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Javier Moro La pasión india de Anita Delgado

ANS MAGAZINE JULIO 2020 / EFEMÉRIDES | 31

La pasión india de Anita Delgado

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POR JAVIER MORO

Un día, en una multitudinaria recepción en Nueva Delhi, me llamó la atención una mujer anciana, de una elegancia sobrenatural. Es quizás la mujer más elegante que he conocido jamás. Con sus dedos finos y largos, la piel translúcida, sus joyas de ensueño y su esplendoroso sari de muselina verde, la Princesa Usha de Kapurthala encarnaba a la perfección una época fascinante, la del fin del Imperio británico de las Indias. Entre otras muchas cosas, me contó un detalle curioso y revelador de los tiempos en los que le tocó vivir: el regalo de bodas que recibió por parte de su marido fue un eslavo abisinio de 16 años. Al decirle que yo era de Madrid, en seguida me habló de una española que se había casado con su primo el último maharajá de Kapurthala. Yo conocía bien la historia de Anita Delgado porque había trabajado en un guión sobre su vida, hace 25 años, con un amigo mío, el productor de cine Felix Tusell. La muerte de Felix, en un accidente de carretera en Kenia, truncó aquel proyecto, pero la historia siguió palpitando en algún lugar de mi inconsciente. La princesa Usha la resucitó. “¿Supo usted del escándalo?

- ¿Qué escándalo? –le respondí. Y entonces me contó todo lo que no sabía sobre nuestra princesa española de Kapurthala, que era de Málaga. Me habló de su arrollador atractivo, de su gracia, de su arte al bailar, del éxito que tenía entre los demás maharajás, del odio que despertó entre sus otras mujeres, del boicot al que los ingleses la sometieron, y sobre todo me habló del escándalo, uno de los mayores de aquella época. De los labios finos de la princesa Usha surgió el verdadero rostro de Anita Delgado, una mujer valiente que no se dejó nunca intimidar por las convenciones sociales pero que cometió el único pecado que quizás no podía cometer: se enamoró locamente de uno de sus hijastros. Como una muñeca rusa, descubrí una historia de amor dentro de otra historia de amor. Al día siguiente fui a la biblioteca nacional de Nueva Delhi y encontré varios recortes de periódico. El titular de uno de ellos confirmaba las palabras de la princesa Usha: “Una Fedra española”, en alusión a la tragedia griega donde la mujer del Rey se enamora de un hijo del Rey. A partir de entonces decidí rastrear la vida de Anita y de su marido, para reconstruir el fabuloso recorrido de su existencia. El resultado fue Pasión India.

Javier Moro es autor, entre otras novelas, de Pasión india (2005), El sari rojo (2008), El imperio eres tú (Premio Planeta 2011), A flor de piel (2015) y Mi pecado (2018).

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El regreso de Manuel Altolaguirre

POR FRANCISCO CHICA

La celebración del día de julio en que nació el poeta malagueño, trae a la actualidad su figura y el importante legado que nos dejó. Estoy seguro que le hubiera gustado compartir estas páginas con otro de los homenajeados, el pintor Dámaso Ruano, quien recuerdo guardaba en su escritorio varias de sus obras líricas, entre ellas una que le regalé y con la que cierro este escrito, Un verso para una amiga.

Hay escritores cuya capacidad creadora parece salida del pulso mismo de la tierra que los vio nacer. Altolaguirre es uno de ellos. Su rápida irrupción en la literatura, su imagen vivaz de adolescente y el carácter relampagueante y apasionado de su palabra poética reproducen en buena medida las señas de identidad en las que Málaga siempre quiso reconocerse. Constantes de lo fugaz y lo pleno a la vez que moldean su carácter y que advirtieron y ensalzaron también Juan Ramón Jiménez (su primer valedor en el campo de la poesía) y quienes fueron sus más cercanos compañeros de generación: Lorca, Cernuda y Aleixandre entre ellos. Convertidas en materia poética, esas coordenadas geográficoanímicas constituyen el “suelo físico” sobre el que se alza la obra juvenil de Altolaguirre, y junto a ella gran parte de la realizada por el primer 27, la etapa más rica de las que viviera el grupo. Seguramente el principal mérito del tándem que significaron en su día Altolaguirre, Prados e Hinojosa no fue otro que el de haber sabido trasladar al terreno de las vanguardias los mecanismos simbólicos de un entorno en el que la impermanencia y la fuerza del instante (convertidos por ellos en estado de gracia) parecían reinar por encima de cualquier otra realidad. Un canto de sirena que no lograría sostenerse pero que las páginas de la revista Litoral (1926-1929) absorben y expanden a un importante sector de la literatura y el arte nuevo de esos años.

