Boletín CELIT N°4

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Ce lit

«No matarás ni con hambre ni con balas»

informativo del Centro de Estudiantes de Literatura UNMSM
Boletín
MENSUAL FEBRERO MMXXIII AÑO 2 N° 4
2023

Boletín informativo del Centro de Estudiantes de Literatura UNMSM

Boletín CELIT - UNMSM

Directores: Raúl Morales Herrera, Enrique Toledo Navarro

Sección informativa: Kevin Vasquez

Sección de crítica: Raúl Morales Herrera

Sección creativa: Carlos Daniel Ventura

Prensa y difusión: Yadira Bazán y Juan José Bernardo

© Los textos aquí presentes deben ser difundidos, 2023

Diseño y diagramación:

Raúl Morales Herrera

Enrique Toledo Navarro

Corrección de estilo y cuidado de edición:

Vera Aldana

Imagen de la portada:

Francisco de Goya. «Con razón o sin ella», 1814-1815.

Editado por:

Centro de Estudiantes de Literatura - UNMSM

Tercer piso de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas UNMSM

Cuarto número – Febrero 2023

Contacto:

celit.flch@unmsm.edu.pe

Contenidos

Jornadas curriculares

Raúl Morales

Academia sin editores: breve apunte sobre la edición académica

Christian Cachay

Divergencias de lo fantástico y el terror. Anotaciones a la antología

Horrendos y fascinantes (2013), el caso de «Ave del limbo»

Roman Rojas

Creación 19

El dios enjaulado

Inés Reyes

Han venido puros a él

Mego

Repentina alameda

Dante Guerra Cruz

Nuestras propias luces

Eowyn

Contenidos 5 Editorial 6
Crítica 9
Auspicios 34

Sacar adelante este número del boletín ha sido una tarea complicada. Desde el primer momento supimos que era nuestra responsabilidad manifestarnos sobre el funesto panorama nacional como lo hicimos ya en un pronunciamiento a través de las redes del celit. Pero con cada día que transcurre, la crisis incrementa y las ideas y palabras que teníamos de pronto dejan de ser suficientes ante la magnitud de lo que acontece. Hoy, con más de 60 muertes como consecuencia de la desmedida y arbitraria represión estatal, sabemos que nada de lo que digamos aliviará el peso que la barbarie impone sobre nuestros corazones; aún así, siempre tenemos la responsabilidad de decir. Y la asumimos.

La intervención policial a San Marcos significó una grave afrenta hacia toda la comunidad universitaria y justifica cada una de las reacciones que se han manifestado a través de plantones, movilizaciones y redes sociales. Quien la pasa por agua tibia (o el horror: la aprueba) simplemente no comprende el infame episodio histórico que estamos viviendo. Jerí Ramón Ruffner y los miembros del Consejo Universitario antepusieron lo material a la dignidad humana; la policía nacional humilló y violentó

impunemente a los hombres, mujeres y niños que juraron proteger. Alzar la voz y clamar justicia no es una opción, sino el grito contenido del sentido común, la única vía para sostener la humanidad en un país cada día más inhumano.

Sin embargo, nuestro problema empieza cuando realmente todo ha terminado. La democracia, la única palabra que nos diferencia de épocas que otros prefieren olvidar, se funda sobre una farsa. Y, de vez en cuando, ocurre algo que nos devuelve a la realidad. Las autoridades cambian, pero el daño siempre continúa, y respondemos con silencio o indiferencia hasta que la burbuja nos explota en la cara. Es entonces cuando nos damos cuenta de que hemos vuelto a cruzar un punto sin retorno. ¿Qué nos espera ahora, sino el mismo destino?

Parte de sumar a la solución es renunciar, finalmente, a la expectativa romántica del caudillo y aproximarse a la realidad social y política del país con una mirada auténticamente crítica. Ser de izquierdas, de derechas, centros, arribas o abajos es natural. Lo verdaderamente peligroso es ponerse una venda en los ojos y permitir que sigan destruyendo impunemente la universidad y el país.

Editorial
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VÍA FÉRREA1

Un tren es un tren. Pero además es un conjunto de vagones y cuando un tren se mueve, se mueven todos los vagones. Y para que llegue a su destino es necesario que estén bien enganchados unos a otros, porque cuando un vagón no está enlazado con otros se sale de la vía férrea y termina entre matorrales o estrellado contra las rocas, deshecho.

Para que las cosas no sucedan así, un maquinista debe olvidar lo que dijo Mapkeller y Bobbio:

«Un tren vale más que todos los que están dentro de él».

Y también cuando esté detenido el tren en la estación inicial es necesario que el maquinista ponga aceite a su máquina, controle los cambios, el sistema que expele gases y debe revisar que los enganches entre vagón y vagón estén enlazados (si está en una cafetería, que termine su café y venga a revisar los enganches, si está conversando que detenga su conversación y venga a revisar los enganches) porque el destino de un vagón es el de todos los vagones. Y un tren cruza poblados, cruza campo y ciudad y necesita una vía férrea. Un tren sólo se mueve sobre una vía férrea.

Y nunca sin ella.

(De EL MANUAL DE LOS NUEVOS FERROVIARIOS)

1 Del poemario Un par de vueltas por la realidad (1971) de Juan Ramírez Ruiz.

Artista: @le.besto

Crítica

Jornadas curriculares

Raúl Morales

Durante el 11 y 12 de enero, los docentes de la Escuela de Literatura se reunieron (presencialmente un día, virtualmente el otro) para el desarrollo de las jornadas curriculares. Estas dos fechas, planteadas como espacios de discusión, debate y consensos, hallaron su conclusión en una reunión realizada el 18 de enero, en que los miembros del comité de gestión y comité de calidad (tanto docentes como estudiantes) ratificaron los cambios que se realizarían sobre la actual malla y decidieron cómo se implementarían. El presente texto tenía la intención inicial de informar, a modo de crónica, lo sucedido en estas fechas; sin embargo, la observación de los hechos y el análisis de las conclusiones han precipitado sobre el papel una mirada crítica del presente y el porvenir de la Escuela de Literatura, para lo que repasaremos solo los puntos de mayor relevancia de las jornadas.

