Transvisual #4

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el ojo que mira / iommi

Enio Iommi: siete décadas de anticonformismo y transgresión* Por Elena Oliveras

El registro histórico del arte argentino nos dice que Enio Iommi es figura clave de la vanguardia de la década del 40. Erigirse en nombre insoslayable de unos años brillantes como fueron ésos sería para cualquier mortal una gran gloria. Pero ¿qué decir cuándo se es protagonista de siete décadas sucesivas? Incansable propulsor de ideas, exponente ineludible de la vanguardia escultórica, supo responder a las circunstancias del presente cambiante con transformaciones sustanciales en su obra. Quienes lo conocen saben que nunca fue complaciente, ni consigo mismo ni con los demás. Su disposición natural, crónica diríamos, a la controversia hizo que desarrollara, casi “metodológicamente”, un anticonformismo a ultranza, que tendrá por lógica consecuencia la transgresión de modelos estéticos aceptados. “Me esforcé en contradecirme a mí mismo para evitar el conformismo con mi propio gusto. Cualquier idea que me venía, debía ser dada vuelta para tratar de verla en un nuevo conjunto de sentidos”. Esta confesión de Marcel Duchamp bien podría haber estado en los labios de Iommi, quien además agrega: “Debemos sacudirnos para sacarnos el conformismo que actualmente invade el ambiente artístico. Rompamos el silencio. Digamos lo que debemos decir y tendremos nuevamente la escala del arte. Dejemos el éxito para los mediocres. Ellos viven para eso y lo saben muy bien”. La ruptura del canon de la “buena forma” en las primeras etapas, la negación del concepto escultórico de masa o volumen en obras como Una línea, un espacio (1971) –realizada con sogas que, al crear planos virtuales, dividen

* Conceptos tomados del ensayo incluido en el catálogo de la muestra El filo del espacio.

el espacio– e instalaciones como La cocina humana (2005) o Mis nuevas realidades (2008) –en la que Venecia es el modelo humanista opuesto a la invasión del automóvil– son sólo unos de los tantos ejemplos de una producción que sacude e incomoda. Iommi no es un artista “fácil”. Su obra está lejos de ser “reposante como un buen sillón” (Matisse), por lo cual requiere un espectador desprejuiciado, “cómplice”, y esto vale no solo para sus últimos trabajos sino también para los iniciales, cuando se atrevió a desafiar el purismo de la belleza geométrica para incorporar colores y elementos de apariencia desprolija, como el trozo de mármol roto. Si los jóvenes artistas se sienten representados por ­Iommi, si lo ven como un par y un modelo de conducta, es porque ha sabido contagiarse de la temperatura del presente. De allí que podamos decir que, con sus 84 años, es un artista histórico y un joven artista, lo que comprueba que la edad no siempre coincide con una cifra fría asentada, de una vez y para siempre, en un documento de identidad. […] Más de una vez hemos escuchado a Iommi decir que abandonaría la escultura. Lo cierto es que desde hace tiempo abandonó paradigmas establecidos en el campo del arte para acentuar que aquello que cuenta no es ser pintor o escultor, estar sujeto a una técnica en particular, sino ser artista, o sea, “ser pensador”, porque el arte es principalmente eso: pensamiento. Más aún, es el lugar privilegiado del pensamiento, zona de máxima lucidez que contrasta con lo masificado ya digerido. […] Podríamos decir que más que producir “obras”, en el sentido tradicional del término, Iommi produce “manifiestos”, es decir, enunciados enfáticos sobre una situación particu-

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