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del mañana? Por

Ángel Orozco

José Luis cumplió 18 años en mayo. Desde muy pequeño demostró su pasión por el cine. El primer curso que llevó, y que casi lo desanima, fue un taller de creación de guiones. Era el más joven del curso, al parecer los integrantes pasaban los veinte años y, para colmo, la tallerista lo recibió con un triste “te voy a aceptar en el grupo, pero es posible que no entiendas mucho de lo que se explique en el taller porque este es un taller para adultos”. Una bienvenida tan deprimente como adultocentrista.

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En el 2020, previo a la pandemia, José Luis se incorporó al Semillero. Gracias al cine y al arte en general, es un joven seguro de sus ideas, tiene claros sus objetivos y los cumple. Atrás quedó el adolescente a quien le temblaba la voz al compartir sus opiniones, hoy se presenta un joven que construye su discurso a través de una cámara. Nada lo detiene al momento de crear, lo cual quedó más que claro en marzo de este año cuando ganó una mención honorífica en un concurso de cortometrajes organizado por la UNAM.

Es gratificante ver cómo el arte es un agente de cambio social (y un espacio seguro), ver cómo el elemento lúdico les da a niñas, niños y jóvenes seguridad, herramientas para expresarse, opinar, jugar, convivir, crecer como individuos y como artistas, porque digan lo que digan, las semillas que son parte de nuestros talleres, no son los o las artistas del mañana, lo son hoy, lo son ahora.

Manos pequeñas

<<Mi historia comenzó con una vecina que tenía un libro enorme, tan pesado y con un sello brillante, que creí era de oro. Nunca había sostenido un libro más allá que los de la escuela. En mi casa no había nada parecido a una biblioteca. Al abrirlo, me perdí en sus páginas sin contar el tiempo. Ella, amablemente, me dejó llevarmelo a casa bajo la promesa de devolverlo. Ese gesto lo he cargado conmigo siempre, pues las manos pequeñas siempre deben alcanzar libros grandes.>>

Los años en mi trabajo como promotora cultural pueden resumirse en una sola página, pero necesitaría miles de hojas para contar todas las historias que he vivido con las niñas, niños y jóvenes. Son historias que pueden ser susurradas al oído, destellos de instantes lúdicos y empáticos.

He recorrido la franja nogalense a la que llaman frontera, pero que es mucho más que una línea divisoria. Gracias al arte, he podido compartir una manera distinta de ver e interpretar los dos lados que divide la línea. Se necesita más que un muro de hierro para impedir que ambas culturas coexistan. Identidades que van y vienen, y yo soy una de ellas.

Para abrir caminos y derribar fronteras físicas y mentales, intento aplicar la educación intercultural. El ir y venir, de un lado a otro, cargando en mi mochila materiales que pueden convertirse en una cámara, una foto, un poema, o una historia.

Durante esos años nunca me he preguntado si este es mi lugar, simplemente lo sé y me encanta demostrarlo a través de lo que hago, en los espacios en los que he tenido la oportunidad de integrarme, tal y como lo he hecho con Semilleros Creativos.

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