LC, JRG, passim.

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"todo lo que se [le] ha ocurrido".34 Si hubiera querido ha cer m?s, su posici?n se lo hubiera impedido. ?1 mismo pen saba que un soldado profesional deb?a evitar involucrarse abiertamente en diplomacia y pol?tica. Este punto de vista

fue reforzado por las realidades de la administraci?n de Wilson, en la cual Leonard Wood, su amigo cercano y an

tiguo comandante, hab?a incurrido en la ira del presidente por sus embrollos pol?ticos. Scott no ten?a la menor inten ci?n de enredar al ej?rcito en un innecesario debate sobre pol?tica extranjera. Por lo tanto, ofreci? consejo e informes a favor de Villa, pero nunca intent? dirigir un grupo.85 En su libro The tragedy of American diplomacy, William Appleman Williams sugiere que "el imperialismo del idea lismo" pas? por cuatro etapas: Primero, se encarg? de iniciar y sostener cambios dr?sticos

en otras sociedades... Segundo, Estados Unidos se identifi

caba a s? mismo como la causa primaria de tales transforma ciones. .. Tercero, quer?a detener o estabilizar esos cambios en puntos favorables a sus intereses... Cuarto, los esfuerzos para controlar y limitar esos cambios de acuerdo a las prefe rencias estadounidenses sirvieron s?lo para arreciar la oposi ci?n en los pa?ses en desarrollo.3?

A pesar de que Williams s?lo se refiere ocasionalmente al caso de M?xico, las experiencias de Scott entre 1914 y 1915 respaldan su idea de que "la integraci?n de estos ele mentos fue llevada adelante y expresada t?picamente en la ret?rica, estilo y sustancia de la diplomacia del presidente

Woodrow Wilson".37

34 Scott a Garfield (10 sep. 1915), en LC, JRG.

35 LC, HLS, 1914-1915, passim; entrevista con la se?ora Houston

Scott Foulk, hija de Hugh Scott (jun. 1975) ; entrevista grabada con Hugh Lenox Scott II, nieto de Hugh Scott (mayo 1975) ; Pershing a Scott (22 ago. 1914), en LC, JJP. 36 Williams, 1972, pp. 66-67. 37 Williams, 1972, p. 67.

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En M?xico, la penetraci?n econ?mica de Estados Uni dos aceler? algunos cambios que precipitaron a su vez la revoluci?n. Cuando el movimiento de Madero fracas? Es tados Unidos tom? la iniciativa en contra de Huerta y en favor de continuar las modificaciones. Cuando ?ste cay? Es tados Unidos busc? en vano dirigir el curso de la pol?tica mexicana, pero fracas? al llegar al poder la figura hostil e independiente de Carranza. Finalmente los mexicanos resin tieron los ensayos norteamericanos "de ayudar a los mexica nos a ayudarse a s? mismos" del mismo modo como se dis gustaron setenta a?os antes porque los estadounidenses se "ayudaron a s? mismos" al adquirir territorio mexicano. Las acciones y actitudes de Scott hacia la revoluci?n me xicana demuestran que hubo algunos individuos que tuvie ron reservas acerca del internacionalismo capitalista liberal. Scott s?lo deseaba un M?xico bien ordenado y cordial. So

breestimando la fuerza de Villa, Scott lo apoy? como el medio m?s barato y sencillo para lograr estas limitadas metas. A pesar de todo, durante todas sus negociaciones, mantuvo una posici?n moderada y se opuso en forma con sistente a la intervenci?n militar. La posici?n de Scott, que

no se inclinaba ni al imperialismo del viejo estilo ni a la

futura pretensi?n de hacer de los norteamericanos guardia

nes del mundo, hace pensar en la necesidad de examinar m?s de cerca la pol?tica del "imperialismo del idealismo".

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AL RESCATE DE MOTOLIN?A PRIMEROS COMENTARIOS AL LIBRO DE GEORGES BAUDOT Edmundo O'Gorman Universidad Nacional Aut?noma de M?xico

En fecha reciente el se?or Georges Baudot, profesor conspicuo de la Universidad de Toulouse, tuvo la amabilidad de enviarme su libro, Utopie et histoire au Mexique (Toulouse, Privat, 1977), un apretado volumen de 554 p?ginas m?s 12 de preliminares, su tesis para optar al doctorado de estado. Que conste mi agradecimiento, pero no tanto por la ??c?mo dir??? un poco impertinente dedicatoria del ejemplar que me en vi?, donde al autor le pareci? oportuno instruirme acerca de la naturaleza de la "discrepancia" a la que le es consubstancial "la ley despiadada del quehacer hist?rico". El adjetivo, por supuesto, se le vino a la pluma para prevenirme de la cr?tica que le inspira ron mis pasados esfuerzos por resolver algunos de los problemas que encierran los textos de fray Toribio Motolin?a y que, gracias a la contribuci?n del se?or Baudot, se han oscurecido notablemente.

Nada como reconocer los errores propios y as? lo har? cuando el caso ocurra, pero como a todos los santos les llega su fiesta, tratar? de emular a mi mentor en aquello de la "ley despiadada del quehacer hist?rico", mas no, ciertamente, en la petulancia ?no hay otra palabra? de la que buena muestra dan la inicial parra fada del Avant-propos y la cl?usula final del cap?tulo segundo que tan justa indignaci?n han provocado en cuantos lectores del libro conozco.

Como el cargo es m?s bien feo que grave, no har? falta abrum con transcripciones completas, pero s? obliga al testimonio de d incre?bles frases. La primera, con la que parte plaza el libro, como sigue: "Por extra?o que pueda parecer ?se nos dice? las fu tes aut?nticas de la mayor parte de nuestros conocimientos acer de la civilizaci?n precolombina del M?xico no han sido jam?s est diadas" (p. ix). M?s adelante quedamos notificados de que los te tos de las cr?nicas que encierran el c?mulo de informaci?n aseq

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ble sobre la civilizaci?n de las poblaciones del An?huac, nunca han sido el objeto de una investigaci?n cient?fica moderna (p. rx), y as?, en esa vena, hasta el final del p?rrafo, por no decir del libro. "Jam?s" y "nunca" son palabras sin regreso pero ?claro! su impli caci?n es la de un joven Eneas que, por fin y por primera vez, se aventura por esos pi?lagos para marcar el sendero que conduce al luminoso puerto de la verdad. Muchas gracias. La otra muestra no es menos irritante. Enunciados los escri tores, objeto de los desvelos cient?ficos de nuestro autor, ?ste pro clama el prop?sito de reconstruir "con la mayor precisi?n posible la vida y la obra de esos cuatro primeros olvidados cronistas del antiguo M?xico" (p. 118), a saber: fray Andr?s de Olmos, fray Toribio Motolin?a, el autor de la Relaci?n de Michoac?n y fray

Francisco de las Navas. Sea bien venido el intento, pero ?a son de qu? diputar de olvidadas las obras de aquellos benem?ritos? Bastar? para refutar el cargo la nutrida bibliograf?a consultada por nuestro autor. Yo habr? disparatado de lo lindo en, mis edi ciones de Motolin?a, pero es de intenci?n aviesa decir, para s?lo ce?irme a mi caso, que el viejo fraile ha estado sumergido en aguas del Leteo. Inevitablemente aflora la impertinencia del pro fesor de la Universidad de Toulouse al ostentarse como "El de seado" que, por fin, llega a sacarnos de un letargo secular para revelarnos el valor y el sentido de nuestras antiguas glorias. Y de nuevo muchas gracias. Por motivos obvios me han interesado especialmente los dos

extensos cap?tulos dedicados a la vida y obra de fray Toribio Mo tolin?a y pienso, Dios mediante, dedicarles un par de art?culos m?s, pero no s?lo por la necesidad de poner en guardia al lector desprevenido, sino porque no debo consentir con el asentimiento

del silencio la falta de atenci?n y de seriedad en la cr?tica que

ha tenido a bien enderezar en mi contra el se?or Baudot. Y no es

que personalmente me importe tanto como para gastar un tiempo precioso del poco que me queda, sino porque es de mi obligaci?n justificarme ante la instituci?n universitaria que deposit? en m? su confianza con la encomienda de las ediciones de la Historia de los indios y de los Memoriales del inolvidable franciscano.1

1 Todas las citas a las obras de Motolin?a remiten a las edicio nes que he preparado; la de la Historia de los indios en 1959 (Moro

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En estas p?ginas me ocupar? en examinar dos aspectos del

trabajo de Baudot: el que se refiere a su esfuerzo por ofrecernos un Motolin?a autor dram?tico y en el que se empecina en conver tir al benem?rito misionero en puntual relator de la gesta mi

litar de la conquista de M?xico; y sea todo, en definitiva, con el intento de mejor esclarecer la obra de fray Toribio.

Vaya de antemano, porque es de orden general el reparo a

este libro de Baudot y a los de muchos de sus colegas franceses, mi cort?s protesta por el empe?o en calificar los desvelos litera rios de nuestros antiguos misioneros de "enqu?tes ethnographi ques", no porque la calificaci?n sea del todo inexacta, sino por que oscurece el verdadero prop?sito que persegu?an y, adem?s, porque choca el anacronismo. Es un poco como si a las activida des del amor marital se les llamara "investigaciones ginecol?gicas". Ciudad de M?xico, 4 de octubre de 1977, d?a de san Francisco, glorioso padre de la orden que ilustr?, m?s con su caridad que con su ciencia, el no olvidado Motolin?a.? E. O'G.

MOTOLIN?A DRAMATURGO Para comenzar a poner a prueba las precisiones y bondad del

m?todo cient?fico moderno empleado por Baudot, invito a mis leyentes a fijar la atenci?n en el Motolin?a dramaturgo tal como emerge de las p?ginas de este evangelio de la investigaci?n, hist?

rica de nuestro pasado ind?gena que pretende ser el libro que

comento.

I. Cuestiones cronol?gicas 1. Con la pasmosa seguridad de que hace gala el profesor Bau

dot a lo largo de su obra, nos dice que "por primera vez" (evi

dentemente, la prelaci?n es man?a en ?l) fueron representados

en Tlaxcala en 1538 unos autos (p. 273). ?C?mo lo sabe? La

lin?a, 1959), y la de los Memoriales en 1971 (Motolin?a, 1971). V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

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ausencia de testimonios respecto a representaciones anteriores no es garant?a de pronunciamiento tan contundente.

2. Baudot se ocupa en seguida de los cuatro autos represen tados en Tlaxcala en 1538 de que hace menci?n la Historia de los indios; pero no estim? necesario precisar que ese suceso acon

teci? el 24 de junio, aunque pudo y debi? hacerlo, puesto que

el texto es expreso en ese particular.2 As? resulta que el lector se ver? inducido a suponer que esas representaciones fueron el d?a de Corpus, porque en las menciones que hace de ellas el pro fesor Baudot se limita a referirlas, sin mayor especificaci?n, a las celebraciones de esa fiesta.8 Las peque?as faltas que acabo de se?alar bien podr?an dejarse pasar inadvertidas, pero no para quien ha prometido "una des cripci?n lo m?s minuciosa posible establecida de acuerdo con la documentaci?n disponible en los archivos y bibliotecas" (p. xi). 3. Respecto a los autos representados en Tlaxcala en 1539 el profesor Baudot abandona el limbo cronol?gico en que tan inne cesariamente dej? sumidos a los de 1538. Al auto La ca?da de Ad?n y Eva le asigna "el mes de mayo" como fecha de repre sentaci?n y para La conquista de Jerusal?n precisa el d?a 15 de junio (p. 273). Veamos.

A. Auto La ca?da de Ad?n y Eva El texto de la Historia ense?a que este auto corri? a cargo de

ios cofrades de Nuestra Se?ora de la Encarnaci?n y aclara que

no pudieron celebrar la fiesta de su patrona por caer su d?a en la cuaresma (Historia, p. 65). Ahora bien, en 1539 la cuaresma se cont? desde el mi?rcoles de ceniza, 19 de febrero, hasta el domin go de Pascua de Resurrecci?n, 6 de abril, de manera que, en efec to, la Encarnaci?n, 25 de marzo, cay? dentro del lapso cuares mal. A?ade el texto que, por ese motivo, los cofrades dejaron la celebraci?n de esta fiesta "para el mi?rcoles de las ochavas", d?a en que se represent? el auto en cuesti?n (Historia, p. 65). Parece 2 u...dir? aqu? lo que hicieron y representaron luego adelante el

d?a de san Juan Bautista, que fue el lunes siguiente..." Motolin?a, 1959, tratado i, cap. 15, p. 63.

3 "...les autos o? oeuvres de th??tre ?difiant en langue n?huatl

que fray Toribio avait compos?s et fait jouer ? Tlaxcala pour la F?te

Dieu de 1538...", Baudot, 1977, p. 334.

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obvio que la referencia es a la ochava del domingo de Resu

rrecci?n, y como el mi?rcoles infraoctavo fue el 9 de abril en ese d?a debi? representarse el auto. Confieso mi total ignorancia acer

ca del motivo que tuvo Baudot ?y ?l tiene la culpa, puesto que no se dign? revelarlo? para asignar el mes de mayo, as? en gene ral, como fecha de representaci?n del auto. Pero tanta reserva no vale para un historiador de las pretensiones de nuestro autor, y mientras no descienda con su luz para disipar el misterio me atengo a mi 9 de abril que, para ?l, ser?, sin duda, un error m?s en el

c?mulo que me se?ala.

B. Auto La conquista de Jerusal?n Aqu? no hay mucho que discutir: en la Historia leemos que

los tlaxcaltecas "determinaron de representar la conquista de Je rusal?n. .. y por la hacer m?s solemne acordaron de la dejar para el d?a de Corpus Christi, la cual fiesta regocijaron con tanto re gocijo como aqu? dir?" (Historia, p. 67). Si no andan errados mis

calendarios el d?a de Corpus cay? en 1539 en 5 de junio y ?sa tiene que ser, por consiguiente, la fecha de representaci?n de aquel c?lebre y en rigor mal llamado auto. ?De d?nde, me pre

gunto, sac? Baudot el d?a 15, que cay? en domingo? II. LOS AUTOS EN LENGUA N?HUATL

Revisemos ahora los fundamentos que aduce Baudot para afir

mar como hecho fuera de toda duda que los seis autos ??nicos a los que se refiere? fueron escritos y representados en mexi cano. De que ?sa sea su convicci?n no cabe la menor duda y para comprobarlo bastar? citar el texto m?s expreso a ese res pecto. Despu?s de conceder que el Tratado del camino del esp? ritu atribuido a Motolin?a es motivo de conjetura, Baudot dice

que la situaci?n "no es la misma para los autos u obras de tea tro edificante en lengua n?huatl que fray Toribio hab?a compues to y hecho representar en Tlaxcala para la cuaresma de 1538 y

para la pascua de 1539". Por mi parte me inclino a suponer lo mismo por lo que al

idioma toca, pero a diferencia de Baudot lo prudente es quedarse en eso y no asegurarlo como lo hace ?l. Y es que el texto de la Historia no da para m?s, salvo en el caso del auto La ca?da de Ad?n y Eva del que expresamente se dice que "fue representado

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por los indios en su propia lengua..." (Historia, p. 67). Y no deja de ser un poco sospechoso que s?lo para ese auto se haga

la aclaraci?n, invitando la inferencia de que los otros no est?n en el caso. Es probable, sin embargo, que la aclaraci?n se deba a la circunstancia de precederle inmediatamente la transcripci?n de un villancico en castellano, de donde el lector podr?a pensar que todo el auto fue en ese idioma.

?Qu? concluir, entonces? Ce?irnos a la precisi?n cient?fica preconizada por Baudot, y con la precauci?n de no afirmar con tundentemente la especie, limitarnos a ofrecerla como casi segura, si se quiere, pero no m?s, porque a nadie hoy en d?a le consta con certidumbre, y si Baudot lo sabe a ciencia cierta debi? decir c?mo y d?nde.

III. Motolin?a autor de los autos y director de escena En una serie de textos inequ?vocos Baudot afirma que fray Toribio es el autor de los autos a los que se ha referido y ade

m?s, que fue ?l quien dirigi? la puesta en escena. No hay necesidad de reproducir todos esos textos que el lector puede verificar en las p?ginas 273 y 334 del libro que comento, y bastar? el env?o a un contundente "sabemos (nous savons) que [Motolin?a] fue realmente el autor [de los autos] y que fue ?l

quien los puso en escena" (p. 334).

Se habr? advertido: ni el tremor de un titubeo ni la m?s leve

sospecha de duda ensombrean la certeza que inspira esa frase. Cier tamente, no es M. Baudot quien se ande por las ramas y dir?ase que fue testigo presencial de aquellas representaciones y el confi dente del improvisado ser?fico dramaturgo y director de escena. Una

intensa curiosidad asediar? al lector acerca de los fundamentos de

tan incondicional aserto. Volvamos, pues, a los testimonios y pri mero lo tocante a los cuatro autos de 1538.

A. Los autos de 1538 El no haberse hallado el texto de esas piezas no es obst?culo, declara Baudot, para impedir atribu?rselos a Motolin?a, porque, explica, es nadie menos que el propio fray Toribio quien "nos relata las dificultades que tuvo [?l, Motolin?a] en componer [aque llos autos] y en hacer que en muy poco tiempo los aprendieran los

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actores" (p. 273) . Y para substanciar tan intachable testigo env?a a un pasaje de la Historia que conviene transcribir por entero.

Helo aqu?: "Porque se vea ?dice el texto? la habilidad de es

tas gentes dir? aqu? lo que hicieron [los indios de Tlaxcala] y re presentaron luego adelante el d?a de san Juan Bautista, que fue el lunes siguiente, y fueron cuatro autos, que s?lo para sacar los dichos en prosa, que no es menos devota la historia que en me tro, fue bien menester todo el viernes, y en s?lo dos d?as que quedaban, que fueron s?bado y domingo, lo deprendieron y repre sentaron harto devotamente" (Historia, tratado i, cap. 15, ? 146). El p?rrafo es interesante por m?s de un motivo y particular mente por la posibilidad de entender la tarea desarrollada duran

te aquel viernes (21 de junio) como la de una transcripci?n a

prosa de lo que ya se ten?a en metro, de donde parece resultar que se trata de autos versificados en textos anteriores que habr?an servido de modelo a quien o quienes se encargaron de producir los representados en la ocasi?n de que se trata. Y la conjetura es tanto m?s probable cuanto que no fue una, sino cuatro piezas

las que tuvieron que prepararse en el corto lapso de un d?a. Y

as? resulta, adem?s, que la composici?n de esos autos no implic? el esfuerzo de la creaci?n original.4 Pero Baudot no se hace cargo

de nada de eso, y es l?stima, porque no es f?cil pensar c?mo interpretar?a el pasaje en cuesti?n: ?escribir?a Motolin?a los autos, primero en metro para despu?s sacerlos en prosa? Y esos versos ?los habr? compuesto en n?huatl? He aqu? una brillante posibili dad que ha eludido a Baudot, no s?lo para recordarnos de la exis tencia del olvidado Motolin?a, sino para revelarnos un aspecto totalmente desconocido de su personalidad: la de poeta, rival, se g?n el caso, de un Nezahualcoyotl o por su facundia de un Lope

de Vega.

Sea de ello lo que fuere, y salt?ndose a la torera la obligaci?n en que estaba de explicar de alg?n modo un pasaje tan central del texto al que remite, Baudot lo aduce, sin m?s ni m?s, como comprobaci?n de que "fray Toribio es quien, ?l mismo, relata las dificultades que tuvo en componer [los cuatro autos] y de hacer los aprender a sus actores". Porque a?n suponiendo que Baudot 4 Para un bien documentado estudio sobre las representaciones de teatro edificante en M?xico, vid. Horcasitas, 1974. Indica los antece dentes hisp?nicos de muchas de esas piezas.

