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CHICO MARIONETA

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INTRODUCCIÓN. Los Hilos del Mundo “Dos cosas constantes te revelan, te tienen de cuerpo entero en el instante, y son la cama y la mesa de madera, hechas a la medida del amor y del hambre.” Homero Aridjis. No había nada más de mundo aparte del banco de madera. Las gubias, los cinceles y algunos restos de pintura perduraban sobre la mesa. Caía la tarde. Algodón, trapo, botones e hilo: así mi cuerpo se hizo vida. No recuerdo mucho de ese día excepto el escozor de la aguja penetrando en mi piel. Hoy el mundo primigenio ha crecido y se extiende desde el mercadillo al cielo. Vienen personas con mejor aspecto, ojos acuosos y dientes de leche. Repasarme la dentadura es saborear marfil. Ellos laten mientras siento calor cuando me tocan. Mi maestro nos guarda a todos en el teatrillo ambulante, nos hace desfilar delante de los alientos hoguera. Somos muchos ante las tablas: danzamos y actuamos con la esperanza de lograr una sonrisa en rostros pecosos, el sonido del aplauso al final de la función. Mi corazón está cicatrizado por la urdimbre, hilado al pecho para que no salga huyendo. Mi espalda está soldada a las manos de otro hombre, el maestro que mueve los hilos del mundo. Noto los tirones, el baile y la caída. Soy el más elegante dentro de sus gestos, de la magia de la tarima. Mi maestro intuye mis costuras, de las que brota polvo de luz, música milenaria y escenarios de alfombras infinitas. Los focos nos enfocan y los niños de carne y pelo nos miran desde sus abrigos de escolares, las bufandas que rozan el suelo y unas gafas rotas en el recreo. Todos nos desean pero pocos tienen la fortuna de marcharse a ver qué hay al otro lado de la calle. Los mundos son pequeños y gigantes 2


al mismo tiempo. Yo siempre me quedo, esperando, a las รณrdenes, casi como caricias, de mi maestro. Soy la estrella. Todos me miran pero nadie me ve.

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I. La vida es un acto incompleto donde cada ser guarda un secreto. El maestro siempre dice las mismas frases para atraer público del mercadillo. Las personas se ríen. Pero el auténtico espectáculo queda velado: nadie ve el fulgor de las lámparas cuando los bocetos quedan inacabados y las páginas blandamente heridas por la luz. Los dibujos rotos y los muñecos, toda nuestra familia inanimada. Los auténticos juguetes, aquellos que jugamos fuera, con cuerdas e hilos, tenemos un secreto que sólo el maestro conoce dado que él nos ha concedido ese don. Existe cierta sacralidad pagana a la hora de crear. Muñeca Trapo es amiga mía, otra de las creaciones del taller. Sus vestidos son baratos porque baila siempre en primera línea, expuesta al desgaste de la nieve y la saliva. Entonces, Maestro apuesta por tejidos maleables, paños que se puedan sustituir. Mi amiga parece menos hermosa de lo que es cuando viste atuendos que no realzan su cuerpo y ningún niño se fija en ella porque piensan que hay personajes en el carrusel más elegantes. Me gustaría decirles que Muñeca Trapo es la mejor bailarina dado que antes actuaba para la zarina, una cría llevada por la Historia. A veces ella llora porque se acuerda de su niña rusa y de los paisajes de invierno. Me habla de grandes escenarios helados, de soldados y guerreros fieros. Llora pero no caen ni agua ni tinta. Los botones son ventanas cerradas del alma, aunque Muñeca Trapo tiene una herida de muerte, por la que se deshace cuando piensa en la sangre de tantas guerras por un mundo mejor que no llega.

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II. El mundo es algo vano si dejamos escapar el algodón de nuestras heridas. Muñeca Trapo se lame sus costuras reventadas desde las piernas al pecho, tantas horas delante de los focos de una calle desierta, con miedo al acecho de la noche. Quisiera lucir seda para cubrirse los zurcidos y esos pespuntes rápidos, ya deshechos por el tiempo, de los zapatitos a los pies. Muñeca Trapo tiene muñones pero jamás habla de ello. Su vida es un baile. Maestro la creó para ojos ajenos y quizás por eso todos los juguetes del planeta tenemos botones, cristales o vidrios: miradas de una sola dirección, cruelmente anti anímicas. Alguna vez la he tomado de la mano y he bailado con ella en privado, detrás de las manos largas que no pueden resistirse al acto de tocar. Desde bambalinas, en la magia de un teatrillo que imita el estilo a la italiana, la simulación de la vida humana es como intentar bordar un corazón a un trozo de hojalata. Todo se queda en buenas intenciones, dulces intentos. Muñeca Trapo entonces me abraza porque sabe que sufro y sé que pronto la echaré de menos. Los pasillos, el cajón de fieltro donde las camitas hacen descansar nuestros hombros desgastados y las cuerdas como sogas y salvavidas, todos los escenarios pronto serán mausoleos de objetos si ella no está conmigo. Está tan rota y asoma su interior acolchado. Sólo puede ser buena persona así. Dudamos sobre cuándo será el último baile. Contamos los minutos que se escapan en cada corte sobre un trozo de madera y en la máquina de coser que saca sus dientes. Aterrados, nos abrazamos y deseamos echar alas para bailar entre las nubes, como en las cajitas de música de los pueblos del norte.

