Presencia africana y afrodescendiente en el Estado de Oaxaca en el marco del Decenio
Internacional de las Personas
Afrodescendientes (2015-2024)
Maira Cristina Córdova A.
Los niños de enero de Safia Elhillo
Araceli Mancilla
El pan a secas
Mohamed Chukri
Afromexicanos.
El punto de equilibrio
Fernando Gálvez de Aguinaga
Carta de Arthur Rimbaud desde Harar, Etiopía, a su familia 6 de mayo de 1883
Fragmentos del Magreb
Guillermo de la Mora Irigoyen
Su cocinero, su perro.
El África de Karen Blixen.
Ngũgĩ wa Thiong’o
Conmemoración doble: 30 años del genocidio y 30 años del poder de Paul Kagamé
Emmanuel Goujon
África. Ruanda. Etiopía
René Bustamante
Como señala críticamente el antropólogo René Bustamante en uno de los artículos de esta gaceta, pensar en África es pensar en una inmensidad geográfica y humana. Un libro, una antología o una revista apenas pueden abarcar unos cuantos puntos de su significado. Sin embargo, nunca está de más dedicar reflexiones en torno a ese continente tan extraordinario como explotado.
En diálogo con el fotógrafo oaxaqueño Alberto Ibáñez pensamos hacer, en algún momento, un número que estuviese ilustrado por sus imágenes tomadas en Ruanda y Etiopia. Conforme se realizó la selección de imágenes e invitamos a colaboradores a escribir textos sobre un tema, una obra o un escritor africano, comprendimos que hay algo más allá de lo biológico que nos une con esa lejana región. Todos en Oaxaca, en México, poseemos una relación íntima con África, y de una y otra manera este tema resurge en el arte, en la memoria colectiva, en la historia social.
Ya que esta gaceta tiene como función invitar a los lectores de la Ciudad de Oaxaca a acercarse a diversos puntos de vista en torno a un mismo tema, imaginamos que esta suma de ideas sobre África será una pequeña puerta para volver la mirada sobre escritores, momentos y libros, y que en otros números seguiremos completando esta visión, sin jamás agotarla.
EL EDITOR
La Telaraña es una gaceta publicada por el Centro Cultural La Telaraña. Octubre 2024.
Dirección: Lucio Santiago López
Edición: Guillermo Santos
Diseño: Axel Alarzón
Fotografía: Alberto “El Negro” Ibáñez
Las opiniones publicadas son responsabilidad de quien las emite.
telaranaespaciocultural@gmail.com
centroculturallatelarana.wordpress.com
Espacio Cultural La Telaraña
Rodesia: entre el imperio y el Nobel
~ Humberto Bezares Arango
En 1892 apareció en las páginas de la revista de sátira política Punch de Londres una pieza del cartonista (cartoonist) inglés Edward Sambourne, en la que conjuga coyuntura e ingenio para denunciar uno de los episodios de mayor desmesura (hubris) del imperialismo británico. Titulada “El Coloso de Rodas” (The Rhodes Colossus), la imagen retrata al más grande de los imperialistas, supremacista blanco, magnate de los diamantes y primer ministro de la Colonia Británica del Cabo, Cecil Rhodes. Su figura colosal planta un pie sobre Sudáfrica y el otro sobre Egipto, con los brazos abiertos y un hilo de telégrafo cruzando por sus manos.
La obra hace alusión a la intención de Rhodes de construir una línea ferroviaria y de telégrafo que conectara la Ciudad del Cabo con El Cairo, cruzando por los territorios que animosamente él mismo se afanó en anexar al imperio británico. La misión de unir los dos polos de África comenzó al norte de Sudáfrica, de donde fueron expulsadas o sometidas las tribus nativas para dar paso al territorio que desde 1890 y hasta 1980 llevó en el nombre el recuerdo de su fundador: Rodesia, paraíso del extractivismo minero y agricultura de exportación, ambos “subsidiados” por una mano de obra ridículamente barata, indistinguible de la esclavitud. Capitalismo en su fase superior.
La “filosofía” de Rhodes quedó condensada en la frase: “la expansión lo es todo […] las estrellas, esos vastos mundos que nunca podremos alcanzar. Anexaría los planetas si pudiera”. Fue el más ferviente partidario del imperialismo a cuya causa, según su propio relato, se adhirió después de escuchar una arenga nacionalista de John Ruskin. El suyo era, por así decir, un imperialismo “místico”. Pero la fe no bastó para su cruzada. El proyecto del tren transafricano se vio frustrado tanto por las enormes dificultades geográficas y políticas de la región como por la precaria salud de Rhodes, quien cayó fulminado por un paro cardiaco en 1902 a la edad de 48 años.
Doce años más tarde llegó a la infame Rodesia una pequeña niña de seis años llamada Doris May Tayler, mejor conocida hoy en día como Doris Lessing. Hija de un oficial del ejército británico atraído a las colonias por las promesas del african dream de Rhodes, Lessing creció en una granja que se alzaba en lo alto de una colina, asediada por aves rapaces, gatos salvajes y serpientes cuyos escupitajos constituían una constante amenaza de ceguera. Colinas rojas requemadas por el sol en las que crecen desmesurados hormigueros, hogar de manchas negras que podían devorar hasta los huesos a un pequeño antílope en cuestión de minutos.
Pero no era la cercanía de la muerte, ni “el modo en que la grandeza del silencio en África, bajo el sol antiguo, se vuelve más densa”, lo que más inquietaba a la joven Lessing, sino la sociedad colonial misma, que expoliaba la tierra y mancillaba la dignidad de sus verdaderos dueños, con su cobre manchado de sangre y campos de tabaco dotados de barracones en los que se apiñaban trabajadores nativos, condenados a vagar y ser extranje-
ros en su propia tierra en busca de unos míseros peniques.
De tal sociedad huyó Lessing en 1949 con destino a Inglaterra, a la edad de 30 años. “No podría recordar ningún momento de mi vida en el que no deseara yo ir a Inglaterra”, escribe Lessing en Made in England (1960). En efecto, su producción literaria tiene el sello “hecho en Inglaterra”, pero su sensibilidad artística quedó marcada por esos años de confuso apartheid, de aldeas nativas difusas e internados católicos. Algunas de sus obras son un intento por comprender esa anomalía histórica llamada “colonia”, la inferiorización que reclama para el victimario la gratitud de la víctima.
Tal es el caso de su primera novela, Canta la Hierba (1950), en la que conjuga una mirada crítica sobre la situación colonial —donde la multa por matar a un nativo se fijaba en 30 libras— con trazos de una experiencia familiar marcada por una madre frustrada en sus sueños de refinamiento y esplendor colonial, condenada al aislamiento de una granja improductiva. La novela abre con la noticia del asesinato de una mujer blanca a manos de
su sirviente negro y la reacción que produjo: “gentes de todo el país debieron leer la noticia y su titular sensacionalista sintiendo un arrebato de cólera y algo parecido a la satisfacción, como si vieran confirmado un convencimiento, como si se tratara de algo que ya era de esperar. Esto es lo que sienten los blancos cuando los nativos roban, asesinan o violan”. Psicología del opresor que, desde Cecil Rhodes hasta Donald Trump, proyecta su odio sobre el oprimido para justificar la dominación.
También en sus Relatos Africanos (1965) aborda Lessing la tarea de dar voz a la irreal condición de las colonias británicas, incapaz de penetrar la psicología de los nativos, pero más alienada aún por el paternal desprecio de los colonizadores blancos. Cuentos como “El pequeño Tembi” relatan la complejidad de las relaciones entre colonos y nativos, cuya cercanía en un marco moral de apartheid podía detonar intrigas y malentendidos entre dos mundos que nunca podrían coexistir. Otros relatos como “El viejo jefe Mshlanga” o “La brujería no se vende” dan cuenta de una tenue pero muy digna resistencia nativa frente al despojo y el
desplazamiento; los estertores de una cultura arrollada por los sueños imperiales de un místico. Hay otros relatos en los que domina una mirada, por así decir, más epicúrea. “El sol entre los pies”, por ejemplo, es una postal viva, cotidiana mas no banal, de la vasta y árida llanura: sus personajes son escarabajos peloteros que, como Sísifos acorazados, suben y bajan la pendiente tras su redondo tesoro de estiércol. En 2007 Doris Lessing fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura por una obra profusa en la que los escenarios y pasiones africanas guardan un lugar especial. Una reivindicación mínima de esa tierra que hoy lleva el nombre de Zimbabue, sin que por ello haya cesado su sufrimiento. Desde 2015, en contraste, un movimiento estudiantil abanderado bajo el eslogan “Rhodes must Fall” ha presionado al Oriel College de la Universidad de Oxford para retirar de su fachada la estatua del infame “Napoleón del Cabo”, quien, como toda mala conciencia capitalista, fue un filántropo constructor de universidades. La fama de Lessing y la infamia de Rhodes, dos versiones de Rodesia: un país que ya no es, ni nunca debió ser.
~ Chinua Achebe (Nigeria, 1913- EUA, 2003)
Todo se desmorona
LLos misioneros pasaron las primeras cuatro o cinco noches en la plaza del mercado y por la mañana iban a la aldea a predicar el evangelio. Preguntaron por el rey de la aldea y les dijeron que allí no había rey.
—Tenemos hombres de alto rango y los jefes de los sacerdotes y los ancianos —les dijeron. No fue nada fácil reunir a los hombres con títulos y a los ancianos después del revuelo del primer día. Pero los misioneros perseveraron y al final los dirigentes de Mbanta les recibieron. Les pidieron un terreno para construir su iglesia.
Todos los clanes y aldeas tenían un «bosque maligno». Se enterraba en él a los que morían de enfermedades verdaderamente malignas, como la lepra y la viruela. Era también el basurero de los potentes fetiches de los grandes hechiceros cuando morían. Un «bosque maligno» estaba, pues, poblado de fuerzas siniestras y de poderes de las tinieblas. Y fue uno de estos bosques el que los notables de Mbanta dieron a los misioneros. No les querían en realidad en su clan y por eso les hicieron esa oferta, una oferta que nadie en su sano juicio aceptaría.