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hubiere entendido que "sacar en prosa" signifique componer de propio caletre, nada, absolutamente nada en el texto autoriza la afirmaci?n de haber sido precisamente Motolin?a quien personal mente desempe?? esas tareas. Si fue o no fue Motolin?a quien por s? mismo o por interp?sita persona se ocup? en esos menesteres no lo podremos saber mientras no aparezcan nuevos y ? expresos testimonios, y hasta hay indicio en contrario, habida cuenta de la recurrencia del "yo" cuando Motolin?a habla de sucesos en los que tuvo una intervenci?n personal. Perd?neme el se?or Baudot si me atrevo a recordarle otra vez que lo aconsejable hubiera sido

quedarse en el terreno de la conjetura, pero tal parece que el compromiso del m?todo cient?fico que dice haber adoptado lo in hibe de la humildad de las medias tintas.

B. Los autos de 1539 Veamos ahora los t?tulos que exhibe el profesor franc?s para

comprobar la paternidad de Motolin?a respecto a los autos de

1539 o, para ser m?s preciso, solamente acerca de La ca?da de Ad?n y Eva y La conquista de Jerusal?n.

"Aqu? tambi?n ?escribe Baudot? la paternidad de esos dos

autos cuyo texto se ha perdido en nada es misteriosa (n'est gu?re

myst?rieuse)" (p. 273). Y en efecto, razona Baudot, el hecho de que Motolin?a exponga en tanto detalle la trama de las piezas y el de que nos haya dado pasajes en su integridad con tantas precisiones, ya es prueba bastante para atribu?rselos a Motolin?a (p. 273). Pero semejante presunci?n, digo yo, no puede ser m?s deleznable: cualquier espectador atento que conociera el texto llenar?a esos requisitos, y as?, por ejemplo, puedo citar personas que relatan representaciones de Don Juan Tenorio y recitan largas tiradas de sus ripiosos versos, sin que deba concluirse que son la encarnaci?n de don Jos? Zorrilla. Queremos hacerle la gracia a Baudot de estar conscientes de la insubstancialidad de esa su "prueba" y que por eso se sinti? obliga do a reforzarla con el peso de una circunstancia que, seg?n ?l, "determina m?s seriamente su convicci?n". Y es que "en el curso del ?ltimo auto, La conquista de Jerusal?n, aparece en el papel de general en jefe de las tropas de Espa?a don Antonio Pimentel,

conde de Benavente" a quien, nos recuerda Baudot, Motolin?a

ofreci? la Historia de los indios y de quien, se nos dice, fue "el

ben?volo se?or de la peque?a villa natal" del franciscano (p.

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273). Esta circunstancia, explica nuestro autor, equivale a insinuar con palabras apenas veladas la procedencia de esas piezas ("de ees

pi?ces"'). Hagamos un alto para denunciar el paralogismo en el anterior razonamiento, porque si la aparici?n del nombre del conde de Be navente podr?a leerse ?con considerable dosis de buena voluntad como indicio de la paternidad literaria de Motolin?a respecto al auto La conquista de Jerusal?n, no se ve por qu? ha de serlo tambi?n para el de La ca?da de Ad?n y Eva, incluido por Baudot en su argumentaci?n, como claramente se advierte por las pala bras que, en su idioma original, transcrib? al concluir el p?rrafo anterior. Dice "de ces pi?ces", que, si no me equivoco, es cl?usula en plural que abarca los dos autos de que trata. La atribuida paternidad a Motolin?a de la pieza que recuerda la espantosa des

gracia que les sobrevino a nuestros primeros progenitores se queda ?en cuanto descubrimos que es trampa l?gica? sin el nuevo apoyo que, merced a ella, quiso darle Baudot, a no ser que sepa de buena tinta que el papel de Ad?n lo hab?a reservado fray Toribio para

el "ben?volo se?or de su peque?a villa natal".

Hemos visto a cuan poquita cosa se reducen los fundamentos alegados por Baudot para atribuirle a Motolin?a la composici?n y la puesta en escena, tanto de las cuatro piezas de 1538, como de Im. ca?da de Ad?n y Eva. Nos queda, pues, por ponderar el alcance probatorio que ha de concederse a la aparici?n del nom bre del conde de Benavente en el auto La conquista de Jerusal?n y a la cual se acoge Baudot como el testimonio "determinante de su convicci?n". Nos ha dicho que es circunstancia delatora en pa labras apenas veladas de la intervenci?n de fray Toribio como autor, y m?s adelante nos dice que constituye "un detalle que, entre otros, firma la pieza" (p. 334), sin molestarse en aclarar cu?les son esos otros detalles reveladores. Pero he aqu?, entonces, que un simple indicio se ha transfigurado por arte ret?rica en firma, la se?al probatoria por antonomasia. Pero prosigamos: ex plica el sagaz profesor franc?s que fray Toribio quiso as? "rendir

un homenaje personal inesperado al se?or de su peque?a villa

natal en Castilla, al hacerlo figurar como jefe del ej?rcito de Es pa?a en la trama dram?tica del auto" (p. 334). Exc?seme el se?or Baudot, pero la verdad no alcanzo a comprender a qu? viene tanto rodeo, porque de haber sido ?sa la intenci?n de fray Toribio nada le imped?a firmar de veras el auto y dedic?rselo a su "ben?volo se?or" como lo hizo en su famosa ep?stola proemial. S?queme, si

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AL RESCATE DE MOTOLIN?A

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puede, de mi perplejidad, pero mientras me llega la luz le voy a poner un enigma m?s peliagudo. Puesto que fray Toribio ten?a el gusto por ese tipo de oblicui

dades y aprovech? el viaje para rendir el homenaje que se nos

dice, tendr? que admitirse que tambi?n lo aprovech? para el agra vio ?y a qui?n! Recuerde Baudot que el nombre de don Hernan do Cort?s aparece en el auto para el papel de gran sold?n de Ba bilonia y el de Pedro de Alvarado para el de capit?n general de los infieles. Don Joaqu?n Garc?a Icazbalceta se hace cruces y se pregunta por los motivos, dice, que tuvieron "los religiosos, auto

res u organizadores" de la fiesta para humillar de ese modo a

los conquistadores, pero sin achacarle la culpa a Motolin?a, como, volis nolis, tendr? que hacerlo nuestro historiador franc?s. "Poco honrosa ficci?n" la llama don Joaqu?n y se extra?a de que la hu bieren tolerado los tlaxcaltecas que, dice, "no hac?a mucho hab?an peleado de veras al lado de los que ahora, en el simulacro, ten?an al frente como enemigos".5 Baudot, creo, tendr? que convenir en que no le ser? f?cil salir airoso del aprieto, y tanto m?s cuando recordamos su insistencia

en subrayar la "ardiente admiraci?n" y "veneraci?n" que le te

n?an los franciscanos y en particular fray Toribio, al conquistador

(pp. 344 y 440). "Ardiente admiraci?n" y "veneraci?n" son ex presiones que acusan sentimientos extremosos poco compatibles con esa "poco honrosa ficci?n" de que habla Garc?a Icazbalceta,

y si Baudot lee en la aparici?n del nombre del conde de Bena

vente la firma de Motolin?a, la justicia y la l?gica lo obligar?n a leer en la del nombre del marqu?s del Valle una contrafirma, por as? decirlo. Por mi parte no tengo explicaci?n satisfactoria al acertijo, pero s? en lo que respecta a la fealdad que le resulta a fray To ribio para quienes, como nuestro profesor franc?s, insistan en atribuirle la paternidad literaria del ofensivo auto; y es que hay indicios suficientes para creer que Motolin?a no tuvo que ver en el asunto; pero esto merece consideraci?n aparte.

C. Las cartas interpoladas El texto del relato de los autos representados en Tlaxcala en 1539 ofrece una extra?a peculiaridad a la que llam? fuertemente 5 Gonz?lez de Eslava, 1877, p. xvn.

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la atenci?n en mis ediciones de la Historia de los indios y de los Memoriales* pero de la cual Baudot no se dign? darse por ente rado. Me refiero a que ese relato aparece, ciertamente, en el cuer

po del tratado i, cap?tulo 15 de la Historia, pero en dos cartas insertas en ?l y cuyo texto ocupa hasta el fin del cap?tulo a par tir de la descripci?n de los autos de 1538. No se dice en ellas qui?n sea su autor y s?lo se indica que las dirigi? a su provincial "un fraile morador de Tlaxcala". Esto, me parece, no puede de jarse pasar desapercibido para considerar, sin el menor comenta rio, que esas ep?stolas son de Motolin?a y que en ellas continu?, lisa y llanamente, el texto que las precede. Nada de normal tiene que, escribiendo fray Toribio un relato, lo hubiere interrumpido bruscamente para proseguirlo con unas cartas en las que se osten

tara, cr?ptico, como "un fraile morador de Tlaxcala". ?Qu? le parecer?a a mi lector si en este momento continuara yo estos comentarios, insertando, sin ton ni son, una carta en que se di jera que la hab?a dirigido al director de la Facultad de Filosof?a y Letras "un profesor morador de San ?ngel"? Refugi?ndose en la t?ctica del avestruz, es obvio que Baudot no quiere admitir ni la posibilidad siquiera de que esas cartas sean

ajenas al texto de Motolin?a, y por eso se ciega, adem?s, a tan

elocuente indicio como es el de que, de cuantos escritores antiguos se hicieron eco del relato de los autos de 1538, ninguno menciona

para nada los representados en 1539. La total indiferencia de

nuestro doctor de Toulouse a un asunto que debi? importarle tanto

es buen ejemplo de su desprecio por los trabajos de quienes, a

diferencia de los suyos, carecen del nimbo de ese m?todo cien t?fico moderno del que, para bien de las investigaciones hist?ricas, es ?l el ?nico beneficiario. Pero lo cierto es que all? est?n esas cartas y la cuesti?n es ex plicarlas como lo que obviamente son: un relato supletorio de la descripci?n que hizo Motolin?a de los autos de 1538, y visto as?, la soluci?n se impone y es que fray Toribio no alcanz? a tomar parte en las festividades de 1539, por la sencilla raz?n de que se ausent? de Tlaxcala al vencimiento de su trienio de guardi?n del monasterio de esa ciudad. El examen de la cronolog?a biogr?fica del franciscano durante el per?odo pertinente ofrece base a esa conjetura, y ser?, por tanto, necesario emprender aqu? ese exa 6 Motolin?a, 1959, p. 63, nota 11; Motolin?a, 1971, p. 102, nota 23.

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men con omisi?n de detalles de una cronolog?a m?s completa,

pero no de las discrepancias respecto a los datos correlativos ofre cidos por Baudot, una oportunidad bien venida para seguir com probando las "minuciosas precisiones" de que tanto se envanece.7 1536. Principios de. Motolin?a guardi?n del monasterio de Tlaxcala.

Eni el cap?tulo celebrado en M?xico, mencionado por Tor quemada (Monarqu?a, libro xix, cap. 7), en que result? electo para primer ministro privincial fray Garc?a de Cisneros, debi? elegirse a Motolin?a para guardi?n en Tlaxcala, puesto que lo

encontramos all? en ese a?o y en los dos siguientes con ese

cargo. Baudot afirma (p. 269) que fray Toribio dur? seis a?os en esa guardian?a por pr?rroga del trienio, es decir, ?hasta prin cipios de 1542! La tal pr?rroga es imaginaria y pretende com probarse en un pasaje de la Historia (tratado i, cap. 8) donde

Motolin?a dice haber morado seis a?os entre los habitantes de la regi?n Tlaxcala-Huejotzingo-Cholula, pasaje que Baudot ley? como si se tratara exclusivamente de Tlaxcala y de los tlaxcaltecas.

1538. Junio 20 y 24. Motolin?a guardi?n en Tlaxcala. Describi? como testigo presencial las festividades del d?a de Corpus y la representaci?n de los cuatro autos verificada el d?a de san Juan Bautista (Historia, tratado i, cap. 15, ? 144-146).

Ya vimos que Baudot se limit? en indicar el a?o como fe

cha de esas representaciones.

1538. Agosto 15, d?a de la Asunci?n. Motolin?a en Tlaxcala.

Visita del padre Las Casas a esa ciudad donde cant? la

misa de la fiesta de ese d?a y presenci? el auto La Asunci?n de la Virgen (Apolog?tica, cap. 64). Debi? ser en esta visita cuan

do Motolin?a le franque? al dominico la descripci?n de los

7 Dejo para otra ocasi?n revisarle a Baudot en su integridad la cronolog?a biogr?fica de Motolin?a comprendida en el cap?tulo v del

libro que comento. La revisi?n parcial que voy a emprender ser? buena muestra para no fiarse de sus datos.

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autos representados el 24 de junio de ese a?o, misma que trans cribi? en la Apolog?tica (caps. 63 y 64). Baudot, como veremos en seguida, ignora por completo esta visita y el auto descrito por Las Casas.

1539. Enero o febrero. Segunda visita de Las Casas a Tlaxcala siendo Motolin?a todav?a guardi?n del monasterio de esa

ciudad.

Durante esta segunda visita de Las Casas ocurri? el inci

dente en que fray Toribio le ech? en cara su falta de caridad

y amor hacia los indios, episodio que record? en su c?lebre Carta a Carlos V (2 de enero de 1555). Motolin?a aclara que

esa visita ocurri? cuando estaba reunida en M?xico la Junta Eclesi?stica para examinar la bula Altitudo divini consilii, es decir, enero o febrero de 1539. Seg?n eso, la visita debe situarse en esos meses.

Baudot (p. 274) pone mucho empe?o y ?nfasis en que el

encuentro de Motolin?a y Las Casas en 1539 fue el primero y ?nico. Ignora, pues, el de 1538 con la agravante y lamentable circunstancia de que cita el cap?tulo 64 de la Apolog?tica en apoyo de aquella opini?n. Lamentable, en efecto, porque ese texto trae la expresa referencia a la visita de 1538.8 Si Baudot estima innecesario leer los textos que cita, pudo advertir que en mis "Noticias biogr?ficas de Motolin?a" (Memoriales, p. cxu) registr? muy claramente y con referencia al texto lasca

siano la visita en 1538. jAh! pero me olvido de que, seg?n graciosamente concede en su avant-propos (p. xii), la deuda que contrajo conmigo se reduce al disfrute de mi "erudita

8 "Otra fiesta representaron los misinos indios de la ciudad de Tlaxcala el d?a de Nuestra Se?ora de la Asumpei?n, a?o de mil y quinientos y treinta y ocho, en mi presencia...". Las Casas, 1967,

cap. 64. Convencido Baudot de que el primer encuentro entre Motolin?a y Las Casas ocurri? en 1539, arremete contra J. F. Ram?rez, los padres

S?nchez y Steck, Nicolau d'Olwer y el que esto escribe. Alude a mi conjetura de que el primer encuentro fue en 1524 durante la escala en la isla Espa?ola de la misi?n franciscana. Remito al interesado a

la nota 20 de mi edici?n de los Memoriales (Motolin?a, 1971. p. 407), pero por deleznables que puedan parecer le a Baudot mis argumentos,

debi? hacerse cargo de ellos y no limitarse a una alusi?n incidental en una nota. Baudot, 1977, p. 274, nota 109.

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conveisaci?n", pero no, claro est?, al de alg?n acierto que,

pienso, no dejar? de haberlo en mis trabajos dedicados a Mo tolin?a. 1539. Marzo-mayo. Viaje de Motolin?a cuando concluy? su trie

nio.

Motolin?a registra (Historia, tratado ni, cap. 14) un viaje que hizo en marzo a Atlihuetz?a para informarse de las cir cunstancias del "martirio" del ni?o Crist?bal (1527), y da la noticia de que en ese mismo lugar escribi? el resultado de su pesquisa. Registra, adem?s, el viaje que emprendi? a "la costa del Norte" (Historia, tratado n, cap. 7), es decir, a la costa del

Mar del Norte o sea el Atl?ntico y, m?s concretamente, el Golfo de M?xico. Proporciona pocos detalles, pero menciona el r?o

"que los espa?oles llamaron Almer?a", es decir, Nautla. Su

pongo que saldr?a de Atlihuetz?a para esa exploraci?n a la costa.

Nos habla, en otra parte de la Historia (tratado ni, caps. 10 y 11), de un viaje a Alvarado que, sin duda, fue continuaci?n del anterior. Pas? por Amatl?n, donde vio "los pellejos de los

leones" que hab?a matado un perro, y en seguida se ocupa en la descripci?n del r?o Papaloapan y del estero que se for ma en su desembocadura. Nos dice que lo naveg? dos veces y

se maravilla del esplendor de la forma y abundancia de la fauna

de ?se, que llama "Estanque de Dios". Reconstruido as? el itinerario Tlaxcala-Atlihuetz?a-Nautla

Amatl?n-Alvarado se entiende bien por qu? Motolin?a se refiere a su viaje como "a la costa del Norte", y es de estimar que le consumi? los meses de abril y mayo, si tomamos en cuenta que el d?a 15 de junio se hallaba en Texcoco, seg?n veremos. Baudot (p. 275) indica correctamente el mes de marzo para el viaje a Atlihuetz?a, pero no se le ocurre ligarlo a los otros, de manera que, seg?n ?l, Motolin?a debi? regresar a Tlaxcala en donde todav?a ser?a guardi?n. Al viaje "a la costa del nor te" le asigna Baudot el a?o de 1537 (pp. 272-273) sin explicar por qu? motivo y sin aprovechar la menci?n que hace fray To ribio del r?o Almer?a como valiosa indicaci?n de la regi?n que recorri?. Se conforma con decir que el viaje fue "largo y pe

noso" y eso es todo. Y es, en efecto, todo, porque en todo el libro no hay una alusi?n siquiera al viaje al r?o Papaloa

pan y al estero de Alvarado que tan morosa y amorosamente describe Motolin?a. En suma, incurso nuestro profesor franc?s

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en tan grave omisi?n, todo lo que se le ocurri? fue incrustar

en el a?o de 1537 el viaje "a la costa del norte", conjetura

arbitraria, am?n de improbable, por el abandono que implica r?a por parte de fray Toribio de sus responsabilidades como

guardi?n en Tlaxcala.

1539. Abril 9 y junio 5. Tlaxcala. Representaciones de los autos La ca?da de Ad?n y Eva y La conquista de Jerusal?n, respec tivamente en esos d?as. Descritas en las cartas del "fraile mo rador en Tlaxcala" e insertas en la Historia (tratado i, cap. 15,

? 147-185).

A la descripci?n del ?ltimo auto citado sigue la de tres autos m?s representados ese mismo d?a durante la procesi?n, a saber:

La tentaci?n del Se?or, La predicaci?n de san Francisco a las aves y El sacrificio de Abraham. Baudot le se?ala a La conquista de Jerusal?n el d?a 15 de junio, ?l sabr? por qu?, y peor a?n, ignora por completo la existencia de esos tres autos finales.

1539. Junio 15. Texcoco. Motolin?a en esa ciudad y al parecer, guardi?n del monasterio en ella.

Fray Toribio presenci? y relat? la cacer?a de una "leona" en la laguna de Texcoco. Torquemada (Monarqu?a, libro v, cap. 12) da la noticia; asegura que Motolin?a "era guardi?n a la saz?n en aquel convento", y le asigna al episodio el a?o

de 1540. Ahora bien, el cronista puntualiza que acaeci? "el do mingo 15 del mes de junio" y como esta fecha se acomoda al a?o de 1539, y no al de 1540, cuyo 15 de junio cay? en martes, debe

concluirse que fue aquel a?o el del suceso de que se trata. Baudot pone el incidente el 15 de junio de 1540 sin ha cer el menor caso a la incongruencia en la fecha de Torque mada y, todav?a peor, sin tomar en cuenta la noticia de ser Motolin?a "a la saz?n" el guardi?n en Texcoco. Sigue empe cinado en que lo ser?a en Tlaxcala, de tal manera que pre tende explicar la presencia de fray Toribio en Texcoco como ?escala! de un viaje totalmente inventado que habr?a empren

dido el franciscano desde Tehuac?n a Tlaxcala. Tal parece,

entonces, que el objeto que tuvo Motolin?a en desviarse para pasar por Texcoco fue exclusivamente el de satisfacer sus gus tos cineg?ticos.

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Nos hemos entretenido ?en los dos sentidos de la palabra? en esta excursi?n parcial de la cronolog?a de fray Toribio y ya es hora de sacar la conclusi?n que autorizan sus datos, y es, simple

y sencillamente, que Motolin?a sali? de Tlaxcala en marzo d?

