Escuela Huesped - Fanzine de Mendoza

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Fuimos a Mendoza capital pero no probamos los rosquitos ni suficientes tortitas. Tampoco saboreamos ni uno de sus vinos. Lejos quedó la idea de visitar el Puente del Inca o escalar alguna montaña. Sin embargo, en pocos días y resignando horas de sueño, logramos aventurarnos entre artistas que, como arañas de montaña, tejen una red constantemente, porque vientos nuevos agitan todo el tiempo. Si hubiésemos podido describir sin límites de páginas esta expedición, habríamos procurado que lo contuviera todo. Hubiésemos hablado del movimiento ondulante de la Pancha, la perra del primo de Mari que nos hospedó durante esos cinco días y de sus uñas raspando las puertas de nuestras habitaciones al amanecer. Hubiésemos hablado de las colinas áridas a lo lejos, que se pueden observar desde cualquier punto de la ciudad pero que no llegamos a conocer. Le dedicaríamos no menos de una página a la exquisitez de las tartas vegetarianas que cocinó Claudia, la chica de pelo rosado, aquella noche con el dúo Vanitas y su tribu. Armaríamos listas interminables de los mails que nos enviamos con personas que aún no conocíamos y que con ellas y a través de ellas, fuimos tejiendo la agenda de reuniones. Y decir ahora reunión queda demasiado frío, demasiado pequeño y áspero como para hablar de los encuentros cálidos y llenos de amor que surgieron en casi todos los espacios y entre todos los artistas jóvenes que conocimos. Hablaríamos del mini-tour que Alfredo, Tatiana, Andrés y el Mauri nos regalaron un sábado al mediodía por el centro de la ciudad, luego de almorzar en Capri, ese típico bar de subsuelo donde los sandwiches vienen con cinco fetas de jamón y cinco de queso; de los bares nocturnos y las avenidas mendocinas de las


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que ya no recordamos sus nombres, si es que alguna vez los supimos; del descubrimiento del Poyuelo, ese polvo amarillo que hace ver más ricas las comidas; de la búsqueda meticulosa de plantas autóctonas por las manzanas del barrio de la sexta, que fuimos guardando silenciosamente en bolsitas; de las veinte cuadras que caminamos durante una siesta de mucho calor en busca de una heladería abierta, para terminar llegando a una Grido diminuta y fiel; de los picnic en el parque, fugaces y necesarios, entre reunión y reunión, con sanguchitos improvisados y charlas de la vida. No podríamos dejar de hablar de todo lo que aprendimos, intercambiamos y conocimos. Fue una expedición que nos regaló un montón; que nos enseñó que la accesibilidad, la diversión, la espontaneidad, imprescindibles entre los artistas jóvenes de Mendoza al momento de producir, son cosas realmente valiosas como gemas en un desierto que se expanden con el viento y se unen en la distancia.

Power Pujol Llegamos a Mendoza un jueves por la mañana, luego de doce horas de viaje en micro. En bolsos enormes llevábamos cámaras, manuales del operario y grabadoras. Abrigo para la nieve, lápices y cuadernos de notas. Aquella mañana descubrimos que la luz de Mendoza es diferente a la del litoral, había una suavidad lejana sobre las cosas y uno sentía la montaña sin verla. Dejamos nuestros bolsos en la casa del primo de Mari, donde nos alojamos y a los veinte minutos partimos a encontrarnos con nuestra primera entrevistada: Inti Pujol. Nos encontramos en Casa Colmena, un lugar ubicado en el corazón de la ciudad, que no se conforma con ser galería ni centro cultural. Inti lo llama taller barrial, desplazando así cualquier categoría. La figura de Inti como agitadora y artista contemporánea es muy fuerte e imprescindible. Inti energiza y da que hablar. En este contexto, sólo diremos de Casa Colmena, muy a la brevedad y no porque sea menos importante, que es un


