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Había pocas esperanzas, solo esperaba un milagro

natalia castañeda Enfermera Clínica Bupa Santiago

Asumí como un desafío laboral y de aprendizaje el atender a pacientes Covid. Después me fui interiorizando de que significaba un desgaste emocional tremendo, porque los pacientes estaban solos. Peor que estar enfermos, era la angustia de no tener contacto con sus seres queridos, ni estar acompañados, algo que es parte esencial de la recuperación de toda persona. Cuando comenzaron los contagios algunas compañeras infectaron a sus familias. Los equipos se empezaron a desgastar, tuvo que llegar gente nueva. Fue como un terremoto. Todo fue muy agotador. Yo había dejado de ver a mis abuelos desde que comencé a trabajar con pacientes Covid, porque no los quería exponer. En principio pensé en irme incluso de mi casa, porque vivo con mi madre que es adulto mayor y con mis sobrinas que son niñas. Me preocupaba exponerlas y por eso tomaba precauciones extremas al retornar de mis turnos. Me acuerdo que en mayo, mi abuela y mi mamá estaban un poco tristes porque no iban a poder pasar el Día de la Madre juntas, pero era algo que no podíamos hacer.

Tengo los conocimientos Un día mi abuelito Osvaldo, de 88 años, teóricos para proyectar lo empezó a tener problemas para dormir, estaba que podía suceder con su decaído y se sentía mal. Él tenía un problema crónico al pulmón, por lo que un equipo evolución, pero yo era su nieta, médico lo fue a ver a la casa. El diagnóstico no quería que él se muriera fue neumonía. Por la pandemia y los síntomas que tenía se le tomó el examen pcr a toda la y en el fondo esperaba familia. Al día siguiente nos dieron la noticia: un milagro. era Covid positivo. Resulta que días atrás habían ido a cobrar su pensión, era un trayecto de media hora, muy corto, pero fue suficiente para que todos se contagiaran. Para la semana del 20 de mayo mi abuelito Osvaldo ya estaba muy mal y mi familia me decía que había que hacer algo, porque no estaba en condiciones de seguir en la casa. Decidí llevarlo a la clínica donde trabajo y conozco a las personas. ¿Dónde podría estar mejor atendido? Era una semana súper compleja a nivel nacional, había falta de camas críticas, estábamos en el peak de la enfermedad, se estaban armando uci en las urgencias. Nunca había visto una clínica con la gente sentada afuera en los sillones; fue necesario habilitar lugares para acostar

SANTIAGO — CL

a más pacientes, porque necesitábamos sacarlos de la urgencia. Al inicio, mi abuelo quedó en esas condiciones, hospitalizado en la urgencia, pero con la necesidad de una cama uti o uci. Él estuvo siempre muy lúcido, en ningún momento se desorientó, tenía súper claro dónde estaba y lo que más lo angustiaba era presentir que ya no iba a volver a la casa. Me lo decía: llévame para la casa, no quiero estar acá. Le respondía: tata, no te puedo llevar para la casa, si pudiera lo haría. Tengo los conocimientos teóricos para proyectar lo que podía suceder con su evolución, pero yo era su nieta, no quería que él se muriera y en el fondo esperaba un milagro. Era muy triste, porque nosotras, las enfermeras, siempre tratamos de dar un poco de aliento y de esperanza a los familiares, pero en este caso yo era enfermera y familiar al mismo tiempo. Conversaba con el equipo médico las alternativas del tratamiento, luego se lo planteaba a mi familia, a mi mamá y a sus hermanos, ellos siempre confiaron en mí. Comenzó a estar más complicadito, con mucho requerimiento de oxígeno y se agitaba, ese fue el penúltimo día que lo vi. Uno de los doctores me avisó que estaba la posibilidad de trasladarlo a la uti para iniciarle ventilación mecánica, pero no invasiva; lo ayudaba a respirar, pero no era una intubación. No había nada más que hacer, porque tenía una neumonía muy grande, y una enfermedad de base en el pulmón que prácticamente no le permitía respirar. Finalmente, al otro día murió. Mi abuelito Osvaldo fue como un papá para mí. Él y mi abuela Edelmira (aunque todos la llaman Rosa) fueron quienes me criaron durante 20 años. Por eso, su fallecimiento fue muy doloroso. Me queda el consuelo de que disfruté de ambos. Mi abuela, que tiene alzhéimer, todavía me dice: usted se llevó al Osvaldo, ¿cuándo lo va a traer? Seguramente debe sentir que con él se fue una parte de ella. Compartieron 70 años de vida y estoy segura de que fueron inmensamente felices. Agradezco haber tenido la posibilidad de despedirlo, de que se fuera tranquilo, que una persona conocida y querida pudiera estar a su lado. No estuvo solo. Quise ser enfermera pediátrica, pero la vida me condujo a ver pacientes adultos. Probablemente, si eso no hubiese ocurrido, no podría haber despedido a mi abuelito. Siento que pude dar dignidad a sus últimos días. Tengo la tranquilidad de que se despidió con la manito tomada y se fue tranquilo. Después me enfermé yo, pero esa es otra historia. �

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