—Quieren un terreno para construir su santuario —dijo Uchendu a sus compañeros cuando discutieron el asunto—. Les daremos un terreno. Hizo una pausa y se produjo un murmullo de sorpresa y discrepancia.
—Les daremos una parte del Bosque Maligno. Alardean de vencer a la muerte. Pues les daremos un campo de batalla real en el que demuestren su victoria.
Se rieron todos y aprobaron la propuesta y avisaron a los misioneros, a los que habían pedido que les dejaran un rato solos para poder «cuchichear entre ellos». Les ofrecieron todo el terreno del Bosque Maligno que quisieran. Y se quedaron absolutamente asombrados cuando los misioneros les dieron las gracias y se pusieron a cantar.
—No comprenden —comentaron algunos ancianos—, pero ya comprenderán cuando vayan a su terreno mañana por la mañana. Y se dispersaron.
A la mañana siguiente, aquellos locos empezaron realmente a despejar una parte del bosque y a construir su casa. Los habitantes de Mbanta esperaban que estuvieran todos muertos en cuatro días. Pasó el primer día y el segundo y el tercero y el cuarto y no murió ninguno. Estaban todos desconcertados. Y luego se supo que el fetiche del hombre blanco tenía un poder increíble. Se decía que llevaba cristales en los ojos para poder ver a los espíritus malignos y hablar con ellos. Poco después consiguió los tres primeros conversos.
Aunque a Nwoye le había atraído la nueva fe desde el primer día, lo mantuvo en secreto. No se atrevía a acercarse demasiado a los misioneros por miedo a su padre. Pero siempre que iban a predicar al aire libre a la plaza del mercado o al campo de la aldea, allí estaba él. Y empezaba a conocer ya algunas de las historias sencillas que contaban.
—Hemos construido ya una iglesia —explicó el señor Kiaga, el intérprete, que estaba al cargo de la congregación infantil.
El blanco había vuelto a Umuofia, donde había construido su sede central y desde donde hacía visitas regulares a Mbanta, a la congregación del señor Kiaga.
—Hemos construido ya una iglesia —repitió el señor Kiaga— y queremos que vayáis todos cada séptimo día a adorar al verdadero Dios. El domingo siguiente, Nwoye pasó una y otra vez por delante del pequeño edificio de tierra roja y paja sin reunir valor suficiente para entrar. Oía la voz del canto, que era fuerte y segura aunque solo fuese de un puñado de hombres. La iglesia se alzaba en un claro circular que parecía la boca abierta del Bosque Maligno. ¿Estaría esperando para cerrar los dientes? Nwoye pasó varias veces por delante de la iglesia y luego volvió a casa. La gente de Mbanta sabía muy bien que sus dioses y sus antepasados eran a veces pacientes y permitían intencionadamente a un hombre seguir desafiándoles. Pero hasta en esos casos establecían un límite de siete semanas de mercado o veintiocho días. Pasado ese límite no se permitía seguir a ningún hombre. Así que cuando ya estaban a punto de cumplirse siete semanas desde que los atrevidos misioneros habían construido la iglesia en el Bosque Maligno aumentó la expectación en la aldea. Estaban todos tan seguros del destino que aguardaba a aquellos hombres que uno o dos conversos consideraron prudente retirar su apoyo a la nueva fe.
Por fin llegó el día en que todos los misioneros deberían haber muerto. Pero aún estaban vivos, construyendo una casa nueva de tierra roja y techo de paja para su maestro, el señor Kiaga. Esa semana consiguieron un puñado de conversos más.
Y tuvieron por primera vez una mujer. Se llamaba Nneka, la esposa de Amadi, que era un labrador acomodado. Estaba encinta de muchos meses. Nneka había estado encinta ya cuatro veces y había tenido cuatro partos. Y las cuatro veces había dado a luz gemelos, a los que se había tirado inmediatamente. Su marido y la familia de este habían empezado ya a mostrarse muy críticos con una mujer como aquella y no les extrañó demasiado cuando descubrieron que había huido para unirse a los cristianos. Era una suerte quitársela de encima.
Presencia africana y afrodescendiente en el Estado de Oaxaca en el marco del Decenio Internacional de las Personas Afrodescendientes (2015-2024)
~ Maira Cristina Córdova A.
La presencia de la población africana en México ocurrió desde el siglo xvi. Los primeros españoles estuvieron acompañados por africanos en condición libre y esclavizada en el proceso de la conquista. A medida que la ocupación de los españoles avanzó, la Corona española concedió permisos a particulares para que viajaran con sus esclavizados. Sin embargo, tras el declive demográfico de la población originaria, se demandó mano de obra que cumpliera con el trabajo en las empresas emergentes. Por tanto, se dio inicio a la introducción de africanos esclavizados por medio de licencias a particulares y después a compañías navieras. El comercio y esclavización de personas procedentes de África Central y Occidental fue consecuencia de la venta o intercambio de cautivos de guerra que eran producto de los conflictos entre diversos reinos, así como castigos impuestos y la venta propia debido a la insolvencia para el pago de deudas. Sin embargo, también se sabe que algunos africanos fueron capturados de manera individual o colectiva. Una vez hechos prisioneros, caminaban hacia
las costas, en donde los barcos esclavistas esperaban “su cargamento”. Por tanto, la esclavitud fue posible gracias a la contribución de algunos líderes africanos, europeos (españoles, portugueses, holandeses e ingleses) y la participación de la Corona española.
La travesía en el barco esclavista era larga y dependió de las rutas vigentes. Una vez que los africanos llegaban a los puertos eran examinados: se les marcaba con un hierro con las iniciales de la compañía y les daban tiempo para reponerse. En ocasiones las ventas eran en la misma factoría, y en otras, los esclavizados debían caminar hacia el lugar donde serían vendidos. De este modo, niños, niñas, mujeres y hombres procedentes de África llegaban a su destino e inmediatamente eran incorporados a actividades de diversa índole como el trabajo doméstico —en edificios públicos y religiosos, casas, conventos y hospitales— en minas, trapiches, haciendas ganaderas, entre otros.
La convivencia de los africanos con indios y españoles derivó en un mestizaje muy temprano, y solo algunos descendientes fueron esclavos. La esclavitud se heredaba por
el vientre materno, dado que se tenía certeza de quien era la madre, mas no el padre. Por tanto, los hijos e hijas de las mujeres esclavizadas adquirían la condición de la madre, aún cuando el padre fuese libre. El cautiverio podía concluir si el amo otorgaba la manumisión. Esta consistía en la elaboración una carta de libertad ante un escribano. En dicho documento se especificaban los términos en que se daba la ahorría. Es decir, si el amo otorgaba la libertad de manera gratuita o a cambio de un pago. En otros casos, ocurría por vía testamentaria. Para “socorro de su alma”, algunos dueños daban la manumisión a sus esclavizados, pero otros también podían optar por heredarlos como cualquier otro bien.
La población africana y afrodescendiente en Oaxaca ha estado presente desde el siglo xvi y persiste aún en nuestros días. En el periodo virreinal se les denominó negros, mulatos, pardos, morenos y chinos; y habitaron todo el territorio que hoy se conoce como el Estado de Oaxaca, sin embargo, en algunas regiones hubo mayor concentración, como ocurrió en la Cañada, el istmo de Tehuantepec, la Costa, Mixteca y la Ciudad de Antequera. En estos espacios, los africanos y sus descendientes trabajaron en la producción de caña de azúcar, añil y grana cochinilla. Laboraron en las haciendas ganaderas, trasladaron personas y mercancías en los carruajes y recuas que llegaban hasta el Soconusco. En la capital, trabajaron en el servicio doméstico en las casas, hospitales —como el de San Cosme y San Damián, y el de los Juaninos— construyeron la primera catedral, fueron cocheros, amas de leche, mercaderes, dueñas y dueños de negocios y mesones, entre otras actividades.
Actualmente, cuando se refieren a la población afrodescendiente en Oaxaca o México, se piensa generalmente en los habitantes de la Costa Chica, un territorio que se comparte con el Estado de Guerrero. Sin embargo, las personas afrodescendientes habitan en diferentes latitudes de Oaxaca y el país. En México quienes se han denominado “afrodescendientes” también se designan como “afromexicanos”. Hace algunas décadas desde el seno de estas comunidades se crearon organizaciones civiles que tenían el propósito de obtener el reconocimiento, visibilización y respeto a sus derechos. Esta lucha ha sido larga y no ha sido fácil; este movimiento cobró mayor fuerza a partir del año 2011 cuando la Organización de las Naciones Unidas proclamó el Año internacional de los afrodescendientes. En México, esta iniciativa fomentó la visibilidad sobre este tema en el país. 2015 fue particularmente significativo, ya que tras Encuentros de pueblos negros o afromexicanos de la Costa Chica, se incluyó una pregunta para la autoadscripción en la encuesta intercensal del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi), que más tarde se vio reflejada en el censo del 2020. Los datos recopilados revelaron que nuestra entidad cuenta con una población de 194 mil 474 personas que se autoadscriben como afromexicanas, negras o afrodescendientes, por lo cual Oaxaca se coloca en el segundo estado que concentra población de afromexicana en México. Finalmente, hay que destacar que en este a ño concluye el Decenio Internacional de las Personas Afrodescendientes (2015-2024), el cual tuvo el propósito de reconocer los aportes de la diáspora africana así como incentivar la creación de políticas públicas que reconozcan su historia, legado y protejan sus derechos humanos. Si bien en este decenio ha habido logros importantes, aún queda mucho camino por recorrer, así como conocer mucho más sobre la participación y contribución de las personas africanas y afrodescendientes en la conformación de la esfera social, cultural y económica de Nueva Espa ña y México Independiente.
Los niños de enero de Safia Elhillo
~ Araceli Mancilla Zayas
Sudán o República de Sudán es un país africano situado al sur de Egipto, territorio con el que comparte el maravilloso río Nilo. De hecho, desde el año 2011, hay dos países denominados Sudán, pues en ese año la región sur se separó conformando la República de Sudán del Sur. No es ocioso iniciar con dicha referencia geográfica tratándose de Los niños de enero, de la poeta estadunidense de origen sudanés Safia Elhillo (Maryland, 1990).
