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Cuento- Historia de la marsopa que bailaba charleston

Historia de la marsopa quebailaba charleston

Un tema claro en su estructura evitará meses de trabajo disperso. Escribir es un arte, más amigo de la ciencia que del arte mismo. En la ciencia, como en la literatura, la búsqueda no es error sino esencia del método. La literatura es más amiga del boxeo que del arte mismo. «¿Y dónde dejas la inspiración?» Preguntan los escritores, de esos que uno envidia sin quererlo, porque dicen conocer la inspiración. Aseguran que es una cosa más bien divina, como Dios. Yo nací averiado del músculo de la inspiración. Quiero decir que no conozco la inspiración. Tampoco he conocido a Dios. Pero tengo fe. Fe en la posibilidad de que escribir suceda. A diferencia de aquellos que escriben en estado de trance, seducidos por la musa y el estro, yo debo encontrar el arte en la observación, y para que la observación suceda tengo que dar un paseo. Camino por horas. Entre calles cuento el tiempo y los pasos del tiempo. Descubro en la pared una grieta, la acaricio con el dedo y digo Grie-

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ta, hola Grieta. Recojo una flor, una piedra; puede ser cualquier piedra. Qué mejor si es redonda. Entonces toco la piedra, le cambio el nombre, le llamo Dios o Inspiración o Moneda, entonces tomo por asalto un teléfono público, lo convierto en altar. Ahí coloco esa piedra que ya no es piedra sino Dios, Inspiración y Moneda; y le rezo, como a un dios olvidado y personal. Rezo pues, de pie, aunque llueva, hasta que alguien detrás mío dice oye, muévete, que necesito hacer una llamada. Abandono el altar telefónico. Tomo mi piedra que ya no es Piedra ni Dios y le llamo Moneda. Me echo la moneda al pantalón y voy a comprar cigarrillos. La chica del autoservicio me da los cigarrillos. Coloco la moneda en su mano, miro a la chica y espero mi cambio, el vuelto, la diferencia... ¡Esto es una piedra! dice la chica, yo digo que es una moneda, ella insiste que es una piedra, yo insisto que es una moneda, el gerente dice que es una piedra, yo insisto que es una moneda, el policía insiste que es una piedra, yo insisto que es una moneda. La fila de gente furiosa grita que es

una piedra, yo les grito que es una moneda, el policía grita que agache la cabeza para entrar en la patrulla, que agache la cabeza para salir de la patrulla, que levante la cabeza para tomarme la foto, que agache la cabeza para que escriba mi nombre en el acta, pero escríbelo bien, me exige, ¡el verdadero nombre! exige, o no tendrá derecho a su llamada, ¡ah! tengo derecho a una llamada; devuélvame entonces mi moneda ¿Cuál moneda? La que usted me quitó. El policía se consterna, ¡Ah! Querrás decir tu piedra, yo insisto que es una moneda, él insiste que es una piedra, yo insisto que es una moneda, él insiste que es una piedra, yo insisto que es una moneda, él ya no insiste en nada: me entrega de mala gana la moneda y se coloca detrás de mí cruzando los brazos cuando estoy a punto de insertar la moneda en la ranura hasta que… Disculpe, le digo, ¿Me podría dejar solo para hacer mi llamada? Sólo solo, no necesito más; y el policía dice que no, que quiere ver cómo introduzco mi piedra en el teléfono. Discutimos de nuevo, a los gritos. Los gritos despiertan a un tal Comandante No Sé Qué. El Comandante le dice al policía que me deje hacer la llamada a solas. Sólo a solas, le digo, no necesito más. El policía le explica al Comandante No Sé Qué lo de la moneda-piedra, el Comandante se limpia las legañas, gruñe, me arrebata la moneda, achica los ojos, examina mi moneda y dice: ¡Esto es una piedra! entonces me toma del brazo bien fuerte y dice: Quiero ver que metas esta chingadera de piedra en el teléfono, y si no lo haces te voy a dar una putiza, por burlarte de la autoridá. Querrá decir de-lau-to-ri-dad, mi Comandante, le corrijo, pero no me hace caso, me entrega la moneda y me empuja hacia el teléfono y yo pienso que el mundo se ha vuelto loco loco loco. No importa, tomo la moneda, introduzco la moneda en el teléfono, marco tu número y te digo hola, oye qué crees, fíjate que estoy detenido… tú suspiras fastidiada diciendo déjame adivinar: otra vez tu pinche piedra ¿verdad? Los policías se miran abriendo enormísimamente los ojos diciendo ¿Cómo lo hizo, cómo lo hizo? Y los dejo que se revuelquen en la sorpresa, porque estoy

muy concentrado en convencerte de pagar la fianza, pero sueltas una carcajada y dices ¿pagar la fianza? Jajajá, estás pero si bien loquito, sabes que no puedo hacer eso ¿Por qué no puedes? Te pregunto, pues porque soy tu conciencia, me dices, y las conciencias no usamos dinero. Ah… te digo. Pues ah… me dices. Entonces una marsopa marina salta por la ventana, devora al policía, luego al Comandante No Sé Qué, que por estar muy gordo, se le atora en la garganta. Pobre marsopita, pienso, y me apresuro a patear al Comandante en el culo hasta que la marsopa logra tragarlo y guardo mi piedra, un poco ensangrentada, en el bolsillo de la camisa, junto al corazón. Saco mi armónica en Si bemol y tomados del brazo, la marsopa marina y yo, salimos del ministerio público, bailando charleston, muy contentos. Tengo hambre.