El muelle de Santa Cruz de Tenerife, cuando en la segunda mitad del siglo pasado, la «Numancia» recaló por estas aguas al mando de Antequera N esta capital y La Laguna se ha celebrado en estos días el centenario del fallecimiento del almirante don Juan Bautista Antequera y Bobadilla, el ilustre marino tinerfeño que para siempre bien dejó su nombre, amplia y muy buena historiaf en los anales de la Armada española. Ya Santiago Milans del Bosch ha escrito, mucho y magistralmente, de la vida y obra de don Juan Bautista Antequera pero, en este punto de la Historia —así, con mayúscula— nos referimos sólo a cuando, a su mando experto, la fragata acorazada «Numancia» recaló por Santa Cruz de Tenerife tras haber dado la vuelta al mundo, primera realizada por un buque blindado. Finalizada la campaña del Pacífico, don Casto Méndez Núñez —comandante de la fuerza naval española destacada en América del Sur— envió a don Juan Bautista Antequera la siguiente carta: «Comandancia General de la Escuadra: Al llegar V.S. a Cádiz con ese buque habrá terminado una campaña, que refleja tanta honra sobre los que han tomado parte en ella, que el sólo recuerdo de haberla verificado es una compensación más que suficiente de las privaciones, peligros y sufrimientos de toda es-
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pecie por los que ha tenido que pasar la valiente, subordinada e inteligente dotación de la «Numancia». Yo espero además que la Reina, el Gobierno y el país entero, dando a la campaña todo el mérito que en sí tiene, sabrán premiar de una manera expresiva tan distinguidos servicios. Nadie mejor que V.S. con quien me unen, además de los estrechos lazos de amistad y compañerismo, los del reconocimiento que debo al que siempre y en los momentos más críticos he visto a mi lado, para darme con lealtad y verdadero espíritu militar su franca opinión y decidida cooperación; nadie mejor que V.S., repito, podrá expresar a la dotación de la «Numancia» los sentimientos que hacia ella me animan. No es sólo el General el que a ella se dirige, es el antiguo Comandante, es su antiguo compañero, título coirel cual me honro, porque no podré nunca olvidar la decisión, la buena voluntad, el valor y sufrimientos que todos sus individuos han mantenido durante nuestra pasada campaña, y el respetuoso afecto con que siempre me han distinguido. Quieran ellos también conservar grabado en su corazón el recuerdo de su antiguo jefe, quien cualquiera que sea la ocupación que ocupe, siem-
pre considerará como un sagrado deber y tendrá una verdadera satisfacción en hacer cuanto le sea posible en favor de los que han pertenecido a la «Numancia». Pero hoy me limitará a desear a ese buque un próspero y rápido viaje y que, terminado éste, puedan todos los individuos en su dotación encontrar en el seno de sus familias y en el reconocimiento y respeto de sus ciudadanos, la envidiable recompensa que tan me~ recida tienen por sus verdaderamente distinguidos servicios. Sírvase V.S. hacerlo así presente a todos, oficiales, marineros y soldados; y admitir también la expresión de mis sentimientos de cariñoso afecto y de la más distinguida consideración. Dios guarde a V.S. muchos años. Río de Janeiro, 15 de agosto de 1867. Casto Méndez Núñez, en la fragata «Almansa». El señor Brigadier don Juan Bautista Antequera, comandante de la «Numancia». Esta fue la carta expresiva en la que, de su puño y letra, Méndez Núñez plasmó su admiración —franca, decidida y plena admiración— por el marino tinerfeño que, con los hombres de su «Numancia», había logrado vencer en una campaña y, también, escribir una página nueva en la historia de la navegación mundial, pues, sobre todos los océanos, la fragata acorazada de Antequera trazó estelas que, por entonces efímeras, por paradoja resultaron eternas.
