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Primero pienso, luego invierto

La razón es una de las herramientas más sofisticadas de la humanidad, pero a la hora de invertir hay veces que las emociones influyen en la decisión. Quizá algún día la razón domine el proceso por completo, o bien el razonamiento pueda prever los derroteros emocionales.

Edgar Arenas Sánchez Gerente Comercial de Estrategias de Inversión CI Banco | @garoarenas | earenas@cism.mx

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Sobre nuestros hombros se levanta una protuberancia sostenida por el esqueleto diseñado para priorizar el funcionamiento de la cabeza humana y, dentro de ella, en una cápsula ósea descansa el cerebro humano, que con sus 1.5 kg es el estandarte de la cumbre evolutiva de la naturaleza. Hasta donde sabemos nada es más complejo que el funcionamiento de este órgano que lo mismo ha sido capaz de componer sonetos de amor como encontrado la manera de transformar al átomo en energía.

El cerebro nos distingue como especie por su capacidad de razonamiento, aunque regodearnos en nuestra racionalidad, a veces nos hace olvidar que hubo quienes le dieron la razón a Hitler, que hubo una época en que quemar brujas era una práctica común o que, incluso actualmente, hay quien asegura que la Tierra es plana o que las vacunas no sirven para nada.

¿Somos animales racionales? Sí, aunque existen baches conductuales que podrían ponerlo en duda y uno de ellos tiene que ver con las finanzas del comportamiento. En el año 1900, el matemático francés Louis Bachelier afirmó que los mercados financieros son eficientes; en su tesis doctoral La teoría de la especulación, dijo que los seres humanos somos completamente racionales y utilizamos toda la información que tenemos a nuestro alcance para maximizar la utilidad; incluso, una gran cantidad de modelos para la valuación de activos de inversión usa la “racionalidad” como una constante.

Pero, ¿realmente somos racionales al tomar decisiones financieras? En 1979, los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky publicaron la Teoría Prospectiva (Prospect Theory), en la que afirmaron que el comportamiento de los individuos en situaciones de incertidumbre era totalmente irracional e inconsistente al involucrar situaciones económicas, básicamente porque el mundo cambia y se transforma a una velocidad muy rápida. Como ejemplo, baste recordar lo que ocurrió con las compras de pánico en marzo de 2020: se agotó el papel de baño.

Asimismo, según las finanzas conductuales (Behavioral Economics), una rama de la economía, las pérdidas y ganancias se evalúan de forma distinta; en consecuencia, tomamos decisiones ponderando nuestra percepción de las ganancias más que sobre la percepción de las pérdidas. Es decir, si se presentan dos opciones iguales frente a un individuo, una de ellas presentada en términos de ganancias potenciales y la otra en términos de pérdidas posibles, el individuo se inclinará por la primera. La también conocida como economía conductual considera al actor económico como un ser irracional e incongruente en la toma de decisiones que involucran al dinero y los riesgos. Un pilar de las finanzas conductuales es el concepto de que la toma de decisiones de manera individual se desvía del comportamiento de las predicciones marcadas con otras teorías económicas tradicionales.

La economía tradicional sustenta sus bases en profundos análisis matemáticos, sin embargo, en la realidad no se cumplen debido a que los agentes económicos (familias, empresas, gobiernos) dependen de personas con virtudes y defectos que toman decisiones de forma consciente y también inconsciente. Las finanzas conductuales afirman que, a pesar de que la economía es una ciencia, es imposible ignorar la condición humana.

Los estudios realizados en materia de economía conductual han demostrado frecuentemente que los inversores toman decisiones al invertir en activos riesgosos con base en sus emociones y creencias —en el argot financiero esto se conoce como noise traders—, lo que significa que los inversores deciden adquirir un activo por factores que consideran útiles, pero que en realidad no les darán mejores resultados que las elecciones aleatorias y cuando existe un elevado número de inversionistas con estos sesgos el resultado es que los precios de los activos de inversión sufren desajustes.

Richard Taler, Premio Nobel en Economía de 2017, indicó que los seres humanos tomamos decisiones bajo conceptos irracionales en donde influyen las emociones. Estos sesgos cognitivos provocan que los mercados de valores tiendan hacia la ineficiencia; es decir, los mercados están gobernados por los sentimientos.

¿Qué hacer para limitar estos sesgos cognitivos cuando invertimos? Aquí algunos puntos:

• Establecer un proceso de inversión estricto donde tengamos reglas bien definidas.

• Definir objetivos de inversión y apegarnos a ellos.

• Supervisar periódicamente nuestra cartera de valores.

• Tener dinero ahorrado para cubrir situaciones imprevistas que generan incertidumbre.

El volumen de información que se incorpora en la toma de decisiones es cada vez más amplio y esta información se mueve a una velocidad cada vez mayor, el resultado es que la toma de decisiones se vuelve más compleja. Evaluar de forma reflexiva, utilizando el sentido común, es una de las herramientas más simples y más poderosas con las que cuenta un individuo al invertir. Es frecuente que los inversionistas con peores resultados sean quienes tomaron decisiones más precipitadas. Las decisiones de compra o venta de activos de inversión suelen cocinarse mejor a fuego lento: mi recomendación es que nunca se tome una decisión de inversión en un momento en que las emociones se anteponen a alguno de los puntos que describí más arriba.

Todo indica que los seres humanos no pueden enmarcarse en una estructura matemática donde sus decisiones carezcan de emociones. La historia nos guiña: la primera burbuja financiera en 1630 causada por la “tulipanmanía”, el gran crack bursátil de 1929 o la crisis hipotecaria subprime de 2008. En todos esos eventos el comportamiento se vio desprovisto de razón y fue guiada por la codicia y el miedo.

Los modelos modernos matemáticos probablemente tendrían que cerdele un espacio más amplio a la economía conductual. Al día de hoy, ha sido imposible pronosticar las crisis financieras, pero quizás el cerebro humano nos pueda dar pistas algún día para evitarlas. •

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