Para quienes (comprensiblemente) escuchan por primera vez el término «jornadas curriculares»: se trata de un evento que se realiza cada tantos años, en el que los docentes discuten

sobre los contenidos y la estructura de la malla curricular para proponer cambios cuya aprobación será sometida a debate. De las jornadas realizadas en 2017 nació la actual malla curricular, también llamada semiflexible, sobre la que se han escrito varias líneas en este boletín. Las actuales jornadas tienen como propósito definir la malla que, si todo marcha como debería, se estrenaría en el año 2024. En 2021 también se realizaron unas sesiones (que podríamos llamar «preliminares») en las que germinaron las primeras críticas al plan semiflexible y se empezaron a gestar las propuestas que se consolidan en el debate actual. Pasaremos por alto las formalidades y algunos traspiés del desarrollo de los eventos, pero no dejaremos de mencionar dos detalles importantes: de los casi cuarenta docentes, se presentaron aproximadamente la mitad (fue notable la ausencia de varios profesores jóvenes) y, por otro lado, el debate, cuando fue presencial (aunque breve), permitió la aparición de ciertas dinámicas de diálogo que hubiese sido muy valioso desarrollar en esa modalidad, pues la virtualidad impide el desenvolvimiento de ciertas polémicas y necesarias discusiones.

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Respecto a este último punto, el profesor Miguel Maguiño hizo eco de la crítica que la voz ausente de Miguel Ángel Huamán ha realizado ya en varias ocasiones: el debate sobre el plan curricular debe ser continuo, extenso y profundo. Y esto nos conduce inevitablemente a un problema central: en nuestra Escuela casi no existen espacios de discusión y debate. Ni sobre la malla, ni sobre literatura, ni entre alumnos, ni entre docentes. Esta situación se agrava con la irresponsable resistencia que ejerce San Marcos a volver a la presencialidad. Ante la necesaria crítica, la dirección de la Escuela anunció su voluntad de continuar, en los siguientes meses, con los debates sobre la malla, promesa que esperamos ver realizada y que los estudiantes debemos asumir desde nuestros espacios. Para entrar al debate en sí mismo hay que conocer primero la idea que funcionó como motor de toda propuesta: la actual malla semiflexible no está funcionando óptimamente; es decir, no está formando correctamente al alumno, y la solución pasa por añadir más cursos obligatorios al plan de estudios. Se trata de un acuerdo general: con distintos matices y posiciones, la tendencia es volver hacia la rigidez de la malla curricular. La notable excepción a esta tendencia es

la postura del profesor Carlos GarcíaBedoya, quien se mantuvo a favor de mantener el número de obligatorios al mínimo y resaltó que gran parte del problema es que los cursos que ya se dictan obligatoriamente no están satisfaciendo las necesidades académicas de los estudiantes (énfasis en interpretación y teoría literaria), por lo que la solución implica definir y fiscalizar eficientemente el contenido de las cátedras más elementales en la formación del alumno, no multiplicar su carga obligatoria. Si bien su juicio fue bien recibido, esto no modificó la posición mayoritaria: hay que añadir más cursos obligatorios.

El hecho de que docentes y alumnos llegaran a las jornadas sabiendo que la posición mayoritaria era aumentar obligatorios no facilitó demasiado el proceso. Para sorpresa de pocos, cada quien consideraba que los cursos de su especialidad eran los que debían multiplicarse y forzarse como forma de solucionar las evidentes falencias académicas de los últimos años. Lo cierto es que, en un aula llena de literatos, existían buenos argumentos para justificar la creación u obligatoriedad de cualquier curso; sin embargo, existen aún voces dispuestas a señalar lo evidente: con un aproximado de cuarenta docentes (y en aumento) y un ingreso de 60 estudiantes cada año (y en descenso),

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la nuestra es una Escuela minúscula. Tenemos la fama de ser pobres matemáticos, pero no requiere mucho esfuerzo darse cuenta de que algo no cuadra. Multiplicar el número de cursos en una Escuela que ya sufre para cubrir la carga lectiva de varios docentes (que, de paso, no es un tema solo de números, sino de calidad) no es la decisión más inteligente. Y a pesar de ser una realidad evidenciada, el problema se quedó en suspenso, y la discusión aterrizó en definir cuántos cursos obligatorios habría que sumar. La solución fue otorgada por los estudiantes presentes: en la malla hay 24 créditos destinados a usarse libremente; es decir, no forman parte de la concentración mayor o menor: hay que convertirlos en obligatorios, lo que da un margen de hasta seis cursos para incorporar al plan curricular. Quien escribe forma parte del comité de gestión y ha podido ser testigo y partícipe de las propuestas que han llegado hasta la ronda final; sin embargo, compartir en detalle los cambios que contendrá la malla 2024 no sería responsable, pues aún no han sido aprobados por las instancias superiores. Eso no nos impide comunicar los consensos más relevantes: incorporar los cursos de Retórica y de Semiótica al corpus obligatorio, así como dos cursos dedicados a la literatura peruana e hispanoamericana más

reciente (desde 1980 hasta, al menos, la primera década del siglo xxi) y darle espacio a la gestión editorial y la gestión cultural como potenciales áreas laborales de los estudiantes de literatura, entre otras incorporaciones que eventualmente se confirmarán y harán públicas. A esto se suma una importante posibilidad: Estudios Generales variará en su estructura y las escuelas de nuestra Facultad podrán incorporar cursos formativos dirigidos específicamente a sus alumnos. Es decir, ya desde el principio de su carrera los estudiantes de literatura podrán ver dos cursos de especialidad, uno dedicado a la teoría literaria y otro a la relación entre literatura, historia y sociedad. Si todo marcha bien, se tratará sin duda de un avance significativo.

Pero el sentido crítico nunca puede relajarse: nos estamos engañando unos a otros al enunciar que el problema de los últimos cinco años ha sido principalmente la estructura del plan curricular. Y nos engañamos aún más al convencernos de que mover ligeramente la balanza entre electivos y obligatorios variará sustancialmente los resultados. Nunca es mal momento para enumerar algunas de las principales falencias de nuestra Escuela: los alumnos no llegan a la universidad con buena formación, no encuentran en las aulas un ambiente

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competitivo ni estimulante, carecen de habilidades básicas de redacción y de investigación académica. A esto se suma un importante grupo de docentes que, independientemente de su larga trayectoria o calidad como investigadores, dictan cátedras mediocres. Docentes que no conocen la Escuela y la universidad más allá de los cursos a su cargo. Que no innovan, que no desafían, que no estimulan. El uroboros de la educación universitaria: estudiantes que excusan su pobre desempeño en la mediocridad docente, docentes que excusan su pobre desempeño en la mediocridad estudiantil.

