El Ruido es un Invento de los Hombres

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EL RUIDO ES UN INVENTO DE LOS HOMBRES

Almudena Anés



El Ruido. Primero fue el fuego; después, el ruido. Los hombres crearon el fuego e hicieron material la luz. Las llamas destruyeron el silencio y la noche, ya no hubo nada más después excepto el viento que borró las huellas del sosiego, un secreto antiguo convertido en polvo. Partículas de historia que guardan los árboles, que mecen las hojas y callan verdades que no se dicen en voz alta. El ruido camufla las palabras, disfraza el idioma en un murmullo quedo donde no se entienden los pueblos, ni las personas. Entonces, los hombres escribieron el mito de La Torre de Babel. Necesitaban una excusa para disimular su sordera ante lo ajeno, nunca hubo mejores escondites que en los oídos del otro. Pasaron el tiempo y la página. Las llamas se convirtieron en fogatas y piras funerarias, lugares de reunión y duelo, cobijos de un mutismo social aprobado. El fuego creció y conoció al metal, amó la hoz y odió al martillo, besó el sonido de cada golpe del herrero al forjar una espada. Nació la guerra. Y la guerra quería ruido porque no deseaba que se escucharan los gritos de los heridos, el dolor de los muertos, el chillido de los niños o el aullido de las mujeres. No permitió que se oyeran los lamentos desde lejos, las peticiones de auxilio tiradas en el suelo, las pisadas y las risas de los vivos alrededor de un fuego lleno de huesos rotos. El ruido dio nombre a todas las victorias pírricas y a las batallas que no sirvieron. Sólo el silencio, siempre detrás y oculto, esperando su momento, consiguió dar consuelo a las víctimas que aún respiraban. El silencio trajo el frío y la oscuridad. A veces hay que cerrar los ojos para olvidar. Nació el negro. Al pasar la luz por un prisma, surge el arcoíris, la escala de color completa, y todos los colores suman blanco y un resplandor que ilumina cada recoveco en la piel. Hoy en día se pide transparencia total, las cicatrices a simple vista, que se vean bien, que con una mirada lo sepan todo y tú ya no tengas que contar nada.


Porque no quieren oír tu boca. Quieren escuchar el ruido de tu cuerpo, de tu cara, de tu fachada exterior porque es bonita y hermosa, porque es más fácil juzgar un libro antes por su portada, porque la luz no siempre llega a todas partes y el corazón siempre se ha escrito con letras oscuras. Transparencia allá por donde vayas. No ocultes, no calles pero miente. Las apariencias sí importan. El fuego siguió ahí, disfrazado de otras formas pero continúo. Todos tenemos electricidad en casa. Transcurrieron siglos y hubo lluvia, se luchó con sangre y sudor por mantener vivas las llamas, se rompieron sueños por ello y no importó porque la sociedad lo pedía a gritos. La opinión de la mayoría es más importante, recuérdalo. Hubo más ruido. Las herramientas cuando se usan, chocan. Los hombres eran inventores y querían cosas nuevas, cada vez más nuevas y así, y chocaban y se rozaban los instrumentos de tortura en una carrera que terminó en guerra y pidió ruido y después, sólo dejó silencio y más de sesenta millones de muertos. Porque la mayoría lo quiso y se lo pidió a su líder, iluminado por el fuego de los elegidos, parecía transparente, un reflejo en carne para su pueblo, la proyección que resultó opaca. Un fracaso que se tiñó de ruido. El ruido es un invento útil. Así no pueden oírse los pensamientos. La alquimia enseñó a los hombres que el fuego y la arena podían crear el vidrio. Les gustó el descubrimiento y lo mejoraron. Nació el cristal. El cristal fue maravilloso hasta que alguien lo estrelló contra la pared y salpicaron los pedazos rotos sobre la alfombra y la mano de un niño que defiende a su madre de un monstruo. Se abrió una fractura en el espacio, un corte en la mente, una pena fosilizada en lo más profundo del ser que necesitaba silencio y paz para curarse. Pero le dieron ruido. Así no podían rememorarse los viejos rugidos del animal hecho hombre. Nacieron los traumas y las infancias robadas.


Dicen que cuando Kurt Cobain se suicidó pegándose un tiro en el salón de su casa, la televisión estaba profiriendo a ritmo de paro cardíaco los anuncios de cualquier programa. El ruido nos hace más valientes. Él necesitaba ruido para apretar el gatillo de una vida mal curada, de una existencia triste y oscura donde la luz tenía hoyuelos y sonrisa. El ruido siguió. Pero hubo una respuesta nacida del propio ruido: la música. Porque los hombres son inteligentes. La música fue el lenguaje de una generación que tenía la necesidad urgente de hablarse y de entenderse, de comunicarse más allá del bullicio de un mundo que giraba demasiado deprisa y solamente pensaba en el progreso a costa de otros para todos. Pero todos no somos todos. El ruido también es demagogia. La música se vio a sí misma como un arma de doble filo. Música fue Woodstock. Música fue el balbuceo de un niño. Música fue una declaración de amor. Música fue un salvavidas hasta que se convirtió en ruido. Vivimos en un planeta corrupto. Pruebas de ello son las dos bombas que fueron el mayor estruendo de la humanidad, más de doscientos mil civiles muertos para lograr la paz, porque ruido y guerra van de la mano y tienen casi el mismo número de letras. Hablamos mucho, muchísimo y decimos poco, lo suficiente, quizás, es difícil mantener un poco de orden mental con tantos zumbidos. Chasquidos pequeños, rumores a nuestras espaldas, mentiras que se volvieron medias verdades de tanto repetirlas e interferencias que surgieron en el panorama mundial. Redes construidas para mejorar el nivel de vida cuando la depresión sigue siendo una de las mayores causas de muerte en Europa.


Debe de ser aterrador quedarse sin ruido. El ruido es un escudo contra el miedo. Ojos que no ven, corazón que no siente. Oídos que no oyen, corazón que no siente. El fuego dio calor y consumió los caminos para mantenerse ardiendo. Al final, todo se reduce a una cuestión de supervivencia. Los hombres hicieron lo mismo aunque se equivocaron durante el trayecto, algo hicieron mal porque tanta luminosidad nos ha acabado cegando y ya no somos capaces de ver la parcela de tierra de al lado. El ruido ayudó a seguir adelante sin mirar atrás. Fue el combustible de la edad de bronce cuando esta estaba empezando a oxidarse y aquí estamos ahora. Me estoy quedando sin ruido. Tengo miedo. No quiero quedarme a oscuras con mi propio silencio.



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