PORELDESAGÜE
A L .

Calladito, echando los apuros, me dejo llevar en la canoa, temeroso de que un hueso desacomodado te asuste, pero las uñas de la lluvia departen en los lomos del rancho este por donde se desliza la tierra aguada, donde la pezuña y la bota fondean, ahí estaré para cuando la radio te acuerde que me he ido, yo, menos que una hoja, que esos a los que miras sobre el hombro, diosecilla, mucho menos que el sitio guardado para nos, ese donde Salvator Rosa pone su mano derecha en “O cállate o di algo mejor que el silencio”, más que todo para esa boca entrenada para derrumbarlo a uno, hilo quemado con los pelos de la nariz, los filosos que no te importa si los ven o le molestan a nadie, porque más abres y bueno, tú, la encargada de esgrimir los vocablos, el río de blasfemias sabrá que tiene interlocutores en ese momento, digo, en el que me lleve lejos del pedazo de calle donde me abrazo a las rodillas, a un palo que sirve de soporte y luego se estaca, y “Queden en silencio los labios mentirosos, / que hablan con burla y desprecio, / y ofenden al hombre honrado”, los tuyos y los míos, pero tú sigues en cantaleta, refugio de los sordos y de las canastas pisadas, tóxico de liebres y de este caparazón, este toque a la maleza por conjunto que deberá apretujarse con las basuritas que una malla les niega seguir por todo lo largo de lo estrecho, que tendrán tu orgullo resguardado,
en piadosa concentración, y así podrá entenderse, al menos por un cuarto de hora, el sirirí y los pasos de arriba, la antena que cae por un golpe de palo, una queja de mimada al ausente, y con ello verás el limbo en sus capitolios, la hamaca donde rezuma el cuerpo de tu ahogado con cuyo líquido falseas tu voz, eliminas las espigas y presentas a la audiencia los tótems, los grillos de tiempo completo, y, en un raudal, veré cómo el lazo con que detienes las ondas dan a saber, como anillos, el lejano goce del tumulto.
El Pedregal, abril 5 de 2025
[ EL SILENCIO ]
COMOUNESPACIOACTIVO
Es cu en la cotidi billa y se cae en el abismo, en ese momento el silencio normalmente relegado a la condición de ignorando se apodera del pensamiento, se le libera de la oscura jaula donde lo retienen , dando voz al alma , si el sonido se ausenta permite elucubrar sobre todo lo que siempre es ignorando, este poder de reflexión inherente al silencio es reconocido como recurso y aprovechado sabiamente en las siete bellas artes.
Miles Davis lo dijo alguna vez:
“El silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos.”
Siendo justo lo que demuestra en el piano “4′33′′” por John Cage en 1952 durante tres movimientos la composición carece de nota alguna convirtiéndose en algo tan revelador como efímero , todo sonido que emerge de la sala pasa de aparentemente infimimo, a tomar una magnitud descomunal , los pensamientos de la enmarañada psique resuenan sin necesidad de esfuerzo, cuatro minutos y treinta y tres segundos exactos suficientes para dejar en el aire de la sala varias interrogantes algunas con respuesta otras para quedar un par de vidas pensando.
Traspasando el tema al al cine Lars Von Trier con su controversial obra “The House That Jack built” utiliza estratégicamente el recurso en algunas de las escenas del filme siendo de especial interés tres curiosamente dicotómicas entre ellas. La primera, el tercer incidente donde Jack caza a la madre con sus hijo, sin música de fondo deja un aura de angustia sostenida solo por el crujir de las hojas bajo las pisadas, el soplar del viento y la respiración agitada la paleta de sonidos cuidadosamente elegida obligada a confrontar lo bizarro, lo aberrante, lo sádico.

El sentimiento de desolación de mano de la moral se planta ante él de frente, no se diluye hasta no ser escuchado, el segundo punto tiene un tinte trágico en el momento en que Vergil con ayuda de Caronte transporta a Jack en la barca del descenso infernal una vez más sin proferir palabra alguna se proyecta desbordante desesperanza con una gama de sonidos que va desde el chapoteo del agua , el tenue crujido de la barca y sutiles suspiros. Por último personalmente mi parte favorita el recuerdo de Jack en el campo bañado por el sol viendo la gente trabajar la quietud se muestra en la presencia de solo el pacifico sonido del viento haciendo contraste La voz más humana que Jack ha producido mientras Dante solo lo escucha parco en palabras dejando implícito lo poco útil que le resulta al protagonista el recuerdo
No estoy contenta con los ruidos altos nunca lo estaré pero en definitiva me perturba más el mutismo, en la soledad de mi habitación mirando al techo azul cuando la luna se apodera del cielo, en ese momento debo confrontarme nunca es fácil pero no hay elección.