Y el problema hunde sus raíces con mayor profundidad. Durante las jornadas, era inevitable recordar que, si bien desde la aprobación de la última malla se han incorporado nuevos docentes, son muy pocos los que se han retirado (nota aparte: son muy pocos los que se van a retirar). Entonces, la pregunta cae de madura: ¿no fueron, en buena cuenta, estos mismos docentes los que aprobaron la malla semiflexible que ahora culpan del pobre desempeño académico de los estudiantes? Por supuesto que es esperanzador saber que, a la vista de los resultados, se están tomando acciones para solucionar las falencias, pero, ¿qué impide pensar que esta misma aula no reunirá a estos mismos

docentes, en un no tan lejano 2027, quejándose sobre lo que ahora proponen y aprueban? Para dejarlo claro: ¿qué plan —ya ni a largo— a mediano plazo, sostiene las ambiciones y los proyectos de esta Escuela Profesional? Tan acostumbrados a pensar en lo inmediato y en lo mínimo, quizá nos hacen falta ejemplos: ¿sería descabellado pensar que la Escuela de Literatura de la Decana de América ofreciera una variedad de licenciaturas? ¿o que existan distintas especialidades con validez legal efectiva, no como las actuales concentraciones? ¿o que podamos contar con una plana docente y un número de estudiantes que permita cubrir, eficientemente, las literaturas del Perú y de Hispanoamérica? Por supuesto que estas posibilidades implican cambios sustanciales en el circuito académico y literario del país (y adivina el lector correctamente: en el sistema en general), pero, si estas aspiraciones no inician en la Escuela de Literatura de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, ¿dónde más? Actualmente, el mejor consejo que un docente puede dar y un estudiante recibir es ir a buscar mejores oportunidades al extranjero. Pero, ¿qué queda para el país?

¿Acaso tan solo reflexionar, desde la esterilidad de un aula lejana y en un lenguaje foráneo, sobre la triste

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realidad del Perú? La responsabilidad de ser un estudiante, un egresado o un docente de nuestra pequeña Escuela de Literatura oscila sobre nosotros como el péndulo de Poe. Otra cosa es que elijamos vivir ignorándolo.

textos del siglo xix (en el caso de myl) y los del periodo colonial en cuanto a investigaciones editoriales como las mencionadas anteriormente.

Academia sin editores: breve apunte sobre la edición académica

Esta breve reflexión se basa en la pregunta: ¿qué dice la edición académica de los académicos? Para contestarla es necesario conocer el contexto editorial del siglo xxi. Una línea de investigación, reciente en nuestro país, se enfoca en estudiar la edición, esto significa reconocer los procesos del libro para profundizar en su historia, producción y comercialización. Las ediciones críticas, por ejemplo, complementan a las obras seleccionadas con paratextos destinados a un público académico. De forma parecida, los rescates literarios potencian el objetivo de revalorizar autores y permitirles nuevas lecturas mediante su circulación. En el contexto peruano reciente, el catálogo de Ediciones myl se ha forjado, desde el 2019, como uno especializado en ediciones críticas y rescates literarios. Sin embargo, es claro el privilegio que reciben los

Las investigaciones en torno al siglo xx se basan, a nuestro parecer, en dos principios: catalogar y reproducir. Por eso, la mayoría de las ediciones académicas son obras completas y facsimilares (reproducción fiel de la edición príncipe). Un caso para estudiar es el que realizó el Fondo Editorial de la pucp a inicios del siglo xxi, pues promovieron dos colecciones importantes: Obras esenciales, la cual se dedicaba a catalogar y reunir las obras completas de autores como César Vallejo, Clemente Palma, Ventura García Calderón, José Diez-Canseco, entre otros; y El Manantial Oculto, dedicada, durante un periodo, a reproducir en formato facsímil (aunque era más un escaneo del original) obras de Alejandro Peralta, Xavier Abril, entre otros. Además del creciente interés por la reproducción de obras, es posible reconocer una necesaria revaloración del estudio de revistas, específicamente aquellas publicadas a inicios del siglo

xx: Variedades, Colónida, Amauta, Chirapu, Boletín Titikaka, entre otras.

Para finalizar, hemos de señalar los campos menos visitados, pero cuya tarea es esencial para la existencia de los libros: la producción y comercialización. Para el estudio de ambos puntos

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es necesario mencionar el estudio La imprenta en Lima (1584-1824) de José Toribio, texto esencial que se enfoca en los medios de producción que tuvo el Perú. Sin embargo, son todavía reducidas las investigaciones que complementen el periodo posterior al que estudia Toribio, quizás precisamente por la dificultad para ese tipo de aproximación, ya que se necesitaría un amplio conocimiento sobre la edición y composición de determinada época. Por eso, una visible solución se halla en la historización de las editoriales, sobre todo aquellas de gran importancia para las obras del canon peruano (en el siglo xx podemos señalar Minerva, Juan

Mejía Baca, Mosca Azul, entre otros).

