No princIpIo suas obras propunham um tratamento mutável da imagem; a seguir, tôda a conceituação transformou a entidade da obra numa sucessão visual, num transcurso tota! onde os planos reais e virtuais se correspondem, se alternam, num fascinante jôgo de possibilidades resolvido tanto no tempo como no espaço. Acrílico transparente, alumínio, plástico laminado, madeira são os seus materiais. Com êles forja um espaço labiríntico, com sutis corredores e espaçosos abismos para a mente, que provocam uma privilegiada sensação da dimensão. O espectador já não pode permanecer ausente. Êle está engajado, pois não mais é participante, é também criador. E o é em maior número de sentidos do que os que comumente são atribuídos a êsses têrmos: criação, participação. As obras cinéticas de Floris, transparentes e fascinantes estruturas em movimento, convidam-nos incessantemente a revelar nosso assombro, nosso regozijo, nossa angústia, em suas tramas aparentemente impossíveis, porém reais. Ao comparecer, já estamos dando uma resposta a êsse apêlo.
Roberto Guevara
Muchos pre]UlClOS pululan disfrazados de vanguardia. Casi resulta sorprendente que los mismos errores dogmáticos se repitan de generación en generación y que todavía hoy, en un siglo desafiante de claridad radical, debamos todavía asistir a ingenuos "entierros" de las "formas caducas" de corrientes que lejos de dejar de existir, recobran repentinamente una vitalidad inusitada. Nadie enajenado de prejuicios hubiera podido sospechar, por ejemplo, las brillantes perspectivas que abre un pintor como Bacon, quiell aparece precisamente cuando se creía e1iliausta la especulación de la figura. Duchamp, el poeta burIón, que prefirió siempre la brisa fresca de los camifios nuevos a! encasillamiento deI estilo, dejó lecciones muy claras, que hoy reviven a cada paso, demostrándonos que este siglo debe aÚD dialogar más profundamente consigo mismo. Nada ha muerto. Venezuela estará en la Bienal con dos corrientes que todavía se suelen llamar antagónicos, aún cu ando más fácil y acertado sería considerarias simplesmente como disímiles; la cinética y la figuración. En e primer campo, MareeI Floris; en el segundo, Alirio Rodríguez. Más que hablar de una fisonomía regional de la plástica capaz de ser atribuida a Venezuela (como a cuaquier otro país), conviene apuntar algunos rasgos dinámicos de su estructuración atual. Vitalidad en sentido productor, receptividad frente a proposiciones y nuevas experiencias, independencia que preserva la libertad individual para escoger vías y problemas. Nuestros dos pintores responden bien a estas notas generales de lá plástica venezolana, que en ellos encuentra una definición significativa. Son además dos artistas notables por la razón más esencial deI destino creador: la modulación personal de las proposiciones. En común tienen también el saber conducir el talento dentro de derroteros firmes y constantes, donde los desarroIlos no sefialan premuras ni plegamientos gratuitos a las modas pasajeras. El imperativo de una necesidad de consecuencia interior, es en ellos la mejor guía y la razón que mejor explica por qué, actualmente, son altamente representativos de las corrientes donde se ubican. Alirio Rodríguez otorga a sus personajes una presencia convulsa y viscera!, con rasgos tumultuosos y plenos deI vértigo deI nacimiento. Se desencadenan en el espacio con escorzos fantásticos y sorpresivos. Participan deI movimiento circular de un cosmos expansivo, donde pudieran anularse los criterios de perspectiva y ubiçación convencional. El color afiade una nota de violencia, a veces corrosiva, cruenta; otras, poética, siempre con la poesía terrible deI brote intempestivo. Aquí es el hombre tema eterno. Pero ahora es un hombre en vías de transformación, en una edad crítica. Alirio Rodríguez, como todos los buenos cultores de la figuración supone un nuevo humanismo. Y Rodríguez lo plantea. No es de sorprender, en consecuencia, que su pintura se revele entre las más dinámicas y creativas de la figuración americana. Evitando a exacerbación neoexpresionista, el artista logró convertir el trazo gestual en un pulso vibrante, que da a sus obras el vértigo de una época que se caracteriza por sobrepasar umbrales.
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