M.I. Flores Nachón
He vivido una vida feliz, e indiscutiblemente buena. Mis risas se han desbordado de las paredes de mi casa, y mis llantos se han escuchado a cuadras, no he sido particularmente buena en guardar silencio, se me resbalan las palabras de los labios con tal de evitar un silencio incómodo, tiendo a azotar las cosas, la puerta, las llaves sobre la mesa, los platos sobre la tarja, pero de alguna forma he aprendido a hablar, o tal vez gritar en silencio. He sido una persona silenciosamente ruidosa, ahora he hecho las paces con la idea de que a veces mi mejor forma de hacerse escuchar, es a través de el rápido tiqui-taca-tiqui de mi teclado cuando escribo… silenciosamente escribiendo.
Tiqui-taca-tiqui…
He crecido en México toda mi vida, y sin cansarme de decirlo, es de mis más grandes orgullos. He tenido la fortuna de salir del país, conocer y disolver fronteras, siempre con la ilusión de hacer llegar un poquito de México afuera, y traer un poquito de afuera a México. He vivido en México, una vida feliz, e indiscutiblemente buena. He tenido la fortuna de ser una persona que vive en México, con una vida feliz e indiscutiblemente buena. Un privilegio. Crecí en México, mis años formativos durante el sexenio de Calderón, y aprendí a guardar silencio. Sin intención de tirarme a hablar de política, creo que los mexicanos colectivamente entendemos lo que significa “crecer en el sexenio de Calderón”.


Hace 18 años, 3 meses y 28 días (a día de la escritura de este texto), se inició la llamada Guerra contra el Narcotráfico, declarada por el entonces presidente Felipe Calderón. Históricamente como mexicanos sabemos con quién hablar y de qué hablar, no vaya a ser la de malas. He aprendido a guardar silencio y hablar desde un tiqui-taca-tiqui, aún con miedo.
En 2009, en plena guerra, con manos probablemente temblorosas y metafóricamente ensangrentadas, Calderón sugirió a los medios “autorregularse” con las noticias internacionales, para no promover una idea errónea de México en el extranjero.
Y si bien entiendo la desesperación dentro de su iniciativa, concuerdo con Teresa Margolles y Cuauhtemoc Médina cuando preguntan ¿De qué otra cosa podríamos hablar?. Para la Muestra Internacional de Arte de la Bienal de Venecia no.53, Margolles y Medina proponen representar al pabellón de México con obras que intervenían el espacio, de manera sutil, silenciosa, contundente; trapos ensangrentados tomando el papel de una bandera y arte-acción de limpiar el suelo del Pabellón de México con agua mezclada con fluidos semejantes a la sangre. ¿Cómo vamos a limpiar un país si de nuestros ríos se derrama sangre?
Teresa Margolles se une en alianza a la materialidad como testigo, y en una sugerente “autorregulación”, manteniendo el silencio nos grita. Muda y ruidosa. Se trata de obras que marcan el duelo suspendido en el que ninguna palabra cabe, ningún sonido cabe.
El silencio se convierte en la mortaja que cubre a una nación completa en un velo silenciado que no puede hablar por si mismo. Nos envolvemos en un velo enrojecido que cubre en silencio a las miles de muertes no nombradas, impronunciables, incalculables. ¿De qué otra cosa podríamos hablar? Esta es nuestra realidad.
He vivido en México toda mi vida, indiscutiblemente feliz, con momentos de amargura, inconformidad, rabia, indignación y tristeza, porque TODAVÍA los sudarios de Margolles se extienden 16 años en el tiempo, en una guerra que no termina, en minuto de silencio que ha durado tres lustros. Me resulta indignante usar mi voz desde mi privilegio, para que con mi tiqui-taca-tiqui, hacer escuchar un poco de el falso orgullo de un México que solo existe para los extranjeros, un México que solo existe para los afortunados. Mi México lindo y querido, y asesino, misógino, secuestrador y racista. Es momento de guardar nuestro silencio en nuestros bolsillos y hacer escuchar a cuadras lo que sucede aquí.