Apostando por una visión que traduce la pluralidad y la fragmentación de la mirada moderna, la revista define un espacio creador en el que poesía y ciudad marítima comparten un juego simbiótico de cuyas coordenadas utópicas da cuenta Bergamín en el curioso texto (Hija de la espuma) que redacta en 1926 para el número inicial de la publicación. Recogiendo el programa de la revista, admirado y reticente a la vez, escribe lo siguiente: «¿Málaga existe? [...] La transparencia extraterrestre, la suavidad, este embalsamamiento de todo me envenena [...] La continuidad del milagro, su constante repetición, su permanencia, me volvería loco. ¡Fuera, fuera de aquí! [...] Hay que huir, camino de los montes, y sin volver la vista atrás». Dedicadas a Prados y Altolaguirre, estas palabras recuerdan de cerca a otras que le oí decir alguna vez a Vicente Núñez, poeta de Aguilar de la Frontera buen conocedor también del mundo etéreo y embrionario, incombustible en su vitalidad, que Málaga contagia al campo de la creación. «De aquí –decía refiriéndose a Málaga al tiempo que reafirmaba su propia deuda con la ciudad- hay que marcharse apenas cumplidos los dieciocho años». Huir para volver, como hacía el poeta de Aguilar, y como posiblemente hubiera hecho también Altolaguirre si su vida no se hubiera visto truncada por el trágico accidente de coche que sufriera en España en 1959. En su caso, la intensa carga vital que arrastran sus poemas iniciales se ve

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pronto contrarrestada por la presencia del dolor y la soledad, aspectos que, estrechamente unidos al fondo romántico de su palabra, hacen de ella un verdadero muestrario de lo que podríamos llamar “la historia interna” de nuestra más recóndita y rica intimidad. Concebida al ritmo respiratorio de sus destinatarios, su tendencia a expresar lo invisible viene acompañada, no obstante, de un inconfundible acento popular. El amor, la meditación sobre los mínimos detalles de la existencia y el radical exilio del ser humano son los grandes pilares de su poesía, envuelta progresivamente en un clima de espiritualidad que la aproxima al territorio interior en que se mueven los grandes nombres de la poesía mística española.

Todo ello quedó de manifiesto en la excelente exposición Las islas invitadas. Manuel Altolaguirre, 1905-1959 que en entre junio y agosto de 2005 pudo verse en el recinto del Palacio Episcopal de Málaga. Organizada por la Residencia de Estudiantes, la Junta de Andalucía y la Diputación de Málaga, y comisariada por el profesor James Valender, la muestra (primer paso en los actos que conmemoraron el centenario de su nacimiento) supuso una buena ocasión para conocer de cerca la obra de quien fuera uno de los más activos definidores de la Generación del 27. Poeta ante todo, Altolaguirre supo extender su campo de acción no sólo a la enorme y continuada labor que desarrolló como editor, sino también al rico escenario ante el que nos sitúan su labor como traductor, impulsor de revistas literarias, dramaturgo, crítico, guionista y director de cine, aspecto éste poco conocido y que gracias a la referida muestra pudimos revisar con holgura y nuevos datos. Sumergiéndonos en el viaje que sugieren los títulos de los que fueron su primer y último libros de poesía (de Las islas invitadas y otros poemas a Poemas de América), la exposición trazaba la trayectoria completa seguida por el autor, un recorrido que desde la Málaga de su juventud, nos lleva al París de las vanguardias, al Madrid de los años 30 –momento en el que contrae matrimonio con la escritora Concha Méndez-, a Londres y finalmente a Cuba y México, países a los que marcha el escritor y su familia tras el exilio forzoso que supuso su decidido apoyo al gobierno de la II República Española. A través de documentos y materiales gráficos de primera mano, la exposición reconstruía los principales episodios de su biografía, a la vez que ofrecía una amplia información sobre los contactos que Altolaguirre mantuvo tanto con los escritores y pintores españoles de su generación como con un importante sector de la poesía europea del momento y con el amplio grupo de artistas con los que se relacionó tras su llegada a Hispanoamérica. Destaquemos en este sentido la numerosa e interesantísima colección de obras plásticas reunidas en ella, piezas de artistas españoles de primer orden (Picasso, Dalí, Viñes, Moreno Villa, Benjamín Palencia, Gregorio Prieto, etc.) que se alternaban con otras procedentes del continente americano, cuadros de la vanguardia cubana y mexicana (entre ellos los de Mario Carreño, Portocarrero, Carlos Enríquez, Rufino Tamayo, María Izquierdo o Rodríguez Lozano), llegados en su mayoría a España por vez primera y ante los que merecía la pena detenerse; a destacar entre otros el espléndido retrato realizado por el último de los citados a Salvador Novo, poeta mexicano amigo de García Lorca y uno de los introductores en su país de las corrientes estéticas modernas. Montada con especial mimo, la exposición, en fin, mostraba muchos otros detalles llamativos llamaban nuestra atención y que aconsejaban visitarla con calma.