Divergencias de lo fantástico y el terror. Anotaciones a la antología Horrendos y fascinantes (2013), el caso de «Ave del limbo»

Roman Rojas

La representación de un lector ideal ha generado en las aproximaciones teóricas una excesiva búsqueda de aquello que causa espanto a los lectores de su tiempo y, en función a ello, de lo que define qué pertenece o no a la literatura de horror: la literatura de horror es lo que causa miedo al lector, define

Roger Caillois (1967). Esta especulación de lo que es motivo de espanto ha provocado numerosas posturas desde la crítica especializada en torno al lugar del terror y lo fantástico dentro de la literatura. Ello se puede evidenciar en trabajos canónico como el de Rafael Llopis (1974), al afirmar que lo terrorífico se encuentra en lo ominoso, así como en H. P. Lovecraft (1995), quien alude al terror a lo desconocido, a los límites de la realidad, es decir, a lo fantástico. Otros escritores más cercanos temporalmente como Stephen King (2006) trabajan aún con estos paradigmas pero reconocen la presencia del terror en lo cotidiano; en Latinoamérica, la escritora argentina Mariana Enriquez demuestra en su obra la independencia del terror frente a lo fantástico. Cuando Elton Honores (2014) refiere la relación de la ficción de terror con la realidad, lo hace desde las implicancias significativas que esta tiene con su contexto, de ello que afirme que tales textos demuestran las tensiones y miedos reales, separando así la creación de la recepción de este tipo de literatura. Para regresar las categorías literarias al texto —y separarlas del lector ideal— partimos de la teoría de la ficción propuesta por Jesús G. Maestro (2014), quien afirma que los elementos para reconocer los géneros literarios se encuentran en el mismo texto lite-

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rario. Así, el término miedo ya no será referido como la reacción del lector ideal sino como el hecho que se manifiesta en la ficción literaria. Por un lado, la literatura fantástica ejerce un miedo metafísico que aqueja el sentido de realidad, una problematización directa a las ideas del sujeto (Roas, 2016); por otro lado, la literatura de terror se centra en la amenaza a la vida del sujeto, es un miedo que apela el sentido de supervivencia natural del ser humano (Martínez, 2004). El problema teórico antes referido es un hecho del que es consciente José Donayre, compilador de Horrendos y fascinantes: antología de cuentos peruanos sobre monstruos (2013), pues en su prólogo reafirma la autonomía del terror frente a lo fantástico: «Gran parte de las obras de terror tiene un registro que la lleva a integrar las filas de la ficción fantástica, pero algunas pueden formar también parte de lo realista, lo feérico o lo insólito» (Donayre, 2013, p. 12).

A pesar de la diferenciación propuesta por el compilador, él no ofrece una definición de cada uno de los elementos a oponer. Incluso, a pesar de esta búsqueda de defender la emancipación del terror como categoría, Donayre no mantiene una posición firme respecto a la finalidad de su propia compilación, la cual ronda entre lo fantástico y el terror.

El antólogo, en un primer momento, afirma que los relatos pertenecen a lo fantástico: «se propone un conjunto de relatos para ahondar, sobre todo, en el ámbito cuentístico de la ficción fantástica peruana» (Donayre, 2013, p.13); sin embargo, en páginas siguientes niega esta afirmación al relacionar los cuentos con la literatura de terror: Es necesario precisar que si bien no todos los cuentos tienen un registro fantástico, se espera que Horrendos y fascinantes contribuya a conocer mejor la tradición de este tipo de ficción y a valorar más el quehacer de la denominada literatura de terror, ya que es un tema de nuestra incumbencia, aun más allá de lo estrictamente estético. (Donayre, 2013, pp. 22-23)

Esta última acotación del prólogo resulta significativa, pues Donayre niega su propio juicio de compilación. El movimiento que existe entre lo fantástico y el terror sería consecuencia de la definición que ofrece acerca del monstruo, personaje cuya presencia es criterio principal para la formación del libro, como lo indica el título del mismo; este ser, pues, contiene en sí mismo ambas categorías: «ser fantástico que espanta o aterroriza, manifestación terrena o sobrenatural de proporción extraordinaria, persona muy fea, o individuo muy cruel y perverso» (Donayre, 2013, p. 13). El autor ofrece tres acepciones complementarias que no definen lo

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monstruoso rigurosamente como un elemento fantástico (persona muy fea) ni como algo terrorífico (ser sobrenatural de proporciones extraordinarias), ambas cuestiones son refutadas de inmediato con los conceptos de Roas (2016) y de Martínez Mingo (2004), mencionados anteriormente.

La finalidad de la compilación para con la literatura de terror resulta problemática cuando abordamos relatos específicos del mismo, como sucede con «Ave del limbo», de Carlos Calderón Fajardo. Este cuento presenta como narrador-personaje a un niño, quizá de la misma edad que su amiga Bertha, 11 años, donde ambos, desde el interior de un armario, ven a través de una hendidura de la madera un hecho insólito: un ave enorme picotea al padre de Bertha. Ahora bien, esta acción, para un animal como el que es referido, es sinónimo de devorar; un pájaro no posee fauces con las cuales arrancar la piel de su víctima, pero su pico le permite golpear y herir a su presa. Es esta la imagen que los niños ven a escondidas o al que parecen referir, pues, como se menciona en el prólogo, puede ser interpretado como un: «descubrimiento erótico-claustrofóbico» (Donayre, 2013, p. 15).

Dejando de lado la carga simbólica de lo narrado, la extensión del relato no ofrece una construcción compleja

del mundo, esta debe ser reconstruida a partir de los referentes que tanto el autor como el lector manejan, esto es, la realidad extratextual. La visión infantil del narrador demuestra que animales como el que acaba de ver no existen en su espectro de realidad, jamás ha tenido experiencias de este tipo y, en la cotidianeidad del exterior, estos pájaros apenas existen en la imaginación. Asimismo, la relación que este ser extraño establece con el padre de Bertha resulta un refuerzo de lo insólito de la escena, pues el sujeto no se muestra afectado por los picoteos del pájaro, más bien lo disfruta: el hecho empieza en el comedor y termina en la cama. Esto demuestra no solo la existencia extraordinaria del animal fantástico, sino también las características especiales del padre de Bertha, pues consiente ser devorado (lo cual podría ser interpretado como acto sexual) y ello no significa su muerte (se podría aventurar una explicación mediante la regeneración casi instantánea de su piel).