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cálido espacio de actividades que coordina Inti junto con Paula Caruso, Mariano Sorio y José de Diego. Allí apuntando a los que quedan fuera del circuito, se organizan talleres y ciclos de cine, hay una tienda de arte, un lugar de exposición y un espacio con una prensa, tablones, tintas, martillos y una obra de Juan Carlos Romero sobre una pared que reza “Ahora todos somos negros”. Ahora, Inti. Mientras desayunábamos en la planta alta de un café vecino, en la esquina de una plaza que en nuestra pequeña estadía cruzamos una decena de veces, Inti nos tiró la data general. “Nos interesan las personas al margen”, dijo tomando lentamente su taza de café con leche y mirando entusiasmada cómo escribíamos en los cuadernos fragmentos de su discurso, en el que no paraba de tirar nombres y lazos con otros nombres y cuestionamientos políticos al campo artístico local. Nos habló de ella y de sus amplias actividades heterogéneas, de Casa Colmena y de Resistencia Invisible, una residencia que gestiona en secreto. Nos habló de la librería Los Pájaros que luego nos llevó a visitar; de La Casita de la O que no llegamos a conocer. Nos habló de Frente de la Unión (plataforma política), del Le Parc, de Film ANDES, de la UNCuyo, de Pablo Chavaza, de Soledad Manrique Goldsack y de una multitud de nombres que anotamos a modo de listas para luego hacer futuras conexiones. “Acá hay muchos grupos de artistas efímeros”, nos dijo pausadamente y continuó: “el campo del arte es un fenómeno agotador, está basado en la competencia y eso destruye toda cuestión amorosa”. Ahí fue cuando nos habló de A.M.O. (Artistas Mendocinos Organizados), una organización de la que formó parte y que en su momento de esplendor era lo más. Ésta se gestó, vivió y murió en un lapso de tres años en los que varios artistas armaron asambleas, escribieron panfletos e hicieron acciones exigiéndoles a las instituciones culturales que tengan un proyecto, porque “eso es lo que pasa, las instituciones no tienen un proyecto”, dijo Inti. La mañana pasó volando. Cuando nos quisimos dar cuenta ya era el mediodía. Esa charla inicial nos dejó entusiastas. Salimos del café contentas, bajo un sol de invierno fraternal.


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La Uncuyo Para llegar a la ciudad universitaria, donde se encuentran muchas de las carreras de la Universidad Nacional de Cuyo, nos tomamos el 122 en el que el timbre funcionaba tirando de un cordel que recorría el colectivo de punta a punta. A través de una avenida anchísima y muy transitada, atravesamos el portón inmenso que indica la entrada al Parque General San Martín. Derechísimo por esa misma calle se llega a un lugar descampado que sube y baja, donde edificios enormes con estilo arquitectónico de un país que no es el nuestro, indican en pequeños carteles qué facultad es. Luego de perdernos por enésima vez, encontramos la Facultad de Artes y Diseño. Enorme, imponente, geométrica… vacía. Y es que justo fuimos a visitarla cuando todavía las vacaciones de invierno, para la gran mayoría, daban pausa al estudio. Aun así recorrimos sus escaleras y pasillos anchos, sus salones, la biblioteca, los baños. Estábamos impresionadas, todo estaba demasiado limpio y ordenado. De repente encontramos un salón con estudiantes y una horda de caballetes que, uno pegado al otro, llenaban el espacio dejando apenas lugar por donde pasar. Los alumnos del primer año estaban en su clase de dibujo y la consigna era el típico bodegón, a base de maniquíes, telas, cabezas y otros objetos varios. Si bien en esa fugaz visita no pudimos hablar más que con un profesor, podemos reproducir lo que muchos alumnos, ex alumnos y graduados nos dijeron, explícitamente y sin complotarse: la facultad expulsa. Ya sea por sus extensas horas de cursado, por su actitud parca hacia los artistas jóvenes que ya producen o por el interés prácticamente nulo respecto a lo contemporáneo; como nos comentó unos días después Tatiana Scoones, una artista involucrada en el centro de estudiantes, “la facultad es inaccesible por todos lados, expulsa compulsivamente gente”. Sin embargo, aún hay algo que todos rescatan y es que lo mejor que te brinda la universidad es conocer a tus pares.