1539, concluido su trienio, y que las representaciones en esa ciu dad y en ese a?o se celebraron en su ausencia. La descripci?n que tenemos de ella en la Historia (tratado i, cap. 15) no es, pues, de fray Toribio y as? y s?lo as? se explica que aparezca en esas su pletorias cartas del an?nimo "fraile morador de Tlaxcala". Si esta explicaci?n no satisface la exquisitez de los requisitos cr?ticos exigidos por el profesor de Toulouse su r?plica ser? bien venida, pero ning?n honor le hace el ama?ado silencio que guar d? respecto al insoslayable problema que ofrece la existencia de aquellas cartas en un texto central para un libro que, como el suyo, pretende echar indestructible cimiento a los futuros estudios

de la obra de Motolin?a.

D. El colmo de la frivolidad No voy a extenderme, aunque podr?a, en el hecho de que de nueve autos referidos en el texto de la Historia (para no contar

el descrito por Las Casas) Baudot s?lo conoce seis. Para el des

cubrimiento de los tres faltantes lo ?nico que debi? haber hecho es leer el cap?tulo 15 del tratado i de la Historia, pero, eso s?, leerlo en su integridad. No, el ep?grafe de este apartado se refiere a otra muestra de la atenci?n que pone Baudot a sus fuentes. Se lamenta de la des

aparici?n del texto del auto La conquista de Jerusal?n y nos

unimos a su planto, pero el nuestro tendr? que ser m?s amargo, porque, a diferencia del suyo, es por estimar irreparable aquella p?rdida. ?l no la cree as?: "me parece, dice, que en lo tocante al auto La destrucci?n [sic] de Jerusal?n, se puede reconocer una versi?n tard?a, probablemente fijada seg?n la tradici?n oral en

un manuscrito de fines del siglo xvn... publicado en 1907 por

Paso y Troncoso" (p. 334). Nuestro escepticismo es enorme, pero rivaliza con nuestra curiosidad cuando leemos que el texto publi cado por Paso y Troncoso "reproduce bastante bien (assez bien) la versi?n que ofrece el propio Motolin?a en la Historia a lo largo de varias p?ginas y diversos di?logos". Di?logos en el texto que da la Historia no los hay, propiamente hablando, pero dejemos eso para acudir presurosos al de Paso y Troncoso y a la promesa de

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hallar en ?l el reflejo, distorsionado, es cierto, durante el tr?n

sito de la tradici?n oral, pero que de todos modos reproduce

"assez bien" la llorada pr?stina versi?n del texto perdido. Aqu? quisiera salvarle la piel a M. Baudot, pero la "ley despia dada del quehacer hist?rico" ?tan pertinentemente invocada por ?l en la dedicatoria del ejemplar que tuvo la bondad de enviar

me? me constri?e a cerrarle el cauce a la verg?enza que por

?l me invade. Y es que, as?mbrese el lector, el auto desenterrado por Paso y Troncoso y citado por Baudot9 es pieza teatral, s?, pero enteramente distinta y nada, absolutamente nada tiene que ver con la descrita en la Historia de los indios. Una, la de Tron coso, es versi?n n?huatl, por dem?s curiosa, de la conocid?sima pieza de teatro edificante medieval Im destrucci?n de Jerusal?n compuesta por san Pedro Pascual en dialecto lemos?n, y cuyos personajes son, para mencionar algunos, Vespasiano, Pilatos, la Ver?nica, san Clemente y Barrab?s. En la otra pieza, la descrita en la Historia de los indios, los personajes son el Sant?simo Sa cramento, y simulados, por supuesto, Carlos V, don Antonio Pi mentel conde de Benavente, el virrey don Antonio de Mendoza, Hern?n Cort?s y Pedro de Alvarado. Ya juzgar? el lector si es obra que pueda reflejar "assez bien" o "assez mar los pasos y parlamentos de la primera. Y la duda que nos asalta es cu?l de las dos piezas habr? le?do Baudot o quiz? ninguna. Realmente ?c?mo se atreve a afirmar lo que afirma! Y para colmo, todav?a remite (p. 334, nota 24) al admirable libro de Robert Ricard, La "conquista espiritual" de M?xico en cuyas p?ginas, sale so brando decirlo, nada hay que autorice tan humillante impare.

MOTOLIN?A CON BOTAS DE CAMPA?A I. Inadvertencia de una advertencia En un supremo pujo de malabarismo intelectual, Baudot se ha

empe?ado en mostrar que Motolin?a escribi? la historia militar de la conquista de M?xico, texto, se nos explica, que acab? por quedar incluido en la tercera parte de la obra definitiva. Ya de suyo, suponer un fray Toribio interesado en investigar y relatar 9 Destrucci?n, 1907.

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los sucesos de aquella empresa b?lica resulta sorprendente, por no decir extravagante, y una frase en la "Ep?stola proemial" deber?a

bastar para disuadir a quienes comulgan con un Motolin?a con botas de campa?a. Al final del p?rrafo tercero de esa pieza, Mo tolin?a estim? necesario dejar constancia de que el tiempo que

dedic? a componer su libro fue robado, dice, a "mi espiritual

consolaci?n" o "al sue?o necesario", porque no sufrir?a quit?rselo a sus deberes hacia el pr?jimo. Por eso, explica, ya no se exten di? en dar cuenta del "origen y principio de los primeros pobla

dores y habitadores de esta Nueva Espa?a, lo cual dej? por no ofender ni divertirme en la historia e obra de Dios, si en ella

contara la historia de los hombres" (Memoriales, p. 4). Esta frase aclara los prop?sitos generales de la obra de Moto lin?a, y una cosa es que ?ste considerara la conquista como suceso providencial y otra cosa muy distinta ser?a "ofender y divertirse en la historia e obra de Dios" si en ella hubiere contado los san

grientos episodios y sucesos de la conquista que debel? a los

mexicanos.

Pero puesto que Baudot eligi? hacer caso omiso de una adver tencia tan clara y a la que llam? la atenci?n en el texto que me comenta,10 pasemos a considerar su argumentaci?n, primero res pecto a los motivos y razones que expuse en contra de la atribu

ci?n a Motolin?a de una historia de la conquista de M?xico, y

segundo respecto a lo que ?l aduce en favor de tan extravagante paternidad. II. El problema

Pero antes de emprender esa doble tarea ?que nos dar? una medida de las facultades de M. Baudot en orden al razonamiento l?gico? conviene dejar en claro el problema para quienes no es t?n al tanto. El cronista Francisco Cervantes de Salazar compuso entre 1557

y 1564 en M?xico una historia de la conquista capitaneada por Hern?n Cort?s.11 En esa obra su autor remite constantemente a io Le dediqu? al asunto el ap?ndice i ?"La historia de la con quista de M?xico supuestamente escrita por Motolin?a"? en mi edi ci?n de los Memoriales (Motolin?a, 1971, pp. lxxxix-xcviii) . 11 Cervantes de Salazar, 1914-1936.

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una historia de ese suceso que atribuye a un fraile franciscano

que cita con el nombre de Motolinea (sic) y que estima ser la fuente que utiliz? Francisco L?pez de Gomara para componer la

suya. El padre Atanasio L?pez en una que Baudot califica de "belle contribution" (p. 341) lanz? la peregrina idea de que el autor de aquella historia era nuestro fray Toribio, el que vino

en 1524 en la famosa misi?n "de los doce".12 Cuando la Universidad Nacional Aut?noma de M?xico me con fi? una nueva edici?n de los Memoriales de Motolin?a me propu

se examinar la tesis del padre L?pez y le dediqu? al asunto el

ap?ndice i de aquella edici?n, donde expuse los motivos que hab?a para negarla.13 Ahora Baudot (pp. 341-346) se ha hecho cargo, a su modo, de mis argumentos oponi?ndose a ellos. Dedicar? el siguiente apartado a examinar las objeciones del profesor franc?s.

III. La l?gica de M. Baudot He dicho que Baudot se hizo cargo "a su modo" de mis argu mentos porque, haciendo gala ?una vez m?s? de su desd?n por quienes quedamos incluidos en la ?poca precient?fica de las inves tigaciones hist?ricas, superada por primera vez por Baudot, no se ocupa por entero de cuanto alegu?.14 Resultar?a tedioso ocupar nos en pormenor de las omisiones en la cr?tica de Baudot y remito

al lector interesado al texto del ap?ndice que tan incompleta mente considera, y me limitar? aqu? a seguir los argumentos que aduce.

En primer lugar, Baudot me hace una grave injusticia respecto al planteamiento del problema. Dice que mi tesis consiste en afir

mar que Cervantes de Salazar bautiz? con el nombre de Motoli n?a a otro franciscano que habr?a sido el verdadero autor de la historia de la conquista utilizada por aqu?l (p. 343). Pero ?sa no es mi tesis porque yo no digo que Cervantes de Salazar "bau tiz?" a otro franciscano con el nombre de Motolin?a, lo que supone un acto gratuito del cronista, sino que Cervantes con fundi? a fray Toribio, por alg?n motivo que desconozco, con el 12 L?pez, 1925, pp. 221-247. i3 Vid. supra, notas 1 y 10.

14 Para nada considera los apartados ni y iv del ap?ndice al que

se refiere, supra, la nota 10.

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autor de la historia que vio. Pero, adem?s, y esto es decisivo,

no es ?sa mi tesis, porque esa confusi?n que alego es mera conje tura para explicar de alg?n modo las referencias de Cervantes de Salazar a una obra que atribuye a Motolin?a. Mi tesis, si de tesis hemos de hablar, es simple y sencillamente que el Motolin?a citado por Cervantes de Salazar es un seudo-Motolin?a, porque

el que conocemos con ese nombre no pudo ser el autor citado

por el cronista. Repito, no pudo serlo, y ?sa es mi tesis. Para sostener ?sa y no otra tesis aduje principalmente cuatro citas de la obra de Cervantes de Salazar, mismas que Baudot exa

mina, dice, "en el orden de su fragilidad" (p. 344), y aqu? es

donde podemos enfrentarnos muy concretamente con la a?reme^ tida l?gica del conspicuo profesor de la Universidad de Toulouse. Primera cita por orden de fragilidad y tercera por el orden en

que la aduje:

Cervantes de Salazar da noticia (Cr?nica, libro vi, cap. 28) de la visita de Caltzontzin o Cazonci, se?or de Michoac?n, a Cort?s

a poco tiempo de la ca?da de Tenochtitlan cuando ?ste resid?a

provisionalmente en Coyoac?n. A?ade el cronista que "dice Moto

lin?a que se bautiz? [el Cazonci] y que ?l lo vio".

Parece bien obvio que si Cervantes est? relatando esa visita de 1522, el bautizo del se?or pur?pecha ?independientemente de ser cierto? debe referirse a esa ocasi?n, y por eso dije que se confir maba "la confusi?n en que se halla Cervantes respecto a la iden tidad de Motolin?a" (Memoriales, p. xcni), puesto que fray To

ribio no hab?a llegado a M?xico en aquel a?o.

Pero Baudot no lo quiere entender as? y sin ning?n apoyo en el texto entiende la cita como una referencia a la segunda vez que vino el Cazonci (1525) a M?xico, y durante la cual, dice Baudot, se celebr? aquel bautismo. Haciendo gala de erudici?n, Baudot afirma que Motolin?a presenci? esa ceremonia, "bien ?videmment" y que "as? lo refieren todas las cr?nicas". Sucede, concluye triun fante entre signos de admiraci?n, que "simplemente O'Gorman crey? que ese suceso aconteci? en 1522" (p. 344). Y ?por qu? no

hab?a yo de creerlo si Cervantes est? hablando de esa ?poca y

no, para nada, de 1525? Rectifiquemos de todos modos la correcci?n que con tanto re gocijo me hace Baudot y veamos si es cierto que "todas las cr?ni

cas" ?todas, n?tese bien? refieren el bautismo del Cazonci en 1525 y que Motolin?a lo presenci?.

Pues resulta que todas las cr?nicas aducidas por Baudot son

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Mendieta, Beaumont, Espinosa, Tello, y Delfina Esmeralda L?pez

Sarrelangue (Baudot, p. 344, nota 42; p. 400, nota 36; p. 401,

nota 37; p. 397, notas 25 y 26). Veamos, veamos. Es obvio que, para los efectos aducidos, el padre Mendieta es la ?nica autoridad merecedora de seria consideraci?n. Baudot hace

tres remisiones (p. 401, nota 37; p. 397, notas 25 y 26, en ese orden), todas a la Historia eclesi?stica15 del franciscano, todas al libro iv, cap?tulo 5 y ninguna que sea favorable a su contenci?n. Mendieta dice que el Cazonci visit? en 1525 a los frailes francis canos residentes en M?xico y "pidi? con muchas instancias al padre fray Mart?n de Valencia que le diese uno de sus compa?eros para

que ense?ase la ley de Dios a sus vasallos naturales de Michoa c?n". ?He aqu? la "prueba" para demostrar que el Cazonci fue

bautizado en 1525 y que Motolin?a presenci? la ceremonial Ahora s? se justifican los signos de exclamaci?n.

Y para que se vea la frivolidad con que procede Baudot, las

referencias a Beaumont, Espinosa y Tello fueron tomadas por ?l textualmente, y sin molestarse en ver si serv?an o no al caso, de la nota 17 de la p?gina 52 del libro de la se?ora L?pez Sarrelan gue,16 como se comprueba si se coteja con la nota 36, p?gina 400

de Baudot. La cita a Beaumont17 de esa autora est? equivocada porque remite a la p?gina 112 del tomo n (edici?n del Archivo General de la Naci?n, 1932) y a la misma p?gina remite Baudot. La referencia correcta es al tomo u, p?gina 107, donde el cro nista dice que el Cazonci llev? religiosos a su reino despu?s de la visita a los franciscanos, y "que despu?s de poco tiempo... se le administr? el santo bautismo..." y, por supuesto, no hay ninguna referencia a Motolin?a. El texto de Espinosa18 es id?ntico al de Beaumont y est? en la p?gina 81 de su Cr?nica franciscana (edi

ci?n citada por L?pez Sarrelangue) y no en la p?gina 86 que cita esta autora y copia Baudot. Tello nada dice del asunto en la p?gina y edici?n que rita esa autora,19 y que tambi?n copia i5 Mendieta? 1870.

!6 L?pez Sarrelangue, 1965.

17 Beaumont, 1932. Edici?n citada por L?pez Sarrelangue. !8 Espinosa, 1945. Edici?n citada por L?pez Sarrelangue. 19 Tello, 1891. L? se?ora L?pez Sarrelangue cita la p?gina 41 para

documentar la entrega que hizo el Cazonci de sus hijos a los frailes y de la instrucci?n que recibi? en su visita en 1525. L?pez Sarrelan gue, 1965, p. 51, nota 16; p. 53, nota 17. Su referencia a Tello para

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AL RESCATE DE MOTOLIN?A

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Baudot. A esto se contrae aquella triunfante exclamaci?n de Bau

dot cuando piensa haberme cogido los dedos en la puerta; a eso se reduce el testimonio de "todas las cr?nicas" invocadas tan

a la ligera, y a eso, en fin, la "prueba" de que Motolin?a asisti? al bautismo del Cazonci. Se puede aducir, adem?s y entre otras cosas, el silencio de fray Toribio respecto a un suceso que, es de presumir, no callar?a, pero despu?s de cuanto acabamos de ver ser?a inconsideraci?n seguir abrumando al lector con m?s argu mentos. Es de inter?s, s?, observar que el incidente relatado por Cervantes de Salazar puede estimarse como un dato, hasta ahora inadvertido, para pensar que el Cazonci fue efectivamente bauti zado en 1522 y que lo presenci? el seudo-Motolin?a de cuya obra

tanto uso hizo aquel cronista. La "fragilidad" de mi primera

prueba se ha transfigurado en gran?tica gracias al profesor Baudot,

y vamos a la segunda. Segunda cita por orden de fragilidad y cuarta por orden en

que la aduje:

Cervantes de Salazar da cuenta de la llegada a M?xico de los

"doce frailes franciscos... que los nuestros llamaron los doce ap?s toles" (Cr?nica, libro vi, cap. 4). Dije que no indic? los nombres

de los misioneros ni la fecha de su llegada, pero que "por la secuencia cronol?gica del relato" se advierte que el cronista lo pone en 1522. Deduje que Cervantes no ten?a idea precisa ni de aquella fecha (que fue 1524) ni de qui?nes formaron la misi?n, pareci?ndome extra?o que, de saberlo, no hubiere singularizado

a Motolin?a a quien tanto se refiere, con lo que, a?ad?, "se co

rroboraba" la confusi?n del cronista (Memoriales, p. xc?n). Baudot (p. 344) alega que si, ciertamente, Cervantes no cita

a Motolin?a por nombre entre los "doce ap?stoles", es que no cita nominalmente a ninguno, y pienso que es r?plica de poca substancia, porque ese silencio en el caso particular no deja de ser extra??simo.

Lo de la ignorancia de la fecha le resulta a Baudot m?s di

f?cil de sortear y se refugia en que "es muy oscura en la frase de Cervantes de Salazar, y que igualmente puede entenderse como lo del bautismo es a la p?gina 354. Aunque ninguna de las citas a que remite la se?ora L?pez Sarrelangue habla de los asuntos que ella quiere documentar, Baudot copi? la referencia de dicha autora a la

p?gina 41 de Tello sin tomarse la molestia de comprobar si le serv?a

o si estaba equivocada.

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1522 que 1524" (p. 344). Eso dir? ?l, pero cualquiera que no est? constre?ido por haber tomado partido de antemano leer? 1522

porque a eso obliga la secuencia cronol?gica del .relato. Por lo visto, seg?n Baudot, Cervantes Salazar ten?a la extravagante man?a

de brincar sin previo aviso de la ?poca de que ven?a hablando a otra posterior, pues tal ser?a, tambi?n, el caso del bautismo

del Cazonci examinado m?s arriba. Pero ahora pasemos a las otras dos ya no tan fr?giles citas aducidas por m?. Tercera y cuarta citas por orden de fragilidad, y primera y

segunda por el orden en que las aduje:

En mi exposici?n trat? por separado esas referencias (Memo riales, pp. xc-xcii) con sesudas consideraciones respecto a la pri mera, mismas que Baudot no tuvo a bien discutir, para ocuparse en conjunto de las dos citas, eso s? y m?s faltaba, en lo medular. Concede el profesor franc?s (p. 344) que pueden "representar un argumento m?s considerable, porque a Motolin?a se le trata en ambas ocasiones, innegablemente, de 'conquistador' ". En otras palabras menos equ?vocas, que Cervantes de Salazar habla de Mo tolin?a como si hubiera formado parte de la hueste de Hern?n

Cort?s. Para salir de tan apretado paso, Baudot nos da una ex

hibici?n digna de su l?gica y de su m?todo. "Pensamos ?dice? que, no obstante, nada tiene de decisiva esa calificaci?n" (p. 344), es decir, que le parece muy poco signifi

cativa la creencia de Cervantes en un Motolin?a soldado de la

conquista. He aqu? por qu?. "Cuando Cervantes de Salazar escri b?a entre 1557 y 1564 ?reflexiona nuestro sagaz profesor? los recuerdos de la conquista est?n lejanos y Motolin?a, que es un anciano, sobre todo conservaba a los ojos de los reci?n venidos a M?xico la aureola, el renombre, de un ardiente admirador del conquistador, de Cort?s, de quien en muchas ocasiones tom? la defensa con el vigor m?s extremoso durante el curso de su vida, que ?l conoc?a bien, y de quien frecuentemente fue vocero. ?No

bastar? eso ?pregunta Baudot? para inducir a creer a un hom

bre como Cervantes de Salazar, relativamente reciente en M?xico,

que fray Toribio era uno de los viejos de la gesta militar que

hab?a capitaneado ese Cort?s tan admirado?" (p. 344). Pues no, decididamente no basta, M. Baudot, y menos respecto a un hom bre que, como Cervantes, hizo profesi?n de historiador y de his toriador ?nada menos! que de la conquista de M?xico. Pero qu? conveniente resulta olvidar tan contraria circunstancia ?no es as??

y subrayar, en cambio y con vigor de leguleyo, la de ser "un This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:50:22 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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hombre relativamente reciente en M?xico". Y he dicho "leguleyo" no sin ponderar tan feo cargo, porque bastar?, ahora s?, echar atr?s una p?gina para leer la justificaci?n de mi enfado.

