Pregón de la Santa Cruz de Raboconejo.- Año 2001

PREGÓN DE LA SANTA CRUZ DE RABOCONEJO, MAYO DE 2001

E

staba este año metido en el puesto de jaras, allá por las tierras del Andévalo, esperando que el campo le respondiera a la jaula, mientras me entretenía con un morado candil que nacía del húmedo suelo y girando el

trompo de la semilla de la jara, cuando oía, a lo lejos, una larga voz del porquero que llamaba a la piara a la bellota recién vareada.

Pregón de la Cruz de Raboconejo., Mayo del año 2.001 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .Andrés Bruno Romero Mantero --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Uoooooooquei.................Uoooooquei Y me transportaba a estas tierras con otras voces que llamaban, desde las casas a la bodega para ver si estaba allí el tío José María: Uheeeeee........ Uheeeeeee O cuando la Pepa, la mujer del Chato, lanzaba una estentórea fina y alargada: Josefitaaaaaaaaaa........ ¡Las voces humanas del campo!

Y me acordé del encargo que, a través de Diego Arroyo, me hacía nuestro Mayordomo Ramón “El Rubio” para el Pregón de la Cruz de Raboconejo......

Y puse mi cabeza y mi alma a embilmar la tarea Quiero agradecerte, amigo Basilio, tus elocuentes palabras e inmerecidos elogios.

Tú que vienes de un gran pueblo señorial y luminoso, como es tu Moguer, con esa luz filtrada por los colores, de sus cancelas, linternas y las monteras que cubren sus patios interiores. Y a pesar de tanta belleza, te vienes a menudo a estos campos y a estas gentes en busca de tus raíces y las emociones de esta naturaleza. En nombre de estas gentes y sus problemas, te agradezco que cuides, con mimo, los archivos que allí se encuentran y que tantos datos tienen de estas tierras. Muchas Gracias.

Este Pregón, que comienzo, estoy seguro que le hubiera gustado ofrecerlo a mi padre, que tan en el alma tenía metido a Raboconejo; y que reflejaba los detalles de estos campos en toda su poesía y que llevaba en su cabeza el problema de sus gentes. Así dedicaba, allá por los años 50 su libro “Un pueblo Colonizador” y decía en su primera página: “A José María Mora Azogil y en él a todos los campesinos valverdeños que han colonizado heroicamente los Baldíos comunes de Niebla”. Y que en su famosa poesía de la oropéndola decía:

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Viejo hortelano que labras perdidos huertos, huertos lejanos...

¡Un dós! El caracol brilla en su arrebol. ¡Aire de tu sol! ¡Silba, silba amorosa desde tu pino! ¡Silba, silba dichosa desde tu nido!

Cuatro membrilleros diez febles naranjos y cabe la choza de ripias mugrientas, un laurel muy tieso.

...........

¡Un dós! ¡Un dós!

La luna y el sol besan tu sudor.

u

Pero él se fue a disfrutar de los campos celestiales, junto con el Tío José María, con Diego Limón, él, que se engullía los dulces en un banco de la plaza, frente a Segura o que se encandilaba con los cacharritos de la Feria del Pueblo; y al sonriente José Dolores Vélez y a su chispeante hermano Rodrigo, junto a José Dolores Rivera, el Chato, con su cara triangular y huesuda y su negra gorra; junto a Gregorio de la Cruz Malaver, Tío Colores, que apoyaba su cabeza y su ceguera en el mango de su inseparable bastón; junto con D. Luis Arroyo, que defendió, también en el Ayuntamiento, los problemas de los campesinos valverdeños Y a esas mujeres hacendosas como: la Tía Josefa –maestra de hacer como nadie las rosas enmeladas-, la Caridad, la Pepa del Chato –que escondía el secreto de su verdadero nombre de Lucía- o la Manuela del Alto, descendiente de los Gutiérrez que vendían la leche en la calle Camacho número ocho de Valverde, probablemente, a tres chica el ocho. A esas mujeres que andarán estos días por los cielos preparando rosas y echando buñuelos, para celebrar, también, esta fiesta en las alturas.