Como mencionamos, el registro de realidad mostrado en el relato se construye a partir de la cotidianeidad extratextual ante la ausencia de elementos que lo alejen de él; podemos afirmar, entonces, que la reglas naturales de la ficción son las mismas a las que nuestra realidad se sujeta. El personaje principal del relato, el

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niño que narra de forma ulterior el evento, es quien nos muestra esta realidad donde la seguridad del hogar es un hecho normal, que no debería ser invadido por seres ajenos a lo que nosotros, los lectores, atribuimos como posible. Sin embargo, lo imposible, aquellos elementos que solo existen en la imaginación, invaden la realidad del niño y, más aún, el espacio seguro que el hogar representa para él; un ave fantástica devora al padre de Bertha y, de forma aún más extraña, esto no resulta perjudicial para el adulto. Es decir, siguiendo la definición de Roas (2016), el cuento de Calderón Fajardo es un relato fantástico pues corrompe directamente el sentido de realidad que tiene el narrador; por otro lado, de acuerdo a las afirmaciones de Martínez Mingo (2004), no pertenecería a la literatura de terror debido a que no existe una amenaza explícita o implícita hacia la vida de los personajes. El pájaro devorador solo ha atacado a un personaje y este, debido a las mismas propiedades fantásticas, no ve afectada su integridad física por los picoteos del ave. Como refiere José Donayre en su prólogo, este relato tiene connotaciones sexuales ya que la supuesta víctima en realidad disfruta del acto de ser devorado (eufemismo para referir la cópula); por ello, el miedo que se muestra en los

niños y la subsiguiente necesidad de resguardarse en el exterior demuestra, antes que el intento de salvar su propia vida, una reacción inmediata ante la amenaza de lo imposible a su sentido de realidad. En otras palabras, s la expresión del miedo ante lo fantástico que menciona David Roas (2016).

En resumen, podemos reconocer, en primer lugar, la ausencia de algún intento de definir la diferencia entre el terror y lo fantástico en el prólogo escrito por José Donayre, a pesar de la conciencia que demuestra acerca de esta problemática. Su antología de los monstruos en la cuentística peruana, como demuestra en su texto, presenta como hilo conductor la relación de estos seres con la literatura de terror antes que con lo fantástico; sin embargo, como se ha expuesto, «Ave del limbo», de Carlos Calderón Fajardo, no cumple con lo que se define como un relato de terror, definición expuesta por Martínez Mingo muchos años antes que la formación del libro aquí aludido. Así, Horrendos y fascinantes: antología de cuentos peruanos sobre monstruos expone las deficiencias al momento de discernir entre ambos tipos de literatura.

Bibliografía

Calderón, C. (2013 [2009]). Ave del limbo. En J. Donayre (comp.), Horrendos y fascinantes: antología

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de cuentos peruanos sobre monstruos (pp. 82-24). Lima, Perú:

Altazor

Caillois, R., Ed. (1967). Antología del cuento fantástico. Buenos Aires, Argentina: Editorial Sudamericana.

Donayre, J. (2013). Todos los monstruos… el monstruo. En J. Donayre (comp.), Horrendos y fascinantes: antología de cuentos peruanos sobre monstruos (pp. 11-23). Lima, Perú:

Altazor.

G. Maestro, J. (2014). Contra las Musas de la Ira. El Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura.

Oviedo, España: Pentalfa Ediciones.

Honores, E. (2014). La civilización del horror. El relato de terror en el Perú.

Lima, Perú: Editorial Agalma.

King, S. (2006). Danza macabra.

Barcelona, España: Valdemar.

Llopis, R. (1974). Esbozo de una historia natural de los cuentos de miedo.

Madrid, España: Júcar.

Lovecraft, H. P. (1995). El horror en la literatura. Madrid, España: Alianza.

Martínez, L. (2004). Miedo y Literatura. Madrid, España: Edaf.

Roas, D. (2016). Tras los límites de lo real. Una definición de lo fantástico. Madrid, España: Páginas de Espuma.

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Creación

El dios enjaulado Inés Reyes

La ciudad se veía radiante. Quizás demasiado. La luz del atardecer se reflejaba en las columnas de oro, proyectando pilares de fuego a través de las negras piedras de la montaña. Largas sombras tachonadas de un hermoso halo arcoíris se extendían a través del suelo como agua pintada, tocando mis pies descalzos. Tragué saliva. Sabía a hierro. Algo había en aquel portal áureo que me asfixiaba. Mis piernas se sentían pesadas y, a cada instante, mis músculos gritaban por dar la vuelta y huir hacia el lejano verde que hace poco había dejado. Era incapaz de dar un paso más allá. Todavía no estaba sobre aquellas baldosas radiantes, pero el frío del metal se extendió a través de mis pies hasta mi boca.

Cusco, así se llamaba. Mi padre me lo había repetido desde niña, mientras nos educaba a mí y a mis hermanas. Cusco, la ciudad hecha de oro, donde la deidad aguarda. Su dios. Mi dios. El dios de mis hermanas. Apuyku.

Lo llamábamos Inti.

Porque su nombre real y verdadero era imposible de pronunciar por seres tan primitivos como nosotros. Porque

no llegábamos a comprender cuán grandioso era nuestro dios.

Tenía un templo en la orilla del Gran Lago, el más majestuoso del Norte. Venían peregrinaciones y caravanas a dejar sus ofrendas al gran dios. Las colas se formaban hasta desaparecer entre los cerros más lejanos solo por una bendición de Aquel Que Escuchaba Al Gran Dios. Pero Cusco siempre fue otra cosa…

Era la gran ciudad de las leyendas, mítico recinto divino. La gran ciudad que se extendía a través de la montaña más alta del mundo, encerrando el templo en su pico, en la propia punta. Decía Aquel Que Escuchaba Al Gran Dios que en aquel lugar las viandas eran exquisitas, que la papa más grande de nuestras chakras era igual a una semilla de quinua comparándola con aquello que su tierra bendita producía, que sus habitantes usaban las ropas más exquisitas, hiladas con fina seda de araña. Enternecían el ambiente mil colibríes que daban la bienvenida al dios que por esas calles transitaba.

El agua sonaba constante, desbocando alegremente en las fuentecitas. Nada más sonaba. Ni el chillido de los animales. Tampoco el crujido del viento. Solo el agua. Fue la mayor de mis hermanas la que dio un primer

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paso.

Oh, Guaco. Era pequeña… ¿Una cabeza menos alta que las otras? Sí. La recuerdo. Su fuerza era descomunal, grandiosa. Tenía la cara pequeña y la tez pálida, como una hermosa vela de cera.

La seguimos.

