Revista desde la atalaya de cartama vol 2

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LA HISTORIA DEL PEÑONCILLO Por Fernando Bravo Conejo

Que sobre cada palmo de esta tierra nuestra llamada Cártama, se amontonan historias sobre historias puede dar fe este autor y todos los que a ella hacen referencia. Aunque también es cierto que algunos lugares, por sus especiales circunstancias, han tenido más protagonismo que otros a lo largo de la historia. Este es el caso de un lugar situado al levante de la villa, y que nuestros mayores siempre han conocido como “El Peñoncillo”; denominación no escogida al azar, ya que se trata de un promontorio pétreo, desprendido de la sierra Llana, la que a su vez se une a la de los Espartales, para dar forma a la sierra de Cártama. La figura aterrazada que toma el montículo lo hace ideal para ser habitado, ofrece protección de las crecidas del río, y es fácil de defender. Si a esto unimos el dominio de la vega y la cercanía de manantiales, lo convierte, en un lugar idóneo para habitar. Básicamente esta es la razón por la que desde la época prehistórica se encuentran restos humanos en el entorno. La piedra caliza que le da forma, concede ciertas oquedades, gracias a la erosión kárstica mil milenaria; en las que se han encontrado restos de haber estado habitadas de forma permanente, como cerámicas fabricados a torno lento y acumulación de conchas marinas, con indicios de haber sido consumidas.(1) Pasado este periodo queda el lugar despoblado hasta la dominación romana, ya que los antecesores de estos, los iberos, pertenecientes a la etnia Turdetana, y famosos por su carácter belicoso, necesitaban vivir en comunidades que les garantizase la protección. Con la paz romana importantes familias repoblaron la comarca; y se construyó muy cerca una imponente villa, orientada a la explotación agrícola. El estudio de los materiales recogidos sobre el terreno nos hace intuir que fue propiedad de una noble familia malagueña ligada al gobierno de la ciudad; la que lo obtuvo gracias a que el patriarca fue un soldado de Roma, que la recibió en premio a sus servicios al Imperio al ser licenciado. Recurso muy usado por el imperio para garantizarse la fidelidad de las colonias. Lo cierto es que la finca incluía una gran extensión de terreno, con el edificio principal o “villae” en una suave colina, desde la que se domina el curso del río y el quebrado de dos acequias (desagüe de la acequia del “corullo” y toma de la acequia de “las monjas”), que datan al menos de época musulmana, y no podemos descartar que también usasen los romanos. [ 27 ]


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