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Historia de una resistencia: Ateneo de Málaga. Propone Ateneo de Málaga
44 | RECOMENDACIONES / ANS MAGAZINE JULIO 2020
ATENEO DE MÁLAGA PROPONE
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Historia de una resistencia: Ateneo de Málaga
Historia de una resistencia: Ateneo de Málaga es el título del documental sobre el origen y la historia del Ateneo de Málaga realizado motivo de su 50 Aniversario celebrado en 2016.
La Universidad de Málaga, a tavés de su Centro de Tecnología de la Imagen (CTI) llevó a cabo esta imprescindible producción audiovisual guionizada y dirigida por Fernando Arcas Cubero. Una oportunidad de recorrer la historia de una institución que, a pesar de las dificultades y desaveniencias, siempre estuvo y estará al servicio de la cultura en nuestra ciudad.

Madera, 2006. Técnica mixta, acrílico sobre lienzo. 100x100 cm
46 | CUADERNO DE TURA / ANS MAGAZINE JULIO 2020
Mi Cinema Paradiso
POR IGNACIO RODRÍGUEZ MAS allí, hasta que por fin llegábamos. Eso sí, los paisajes bien en clase.
«Este pueblo está maldito. ¡Vete!, vete y no vuelvas nunca. Y si algún día te da la nostalgia y regresas, no me busques. No toques a mi puerta porque no te abriré. Busca algo que te guste, y hagas lo que hagas, ámalo; como amabas la cabina del Cinema Paradiso cuando eras niño.
La vida no es como la has visto en el cine, la vida es más difícil. ¡Márchate! ¡Regresa a Roma! Eres joven, el mundo es tuyo, yo ya soy viejo, no quiero oírte más, solo quiero oír hablar de ti».
Esto le decía Alfredo a Totó, un pobre huérfano de mi padre lo vendió para comprarse un Volkswagen
padre, que encuentra en Alfredo lo que él añoraba. Un guía, un apoyo y un amigo con quien compartir su pasión, el cine.
Mi abuela fue la que me enseñó a leer y recuerdo mi primer contacto con los libros estando con ella. Ella era profesora en un pueblo al norte de Granada y me traía de la biblioteca del colegio los libros de Los veranos por obligación en el pueblo con mi abuela, y la lectura, por placer. Si me apetecía leer, bien. Si me apetecía no leer y estar jugando al fútbol hasta las tantas de la noche, pues bien también. Los veranos eran interminables y había tiempo para todo. Hasta para aburrirse, vomitar horchata o hacer simplemente, nada.
El aburrimiento y hastío de leer me acercaron a querer imitar las cosas que veía en los libros. Desde las letras hasta el objeto. Entonces tenía nueve años cuando empecé a vender a los niños de mi clase unos cómics que dibujaba durante mis temporadas en el pueblo. Me iba lejísimos, a un pueblo perdido entre las montañas de Granada donde hacía un frío que hasta el pijama pasaba pelete debajo de la almohada. Mi padre conducía en su Ford Escort muchísimas horas, que a mí me parecían como irse a Roma en autobús aunque nunca hubiera estado eran ya de por sí mágicos, yo creo que eran ésas cuevas, entre montañas y desiertos, lo que me inspiraba y hacía que, a la vuelta, ya estuviera la mercancía lista y fresca pa venderse humildemente
Voy hacer una pequeña digresión sobre el Ford Escort blanco de mi padre: mi hermano era un niño como yo cuando se puso a llorar al enterarse que lectura para ser leídos por placer y no por obligación.
Passat. Encima era Diésel y el Escort, ¡Ga-so-li-na!, le gritaba mi hermano. Y es cierto que mi hermano llevaba razón. Los viajes con el Passat se hicieron más largos todavía.
A los nueve años, primero, me especialicé en la encuadernación de los libros. Cogía un taco de papeles que mi abuela no quería, los recortaba, los grapaba y por la parte de atrás, dibujaba. Hice como una serie de superhéroes basados en los mismos colegas de mi clase. Los fotocopiaba en los veinte duros de abajo de mi casa (aún no habían llegado los chinos) y los vendía a 25 pesetas. Y tuvieron su éxito más o menos: mis colegas aguardaban a que llegase un número nuevo para ver si alguno de ellos aparecía y qué es lo que ocurría. Al final del curso había hasta dos ilustradores que cobraban su comisión y encima hacían lo que les gustaba, dibujar.