—Lleva el báculo, primera hermana —había dicho mi padre antes de partir—. Os servirá de guía a través del terreno, porque la tierra a veces es traicionera…

Ella tenía el báculo siempre en la mano derecha. Recuerdo que estaba hecho de piedra y oro, como si alguien lo hubiera tallado desde la misma veta. A diferencia del metal refinado del que la ciudad estaba hecha, el gris dorado de ese objeto no encajaba. Aunque la base fuera igual, aquel color opaco y sin pulir contrastaba con el brillo encantador de lo que lo rodeaba.

Las calles silenciosas y las delicadas plantas de las cuatro muchachas apenas provocaban sonido. El ruido del metal contra la piedra, sordo y brusco, era lo único que empezó a despertar a aquello que dormía dentro de la ciudad.

Dormía, sí. Eso hacía.

A cada paso, el entorno se hacía más y más terrible. El crepúsculo llenó la ciudad de un rojo sanguinolento. La luz se reflejó en las piedras de oro y las tiñeron de un rojo

especial. Se veía como si la ciudad se convirtiera en cristales de sangre. Caía de manera espesa, gorgoteando en el suelo dorado.

Ploc

Ploc ¡PLAS!

Seguíamos avanzando, buscando el centro de esa ciudad. Las grandes paredes se iban acrecentando más y más, hasta que parecían tocar el cielo. Pronto, nos cansamos de caminar. El suelo era duro, no podíamos sentarnos en las calles.

Probamos con las casas. Quizás alguien había vivido en esos lugares alguna vez, aunque el silencio perpetuo que nos había acompañado nos hacía creer lo contrario. La mayor, con un poco de su fuerza, derribó una puerta de oro como si fuera madera.

Entró la segunda.

Cora, la más bonita de las cuatro. Excelente con las manos y el fogón… ¡Qué grandiosas viandas ofrecía al altar!

Yo también entré, siguiéndola con cuidado. La mayor y la tercera estaban detrás mío, anonadadas con el ambiente al que habíamos ingresado.

La segunda, pronto, dio un grito desgarrador.

La mayor se apresuró a verla, pero la segunda ya se había refugiado en los brazos de la tercera, pálida del miedo. Me agaché a limpiar sus lágrimas con

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un pañito de lana de vicuña. Mientras tanto, la valerosa mayor había ido a comprobar aquello que había logrado arrancar el rocío de los ojos de mi segunda hermana. Pronto un segundo grito rompió aquella letanía silenciosa. Alcé mi vista, dejando el paño en manos de mi tercera hermana.

Aquello que vi, horrorizó mi cuerpo y mi espíritu, tanto que, incluso ahora soy incapaz de olvidar su visión.

Una criatura horrible estaba tendida en la cama. Una cosa asquerosa, con alas finitas, transparentes y brillantes. Un cuerpo bulboso que con la luz del farol de la tercera se veía azulado. Patitas negras, finas que se extendían sobre la habitación. Conservaba una débil figura humana. Tenía rostro, un par de ojos rodeados de pestañas, una nariz y algo similar a una boca tierna. Y raíces negras que se extendían desde el cráneo hasta desvanecerse en el suelo, hechos de finas hebras brillantes. Estaba abierta por la mitad, desde la coronilla a la entrepierna. De la partición, de los ojos, de los senos, y de lo que fueron sus dedos, surgía un líquido de color verde claro y blanquecino que se había secado sobre el cuerpo, las mantas doradas y el piso de oro.

—¿Qué cosa es esta? —murmuró la tercera, asqueada. Me llevé una mano a la boca. No pude contener el vómito.

La cosa parecía un insecto, grande,

jugoso y repugnante. Apestaba a algo más profundo que la muerte y la putrefacción de la carne común. Nunca vimos mosca alguna cerca al cuerpo, tan repugnante resultaría, que ni el más vil de los insectos, ni la más pérfida de las cucarachas, mucho menos el más valiente de los gusanos, se atrevería a rapiñar aquel cuerpo seco.

No nos atrevimos a volver a entrar a una casa, temerosas de volver a ver esa escena.

Se hizo bien aquella vez… Aunque…

Mis ojos lagrimeaban de vez en cuando. Yo no quería seguir avanzando hacia el centro. Tenía hambre, sed y sueño. Quería dormir, descansar sobre el regazo de la mayor mientras ella me cantaba una canción de cuna.

Solo tenía trece años en ese entonces, ahora… ¿cuántos han pasado?

A medida que caminábamos, el sueño nos vencía poco a poco. En esa duermevela, a veces veía una sombra negra aparecer y desaparecer desde el rabillo del ojo. Cuando volteaba, desaparecía por completo.

Oh, extrañaba a mi padre. Creo que fue alguien muy bueno.

Lo suficientemente bueno como para mandar a sus cuatro hijas a su dios.

Aunque teníamos la marca que nos indicaba como doncellas destinadas a servir al Inti…

Porque estaban destinadas a servir,

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por eso amó a sus hijas. Porque nacieron con la marca en el pecho.

Nos despidió con flores y sonrisas, sin río alguno sobre sus ojos. Porque así marca la tradición. Empujó el barco de totora junto a los hombres del poblado. Nos envió al Cusco. Nos vio alejarnos hacia el horizonte, sin parpadear siquiera al ver el rostro lloroso de su hija mayor, quien apretaba los puños intentando controlar el suave rocío que caía sobre sus mejillas. Vio como las otras mujeres nos vistieron y nos calzaron, pero no nos vio caminando, hasta que la suela de las ojotas se rompió y tuvimos que quitárnoslas. Hicimos zapatos con las telas que cubrían nuestro cuerpo y andamos hasta que se hicieron hilos tan finos que no podíamos ni verlos. Nos vio lavando nuestras cabelleras… pero no vio como tuvimos que… La tercera comenzó a llorar.

Pobrecilla, Ragua, la hilandera. Sus preciosas manos creaban telas hasta con el rocío de las mañanas, creando formas y figuras preciosas, que hasta se movían entre los hilos. Lástima que no pude verlo.

Nos venció el sueño, eso creo. Tengo el leve recuerdo de la mayor, desesperada, luchando contra esa maldita sensación de flaqueza, arañándose los ojos para evitar cerrarlos. Tomó guijarros dorados del suelo y se los clavó en los brazos, en las piernas y en los pechos.