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Ella se va. Maestro recicla sus hilos porque son de un material valioso. Jamás dice cuál es el misterio de armar títeres. Muñeca Trapo se ha ido. Poseo como recuerdo un vestido con broches de nácar, su vestimenta de gala para los viejos eventos en palacio, enfrente de hombres poderosos y hogueras con niños y pastel. Supongo que el dinero compra deseos. Alguna vez quiero preguntarle a la muerte cuánto es su precio, si tiene algo que ver con los horarios a los que pasan los camiones de basura y se van inmolando los sueños.

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III. Los niños de pieles marchitas juegan debajo de los árboles: se suben a los columpios y danzan por el aire. Son de muchas partes, continentes de tez clara y oscura. Con el mercadillo, nuestra casa camina por todas las rocas del ayer. Hay tanto mundo y poblaciones enteras compran y venden en nuestros teatros y lonjas. Todo está lleno de color excepto el hueco que ha dejado en la caja la ausencia de mi amiga. De sus cenizas, Maestro ha logrado una escala de grises brillantes para pintar tumbas imaginarias para todos aquellos que no pueden pagarse una. Sueños mortuorios disfrazados con mejores galas. Gato Piedra maúlla entre la hierba. Quisiera hundirse en la tierra para cazar ratones y revolcarse como terrateniente de su propiedad entre el polvo y el sol. No puede. Es animal doméstico, de estos rellenos de piedras de río y algodón duro que hace el vientre un fiero defensor de puertas. Apenas se mueve pero sueña con menear la cola para espantar a las moscas. Maestro a veces le acaricia el pelaje raído cuando cruza de un lado a otro y quiere tener todo el mundo abierto. Alguna lágrima ha hecho lupa en sus bigotes rizados. Marionetas y títeres le escalamos de noche para que nos lleve de aventuras. Juguetes y muebles soñamos con subirnos a los columpios y lanzarnos al espacio para descubrir si las estrellas son bombillas o mitos de héroes y magas. Gato Piedra ronronea con los ojos cerrados, debe sentirse gato de verdad en el mundo de las nubes. Los demás padecemos insomnio de perdernos ante Morfeo y luego descubrir que los espejos no mienten cuando sólo aparecen habitaciones vacías de vida, estando nosotros, un burdo atrezzo.

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IV. La muerte me tiene enamorado. Desde que se fue Muñeca Trapo, el mundo es más triste. Pero con este corazón acartonado siento fuego desde hace unas semanas. Ha llegado la época de las flores y todo se metamorfosea entre la luz y las sombras de una ciudad de muros blancos. Ella trabaja con el resto de moldes en el puestecito de moda. La vendedora fuma a menudo tabaco negro y no la suelta. Miss Cerilla es mujer sin rostro de tantas veces que se lo ha quemado la vida. Cuando Maestro crea a otro miembro de la familia, pone un secreto dentro de su cuerpo: palabras que nadie debe conocer. Si alguien alguna vez descubre el conjuro, el aire duro atraviesa al muñeco como velamen en el mar y lo destruye. Nuestras vidas están ligadas al silencio, casi como una maldición. Amar entonces es guardar todas las grandes palabras de amor en el interior del pecho y no decir nunca nada para seguir vivo. Chico Marioneta se enamora de Miss Cerilla pero no está dispuesto a jugar con fuego. Quemarse no es una opción. Si todavía danzara mi amiga junto a mí, la preguntaría qué se le dice a una mujer. Quizás ella me dijera que tuviese cuidado con las astillas. Miss Cerilla es palo seco, fina y señora, rosa de espinas y color sangre. Sé que sufriré si cedo a lo que siento por ella pero vigilarla desde la distancia es como perder el salto durante el baile, la voz en una actuación. Maestro conoce la naturaleza de mi dolor e ingresa más telas y paños para que las costuras no se desaten de tanto latido. Ella a veces me mira mientras posa con un mechero de plata, mucho más apuesto que yo. Dibuja cenizas y se maquilla con humo. Jamás puedo medir la calidez de su sonrisa porque es belleza mortal. Si nos encendemos los dos, sólo quedarán pavesas de nuestra historia. 11