cia» pasó a unas 25 millas de las islas del Fuego y Brava —en el archipiélago de Cabo Verde— y, dos días más tarde, fondeó en San Vicente. Allí, faenas de relleno de carboneras durante tres días y, de nuevo en la mar alta y libre, la «Numancia» puso proa a la primera tierra española que, con su esplendor, llenaría de alegría y lágrimas a los marinos que —a las cinco de la tarde del 4 de febrero de 1865— habrían zarpado de Cádiz rumbo al Pacífico para, tras una campaña victoriosa, dar la vuelta al mundo. En la descubierta del amanecer del día 15, el Teide asomó su puño de piedra en el horizonte lejano y, poco a poco, la isla de Tenerife fue mostrándose con todo su esplendor ante los ojos de aquellos que, desde Manila, no habían visto tierra española. Santa Cruz de Tenerife —nuestra antigua y buena ciudad marinera— había vivido durante 1867 una etapa de constante presencia de buques de guerra de todas las naciones en su puerto. Entonces destacaban los españoles —«Antonio de Ulloa», «Colón», «Edetana», «Consuelo», etc.— y, con ellos, otras unidades pertenecientes a las Marinas de Francia, Inglaterra y Holanda. Por sus características causó sensación en
Hace unos años, el periódico «EL DÍA» sufragó el busto del almir se alzó en los jardines de la Avenida de Ana;
Al mando de Bobadilla, la «JV el 16 de septh Tenerife, primera tierra española en aguas de nuestro puerto el monitor «Miantonomoh» que, escoltado por el vapor «Augusta», cruzaba el Atlántico desde los astilleros europeos en los que había sido construido a su base estadounidense. Pero por su significación, fueron dos fragatas extranjeras las que, con sus gallardas estampas marineras, dieron animación al mundillo marinero de Santa Cruz de Tenerife. Una fue la rusa «Alexander Newky» que, al mando del comandante Kremmer —arbolaba
LA «NUMANCIA» EN SANTA CRUZ
Don Juan Bautista Antequera y Bobadilla, en los primeros años de
Un día después de recibir la carta de Méndez Núñez, Antequera y Bobadilla ordenó que la «Numancia» quedase arranchada a son de mar y, ya en franquía, arrumbó a la bahía de Todos los Santos y, el día 20, allí dio fondo con férreo estrépito de cadenas que escapaban por los escobenes. Durante tres días se llevaron a cabo faenas de rascado y limpieza del casco; para ello fue preciso dar la banda y, posteriormente, los fondos se pintaron hasta donde la escora permitía sobresaliese de las aguas la obra viva de la fragata. Se eliminaron las incrustaciones del casco y, el día 23, la «Numancia» viró las anclas y, ya con ellas a pique, dio avante y puso proa a Santa Cruz de Tenerife, a la isla del Teide, donde había nacido su comandante. Fueron singladuras a vela y vapor y, siempre ante la proa, la sublime soledad absoluta del horizonte que, de vez en cuando, era rota por una pirámide de blancas velas que asomaba sobre la raya lejana.
la insignia del contraalmirante Possiet— llevaba a su bordo y en viaje de prácticas al gran duque Alejandro, hijo del emmperador Alejandro II de Rusia y de la princesa María de Hesse Darmstadt. Cuatro años después, aquel ilustre huésped de Santa Cruz de Tenerife subió al trono de Rusia con el nombre de Alejandro III. Otra escala notable en el puerto de la capital tinerfeña fue la de la fragata austríaca «Novara» que, al mando del capitán de navio Dufva, llevaba a su bordo al célebre almirante Tegetthoft —el luego vencedor de la batalla naval de Lissa— que se dirigía a Veracruz para, allí, recoger los restos mortales del emperador Maximiliano que, en Querétaro, había sido fusilado según órdenes de los generales Miramón y Mejías. Santa Cruz estaba al día de las nuevas técnicas y tácticas de la guerra naval y, también, de los nuevos buques que se iban incorporando a las Marinas en aquella etapa de transición. Pero tales escalas —tales visitas de marinos con fama y prestigio en el mundo de todo— se eclipsaron ante la escala de la «Numancia», primer buque acorazado que había dado la vuelta al mundo al mando de un marino tinerfeño, Juan Bautista Antequera y Bobadilla. UN DÍA EN SANTA CRUZ
Don Juan Bautista Antequera y Bobadilla, el marino tiner
En las primeras horas de la mañana del 16 de septiembre de 1867 viraron anclas y aparejaron los ve leros ingleses «Nunnie Knap» ) «Carlotta». El primero era una go leta de velacho que, tras descargai carbón, se hacía de nuevo a la velí con rumbo a Nassau; el segunde era una fragata de tres palos que, con carga general de tránsito, había llegado el día anterior procedente de Nueva York y, tras refrescar la aguada y embarcar víveres, seguía viaje a Vigo. a~s se alejaban en alas de