Ríos de sangre chorrearon por sus muñecas hasta gotear en el suelo.

Gritaba, la mayor. Oh. ¡Cómo gritaba mi querida hermana! Sumida en los recuerdos, incapaz de observar la realidad y aquello que fue su infancia, empezó a jalarse los pocos cabellos que aún tenía. Se los arrancó de cuajo, mostrando el borde blanco de su delicado cráneo. Empezó a tambalearse de un lado y otro, hasta que… hasta que dio un pisotón contra el suelo y la tierra de oro se partió. La ciudad se resquebrajó en dos, formando una grieta desde la entrada hasta el templo mayor que estaba en la cima de la ciudad. Los edificios comenzaron a moverse…

Y una a una, las piedras caían. Y la mayor quedó muy lejos del resto, al otro lado de la grieta. Caían… caían. Caían, sí. Sobre la hermosa y pálida Guaco. Caían sobre ella como lluvia dorada, adornando su rostro con el oro y la sangre. Hizo una grieta, sí. ¡Oh! ¡Débil Guaco!

El grito agónico de mi hermana nos despertó. Asustadas, continuamos nuestro camino hacia el centro. El báculo había rodado hasta las manos de la segunda. Y como era de esperar, ella lo usó de bastón, tanteando los lugares que no estaban débiles por la ruptura brusca del metal del suelo, mientras oraba en una interminable letanía a los apus que nos habían abandonado.

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Pronto, el hambre invadió nuestros cuerpos. La segunda detuvo su rezo por imaginar las delicias con las que solíamos alimentarnos hace poco, con nuestro padre.

—Hambre… ¿No podemos buscar nada? —decía la segunda con el rostro resquebrajado, apuntando con el hermoso dedo albo hacia una de las casitas—. Alguna papita habrá ahí dentro, siquiera un poco de carne seca. —La tercera y yo solo negábamos con la cabeza, empujando a la segunda para que continuase el camino. La segunda inmediatamente volvía a sus oraciones…

Cora pedía más comida. Rezaba por un poco, un granito que quínoa, una probadita de chuño.

Hasta que dejó de pedir.

Al llegar a la puerta del templo principal, en la cima del cerro de oro, todas nos paramos, deslumbradas por el tamaño y la opulencia del sitio. Las puertas eran tan altas que parecían tocar el firmamento. Para ese entonces, la noche estaba en su máximo esplendor. Negra como el hermoso cabello de la tercera, sin una sola mancha de color blanco. No había luna que coronase la noche, ni estrellas que la enjoyasen.

Solo el reflejo dorado del oro y la extraña luz que parecía emitir el templo.

Ploc

Mi corazón se encogió al escuchar el espeso sonido de un goteo. Ya lo conocía, lo había escuchado con la primera… Observé a la tercera, que me miraba con el mismo presentimiento que yo tenía. Luego, ambas dirigimos nuestra mirada a la segunda, que estaba de espaldas. El sonido de una garganta tragando resonó.

Ploc

La segunda se volvió a nosotras con el rostro sonriente, cubierto de un rubor hermoso.

—Ya no tengo hambre —afirmó.

Alzó los brazos, mostrando su comida. Unos huesos blancos asomaron a través de la tenue luz del templo. La carne masticada y sangrante, un poco de cebo blanco que se manchaba del líquido rojizo. Cinco falanges… La segunda también observó a su presa.

—Creí que era un cóndor —dijo—. Lo vi reflejado en las paredes del templo. Y lo atrapé. Me lo comí, poco a poco.

La muñeca, descamada y sangrante, tenía marcas bestiales de mordidas. Un poco de sangre escurrió por el rabillo de los tiernos labios de la segunda.

Asustada, se arrodilló y observó su propia mano despellejada.

De sus manos, crecieron árboles. De sus trenzas, naranjas, el choclo que ahora comes. De su lengua, las algas del mar. De su sexo y de su boca, nacieron plantas que no me atrevo a nombrar,

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pero que son como Cora, amantes de la carne…

La tercera tomó el báculo. Luego me lo pasó a mí, como si el contacto con éste le quemara las manos.

Avanzamos. Yo adelante, tanteando el terreno. Sonaba el suelo… Toc, toc, toc, contra el piso de oro. Entramos al templo, ambas, agarradas de la mano. Por fin, mis descalzos pies sintieron la ternura de la lana. Suspiré de alivio, aferrada al calor proveniente de mi hermana. Me sentí más segura entrando a aquella terrible oscuridad.

—Ocllo…

Cerré los ojos, con el corazón repiqueteando como un tambor. Sentí vacilar mi voluntad. Mi alma se paralizó. Tragué saliva.

—Ocllo —alguien dijo de forma lastimera.

Un sonido oscuro y rancio, como el silbido de un mosquito. Se sintió antinatural. Extraño, molesto. Y muy familiar.

—Ocllo… por favor…

Provenía desde mi espalda. No podía ser.

—Ocllo.

No.

Lo era.

La tercera me llamó con voz triste y suplicante. Me giré, horrorizada. Mi cuerpo se paralizó.

Mi hermana, la tercera, estaba ahí, con los ojos brillantes. Una luz repen-

tina iluminó tenuemente el lugar, permitiéndome observar.

Vientre redondo, ocho ojos saltones y negros. Dos colmillos le crecían de entre sus tersos labios. Sus extremidades se habían ramificado, dividiéndose en ocho largas patas negras y peludas, lo único humano que aún conservaba era aquella mano fina como una aguja, broncínea y desgarrada.

No pude respirar. La solté.

—Ocllo —gimió la tercera.

Pobre Ragua, la hilandera. Condenada a tejer e hilar piedra. A no morir, convertida en lo que realmente era.

Corrí, alejándome todo lo que podía de la tercera.

El báculo pesaba y a cada paso se hacía más y más duro de sostener. Me acercaba al centro mismo del Cusco, al templo donde mi dios residía. No sabía, a esas alturas, si quería realmente ponerme a su servicio. Estaba sola, desesperada, angustiada, loca. Mi vientre se retorció y una grave sensación de náuseas me invadió. Cada parte mía, cada pelo, cada escama de mi piel, mi sangre, mi carne, mis huesos, yo… pedíamos a gritos salir de ese lugar. Era como atravesar lava caliente, asfixiante. Aún recuerdo cómo me quemaba la garganta, cómo sentía que algo se deslizaba hasta mis intestinos, algo caliente, doloroso, amargo.