Tal como se deducía de ella, en la multiplicidad de la obra de Altolaguirre confluyen en gran medida los distintos planos de la renovación artística iniciada en nuestro país en las primeras décadas del siglo pasado. La muestra, por otra parte, vino a complementar las dedicadas en años anteriores

a Prados e Hinojosa, nombres que con el suyo (y en parte también con el de José María Souvirón) suponen el inicio de lo que fue un momento crucial en la historia cultural de Málaga. Como dejan ver la obra de estos escritores, Picasso no estuvo solo en la excepcional aventura que significaron para la ciudad las fechas que la muestra hizo resurgir. Visto en el contexto que señalo, su figura no es sino el punto más alto de una constelación que crece y se ramifica en la historia particular de cada uno de ellos. Presente en Litoral, la sintonía inicial que establecen con su figura da lugar a una historia que se prolonga en los múltiples homenajes que le dedican después en revistas o libros propios. Todo ello justifica de sobra la propuesta que he visto formular en alguna ocasión y que creo merece la pena apoyar: la creación ANS MAGAZINE JULIO 2020 / EFEMÉRIDES | 35

en Málaga de un espacio museístico estable en el que se reúna, y desde la que se difunda, el importante legado dejado por estos poetas, complemento de lo que puede contemplarse hoy en el Museo Picasso. Además de ofrecer un nuevo aliciente a quienes la visitan, la ciudad no haría sino incorporar a sí misma un trozo de historia que le pertenece.

Poeta de los sentidos, y de la íntima espiritualidad del sentimiento humano, Altolaguirre nos dejó una excelente biografía poética de Garcilaso (maestro con el que se identificaba y que lo marcó profundamente) y el bello y malagueñísimo Poema del agua al que pertenecen estos versos: «Trechas del agua. Músculos de acero./espaldas tersas y onduladas curvas,/blancas, sonoras, entre las dos alas» (ed. de Francisco Chica con ilustraciones de Paco Aguilar, El agua en pie, Málaga 2008). Fue también- y termino con esto- el autor del libro de amor más breve de la poesía española, Un verso para una amiga. Publicada en París en 1930, la obra (de la que Bernabé Fernández-Canivell guardaba el ejemplar que reeditó en Málaga en 1986 la colección de cuadernos poéticos Newman/Poesía) constaba sólo de cinco palabras distribuidas en otras tantas páginas en las que se definía metafóricamente la imagen condensada de un beso: “Escucha mi silencio con tu boca”. Su herencia última podría resumirse también en la esencialidad de estos dos términos: concentración y afecto.