V. Clavado como un salvador, me dispongo a que escriban mi esquela en el teatrillo ambulante, ya perdido en el horizonte. Maestro me ha vendido. Ni siquiera ha habido materiales: he echado de menos los billetes y las monedas. Una tienda de subastas y antigüedades me ha pagado por transferencia. Pronto, todos los muñecos seremos hologramas de una vida nueva, no sé si mejor. Hemos abandonado las ciudades llenas de gente por adentrarnos en pueblos donde sólo existe la despoblación rural. Ni siquiera he podido despedirme de Miss Cerilla. De noche, habíamos empezado a comunicarnos con seres de luz, pequeñas luciérnagas y bombillas. El teatro ya no vende y los niños pasan de largo. Clavo y Chincheta me mantienen sujeto a la pared y a mis recuerdos. No distingo tiempo de espacio y he descubierto que en las formas también habita el vacío. Tengo el traje rasgado, las telas sucias de polvo y esos focos que no brillan sino queman. Acepto un único calor que me ha sido negado. Los relojes han perdido la mecánica por un mundo digital que apuesta por esos brillos rompe ojos, deshace cristales y alumbra inventos. Pertenezco a una historia vieja en peligro de extinción. Clavo y Chincheta son carceleros y amigos. No pueden permitirme la huida. Tampoco quieren decirme que no hay nada más allá de las puertas de bronce en un pueblo sin infancia ni futuro. Creo que a mí, como juguete de manos ancianas y pasadas por sudor, me depara el mismo destino. Ellos se ríen y me animan. Ojalá pudiera desatarme el cordón de la sonrisa para devolverles el gesto pero necesito graparme al tiempo para sobrevivir.

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VI. Los trapos no se marean. Se tiran y se estrujan sin morir pero no sienten nada más cercano al cuerpo humano. Cochecito también tenía una etiqueta con su precio y cero dudas sobre ver mundo. Decía que quería ser más rápido que la rotación de la tierra, transformar su latón en nave especial y huir hacia lo oscuro. Era un soñador. La diferencia que destruía el corazón motor de Cochecito era que él no podía tener aspecto de persona. Los muñecos al final somos vulgares imitaciones, copias de piel y hueso. Me gustaría ser más caro porque Maestro invirtió mucho dinero en mí. Los espejos no engañan sin embargo, tengo los trajes raídos y el paño destrozado. Antes era blanco y ahora parezco cenizo. Nunca imaginé que el color de mi tela pudiera ser importante a la hora de comprarme y venderme. Después, la historia me ha enseñado que la esclavitud no solamente se asocia a los objetos. Es un concepto mucho más trascendental. Cochecito querría haber emanado una forma superior. Manipulaba su alma con la idea de máquina que le poseía. Estos pensamientos le obsesionaban, cada vez iba más rápido para no pensar ni dolerse de su propia condición mecánica. Un día, Cochecito fue demasiado lejos y se estrelló contra una enorme jardinera que ese día obstaculizaba el circuito entre la puerta y la estantería. Se rompió en mil pedazos de metal de poco valor. Todo roto, oxidado y olvidado. No tenía corazón pero sí espíritu. Ahora tengo miedo de desaparecer. Me quedé con una chapita y me la puse en el pecho, para protegerme de este dolor. Empiezo a creer que la aleación ha sustituido al sentimiento. 14


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VII. Me cuesta reponerme a la muerte y a la ausencia. Miss Cerilla, Muñeca Trapo y Cochecito han desaparecido del horizonte entre humanos y cosas. Me siento solo. Intento no sucumbir al dolor de no poseer carne ni músculos que se resienten con los procesos naturales de la vida. Me duele no doler y no sufrir por aquello que sí tengo. En la tienda, el tiempo pasa lento y empiezo a olvidar esa farándula y teatro que me han acompañado. Mi memoria se construye mediante afectos y bocetos de lo que me queda para seguir sintiéndome juguete. Quizás lo único que pueda salvarme todavía sea la anatomía del paño y la tela. Princesa Corcho es de alambre y tapón de vino tinto. Huele a uva madura y dice que tiene debilidad por los tejidos. Los placeres físicos son de lo poco que perdura dentro de mi paradigma de posibilidad. La incertidumbre de no saber si se seré vendido o roto me hace tener que recurrir al hedonismo iconódulo de esta mujer filamento que ha tendido sus hilos sobre mí. Ella no sabe bailar. Me alivia el no regreso a esa parte de mi existencia asociada al servilismo artístico de otros que me han traído hasta el fracaso, tocar fondo y soledad. Hacemos el amor, friccionamos, no sé cómo nuestros cuerpos no se rompen sin que nadie preste atención a nuestras costuras llenas de telarañas o a las uniones desvencijadas sin cera. Sería algo hermoso rompernos para fabricar un nuevo ser juntos, tal vez más vendible al público general. Princesa Corcho me sirve alcohol y me acaricia el corazón malherido, me dice que estaremos mucho tiempo juntos. Yo no la creo porque sé que todo acaba muriendo, así el amor como la pasión.