En este, su primer libro, receptor de numerosos reconocimientos, la joven escritora hace un intenso repaso de lo que significa Sudán en su vida. La relación que ella establece con la nación de sus padres y abuelos, de su familia y amigos, aun de quienes viven en los Estados Unidos y comparten sus mismos orígenes, es compleja al tratarse de su lugar raíz, pese a no haber nacido en él, y hace sentir a sus lectores que le pertenece de muchas maneras. Podría decirse que Los niños de enero (publicado en 2017 por University of Nebraska Press/Lincoln and London) es, precisamente, el conmovedor e inteligente relato de cómo se da esa pertenencia. La manera en que la poeta caracteriza el sitio donde acontecimientos cruciales para su existencia tuvieron lugar, la lleva a enfrentarse con su historia y cultura y con vivencias colectivas que afectaron a su familia y a sus más cercanos.
Al principio del libro, la misma autora nos explica que los niños de enero son la generación nacida en Sudán bajo la ocupación británica, durante la cual se determinaba el año de nacimiento de los infantes según su altura, y a todos se les asignaba como fecha de nacimiento el 1 de enero. Tal ocupación extranjera duró de 1899 a 1956. Fue así que los abuelos de la poeta se encontraron bajo la perturbadora situación de no saber cuándo nacieron. Aludir a esto para dar título a su libro ilustra la relevancia que la autora da a los acontecimientos históricos que han atravesado la vida de los suyos y la propia.
A lo largo de la lectura de sus poemas, la voz poética va nombrando sucesos, pensamientos, estableciendo diálogos, haciendo cuestionamientos; el alter ego de la poeta no es un yo aislado de su contexto ni del de los demás. Sus preocupaciones contactan con personas tanto como con lugares: Egipto, Ginebra, los Estados Unidos o Khartoum (Jartum), la ciudad de su familia en Sudán.
La forma en que Elhillo se vincula con su nación de origen es profunda y divertida. No niega el desafío que le impone, por ejemplo, la lengua árabe, equiparable a la admiración que le provoca. Para que esto sea evidente, inserta en algunos versos reflexiones sobre la pluralidad de sus significados, haciéndolos relumbrar de coherencia y sentido al utilizar palabras en escritura árabe.
Es una de varias vías por las que sus poemas se vinculan con Sudán: memoria, geografía, escritura, palabras, cuerpos. Invención. Y, ciertamente, heridas de violencia, desencuentros. La poeta mira su existencia como mujer sudanesa, musulmana, desde múltiples puntos de vista que no eluden el trauma de la migración y la separación; tampoco la conciencia de su negritud encarada con eufemismos racistas. Elhillo hace punzantes observaciones acerca de su feminidad apelando al comportamiento de las mujeres de su familia: madre, abuela, tías, primas, sin juzgar ni pontificar.
En Los niños de enero destaca el encuentro de la voz poética con un popular cantante egipcio del siglo xx : Abdel Halim Hafez. Este recurso le permite a la escritora crear un entorno discursivo que atraviesa todo el libro; también desplegar numerosas interrogantes y hacer proyección de deseos y posibilidades. Su gran capacidad de invención consigue animar lo que aparentemente ha fenecido, y reconstruirlo. La concentración intelectual de sus versos asociada a la concisión de sus poemas dan a su poesía una filosa velocidad. Safia Elhillo, a decir del escritor Kuame Dawes, prologuista de Los niños de enero, “se entiende como una africana que vive en un mundo de grandes migraciones, de movimientos culturales, un mundo en el que su cuerpo tiene que lidiar con los diversos paisajes en los que se adentra”.
El mundo está urgido de escritura vinculante, incluso si hiere con su brillantez, como hace la poesía de Elhillo, podríamos agregar.
Abdelhalim Hafez pregunta quiénes son los sudaneses
*
Árabes del Norte del Río Nilo No Genéticamente Árabes Africanos Arabizados Sobre Todo de las Tribus Nubias Adoptaron la Lengua y la Cultura Árabes Autoidentificándose [como] Árabes Los Árabes No Consideran a los Sudaneses del Norte Árabes sino Africanos que Aspiran a Cambiar Su Raza Con Frecuencia Son Tratados con Desdén Inseguros Acerca De su herencia Cultural Adoptada
de sudán/
de los negros de
/sūd/ plural de
/aswad/”negro”
:/as·mar/ adj. piel- oscura; piel-morena
:/as·ma·ra·ni/forma diminutiva de
“uno de piel morena/lo que te hace tan cruel conmigo”
Traducción: Araceli Mancilla Zayas
* [no creas que se refiere a ti no creas que se refiere a negro] [en contexto/asmarani/ significa algo más cercano a moreno] [más cerca de una chica que puede pasar un peine por su cabello]
FRAGMENTO
El pan a secas
~ Mohamed Chukri
(Marruecos, 1935-2003)
Lloro la muerte de mi tío junto con otros niños. Ya no solo lo hago cuando me pegan, o cuando pierdo algo. Ya había visto llorar a más gente. Es época de hambre en el Rif; de sequía y de guerra.
Una tarde, no pude contener mis lágrimas del hambre que tenía. Chupaba y rechupaba mis dedos. Solo vomitaba saliva. Mi madre trataba de calmarme:
—Cállate, que nos vamos a Tánger. Allí hay montañas de pan. Ya verás como no llorarás más por el pan cuando lleguemos. En Tánger la gente come hasta hartarse. Aprende de tu hermano Abde-lkader, él no llora —me decía en rifeño.
Bastaba con mirar la cara de mi hermano, pálida y con los ojos hundidos, para dejar de llorar, pero esa calma que me infundía su mirada templada no duraba mucho. Cuando llegó mi padre yo aún lloraba por el pan. Furioso, empezó a darme patadas y puñetazos.
—¡Cállate, hijo de puta! ¡Cállate! Te comerás antes a tu madre que morirte de hambre, bastardo. Me agarró y me tiró contra el suelo. Estuvo dándome patadas hasta que le dolieron los pies. Mojé mis pantalones. Marchamos a pie, rumbo al exilio. En los bordes del camino vimos muchos animales muertos. Los rondaban perros y pájaros negros. Hedor, vientres abiertos, podredumbre. Al caer la noche, acampábamos allí donde el cansancio y el hambre nos vencían. Algunos incluso enterraban a los suyos en el mismo lugar en el que caían muertos, víctimas del hambre. Cerca de nuestra tienda se podía escuchar el aullido de los lobos. Mi hermano no paraba de toser. Aterrado, le pregunté a mi madre:
—¿También él va a morir?
—No. ¿De dónde te has sacado eso?
—Mi tío ha muerto.
—Tu hermano no va a morir. Solo está enfermo.
En Tánger no vi las montañas de pan que me había prometido mi madre. También había llegado el hambre al paraíso, pero al menos allí no era tan mortífera como en el Rif.
Cuando el hambre apretaba, salía a las calles de nuestro barrio Ain Ktiwet y buscaba restos de comida entre las basuras. Vi que otro chico hacía lo mismo que yo. Iba descalzo, hecho un harapo. Tenía granos en la cabeza y en las manos.
—Prefiero las basuras de la ciudad a las de nuestro barrio. Lo que tiran los cristianos suele ser mucho mejor que lo que tiran los musulmanes —me dijo.
Cada vez me alejaba más del barrio, solo o en compañía de otros chicos. Éramos los niños de las basuras.
Un día encontré una gallina muerta; la recogí, la oculté bajo mi camisa y me fui corriendo a casa. Durante el camino la estreché fuerte contra mi pecho por miedo a perderla. Mis padres habían ido a la Medina. Encontré a mi hermano solo, tendido en un rincón, recostado sobre una almohada; respiraba con dificultad. Sus grandes ojos marchitos vigilaban la entrada. Al verme con la gallina se le abrieron de par en par, y en su pálida cara se dibujó una sonrisa. Se movía como si acabara de despertar de un desmayo. Tosía y jadeaba de alegría. Cogí un cuchillo, me volví en di-
rección a la Meca, y en voz alta exclamé: «En el nombre de Allah, el más grande». Así había visto hacerlo a los mayores. La degollé, separando la cabeza del cuerpo. Esperé a que le brotara sangre, pero nada. Ni masajeándola brotaron más que unas pocas gotas. Recuerdo que vi sacrificar un cordero en el Rif. Le pusieron un cuenco debajo del cuello para recoger la sangre. Una vez lleno, se lo dieron de beber a mi madre, que estaba enferma. Con el forcejeo, la sangre acabó derramándosele por la cara y el vestido; luego se calmó, aunque seguía mascullando palabras ininteligibles.
«¿Por qué no brota la sangre de la gallina igual que lo hizo de aquel cordero?». Ya había empezado a desplumarla cuando oí la voz de mi madre:
—¿Pero qué haces? ¿De dónde la has robado?
—La encontré. Estaba enferma, la degollé antes de que muriese. Es cierto. Si no pregúntale a Abdelkader.
—¡Estás loco! —me la arrebató furiosa—. El hombre no debe comer carroña.
Nos miramos mi hermano y yo. Compartimos la tristeza y luego aguardamos la comida con los ojos cerrados.