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Un museo bajo la fuente En una cena relajada que tuvimos la primera noche que llegamos, Rodrigo Etem y su novia nos explicaron que, como la región mendocina es una zona sísmica, en la ciudad hay varios espacios verdes. El fin, entre otras cosas, es que las personas puedan refugiarse llegado el momento en que la tierra se agite. Las plazas son lugares en donde nunca caerán escombros desde el cielo. Bajo uno de estos espacios verdes, en el centro-del-centro mendocino, hay un museo al costado y por debajo de una fuente que constantemente lanza chorros al aire, que luego de marcar una geometría perfecta sobre el cielo caen sobre el techo del museo. Inevitablemente la humedad coloniza sus paredes pero no por ello su gestión está añejada. El MMAMM con su nombre simétrico que resuena a champagne, tiene su entrada bajando unas escaleras. Abrís la puerta y ahí al instante está la sala principal con un piano de cola, la muestra montada y un pedestal blanco con un cuaderno abierto que invita a comentar. Un espectador con una caligrafía furiosa acusa “falta de contenido”. Lo contemporáneo resuena frente a lo moderno y esto, agita incertidumbres. Ser un museo de arte moderno puede ser sólo una cuestión nominal y la superación de esa apariencia es fundamental para el circuito del arte mendocino. Una suerte de mendocinidad al palo inunda al Museo Municipal de Arte Moderno de Mendoza y son dos los criterios que guían el trabajo institucional: por un lado, la investigación para el rescate del patrimonio local con la recuperación de obras de aquellos artistas que hoy ya son los modernos abuelos; por otro, el de instalar el debate sobre lo contemporáneo convocando a la presentación de proyectos de artistas jóvenes. De cada muestra el museo asegura aunque sea un mínimo documento en formato papel y estas pequeñas publicaciones funcionan como un modo de hacer archivo. La construcción de un archivo, la sistematización del grupo de trabajo y de las actividades y muestras que realiza el museo, fueron conquistas de Laura Valdivieso, su actual directora, con ayuda de Alejandra Crescentino y Mariana Mattar. Estas mujeres son parte de Fundación del Interior, un grupo de


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trabajo multidisciplinar que, a través de diversas investigaciones y de adquisición de obras de arte entre otras cosas, intenta rescatar fragmentos de la historia cultural dejados en el olvido. Sin dudas el MMAMM es amigo de los artistas y en especial de los jóvenes. Con un clima ameno, relajado y a su vez disciplinado, es evidente que se trata de remar en conjunto hacia una misma dirección. Y quienes se quieren sumar, tienen un remo a la espera.


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El mendocino es un militante de la siesta y el relax. La siesta tiene su hora pico y cuando esa hora llega no se puede coordinar reunión. Así que llegado el mediodía nos volvimos a almorzar, a la espera de las siguientes coordenadas de encuentro.


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La coleccionista Entramos en fila india por una galería que bordeaba la casa hasta llegar a su living. Nos sentamos en una mesa cuadrada ubicada en el centro de la sala. Durante todo el tiempo que duró el encuentro, no pudimos evitar desconcentrarnos desviando la vista hacia sus paredes que parecían las de un stand de Barrio Joven. La casa está llena de obras y en su mayoría son de artistas jóvenes mendocinos. Poco tardamos en descubrir que Adriana Puebla es lo más parecido a un mecenas local, generando proyectos de intercambio en los que todos más o menos ganan: los artistas producen, ella se queda con una obra y así, financiando proyectos, amplía su colección. El sueño del pibe. También nos comentó que escribe críticas de arte y catálogos, que organiza muestras y asesora a espacios cuando se lo piden. Ella se presenta como degustadora del arte y esa palabra no le cabe más perfecto. Sumergidas en esa sala llena de joyitas, Adriana nos contó que Proyecto Ojo surgió de una charla por skype con Dani Dan. Quería gestionar talleres y clínicas de obra en Mendoza y el punto de partida de lo que luego sería este proyecto, fue escribir una lista de artistas que le caían bien. En los primeros renglones de esa lista se encontraban Leo Estol, Sandro Pereira, Nicanor Araoz, San Poyo, Luis Terán, Mariano Giraud y Andrés Sabino. A cada uno de ellos los invitó a Mendoza, les pagó pasaje, alojamiento e hizo posible de esta manera un encuentro entre estudiantes y artistas locales con estos visitantes, que tienen un común denominador: artistas jóvenes, bastante instalados en el mercado que copan cada edición de ArteBA. La lista sigue y cada vez crece más. Desde los inicios del proyecto Adriana ya llevó a Mendoza siete artistas, uno cada dos meses. Adriana colabora. Colabora con la UNCuyo, con La Imagen Accesible, con Distancia Focal, con Pequeño Aeropuerto, con Bitácora, con todo aquel artista que le toque la puerta de su casa y que tenga una buena idea para realizar. Hace poco nos enteramos que impulsó el periódico El Ojito, la versión mendocina de El Flasherito. Todos los sueños de Adriana se hacen realidad.


