Boletin salesiano julio 2017

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Si bien la socióloga cree que hay que darle tiempo a la sociedad uruguaya para visibilizar el tema, opina que ese proceso se debe acompañar con campañas que expliquen la contribución de los inmigrantes. “Los uruguayos entienden que la inmigración extranjera enriquece culturalmente y hablan de la ganancia demográfica en un país pequeño pero en definitiva, se les debe asegurar tanto a los inmi‐ grantes como a los uruguayos condiciones de trabajo para desmitificar la idea de que vienen a robarnos el empleo”, concluye. EMIGRAR A LA CAPITAL Dejar una ciudad del Uruguay profundo o el campo para trasladarse a Montevideo con el objetivo de estudiar o trabajar es también una forma de emigrar. Ramil explica que ese tipo de movilidad humana también se considera migración porque quienes lo viven atraviesan las mismas circunstancias que quienes se cambian de país. “A la persona la tratan de gaucho cuando tiene formación universi‐ taria. Se dan los mismos factores de desarraigo, aunque en menor medida que en un extranjero”, explica.

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Ese desarraigo fue vivido por la hermana Silvia Ortega, directora del Aspirantado de las hijas de María Auxiliadora. Llegó a la capital desde Rivera en 1996 para estudiar en la Facultad de Psicología.

También tenía la intención de ingresar al Aspirantado al año siguiente. “Por eso me puse en marcha”, rememora. “Dejar la gente que quería y con la que había compartido la vida me costó pero el deseo de empezar la carrera y venir a Montevideo me sostuvo”, afirma. En los primeros años de la vida montevideana le sorprendieron dos cosas: el acelere con que se vive y que “la gente es más desconfia‐ da”. “Recuerdo una vez estar volviendo al hogar estudiantil donde vivía y caminando muy rápido por la calle me acerqué demasiado a un señor. Se dio vuelta y me miró con desconfianza”, cuenta. Cuando se le pregunta si alguna vez se sintió discriminada, asegura que no. “La vida de acá es distinta, las personas están más para sí. En el interior uno saluda hasta a las piedras y las piedras te saludan pero acá la gente no se conoce –tal vez por la propia estructura de ciudad grande, por los edificios‐ y eso hace que cueste salir al encuentro del otro”, reflexiona la religiosa. De todos modos, Ortega asegura que “si quien se traslada tiene claro por qué y para qué deja a su gente y a su tierra eso le va a dar la fuerza para poder vivir el desarraigo y arraigarse en el nuevo lugar. Si uno llega con ganas de abrirse y conocer ya tiene medio camino andado”, concluye.


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