Afromexicanos. El punto de equilibrio
~ Fernando Gálvez de Aguinaga
Mi abuelo paterno era de Córdoba, Veracruz, y yo era un niño de apenas nueve años de edad cuando me llevó a conocer su ciudad natal y los pueblos aledaños, entre ellos el pueblo de los negros de Yanga. Recuerdo aquel viaje con un fuerte olor a café y sabor a maíz, pero también ahí tomé consciencia de lo que los pueblos afromexicanos habían aportado a nuestra nación; que eran parte indisoluble de nuestro universo cultural y que eran los más excluidos. Desde el restaurante donde desayunábamos en el centro, hasta una tostadora de café que pasábamos cuando nos encaminábamos a nuestro hospedaje, el aroma cafetero marcó aquel viaje y desde entonces en cada taza de café se reactivan en mi memoria aquellos momentos en que el viejo luminoso me fue enseñando sobre los afromexicanos en la vida y la historia de nuestro país, la literatura y nuestra propia trama familiar. Muchos detalles de aquellas charlas se han ido borrando a lo largo de las décadas, pero no así las terribles historias sobre la esclavitud de los negros en México, su irrupción en nuestro continente con la llegada de los españoles, que ya los traían desde el inicio haciendo trabajos en la panza de los barcos: un relato lleno de trabajos encadenados en las naves y luego en los campos y las minas, una historia de latigazos y compraventa de seres humanos arrancados de sus países, sus costumbres, sus culturas y sus familias, los levantamientos subsiguientes (todo eso vuelve en el aroma cafetero). De los diálogos que sostuvimos y de las rutas del paseo histórico, recuerdo como una continuación del sueño esa mañana en que salimos en su auto hablando ya no del oprobio sino de la exitosa lucha de un grupo de negros que había escapado de las fincas en las cercanías de Córdova, de la importancia de esos pueblos afros para nuestro país, de la música que llenaba de África nuestras fiestas, de la carcajada de la marimba. “Los abuelos negros —decía la voz de mi abuelo Ramón mientras conducía su Opel verde— trajeron sus culturas e
hicieron Historia, con mayúsculas, aquí, en estas tierras; escaparon de la tiranía de sus amos, conformaron bandas de cuatreros que pusieron en jaque las rutas comerciales del virreinato. Vamos a conocer la escultura que se inauguró apenas hace unos años a la entrada del pueblo, porque tampoco se les ha regalado a nivel nacional el reconocimiento de todo lo que nos han aportado al país. Vas a conocer al Yanga. El hombre merecía ese monumento, pero él hubiese dicho que era una escultura para todos los africanos que fueron traficados a nuestro país. Antes de ver el monumento y de que conozcas el primer pueblo libre de América, te voy a llevar al lugar donde Yanga trazaba sus estrategias para vencer al Imperio español, el más poderoso de su tiempo”. Dejamos el auto cerca de la carretera y nos internamos caminando por veredas campestres donde se alternaban la vegetación salvaje y los campos de cultivo, los cañaverales y las milpas. La voz de mi abuelo empezó a manar: “Hace tanto que no vengo aquí y, sin embargo, recuerdo cada lugar. Fue más o menos a tu edad que mi tío más querido, Salvador Duffoo, vino a enseñarme este rincón libertario como yo a ti te lo muestro, y aunque tienen su encanto estos traspasos generacionales de información casi secreta, lo cierto es que la historia de Yanga y estos parajes debieran ser enseñados en las escuelas de todo México: son parte de nosotros. Yo siempre he sentido que la sangre africana corre por mis venas”. Así habló mi abuelo Ramón frotándose la cabeza totalmente rapada y morena, su rostro de rasgos indígenas no me pareció nunca africano hasta ese instante en que sentí que la negritud se apoderaba de su personalidad. Yo pensaba que íbamos a encontrar un cuartel en el que se había defendido la libertad de los esclavos africanos frente a las huestes del Virrey. Me pareció escuchar un sonido metálico de un choque de espadas con machetes, pero era el muy lejano repique de una campana inventando el mito del grito independentista en medio de la nada. “Hidalgo y Morelos, con la Independencia, liberaron a los negros, no sólo a
los indígenas, acabaron con la esclavitud, pero el racismo en este país sigue siendo una prisión, una exclusión que los explotó hasta la ignominia; los fue asesinando o los mantuvo aislados en pequeños pueblos en Veracruz, Guerrero y Oaxaca. José María Morelos y Pavón era mulato y nunca nos enseñan que varios personajes de nuestra historia lo fueron, tampoco es casualidad que muchos de los héroes de la Independencia, tanto anónimos como algunas de sus cabezas destacadas fuesen negros o mulatos, pero mucho antes que Guerrero o Morelos, el Yanga había encabezado los inicios de la primer revolución de independencia, la primera que realmente triunfó en América, como después triunfaría la revolución negra de Haití antes que la mexicana”. De pronto mi abuelo se detuvo y gritó: “Ahí está la piedra del Yanga, ¡vivan los abuelos negros que liberaron a su pueblo!” Primero me quedé paralizado sin entender nada, pero emocionado por la arenga de mi abuelo ante esa roca inmensa, como una ballena petrificada en un llano.
“Un día las historias tramadas sobre esa piedra donde el Yanga trazó su reto al imperio más poderoso de su época, encontrarán poetas que las canten, novelistas que las narren, historiadores que las investiguen. Algún día, como hizo el cubano Alejo Carpentier con la revolución negra de Haití, habrá quien escriba con fuerza y dignidad las hazañas que en esta tierra realizaron la banda de negros que, con el Yanga al frente, pusieron en jaque al inmenso Imperio español hasta lograr el primer pueblo independiente dentro de la Nueva España”.
Ya estábamos junto a la inmensa roca y aunque mi mente emocionada de niño me hacía sentir la fuerza de la insurrección que ahí se había planeado muchas veces, o en muchas de sus fases, no alcanzaba a entender porqué ese paraje con ese cuerpo rocoso era tan importante. “Esta inmensa piedra pesa muchísimas toneladas, Fer, solo un gigante de leyenda o un dinosaurio podrían moverla. Sin embargo, hay un punto en que esa piedra pierde el equilibrio, y se mueve o balancea levemente, y en ese punto, con solo un dedo, con tu manita, puedes hacer que la inmensidad se descoloque. Es como el talón de Aquiles, el punto en que puedes derrotar al más fuerte de los guerreros. ¡Vamos, búscalo!”
No sé cuántas horas estuve apoyando la palma de mi mano por toda la superficie pétrea, sus manchas de liquen, unas más verdes, unas más naranjas, como si fuese la piel de un jaguar oxidado bajo el sol y la lluvia. Mi abuelo continuaba en sus historias y enseñanzas mientras yo empujaba con el deseo extremo de encontrar el punto que me parecía mágico, ese rincón secreto que me daría al mismo tiempo la fuerza de las rocas y del portentoso Yanga. “No es casualidad, querido nieto, que esta piedra de poder se encuentre a mitad de camino entre un pueblo que se llama Cuitláhuac y otro que se llama Yanga. Has de saber que Cuitláhuac es el guerrero príncipe que sucedió a Moctezuma cuando los españoles lo asesinaron durante la Conquista. Y fue Cuitláhuac quien casi derrota al ejército de Cortés. Es él quien los venció en aquella memorable batalla que la historia ha denominado como “la batalla de la Noche Triste”, en la que Cortés terminó llorado bajo aquel árbol que te fui a enseñar en la Ciudad de México. Fue Cuitláhuac quien estuvo a punto de terminar con la pesadilla que se instaló sobre los pueblos indígenas de México y si no hubiese sido por la epidemia de peste que se diseminó como una maldición por todo el territorio y que casi acaba con la población de México–Tenochtitlán,
matando al mismísimo Cuitláhuac, yo creo que hubiésemos derrotado al enemigo. Por cierto, ¿sabías que hasta de esa epidemia le echaron la culpa a un esclavo negro que venía con los españoles para transferir el odio de los indios hacia la supuesta maldición negra?”
Mientras mi abuelo hablaba yo continuaba recorriendo con empujones la piedra; me había trepado como pude a su parte alta y ahí también presionaba cada milímetro de su superficie, pero cuando la voz de mi abuelo llegó a ese punto de la maligna enfermedad, cuando comenzó a describir la isla de Tenochtitlán desbordada de cuerpos enfermos y pútridos, las manchas de liquen se volvieron pústulas, costras pestilentes sobre la piel de México. Tuve que batallar con mi propio asco y miedo. Sabía que encontrar ese milímetro hechizado era lo único que podía salvarme, salvarnos. Tenía que haber un punto de fuga.
“Los españoles fueron tan afortunados que la peste se volvió un arma química contra nuestros pueblos y el ejército del Imperio Mexica. Inmediatamente, cuando los muertos empezaron a caer en todas las poblaciones, tanto de sus enemigos como de sus aliados indígenas, lanzaron el rumor de que era una maldición por someterse a las religiones indígenas en lugar de a la cristiana, pero también se deslindaron de la enfermedad y le echaron la culpa a un esclavo negro que andaba con Cortés. De esa manera, se aseguraron de que el odio de la población de las diversas culturas indígenas se enfocara hacia los africanos y no a los blancos”. La rabia me invadía mientras escuchaba lo taimado de aquellos voraces y despiadados
conquistadores europeos. Seguí afanosamente buscando el punto de quiebre del equilibrio de la aquella descomunal criatura mineral. La roca estaba viva, sufría metamorfosis conforme mi abuelo seguía sus narraciones: ora era una bestia mitológica como ya consigné a ratos, ballena de mar, luego jaguar de selva, después la piel enferma de la patria, al final un corazón palpitante en lucha por la libertad. Dentro de ella estaba encapsulada la identidad híbrida de México, la historia del mestizaje, las voces de los tlatoanis, la audacia de los bandoleros libertarios de Yanga. Mi abuelo desapareció cuando yo estaba en lo alto, se había pegado a un costado del mineral, poniéndose en cuclillas para resguardarse del sol y su voz parecía manar de la tierra, como una planta de maíz que tuviera raíces de yuca africana.
Yo no sé cuántas horas pasaron, porque el tiempo ahí se condensaba y desdoblaba. Deben haber sido siglos los que transcurrieron hasta el momento en que ya con los pies otra vez en la tierra, ya como en una especie de trance, mientras mi abuelo narraba el llamado de los tambores registrados por Alejo Carpentier en la novela sobre la insurrección de Haití, cuando la roca se había vuelto un cuero tenso y yo repetía el tam tam de los ritmos con mis huellas dactilares y las líneas de mi vida chocando, tocando, ritmando la historia. Entonces se escuchó el tronido de una vértebra de antepasado y la descomunal piedra se movió. “Se movió, abuelo, la mole pétrea se movió”. “El Yanga había llegado a este paraje guiado por la sabiduría de un viejo indígena que le habló de este inmenso objeto mágico. Quizás él tardó semanas en encontrar lo que tú hallaste en este puñado de horas. Hijo, el Yanga pensó en ese preciso instante iluminado: si puedo mover este impresionante peso con un dedo, puedo vencer al imperio; el punto débil es precisamente este camino que lleva y trae mercancías, dinero, oro y plata, armas y cartas, muchos documentos, que ellos requieren para la supervivencia económica y política y jurídica de la Nueva España sobre los indios y los negros. Con muy poco de eso, yo y mi gente podemos vivir y resistir mucho tiempo”.