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Cuando le preguntamos cuál era su proyecto a corto plazo, nos respondió “la idea es generar vínculos con otras provincias para que esta red de gestión comience a ampliarse”. Quiere generar un movimiento que vaya y vuelva entre Mendoza y las demás provincias argentinas y no sólo llevar artistas reconocidos a Mendoza, sino que artistas mendocinos se reconozcan en todo el país. Ya estaba atardeciendo cuando tuvimos que dar por finalizada la reunión. Dos jóvenes que conoceríamos unos minutos después nos estaban esperando en auto, a unos metros de la casa de Adriana. Salimos apuradas pensando mientras tanto que, en cierto punto, está bueno tener figuras así en el campo artístico.

f. Cualidad de lo que es voluntario, natural o sincero En medio de uno de esos almuerzos rápidos, nos llega un mensaje por Facebook de alguien que se enteró de nuestra estadía en la cuidad. Nos cuenta que nos conoce sin conocernos, que escuchó hablar de SUB de la voz estandarte de Flor Caterina, hace un tiempo atrás en San Juan, y quiere que nos juntemos. Mensaje de ida, mensaje de vuelta, nos invita a una clínica espontánea que se realizaría esa misma noche. Unas horas antes, ya nos habían invitado otras dos personas. Tres invitaciones en un instante y un título muy acogedor: no dudamos ni un segundo en ir. A las siete de la tarde en la esquina de la casa de Adriana, junto a un auto rojo, nos esperaban Silvana y Ludovico. Por fugaz y pequeño que haya sido el trayecto, fue uno de esos momentos que se rememoran con cariño. Subimos al auto y empezamos a charlar sin parar, como si ya nos conociéramos desde hace años. Que por dónde habíamos andado, que si habíamos conocido a tal o cual, que qué onda SUB escuela, que cómo se había organizado esta clínica espontánea en la que habría varios artistas mendocinos. Era simple: Andrés Piña, Victoria Díaz, Ludovico Zanettini y Silvana


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Gutiérrez son los Faraónicos Camaleónicos. Estos artistas-amigos se encuentran para analizar sus obras mutuamente y como por esas fechas cumplían un año, decidieron hacer un encuentro multitudinario, invitando a todos los artistas que quisieran ir. Un gesto tan encantador que nos enamoró. En la puerta un papel escrito con fibra: “Clínica espontánea (al fondo)”. Entramos. Un pasillo largo y al llegar, un montón de gente. Nos encontramos con varios de los artistas que ya habíamos conocido y con tantos otros que estaríamos por conocer. Un proyector, sillas, café, té y vainillas. Se dio comienzo a las ocho y media. Una bolsa con los nombres escritos en papelitos fue dando orden a la velada. Las casualidades se dieron y nosotras fuimos las primeras en hablar; así, despejamos una duda que andaba dando vueltas: “¿y éstas?”. Y es que, claro… todos se conocían. Alrededor de las doce se destaparon los primeros porrones. Uno tras otro, los artistas de veintitantos se mostraban junto a los de treinti y cuarenti. Pintores, escultores, ceramistas, músicos, muralistas, performers… una variedad fundada en la cantidad de gente que se había encontrado esa noche para compartirse con los demás. Eran las tres cuando nos fuimos a dormir con la certeza de que habíamos presenciado un acontecimiento literalmente espontáneo, que llevaba como protagonistas a una gran parte de los artistas locales. Esa noche cerramos los ojos con la sensación de que la improvisación hace cosas maravillosas.


