Adrede no 22

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CRÓNICA: “YO FUI POR UN DÍA”

CRÓNICA: “YO FUI POR UN DÍA”

VALET PARKING POR UN DÍA -MARCO RUIZ-

Nuestro reportero se lanzó a ser valet parking por un día y se enamoró…

El trabajo de valet parking a veces es un trabajo muy duro pues te toca lidiar con los malos ratos de las personas

Cada vez que lo intentaba, fracasaba. Simplemente mi coordinación del freno con el acelerador no era suficiente como para hacer avanzar ese pequeño carro, que aun con el más grande esfuerzo, se mantenía inmóvil. Tal vez mi astucia para manejar la palanca en un coche estándar estaba muy lejos de comparársele con algún microbusero o taxista, o por lo menos así lo parecía. En el tercer intento, por fin logré arrastrar ese Honda Fit hasta el cajón número 13 del estacionamiento. Ser valet parking no es sencillo, sino pregúntenselo al Robert, un joven de tez morena originario de Oaxaca. Su sencillo y desmenuzado cuerpo parecería no poder romper ni un plato, aunque la verdad es que en sus tres años de ser valet no ha roto una, sino tres veces, los faros delanteros o traseros de un carro. Él dice que por error o distracción, pero la verdad es que durante su primer año también ocultó su falta de astucia para maniobrar las velocidades de un coche estándar. Todo por ganar unos cuantos pesos y subsistir en el DF. Con este tipo de anécdotas empecé mi día y conociendo a mis

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Ser valet requiere de destreza y habilidad no precisamente al volante, también con los clientes.

atípicos pero grandes compañeros de trabajo, me dispuse a comenzar el trajín de ser valet parking por un día. Sentado en una pequeña banca de un cuarto aledaño al restaurante de comida Argentina, ubicado a un costado de Viaducto, me cambié de ropa por lo que sería mi uniforme. Pantalón negro, camisa blanca y chaleco rojo eran las armas necesarias para poder cumplir mi titánica chamba, además de una pluma que acompañaba todo el atuendo. Aturdido por los altavoces de los chefs y personal del restaurante que gritaba: “listo mesa uno, corran, corran, mesa 23 ya lo quiero ahorita”, salí con mi atuendo dispuesto a cumplir mi misión. Ya en la calle y al filo del asfalto, el patrón o sea Raúl (el encargado de movilizar a todos los del valet), me recitaba como mandamientos bíblicos los pasos que tenía que seguir para ser un valet responsable. Entre tantas otras instrucciones, me mencionaba que debía ser cortés y amable; que si la persona venía acompañada tenía que abrirle la puerta al copiloto y luego las puertas traseras, que siempre que tuviera algún problema con el cliente platicara primero con él. 10 o 15 minutos bastaron para que en mi estómago sintiera los

primeros síntomas del nerviosismo, pues las instrucciones por parte de Raúl eran muchas y estaba seguro de haber retenido solo el 40% de todo lo que me había comentado. Aun así, inseguro de lo que me tocaba hacer, le mostré a Raúl una de mis mejores sonrisas quizá para calmarlo y hacerle entender que todo había quedado claro. Después de un tiempo apacible, las sospechas e intrigas de mi presencia en el lugar tocaron a más de uno de los trabajadores del valet, y como si se trátase del chico nuevo en la escuela me empezaron a hacer preguntas de índole personal. A manera de interrogatorio y como si fuese a declarar un crimen, los “amigos del valet” tiraban sin cesar sus preguntas. Yo me limitaba a responder mi nombre, qué hacía y a qué me dedicaba. Como buen niño nuevo en la escuela, traté de hacer amigos. Después de un tiempo Rosalío, Humberto y Pedro dominaban un poco de mi corta pero importante biografía. Todo parecía estar muy tranquilo y mientras la quietud reinaba en ese restaurante mi mente repasaba, una y otra vez, las clases que tuve con un profesor improvisado de manejo; mi mejor amigo de la preparatoria. En más de una ocasión recuerdo haber ido a probar suerte en eso de la manejada, allá por las inmediaciones del estadio de C.U, y cómo su Cavalier estándar azul sufrió, en repetidas ocasiones, golpes por un desatinado inicio en la arrancada. Típico. El desfase entre el clutch y el acelerador. Estaba seguro que podía cumplir el desafío de manejar un coche estándar. A fin de cuentas, no había que subir un puente y quedarse en stop a la mitad de la subida (cosa que me ha fallado y me falla en repetidas ocasiones). Con el Jesús en la boca imploraba que mi mayor miedo no se hiciera presente con el primer carro. Pero a los cinco minutos, como si el mundo estuviera en mi contra, las llantas de un Honda Fit rojo se posaron ante mi. Y sí, la temida profecía se hacía presente; el carro era estándar. Cuando las llantas del compacto se detuvieron enfrente de mi, Raúl me dijo tiernamente “Orale, te toca” y como bala de cañón fui mandado a la guerra. Seguro de mis habilidades para socializar, me acerque al conductor que por su apariencia y su evidente cabellera pintada daba la facha de tener uno 50 o 60 años. Me impresionó su voz ronca moldeada por la interminable cantidad de cigarros que seguro fumaba al día, pero más aun, su acompañante. Sentada en el asiento del copiloto delataba, tras sus ojos verdes, un rostro por demás bello. Después de saludarlo con un “buenas tardes”, entré en coma. Reflexioné acerca del parentesco que posiblemente guardaba la señorita con el señor e imaginé una historia digna de ser revelada en algún programa de chismes. La juventud y belleza de aquella mujer dejaba perplejo a más de uno. Mi sorpresa fue mayúscula cuando, al abrirle la puerta, su metro con 80 centímetros eclipsó mi disminuida estatura. No tuve tiempo de crear una película de la historia que imaginé,

