Guia Post-Primaria Lengua Castellana 8°

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—¿No? Como nadie respondió entonces, el cholo tuerto, dirigiéndose a los policías armados que le acompañaban, dijo en tono de quien solicita prueba: —A ustedes les consta. Ustedes son testigos. Se declaran en rebeldía. —Asimismo es, pes. —Procedan no más. ¡Sáquenles! —¡Vayan breve, carajo! —Aquí vamos a empezar los trabajos que ordenan los señores gringos. —Taiticuuu. Del rincón más oscuro de la choza surgió en ese momento un indio de mediana estatura y ojos inquietos. Con voz de taimada súplica protestó: —Pur que ñus han de sacar, pes? Mi huasipungo es. Desde tiempu de patrón grande mismu. ¡Mi huasipungo! Diferentes fueron las respuestas que recibió el indio del grupo de los cholos que se aprestaban a su trabajo devastador, aun cuando todas coincidían: —Nosotros no sabemos nada, carajo. —Salgan... ¡Salgan no más! ¡Fuera! —En la montaña hay terreno de sobra. —Esta tierra necesita el patrón. —¡Fuera todos! Como el indio tratara de oponerse al despojo, uno de los hombres le dio un empellón que le tiró sobre la piedra donde molía maíz la longa. Entretanto los otros, armados de picas, de barras y de palas, iniciaban su trabajo sobre la choza. —¡Fuera todos! —Patruncitu. Pur caridad, pur vida suya, pur almas santas. Esperen un raticu nú más, pes —suplicó el runa temblando de miedo y de coraje a la vez. —Pur taita Dius. Pur Mama Virgen —dijo la longa. —Uuu... —chillaron los pequeños. —¡Fuera, carajo! —Un raticu para sacar lus cuerus de chivu, para sacar lus punchus viejus, para sacar la osha de barru, para sacar todu mismu —solicitó el campesino aceptando la desgracia como cosa inevitable— él sabía que ante una orden del aceptando la desgracia como cosa inevitable— él sabía que ante una orden del patrón, ante el látigo del Tuerto Rodríguez y ante las balas del teniente político nada se podía hacer. Apresuradamente la mujer sacó lo que pudo de la choza entre el griterío y el llanto de los pequeños. A la vista de la familia campesina fue desbaratada a machetazos la techumbre de paja y derruidas a barra y pica las paredes de adoben —renegridas por adentro, carcomidas por afuera—. No obstante saber todo lo que sabía del “amo, su mercé, patrón grande”, el indio, lleno de ingenuidad y estúpida esperanza, como un autómata, no cesaba de advertir: —He de avisar a patrón, caraju... A patrón grande... Patrón ha de hacer justicia. —Te ha de mandar a patadas, runa bruto. El mismo nos manda. ¿Nosotros por qué, pes? —afirmaron los hombres al retirarse dejando todo en escombros. Entre la basura y el polvo la mujer y los muchachos, con queja y llanto de velorio, buscaron y rebuscaron cuanto podían llevar con ellos: Huasipungo de Jorge Icaza, Edición crítica Raúl Neira Stokero 2009

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