En recuerdo de todos ellos y como homenaje a su memoria le diría con palabras de mi padre, aquellos versos que escribiera hace 25 años:

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Pregón de la Cruz de Raboconejo., Mayo del año 2.001 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .Andrés Bruno Romero Mantero --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

A la lejanía de tus huertos he venido en busca de tu sombra y tu quejido, de tus manos en las parras acariciando racimos; y al aire del Adviento, cortadas por el frío, recoger, una a una, -amor y codicia juntosla gloria morada del olivo He venido por el agua y el camino, por esa encina que plantamos y esos pinos, a llenar esta soledad, el amargo vacío

que las cosas, - tu choza, tu horno, tu postigosiendo las mismas, han sentido al irte para siempre, amigo.

Quiero de nuevo traerte a tu sereno equilibrio, a tu sosiego; volver contigo a las andadas: al brillo de tu vino criado, como un hijo, en tu bodega; y de la umbría a la solana, al gurumelo, a la perdiz o a la paloma...

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Ver mundos, pueblos, catedrales, la voz delgada de los ángeles -”venid ruiseñores, venid trovadores”¡Sembrar de golpes tu memoria para una cosecha inagotable!

Y al lubricán de estas vísperas cuando en el mundo brota la esperanza irme contigo al Barrio y en derredor de la candela, convocar, al filo de mis lágrimas, el entrañable coro de tantas almas nuestras: “El rocío celestial que llueve la Nochebuena nos produce una azucena de belleza sin igual...”

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LLEGUÉ. . . . . . . . . .a estos campos y a esta gente de la mano de mi padre. . . y mi memoria se alarga buscando mis raíces, mis primeras impresiones....mis ensoñaciones infantiles.

LLEGUÉ . . . . . . pasando por el Berecillo, La Venta de Carazacho, El Garduño, La Venta de Las Tablas – que muy antiguamente se conocía como la Venta de Barrabás , pasando por La Melera, Las Arenas, y a través de la Cañá del Tello –donde algunas veces se atascaba la tartana o el catapulta en los profundos regatones de arena- hasta la cornisa desde donde se divisaban amplios horizontes de tierras más llanas. Allí estaba el Raboconejo de mi niñez.

Raboconejo y sus aledaños a final del siglo XIX

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LLEGUE muchas veces a la Bodega. . . . . . .

Escoltada al norte por la antigua bodega de Martín Arroyo –el abuelo de D. Luis-, y a la solana por la casa de Rodrigo, se encuentra, a media ladera, la bodega que fuera de Diógenes Zarza, y que yo siempre conocí de nuestro José María Lagares

El pariente, como el Tío Juan de Nogales

Era, para mí, un lugar de encuentro; el tomarse la caña con el vino recién sacado de la bota y servido con un jarro de brillante barro, como una estampa de las Tres Cosas del Tío Juan de Nogales.

Era –en este espacio viejo y singular- otro momento de charla y de reposo –como reposa sin tiempo el vino en la madera-, eran momentos de cambios de impresiones.

Mientras, por el portón del lado derecho del lagar, se cuelan los rayos luminosos del sol poniente, cortando la oscuridad del gran espacio escoltado de barriles, y en ellos flota ese minucioso mundo de polvillos que no se aprecian con la luz abierta y sin contrastes.

En cada parte de la pared cuelga el cacharro adecuado a la faena, y el menudo, está colocado en el chinero labrado en el muro al lado del portón.

La charla discurre, a veces, en esta puerta de levante que mira al Cabezo de Santa Marina, al Puerto o a los Morcillos, sentados en unas sillas de palos abrillantados por

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el viejo roce o en un banco de alguna piedra de otros tiempos, junto al granado y al viejo pilón abandonado. ¡¡¡Tantas cosas se dijeron en este entrañable espacio!!!

LLEGUÉ . . . . . . . muchas veces, . . . . y oía, con ustedes, a la oropéndola en los alrededores del Huerto de Raquelo Y a espaldas de su casa, en el alcornocal, he buscado grumelos en el mato oculto, que mi ingenuidad infantil y ciudadana no atinaba con ellos.