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Blas Infante, José Navarro Ferrer y el Ateneo de Málaga

POR MIGUEL TELLO REYES

Durante los últimos meses del franquismo, en octubre de 1975, tuvo lugar en la localidad malagueña de Casares la declaración de principios que daría lugar al Movimiento Socialista Andaluz, MSA. Un lugar impregnado de simbolismo al ser la localidad de nacimiento del ideólogo de la patria andaluza: Blas Infante. La naciente formación, respondía a la necesidad de hacer despertar un proyecto de concepción ideológica regionalista y una política socioeconómica cuyos objetivos permitieran superar el histórico subdesarrollo andaluz. «El Movimiento Socialista Andaluz quiso ser un partido de base, entendiendo que hasta entonces el socialismo andaluz había sido, quizá por su obligada clandestinidad, muy elitista, con imperdonable abandono de las bases.» [LOMEÑA, A., en ¿Quiénes son en Málaga? Movimiento Socialista Andaluz]

Sus integrantes conformaban un heterogéneo conjunto cuya pluralidad ideológica comprendía desde el pensamiento marxista a un humanismo de concepción cristiana; Antiguos militantes procedentes del Partido Socialista del Interior, nostálgicos y promotores que abogaban por un ideario regionalista, miembros de las organizaciones obreras católicas de la década anterior, e incluso representantes institucionales nombrados por el régimen, como aconteciera con el propio Alcalde de Casares, José Navarro Ferrer, reconocido por su talante aperturista, que fue nombrado presidente de la formación tras militar previamente en el Partido Socialista Popular.

Su actividad política en la población de Casares durante las postrimerías del franquismo estuvo vinculada a la recuperación de los valores democráticos y a defender los postulados andalucistas, con la consiguiente alarma social por parte de la autoridad gubernativa, temerosa de la repercusión que dichas manifestaciones pudiera generar en un tardofranquismo intransigente ante cualquier atisbo de libertad, por lo que fueron sucesivamente abortadas, motivando la suspensión de cargo público de José Navarro Ferrer, tras ser acusado de intentar homenajear la figura de Blas Infante en mayo de 1976, e instigar al reparto de folletos y cartelería aludiendo a los principios del MSA y sus fundamentos. Varios informes elaborados por parte de la autoridad gubernativa, recogen una prolífica actividad que atestiguaba su involución: «Reparto de cartulinas de suscripción al MSA y declaración de principios», «Programa y estatutos del MSA entre sus amistades», incluida la «venta de camisetas con la imagen de Blas Infante y la bandera andaluza» en el restaurante Laura, propiedad de José Navarro Ferrer.

En octubre de 1976, rumores sobre la celebración de un nuevo homenaje a Blas Infante motivaron su requerimiento policial, justificando su intencionalidad tras el conocimiento de la convocatoria de actos similares, aludiendo a la conferencia prevista sobre Blas Infante que iba a tener lugar en el Ateneo de Málaga, acto que fue aplazado. Días más tarde, el 27 de octubre, el Ateneo de Málaga aprobaba en su asamblea general de socios las actividades de Inauguración del curso 1976-1977, entre las que incluía un ciclo dedicado a Blas Infante bajo el título “El regionalismo andaluz“, coordinado por el profesor y vocal de Historia del Ateneo, Juan Antonio Lacomba Avellán, y en la que participaron en un ejercicio de memoria histórica, José Leal Calderi, que disertó sobre “Mi convivencia con Blas Infante”, y Juan Álvarez Osorio sobre “El ideal andaluz y Blas Infante”.

Fiel a su compromiso con la pluralidad y la libertad, el Ateneo iniciaba una fructífera relación con Andalucía como objeto de conocimiento y divulgación cultural en la que Blas Infante fue figura destacada, iniciativas mayoritariamente promovidas por Juan Antonio Lacomba y en la que mantuvo una fluida relación con la Fundación Blas Infante. En el otoño de 1977 la bandera andaluza compartía espacio con la enseña nacional en la sede de Plaza del Obispo, se celebraba el ciclo “Aproximación a la ANS MAGAZINE JULIO 2020 / EFEMÉRIDES | 37

Historia de Andalucía” y se convocaban los premios Andalucía de periodismo bajo el lema “Andalucía en su existir”. En 1985, se organizaron los actos en homenaje a Blas Infante en el “I Centenario de su nacimiento (1885-1985)”, en colaboración con la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía y la Fundación Blas Infante, y en mayo de 1986 se celebraba la conferencia “Guerra Civil y represión. El asesinato de Blas Infante“, ofrecida por Juan Antonio Lacomba Avellán. En diciembre de 2015, el Ateneo acogía la presentación de la edición crítica de Ideal Andaluz.

