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Un buen trato

Este era un tacuatz que, como en todas las familias de tlacuaches, se alimentaba de frutas, insectos y de vez en cuando se devoraba una gallinita. Una vez, el papá tacuatz tenía la necesidad de conseguir carne para su esposa, por lo que después de caminar sobre unos árboles se deslizó de un gajo y saltó hasta caer en el centro del corral de gallinas. El gallo mayor, jefe de familia, empezó a gritar con todas sus fuerzas para despertar a los dueños de la casa y así acudieran a su auxilio. Pero el tacuatz con una inteligencia que antes no había tenido, le dijo al escandaloso gallo:

– ¡Shhh!, callate, amigo gallo, no vengo a agredirlos ni a llevarme a nadie de tu familia, quiero que hagamos un trato, pero lo primero que debés hacer es callarte y negociemos, ¡tengo un plan!

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– Está bien, – dijo el lechugado gallo. – Decime ¿qué querés negociar?

– Mirá, amigo gallo, tengo una esposa que cuida a mis cuatro pequeños hijos, no muy lejos de aquí; y me pidió que saliera a conseguir alimento nutritivo para los pequeños tacuatzitos, y he buscado en todas partes, pero no he podido conseguir nada. Entonces se me ocurrió entrar a tu gallinero, y si vos me ayudás nadie saldrá lastimado, por el contrario, ambos saldremos ganando. Quiero pedirte que me regalés cinco huevos diarios, para alimentar a mi esposa y a mis hijos, prometo no dañar a nadie de tu corral y, en retribución, yo te ayudaré a cuidar

Ilustración: tu gallinero, te avisaré cuando vengan otros depredadores, para que tu familia esté sin correr riesgos.

El gallo caminó con la mirada hacia abajo, luego le dirigió la mirada al astuto tacuatz y le dijo:

– Está bien, te daré esa dotación de huevos que me pedís, pero para que me sirvás como guardia de mi familia necesito que vengás a vivir aquí en el corral, las 24 horas del día, de todos los meses del año, y estar muy atento, y respetar las reglas del gallinero.

– Con mucho gusto amigo gallo, –respondió el papá tacuatz–. Sólo que necesito un lugar cómodo para mi tacuatza y mis hijitos, mientras crecen y pueden buscar su propio alimento.

–Mirá, intrépido tlacuache, ahí en ese rincón hay unos neumáticos que los dueños de este rancho acomodaron para que los utilicemos como nido, para que las gallinas depositen sus huevos, la señora encargada de recoger los huevos viene cada tercer día a levantarlos, tenés que ocultarte muy bien cuando ella venga, para que no te descubra.

– Gracias, amigo gallo, por el asilo y por los alimentos. Seré cuidadoso para que nuestra relación y cooperación mutua tarde mucho tiempo.

El viejo tacuatz llevó a su esposa y a sus niños a su nueva madriguera, donde estaban bien protegidos del frío y muy bien comiditos. Los días pasaron. Una mañana, la señora que recogía los huevos notó que su canasta no se llenó como de costumbre, y se acercó a las llantas viejas que servían como uno de los nidos. El tacuatz y su familia estaban muy asustados, se sentían observados, pero la señora solo quería encontrar más huevos y después de unos minutos se fue. Al tercer día regresó nuevamente la señora. Cerca del nido observó unos cascarones de huevos, que por descuido los pequeños habían dejado ahí. Pensó la recolectora: “algo raro está pasando aquí, los huevos no rinden y ahora encuentro cáscaras de huevos, seguramente estas gallinas se están comiendo los huevos. Tendré más cuidado y vendré con más frecuencia al gallinero para que descubra a la gallina que se está comiendo los huevos y cuando sepa quién es… ¡a la olla de caldo tendrá que ir a dar! Así lo hizo, llegaba en diferentes horarios y no lograba descubrir a la gallina come-huevos, hasta que una mañana, ¡por fin!, logró ver muy en el fondo de donde se encontraba el nido, una cola de un animal raro, los animales se ocultaron, mientras ella corrió a su casa por una escopeta y le dijo a sus hijas:

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