Antes de que fuera un palomar, he dormido sobre la parva de la Era de la Choza.

Ahora recuerdo la carrera interminable y redonda de la trilla, o el aventar la mies entrecortada, cayendo el grano y volando el tamo.

He olido la frescura del meztranto en la Algaida, Caballón o el del Huerto.

Melena desgreñada del agua que ocultan LAS ARENAS, y que luego, en forma de finos veneros surgen y discurren buscando los campos del sur, para encontrarse, allá abajo con Barrancoso.

Y con estas humedades olorosas, no se sabe si está el Corpus en estos campos o son estas fragancias, prestadas al pueblo, las que elevan el campo a sublimes alturas sacramentales.

Me he asustado, viendo la oscura profundidad del pozo-pilón del Molino de la Llave en el Arroyo de Caballón.

He soñado tesoros no encontrados en el suave Cabezo de Santa Marina.

He andado por el camino estrecho, por esa trocha, escoltado de trigales, hasta la Casa del Alto. La casa de la Jimena. Quizás un árbol en la puerta y labores de quesos, el fajín de empleita de esparto,. . . . . . . los calostros.

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El pajón de la caña de avena, estallado en la frente, haciendo una pitera, para que sonara como un silbo rajado de la naturaleza.

La excursión a pescar al Castaño. El trofeo de la vejiga de un gran macho de barbo se colgó después en el poste del último arco, junto al anafe.

El toro esconder tras el montón de leña y en las traseras de las casas.

O los pichirichis, que desde entonces asocio con los últimos chip, chips de la tarde – ya oscura- entre jarales.

O asustarse con la amenaza de ir a cazar, - candil, cencerro y saco al hombro -: “gambusinos al costal” u Y en la chimenea se formaba la tertulia.

En este espacio de doble altura desde el que se veía la escalera y el pretil del doblao, que se iluminaba con la breve luz cenital del cristal del tejado, se encuentra la chimenea, alrededor de la cual se formaba una tertulia, unas veces numerosa y otras más íntima.

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José María, con su cabeza rapada y serenidad de un patricio romano, en el lado derecho de la chimenea, con un cigarro en la mano o con las tenazas que arrimaban el palo –rebelde- a la llama, sentenciaba con un original pensamiento o describía, con detalles minuciosos, un lugar del campo no conocido o la collera de pájaros que había visto en otro, o alguna que otra masconá. . . . .

Mi padre, con Don Luis Arroyo, sacaban el tema de los Baldíos Comunes, o de la defensa de los derechos de los valverdeños en estas tierras, y el Chato o Diego, o Colores orientaban de la situación de algún lugar o del parentesco de algún conocido que había tenido - los ya clásicos- problemas con Niebla y en otras ocasiones la conversación derivaba hacia temas livianos de diversiones o de comidas, en las que daba también su opinión el contertulio Calderay. De todas estas cosas se hablaba en la tertulia, cuando no el proyectar un viaje a ver los toros al Puerto de Santa María.

Cogía el sueño a la luz de un trozo de cirio nazareno, mientras mi padre se ensoñaba leyendo algún libro de Baroja y se oía a lo lejos –desde la cuadra del fondo- el golpeo de la pezuña de la bestia que desperezaba su pata entumecida.

He llegado otras veces a Raboconejo a la taberna de Francisco Vélez, entre la casa de Diego y Lagares, teniendo que subir la cucaña del palo central que mantenía la cumbrera del tejado.

Y últimamente a este Club de La Algaida, verdadero centro aglutinador de sus gentes, a probar los buñuelos que la Catalina, Irene, Francisca, Manolita, Sampedro, Reposo o Maricarmen cocinan para entretenimiento y disfrute de toda la comunidad. Y estas mujeres emprendedoras e ilusionadas han cogido y engrandecido la antorcha fundando esta Hermandad de la Cruz, apoyada por los brazos e ilusiones de Ramón, Francisco y José María Mora, Pedro, Diego Arroyo, Eduardo, José María y Manolo Vélez, Juan Rivera, El Fundi, Elías y tantos otros así como a los visitantes asiduos, como Basilio y su familia;. Todos ellos descendientes de los Jiménez, Moras, Vélez, Arroyo, Cruz, Limón, Riveras, y otros tantos de consortes que han configurado el 9

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tronco de las familias de Raboconejo. Son todos ellos los que ahora se merecen el mejor homenaje de reconocimiento por hacer esta empresa común y generosa. u Permitidme ahora que os dé algunos datos, porque nunca debe desaprovecharse ocasión alguna para tener las ideas claras, de los orígenes y de los problemas de estas tierras.