Como un mago que extrajera de su manga una fotografía imposible del héroe, cuando giré mi cara emocionada tras balancear una y otra vez la roca, con sus sonido de huesos acomodándose, mi abuelo me mostró de frente al Yanga parado, con una lanza inmensa en la mano derecha y la espada en la izquierda, con su gente de color detrás de él, ahí, en un paraje tropical que bien pudo ser este. Su fuerza era tanta y tan sólida como la de la roca. “¿Cómo es que tienes una fotografía de Yanga?” “No es foto, hijito, es el grabado de una artista afroamericana que se hizo mexicana, Elisabeth Cattlet; ella fue miembro del Taller de la Gráfica Popular, pero venía de las luchas de los negros en los Estados Unidos. Luchó por la igualdad de los negros ante la ley, para que pudieran tener educación, para que no hubiera un régimen especial en el transporte o los edificios públicos, para que pudieran acceder a trabajos y universidades libremente. Cattlet ha luchado con su arte creando imágenes para los Panteras Negras, carteles de un ejército y movimiento político como el de Yanga que sigue activo en los Estados Unidos de Norteamérica. Ella y el antropólogo Aguirre Beltrán son de los principales promotores del rescate de la historia de los pueblos afromexicanos y de la figura del Yanga”. Volví a mover por última vez la roca y salimos a visitar el pueblo del Yanga. Han pasado cuarenta y cinco años de aquella visita iniciática, pero apenas en el año 2019 se reconoció en la
Constitución Mexicana nuestra tercera raíz, a pesar de que los primeros negros llegaron con Hernán Cortés, el Estado moderno mexicano tardó cinco siglos en reconocerla. A pesar de que se sabía la historia del reconocimiento por parte del Virreinato como un pueblo libre en 1630, San Lorenzo Cerralva, hoy conocido como Yanga. Tras recorrer varios libros sobre el tema, como los de Adriana Naveda, llegué al magnífico libro El Costo de la Libertad, De San Lorenzo Cerralvo a Yanga, una historia de largo aliento, del maestro Alfredo Delgado, actual director del Museo de Antropología de Xalapa. Su investigación despeja muchos mitos y es la más completa que se haya escrito, aclarando que el Yanga llevaba muchos años de muerto cuando se fundó y emancipó el pueblo de San Lorenzo Cerralvo, pero ello no disminuye la portentosa lucha de los pueblos negros, solo nos aclara cómo tuvieron que negociar, cómo tuvieron que enfrentar su vida en un mundo al que los habían secuestrado de África sin derecho alguno, convertidos en objetos de consumo o bestias de carga y trabajo por parte de los europeos, ese mundo “civilizado”. Pero la historia da muchas vueltas, así como los grabados de Cattlet: el colectivo Subterráneos, liderado por Mario Guzmán, tapizó la Ciudad de Oaxaca de imágenes de esa insurrección de los afromexicanos, así como de la opresión que han vivido. Las calles de la Ciudad de Oaxaca en 2019 y a raíz de la modificación del artículo segundo de nuestra constitución, reconociendo nuestra raíz africana, desarrollaron estampas monumentales que pegaron en bardas y postes por toda la capital de Oaxaca y luego en otras ciudades. Mario Guzmán, por su parte, es fundador de talleres de grabado en los pueblos negros de Oaxaca y Guerrero; de ahí han surgido varios artistas muy importantes y en el año 2006, en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, se expusieron piezas de esos talleres junto con una revisión de la obra gráfica de Catlett, con la presencia nonagenaria de la artista. Poco tiempo después de esa exposición empezaría el conflicto magisterial y el levantamiento de la appo en Oaxaca, donde Mario Guzmán sería un importante articulador y activista de la Asamblea de Artistas Revolucionarios de Oaxaca, asaro, movimiento
que hizo de las calles oaxaqueñas un museo vivo de gráfica revolucionaria acompañando las movilizaciones sociales. Para la maestra Catlett, cuya obra está considerada una de las más importantes de la historia del arte afro en Norteamérica, exponer con las y los artistas jóvenes de Cuajinicuilapa, el Ciruelo y demás poblaciones que accedieron a los talleres de gráfica impulsados por Mario Guzmán y el padre Glyn Jemmott Nelson, a quien se considera el gran impulsor de ese reconocimiento en la ley. Algo que también aclara el libro de Alfredo Delgado, es cómo las insurrecciones negras fueron varias y los pueblos liberados; sucedieron tanto en Centroamérica como en lo que hoy es México. Por su parte, el cúmulo de trabajos que han aportado luces sobre la historia de los negros en México, permitieron a Carlos Ímaz Gíspert desarrollar la primer gran novela sobre el tema: Yanga, una historia de aguerridos Cimarrones libertarios en el Fondo de Cultura Económica este 2024. Quizá podríamos situar como antecedente de esa novela El Indio Costal de Gabriel Ferry, novela situada en la Independencia de México, en la que un indio y un negro se escapan de una hacienda para unirse a la revolución independentista del mulato Morelos; esta novela, si bien no trata de la negritud, la incorpora a través de varios personajes. Ferry la publicó por entregas en 1835 y el poeta Arthur Rimbaud la leyó con emoción y el mencionarla en alguna de sus cartas como un referente para su vida, hizo que André Bretón la leyera en su adolescencia, convirtiendo a México en una de las obsesiones que lo llevaron a situar a nuestra nación como el país surrealista por excelencia. Pero regresando a Ímaz, su novela está devolviendo el impulso épico a las luchas e historias de nuestros afromexicanos, más allá de las pertinencias de la objetividad y claridad histórica que nos regalan los últimos aportes de la Historia. Así, entre la historia y el arte, está un punto que mueve la piedra del tema, los derechos a la dignidad y libertad y reconocimiento de sus aportes a la nación, de los pueblos negros de México; al encontrar ese punto, todo se mueve y, paradójicamente, el desequilibrar la piedra es el hallazgo del equilibrio histórico.
Carta de Arthur Rimbaud desde Harar, Etiopía, a su familia
6 de mayo de 1883
Aquí todo el mundo quiere hacerse fotografías; llegan a ofrecer una guinea por fotografía. Todavía no estoy bien instalado, ni muy al corriente; pero pronto lo estaré y os mandaré cosas curiosas. Incluyo dos fotografías mías que tomé yo mismo. Continúo encontrándome mejor aquí que en Adén. Hay menos trabajo y mucho más aire, más vegetación, etc…
He renovado mi contrato aquí por tres años, pero me parece que la casa va a cerrar pronto, porque los beneficios no cubren los gastos. De todos modos acordamos que el día en que me despidan me indemnizarán con el sueldo de tres meses. A finales de año hará tres años que estoy metido aquí.
Isabelle** está muy equivocada negándose a casarse si se presenta alguien serio y educado, alguien con porvenir. Así es la vida, y la soledad aquí no es nada bueno. Yo siento no estar casado y no tener familia. Pero ahora ya estoy condenado a errar, ligado a una empresa alejada, y cada día pierdo un poco de aprecio por el clima, las costumbres e incluso el idioma de Europa.
¡He aquí de qué sirven tantas idas y venidas! Todos estos trabajos y aventuras entre razas extrañas, y estas penas innombrables, ¿para qué sirven si un día, dentro de algunos años, no puedo descansar en algún lugar de
mi agrado y encontrar una familia, y tener al menos un hijo a quien pueda educar como yo creo el resto de mi vida, para rodearle y darle la instrucción más completa que se pueda re cibir en esos tiempos, y verlo convertirse en un ingeniero famoso, en un hombre a quien la ciencia haga rico y poderoso? Pero, ¿cómo voy a saber lo que van a durar mis días en estas montañas? Podría desaparecer entre estas tribus sin que la noticia jamás llegase a nadie.
Me dais noticias políticas. ¡Si supieseis lo indiferente que soy a ellas! Hace más de dos años que no he cogido un periódico. Todos esos debates, actualmente, me son incomprensibles. Como los musulmanes, solo sé que lo que sucede sucede, eso es todo.
Lo único que me interesa son las noticias de casa y siempre me encanta descansar ante el cuadro de vuestro trabajo pastoral. Es una lástima que ahí sea tan frío y lúgubre durante el invierno. Aunque ahora debéis estar en primavera y el clima debe ser como el de aquí, en Harar.
Las fotografías me representan, una, de pie en una terraza de casa, y la otra de pie en un jardín de café; otra, de brazos cruzados en un jardín con bananos. Todo ha quedado blanco por culpa de las aguas que utilizo para lavarlas, que son malas. Pero de ahora en adelante lo haré mejor. Eso es sólo para que os acordéis de mi imagen y para daros una idea de los paisajes de aquí.
* Una carta de Rimbaud, dirigida a su casa en Francia, fechada el 19 y 20 de marzo, anuncia el recibo del aparato fotográfico.
** Frédérique Marie Isabelle, hermana de Arthur, nacida el 1 de junio de 1860. Tomado de Arthur Rimbaud. Cartas abisinias (1880-1891)
Fragmentos del Magreb
~ Guillermo de la Mora Irigoyen
Llegué a África en un camión que tomé desde una de las estaciones de buses de Barcelona. Casi veinte horas de camino, contando el paso del estrecho de Gibraltar por ferry. Un viaje poco recomendable en casi todos los sentidos.
Quería ver la frontera entre España y Marruecos, esos límites que dividen al mundo como cicatrices vivas. Mi hermano me acompañaba. Ya desde Murcia éramos los únicos no marroquís a bordo. *
Cuando ya no había europeos en el bus, el chofer (también magrebí) y los viajeros se relajaron. Caminaban en el pasillo tambaleándose, hablaban por teléfono con el altavoz encendido, sacaban sus viandas para comer y las compartían con quienes tenían enfrente. Reían, fumaban y discutían a gritos. Ya se sentían en casa.
Nos veían con curiosidad a mi hermano y a mí. Platicamos con varios de ellos. Ellos tomaban este transporte porque era la forma más económica de llevar enormes bultos multicolores a sus casas, después de trabajar como obreros durante temporadas en varias ciudades europeas.