pero si de recitarle al señor el costo del valet que era de $25, recordarle que si guardaba algún objeto de valor me lo hiciera saber, e informarle acerca del servicio de lavado. Todo esto mientras llenaba un pequeño ticket en donde marcaba con rayitas los defectos que tenía la carrocería, aunque el auto no parecía presentar golpe alguno. Así que con el coche ya apagado y con las llaves pegadas, el hombre descendió del auto y, con ticket en mano y el brazo de la increíble mujer, caminaron hasta la entrada del restaurante. Mi odisea comenzó entre un olor a cigarro y la rolita de añeja manufactura de Enrique Guzman; “La plaga”. Me disponía a cumplir mi primera prueba de fuego. Fue ahí cuando tuve que llegar hasta el tercer intento para que aquel compacto rojo pudiera mover su carrocería y llevarlo hasta el cajón 13 del estacionamiento. Ya estando ahí, apagué el carro y con un leve suspiro abandoné el pequeño sedán, no sin antes ponerle la alarma y verificar que todo estuviera debidamente cerrado. Caminé hacia un pequeño estante donde guardaban las llaves y junto con el ticket (donde estaban escritas las placas y el modelo del auto) abandoné las llaves. Con sonrisa de trabajador en quincena me dispuse a recibir a mi siguiente automóvil. Así pasó la tarde y mi trabajo lo desempeñaba con naturalidad, aunque por mi mente seguía pasando la imagen de esa mujer de 1.80. Sin percatarme, los ojos se centraban en la puerta del restaurante cada vez que alguien lo abandonaba para saber si ella salía. No fue así. En las más de tres horas que estuve ahí, jamás volví a verla. Mi día transcurrió entre abrir y cerrar las puertas de al menos 15 carros que estacioné. Entre la fauna variada de cada carro pude darme cuenta de que todos tenemos un mundo distinto en nuestros autos. Peluches, flores, basura, globos, libros, restos de comida, envolturas, juegos de mesa, zapatos y hasta una cama para perro, componían el ecosistema de los carros que estacioné. No hay duda de que todo somos un poco extraños. Mi día recobró el brillo cuando empecé a prestar más atención en los accesorios, tanto internos como externos, de los carros. Stickers pegados que portaban las frases; “Perros del mal”, “yo acaricie un venado” y “I love Lennon” aminoraban el hecho de hacer mi trabajo y el trago amargo de no volver a ver a la chica. Después de meter y sacar unas cuantas veces el acelerador y el freno y espejear a diestra y siniestra para que los carros no sufrieran algún golpe, mi día terminó. Devolví el uniforme y los $150 pesos que me había ganado en propinas. Si alguien me preguntara si ser valet es ingrato contestaría que sí, pues aún después de cierto tiempo, tengo la fe de regresar en el mismo horario para saber si el Honda Fit rojo regresará. ADREDE www.adredeibero.com

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