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No me llames Cerda Ya nos habíamos cruzado con ellos dos veces en un mismo día: en el MMAMM (donde habían ido a registrar una obra de Alfredo que estaba expuesta) y en la Clínica Espontánea. Allí pactamos encontrarnos a la mañana siguiente, no muy temprano, para charlar un poco de todo. Alfredo Dufour y Tatiana Scoones Bettinardi, los dos con apellidos como sacados de novela, eran jóvenes universitarios y eso nos gustaba. Esa mañana despertamos famélicas: durante la noche anterior sólo habíamos tomado café y cerveza con vainillas. Decidimos despejar nuestras dudas sobre las tan nombradas tortitas y compramos una bolsa de medio kilo en la panadería de la esquina. Llegamos a lo de Alfredo. Sus ojos achinados, al igual que los del Mauri Poblet, un artista amigo que también habíamos conocido la noche anterior, evidenciaban que acababan de despertarse. Llegó Tatiana y arrancó la charla con ronda de mates, tortitas y cigarrillos matutinos. Durante un largo rato hablamos de Cerda Galería, un proyecto que se inicia por un grupo de amigos universitarios que cenaban y creaban personajes, lookeando la vestimenta y el espacio (de lo cual vimos algunos registros muy divertidos). Estos eventos, sumados a la necesidad de concretar un espacio-taller para reunirse, exponer y autolegitimarse, fueron necesarios para iniciar el proyecto. Funcionaron como un grupo autogestionado e independiente, simplemente porque no tenían ganas de depender de otros. Duró algún tiempo en un pequeño lugar ubicado en un edificio de oficinas y tuvo su propio funeral en el MMAMM, con más gloria que pena: Las heridas me las hice yo. Un cerdo muerto sobre un lecho de margaritas y un fragmento de la biblia señalado que decía “No deis a los perros lo que es santo y no echéis vuestras perlas ante los puercos, no sea que las pisoteen con sus pies, y después, volviéndose, os despedacen”. Cerda Galería no existe más como tal aunque persiste en el aprendizaje que significó ese primer ensayo de gestión. Charlamos un poco sobre la universidad, de la cantidad de carreras que tiene la facultad de arte y diseño, de los circuitos artísticos locales que perciben, de la falta de diálogo y la fragilidad que observan en el contexto artístico mendocino. De


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repente el ruido metálico del portero eléctrico interrumpió una charla que ya venía sumando largas horas sin parar. Llegó Andrés Piña, bajamos y seguimos el encuentro con un mini tour por la zona céntrica. Comimos unas pizzas con cerveza en Capri y entramos a una galería muy hermosa, con murales de venecitas y una fuente en el medio de varias rampas y escaleras circulares. Ya eran las tres de la tarde y la siesta estaba pendiente. Nos despedimos en la esquina de una peatonal y al otro día nos agregamos a Facebook para no perdernos el rastro.


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Cada vez que el viento soplaba desde la montaña, el calor bajaba a la ciudad. Nuestra ansiedad invernal, que llenó más de la mitad de nuestras mochilas c o n

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La vanidad de la flora Premisa necesaria: que el aburrimiento no les gane a los artistas. Que los ascensos y descensos de la montaña construyan una idea y un lugar inédito. Es sábado por la tarde. A lo largo de las cuatro cuadras que separaban Vanitas de la casa del primo de Mari, fuimos conjeturando bastante pero nada se acercó a lo que vimos al llegar. Plantas, muchas plantas de esas que parecen prehistóricas, pequeñitas, a la medida de esos insectos que, si fueran gigantes, darían miedo. Una cabeza de tiburón saliendo de la pared. Ramitas y hojas secas que cuelgan. Porcelanas de formas extrañas que albergan chucherías de santitos y algunas estampitas. Besugos en el congelador. Ilustraciones diminutas hechas en lápiz sobre una pared cual manual de botánica desplegado. Huesos de algo en un estante. Una mano verdosa sobre una mesa. Pieles de criaturas que te abrazan al hundirte en el sillón de dos cuerpos. Ceferino Namuncurá frente a un insecto disecado que mira desde una mesita baja. Claudia Camplone y Bruno Cazzola, los amigos que nos invitaron a este lugar en el que se despliega un proyecto que, dicen, crece a tiempo planta. Subir y bajar por la montaña los convirtió en auténticos exploradores del lugar, en verdaderos recolectores de naturalezas muertas y vivas que crecen en esa gran comunidad de hojas, ramas, insectos, objetos y cosas que no sabemos cómo llamar. ¡Hacen crecer las plantas hasta en las piedras! Ellos lo definen como jardinería de autor. Fue en este lugar donde nos encontramos con ellos y con varios de sus amigos. Tuvimos toda una merienda de chatarras y luego, una cena de tartas con cerveza, vino y otra mezcla fulminante, hablando y riendo descontroladamente. Mucho humor, mucha amistad, muchos buenos hábitos. En el trayecto de vuelta a nuestros aposentos, del cantero de la casa de un vecino, nosotras también recolectamos crasas. Son un recuerdo del contagio Vanitas.