Yo acababa de pasar una temporada en Barcelona, donde estudiaba una maestría en mediación de conflictos internacionales. Allí nos enseñaban historia, geopolítica, derecho e incluso algo de árabe. Había escogido la Universidad Moulay Ismail, de la ciudad de Mequinez (Marruecos), para cursar un semestre en un plantel exo-europeo. *
El ferry era una gigantesca sala de espera flotante. Allí compartimos unas cervezas con un par de gibralteños. Tenían poco más de veinte años y parecían modelos. Uno era rubio y otro moreno, ambos altos y con cuerpos atléticos. Venían de vacaciones después de certificarse como bomberos en Inglaterra. Pude entrever la importancia que tiene la isla británica en la vida de los jóvenes de ese peñón. Eran cálidos de trato y se comían las últimas letras de las palabras. Sin el debido contexto, podría haber jurado que se trataban de un par de cubanos.
*
La frontera, al bajar del ferry, era en efecto un lugar caótico y ruidoso. Filas enormes de expatriados mostrando documentos y abriendo bultos. Los policías parecían mexicanos, con sus uniformes verdes y cara de pocos amigos.
Hurtaban de sus compatriotas algunas migajas de lo que traían a cuestas.
*
Tánger es el Tijuana africano. Una ciudad que divide el mundo entre los que necesitan visa para ir a cualquier lado y aquellos que rara vez lo hacen. De los euros que se toman en todas partes del mundo a los dhirams marroquís, que carecen de valor fuera de su territorio. Por si fuera poco, el dinero marroquí tiene la cara del rey en casi todas las denominaciones, al estilo de Sadam Hussein. Dicho rostro, bastante poco agraciado, se encuentra enmarcado en la mayoría de las tiendas del país, así como en las aulas universitarias. *
En un día claro, se puede ver a España desde la costa. El clima me remitió a mi natal Guadalajara, con la ventaja de contar con costa. Un lugar de referencia para escritores: Paul Bowles, William Burroughs, Peter Orlovsky, Kerouac, Tennesse Williams y Jean Genet pasaron por aquí. Sin embargo, el papá de los pollitos literarios de estas tierras tiene por nombre Mohamed Chukri.
Chukri fue prácticamente un niño de la calle en el Tánger de los años 40. Su padre era un alcohólico violento y su madre una analfabeta sumisa. Trabajaba de lo que podía, robaba, mendigaba, se prostituía y dormía en los cementerios o en los cafés del zoco1 pequeño. *
Este escritor, rifeño de origen, tuvo varias vidas. Primero como un marginal de la sociedad y contrabandista, hasta que adolescente cayó preso. Allí fue alfabetizado por unos presos comunistas, que notaron en él habilidades para las letras. Con una carta de recomendación, fue a parar a una escuela donde en un par de años se convirtió en profesor y luego en escritor. En aquella época, en Marruecos, la mayor parte de la población era analfabeta. La vida de la calle nunca lo dejó, y en su obra describió este mundo con una naturalidad que oscila entre lo terrible y divertido. Su pluma fue mayoritariamente autobiográfica, a modo de trilogía: Pan a secas, Tiempo de errores y Rostros, amores y maldiciones.
Su vida y obra son picarescas, una suerte de Lazarillo de Tormes o Periquillo Sarniento del siglo xx . A su lado, Charles Bukowski podría parecer un junior
Chukri se convirtió en su madurez en el escritor más famoso de su país y gozó incluso de una posición económicamente holgada en sus últimas décadas. Sin embargo, la orfandad nunca lo abandonó del todo. Pasó sus últimos años en casas de descanso, que eran prácticamente centros psiquiátricos con amenidades.
*
“Mi niñez es la nube más oscura de mi vida. Nadie recompensaba mi trabajo. No era más que un niño abofeteado. Ni una sola sonrisa para mí. Vivía sin poder cambiar nada… Acabé entendiendo que una vida amarga me esperaba y lo acepté hasta que llegara el momento oportuno”. 2
“Los libros y la escritura son las dos fuentes que jamás se han agotado desde que aparecieron en mi vida. Ellos vencen al tiempo de la naturaleza y crean el tiempo de la profundidad de la creación”.3
“Recogí mi primer fruto cuando me dediqué a la lectura y a la escritura, y logré liberarme de la maldición del trabajo oficial, de los jefes engreídos y de los subordinados aduladores que lamen con sumisión las manos para ascender en el escalafón. Y preferí disfrutar y saborear su néctar en soledad, como sigo haciéndolo”. 4
Los tangerinos suelen ser parlanchines y curiosos, el lugar de donde vengas les interesa. Algunos para conversar y aprender del mundo (viajar al extranjero se ha vuelto difícil para muchos de ellos, sobre todo los jóvenes), otros para pedir una moneda en múltiples idiomas (en Marruecos existe una cepa curiosa de políglotas analfabetos), e incluso para ofrecerse de guías o su amistad. Es una ciudad no apta para introvertidos o personas que no disfrutan del contacto con extraños. Pero para esas personas ya hay muchos otros lugares en el mundo.
“La sabiduría de la vida nos acerca a la muerte deseada, pero a mí no me tienta la alfombra mágica de la muerte, porque me siento más heredero de la desgracia de la vida mortal que de la gracia de la muerte eterna”.5
*
Merodeando por la costa, encontramos el café Hafa, a mis ojos, el más bello del mundo. Se encuentra escalonado frente al mar y no tiene techo que lo refugie. Hay tantos turistas como locales, pues los costos son modestos. Cuando estuve allí, el menú consistía casi exclusivamente en té de menta, que un camarero lleva seguido por una estela de abejas excitadas por el azúcar allí contenido. Uno podía llevar su propia comida. Por las tardes vi viejos que fumaban de una pipa alargada y muy delgada llamada sebsie, en la cual queman hojarasca de mariguana. Los atardeceres y la sensación de que el tiempo pasa lenta y plácidamente son el elemento más atractivo. Pocos extranjeros se quedan más de una hora allí, pero los locales pueden pasar el día entero. El placer de la contemplación extendida es un placer olvidado en muchas culturas.
Hasta ahora, para Europa occidental ha habido al menos tres Áfricas.
La primera ha sido el África de los hombres de negocios, aunque también podríamos llamarlos “cazadores de beneficios”. Estos cazadores europeos de beneficios saben y siempre han sabido que África es una tierra sumamente productiva para sus inversiones. En la novela Eugenia Grandet, de Balzac, hay un personaje llamado Charles, a quien su miserable tío aconseja irse a los trópicos a comerciar con esclavos. Charles sigue el consejo, viaja a ultramar, hace su fortuna comerciando con seres humanos y regresa a Francia como un hombre rico, que ahora puede aspirar a un matrimonio que le permita acceder a un título nobiliario. El África de Charles es el África de los cazadores europeos de beneficios. África es una tierra fértil en materias primas y posee una abundante fuerza de trabajo. Como el Charles de Balzac, el cazador de beneficios lo sabe. No importa cuál sea el coste, en términos de vidas humanas, necesario para obtener esa fortuna que le permita vivir en palacios y concertar un buen matrimonio. El espíritu que le guía es la tasa de beneficios, y si ésta va al alza o a la baja. Cuando mira África no es para contemplar los rostros de las masas cuya pobreza, degradación y opresión son necesarias para que él aumente sus beneficios. No, lo que busca es estabilidad, sin importarle si esa estabilidad se funda sobre la sangre y la carne de millones de seres humanos. No le importa si la estabilidad se cimienta en la mutilación de las lenguas de millones de africanos para que no puedan protestar. En la Sudáfrica actual, sin ir más lejos, hay millones de trabajadores africanos oprimidos y
~ Ngũgĩ wa Thiong’o (Kenia, 1938)
silenciados de forma despiadada para que los cazadores de beneficios puedan contar sus monedas en paz y hablar luego de ayudas y préstamos del mundo «desarrollado» a los países en vías de desarrollo.
La Asociación Danesa de Bibliotecas prestaría un gran servicio a las relaciones y al entendimiento entre africanos y europeos si a través de antologías como la que nos reúne hoy aquí1 pudiera hacer que los hogares daneses fueran conscientes de que el tan elogiado desarrollo de Europa se basa en el subdesarrollo de África; que la comida y el agua que los cazadores europeos de beneficios comen y beben ha sido arrebatada de las bocas de los hambrientos y de los sedientos.
1. Bogens Verden, recopilación editada por la Danmarks Biblio teksforening (Asociación Bibliotecaria Danesa) como celebración de su séptimo aniversario.
La segunda África que ha existido para los europeos es el África de los cazadores de placer: el continente para turistas. Cuando venía a Dinamarca en avión estuve leyendo el último número de la revista de la aerolínea, Sabena Airlines, y di con un artículo sobre safaris de caza en Kenia. Para el escritor del artículo, Kenia era un territorio completamente desprovisto de seres humanos. En la revista, Kenia era un vasto paisaje lleno de animales, en el que reinaban los elefantes, los leones y los leopardos. Muchos libros sobre África son así: satisfacen el gusto de los cazadores de placer, de emoción; el gusto de los turistas.
Cuando algún ser humano aparece por casualidad entre los paisajes africanos de la literatura turística, lo hace sólo como parte del paisaje animal. Si recorréis unas cuantas bibliotecas o librerías buscando libros sobre África, encontraréis muy probablemente títulos como Lejana África, El auténtico africano y otros del mismo estilo. En las fotografías que ilustran los libros, los «auténticos africanos» aparecen casi siempre desnudos y aparecen retratados junto a animales, para demostrar su armonía con ese entorno salvaje. El cazador de placer es como un cazador de beneficios en plenas vacaciones. No quiere ver la auténtica realidad del trabajador africano que genera sus beneficios, ni enfrentarse a ella. De ahí esa pulsión literaria por ver a los africanos representados en plena lucha con la naturaleza y contra la degradación humana. Hay una tercera África, que, para mí, es la más peligrosa, y que es amada tanto por el cazador de beneficios como por el de placer: el África de la ficción europea. Podemos encontrar un excelente representante de esta África en la escritora danesa Karen Blixen, también conocida como lsak Dinesen. Karen Blixen vivió durante un tiempo en una granja en Kenia, y su experiencia en esa época constituye la base de su novela Memorias de África . Memorias de África es uno de los libros más peligrosos que se han escrito sobre África, precisamente debido a que la autora danesa tenía un talento indiscutible como escritora y narradora. El racismo en su libro es cautivador, porque se presenta, de forma muy persuasiva, como si se tratara de amor. Pero es el mismo tipo de amor que un hombre siente por un caballo o por una mascota. Blixen escribe: «Cuando atrapas el ritmo de África te das cuenta de que es el mismo que el de toda su música. Lo que aprendí con la caza en el país me fue útil con los nativos». Es decir, para la narradora, su conocimiento de los animales salvajes le ha abierto las puertas a la mente africana.