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Al curso siguiente me endeudé haciendo otras cosas y ya no quise trabajar más haciendo libros. Despedí a mis dos colegas y luego empezaron a llegar las facturas de los cursos siguientes: cates por todos lados y los libros que leíamos me aburrían hasta llorar de no querer estudiar. Ese rechazo también me hizo experto en vender, luego en el bachiller, chuletas en una edición ordenada y de lujo. Y por supuesto, separable. Podías comprar del sus cuentos. Yo sueño con hacer la misma revista
temario y asignatura que quisieras. Aunque fueran cosas sueltas.
Durante la carrera di con J. D. Salinger y su obsesión por publicar un solo cuento en The New Yorker. Eso me fascinó. A sus dieciocho años, él, se enrollaba con Oona O’Neill (luego le puso los cuernos con un actor muy famoso y ella pasó a apellidarse Chaplin). Pero antes de que esto ocurriera, Salinger, tuvo la suerte de conocer, gracias a Oona, a tipos como William Saroyan o Ernest Hemingway. Una noche en un pub de Nueva York, uno de éstos mencionados antes, le preguntó qué quería hacer él con su vida. Salinger contestó que escribir cuentos y el gran escritor le dijo que estaba bien la idea, pero que debía empezar a escribir para ser publicado en The New Yorker. Que si no lo conseguía nunca, nada.
Así que el joven Salinger se puso a escribir relatos como un loco, durante años, desde sus dieciocho. Falsificó los papeles para ir a la Segunda Guerra Mundial e imitar a Hemingway, pues él, se consideraba un niño criado entre algodones de una rica familia judía y que él necesitaba conocer el sufrimiento para poder escribir algo decente. Participó en el nazis, se volvió esquizofrénico, es decir, no volvió con todas sus facultades intactas, pero, escribió cuentos hasta debajo de las trincheras heladas del bosque de Hürtgen. Las enviaba a Estados Unidos y NO. Hasta en una treintena de ocasiones, así durante años. Y encima Oona le manda una cartita a París diciéndole que pasa de él, que ya podía ver en las revistas del salseo que andaba con Charles Chaplin.
Pero Salinger no se rindió y a mí lo que más me sirvió fue esta pequeña historia por encima de todos desembarco de Normandía, sobrevivió, torturó a
donde él soñaba publicar.
Interior de la revista de relato TALES

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Mi proyecto final de carrera fue TALES. Una revista en papel dedicada única y exclusivamente a amantes del relato. Yo me obsesioné con encontrar a un nuevo Salinger y dar oportunidad a todas esas voces que están en sus casas escribiendo unas historias que no las va a leer nadie en su vida. Pero qué pena. Porque, ¿y si alguno de estos tiene cosas que contarnos como Salinger, Capote, Steiner, Ford, Carver o Flannery? Mi Fe es ciega.
Mi proyecto de universidad consistía en publicar voces consagradas y noveles. Que los mayores amparen a los jóvenes. Entrevista, ensayo y cuatro reseñas. Pero solo sobre relato y cuentistas. Cuatro veces al año y solo en papel. Los profesores del jurado no entendían porqué, si en aquel entonces fue cuando desaparecieron la mayoría de las revistas y periódicos en papel. Todo debía ser digital y para eso había estudiado una carrera de Publicidad. Marketing, Relaciones Públicas, Redes Sociales y todo eso.
A día de hoy la revista mantiene el mismo esqueleto que la maqueta que imprimí en el CopyRap de al lado de la universidad.
Mi único mérito, no es falsa modestia y de verdad que es lo único que me atribuyo, es haber vuelto a hacer las cosas que hacía cuando era niño. Juntar a los héroes de nuevo. Tuve la suerte de rodearme de un buen equipo con el que disfruto como cuando niño, gracias a eso, y a muchos escritores y personas que ellos ya saben quiénes son, TALES, sigue funcionando. De hecho, poco a poco ¡y me parece una locura!, estamos publicando y/o entrevistando a muchos autores que han sido publicados también por The New Yorker: George Saunders, Mariana Enriquez, Samanta Schweblin o A. M. Homes.
Mi abuela la recibe cada tres meses en el pueblo y a mí me hace gracia porque me la imagino abriendo el sobre sin saber si ella se imagina todo lo que le debo.
Así que también entiendo al pobre Totó.

ANS MAGAZINE JULIO 2020 / CUADERNO DE TURA | 49
¿Qué libro (de arquitectura) te llevarías a una isla desierta?
POR IAGO LÓPEZ
Esta pregunta puede tomarse como una oportunidad de reivindicar el libro que más te ha marcado (El Modo Intemporal de construir y Un lenguaje de patrones de Christopher Alexander, o Now I Lay Me Down to Eat de Bernard Rudofsky), el que más te ha hecho reír (¿Quién teme al Bauhaus feroz? de Tom Wolfe) o ese al que vuelves con frecuencia (el Diccionario de las artes de Félix de Azúa, aunque no trate exclusivaplicativos dibujos anotados, es una auténtica biblia
mente de arquitectura).