Cuando volví en mí, ya estaba a una

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puerta del centro mismo. Me temblaban las manos. Atravesó mi mente el recuerdo de lo que esa noche estaba ocurriendo. Sostuve el báculo con fuerza, porque era lo único frío en aquel sitio. Ese báculo me mantuvo cuerda. Me trajo a la realidad. Abrí la puerta. Y frente a mí estaba mi dios.

La deidad por la que mis hermanas murieron, hechas pedazos, comiéndose a sí mismas, convertidas en algo que no era ni humano ni monstruo. Inti.

Era total oscuridad. Una oscuridad tan grande, tan abrumadora, que no solo se extendía hasta el cielo. No había luna, ni estrellas en aquel lugar porque solo lo servían a Él. Mostraban su belleza a Él. Tocaba cada estrella, a la luna…, Él rodeaba la tierra con sus brazos.

Y solo dos ojos me observaron. Ojos tan luminosos que encarnaron toda la luz que mi gente había visto a lo largo de su vida. Cada alba y cada crepúsculo, cada fogata y antorcha, cada chispa y cada reflejo estaba en esos ojos que me miraban.

Me arrodillé, soltando el báculo, dejando que esa oscuridad invadiera mi ser.

Mi dios.

Por fin, me había encontrado.

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Han venido puros a él Mego

Un hijo que se arrastraba por el suelo de vicio por la tierra de cal y el padre intentando andar en el mundo de asfixia llegaba a casa hijo en pena padre verbal

Padre e hijo, eran solamente ellos Y dicha casa era la del gran radical quien fue un gran hombre, pero jamás dejó soñar

El hijo expuesto a espasmos de anorexia y el viejo con años de cansancio tierno igual no come igual no da de comer

El gran radical fue dado a luz en la guerra en su bautizo, lloraban por la paz le hicieron una bandera y un himno prohibido que nunca fue cantado mas el hijo lo escuchaba en sueños con insomnio de niño con devoción de secuaz

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Pero ni sueños ni vida podía tener toda la cal del suelo lo manchaba esto que lo posee es un horror, no un ideal todo el vicio del mundo lo abraza quiere decírselo a alguien, quiere hacerlos caer

pero él, solo cae y por eso se arrastra

El viejo se ha vuelto tan viejo, el viejo ha partido el hijo lo lleva a descansar, no hay cal para el padre para el gran radical, debe ser mar

Lo lleva, y con su viejo se va una parte de él la parte que queda en desgracia se estremece expuesta a morir pariendo una propia identidad

Han llegado los sueños por fin de vida, de muerte han llegado puros a él y el viene en mi búsqueda

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Pobre hombre, quédate detrás mío que yo no permitiré otra piedra más este es el mundo del que te ocultas este tacaño mundo no puede dar otra oportunidad ven, sígueme a donde todo hombre es río y el río no da piedras para tirar

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Repentina alameda

Qué diosa del pasado ha vuelto Y, sigilosa y pícara, se ha erguido árbol Y su cuerpo ha materializado

Encabritado, perfecto y distinguido: Altiva por el tronco sólido y fornido, Coronada de copas de múltiples matices, Ostenta manos delgadas de hojas finas, Fragante del perfume que jamás fatiga.

Refugio de amantes día y noche

Dorada compañía del sopor de los ancianos Templo de pájaros la alta cabellera Y el aire que alimenta el ocio de los niños.

Allí en su fresco imperio, La conjura hermosa del tiempo y una vida Esbelta por los trazos del terso mediodía

A la luz de mis ojos Y bajo el mismo sol.

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Allí, Ni Dafne ni una pena severa de Dante: Más bien el acto final de una semilla

¡El origen de mis insomnes esperanzas! Que cegamos y dormimos en la tierra

A la luz de mis ojos Y bajo el mismo sol De la mano tierna de mi padre, Hoy ausente.

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Nuestras propias luces

Nuestra prometida lumbrera ha sido extinguida en un frenesí teatralizado. Nunca quiso alimentarse del fuego de nuestras añoranzas, de la leña nativa de nuestra inclusión idealizada.

Siempre, siempre retornaba y nos recitaba promesas. Que a nuestras vidas, siervas de la estadística, vendrían amparadores techos y fecundos suelos.

Mas sus ojos temblaban, dudosos, al temer la pérdida del suministro de sus combustibles industriales.

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Eowyn

Ahora, brillando, entre una nube de oscuridad metálica, nos clama por ayuda aduciendo que sus escuderos lo desconocen y le aplican su justicia civilizatoria. Mas nosotros desconfiamos con vehemencia de su obscuridad intermitente.

Ahora encendemos nuestros propios soles y nuestras propias lunas. Ahora desconocemos su voz mediadora ante aquellos templos económicos donde nunca permitieron la oficialización de nuestras vidas.

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Sus fuegos industriales, sus relámpagos mecanizados, impíos supresores de nuestras voces, alimentados de patria economicista, intentan distorsionar las luces de nuestra rebeldía intentan reducirnos a rojas alboradas reencarnadas, pero nuestro dolor es más arraigado y más autóctono: nuestros astros se encienden sobre su democracia pigmentocrática.

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Auspicios

«Somos un grupo de estudiantes y profesionales que se propone incentivar y promover el ejercicio de la traducción literaria en el Perú. Nuestra visión es llegar a ser un espacio cultural de referencia nacional e internacional que aporte al reconocimiento y la consolidación de la traducción literaria a nivel iberoamericano. No olvides seguirnos en nuestras redes sociales».

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Este número del boletín se terminó de editar el 10 de febrero del 2023. Fecha en que el país se ve envuelto en una sangrienta tragedia: la muerte y la violencia irrumpen, sin cesar, caminos y plazas. Fecha también en la que al equipo que fundó y sacó adelante este boletín le corresponde decir adiós. Estas postreras palabras se traducen, por lo mismo, en agradecimiento: al equipo, a quienes participaron, a los estudiantes y al público en general. A quienes asumirán en adelante la dirección de este proyecto: los mejores éxitos.

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