En esa p?gina, la 343, es donde Baudot empieza por desfi

gurar mi tesis, seg?n arriba explicamos, al hacerla consistir en mi pretensi?n de que, en realidad, Cervantes de Salazar bautiz? con

el nombre de Motolin?a a otro franciscano que ser?a el autor de la historia de la conquista utilizada por aqu?l. Yo dije y rei tero que ?sa no es mi tesis, pero lo importante ahora es c?mo rebate Baudot lo que me imputa. Invoca "el buen sentido m?s elemental que, dice, ya nos sugiere que esa confusi?n es, para decir lo menos, extra?a y delicada en concebirse". Lo mismo dije yo cuando tuve que rendirme ante la evidencia de que la hab?a (Memoriales, p. xcvi). Pero ahora viene lo bueno. Haci?ndose cargo de la situaci?n, Baudot nos hace ver que "Cervantes de Sa lazar, llegado a M?xico en 1550, no pudo no conocer al provin cial de los frailes menores que lo era entonces fray Toribio, y no pudo, asimismo, menos de quedar vivamente impresionado por ese hombre, por su sobrenombre en n?huatl que deber?a correr

en todas las bocas de la sociedad del M?xico colonial". Y ahora

viene lo mejor. Prosigue Baudot: "Si [Cervantes], pues lo citaba [a Motolin?a] con ese sobrenombre, sin equ?voco, es que sab?a qui?n

era... qu? era" (p. 343). Y para sellar con nudo de acero su triunfante argumento, nuestro profesor pone especial ?nfasis al

afirmar que, adem?s, "se sabe (on sait) el cuidado (le soin) que Cervantes de Salazar tuvo en conocer bien su mundo para co locarse, para penetrar (percer), para labrarse una situaci?n en la Universidad, en suma, para no cometer equivocaciones emba razosas". ?Magn?fico! pero entonces ?en qu? quedamos? Para combatir las terribles citas en que Cervantes inequ?vocamente cree que Mo tolin?a form? parte de la muerte conquistadora, Baudot ?lo aca bamos de ver? pretende explicar tan extra?a confusi?n alegan

do que, como reci?n llegado, nada tiene de extravagante su creencia en un Motolin?a soldado; pero para combatir, precisa

mente, esa misma confusi?n se nos dice ahora, tambi?n precisa

mente, que por reci?n llegado no pod?a menos de saber muy bien qui?n era Motolin?a y qu? era. ?Lo sab?a o no lo sab?a? Si no lo sab?a ?por dif?cil que sea aceptarlo? Baudot tendr? que rendirse a la conjetura que califica de "mi tesis". Si lo sab?a, Baudot tendr? que admitir que el autor de la historia de la con

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quista es un seudo-Motolin?a y de ninguna manera nuestro co nocido y venerado fray Toribio. Que escoja, pero que no trate de alegar lo uno en mi contra, para alegar lo otro a su favor. V tambi?n y por ?ltimo, recordemos, ;ah, maldita memoria! que Baudot puso todo el peso de su l?gica cuando discuti? la segun da cita en orden de fragilidad (vid. supra) para mostrar que Cervantes estaba al tanto de que Motolin?a form? parte de la misi?n franciscana de "los doce" y de que ?sta hab?a llegado a M?xico en 1524. Pero si Cervantes estaba al tanto de eso, ?c?mo, c?mo, M. Baudot, pudo Cervantes creer que el verdadero Moto lin?a fue un soldado de Cort?s? O ser? ?ya nada es imposible? que el profesor franc?s estar? dispuesto a sostener que Cervantes

crey? que la conquista aconteci? despu?s de la llegada de los

franciscanos y que todos ellos, ser?a de suponerse, andaban a las cuchilladas con los indios. Qu? hacemos, M. Baudot, ?nos retrac tamos o insistimos? Las citas de Cervantes de Salazar que hemos discutido no han resultado tan de arcilla, de suerte que el problema ya no es ni

puede ser si fue Motolin?a quien escribi? la historia de la con

quista utilizada por Cervantes, sino c?mo pudo ?ste incurrir en tan curiosa confusi?n, y ahora me ocurre que Cervantes pudo tener a la vista un manuscrito de la obra de fray Toribio conti nuado f?sicamente con el de la historia escrita por el "fraile con quistador" de que nos habla el cronista, lo que inducir?a a Cer vantes a atribu?rsela al primero; pero queda en pie, claro est?, la dificultad de reconocer que Cervantes, por alguna circunstan cia, no supo, bien a bien, qui?n fue fray Toribio. IV. La CONFUSI?N POR UN EP?GRAFE

Vista la conclusi?n precedente, casi resulta in?til examinar los

argumentos aducidos por Baudot en favor de la paternidad de fray Toribio de aquella misteriosa historia o de cualquier otra sobre la conquista de M?xico. No hacerlo ser?a pagarle a Baudot con su propia moneda la costumbre de s?lo examinar parcial mente cuanto me critica. Pero como tener la fortuna de haber quedado adscrito a la edad precient?fica de la investigaci?n his t?rica obliga a lo contrario, me ocupar? con la brevedad posible en valorizar aquellos argumentos por orden, me dan ganas de dear, de su frivolidad.

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1. Despu?s de afirmar que el que "Cervantes hubiere podido

creer sinceramente que Motolin?a fue uno de los hombres de Cort?s no tiene nada de extravagante" (p. 34), lo primero que

se aduce como argumento de que el franciscano escribi? una his toria de la conquista es la existencia de un viejo inventario de documentos donde se registra uno de la siguiente manera: "Mo

tolyn?a, fraile francisco; en el Consejo; cosas de Cort?s". Ver en ello una alusi?n a aquella historia revela el colmo del opti

mismo y no vale la pena insistir en tan deleznable indicio.

2. Para mejor entender los razonamientos de Baudot debe

aclararse que todo el peso recae en la arbitraria y gratuita iden

tificaci?n de un escrito atribuido por el cronista Rebolledo

(1598) 3? a Motolin?a con la supuesta historia de la conquista de la que se pretende fue el autor. La obra mencionada por Rebo lledo tiene el t?tulo de Guerra de los indios de la Nueva Espa?a, y por qu? motivo ese ep?grafe no ha de significar lo que en ?l

se dice, sino lo que no dice, es cosa que me escapa por com

pleto. A Baudot, sin embargo, no le parece "abracadabrante" ?el t?rmino es suyo? "ver en la historia de la conquista de M?xico utilizada por Cervantes de Salazar la Guerra de los Indios inven

tariada por Rebolledo" (p. 341). Guerra de los indios quiere decir guerra de los indios y de ninguna manera conquista de

M?xico, y la arbitrariedad es tanto m?s "abracadabrante" cuanto que Motolin?a escribi?, en efecto, un tratado sobre aquel asunto y cuyo texto tenemos en los cap?tulos 12 a 14 de la segunda parte de los Memoriales,^1 y del cual Baudot nada quiere saber. Es lu minosamente obvio que con ese tratado y no con otra cosa debe identificarse el texto inventariado por Rebolledo. Pero Baudot, siempre tan ama?ado, tiene buen cuidado de no considerar para nada tan indiscutible conclusi?n que bastar?a para imponer si lencio a sus lucubraciones. 20 Rebolledo, 1598. 21 He aqu? los ep?grafes, n, cap. 12: "De las leyes y costumbres que los indios de An?huac ten?an en las guerras", n, cap. 13: "En el cual se prosigue la historia, y el modo que ten?an en la guerra, y c?mo se hab?an con los que prend?an", n, cap. 14: "En el cual se prosigue y acaba la materia de la guerra, y cuenta la honra que hac?an al que el se?or prend?a la primera vez en la guerra, y la que al se?or mesmo era hecha". ?ste ser? el tratado Guerra de los indios de Nueva Espa?a citado por Rebolledo.

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3. Partiendo, pues, de aquella tan gratuita premisa, Baudot

cree contar con una referencia a la supuesta historia de la con quista escrita por Motolin?a. Pero admitiendo sin conceder ?como

decimos los abogados? que la de Rebolledo se interprete como

quiere Baudot, a ?ste, por lo visto, no le hace ninguna mella que haya saltado la liebre bibliogr?fica en fecha tan tard?a como lo

es la correspondiente a la Cr?nica de Rebolledo, 1598. Quiero

decir, que ninguna mella le hace el silencio que al respecto guar dan, empezando por el propio Motolin?a,22 los cronistas que de prop?sito inventariaron la obra de fray Toribio. Nada dicen al

respecto, para s?lo citar a los m?s obligados, Oroz, Gonzaga, Moles, Mendieta, Juan Bautista, Herrera, Torquemada, Le?n Pi nelo, Nicol?s Antonio y Vetancourt. Y m?s asombroso a?n el silencio de Zorita, quien, siguiendo de cerca en todo y para todo la obra definitiva de fray Toribio, no lo menciona cuando se ocupa del relato de la conquista. ?Es esto cre?ble si, como preten de Baudot, la tercera parte del libro de fray Toribio conten?a al final "por lo menos una decena de cap?tulos" dedicados a la con quista de M?xico? ? (pp. 379-80). 4. Pero, muy quitado de la pena, prosigue Baudot para de cirnos (p. 345) que a finales del siglo xvi ?no se sabe por qu? hasta entonces? la opini?n general en los medios literarios debi? ser predominante en el sentido de que la Guerra de los indios era el texto que utilizaron Cervantes y L?pez de Gomara para es cribir sus historias. De finales del siglo xvi son la Relaci?n Men 22 Si Motolin?a hubiere escrito esa larga y puntual historia de la conquista de M?xico que le atribuyen Cervantes de Salazar, Atanasio L?pez y Baudot, es extra??simo que en ning?n lugar la mencione. En la Historia (Motolin?a, 1969, tratado ni, cap. 8, p. 152) hace el elogio de Cort?s y dice que de sus proezas "se podr?a escribir un gran libro", pero no que lo ha escrito o tuviera el prop?sito de hacerlo. Tampoco

en la Carta al emperador (1555) dioe nada a ese respecto. 23 En la parte dedicada por Zorita a la conquista de M?xico uti liza a Cort?s, Gomara y Cano, y en absoluto menciona a Motolin?a como autor de esa gesta. Queriendo Baudot salvar tan decisiva ins tancia en contra de su tesis, hace tres ama?adas referencias a Zorita

como indicativas de la existencia de aquella historia. Baudot, 1977, p. 380. Y la m?s ama?ada es cuando Baudot alega que Zorita mencio na los famosos presagios (sin referencia precisa) "como uno de los elementos primordiales de la historia de esa conquista*'. No hay tal.

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dieta-Oroz-Su?rez, Zorita, Gonzaga, Moles y la Historia eclesi?s

tica de Mendieta que nada dicen sobre el particular, pero es

posible que Baudot no estime a esos escritores como parte de ese "medio literario" en que, seg?n ?l, predominaba aquella extra?a opini?n; y para probar su aserto invoca Baudot una frase de la obra de Su?rez de Peralta (1598) 24 en la que, a prop?sito de las historias de la conquista, dice ".. .que ya deben estar muy sabidas de otros que los han escrito, como fue fray Bernardino de Saha g?n de la orden del se?or San Francisco, y fray Toribio de Moto

lin?a de la misma orden...". As? la transcripci?n de Baudot

(p. 345), pero independientemente de un detalle inexacto, la cita la copi? voluntariamente incompleta, porque Su?rez de Peralta incluye a fray Bartolom? de las Casas como autor de una historia de la conquista, "y a otros que yo no me s?". Digo que la omisi?n es voluntaria porque indica la falta de informaci?n precisa de

Su?rez de Peralta: que se sepa, Las Casas no escribi? ninguna

historia de la conquista, y de haber visto las obras que tan vaga mente cita, el cronista no habr?a dicho ".. .y otros que no me s?", sino "otros que yo no vi". Y bien extra?o es que ignore la obra de Gomara, el historiador de la conquista por antonomasia, aparecida desde 1552 con m?ltiples ediciones subsecuentes inme diatas. La inferencia es clara: Su?rez de Peralta no est? al tanto de lo que pasaba en el medio literario de la ?poca; cita de o?das,

y si incluye a Motolin?a ?junto con Las Casas, no se olvide? entre los que escribieron "de lo que pasaron los espa?oles hasta

verse en posesi?n de M?xico" ??sas son sus palabras? ser? se

guramente por conocimiento, directo o indirecto, de la Cr?nica de Cervantes de Salazar de quien procede originalmente todo este embrollo.

5. Pero he aqu? una nueva muestra de los abismos que sa

be sortear nuestro profesor franc?s, porque a rengl?n seguido de esa invocaci?n de la insubstancial "autoridad" ?as? entre co millas? de Su?rez de Peralta, dice: "debe, por tanto, considerarse

(on doit donc consid?rer) que esa Guerra de los indios de la

Nueva Espa?a seguramente existi? (a bien exist?). Primero, como un borrador aut?nomo que llevaba ese t?tulo... y despu?s como una parte integrante de la obra definitiva de fray Toribio" (p. 345). ?No es para quedarse pasmado, pregunto, ver que de aque lla premisa tan endeble pueda sacarse una conclusi?n tan puntual 24 Su?rez de Peralta, 1878.

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como decisiva? El tratado Guerra de los indios indudablemente s? existi? y ya dije lo que es, pero todo lo dem?s que dice Baudot

es pura arbitraria invenci?n calculada por su audacia para sor

prender a los ingenuos entre quienes deben contarse, mucho me temo, los ilustres profesores que le aprobaron su tesis. 6. Quiz? todav?a tembloroso por el salto l?gico que acaba de dar, Baudot cree poder prestarle un muy necesario socorro a su

conclusi?n, si en broma puede d?rsele ese nombre a lo que ?l

lleg?. Se acoge, para ese efecto, a una referencia de Cervantes de Salazar que, dice Baudot "puede servir de pista". De pista, se guramente, para otro salto mortal.

Pues bien, se trata, aclara Baudot, "de la ?nica vez que Cer

vantes de Salazar cita con precisi?n, a prop?sito de la conquista, el pasaje que toma de fray Toribio y proporciona el lugar en el escrito del franciscano que ten?a a la vista" (p. 345). Pero vamos por partes: esa cl?usula de "a prop?sito de la conquista" (? propos de la conqu?te") es de la cosecha personal de Baudot y tiene, eso s?, el prop?sito de inducir a pensar que el pasaje de Motolin?a al que se refiere Cervantes fue escrito por el franciscano "a prop? sito de la conquista" como si ?ste viniera tratando o se propu siera tratar de ese suceso. De ese modo ya est? t?citamente acep tado que fray Toribio escribi? una historia de la conquista, pe

tici?n de principio, si lo hay. Pero si no caemos en la trampa

se ver? que la cita expresa de Cervantes remite a un lugar l?gico en la obra de Motolin?a y que, por tanto, nada obliga a suponer

que el franciscano se hab?a embarcado en un relato de la con

quista militar de M?xico. As? prevenidos, examinemos el problema. El texto en cuesti?n se refiere a los presagios que se dice observaron los mexicanos anunci?ndoles la venida de los espa?oles, y a ese prop?sito ?no

al que dice Baudot? Cervantes aclara que de ellos "trata en su tercera parte el padre Motolin?a..." (Cr?nica, libro ni, cap. 5).

Pero prepar?monos para el nuevo salto. "Se ve, por tanto, dice

Baudot, que Cervantes de Salazar ten?a a la vista el libro defi nitivo [de Motolin?a].. . y que en ?ste la historia de la conquista hab?a encontrado un lugar preciso" (p. 345). Parece, ciertamente,

que Cervantes ten?a a la vista la obra de fray Toribio,25 pero 25 Esto refuerza mi conjetura de que la historia de la conquista que utiliz? Cervantes de Salazar podr?a hallarse f?sicamente a conti nuaci?n del manuscrito de Motolin?a que vio Cervantes. En cuanto a

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?c?mo se ve que en ella la historia de la conquista hab?a encon trado su lugar preciso? Alusi?n, sin duda, a la tercera parte. Pues

bien, es obvio que para poder ver eso en la cita de Cervantes

se requiere un supuesto a priori, o sea el de suponer que si Mo tolin?a trat? de aquellos presagios, es que necesariamente escribi? una historia de la conquista; y ahora vemos el motivo que tuvo

Baudot en aquel "? propos de la conqu?te" que tan subrepticia

mente desliz? al plantear el problema. Si no comulgamos con ese arbitrario supuesto, ni Argos podr? ver lo que ve Baudot, y lo ?ni co visible es que Motolin?a trat? en la tercera parte de su libro de los pron?sticos, que es cuanto dice Cervantes y nada m?s. 7. Muy confiado en el ?xito y verdad de su equ?voco razona

miento, Baudot anticipa que la conclusi?n alcanzada por ?l le permitir? ?cuando pase a reconstruir la obra perdida de Moto

lin?a? ubicar dentro de ella ese cap?tulo 55 de la primera parte de los Memoriales al concederle el lugar que tuvo originalmente en la tercera parte de aquel libro. Y es que, concluye, esa tercera parte es la que Rebolledo se?al? bajo el t?tulo de Guerra de los indios, la misma, aclara Baudot, que Cervantes de Salazar, L?pez

de Gomara y Su?rez de Peralta "conocieron bien (avaient bien connue)". Y en efecto, al proponer m?s adelante el esquema del libro perdido de fray Toribio, Baudot remata la tercera parte

con una hipot?tica serie de, "por lo bajo", diez cap?tulos que

comprender?an la historia de la conquista militar de M?xico, pero amparados con el ep?grafe general de Guerra de los indios de la

Nueva Espa?a (pp. 379-380).

Bien, bien, como dicen los franceses; pero todo eso merecer?a alguna consideraci?n siempre y cuando le pas?ramos a Baudot aquella arbitraria aprior?stica inferencia seg?n la cual Motolin?a escribi? una historia de la conquista porque escribi? un cap?tulo sobre los presagios que, se dice, la anunciaron a los indios, como si lo segundo obligara necesariamente a lo primero. De ser eso as?, el cap?tulo 55 de la primera parte de los Memoriales (donde

que los presagios narrados por Motolin?a estuvieran en la tercera parte

de su obra, s?lo quiere decir que en esa parte se hallaban, pero de

ninguna manera que, por el hecho de hallarse en ese lugar, pueda infe rirse que hab?a una historia de la conquista, tambi?n en esa tercera parte. M?s adelante veremos por qu? el relato de los presagios se halla

en los Memoriales donde se halla y que nada autoriza sacarlo de su lugar como pretende hacerlo Baudot.

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fray Toribio trata de aquellos presagios) tendr?a que aparecer sin ton ni son donde aparece, puesto que, seg?n la tesis de Bau dot, forzosa y notoriamente estar?a fuera de lugar y de contexto. Pero desgraciadamente para ?l, no hay tal. Si recurrimos a los

Memoriales advertiremos que, con el capitulo 52 de la primera parte, fray Toribio inicia un tratadillo sobre la ciudad de M?xi co. En ?se y en el siguiente cap?tulo tenemos una descripci?n de esa ciudad y de su comarca con noticias sobre la etimolog?a de

Tenochtitlan y de sus fundadores. El cap?tulo 54 prosigue el

tema, pero elevado a un plan aleg?rico-espiritual, donde la capital de los mexicanos se transfigura en "ciudad de piedra y sangre", presidida por Moctezuma, el ensoberbecido se?or de muchedumbre de vasallos que se gloria en la inexpugnable fortaleza de su me

tr?poli, sede sat?nica por los muy grandes pecados de que era ocasi?n y asiento. Y sobre este fondo de protervia aparece, lu

minosa, la figura heroica de Hern?n Cort?s, el instrumento de los designios providenciales, intolerantes, ya, con tan gran suma

de maldad.