Pero si realmente me viese en ese brete, seguramente elegiría el Manual del arquitecto descalzo de Johan Van Lengen, un libro pensado para lectores sin ninguna experiencia previa o formación técnica en construcción que deseen construir su propia casa o aunar esfuerzos con otros para construir un edificio para la comunidad, contando únicamente con sus propias manos y herramientas muy básicas (de ahí el “descalzo” del título).
Aunque para alguien con formación en la materia gran parte de las páginas puedan parecer obvias, su gran virtud es precisamente partir de cero y del más estricto sentido común y explicar cómo elegir un buen emplazamiento (demostrando como la elección correcta es radicalmente diferente dependiendo del clima), como orientar la construcción (en función del sol, el viento y la presencia de agua), cómo preparar el terreno, cómo hacer una cimentación y cómo construir las fachadas techos y pisos, cómo procurarse energía (molinos, calentadores de agua, fabricación de hielo…) y agua (bombas, transporte…) o cómo gestionar y aprovechar los residuos
Hojeándolo entran ganas de encontrarse en una isla desierta o en un territorio previo al imperio del dinero, la técnica y la normativa en el que las decisiones se tomaban in-situ sacando el máximo provecho de lo que cada entorno ofrecía y en el que cada persona o familia construía su propio refugio ante la intemperie.
Este libro de apariencia tan sencilla, basado en expara compostaje.
de la auto-construcción y no se me ocurre otro libro que pudiese resultar más útil para urbanitas convertidos inesperadamente en robinsones.
Y tú, ¿cuál elegirías?
50 | CUADERNO DE TURA / ANS MAGAZINE JULIO 2020
Los errantes, Olga Tokarczuk
POR CHRISTINE FÉLIX GARCÍA
Los errantes (Anagrama, 2019) no es un libro de viajes, ni un ensayo o un diario, tampoco una selección de relatos, ni siquiera se puede encasillar bajo el nombre de “miscelánea” sin temor a traicionar el sentido de una obra donde cada línea de lectura se convierte en un camino que hay que recorrer y trazar para al final descubrir que hemos creado en nuestra mente un mapa. Sí, es esa su singularidad. Este libro, a medida que se lee, adquiere la dimensión de un mapa, el de las rarezas y singularidades del ser humano; y eres libre de explorar a tu antojo.
Olga Tokarczuk nos presenta con maestría una obra donde la estrategia de quien se mueve de un lugar a otro sin tener un sitio fijo, es aplicada a la narración; de ahí esa ruptura de la linealidad del discurso narrativo sometido irremediablemente a las coordenadas del tiempo y el espacio: «Yo sin embargo, tengo una opinión distinta respecto al tiempo. El de todos los viajeros forma uno solo, muchos tiempos en uno, una multiplicidad. Es un tiempo insular, archipiélagos del orden en un océano de caos, es el tiempo que fabrican los relojes de las estaciones de po marcado por un meridiano, por lo tanto no debe ser tomado demasiado en serio. Las horas desaparecen en los aviones en vuelo, el amanecer dura un instante y ya le pisan los talones la tarde y la noche.»
Por eso, si tuviera que escoger una sola palabra para definir Los errantes, no podría; al igual que tampoco podría escoger entre las innumerables encrucijadas de caminos que se pueden presentar en un viaje hacia lo desconocido, sin preguntarme a dónde me hubieran llevado los otros senderos. Y eso hace Olga Tokarczuk, escribir por el mundo, observar la vida y sus variantes como cuando visitamos un museo y profundizamos tanto en los detalles exteriores como interiores de lo observado. Así es como podemos asistir a las emociones de personajes tan inquietantes como Kunicki o vivir con intensidad las peripecias para trasladar a escondidas el corazón de Chopin, o participar del dolor al leer las desgarradoras cartas de Joséphine Soliman solicitando el reposo del cuerpo embalsamado de su padre, que el rey Francisco I muestra como un trofeo particular.
tren, diferente en cada sitio, convencional, un tiemY cuando a la autora el mundo se le queda pequeño, entramos en el interior del cuerpo: órganos vitales, imaginación, piel, recuerdos, tendones, sensaciones, es decir, toda una masa orgánica viva diseccionada que la premio Nobel emplea para crear su propio gabinete de curiosidades. En cada vitrina, en cada capítulo, hay un ejemplar único. Y al terminar su lectura, este libro es una original muestra de la complejidad del ser humano.
«También creo que el mundo se encuentra en el interior, en un surco del cerebro, en la glándula pineal, en la garganta; ahí es donde está ese globo terráqueo. En realidad se podría carraspear y escupirlo.»