Les daré otro ejemplo, antes de finalizar mi disertación sobre esta tercera África. En el mismo libro, la autora otorga un especial protagonismo al personaje de Kamante, el cocinero de la protagonista. Pero siempre lo describe como si fuera su perro. Cito textualmente: «Kamante no tenía ni la menor idea de cómo debía saber un plato nuestro y, a despecho de su conversión y de su relación con la civilización, su corazón seguía siendo el de un kikuyu errante, enraizado en las tradiciones de su tribu y creyendo en ellas como la única manera de vivir dignamente de un ser humano. A veces probaba la comida que hacía, pero con expresión de desconfianza, como una bruja que toma un sorbo de su caldero. Seguía apegado a la mazorca de maíz de sus padres. Aquí incluso le fallaba su inteligencia y me ofrecía un manjar kikuyu —un boniato asado, o un burujo de grasa de oveja— como un perro civilizado que ha vivido mucho tiempo con personas y deja un hueso delante de ti, como regalo».
Para Karen Blixen, Kamante es comparable a un perro bien adiestrado que ha vivido mucho tiempo entre seres humanos (europeos, por supuesto). Puede argumentarse que la visión racista en Memorias de África tal vez sea accidental, que se trataba de la visión de una romántica, joven e ignorante aristócrata de una clase en decadencia. Pero en su otra novela, Sombras en la hierba, publicada en 1960, cuando Karen Blixen ya contaba con 75 años y muchos países africanos estaban consiguiendo su independencia, encontramos de nuevo la misma visión racista, incluso más acentuada aún: «Las oscuras naciones de África, sorprendentemente precoces como niños, parecían alcanzar a edades diferentes un punto muerto en su crecimiento mental. Los kikuyus, wakambas y kawirondos, gentes que trabajaban a mis órdenes en la granja, estaban en la primera infancia mucho más adelantados que los niños blancos de la misma edad, pero se estacionaban de pronto al nivel correspondiente a un niño europeo de nueve años. Los somalís habían llegado más lejos y alcanzaban la mentalidad de los muchachos de nuestra raza cuya edad oscilara entre los trece y los diecisiete» . En el mismo libro describe cómo en su vejez en Dinamarca se le aparecían africanos de su juventud en sueños. Pero lo hacían bajo forma animal: elefantes enanos, murciélagos, leopardos y chacales.
Podría citar muchos más pasajes de naturaleza similar, pero creo que los que he presentado ya bastan para ilustrar mi punto. Karen Blixen, por supuesto, tiene derecho a sostener sus puntos de vista, por muy repugnantes que sean. Pero Karen Blixen no es una persona cualquiera. Es un fenómeno europeo. Para Europa occidental, es una santa, una santa literaria, y ha sido canonizada como tal. Encarna el gran mito racista en el corazón de la civilización burguesa occidental. Se la considera una autoridad en África, y muchos jóvenes europeos y americanos se educarán con ella. Así que, al llevar a los daneses este tipo de antología en la que los escritores africanos hablan sobre sí mismos y sus condiciones, la Asociación Danesa de Bibliotecas está haciendo una gran labor para rectificar el daño hecho a África por personas como Karen Blixen, a la que podemos considerar, ni más ni menos, una auténtica portavoz de los cazadores de beneficios y los cazadores de placer.
~ Emmanuel GOUJON
Traducción: Guillermo de la Mora
Conmemoración doble: 30 años del genocidio y 30 años del poder de Paul Kagamé
Ruanda conmemora este año un doble aniversario. Hace treinta años, exactamente el 6 de abril de 1994, el último genocidio del siglo xx causó casi un millón de muertes entre los tutsis de la tierra de las Mil Colinas. Los hutus moderados también fueron masacrados. La mayoría de los asesinatos se cometieron con armas blancas: machetes, hachas, picas y garrotes. También hace 30 años, después de haber luchado militarmente contra el régimen genocida, llegó al poder el general Paul Kagamé: vicepresidente durante seis años, ostentaba ya un poder sin contrapeso. El 15 de julio de 2024 volvió a postularse para el cargo supremo sin mucho temor a perder, ya para un cuarto mandato como presidente.
Paul Kagame, presidente desde el año 2000, sigue siendo elegido con más del 90% de los votos En treinta años, Ruanda ha cambiado enormemente: se ha desarrollado económicamente y los ruandeses han reconstruido este país que una vez fue considerado como «la Suiza de África». La visión de Paul Kagamé
ha sido decisiva en este desarrollo positivo. Transformó su país en una potencia militar y económica. «El crecimiento del pib real se estabilizó en el 8,2% en 2022 y 2023, impulsado por la expansión de la industria y los servicios de parte de la oferta y el gasto del sector público por el lado de la demanda. El crecimiento del pib per cápita también se estabilizó en el 5,9% en 2022 y 2023»,1 dice el Banco Africano de Desarrollo (bad).
Ruanda es uno de los países más estables, menos corruptos y más seguros de África. Los ruandeses nunca han sido tan bien educados, tan libres para emprender y moverse. La única restricción se refiere a la política: no es bueno ser un opositor en Ruanda, ya sea del presidente Kagamé o su partido, el fpr (Frente Patriótico Ruandés, nacido en la antigua rebelión). Por el momento, no es posible prever un cambio de gobierno en Ruanda. Paul Kagamé, nacido el 23 de octubre de 1957, y, por lo tanto, aún joven, lo ha dicho él mismo, aún puede ser candidato a la presidencia por los próximos 25 años. Según la Constitución, puede dirigir el país hasta el 2034.
Las cicatrices del genocidio de 1994 siguen influyendo en el panorama político y social del país, pero el camino de Ruanda hacia la reconciliación —oficialmente ya no hay más hutus ni tutsis en Ruanda— y el progreso continúa, con debates (aunque muy supervisados) sobre derechos humanos, gobernanza y equilibrio entre el crecimiento económico, la seguridad y la libertad política. Si bien la influencia internacional de Rwanda es grande, en particular en términos de seguridad, aunque también en términos de un modelo de desarrollo africano aparentemente libre de influencias y ayudas externas, la cuestión de la guerra en el este de la República Democrática del Congo (rdc) sigue siendo un problema delicado. Sin embargo, los tiempos están cambiando.
Hoy en día, la mayoría de la población ruandesa no ha vivido el genocidio
Viví en Ruanda de 1998 a 2001, cuando era corresponsal de la afp en Kigali a cargo de la región de los Grandes Lagos. Justo después del genocidio, el ambiente era de tris-
teza y trauma. Regularmente se descubrían nuevas fosas comunes, cuyo terrible olor se extendía de colina en colina para recordar a todos que había ocurrido una tragedia. Las cárceles estaban abarrotadas de personas acusadas de participar en el genocidio, vestidas con pijama. Al país le faltaba de todo. El genocidio y el éxodo de los genocidas y sus familias al Zaire han vaciado el país de sus habitantes. Regresé en octubre de 2023 y me fue imposible encontrar la casa donde había vivido 25 años antes: tanto se ha transformado, modernizado y ampliado la capital. Se construyeron muchos edificios, las calles están pavimentadas y limpias. Los ruandeses trabajan mucho. Desde la madrugada, las calles se llenan de oficinistas, cargadores, vendedores ambulantes y mototaxis a los que se puede pagar con el teléfono celular. El sistema de justicia tradicional, llamado Gacaca2 ha permitido vaciar las cárceles. Hoy día, en las colinas, las víctimas viven con sus antiguos torturadores. Oficialmente,
2. Gacaca , pronunciado «gatchatcha », es una palabra en el idioma kinyarwanda que quiere decir literalmente «pasto suave» y designa a los tribunales comunitarios que se desarrollan en espacios abiertos. (N. del T.)
la reconciliación es efectiva y es cierto que ya no hay violencia. Los ruandeses son disciplinados.
Sin embargo, la incógnita sigue siendo: ¿cuánto tiempo el fpr , que deriva gran parte de su legitimidad del genocidio, podrá seguir siendo el valor político dominante? De hecho, hoy en día, el 75% de la población ruandesa tiene menos de 35 años, de los cuales el 75% tiene menos de 25 años, lo que significa que la gran mayoría de la población nació después del genocidio de 1994. Este hecho tiene un impacto en la política del país. La educación y la creación de empleo son claves en la estrategia de Kagamé. Pero, por otro lado, podemos pensar que su legitimidad como líder —el único que la mayoría de la población ha conocido— se está erosionando a los ojos de estos jóvenes que no han vivido el genocidio y aspiran a otras cosas.
Un poder diplomático y militar
Uno de los grandes éxitos de Paul Kagamé es también haber convertido a su país en una potencia regional, diplomática, pero también militar. Ha creado un modelo que seduce a una parte de la juventud africana por su independencia y firmeza. También
aprecian que Ruanda ya no exija visados a los africanos que deseen visitar el país, lo que para ellos es una prueba real de un panafricanismo sincero. La imagen de Ruanda y Kagamé sigue siendo muy buena, tanto en África como en Occidente. Paul Kagamé, tras su presidencia de la Unión Africana (ua), ha sido designado para liderar el proceso de reformas institucionales de la organización continental. También ha elegido un comité panafricano de expertos para examinar y presentar propuestas para hacer realidad la visión de la Agenda 2063, cuyo objetivo es implementar programas con un alto impacto en términos de crecimiento y desarrollo.