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De shopping Para los que no saben, Julio Le Parc nació en Mendoza. Este master del arte cinético le da nombre al centro cultural más grande de la provincia: una nave espacial en medio de un barrio de las afueras de la ciudad. Llegamos, taxi mediante, a una gran playa de estacionamiento cual shopping cultural y desde esa explanada, vimos erguida la imponente infraestructura del Espacio Cultural Julio Le Parc. La visita fue breve. Ninguna primicia, salvo dos grata sorpresas: Intercambio para una construcción colectiva de respuestas, una acción artística de Mauricio Waisman y La secta del tiburón, una instalación-investigación de los Hermanos Cosa (Rodrigo Etem y Federico Calandria). Ambas propuestas formaban parte de la última edición de Distancia Focal, un programa de curaduría concebido para la difusión de artistas jóvenes mendocinos. No sabemos si fue porque estábamos en las afueras de la ciudad y volver significaba tomar un micro interurbano; si fue la noche que llegó antes de lo esperado; si fue el shock de toparnos con una gestión provincial y nacional a gran escala, luego de días de amenos encuentros con autogestores; o porque teníamos pendiente una invitación de Inti que al final no llegamos a concretar; pero la cuestión es que nos fuimos agotadas, como si durante tres horas hubiéramos buscado una aguja que nunca cayó en el pajal.


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dimos cuenta de que los pilares de los artistas mendocinos se pueden resumir en tres palabras: accesibilidad, diversión y espontaneidad. Ellos quieren ampliar los públicos, popularizar el arte, generar intercambios y pasarla bien en el intento. Nos despedimos al mediodía. El sol se proyectaba sobre nuestras cabezas. Nos esperaba el último encuentro.


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Ruleros contemporáneos Nos encontramos una mañana de sol, en nuestro último día de viaje, unas horas antes de partir. Era feriado y la cafetería, que ocupaba una de las esquinas de la peatonal, estaba en constante movimiento. Poli y Rodrigo ya estaban esperándonos, vestidos ligeramente, como si aquella mañana de agosto hubiera sido un día de primavera. Nosotras en cambio llevábamos el uniforme de un invierno cordillerano, que rápidamente dejamos a un costado de nuestras sillas. Pedimos el desayuno y empezamos a hablar. La Permanente son Rodrigo Etem, Poli Quiroga, Roxana Jorajuria y Facundo Díaz. A Roxana la habíamos conocido unos días antes dando el primer seminario de La Permanente sobre arte contemporáneo en el MMAMM y a Facundo lo conoceríamos unas horas después de terminar esta reunión. El proyecto surgió de una charla entre amigos en un micro de larga distancia. “Buenos Aires estaba en un clima de histeria total, de esnobismo, de cosas que acá todavía no pasan y eso está buenísimo porque el artista tiene un poco su autenticidad, no está pensando tanto en que lo llame una galería, está más focalizado en su obra que en la cosa social, eso es súper positivo. Vinimos optimistas con Mendoza” nos explicó Poli. Volvían de arteBA y desde las butacas del colectivo se pusieron a debatir sobre la accesibilidad del arte. Llegaron a la conclusión de que había que hacer una revista de arte contemporáneo para distribuirla en lugares populares, más específicamente, en el “reducto estético del barrio” que funciona como punto de encuentro social y que no es otro lugar más que una peluquería. Una revista de bajo costo que haga “un relevamiento artístico del barrio en alianza con los peluqueros”, concluyeron. La intención no es generar algo efímero sino un proyecto consolidado que perdure en el tiempo. Estos chicos no quieren un fast food cultural, quieren romper las fronteras del arte, ampliar el circuito y vincular lo que hace cada uno. El encuentro duró un par de horas. Hablamos del Le Parc y los proyectos de Rodrigo, que se estaban exhibiendo en ese momento. Divagamos de porqué un polideportivo terminó siendo un centro de arte. Hablamos del MMAMM y de la importancia nuclear de esa institución en el desarrollo de los artistas jóvenes. Nos