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Paraíso y Ocaso. Rosario Pino Bolaño

POR RAFAEL INGLADA

Rosario Pino Bolaño (Málaga, 1870 – Madrid, 1933) fue comparada en su tiempo con las mismísimas María Guerrero, la Réjane y Sarah Bernhardt. Ninguna actriz malagueña –desde los tiempos de Rita Luna (1770–1832)- consiguió en vida una fama tan desmesurada como ella. De hecho, pocas alcanzaron en la escena española, durante el primer cuarto del siglo pasado, un aplauso tan unánime y la fidelidad tan inmensa de una legión de admiradores. La Pino, como solían llamarla, marcó toda una época del teatro en España; fue sin duda la gran dama de la interpretación de la comedia psicológica, pero a su vez podía demostrar su capacidad de defenderse en distintos caracteres en una misma gira, debido sobre todo, decíase en su época, a su espontaneidad y a la gran memoria para asumir obras teatrales de todo gusto. En 1927 Azorín, cuyo teatro estrenó en el ocaso de su vida, resumía así la labor de nuestra actriz:

«¿Instinto? ¿Estudio? Todo en esta mujer maravillosa se armoniza; todo: el don natural, ingénito, y la reflexión paciente. Impetuosa, ligera como una niña, va de una parte a otra por la escena, atiende a todo, sonríe, charla, ríe, con una carcajada argentina, cristalina, que resuena en la inmensa sala en tinieblas.»

Sin Rosario no tendríamos conciencia de la alta comedia francesa –que importó como nadie pese a sus adaptadores-, como tampoco de lo que significaron las heroínas de las obras de Jacinto Benavente o de los Álvarez Quintero, autores que marcaron el rumbo de sus trabajos durante varias décadas y, a la vez, gracias a ella, se nutrieron sus nombres de fama y dinero. Benavente declaró en cierta ocasión: «Mi vida de autor dramático no podrá recordarse sin recordar a Rosario Pino, la intérprete ideal de tantas comedias mías.»

Rafael Inglada. Paraíso y ocaso. Vida de Rosario Pino Bolaño. Ayuntamiento de Málaga. 2019.

ANS MAGAZINE JUNIO 2020 / OPINIÓN Y ACTUALIDAD | 39

Quién es Dámaso

POR PABLO RUANO CERVERA

Dámaso…, quién es Dámaso,

te recuerdo como si fuera esta mañana cuando sólo tu podías hacerlo, a comprar la prensa, y ese primer café de la mañana…

Dámaso…, quién es Dámaso,

esa persona afable, cariñosa, que siempre le pintó al horizonte, sin esperar de él nada…

Dámaso…, quién es Dámaso,

eras mi padre, mi genio, mi alma, te extraño cada día que pasa,

Dámaso…, quién es Dámaso,

para mí, mi padre, y para mí eso basta.

Uad Lau, 2004. Técnica mixta, acrílico sobre lienzo. 100x80 cm

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Azules (cinco movimientos)

POR JUAN GAITÁN

I

Convaleciente de esa larga enfermedad que es la memoria, me gusta por las mañanas mirar el mar desde una colina cercana y acordarme, no sé por qué, del desorden de tu risa.

II

Desandando la luz con calma, fui a inventar el viento de la tarde sólo para ver caer la tristeza con su pesadez de arena, para descifrar su dolor y romper su corteza de nuez. Para imaginar, desde esta colina de agua, la mañana de mi ausencia.

III

A veces daría cualquier cosa por poder sentarme a descansar y destilar despacio la fatiga que me produce el oficio de ser hombre. De niño, por las tardes, corría hasta la playa para ver caer el sol. Era una forma de presentimiento, pero entonces, desorientado, lo achacaba a mi predilección por los colores fríos y a mi natural tendencia a estar siempre un poco triste.

IV

Lo malo de la vida no es el vacío que producen la rutina y la derrota, sino que es irreparable, que ningún heroísmo sirve para conmutarla cuando, bajo la sombra de enero, descubres que nada puede ponerte más triste que un recuerdo feliz.

V

Siempre he sospechado que detrás del horizonte y sus pliegues, de la carta que no llega, de la voz mansa de la arena y de la doble curva de una risa, estaba, como un parche que repara un descosido, el aliento oscuro del sueño.

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