Las efectivas intervenciones militares de Ruanda en la República Centroafricana (rca) y Mozambique han sido apreciadas por los aliados de Ruanda. Además, Ruanda es uno de los mayores contribuyentes de tropas a las diversas misiones de paz de la onu en África. Aprovechando la muy buena reputación del ejército ruandés, también desarrolló una estrategia de asociaciones militares y de seguridad con varios países africanos, como la República Centroafricana, Zambia, Chad y Congo Brazzaville, entre otros. Esta estrategia también sirve a los intereses económicos
del país, que está involucrado con sus aliados en diversos sectores como la minería o la agroindustria, con empresas adscritas al Estado o incluso al Frente Patriótico Ruandés (fpr) liderado por Paul Kagamé. Una mezcla de géneros cuestionable pero efectiva para Ruanda y su élite gobernante.
Tensiones con República Democrática del Congo
En este panorama relativamente positivo de Ruanda, aparte de la situación política, persisten tensiones con el gran vecino congoleño, un gigante con pies de barro, que también han durado casi treinta años. De hecho, Ruanda ha tenido una política intervencionista en la República Democrática del Congo durante mucho tiempo, como lo demuestra la carrera del general James Kabarebe, asesor cercano al presidente Kagamé durante muchos años, ex jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas (cema) y ministro de Defensa (2010-2018). Los medios de comunicación ruandeses informaron en agosto de 2023 que el general de cuatro estrellas se encontraba entre una docena de generales y 83 oficiales superiores que se habían retirado. Menos de un mes después,
Kabarebe fue nombrado ministro de estado, encargado de la Cooperación Regional, mientras que la cuestión crucial que ocupa a los países de la región es la situación en la RDCongo. En junio de 2023, el nombre del general Kabarebe fue mencionado en el informe de los expertos de las Naciones Unidas sobre la RDCongo como uno de los oficiales ruandeses involucrados en operaciones militares en la provincia congoleña de Kivu Norte en los últimos meses. Es cierto que Kabarebe conoce muy bien la región: en 1996 se alió con Laurent-Désiré Kabila durante la primera guerra en la RDCongo para derrocar al presidente Mobutu, hasta que se convirtió en el cema del ejército congoleño en 1997. En 1998, fue uno de los autores intelectuales de la creación del grupo rebelde Rassemblement Congolais pour la Démocratie (rcd), que luchaba contra Kabila.
El informe de la onu dice que estas operaciones, lideradas por Ruanda y particularmente por Kabarebe, tienen como objetivo «fortalecer el M-23 proporcionando tropas y equipos, y utilizarlos para asegurar el control de los sitios mineros, ganar influencia política en la rdc y diezmar a las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (fdlr)», un grupo rebelde hutu ruandés formado inicialmente por ex genocidas. Kigali siempre ha rechazado cualquier acusación de vínculos con el M-23. Paul-Simon Handy, investigador del Instituto de Estudios de Seguridad (iss, por sus siglas en inglés), resumió recientemente: «Ruanda está pensando estratégicamente en su política exterior. Es un país situado en una región en la que las relaciones con sus vecinos son inestables. Por lo tanto, confía en sus capacidades tanto militares como de gestión para desplegar servicios para forjar asociaciones y, posteriormente, crear ingresos fuera de sus fronteras».3 Añade que «las relaciones con Kinshasa son ahora tensas. Pero, por otro lado, es importante entender la posición de Ruanda sobre la cuestión de los ruandófonos en el este del Congo. La amenaza de los extremistas hutus contra Ruanda es real, y aquí nadie quiere volver a ver masacres. Otra cuestión es la parte de los recursos de los Kivus» que Kigali codicia, o incluso explota, explicó, recordando que antes de la colonización, los Kivus y los Masisi formaban parte de Ruanda.
La cuestión de habla ruandesa en la rdc sigue siendo el principal desafío para la estabilidad de toda la región, como lo ha sido durante los últimos 30 años.
África. Ruanda. Etiopía
África. Ruanda. René Bustamante
E~ René Bustamante
l gigantesco espacio físico que ocupa la masa de tierra que los europeos llamaron “África” es un enorme mosaico con una extraordinaria diversidad geográfica, étnica y cultural que se convierte en un gran reto para describir en términos generales. Para tratar de entender y ubicar las culturas y procesos históricos en el tiempo, hay que examinar y analizar no solo su geografía de grandes contrastes y extremos climáticos, sino también los efectos catastróficos de la colonización.
Desde el principio, se ha visto a África como algo lejano. Los primeros contactos y acercamientos y descripciones del continente africano se hicieron desde la península arábica, pero fue el contacto con Portugal y poco después de varios países europeos que empezó el diluvio de agresión que hasta la fecha no ha disminuido.
Los europeos solían caracterizar a los habitantes de África como niños o ignorantes “salvajes” que fácilmente podrían ser manipulados y controlados. En realidad, los “primitivos” eran los europeos, cuya ignorancia producía una óptica racista, justificatoria, etnocéntrica, prepotente, y, en muchos casos, indescifrable. Aparte de saquear el continente de sus riquezas y subyugar a quienes podían —como menores de edad— crearon una cantidad infinita de mitos fabulosos que en algunos casos sobreviven hasta hoy.
Se refiere al continente como un espacio uniforme y en términos genéricos sin tomar en cuenta que en ese espacio hay 54 países. Contando las islas de Cabo Verde y Madagascar, se hablan más de 1.500 idiomas diferentes, derivados de 5 troncos lingüísticos. De esos 54 países, no hay uno que no tenga sus fronteras políticas designadas por Europa, que dividió arbitrariamente todo el espacio físico y en 1884 se “formalizaron” las áreas de control e influencias de los países europeos involucrados.
Todos los conflictos y tensiones actuales entre países y grupos étnicos se derivan directamente de esta repartición voraz que Europa y el mundo occidental ha impuesto al continente y hasta la fecha no reconocen las deudas y obligaciones con África, separándola del resto de la humanidad.
Tampoco se puede soslayar que el simple hecho de que por razones “religiosas” el occidente no puede explicar esa inquietud ciega y reconoce que la humanidad toda proviene de África y es un gran espejo donde rehusamos vernos. Las tragedias interminables que, a través de la historia han permeado profundamente al ser africano, nos disminuye a todos. Tenemos todo en común, desde el principio de la vida y por lo tanto de nuestro destino final, especialmente ahora cuando apenas nos damos cuenta de la explotación desmedida de los recursos naturales y que los limites del planeta están a la vista.
La abundancia de recursos naturales en África fue y sigue siendo monumental, pero este factor va emparejado con su inconmensurable miseria de la gran mayoría de la población que la habita. Es el lugar donde las empresas transnacionales extractivistas del mundo occidental explotan, contaminan y destruyen las fibras más profundas del espacio físico y humano; es ahí donde los resultados más devastadores de los procesos de acumulación de riqueza del mundo occidental son más patentes; es el espacio donde está demostrada la irracionalidad de un sistema económico que únicamente beneficia a unos pocos a expensas de las mayorías.
“Ruanda es nuestra pesadilla, África del Sur nuestro sueño”, escribió el premio Nobel de literatura nigeriano Wole Soyinka en 1994 en un artículo titulado “El mosaico impregnado de sangre de África”. En abril de ese año, cuando el caos se apoderó de Ruanda, por el otro lado África del Sur irradiaba expectativas de esperanza al resto del continente. En Ruanda en tres meses se borró el 10 por ciento de la población y a uno de los grupos involucrados en la guerra civil. Al mismo tiempo, en África del Sur, se elegía por primera vez a un presidente negro: Nelson Mandela. Los eventos que ocurrían simultáneamente en Ruanda y África del Sur eran los extremos opuestos del comportamiento humano; se demostraba claramente las profundidades y alturas en que la humanidad puede caer o elevarse, mostrando sus dos rostros.
Ruanda es el país africano con la densidad de población más alta de África, por lo tanto, la disponibilidad de tierra para cultivos es limitada y el país tiene dificultades para alimentar a su población. Este factor, aunado a antiguos conflictos étnicos, más las constantes intervenciones de Bélgica y Alemania, generaron una guerra civil con masacres y desplazamientos forzados hacia el Congo. El trauma colectivo que dejó esta guerra civil y sus consecuencias se vive hasta el día de hoy.
Etiopía se compone de aproximadamente 70 grupos étnicos que hablan algo más de 100 lenguas diferentes. Un 35 por ciento de la población son cristianos ortodoxos, pero la mayoría práctica sus religiones ancestrales. En las partes altas y mon-
tañosas viven grupos de humanos muy distintos al resto del país, en parte porque tienen vínculos de siglos con Egipto, que mantiene una presencia vital hasta hoy y hace que el país sirva como un puente entre islam y el África Negra. En ningún otro país de África las fronteras creadas por Europa son tan evidentes como en Etiopía. Vínculos étnicos, culturales, comerciales y religiosos fueron cortados y alterados desde el siglo xvii y continúan siendo fuentes de miseria y sufrimiento para la población. Al mismo tiempo, importantes movimientos sociales y religiosos para reunificar grupos culturales de Somalia y Etiopía se manifiestan constantemente. Desde 2018 se estableció como forma de gobierno un parlamento representativo de todas las provincias del país con un primer ministro. Así eligieron a Sahle-Work-Zewde, la primera mujer en ocupar la jefatura del estado en todo África.
Las elocuentes imágenes de Alberto Ibáñez muestran una parte de la diversidad étnica del continente. Muchos fotógrafos tienen una larga tradición de viajar a lo ancho y a lo lejos del mundo en busca de estímulos, revelaciones y emociones o de sí mismos y de los otros a través de su lente. Ibáñez, que por algo le llaman “El Negro”, no intenta documentar un grupo humano en específico sino exponer otras posibilidades de ver y concebir el mundo, desde la perspectiva de los sujetos retratados. Nos invita a penetrar en ese espejo que todos llevamos dentro. Sus retratos tienen una profundidad conmovedora y directa que enriquecen a quien las observa. Abrazan el espíritu.
SUCURSALES
JOSÉ LÓPEZ ALAVEZ, N. 1508, BARRIO DE XOCHIMILCO HIDALGO, N. 306, BARRIO DE JALATLACO