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A falta de pan… autogestión El último encuentro del último día, cayó un lunes que parecía domingo. A las dos en la puerta del MMAMM, habíamos quedado por Facebook con el muchacho que llevaba el nombre más citado en todas las entrevistas. Todo el mundo lo nombraba, a él o a su proyecto. De un momento a otro pasó a ser la figurita más codiciada del álbum. Llegó en una bici de carrera que estaba buenísima. Tenía los dedos pintados con tinta negra, un tatuaje de colores en el brazo y unas botas onda hipster con el pantalón arremangado. Nos caímos bien desde el principio. Hicimos el encuentro tirados en el pasto, comiendo comida chatarra -nosotras- y rodeados de perros. El sol se filtraba por entre las hojas y nos entramaba al estilo Monet. Los claroscuros de la sombra se deslizaban suavemente hacia las luces. Facundo es un chico de pocas palabras aunque cada palabra es precisa y contundente. Una vez instalados le dimos un Manual del Operario y contestó escuetamente. La Imagen Accesible son Facundo Díaz y Federico Aguilar. A Federico no lo conocimos porque desde hacía un tiempo vivía en Buenos Aires. El proyecto tiene una historia trash brillante. Hace unos años atrás, tanto Federico como Facundo laburaban en relación de dependencia en trabajos malísimos. Un día se quedaron desocupados los dos y hartos de sus condiciones y sin nada de plata, se fueron a vivir al local de una galería comercial. Sí, un local de esos que tienen vidriera y comenzaron a vender sus obras al módico precio que equivale un plato de comida o un par de porrones, sólo para subsistir y hacer posible, en alguna medida, la idea prima de vivir del arte. Resulta que esto de vender obras para vivir funcionó tan bien, que decidieron abrir la propuesta e invitar a artistas jóvenes a que vendan sus obras a precios posibles de comprar. Así, La Imagen Accesible se convirtió en un evento que, una vez por mes, se realizaba en su galería-hogar y luego, en un lugar diferente en cada ocasión. Por eso todos lo nombraban: este proyecto es vinculador y movilizante. A lo largo de estos años La Imagen Accesible ha hecho posible que obras de un montón de artistas estén en las casas de un montón de gente. Propició las bases de un


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coleccionismo joven y eso no es poca cosa. Acá la palabra joven no es excluyente sino que apunta a lo que nadie alumbra, en una ciudad donde el magro mercado del arte se encuentra enfocado en el arte moderno de hace medio siglo atrás. Cuando le preguntamos cómo percibía el contexto artístico en el que actuaban, Facundo nos respondió: “Es raro. Hay una energía de renovación” y citó como ejemplo el fenómeno de la Clínica Espontánea. Cuando terminó de responder las preguntas del Manual, entramos al MMAMM. Con motivo del cierre de la clínica de Yungas Arte Contemporáneo de Raúl Flores, había una exposición de la cual Facundo era parte. Su inauguración sería dos días después y él nos contó que tenía pensado realizar una acción. Unos momentos antes en el parque nos había mostrado dibujos de cómo iba a realizarla. Lo imaginamos y nos quedamos con las ganas de estar ahí, dos días más, para verlo. Pero para ese entonces, las SUB representantes enviadas a Mendoza, ya estábamos otra vez en Rosario. Felices de los nuevos amigos, entusiasmadas por los proyectos que habíamos conocido y meditativas respecto al viaje que, como hilvanadas sobre un mapa, unió a estas dos ciudades hasta acercarlas.


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Referencias de imágenes: p.6/ Inti Pujol. p.7/ Espacio de trabajo de Casa Colmena. p.9/ Edificio de la Facultad de Artes y Diseño. p.11/ La fuente de la Plaza Independencia y el Museo Municipal de Arte Moderno de Mendoza. p.12/ Siesta mendocina de la Pocha. p.16/ Mapa de entrevistados p.18/ Nombres de los artístas que participaron de la Clínica Espontánea. p.19/ Clínica Espontánea. p.21/ Desayuno con Alfredo Dufour, Tatiana Scoones Bettinardi y Mauricio Poblet. p.23/ Mural realizado por Luis Quesada, José Bermúdez y Mario Vicente, en la galería Tonsa. p.25/ Flora del patio de Vanitas. p.26/ Un rincón de Vanitas. p.29/ Desayuno con Poli Quiroga y Rodrigo Etem. p.32/ Picnic con Facundo Díaz, en la Plaza Independencia. p.33/ Obra Señalamiento de la artista mendocina Inti Pujol.



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