Y as? llegamos al cap?tulo 55 de la primera parte, el mismo que Baudot pretende arrancar de cuajo para insertarlo en una imaginada serie de cap?tulos de una imaginaria historia de la con

quista bautizada por ?l y por el padre Atanasio, no por L?pez Rebolledo, con el inadecuado y torpe nombre de Guerra de los indios.

Pero la secuencia l?gica de ese cap?tulo no puede ser m?s obvia respecto al antecedente escato l?gico del que le precede. Es clar?simo que la inserci?n en ese lugar del relato de las "se

?ales y pren?sticos que el se?or de M?xico y los otros naturales tuvieron antes de la destruici?n de M?xico" es secuela l?gica del cuadro que dej? trazado fray Toribio en el cap?tulo inmediato anterior, y por eso inicia el siguiente (el 55) con unas conside raciones sobre el sentido providencial de esos anuncios sobrena turales, demostrativos, dice, "de la tribulaci?n venidera" y cuyo

objeto es "que las gentes se aparejen y con buenas obras y en

mienda de las vidas revoquen la sentencia que la justicia de Dios contra ellos quiere ejecutar". Nadie mejor, creer?a uno, que Baudot para percibir y respetar esa secuencia, puesto que tanto insisti? en su cap?tulo ii sobre

la orientaci?n en profundidad que imprimi? el "sue?o milena

rista" a la acci?n de los primeros franciscanos llegados a M?xico. Y sin embargo, por lo que s?lo merece calificarse de necio empe

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AL RESCATE DE MOTOLIN?A

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cinamiento, pretende mutilar uno de los m?s elocuentes testimo nios del milenarismo del misionero y convertir a ?ste en relator del estruendo y crueldad de las batallas.

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y Troncoso, Madrid-M?xico, 2 vols. (vol. i, Madrid, 1914; vols, n y m, M?xico. 1936) . (Hay otra edici?n de

Madrid tambi?n de 1914: Francisco Cervantes de Sa lazar: Cr?nica de la Nueva Espa?a que escribi? el doctor don_ Nuestras referencias son a la segunda edici?n.)

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Francisco del Paso y Troncoso: Biblioteca N?huatl,

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de Le?n.

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EDMUNDO O'GORMAN

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de M?xico.

L?pez, Atanasio 1925 "Cuestionario hist?rico", en Archivo Ibero-Americano (Madrid, mar.-abr.), pp. 221-247.

L?pez Sarrelangue, Delfina Esmeralda 1965 La nobleza ind?gena de P?tzcuaro en la ?poca virrei nal, M?xico, Universidad Nacional Aut?noma de M?

xico.

Mendieta, Ger?nimo de 1870 Historia eclesi?stica indiana, edici?n de Joaqu?n Gar c?a Icazbalceta, M?xico.

Motolin?a, Toribio de Benavente o 1959 Historia d? los indios de la Nueva Espa?a, estudio

cr?tico, ap?ndices, notas e ?ndice de Edmundo O'Gor

man, M?xico, Editorial Porr?a.

1971 Memoriales o Libro de las cosas de la Nueva Espa?a

y de los naturales de ella, edici?n preparada por Ed mundo O'Gorman, M?xico, Universidad Nacional Aut?

noma de M?xico.

Rebolledo, Luis de 1598 Chronica general de nuestro santo padre san Fran cisco y su apost?lica orden, Sevilla.

Su?rez de Peralta, Juan 1878 Noticias hist?ricas de la Nueva Espa?a, Justo Zara

goza, ed., Madrid. (Es el Tratado del descubrimiento de las Indias, publicado por Zaragoza con ese t?tulo.)

Tello, Antonio 1891 Libro segundo de la Cr?nica miscel?nea en que se habla de la conquista espiritual de la provincia de Xalisco, Guadalajara, Imp. Rep?blica Literaria.

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EXAMEN DE LIBROS Juan Fidel Zorrilla: El poder colonial en Nuevo Santander, M?xico, Librer?a de Manuel Porr?a, 1976, 333 pp. ?Biblio teca Mexicana, 52.?

Lino G?mez Ca?edo: Sierra Gorda ? Un t?pico enclave mi sional en el centro de M?xico ? Siglos xvii-xviii, Pachuca, Centro Hidalguense de Investigaciones Hist?ricas, 1976, 244 pp. ilus. ?Colecci?n Ortega-Falkowska, 2.? Juan Fidel Zorrilla ha escrito un libro muy apropiado y ?til

para la comprensi?n del pasado de una porci?n del territorio

mexicano. Se trata de un estudio hist?rico bien logrado del nor este de M?xico, de f?cil e interesante lectura, que no obstante su aparente fragmentaci?n deja satisfecho al lector, pues todo

lo que dice lo lleva al mejor conocimiento de la historia de

Nuevo Santander, hoy Tamaulipas. El licenciado Zorrilla se asoma a los principios de la sociedad tamaulipeca y se encuentra a Jos? Escand?n, conocido como fun dador de la colonia de Nuevo Santander y tambi?n como conde de Sierra Gorda. M?s atr?s en el pasado, antes de que el conde penetrara en la regi?n, los novohispanos se refer?an a ella por ser reducto de indios no sometidos. ?stos pertenec?an a numerosas tribus (175, seg?n varios autores, p. 14), pero carec?an de una organizaci?n supra tribal (p. 15) y de una lengua com?n. Caracte rizan a esta parte del pa?s los imponentes montes y barrancas

de la Sierra Madre Oriental, que corren a lo largo del litoral

del Golfo de M?xico desde las provincias coloniales de Veracruz y San Luis Potos? hasta el Nuevo Reino de Le?n y Texas (p. 20). En esa cadena de monta?as, a su vez, las m?s abruptas eran co nocidas con el nombre de Sierra Gorda y abarcaban porciones de los modernos estados de Hidalgo, Quer?taro y Guanajuato (p. 80). Dice Zorrilla que, seg?n la tradici?n, en el siglo xvi el padre fray Andr?s de Olmos hab?a penetrado en esa regi?n con el in tento de evangelizar a los indios nombrados "chichimecas". Se vali? de "indios de la Florida", llamados olives, y de huastecos para tratar de poner en polic?a a los ind?mitos chichimecas. Pero 479 This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:50:28 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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EXAMEN DE LIBROS

ning?n fruto obtuvo de sus esfuerzos y por tanto la regi?n fue cayendo en el olvido. En el siglo xvni empez? a llamar la aten ci?n porque algunos ricos terratenientes, con su centro de opera ci?n en el Nuevo Reino de Le?n y quienes llevaban a pastar sus ganados a las estribaciones de la sierra, empezaron a sufrir fre cuentes p?rdidas y muertes en sus agostaderos. Por la regi?n mero deaban indios ap?statas, huidos de los poblados de espa?oles que eran un peligro para los caminantes. Los regiomontanos ten?an asimismo inter?s en buscar una salida al mar atravesando la sierra directamente hacia el oriente. A esa situaci?n interna se sum? otra externa: franceses, ingleses, rusos y angloamericanos avanzaban por

tierras septentrionales del virreinato con el intento de apoderarse

de sus riquezas. Fue entonces cuando la corona espa?ola decidi? que era oportuno y necesario proteger las costas del Seno Mexi cano con pobladores que las defendieran, para lo cual necesitaban someter a los indios depredadores y n?madas. Una vez expuesta la raz?n de ser de la empresa de Escand?n, Zorrilla entra de lleno a explicarla. El t?tulo del libro apunta al car?cter que Zorrilla entiende tuvo ese desarrollo hist?rico: pol? tico, de dominio administrativo, de organizaci?n social y de

defensa de una regi?n que de pronto cobr? importancia en la vida del virreinato por motivos internos y externos. Como aconteci miento caracter?stico del siglo xvni, Zorrilla le asigna la mayor importancia y lo considera, desde el punto de vista de un avance en el proceso de la integraci?n nacional y del control territorial, el acto de gobierno virreinal m?s trascendente del primer conde

de Revillagigedo (pp. 8 y 110). La empresa de colonizaci?n dur? casi veinte a?os de soste nido esfuerzo y a ella dedicaron Jos? Escand?n y su familia sus caudales y energ?as. En una primera etapa (1748 1749 y 1750 1751) Escand?n fund? veinte pueblos (p. 28) y otros cuatro m?s para el a?o de 1755 en que concluy? la primera etapa de coloni

zaci?n del Nuevo Santander (p. 35). La segunda empez? en el a?o de 1756 con la primera visita de inspecci?n a la obra de

Escand?n, ordenada por el marqu?s de la Amarillas. ?sta termin? en 1757 y, en general, fue favorable a Escand?n. ?ste sigui? al

frente de la colonia hasta 1767, en que tuvo lugar la segunda

visita de inspecci?n, durante la cual fue suspendido de su cargo de gobernador de la colonia (p. 173) y, al final de ella, destituido y acusado de mal proceder. Muri? Escand?n en 1770, defendi?n

dose de las acusaciones, luchando por recobrar su posici?n y

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EXAMEN DE LIBROS

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prestigio. Pero su obra hab?a satisfecho una necesidad real y a pesar de las vicisitudes de la pol?tica sigui? adelante. Toc? a su hijo reivindicar su memoria y confirmar el hecho de que Escan d?n hab?a llevado a cabo una gran obra de poblamiento. Antes que Juan Fidel Zorrilla otros historiadores hab?an re conocido el acierto del primer Revillagigedo en ordenar la coloni zaci?n de esa regi?n conflictiva del virreinato y la importancia de Escand?n como fundador de la colonia de Nuevo Santander. Pero en la narraci?n de los hechos hab?an mencionado indiscri minadamente las cr?ticas que los contempor?neos hicieron al con de, sin precisar sus momentos ni la raz?n por la cual le fueron hechas. Zorrilla, al estudiar detenidamente a Jos? Escand?n, pro porciona una explicaci?n a las diversas interpretaciones que se

han dado a su obra y al acontecimiento en la historia general del virreinato. Es para ?l un ejemplo de la lucha por el poder que tuvo su origen en la pol?tica general que el rey fue deter

minando para el gobierno de sus dominio, seg?n las circunstancias por las que pasaba el imperio y las reacciones que produjo en el virreinato. Con lo cual nos acerca a la mejor comprensi?n de una

?poca hist?rica ?el siglo xvni? en la que se han se?alado diver sos acontecimientos aislados que, no obstante la falta de conexi?n

y relaci?n con que se citan, han dado pie a los historiadores a

declarar que en el siglo xvni el virreinato de Nueva Espa?a entr? en la "modernidad". Con este estudio el panorama hist?rico po l?tico se integra y precisa mejor.

Desde la introducci?n Zorrilla advierte que Escand?n encon

tr? en los misioneros del Colegio de Guadalupe de Zacatecas a los m?s vehementes cr?ticos de su obra de colonizaci?n. Apunta con ello a las corrientes de secularizaci?n del siglo xviii y al regalismo borb?nico, percibidos como desarrollos caracter?sticos de ese siglo, pero pocas veces ejemplificados en un caso concreto. En Nuevo Santander la acci?n de Escand?n y la de los frailes franciscanos se explica como el paso de la tradici?n a la modernidad o ilustra ci?n, pues Zorrilla la presenta como la lucha por el predominio de los agentes de una moderna "colonizaci?n sobre la evangeliza

ci?n" tradicional (p. 43), que hab?a sido el procedimiento acos tumbrado de la pol?tica de penetraci?n y defensa en los siglos an

teriores.

Sabemos que los misioneros sal?an en busca de indios gentiles para atraerlos a la fe de Cristo y para ello plantaban misiones

que deber?an estar protegidas s?lo por algunos soldados que infun

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482 EXAMEN DE LIBROS dieran temor a los indios con sus armas, acompa?aran a los mi sioneros en sus salidas e impidieran asaltos de los indios bravos. Afirmaban los misioneros que ense?ando a los gentiles la religi?n cat?lica por m?todos suaves los convertir?an en vasallos del rey.

Dec?an que el ejemplo que ve?an de "espa?oles" de vida ruda y violenta en los puestos fronterizos no s?lo los hac?a dispersarse y huir a los montes, sino tambi?n odiar la religi?n cristiana. Por

eso no quer?an que militares y cristianos viejos entraran o se

establecieran cerca de las misiones. Consideraban que a ellos les tocaba dirigir la penetraci?n a tierras de indios gentiles. Cumpl?an

de esta manera con lo que el rey ten?a mandado: atraer a los

indios a la religi?n y al dominio real por medios pac?ficos. ?sos eran los argumentos en que se apoyaban para su ministerio desde el siglo xvi. Sin embargo, en el siglo xvni diferentes funcionarios del virreinato y la metr?poli empezaron a dudar de la eficacia de

las misiones para someter a los "enemigos dom?sticos" del im perio. En el caso particular de Nuevo Santander, como lo se?ala Zorrilla, la orden del rey fue colonizar "con vecinos espa?oles e ind?genas ya cristianos que quisieran figurar entre los pobladores destinados a fundar villas y misiones en la colonia" (p. 26). Esta decisi?n de la corona introduc?a novedad en la pol?tica de penetra ci?n, pero los misioneros s?lo percibieron la subordinaci?n que

implicaba, por lo que empezaron a resistir y a oponerse a las disposiciones de Escand?n (pp. 142 ss). La manera como hab?an de protegerse las costas del Seno Mexicano, en la primera mitad

del siglo xvni, estaba de acuerdo con las necesidades del momento de la corona, pues, como Zorrilla explica, "las condiciones predo minantes en Nueva Espa?a durante el siglo xvni auguraban ?po cas dif?ciles pues se confrontaban luchas con ind?genas que no hab?an sido reducidos, acus?ndose un debilitamiento del esfuerzo

colonizador frente al expansionismo de sajones y franceses en el norte de Am?rica. La colonizaci?n de Nuevo Santander constitu?a un imperativo pol?tico para las autoridades de Nueva Espa?a" (p.

200).

La elecci?n de Escand?n como jefe de la empresa de coloni

zaci?n no fue caprichosa sino el resultado de un largo y bien me

ditado tr?mite administrativo. No se trataba de satisfacer las ansias

de honra y provecho de un audaz conquistador. Se trataba de en

cargar una tarea que interesaba a la corona a quien mejor pu

diera llevarla a cabo. Desde 1721 Escand?n radic? en Quer?taro,

villa que era una de las entradas a la sierra. Ten?a el cargo de

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EXAMEN DE LIBROS

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oficial del regimiento de milicias urbanas y varias veces sali? a someter indios sublevados en las villas cercanas a Quer?taro. All? se cas?, enviud?, y volvi? a casarse con ricas herederas. Empren di? algunos negocios de los que poco se sabe. Ascendi? a coronel en 1740 y ya con ese grado se "le confiri? el grado de teniente de capit?n general de Sierra Gorda y fronteras con jurisdicci?n en sus misiones y presidios" (p. 77). Pronto tuvo oportunidad de pe netrar en la sierra para someter a sus habitantes indios y espa?o les y para poner orden en las misiones, pues las quejas al virrey por el estado de intranquilidad y violencia en la regi?n eran con tinuas. Escand?n tuvo varios rivales para dirigir la empresa de colo nizaci?n. El que parec?a reunir los mayores m?ritos era el regio montano Antonio Ladr?n de Guevara, quien en los a?os de 1734 y 1735 hab?a explorado por las costas del Seno Mexicano (p. 63) y

en 1739 hab?a hecho viaje a Espa?a para promover la coloniza

ci?n de esa regi?n entre el Nuevo Reino de Le?n y la costa del Golfo de M?xico que, cuando ?l la recorri?, a?n no ten?a nombre. Sin embargo, despu?s de meditar y sopesar las ventajas y desven tajas de los candidatos, Revillagigedo se decidi?, en 1746, por el que reun?a las mayores posibilidades de ?xito por su car?cter, expe riencia, conocimientos y riqueza (p. 25) . Intervinieron en la selec ci?n del jefe de la empresa (que no iba a ser de arreglo del orden p?blico como la entrada de Escand?n en 1743, sino de moderna colonizaci?n) personajes que llevaban ya a?os de servir al rey en Nueva Espa?a, bur?cratas eminentes, familiarizados con los pro blemas del virreinato, individuos como Ladr?n de Guevara y Es cand?n quienes ciertamente quer?an la prosperidad y el bienestar personal, pero en la misma medida el de la tierra en que viv?an. Cabe decir que se desprende de lo apuntado por Zorrilla y por otros testimonios que la oligarqu?a burocr?tica que se form? en la primera mitad del siglo xvni tuvo numerosos aciertos en el gobierno de Nueva Espa?a. Pertenecientes a ese grupo fueron el capit?n de dragones Jos?

Tienda de Cuervo y el teniente de coronel e ingeniero en se gundo Agust?n L?pez de la C?mara Alta, a quienes, por orden del rey (pendiente de los progresos en la defensa de las costas del Golfo) envi? el virrey marqu?s de las Amarillas, en 1756, a una visita de inspecci?n a la colonia de Nuevo Santander. Ambos

viv?an en M?xico, radicados en el puerto de Veracruz. Ambos inspectores, no obstante haber se?alado alguna fallas en el cum

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EXAMEN DE LIBROS

plimiento de lo ordenado y de hacer algunas sugerencias para la localizaci?n de algunos pueblos y la fundaci?n de otros, as? como para el reparto de tierras y la explotaci?n de algunas minas, se mostraron conformes con lo hecho por Escand?n. Por tanto, ?ste sigui? al frente de la colonia hasta 1767, en buena parte consoli

dando la obra de colonizaci?n (p. 173).

En el intermedio, entre la primera visita de inspecci?n de 1756 1757 y 1767, como asienta Zorrilla, se oper? "un cambio sustancial en el orden pol?tico en Nuevo Santander" (p. 173), como conse

cuencia de lo que suced?a en Espa?a y en el reino de Nueva

Espa?a. Lleg? a M?xico el visitador Jos? de G?lvez, ya para ter minar la guerra de siete a?os, y fue evidente para los habitantes de Nueva Espa?a que sus prop?sitos eran poner en cuesti?n los actos de gobierno de virreyes anteriores e introducir reformas gu bernativas en el virreinato para hacerlo producir mejor y volverlo m?s dependiente de la metr?poli, pero, a la vez, con defensas mi litares propias. Habiendo sido la colonizaci?n de Nuevo Santan der una empresa ?ntimamente ligada a la protecci?n del imperio y a la explotaci?n de tierras nuevas, era de esperarse que el visi tador no tardar?a en imponerse de lo que all? hab?a sucedido. Efectivamente, el virrey Croix, fiel colaborador de G?lvez, en junta de guerra de 28 de noviembre de 1766, design? al mariscal de campo Juan Fernando de Palacio y al licenciado Jos? Osorio

para que efectuaran una nueva visita de reconocimiento a la colonia y para que averiguaran la conducta de Escand?n. En esa

junta de guerra, como sucedi? casi siempre en el gobierno de

Croix, s?lo participaron peninsulares reci?n llegados a M?xico:

Croix, G?lvez, Palacio, Cornide, para quienes todo era extra?o e impersonal en el virreinato. La eliminaci?n de funcionarios anti guos era deliberada, pues como explica Zorrilla, "el estado espa?ol de la segunda mitad del siglo xvni y su organizaci?n colonial refle jaban las pugnas por el poder pol?tico, religioso, militar y eco n?mico entre las clases dirigentes" (p. 204).