He leído en papeles viejos, que antes de la fundación del Condado de Niebla, ya existían propiedades por estos pagos. Las monjas de Santa Clara de Moguer y otros cientos de fincas existían antes del año 1369.

El Condado de Niebla era una gran extensión de terrenos donde estaban incluidas Villas y Lugares, alrededor de los cuales el Conde otorgaba Dehesas Boyales o Concejiles, el resto del territorio eran Baldíos Comunales, a excepción de las fincas privadas incluidas en él, que se llamaban heredades, y para las que había un Juez especial, y otras que el Conde fue otorgando en propiedad con la condición de que se plantaran viñas, al objeto de fijar las gentes en los campos, razón por la que aparecían tanta cantidad de Casas-Bodegas, en los Campos de la Fuente de la Corcha, Navahermosa, Candón, La Peñuela, La Bienvenida, el Cuco, el Saltillo y aquí mismo en Raboconejo.(En Caballón estaban, las Bodegas de Tío Perico, y otra más; varias en el mismo Raboconejo; la de Martín Arroyo junto a la de Diógenes Zarza, y otra cerca, o quizás la misma antigua casa de Rodrigo) Los baldíos era un territorio para el uso y disfrute de todos los pueblos del Condado, estuvieran éstos en el término de la villa que fuera. La villa de Niebla solo era administradora de ellos y nunca propietaria de los mismos. Por ese motivo quedaron excluidos de su venta forzosa en tiempos de la desamortización, en 1864.

Desde mucho antes, Valverde y sus campesinos y ganaderos defendieron a uñas y dientes estos derechos comunales, llegando en 1634 a tener una verdadera batalla campal – con más de doscientos valverdeños- en el Azogil y la Soriana.

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He leído como ya en 1621 aparecen en los viejos papeles el nombre de Raboconejo: Alonso Manovel e Isabel Alonso, vecinos de Valverde. . . .obtienen licencia para labrar y sembrar de todas las semillas 50 fanegas en Raboconejo, desde Pedro García hasta el arroyo del Lachoso, en el Molino Blanco y otra desde del Cabecillo del Perro hasta el Llano de las Piteras.

4-1-1628.- Sepan cuantos esta carta vieren, como nos Cristóbal Díaz de Raboconejo y Alonso González Santo, vecinos de Valverde, . . .otorgamos que damos nuestro poder......

7-7-1629.- Cristóbal Domínguez, vecino de Valverde, .......al sitio de la Palmosa y Raboconejo;.......con el labrado del Caucillo y el Lomero de las Encinillas hasta dar a la Algaida de Caballón, con la Algaida de García Hernández........

Ha sido tanto el acoso que han sufrido los campesinos valverdeños, que Niebla, en el primer tercio del siglo XVIII invadió Valverde con gentes de a caballo con la intención de arrasarlo.

Y Valverde siempre ganó los pleitos que defendían los derechos de sus campesinos. Y cuando consiguió la exención de la Villa de Niebla, en 1732, ésta nada pudo objetar respecto a los derechos de los Baldíos porque ella solo era administradora y nó propietaria, como reza en el documento de la escritura del Villazgo de Valverde.

Y las molestias siguieron, y a pesar del reconocimiento de ser Baldíos Comunes, Niebla inscribió en el Registro a su nombre la propiedad de los mismos.

