Vivimos tiempos difíciles, a veces hasta incomprensibles, pero pese a todo, la Navidad siempre llega. Hacemos un hueco en nuestras ajetreadas agendas, en nuestras incontables preocupaciones y recibimos con los brazos abiertos una fiesta que trasciende a lo puramente religioso, para convertirse en momentos de felicidad, de recibir y de dar, de estar juntos, amigos, familia y niños. La Navidad llega para darnos ese respiro necesario, esa inyección de optimismo y meternos en esa pequeña burbuja en la que vivimos durante dos semanas rodeados de luces, guirnaldas y regalos, reuniones familiares y comidas de empresa.
Es cierto que cada vez nos excedemos más en estas fechas, más luces, más adornos, más comidas, más regalos. Pero rescatando esa manida frase yanqui tan esnob del “eterno espíritu navideño”, debemos de admitir que a muchos de nosotros se nos enciende un halo de felicidad al escuchar un villancico, al contar los días que faltan para comer con la familia o al ver la cara de nuestros hijos la mañana...