"Los cargos a Escand?n, provenientes en gran parte de los

misioneros del Colegio de Guadalupe, dieron lugar a la investiga

ci?n..." (p. Ill), dice Zorrilla. Desde 1749 el guardi?n del Cole gio se quejaba de que Escand?n "postergaba la pacificaci?n y reducci?n de los ind?genas y no hac?a el se?alamiento de tierra

para sus pueblos, dando en cambio prioridad a las poblaciones de espa?oles en la satisfacci?n de sus necesidades" (p. 104). En 1751 y 1752 hubo nuevos enfrentamientos, a los que, por orden

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EXAMEN DE LIBROS

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del virrey, puso remedio Escand?n. M?s tarde no cabe duda de que el informe que hizo fray Jos? Joaqu?n Garc?a del Sant?simo Rosario, discreto y apoderado del Colegio de Nuestra Se?ora de Guadalupe, al visitador Jos? de G?lvez sobre la colonizaci?n de Es cand?n, el 15 de enero de 1766, no pod?a ser m?s condenatorio

de la conducta del conde (pp. 107 y 113). Pero vayamos por

partes, pues Zorrilla mismo advierte que, "en realidad, el proceso contra Escand?n se inici? con investigaciones sobre su gobierno, d?ndose provisional e interinamente el mando de Nuevo Santan der. .. a Fernando de Palacio para revisar la actuaci?n p?blica y

organizaci?n administrativa" (p. 107). No hay que olvidar que

hab?a otras cuestiones que G?lvez ten?a el prop?sito de reformar, adem?s de las misiones: el reparto de tierras, ordenado expresa

mente el a?o de 1763 (p. 180), la introducci?n del cobro de al

cabalas (p. 181), de tributos (p. 183), el monopolio del comercio por Veracruz (p. 193), la reducci?n de los gastos militares (p. 162) y la reforma a los cuerpos de milicias (p. 170) . Por otra parte, el informe de fray Jos? Joaqu?n Garc?a parece ser el ?ltimo acto de protesta del inconforme misionero (cf. p. 113), pues unos meses despu?s, en julio de 1766, renunci? el Colegio de Guadalupe las quince misiones que hab?an fundado los misioneros en Nuevo San

tander (p. 248). Quiz? la inconformidad de los misioneros fue s?lo otro motivo m?s para que G?lvez procediera a llevar a cabo "la desarticulaci?n del sistema de poder p?blico que ejerc?a Jos?

de Escand?n en la colonia" (p. 178), pues, como bien razona

Zorrilla, "la suspensi?n del repartimiento de las tierras hab?a dado lugar a una concentraci?n de poder econ?mico entre los grandes hacendados con tierras mercedadas, quienes adem?s manten?an v?nculos pol?ticos estrechos con Escand?n y las autoridades virrei

nales" (p. 175).

Las reformas administrativas crearon tambi?n a los misioneros

muchos problemas y al fin tanto los del Colegio de Guadalupe, en 1766, como los de Sierra Gorda, decidieron buscar otros indios para ejercer su ministerio, por lo que estos ?ltimos entregaron las misiones al clero secular en 1770. Es significativo que, despu?s del alboroto que caus? la visita de G?lvez, gobernando el prudente virrey Bucareli, contrario a las reformas del visitador, el ?nico superviviente de los funcionarios novohispanos anteriores a la vista de G?lvez que hab?a intervenido en la decisi?n de otorgar a Escand?n el gobierno de Nuevo San tander, el oidor y auditor de guerra Domingo Valc?rcel y For

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EXAMEN DE LIBROS

ment?, rindiera en 1744 un informe favorable a Escand?n (p. 113). Este parecer sirvi? al rey para aprobar la acci?n de "aquel bene m?rito vasallo, previniendo que fuesen atendidas las pretensiones

justas de sus hijos" (p. 113). La decisi?n del rey no quer?a decir que se suspendieran las

reformas dispuestas por los visitadores. La sentencia del rey se inter

pret? s?lo como el pleno reconocimiento a la empresa de coloni zaci?n de Escand?n, pues las reformas que hab?a promovido G?l vez, como el reparto de tierras, la localizaci?n de nuevos poblados, la secularizaci?n de misiones ?as? como la introducci?n del cobro de alcabalas y otros impuestos, tanto como la reforma a los cuer

pos milicianos? habr?an de efectuarse sobre la base que hab?a

puesto Escand?n. Por tanto siguieron su curso y fue problema de los gobernadores posteriores el hacerlas cumplir. En cuanto a las misiones, no desaparecieron del todo en Nuevo Santander. Las

dejaron los misioneros especializados de los colegios de propa

ganda fide franciscanos, pero pasaron a atenderlas otros de diver

sas custodias (p. 248). La narraci?n de esta parte de la historia

de Nuevo Santander es materia de la segunda parte del libro. Con la penetraci?n y asentamiento de criollos y mestizos a la colonia prosper? la ganader?a, principal riqueza de la regi?n, y fue ron desapareciendo los n?cleos ind?genas reacios a convivir con los nuevos pobladores. Dice Zorrilla: "t)esde el principio del proceso colonizador se plante? fuerte lucha con los nativos que nunca dio lugar a una conciliaci?n constructiva. Las diferencias entre las culturas dominantes y dominadas y las caracter?sticas del territorio

alimentaron la pugna, dando lugar a la postre al exterminio de los n?cleos ind?genas" (p. 174). Puede explicarse el proceso colo nizador como una cuesti?n de "pugna de culturas" (?de antropo log?a social?). Pero, dada la ?ndole del estudio y de los desarrollos posteriores a la colonizaci?n de Escand?n, ?no podr?a interpre tarse tambi?n como que, en buena medida, los criollos y mesti zos fueron sustituyendo a la corona en la determinaci?n de la pol?tica ind?gena? Los efectos de la colonizaci?n secular y sistem?tica de Escan d?n con pobladores de las provincias de Nueva Espa?a se dejaron sentir cuando empezaron las luchas por la independencia. Dice Zorrilla: "En los a?os previos a la iniciaci?n de la guerra de in dependencia evidentemente influyeron el medio ambiente y las gentes tamaulipecas en la forja del esp?ritu liberal de Ramos Ariz

pe" (p. 268). Este ilustre coahuilense radic? en Nuevo Santan

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EXAMEN DE LIBROS

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der, en Santa Mar?a de Aguayo, hoy Ciudad Victoria, de 1805 a 1807. Tambi?n menciona Zorrilla la visita que hizo Lucas Ala

m?n al Nuevo Santader en 1807 (p. 257) y c?mo en la colonia la jura de Fernando VII pas? sin pena ni gloria (p. 265). Re

cuerda que Mariano Escand?n y Llera, hijo de don Jos? y tercer conde de Sierra Gorda, en su car?cter de gobernador de la mitra

de Michoac?n, en ausencia del obispo electo Manuel Abad y

Queipo, absolvi? de excomuni?n a Miguel Hidalgo y Costilla y a los insurgentes que hab?a excomulgado Abad y Queipo (pp. 88 89). Toc? a Arredondo sofocar los primeros brotes de rebeli?n insurgente en Nuevo Santander, pero cuando, en 1817, Francisco Javier Mina desembarc? en Soto la Marina, m?s de trescientos voluntarios de la colonia incrementaron el contingente insurgente.

El resumen que hace Zorrilla de la historia de la empresa de Escand?n, es el siguiente: "La obra de Escand?n, con independen cia de los errores y tropiezos que aparezcan en su labor, fue de gran trascendencia, puesto que la incorporaci?n de Nuevo Santan der a Nueva Espa?a constituy? un verdadero sistema defensivo

de la nacionalidad ante los azares que despu?s lesionaron a M? xico. La l?nea de colonizaci?n que traz? Escand?n a lo largo del r?o Bravo desde Laredo a Matamoros es parte de la actual fron

tera con los Estados Unidos y, salvo Laredo, que se mud? a la

margen derecha del r?o Bravo, las villas fronterizas que fund? el conde de la Sierra Gorda fueron baluartes del noreste de M?xi co frente a la expansi?n norteamericana. La obra de integraci?n referida qued? manifiesta ante los hechos hist?ricos posteriores. La visi?n retrospectiva de la tarea colonizadora en Nuevo Santander muestra su grandeza" (p. 110).

El libro de Lino G?mez Ca?edo sobre la Sierra Gorda, reci?n publicado, habr? de satisfacer mucho a Juan Fidel Zorrilla por lo que dice sobre Escand?n. Entre otras cosas asienta que era "hom bre expeditivo a quien hoy llamar?amos un apasionado de la efi cacia" (p. 57). Asimismo a los lectores de historia, porque viene a poner en claro lo que podr?amos llamar "la verdadera historia" de las misiones franciscanas de la Sierra Gorda. Ha sido una feliz coincidencia que estos dos libros, el del licenciado Zorrilla y ?ste

del doctor G?mez Ca?edo, aparecieran con s?lo unos meses de

diferencia, pues, aunque con diferentes prop?sitos y de muy dife rente factura, le?dos uno en pos del otro adelantan y enriquecen

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EXAMEN DE LIBROS

el conocimiento de la historia pol?tica de Nuevo Santander, hoy Tamaulipas, y la de las misiones fernandinas de la Sierra Gorda. Son asimismo contribuciones valiosas para caracterizar la his toria del siglo xvni, pues, como ya dijimos, el licenciado Zorrilla

asienta que el Nuevo Santander fue un notable ejemplo de ese

siglo de lo que el gobierno colonial hizo por integrar a los terri torios ya dominados (Nueva Espa?a) del virreinato, las costas y tierras del Golfo de M?xico. Por su parte, G?mez Ca?edo afirma que la Sierra Gorda fue uno de los m?s notables campos de ensayo

de la nueva metodolog?a misional (p. 7). Por otra parte, como

ambos autores coinciden en el estudio de acontecimientos de la misma regi?n, la historia de ?sta adquiere nueva relevancia. La monograf?a de G?mez Ca?edo, como escribe H?ctor Sam perio Guti?rrez en la "presentaci?n" del libro, "es producto de una paciente y sistem?tica labor en archivos especializados". Pero

no por eso la deja en una simple "historia documental", pues

expone "su personal l?nea de pensamiento" en breves y concisas frases. Adem?s generosamente comparte sus noticias con sus lec tores, publicando once documentos, por medio de cuya lectura el interesado puede convenir o disentir de la interpretaci?n que ?l les ha dado en su estudio, con lo que propicia el avance del cono cimiento hist?rico del tema.

Siguiendo la ordenada estructura que el doctor G?mez Ca?edo dio a su estudio y con el antecedente de la lectura del libro cfel licenciado Zorrilla, se llega a importantes precisiones, a saber: El nombre m?s antiguo que se usaba para designar en los si

glos xvn y xvni a la porci?n de la Sierra Madre Oriental era Cerro Gordo o Sierra Gorda. En t?rminos generales esa regi?n depend?a de la gobernaci?n del reino de Nueva Espa?a. Algunos la identificaban tambi?n como Costas del Seno Mexicano. Quiz? s?lo daba unidad administrativa a esa porci?n del virreinato una vaga jurisdicci?n militar, ejercida hasta 1740 (fecha en que mu ri?) por Joaqu?n de Villalpando y Centeno con el t?tulo de te niente de capit?n general de la Sierra Gorda. Por lo que a los religiosos respecta, unas veces la consideraban dependiente de la jurisdicci?n de Panuco, otras de Zimap?n. Con la transformaci?n que sufri? en la quinta d?cada del siglo xvni surgieron jurisdic ciones mejor delimitadas: una amplia y extensa, civil y militar, que comprend?a la Sierra Gorda y las Costas del Seno Mexicano, a la que Jos? Escand?n dio el nombre de Nuevo Santander, y otra peque?a y misional, dentro del Nuevo Santander, llamada de Sie

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EXAMEN DE LIBROS

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rra Gorda, localizada en parte en lo que es hoy el estado de Que r?taro, atendida por misioneros franciscanos del Colegio de San Fernando de M?xico. Otra jurisdicci?n misional parece haber que

dado al norte de la de los fernandinos, que iba desde "la Mesa

de Nuestra Se?ora de Caldas... hasta la Bah?a del Esp?ritu Santo"

a cargo del apost?lico Colegio de Nuestra Se?ora de Guadalupe de Zacatecas (Zorrilla, p. 29). Desde el siglo xvi los franciscanos de Michoac?n y R?o Verde, los de M?xico, Tampico y Cadereita, intentaron plantar misiones

en la Sierra Gorda. Tambi?n fue empe?o de los agustinos de la Huasteca y de los dominicos de M?xico (G?mez Ca?edo sensata mente no alude a los olives, "indios de la Florida"). Todos los misioneros, aunque frecuentemente en "lamentable pugna", pretend?an convertir a los chichimecas, entre los cuales hab?a pames pac?ficos y jonaces, famosos por su fiereza y rebel

d?a. Pero, en realidad, las misiones que ellos plantaron en diversas ?pocas quedaron en los contornos de la Sierra, sin penetrar en su interior y, o bien resultaron de vida ef?mera, o los misioneros se contentaron con ser s?lo capellanes de los mineros y colonos que por all? ten?an sus granjerias. Por su parte los virreyes, con el fin de pacificar a los indios de la Sierra Gorda, enviaron dos expediciones militares anterio res a la de Escand?n. La primera en 1703-1704, confiada al oidor Francisco de Zaraza, quien cre?a en el exterminio de los alzados y que muri? en la campa?a, y la segunda, al mando del contador del real tribunal de cuentas de M?xico, Gabriel Guerrero de Ar dila, en 1712-1714, quien derrot? a los jonaces en el Cerro Gordo, pero cuya victoria fue tambi?n ef?mera pues una vez que sali? de la sierra no hubo autoridad competente que mantuviera la paz. No s?lo habitaban la sierra indios gentiles; hab?a otros ya cris tianos y algunos mexicanos que viv?an en rancher?as, "gente de raz?n" (quiz? mestizos) y espa?oles que hab?an obtenido algunas tierras por merced o compra y capitanes protectores y sus tenien

tes y cabos, quienes se quejaban de continuo al virrey de las

muertes, robos y tropel?as que comet?an indios ap?statas alzados y bravos gentiles. La Sierra Gorda y Costas del Seno Mexicano se hab?an convertido, por tanto, a mediados del siglo xvm, en un "padrastro" (como dec?an los funcionarios de esa ?poca del Na yarit) que hab?a que extirpar decididamente, convirtiendo y con gregando a los indios para as? lograr el dominio de las rutas de tr?nsito y de comercio.

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EXAMEN DE LIBROS

La renovaci?n de los m?todos misionales la iniciaron los fran ciscanos en los llamados colegios de propaganda fide, en donde se preparaban los frailes especialmente para las "misiones vivas" de infieles. Tanto los misioneros del Colegio de Quer?taro, con experiencia de cincuenta a?os en misiones del norte, como los de

Pachuca, pertenecientes a la provincia de San Diego, y los del Colegio de San Fernando, "hijo" del de Quer?taro, se interesa ron por convertir a los chichimecas "por razones de prestigio y tambi?n por motivos econ?micos, pues estaban de por medio los

s?nodos que pagaba la real hacienda" (p. 40). Los franciscanos

de San Fernando emprendieron muchas laboriosas gestiones antes de decidirse a buscar personal en Espa?a para enviarlo a la Sierra Gorda. Se opon?an a dejar el campo libre a los fernandinos, los agustinos y los "descalzos" de Pachuca. Por fin, en 1742, despu?s de lograr la anuencia de las autoridades civiles y eclesi?sticas de

M?xico y Espa?a, llegaron doce frailes para el Colegio de San Fernando, destinados a las misiones en lo m?s adentro de la Sierra

Gorda. Desde 1739 el rey hab?a ordenado la penetraci?n a la Sierra Gorda para corregir la situaci?n de las misiones y presidios. Como gesti?n previa al establecimiento de las misiones, en 1740, fray Jos? Ortega de Velasco y fray Juan Pablo Salda?a hab?an hecho un recorrido por la sierra para averiguar cu?les eran las zonas no ocupadas por otros misioneros. En vista de los numerosos informes

que obtuvieron y a petici?n de los indios del lugar decidieron

fundar una primera misi?n de indios jonaces, en un sitio llamado San Jos? de la Sierra, con el nombre de San Jos? de Vizarr?n, en honor del virrey de esos momentos. En ese lugar hab?a habido misi?n, y hab?a sido centro de operaciones de Francisco de Zaraza y de Guerrero de Ardila. En 1742 Jos? de Escand?n, con larga residencia en Quer?taro y experiencia en el dominio de indios sublevados, ya con los t?tu los de coronel del regimiento de milicias urbanas de Quer?taro y el de teniente de capit?n general de Sierra Gorda, fue comisio nado por la audiencia gobernadora para penetrar en la Sierra y elegir parajes en donde congregar a los indios ya reducidos y para repartir tierras a las misiones y soldados. Acompa?aron a Escand?n en esta entrada de 1743 los misioneros fernandinos fray Jos? Or tes de Velasco y fray Jos? Garc?a. Empez? as? la labor conjunta de

Escand?n y los misioneros fernandinos para dominar la Sierra Gorda. Los frailes aprovecharon esta visita para escoger los luga

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res en donde podr?an establecer misiones. Fueron ?stos Tilaco, Jalpan, Landa, Tancoyol y Conc?. Los pueblos o rancher?as que quedar?an sujetos a las misiones eran de indios pames. En el in forme, de febrero de 1743, que Escand?n hizo al virrey sobre su visita (documento 4), recomendaba al virrey la aprobaci?n de los sitios elegidos por los franciscanos fernandinos para sus misiones. Se desprende de los hechos narrados que hubo colaboraci?n de los fernandinos y Escand?n para erigir las cinco misiones propia mente de la Sierra Gorda. Asimismo, que los frailes descalzos de Pachuca buscaron el apoyo de Joaqu?n de Villalpando, quien ade m?s de ser autoridad ten?a haciendas en la regi?n, y de Jer?nimo

de Labra (el joven), que hab?a sido capit?n protector de la Sierra. Los de Pachuca fundaron, en 1741, la misi?n de Las Ad

juntas, la cual a los tres meses mudaron a un lugar cerca de Zimap?n llamado Tolim?n. All? sol?an dar asilo a los rebeldes de San Jos? de Vizarr?n, es posible que como manifestaci?n de la rivalidad latente que exist?a entre los misioneros de los dos cole

gios. Los agustinos, por su parte, no estuvieron de acuerdo en ceder sus territorios a los fernandinos, como lo propuso Escan d?n, pero el virrey decidi? en 1744 que se siguiera el plan pro puesto por Escand?n. Por tanto, ese a?o ?ste estableci? y resta bleci? misiones para el Colegio de Pachuca y para el de San Fer nando. Quedaron de esta manera en manos de los franciscanos fernandinos, desde ese a?o, las cinco misiones de Jalpan, Conc?,

Landa, Tilaco y Tancoyol, cada una de ellas a cargo de dos

misioneros.

Cuando, en la entrada de 1744, Escand?n y el padre Ortes de

Velasco, que lo acompa?aba, pasaron por la misi?n de San Jos? de Vizarr?n, encontraron novedades. Fray Jos? Ortes dud? desde

entonces que la tarea misional prosperara all?. Un a?o despu?s los jonaces segu?an irreductibles por lo que, en 1748, previa con sulta con el virrey, Escand?n aprehendi? como a cuarenta de los indios levantiscos y los envi? a Quer?taro en donde fueron repar tidos en diversos obrajes. "Con esto acab? la historia de la misi?n

de Vizarr?n, la cual fue en adelante una poblaci?n de espa?oles agregada a la doctrina de la villa de Cadereita" (pp. 57-58). El proceder de Escand?n en relaci?n con los indios jonaces de Viza rr?n se convirti? en motivo de cr?ticas, no s?lo de parte de sus contempor?neos, sino tambi?n de la posteridad (cf. Zorrilla, pp. 78-79), quiz? por consider?rsele un acto cruel, contrario a la poli

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tica general de indios que el rey ten?a ordenada para sus dominios americanos. Las visitas de Escand?n a la Sierra Gorda hab?an sido de ins pecci?n, para enterarse de lo que all? pasaba y proponer los medios para pacificar la regi?n. En 1746, ya con toda la informaci?n re unida y a fin de dar soluci?n de una vez a los problemas internos y externos, el virrey Revillagigedo nombr? a Escand?n gobernador y

capit?n general de Nueva Espa?a en la Costa del Seno Mexicano para proceder a la colonizaci?n y defensa de esa parte del virrei

nato. Como ya lo ha explicado Zorrilla, Escand?n dedic? a esta

empresa veinte a?os, durante los cuales trabaj? con gran energ?a y eficacia.