Hace cinco años que persigo el amor como quien corre tras una mariposa en el campo Y si me apuran, no ha habido un día en toda mi vida, o desde que sufrí la primera erección, donde no pensara en lo lindo que sería estar con una mujer. Y cuando digo estar no quiero decir desnudos, es decir, no solo quiero decir desnudos. Quiero decir, amar es escuchar el eco y en él escucharte de vuelta. Ver al espejo y saber que te mira también. Etcétera. Soy un pésimo cazador de mariposas Me gusta cuando se posan un momento en mi mano, me dejan ver sus colores, abren sus alas, se contonean y luego se van. Soy casi siempre feliz con eso, con esa distancia que se franquea solo para después volverse dolorosamente mayor, una distancia a la cual las palabras ya no se escuchan, y si se leen, aparecen en el papel como en una lengua antigua, de amantes olvidados.
Envidio esas almas para las que el amor no es una obsesión, que parecen acertar todas las flechas que disparan, como si no fuera la práctica sino la quietud y la paciencia lo que los volviera letales; gente que sabe reconocer con certeza el amor en los ojos del otro.
Yo en cambio quiero ver el amor en los ojos de cualquiera, y creo verlo, tanto como un viajero en el desierto confunde oasis por espejismo. Pido que pongan flojas las cuerdas que me atan al mástil, quiero hundirme en el agua, perderme en el canto de las sirenas.
Pero la necedad tiene un precio y ahora lo estoy pagando. Es suficiente. Voy a levar el puente del castillo y recluir a la princesa. Y cuando digo la princesa quiero decir; voy a dejar de mirar a medusa a los ojos, estoy harto de hacerme piedra y hacerme agua y hacerme polvo y pese a todo, ser exactamente el mismo que no puede olvidar.
No he terminado. Me pregunto si dejar de buscar me traerá algo. ¿Ves? Soy un tramposo. Si dejo de buscar no es porque mi alma esté tranquila y sosegada, es porque creo que si dejo de moverme algo vendrá a chocar contra mí. Buda me diría que pierdo el tiempo y yo le diría que lo sé. Le diría que no importa, que tengo mucho, y que tengo deudas por pagar que no se pagan con dinero (osea sí) sino con vida (por eso). Y me respondería que el tao es el camino y yo le diría, lo sé, y al decirlo Buda sabría que no entiendo nada. Pero quién sí.
Aún no he terminado. Hace meses que no escribía, salvo por las dos páginas que le escribí a Jessica en el tráfico de la ciudad, dos páginas donde hablé de caminar hacia el centro pero en espiral, donde le escribí dos versos que amo: y se está bien caminando a tu lado en cualquier dirección, del lado de la tierra. Dos páginas que ya residen en el olvido. Regalé un montón de pequeños cuadernos a gente que quería y de ninguno he vuelto a escuchar una palabra. Así es el viento, supongo, sopla y trae el polvo, y se lleva aquello que uno más cerca quiere tener.
Por último; cuando digo el tiempo a tu lado quiero decir, el tiempo que pasé cerca del teléfono. Vivías ahí como un abecedario, un lenguaje y una voz toda mía, vivías poniendo palabras en las líneas después de las preguntas, como la prueba de que el lenguaje no es otra cosa que una forma subrepticia del amor. Sabines dijo
Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: "qué calor hace", "dame agua", "¿sabes manejar?", "se hizo de noche"... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho "ya es tarde", y tú sabías que decía "te quiero".
Y con tu ausencia que cayó lentamente como las hojas de un árbol donde el otoño es suave, con ella se fueron perdiendo las palabras que nadie escribió porque no creímos que fueran a extinguirse, como quien sale a la tarde con el sol arriba y no lleva suéter porque no cree en el frío, no existe el frío, cómo podría.
Pero puede, y en todos los lugares donde no estás ahora estoy yo. O lo que quedó de mí, de eso que descubrí que era pero resultó que lo era a tu lado
A veces pienso en un amigo que quiero mucho y digo voy a ir a verlo. Y él no sabe pero es mientras que lo veo que existe, son los ojos los que nos descubren, nos revelan, nos ponen sobre la tierra. Eran tus ojos dos luces que pensé alumbrarían mi genio de ese día en adelante, y ahora lleno las horas de la noche haciendo cualquier cosa, pensando en ti de vez en cuando, en ti a la distancia, una distancia que inventó el silencio, porque nada nos había separado, pese a todo, hasta el día del juicio final.
Luis Fernando Salas
Minutos de silencio