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VIII. El dueño de la tienda de antigüedades y juguetes nos ha donado al cepillo de la iglesia. Le han pagado con una caja de comida, él que era profesor en su tierra y hoy tiene que vivir el precio del color de su piel. Es mulato, del norte de algún antiguo reino. Un bazar no da para comer. Hay un clásico intento de supervivencia a través de la artesanía que se va extinguiendo. Ni siquiera se ha despedido cuando nos ha dejado tirados ante los ojos de Dios.

Cristo de Sarmiento es el único del templo que me ha tendido la mano y me ha acogido bajo su halo. Como crucifijo, es sol y arco de las paredes, sustento y resguardo. Cuida los bancos y los cuerpos sagrados, tiene un carácter tortuoso y habla tanto como reza. No come, sólo mira de vez en cuando hacia abajo y me saluda. También huele a uva y campo. 17


Hablamos de volver a la tierra. Él quiere ser una rama y yo, bolsa y saco para llevar las frutas a bocas de niños en el mercado. Queremos volver a nuestros inicios: al hatillo y a la hoz. No hay juego ni teatro, la vida en los pequeños detalles es lo que persiste. Nuestro secreto en el pecho, el misterio que hace que juguetes como yo hablen y bailen y canten y lloren y sufran. El atardecer entra por las ventanas y Cristo de Sarmiento duerme. Tiene razón: deseo la privación, el exceso y la destrucción.

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IX. Escapar significa tener una vida mejor. Ahora, herido en mis costuras, con la muerte cerca, siento que jamás debería haber esperado grandes cosas. Fue la luz de Cristo de Sarmiento quien me convenció para saltar desde el altillo al mundo privado por Maestro, aquel en el que había vivido como muñeco de otros. Siempre he deseado la independencia de los juguetes. Lanzarse fue fácil, nunca he temido a la caída porque he bailado en las alturas. Lo que nunca hubiera podido prever es la estaca que me cruza de lado a lado hoy. Caen algodón, sangre y tinta. Títere Palo vive en el árbol que ha roto mis entrañas como adorno y atrapa-sueños. Sólo era un vuelo desde la ventana a la tierra, al mundo de los teatros y los mercadillos. Parecía sencillo pero mis telas se destrozan y me quedo prendido a la merced del jardín que rodea la iglesia, a esos troncos como lanzas y a esos ramales como uñas. Maestro dijo que puso en mi pecho el mensaje más bonito del mundo porque era su Chico Marioneta, su mejor creación. Los recuerdos me atraviesan tanto como esta rama asesina, adherido a mí que apenas me deja respirar. La madera mata a la madera. Mis materiales y mis tejidos, mis huesos de leño y mis músculos de paño se funden en un cuerpo sin vida. Pendo de un hilo, como siempre, y espero que alguien me corte esta vez. Títere Palo se ríe de mi desgracia, dice que debemos admitir nuestro destino antes de que nos ensarte él a nosotros. El viento sucumbe en mis agujeros como un lamento, me enfría y hace que entrevea el papel de muerte anunciada que tengo en el corazón con las palabras de mi Maestro. Títere Palo vuelve a reírse mientras me dice que muera tranquilo, como otro decorado en la fe de los humanos: juego y religión.

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X. La creación es un acto egoísta e incompleto. Ahora lo entiendo. La muerte también puede llegar a ser un proceso de lucidez único. Todo irá bien, pone en mi pecho. Tengo ganas de reírme con Maestro de semejante ironía. Tan largo viaje para acabar atravesado en una rama después de huir de Dios y de los hombres, sus juegos y gracias, de los niños y las mujeres que nunca me han comprado en el mercadillo ni lo harán ya. Todo irá bien pero lo cierto es que apenas vivo. Soy un juguete roto, una marioneta triste. Recuerdo a mis amigos, a los trapos y los trozos de madera sonrientes; los viejos amores que me hicieron arder pero no me mataron. Echo de menos comportarme como una persona pero la muerte ahora me enseña que los objetos estarán siempre subordinados a la mano de los humanos. Usar y tirar: consumismo. Todo irá bien… Sólo para algunos. Maestro me engañó. ¿Por qué no podía decirme la verdad? Me siento solo y triste. A veces las palabras sencillas son las que más peso tienen en las conversaciones. Ojalá él volviera a buscarme, con su maletín de artista y esas calzas ridículas de señor mayor. Ojala regresara para arreglarme y volver a subirme a nuestro escenario particular de fantasía. La sangre se derrama y se desbroza mi cuerpo. El papel de mi corazón se encharca y los hilos del mundo dejan de latir. Todo irá bien. Ojalá alguien agarrase mi mano.

fin.

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