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Ardor de hielo
Anónimo Secundaria
La vista desde aquí es gloriosa. No pacífica, no hermosa, no encantadora. Es 11 pisos más gloriosa que la de hace 14 y nada más.
Mis botas cargan mis pies, y mis pies cargan mi peso, pero el suelo no me carga a mí. No, es el fierro del balcón y el concreto de su plataforma los que sostienen mi caída. Mi caída a un asfalto que rayaría de grafito mi vestido, o un color parecido.
Tengo una botella en mi mano. Una botella que rota quiere estar, y no puede por más que trate. Es una botella con historia de producción, que a manos del vicio tiende a durar unas pocas horas solo y nada más. La botella se llama "Johny" , el Johny que camina. No tengo idea de hacia dónde, pero camina. Y me hace querer caminar, hacia ningún lado, pero caminar. El mundo de arriba me ha congelado las orejas y las narices. Puedo sentirlas arder de hielo, tan rojas como cuando el Sol se vuelve de fuego y todos abandonan la rutina para cambiar a la secreta. Quizás algún día yo también llegue a tener una secreta, una vida doble. De día una y la que sobra de noche. No lo creo pues el mundo se ha acabado.
Es sencillo saber que el mundo se acabó, pues está tan callado como mi robo a la "vinatería y licores" . El cual a la vez, robó mi medio día. Es solitario 11 pisos más arriba. Lo es y negarlo no tiene caso. Decir que no estoy solo también deben pronunciar mis palabras. Junto a mí está mi chico. Yaciendo hipotérmico a mi derecha. Congelándose a causa de su tan estúpido orgullo. Le he dado mi chaqueta y él no la ha querido. Me niega su masculinidad tóxica pero yo sé que él también lo sabe; y lo odia demasiado más que yo. Y no es que no quiera cambiar, pues lo desea menos débil cada día. Pero soy yo quien se debe adaptar. Cambiar requiere muchas energías las cuales ahora él no tiene por idiota. Pero no debo hablar así de él, porque a su lado, colgando pies del techo, tiene a otro idiota; el idiota por cuidar de él. Me perdí pensando cuánta gente como nosotros quedaba en el mundo. Todo se hizo viento y cenizas en segundos. No, en minutos... horas, si, horas fueron. Eternas se sintieron pero fueron horas durante las que vimos arder el mundo. Arder en hielo como mis orejas; como mi nariz; como las manos de quien matrimonio estaba destinado a pedirme. ¡Qué imbécil...! Me has dejado ardiendo. En un frío petrificante, completamente solo.