En el cuarto de siglo (1744-1770) en que existieron las mi

siones fernandinas en la Sierra Gorda hicieron ?stas notables pro gresos, pero no sin que afloraran los desarrollos que hab?an hecho dudar a las autoridades de su eficacia para pacificar a los indios rebeldes. Los misioneros fernandinos se sintieron satisfechos de los

progresos que hicieron en la evangelizaci?n y conversi?n de los in dios de las misiones. ?stos aprendieron las oraciones, o?an misa, comulgaban. Con su ayuda los misioneros construyeron iglesias de cal y canto que manten?an limpias y adornadas. Todos esos progresos en la conversi?n y evangelizaci?n los lograron predican do en lengua pame, trabajando sin descanso, con muchos sacrifi cios, gastando sus s?nodos en la obra material, s?lo con la ayuda econ?mica de algunos bienhechores, pues la real hacienda no con tribuy? para la construcci?n y habilitaci?n de las iglesias. Pero ellos mismos dudaban que los avances en la "econom?a pol?tica y racional", esto es, en la vida c?vica, fueran suficientes para per mitir a los indios vivir sin el auxilio de la direcci?n de los misio

neros. Les hab?an ense?ado a cultivar la tierra y a cuidar el ga nado y no pasaban hambre. Pero ?habr?an aprendido a manejarse solos? Desde que se establecieron las misiones los frailes sab?an que preparaban a los indios para la vida cristiana y civil en pueblos y que a los diez a?os entregar?an las misiones al clero secular y a los alcaldes. Pensando en que se acercaba el t?rmino de la labor misional, ya en 1766, los fernandinos dudaban de que los dos mil doscientos indios que hab?a en las cinco misiones pudieran pro ducir lo suficiente para pagar los diezmos y los tributos de que hasta entonces hab?an estado exentos. Otro problema surgi? con el transcurso de los a?os. Los misio

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EXAMEN DE LIBROS

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?eros que hicieron una labor ejemplar en la Sierra Gorda fueron

espa?oles tra?dos de Espa?a expresamente para las nuevas con

versiones. Cuando se tuvo conocimiento en el Colegio de San Fer

nando de la dura y peligrosa vida que se llevaba en la Sierra

otros misioneros se resistieron a ser enviados all?. As? que cuando el arzobispo Lorenzana, conforme con el pretendido derecho del rey de querer intervenir en la organizaci?n de las misiones y di? cesis, dio se?ales de querer cumplir con la secularizaci?n de misio

nes los fernandinos opinaron que no hab?a que oponerse a tal

medida. Al ser requeridos para ocuparse de las misiones en Afta California, tierra verdaremanete nueva, "el 10 de julio de 1769,

pidi? oficialmente el Colegio al virrey que las cinco misiones fuesen puestas bajo la administraci?n de sacerdotes seculares, lo que les fue concedido por decreto de 10 de agosto de 1770"

(p. 108).

La historia de las misiones fernandinas de Sierra Gorda nos permite dar una m?s amplia interpretaci?n a algunas afirmacio

nes el licenciado Zorrilla. Por ejemplo, decir a secas que en la ?poca de Jos? Escand?n "la evangelizaci?n fracas?" (p. 142), es generalizaci?n que, como lo demuestra el doctor G?mez Ca?edo con su estudio, tiene por lo menos una clara excepci?n. A este respecto hay que advertir primero otra cuesti?n. Parece haber una cierta contradicci?n en lo que escribe Zorrilla en la primera

parte y lo que asienta en la segunda de su libro, pues en el

cap?tulo rv de Ja segunda parte se refiere a las "nuevas misiones"

que se fundaron despu?s de 1791 en Nuevo Santander por los misioneros dieguinos del Colegio de Pachuca y hace suya la opi ni?n de Carlos Gonz?lez Salas, quien asienta que "fueron 'focos

de irradiaci?n cristiana y evangelizaci?n' " (p. 249). Quiz? decir que la misi?n como instrumento para atraer, convertir y civilizar a los indios gentiles y rebeldes no fue la id?nea para dominar el Nuevo Santander estuviera m?s cerca de lo que sucedi? a media dos del siglo xviii. Se trataba de integrar al resto del virreinato tierras sobre las que el rey no ten?a ni el dominio ni el uso. Se trataba, dir?amos hoy, de una colonizaci?n "masiva", para la cual las misiones eran m?s bien r?mora que ayuda. Porque, como ex plica el doctor G?mez Ca?edo, "los misioneros eran tradicional mente opuestos a la convivencia de indios y espa?oles y ?sa fue tambi?n la pol?tica oficial impuesta por la legislaci?n indiana"

(p. 81).

Tambi?n explica "que los misioneros fernandinos no cifra

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EXAMEN DE LIBROS

ron el ?xito de sus misiones en el n?mero de indios congre gados en ellas, sino en la organizaci?n de la catequesis y grado de instrucci?n alcanzado, en sus modos civiles de vida y en el nivel de bienestar econ?mico a que hab?an llegado" (p. 88). La urgencia y amplitud de la empresa de Escand?n s?lo pod?a lle varse a cabo por otros m?todos, que G?mez Ca?edo se?ala: "En el sistema colonizador de Escand?n entraba, como punto muy im portante, la convivencia de indios y colonos en pueblos distintos pero cercanos administrados en lo espiritual por los mismos mi

nistros" (p. 81). Por lo que cuenta Zorrilla que pas? despu?s

de 1785, parece ser que los misioneros del Colegio de Pachuca no tuvieron objeci?n en volver a establecer misiones (?necesitaban

los s?nodos?) una vez que los franciscanos de San Fernando y Guadalupe hab?an salido de Nuevo Santander (v?ase la "Posda ta" que dedica G?mez Ca?edo a fray Guadalupe Soriano y la misi?n de Bucareli, pp. 111-115). Tambi?n asienta el licenciado Zorrilla que se llev? a cabo "la exterminaci?n de los n?cleos ind?genas por no haber podido redu c?rseles en las misiones" (p. 142). Quiz? esta afirmaci?n sea mate

ria de revisi?n hist?rica. Parece originarse en una especie de

reminiscencia de lo que sucedi? en la misi?n de San Jos? de Viza rr?n: un acontecimiento particular que "contamina" una situa ci?n compleja. Ciertamente G?mez Ca?edo da cuenta (pp. 54-59) de que en ese lugar hab?a habido misi?n y que los misioneros ha

b?an sido incapaces de cambiar el modo de vida de los indios

rebeldes all? asentados. Cuando los fernandinos restablecieron esa

misi?n con indios jonaces tampoco fueron capaces de cambiar su modo de vida. Intervino la autoridad militar y ya sabemos lo que pas?: la misi?n desapareci?, pero ?asimismo los indios?

Mucho habr?a que precisar a este respecto, pues tambi?n la

generosa legislaci?n indiana permit?a el castigo y la esclavitud a los indios de guerra irreductibles. Y ?qu? pas? en los obrajes de Quer?taro? Sin embargo, por lo que a la reminiscencia toca, si es que el marqu?s de Altamira us? circunstancialmente la ofen siva palabra "exterminaci?n" (Zorrilla, p. 79) en relaci?n con el caso concreto de los indios jonaces, alzados en la misi?n de Vi

zarr?n, parece que dos siglos despu?s viene a la memoria para

aplicarla a todos los indios de Nuevo Santander. Por fortuna el

doctor G?mez Ca?edo deja constancia de que los indios pames

de la Sierra Gorda no fueron exterminados. Habr? que empren der otro tipo de estudios para precisar la permanencia y la trans

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EXAMEN DE LIBROS

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formaci?n que, a lo largo de dos siglos, han sufrido los indios de lo que fue Nuevo Santander.

Son bienvenidas las reflexiones que hace G?mez Ca?edo en

relaci?n con los espa?oles que habitaban las Costas del Seno Mexi cano para entender la lucha por el poder que interesa a Zorrilla. Hab?a all? ese grupo de gente sin ideas pol?ticas bien definidas, soldados milicianos, tenientes, protectores, due?os de haciendas, que se sintieron amenazados o lesionados en sus intereses con la presencia de Escand?n. Tambi?n eran esos individuos quienes m?s perjudicaban a los indios. Las pugnas tuvieron su origen por la posesi?n de las tierras de cultivo. Se las disputaban los antiguos y nuevos pobladores, los colonos, los misioneros y los indios. Dice

G?mez Ca?edo: "En todos los contornos de la Sierra fueron ad quiriendo los colonos intereses econ?micos muy considerables, ya de car?cter agr?cola-ganadero, ya de car?cter minero. Esto les obli

gaba a buscar con empe?o la mano de obra ind?gena y con tal

objeto estaban siempre dispuestos a favorecer los proyectos de re ducciones y misiones. Los fines puramente espirituales quedaban generalmente en segundo lugar ?cosa l?gica para ellos, despu?s

de todo? y cuando los objetivos econ?micos y los objetivos mi sionales entraban de alguna manera en conflicto o no armoni zaban, el apoyo de los colonos a las misiones sol?a evaporarse"

(p. 6).

Salta una duda respecto a lo que dice el licenciado ?Zorrilla en la p?gina 103 de su texto y lo que se lee en el del doctor G?mez

Ca?edo. All? asienta Zorrilla que los religiosos del Colegio de

San Fernando de M?xico resistieron los apremios de Escand?n para encargarse de las misiones del Nuevo Santander, por lo que fueron religiosos del Colegio de Guadalupe de Zacatecas los encargados de las misiones. Nada dice a este respecto G?mez Ca?edo y ser?a sumamente ?til que nos proporcionara alguna informaci?n. Por lo menos para poder comparar con provecho la sensata y austera

circular de fray Jos? Garc?a, guardi?n de San Fernando, a los misioneros de la Sierra Gorda, de 6 de julio de 1766 (documento ll.de su libro), y el apasionado informe privado a Jos? de G?l vez de fray Jos? Joaqu?n Garc?a del Sant?simo Rosario del mismo

a?o, pero de 15 de enero, publicado por Roberto Villase?or E. (Bolet?n del Archivo General de la Naci?n, segunda serie, vui:3-4,

M?xico, jul.-dic. 1967, pp. 1157 a 1210). Es de desear que el doc tor G?mez Ca?edo se interese por regalarnos con otra historia tan ilustrativa y precisa como la de las misiones de la Sierra Gorda,

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pero esta vez de las misiones del Colegio de Guadalupe en el

Nuevo Santander.

Mar?a del Carmen Vel?zquez

El Colegio de M?xico

La obra de Charles E. Cumberland sobre la revoluci?n me xicana, en espa?ol. La exitosa casa editorial Siglo Veintiuno, por medio de una nueva colecci?n a la que mucho bien le auguramos, presta un

invaluable servicio a los estudiosos de nuestra historia reciente. Nos referimos a la obra de Charles E. Cumberland sobre Madero. El completar la edici?n de la cl?sica historia de la revoluci?n que Cumberland escribiera, puesto que lo que puede considerarse se gundo volumen hab?a sido publicado en M?xico poco tiempo antes por otra conocida empresa editorial, es digno de encomio.* Esto, a pesar de que la decisi?n para que se publicara la obra en cues ti?n provenga, seg?n parece, de un desconocimiento del mundo editorial, pues se le anuncia como "primera edici?n en espa?ol" siendo que ya hab?a sido publicada por la editorial argentina Si glo Veinte, en 1968, con el t?tulo La revoluci?n mexicana, dentro

de la colecci?n ?Las grandes revoluciones de la historia?. Por

inimaginables razones la obra no tuvo circulaci?n en el pa?s, por lo que era desconocida aun por los especialistas. Hoy, a veinticinco a?os de su aparici?n, por fin puede f?cilmente consultarse en es pa?ol esta gran obra sobre el primer momento de nuestra revolu ci?n. Cumberland concibe a la mencionada revoluci?n mexicana como un proceso con tres etapas claramente delimitadas: derro camiento de la dictadura e intentos de reforma; guerra civil, "du rante la cual se inscribieron en la constituci?n ideas radicales,

pero hubo escaso progreso real"; y el per?odo de aplicaci?n de tales ideas. Primero estudi? los a?os iniciales de la revoluci?n, * Charles E. Cumberland: Madero y la revoluci?n mexicana, M? xico, Siglo XXI, Editores, 1977, 317 pp. ?Colecci?n Am?rica Nuestra, 6.? -: La revoluci?n mexicana ? Los a?os constitucionalistas, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica, 1975, 388 pp.

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EXAMEN DE LIBROS

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virtiendo sus resultados en la obra que aqu? rese?amos; despu?s, con una notoria mejor?a en su oficio de historiador, la etapa ca rrancista, obra que no pudo ver concluida, por lo que fue publi cada en forma postuma. Al M?xico moderno pensaba dedicarle sus ?ltimos esfuerzos. Sin intentar resumir el libro sobre Madero ?la primera parte de la obra de Cumberland? pasaremos brevemente revista a los principales temas tratados haciendo algunas apreciaciones para que el lector pueda formarse una idea de los objetivos y resultados del autor. Inicia la obra con un an?lisis del porfiriato, del que, siguiendo al intuitivo Bulnes, dice que lo importante estaba en saber si era o no una dictadura ben?fica. Para Cumberland, el

?xito de D?az se deb?a a su gran sagacidad pol?tica, la que fue perdiendo con los a?os, viniendo esto a complicarse con una seria crisis econ?mica; o sea que, ante su creciente ceguera pol?tica, D?az fue perdiendo el apoyo de varios sectores de la poblaci?n; adem?s, fracasaron a lo largo sus pol?ticas agraria y obrera. Aun que Cumberland reconoce la crueldad de las represiones obreras

de 1906, se?ala con mucho tino que los a?os restantes del r?gi men de D?az no fueron perturbados por huelgas serias, "aun cuando el descontento era evidente entre la clase trabajadora". A diferencia de Cumberland, sospechamos que las tribulaciones

de D?az no obedec?an a su incapacidad pol?tica, sino a la apari

ci?n de condiciones sociales que exig?an cambios sustanciales en el sistema social. Durante esos a?os surgieron otros movimientos antiporfiristas, cuyo fracaso no significa ?y as? lo se?ala Cumberland? que D?az tuviera poco de qu? preocuparse, sino simplemente que no con taban con los l?deres id?neos. Esto vino a ser Madero. Cumberland asegura que la familia Madero no se vio tan afectada econ?mica mente durante las postrimer?as del porfiriato, como muchos han dado en pensar; as?, es obvio que su familia tuviera inter?s en que

continuara la paz, aunque Madero se afanara en lograr la de

mocracia para el pa?s, motivado, seg?n Cumberland, por su nacio nalismo y su car?cter bondadoso y humanitario. El estudioso nor teamericano describe las primeras actividades pol?ticas de Madero, a nivel municipal, estatal y nacional; asienta las causas que orilla ron a Madero a participar en la pol?tica y, lo que es m?s impor tante, se lanza contra aquellos que sostienen que Madero era s?lo un "visionario", pues considera que "demostr? realismo y sagaz juicio pol?tico. Adem?s, Cumberland afirma que La sucesi?n pre

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sidencial, aunque como obra de reflexi?n pol?tica result? "me diocre en todo sentido", tuvo una influencia infinitamente m?s asombrosa y potente que la de muchas grandes obras literarias. Cumberland presta considerable atenci?n a la campa?a presi dencial de Madero; anota que las giras de propaganda, francamente opositoras, eran las primeras "desde el comienzo del r?gimen de D?az". Durante 1909 el gobierno prest? mayor atenci?n a Reyes y a sus seguidores; del primero afirma que "no hab?a dado prueba del valor moral necesario" para sostener la lucha contra D?az. Desaparecido Reyes de la escena comenz? la represi?n contra los

maderistas, la cual aumentaba a pesar de que Madero se hab?a entrevistado con D?az, a quien asegur? que no deseaba alcanzar el poder y que estaba dispuesto a pactar un compromiso; y esto a pesar de que era virtual candidato presidencial, acompa?ado en la f?rmula por Francisco V?zquez G?mez, con quien comenzaban las desavenencias. Al no haber acuerdo entre D?az y Madero continu?se la cam pa?a. D?az y Corral fueron declarados vencedores mientras Madero

se hallaba preso en San Luis Potos?. Huy? a Estados Unidos,

donde llam? a la revoluci?n. Esto iba en contra de lo que hab?a venido predicando, s?lo que ahora era el "dirigente de un grupo perseguido". Dice Cumberland que despu?s de zaherir a Reyes "por su letargo frente al arresto y exilio de muchos revistas", Madero no pod?a permanecer inactivo cuando sus propios partidarios su fr?an procesos y tribulaciones. El plan que llamaba a la revolu ci?n ?conocido como Plan de San Luis Potos?? "no pretend?a un programa de reforma a poner en pr?ctica despu?s del triunfo de la insurrecci?n"; en ?l se respetaba la firme convicci?n de Madero en el sentido de que "la reforma pol?tica deb?a preceder a la re forma econ?mica y social". Pasa enseguida Cumberland a narrar los inicios de la revolu ci?n maderista, que comenz? con serios reveses y enfrentando gra ves problemas financieros. Cuenta el autor c?mo, para fines de diciembre y principios de enero, "los combates intermitentes...

se hicieron cada vez m?s comunes". Fue hasta febrero cuando

Madero volvi? al pa?s, y esto debido a una tard?a orden de apre hensi?n del gobierno norteamericano. Cumberland es de la opini?n que los Estados Unidos hab?an perdido la confianza en D?az, re tir?ndole su apoyo. Aunque conviene en que se ve?a con simpat?a a Madero, Cumberland acepta no tener pruebas contundentes de

que en Estados Unidos se haya ayudado directamente al movi

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miento. Narra c?mo acentu? la beligerancia durante los meses de febrero y marzo. En su informe del 1? de abril D?az anunci? cier tas reformas, las que Cumberland ve, acertadamente, como confe si?n p?blica del gobierno de su incapacidad "de enfrentarse a la revoluci?n". Efectivamente, D?az no pudo contener al movimiento maderista, que en pocos meses controlaba "una porci?n respetable del territorio nacional, incluidas numerosas ciudades". Desgraciadamente, en la ?poca en que Cumberland redact? su obra se sufr?a una total carencia de monograf?as que aclararan algunos aspectos de la revoluci?n; hoy, aunque el panorama his toriogr?fico ha mejorado notablemente, se sigue careciendo de una que aclare el c?mo y por qu? triunf? el ej?rcito maderista sobre el federal. A pesar de las carencias debidas a la falta de monograf?as, es

sorprendente la visi?n de conjunto que logra Cumberland; no

pierde la perspectiva y a cada hecho lo valora y sit?a con justeza. Por ejemplo, los tratados de Ciudad Ju?rez, que muchos ven como desconcertantes y como inicio del derrumbe de Madero, son expli

cados por el autor diciendo que "Madero crey? posible realizar todos sus deseos y obviar los peligros por medio de la negocia

ci?n"; adem?s, insiste en que no deben resultarnos sorprendentes, pues "ya hac?a meses que hab?a intermitentemente negociaciones

de paz". Por medio de dichos tratados Madero renunciaba a la

presidencia provisional, subiendo al cargo, interinamente, Le?n de la Barra, quien ten?a que enfrentar entonces la conformaci?n del gabinete, la designaci?n de gobernadores y el lic?nciamiento de las tropas revolucionarias. Se critic? abiertamente la actitud de Ma dero durante el gobierno interino; sus mismos partidarios comen zaban a distanciarse, en parte debido tambi?n a la conformaci?n del Partido Constitucionalista Progresista, que sustituir?a al Anti rreeleccionista. Cumberland se?ala, muy acertadamente, que si bien

Madero hab?a apoyado la idea de la formaci?n del gobierno in

terino de Le?n de la Barra con el fin de evitar la cr?tica de que hab?a llegado al poder a trav?s de un movimiento armado, el pe r?odo de mayo a noviembre le result? desastroso. Aunque carec?a de status oficial para determinar la pol?tica gubernamental se le achacaba la responsabilidad de todos los actos criticables del go bierno, adem?s de que algunos actos suyos le hab?an acarreado una p?rdida de popularidad. Cumberland insiste en que Madero tuvo que enfrentar, duran te casi todo su gobierno, serias dificultades. Destaca principalmente

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su enfrentamiento con el zapatismo, que achaca a malentendidos e intolerancia, adem?s de a las intrigas de De la Barra y Huerta. Llega a decir incluso que la pol?tica de Madero fracas? en More los debido a "circunstancias fuera de su control". Adem?s, Madero enfrent? otros movimientos que mantuvieron al pa?s en perma nente estado de desorden aunque ninguno de ellos haya amena zado seriamente la existencia del gobierno. Sin embargo, lograron crearle problemas financieros y bloquear la acci?n unificada a favor

de algunas reformas. Sobresalen, sucesivamente, el intento de re beli?n de Bernardo Reyes, el movimiento vazquista ?a favor de Emilio V?zquez G?mez? en Zacatecas, Sinaloa y Chihuahua, y el orozquista, cuyo l?der se alz? al no ver satisfechas sus ambiciones y despu?s de ser cortejado por "las poderosas familias propietarias de Chihuahua". Fue precisamente al vencer el orozquismo cuando Huerta pudo "reafirmar su reputaci?n como general", quedando en condiciones de "plantear exigencias al gobierno". Por ?ltimo, estuvo la insurrecci?n felicista de la guardia del puerto de Vera

cruz. Aunque Cumberland asegura que no hubo vinculaciones reales entre estos movimietos, todos fueron promoviendo las con

diciones que hicieron posible el cuartelazo de febrero de 1913. Sorprende el que no trate, desafortunadamente, el asunto del magonismo. Cumberland se?ala que el maderismo, al triunfar, no ten?a planes concretos para realizar las reformas. Afirma que durante el r?gimen de Madero, aunque en cuanto a distribuci?n de tie rras y divisi?n de haciendas se fracas?, se desarrollaron los con ceptos que luego fundamentar?an la reforma agraria. Como sim patizaba con la organizaci?n de los obreros, durante su mandato numerosos grupos aprovecharon la situaci?n para organizarse en sindicatos y realizar importantes huelgas. Resume la aportaci?n de Madero en la cuesti?n obrera, diciendo que con ?l surge el "paternalismo gubernamental".