Sacado el problema por mi padre (1949), otro pleito se entabló, con un enfoque equivocado, y aunque Valverde lo ganó; en 1965 se llegó, en la Venta de la Carbonera, a un acuerdo o transacción, por el que Valverde –sin representación de los campesinos- renunciaba a los derechos de estos a cambio de las tres mil hectáreas de la Sierra de Rite que pasó a ser patrimonio del Ayuntamiento y perdió su carácter de bien comunal. Los campesinos valverdeños no ganaron nada a cambio, y por el contrario perdieron sus derechos adquiridos durante siglos.

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No obstante en la escritura de este mal acuerdo se dice textualmente que Niebla

“reconoce que la situación social creada por los asentados, cualquiera que sea su vecindad, especialmente en “La Peñuela” y “Raboconejo”, merecen toda clase de respeto, asistencia y protección y por tanto se compromete a actuar en consecuencia”.

Compromiso tampoco cumplido, pues en vez de respeto, asistencia y protección, se discuten los papeles de posesión de las tierras, cuando nó un grifo de agua y a cambio se echan ciervos que dañan las plantaciones.

u Y como ya dije, yo llegué,.......aspiré aromas, vi colores en las plantas y en los árboles, oí los sonidos del campo en los pájaros, en las esquilas y cencerros del ganado, y sobre todo, aprecié el trato amable de las gentes, que se quedaron grabados en la memoria desde mi infancia.

u Y AHORA LLEGO . . . . .A PREGONAR LA CRUZ DE RABOCONEJO. Hay un vaivén de emociones espirituales – un dentro y fuera cíclico -, unido a un trasiego de ida y vuelta entre Los Carnavales, la Semana Santa y La Cruz de Mayo El Carnaval en los campos, la Semana Santa en el Pueblo y la Cruz otra vez en el Campo El Carnaval es la exteriorización desaforada de la naturaleza; un despertar explosivo del espíritu, posterior al invierno concentrado en el seno materno de la casa y de la lumbre de la candela.

La Semana Santa es la reflexión interior, y religiosa.

Y la Cruz de Mayo es la consagración de la primavera. La primavera equilibrada.

u 12

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(EL CARNAVAL) En los Carnavales reluce el oropel del aromo. La pasión, para expresarse sin timidez, se esconde detrás de la máscara. Hay una licencia para lo picaresca y lo picante. Danza del Fauno, la danza del macho y la hembra. Es una fiesta exclusiva de los sentidos.

Recuerdo a Polo, con la cadena herrumbrosa colgada del cuello y la cara pintada de polvos azules, y a otros disfrazados con similares atuendos.

A lo lejos, desde una choza, - pom pom pom, pom pom pó- unos sones sordos, monótonos y graves, marcando el compás del acompañamiento y una voz fina y solitaria de mujer iniciaba la letra ingenua de una sevillana propia de estos lugares

Viva el amo de la choza / y el que toca el estrumento / vivan los que están ajuera / vivan lo que están aentro.

Aquí cerca, se cantaba:

En la choza de Colores / han pintao un zocalillo / con un letrero que dice / que viva el Pelicanillo.

Desde los campos del levante, se oía:

Alifonso el de Berrueco / tiene la yegua descarza / de tanto di al Tumbalejo / a carrear calabazas.

O aquella otra picante:

Las niñas del Tumbalejo / s¨han comprao una romana / para pesarse las tetas / tres veces a la semana.

Los campos del norte respondían:

En la Choza de la Marta / se canta y se baila bien / pero hay que tener cuidiao / de no esgarrá la paré.

Y a las tierras del sur se le dedicaba esta otra:

Candón y la Piñuela / están que arde / porque Raboconejo / ya tiene Alcarde.

Y a modo de colofón

Una vez que yo quisí / y tu madre no quisió / vino tu padre del campo / y toíto lo compusió.

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O esa otra que ahora me recuerdan:

De Raboconejo vengo / de pasar los carnavales / me he jartao de bailar / con el hijo de Lagares

u SEMANA SANTA Y después, vuelve el espíritu a la intimidad, a la reflexión, al recogimiento.

En el pueblo se celebra la Semana Santa.

Unas manos callosas y campesinas –como las del Cristo que procesiona- sostienen un cirio en la madrugada. Ante la luz del pabilo o mirando la boca entreabierta de su imagen, se recuerdan los problemas, de uno, y de la gente que se han quedado en el relevo.