El autor se?ala la paradoja de que fue precisamente en el momento en que la oposici?n hab?a disminuido y el gobierno mostraba mayor fuerza y actividad cuando los resentidos Reyes,

D?az Mondrag?n y Huerta derrocaron a Madero, con la colabo raci?n de Henry Lane Wilson. El juicio de Cumberland sobre Madero consiste en considerarlo como incapaz para crear y mantener "un r?gimen democr?tico fuerte, capaz de efectuar reformas". Reconoce que su debilidad

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radic? desde un principio en la falta de una victoria completa "sobre los protagonistas de la idea porfirista", cuyas acciones, aunadas a las de algunos ex maderistas, hicieron que el gobierno se viera "enfrentado constantemente a situaciones de emergencia". Despu?s de haber pasado revista a los temas que el autor des arrolla en su obra se puede concluir que su m?rito principal, a pesar de sus limitaciones, es el de haber hecho una historia pol? tica del maderismo sin desatender asunto alguno de capital im portancia, y en la que predomina el juicio equilibrado. Aunque carece de consulta de fuentes manuscritas, que no primarias, y como por ser obra pionera no pudo apoyarse en monograf?as que le aclararan asuntos m?s concretos, es, sin duda alguna y muy justamente, obra cl?sica sobre nuestro per?odo revolucionario.

La segunda parte de la obra de Cumberland, Los a?os cons*

titucionalistas, fue publicada despu?s de la muerte del autor, acae cida en 1970. Cumberland dedic? la mayor parte de los a?os com prendidos entre 1952 y 1968 a relizar la investigaci?n, gastando lo ?ltimo de su vida en la redacci?n, que desgraciadamente no

pudo concluir. Para que la obra fuera publicada, David Bailey

redact? el ?ltimo tercio del cap?tulo 10, a?adi? informaci?n sobre Zapata y compuso introducci?n y pr?logo, adem?s de hacer "cam bios menores" a todo lo largo de la obra. Esto, obviamente, difi culta la rese?a, pues impide personalizar las observaciones, aun que, m?s por justicia que como homenaje, demos la responsabilidad a Cumberland.

En el primer cap?tulo retoma Cumberland la problem?tica de

su obra sobre Madero, precisando ahora que la oposici?n a Ma

dero provino de los grandes hacendados, de la oficialidad del ej?r cito federal, de los industriales y los financieros y de los inver sionistas extranjeros. Inicia realmente el an?lisis de la revoluci?n constitucionalista al tratar la actitud que Carranza guard? frente al cuartelazo de Huerta. Cumberland se hace eco de la discusi?n historiogr?fica ?con muchos visos de pol?tica? acerca del probable entendimiento entre Carranza y Huerta. Llama "inconsistencias" a incidentes que, desde nuestro punto de vista, no fueron m?s qu? formas de ganar tiempo y mejorar as? las condiciones para el inicio del enfrentamiento. El autor describe despu?s los primeros hechos pol?tico-militares en Sonora, Chihuahua y Durango, sin pasar de lado la "modesta" actitud rebelde en Tamaulipas, Nuevo Le?n, Zacatecas, Jalisco y This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:50:35 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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Michoac?n. A tres meses de lucha, los federales acumulaban de

rrotas alarmantes, al grado que Mondrag?n renunci? a la secretar?a de Guerra, sustituy?ndolo Blanquet. Cumberland narra despu?s la ef?mera reacci?n de las tropas federales en Chihuahua, y principalmente en Coahuila. Describe c?mo los revolucionarios

lograron el control de la regi?n norte del pa?s e iniciaron su

avance al sur, asegurando que la derrota de los federales se debi? m?s "a sus propios errores" que al "genio" de los revolucionarios, demeritando ?injustamente? la labor de ?stos. En cuanto al aspecto pol?tico, dice que Huerta requer?a man tener la confianza de sus probables aliados y pacificar al pa?s.

Aunque Cumberland acepta que no todos los actos de Huerta

fueron dictatoriales ?o que al menos iban revestidos de otra for ma? asegura que sus intentos de reforma fueron espurios. Detalla c?mo fue relegando a F?lix D?az y c?mo fue conformado un ga binete m?s a su gusto y un cuerpo de gobernadores que le fuera incondicional. Describe su enfrentamiento con la c?mara de dipu*

tados por las elecciones para poder ejecutivo y legislativo que

tuvieron lugar bajo su- gobierno. Huerta fue declarado vencedor en las elecciones para el poder ejecutivo a pesar de la oposici?n de algunos grupos de diputados. En una comparaci?n poco acer tada, Cumberland afirma que los m?todos de Carranza "no ten?an

menos crudeza" que los de Huerta; eso s?, acepta que antes de

finalizar 1913 Carranza ten?a un gobierno que actuaba en la zona controlada por los revolucionarios con "relativa eficiencia". Insis

te en que ambos gobernaban por decreto y apoyados por los militares; s?lo que el poder de Huerta iba en declive, mientras que el de Carranza aumentaba, pues contaba con amplios grupos de apoyo. Cumberland pone atenci?n a la postura internacional ante el gobierno huertista. En contra del argumento de que el no reco

nocimiento de Wilson a Huerta se deb?a a consideraciones de tipo

moral, el autor da argumentos para pensar que se deb?a a que los mayores intereses norteamericanos se encontraban en la regi?n norte del pa?s, zona controlada por los revolucionarios. A fuerza de describir con profundidad la intrincada pol?tica internacional,

creemos que sobrevalora su importancia en el desarrollo de la

revoluci?n. En un ordenamiento tem?tico-cronol?gico de su material, Cum berland pasa despu?s a describir el derrumbe militar del huertis

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mo. Sobresale en este cap?tulo su equilibrado juicio, pues al me

nos se?ala los hechos de armas y la importancia de la campa?a de las fuerzas de Pablo Gonz?lez. Hace ver que Carranza ten?a raz?n al obligar a Villa a que antes de seguir rumbo al sur (a

Zacatecas) emprendiera campa?a contra Saltillo, donde se hab?an concentrado los federales que quedaban en el norte ?sobrevivien

tes de las batallas de San Pedro y Monterrey? adem?s de los

que hab?an abandonado Piedras Negras y Nuevo Laredo. Asimis

mo, sit?a en su justo valor la campa?a de Obreg?n en el occi dente al decir que ninguno de los combates implic? gran n?mero de hombres y que nunca retuvo las ciudades norte?as m?s impor tantes. Su valor radica en que prepar? el asalto final, desde el

occidente, sobre el M?xico central, aunque a esto deba contra

ponerse el que Huerta no realiz? mayores esfuerzos para enfren tarlo, salvo en Orend?in y Guadalajara.

Al describir la pugna entre Carranza y Villa, que coincide

con el triunfo sobre el gobierno usurpador, se?ala Cumberland que Carranza se encontraba posibilitado para postergar las elec ciones, pues seg?n el plan de Guadalupe ?stas se har?an en cuanto la paz fuera "consolidada". Seg?n el pacto de Torre?n, Carranza

deb?a llamar a una convenci?n, cuyo objeto ser?a "discutir y determinar la fecha" en que se celebrar?an tales elecciones. A

partir del desarrollo de la convenci?n y de la actitud que hacia ella guardaron carrancistas y villistas, se explica el enfrentamiento entre ?stos. El autor toma partido por Carranza y refuta, uno por uno, los cargos con los que Villa justific? el rompimiento; asegura que la convenci?n result? "un fracaso colosal". Cumberland se

?ala que Carranza nunca acept? el car?cter soberano de la con

venci?n, sino que s?lo la consideraba una junta para alcanzar la paz, en lo que tambi?n fracas? porque Villa rompi? los acuerdos militares de la misma. Detalla los errores militares de Villa y las numerosas divisiones entre los convencionistas. En cambio, hace ver c?mo Carranza fue el estratega militar en la lucha contra Villa, pues Obreg?n pensaba en hacer una campa?a costera hasta que el primer jefe lo inst? a que fuera por el centro del pa?s. Destaca tambi?n las victorias de Gonz?lez y Di?guez sobre Urbina y Fierro, respectivamente, en El ?bano y Jalisco, tras las que quedaron muy vulnerables los flancos de Villa, sin otra alterna tiva que volver al norte, empujado por Obreg?n. ?ste no se dej? preocupar por la supuesta amenaza de los Zapatistas en la reta

guardia, quienes se dedicaron m?s bien a "darle vuelo al juego

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de construir un gobierno que tocar?a a su fin, inevitablemente, cuando Villa alcanzara el suyo". Cumberland es un cr?tico severo

del gobierno convencionista, al que considera una "nulidad po

l?tica"; m?s a?n, desmiente al estudioso norteamericano Robert Quirk al asegurar que la convenci?n no influy? en el "desarrollo posterior del gobierno o las instituciones". Probablemente uno de los mayores logros de Cumberland ra dica en apuntar que la constituci?n de 1917 no es el producto de la ideolog?a radicalizante de los diputados constituyentes. Seg?n ?l, la constituci?n fue producto de "la sedimentaci?n de muchas acciones y decisiones pragm?ticas de un per?odo de cuatro a?os", refiri?ndose con esto a las leyes y decretos del per?odo precons tituriohal. As?, la paternidad de la constituci?n recae, obviamente, en Carranza y su grupo. Afirma que comenzaron entonces a modi ficarse la tenencia de la tierra, la situaci?n del trabajador y las relaciones entre la iglesia y el estado, se desarroll? la xenofobia y comenzaron a variar algunas costumbres de la vida pol?tica. El autor anota que entre los constitucionalistas hab?a las m?s varia das posiciones frente a estos problemas, que habr?an de mani festarse despu?s durante el congreso constituyente. Asegura que, exactamente al contrario de Madero, los constitucionalistas "no tra?an consigo nuevas ideas relativas al sistema pol?tico", pero s?

para la cuesti?n socioecon?mica. Cumberland opina que "desde

sus primeros meses el movimiento constitucionalista se caracteriz?

por la decisi?n de cambiar la estructura b?sica de la sociedad mexicana". Para Cumberland, el retraso en la instauraci?n del r?gimen constitucional no s?lo se debi? a la falta de paz en el pa?s, sino

tambi?n al deseo de Carranza de realizar y allanar el camino

a ulteriores reformas ?en clara emulaci?n a la ?poca de la refor ma. Consideramos que hace un gran se?alamiento al advertir que, ni carrancista ni obregonista, el constituyente "era una asamblea de hombres independientes". Sin llevar a sus ?ltimas consecuen cias esta observaci?n, y en contradicci?n incluso con otros se?ala mientos suyos, cae finalmente en los juicios m?s comunes de la historiograf?a sobre la revoluci?n. Por ejemplo, da al congreso

una supuesta hegemon?a obregonista, y se esfuerza por hacer

ver como su resultado la promulgaci?n de los art?culos m?s radi cales. Aqu? comete el error de considerar obregonista a gente

que no lo era ?como M?gica, en todo caso independiente. Ade

m?s, por la misma informaci?n que suministra, resulta evidente

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que los art?culos 27 y 123 se deben a Pastor Rouaix, lo que ir?a m?s de acuerdo con su hip?tesis sobre la influencia del periodo preconstitucional en materia legislativa. Aunque el mismo autor no se haya percatado de sus alcances, abre una nueva imagen del congreso constituyente, en el cual percibe, a pesar de las bander?as pol?ticas de sus miembros, "una notable coincidencia de anhelos y aspiraciones entre los delegados". Probablemente la mayor deficiencia de la obra radica en que, si bien da una coherente descripci?n de los conflictos entre M? xico y Estados Unidos durante esos a?os, pasa por alto a la expe dici?n punitiva. As? fuera que al morir a?n no hubiese redactado lo concerniente a este tema, el editor, David Bailey, debi? haberlo

tratado. Lo cierto es que en la obra publicada se menciona la expedici?n punitiva tan s?lo en dos breves notas de pie de

p?gina. Lejos est? Cumberland de ser el apologista de la pol?tica norteamericana hacia M?xico, pues su postura es claramente mo derada y en algunos aspectos hasta cr?tica de su gobierno, como en lo relativo a la invasi?n de Veracruz, que estudia suficiente

mente. As?, dada la manera en que trata los problemas que en frentaron ambos pa?ses durante tales a?os, resulta inexplicable la ausencia del caso Columbus.

La obra concluye con la revisi?n de los tres a?os del gobierno constitucional de Carranza. Sobre ?ste, su juicio resulta desfavo rable: ve a Carranza como dictador, poco dispuesto a realizar re formas, principalmente en los aspectos agrario y obrero; respecto al petr?leo y la guerra mundial, elogia su postura nacionalista, aunque insistiendo siempre en que las circunstancias se lo facili

taron. Su derrota por los aguaprietistas la achaca a un "error

de c?lculo". Es evidente que Cumberland pensaba seguir investi gando las consecuencias fundamentales de la revuelta de los sono renses, pues concluye esta obra con una menci?n, excesivamente lac?nica, de lo sucedido en Tlaxcalaltongo. Para finalizar, consideramos conveniente se?alar las observa ciones que nos parecen m?s atinadas, as? como algunas otras defi ciencias notables. Entre las primeras, destaca la insistencia de Cumberland en la actuaci?n militar de los orozquistas como alia dos de Huerta contra la revoluci?n constitucionalista, y la expli caci?n del distanciamiento entre Carranza y Lucio Blanco, no por el reparto que ?ste hizo de la hacienda de Borregos, sino porque dada su enemistad con Jes?s Agust?n Castro fue colocado como subordinado de Pablo Gonz?lez. Entre las segundas, est? el juicio

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de este ?ltimo como militar, pues Cumberland sigue la corriente historiogr?fica tradicional al criticarlo en lugar de hacer una justa

evaluaci?n. Tambi?n es una deficiencia el que no trata al zapa tismo por considerarlo marginal al movimiento revolucionario "cen

tral". Lo menciona s?lo cuando es necesario para "redondear la historia principal", bas?ndose ?nicamente y de manera nada cr? tica en la obra de Womack. Adem?s, en Cumberland se advierte el error m?s com?n en los norteamericanos estudiosos de nuestra revoluci?n: sobrevaloran lo relativo a la zona norte del pa?s, tal vez porque all? se concentraban sus intereses; adem?s, utilizan los documentos del Departamento de Estado norteamericano como fuente principal sin advertir muchas veces que, adem?s de su par cialidad, por lo general no son "fuentes primarias", pues provie nen m?s de observadores que de actores. La edici?n de Los a?os constitucionalistas de Cumberland, en el buen espa?ol de H?ctor Aguilar Cam?n, nos permite conocer completa la que puede ser considerada la mejor historia general

de la revoluci?n mexicana. Le llev? dos vol?menes al autor y

poco m?s de sus ?ltimos veinte a?os de vida. La edici?n en nues

tro idioma de dichos vol?menes result? un poco curiosa, pero

afortunadamente se hizo, con lo que queda f?cilmente consulta

ble la que es, sin duda, como antes dijimos, la primera entre

las historias generales de la revoluci?n, y que, a su vez, debe ser la

?ltima. La obra es cl?sica en su g?nero; ?ste debe ya dejarse a un lado para intentar nuevas formas de historiar a la revoluci?n

mexicana.

Javier Garoawego El Colegio de M?xico

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OTROS ART?CULOS DE HISTORIA MEXICANA de inter?s para la historia contempor?nea de M?xico

EN EL N?MERO 28: Harry Bernstein: Marxismo en M?xico ? 1917-1925, pp. 497-516. Ce?ida a las fechas indicadas, la historia del apogeo y decadencia del marxismo en M?xico es breve y a ello contribuyo la resonancia propia de los postulados de la revoluci?n.

EN EL N?MERO 38 (agotado): Frank Tannenbaum: L?zaro C?rdenas, pp. 332-341. Semblanza ilustrada con an?cdotas y hechos que comprueban lo justo

de su popularidad.

EN EL N?MERO 62: Albert L. Michaels: El nacionalismo conservador mexicano. Desde la Re voluci?n hasta 1940, pp. 213-238. Las ra?ces del conservatismo mexicano se nutren de la tradici?n cat? lica colonial que sobrevive a la revoluci?n de 1910, para transformarse

en un nacionalismo cat?lico que adquiere su expresi?n m?s combativa con el "sinarquismo" hasta desembocar en una especie de tercera posi ci?n conciliadora, un nacionalismo "termidoriano".

EN EL N?MERO 69: Albert Michaels: C?rdenas y la lucha por la independencia econ?mica de M?xico, pp. 56-78.

Examen de la pol?tica cardenista para lograr el control de los recur sos econ?micos nacionales, cristalizada en la expropiaci?n petrolera.

Ef? EL N?MERO 78 (pr?ximo a agotarse) : James J. Horn: El embajador Sheffield contra el presidente Calles, pp. 265-284.

Origen y desarrollo del conflicto surgido durante la administraci?n

Coolidge (1925) ante la presunta estricta aplicaci?n de la constituci?n de 1917 por parte del gobierno del presidente Calles en lo relativo a los derechos adquiridos por extranjeros, americanos en este caso. El emba jador James Rockwell Sheffield tuvo destacada participaci?n, inclinada

a la adopci?n de una actitud r?gida hacia M?xico.

TAMBI?N EN EL N?MERO 78: Heather Fowler: Or?genes laborales de la organizaci?n campesina en Veracruz, pp. 235-264.

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Con fisonom?a propia y distinta el movimiento agrario veracruzano

brot? una vez vencida la etapa m?s violenta de la revoluci?n, susten

tado por una organizaci?n campesina activa y poderosa, La Liga de Co munidades Agrarias y Sindicatos Campesinos, cuya labor pol?tica se ana

liza en detalle.

EN EL N?MERO 85: Heather Fowler: Los or?genes de las organizaciones campesinas en Ve racruz. Raices pol?ticas y sociales, pp. 52-76.

Se ofrecen interesantes aspectos de la organizaci?n de la "Liga de Comunidades Agrarias del Estado", desde su fundaci?n en 1923, hasta

su desaparici?n en la d?cada 1930-40, destac?ndose la labor de sus prin cipales organizadores: ?rsulo Galv?n, Manuel Almanza y Adalberto Te

jeda.

EN EL MISMO N?MERO 85: John A. Britton: Mois?s S?enz, nacionalista mexicano, pp. 77-97.

Destacan las ideas nacionalistas de S?enz y su aplicaci?n en la rea lidad educativa del ind?gena mexicano, obra a la que dedic? su mayor empe?o de 1924 a 1933. Adqui?ralos en la librer?a de El Colegio de M?xico o solic?telos a su

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