Al final, el Cristo caído, en la plaza de su Ermita, mira hacia estos campos en homenaje a todos los valverdeños extendidos por estas llanuras de esperanza

A las primeras luces del alba, - en la casa del pariente - reconfortamos el cansancio con una rosa hecha con todo el mimo, empapada de la miel de estas colmenas y con una copa de arrope de estas cepas

u LA CRUZ DE MAYO Pero en el pueblo se rasgó el velo de tristeza y sonaron por sus calles campanillas de alegría, quedando sola la Cruz –por un vuelo- ya vacía. Volviendo de nuevo al campo, ahora como símbolo de la esperanza resucitada.

El árbol labrado cumplió su misión. Y ahora vacío, y cruzado sus maderos, se instala en la vida cotidiana La Cruz en el cuello. La Cruz en la esquina de la calle. La Cruz forjada en el brocal o la veleta

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El campo, que quiere consagrar la primavera, le rinde el homenaje de estas fiestas: Cruz de Mayo, Cruz de Mayo / Santa Cruz de Raboconejo / a tus pies pondremos ramos / de almoraduz y romero.

El cohete romperá la luz del nuevo día. Y el tamboril y la flauta abrirán el cortejo del sendero. De casa en casa, paseará la Cruz su grandeza por el campo Y en una cohorte, las mariposas danzarán sus blancas alas durante todo el recorrido. Una sinfonía de trinos, colores y aromas silvestres, darán a esta fiesta su regocijo.

A esta Cruz nuestra de Raboconejo, permitidme que en este preámbulo de fiestas le pida: que soporte nuestro espíritu envejecido y desde ella, como hace veinte siglos, surja la esperanza de un nuevo hombre, con nuevas ilusiones, con un nuevo coraje que además convierta estas tierras en el mejor proyecto posible.

Y en mi particular homenaje, dejadme ofrecerle estos últimos versos:

u Nunca tuvo mejor destino el árbol ni el carpintero labró mejor cadalso.

El cuerpo cosido por los clavos, que sostuvo hasta la muerte, dejó manchada la madera con sangre permanente, para elevarse, después, resucitado.

De este árbol labrado, sin saberlo, ha brotado la esperanza en una yema y ha florecido en sus brazos, la alegría de una eterna primavera u

En la cepa trenzada y vieja del hombre viejo, con la fibra del árbol, se hará un injerto. ¡ Que renazcan pámpanos y racimos nuevos ¡

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u -Ola menuda en su vuelo – Chirrían los chamarices desde el balcón de los cielos Sonoro y fino, trenza su trino, el jilguero, sobre la rama de un cardo Desde el vértice del bando, chasquea un jamás camachuelo En la encina, solitario, un gorrión del campo, con una fuente sonora, muestra su celo en el árbol El verdón, en la torvisca, - plumaje amarillo y verde - rojas perlas, alta vara lanza un berrido potente Arrullando la tibieza, - suave brisa de pinares una tórtola en la rama hace sereno al paisaje.

Como una saeta negra y brillante el mirlo asustado recoge la tarde.

El tímido ruiseñor bajo la zarza se esconde, pregonando melodías, señoreando la noche. u

La arena ofrece aromas

de almoraduz y romero y la humedad del arroyo de meztranto y de poleo u

Morado y gris, el tomillo

de terciopelo.

Muy escondido en el campo, el tomillo tinajero.

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La rosácea siempreviva, mecida al viento.

Rosa o blanca, y menuda la del berezo Las flores del gayumbo reflejan soles.

El rojo del madroño sorprende al bosque La granada, despereza su corteza y estalla, mostrando, desde su esfera rajada, un fresco panal de rubíes de sangre cristalizada u

Vuelve la madera al campo, a su raíz la resina Brota alegre el hombre nuevo que ha recobrado la vida.

La flauta y el tamboril dirigen la algarabía - colores, cantos y aromas – En fiesta está la alegría Abierta está la mañana, los horizontes abiertos.

Por los carriles camina la Cruz de Raboconejo uu u

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HE DICHO