Café de Grano, crónicas

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CAFÉ COLOMBIA “El coronel destapó el tarro de café y comprobó que no había más que una cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de tierra, y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras de café revueltas con óxido de lata”. Enfrascado en la lectura, no observo que, alguien deja una taza de café de grano encima de la mesa y sigo, como otro sorbo de café, en otra página”…La mujer pasó de largo hacia la cocina. -Espere y le caliento café. -No, muchas gracias- dijo el médico. Escribió la dosis en una hoja del formulario- . Le niego rotundamente la oportunidad de envenenarme. Ella rió en la cocina” Estoy en Macondo cuando leo “El coronel no tiene quien la escriba”, de Gabriel García Márquez, pero, cuando dejo de leer, también estoy en “Colombia”, más precisamente en el Café Colombia, en la calle 21 de Mayo Nº 529. El local está ubicado, al costado del edificio de la Municipalidad de Santiago que(des)ordena la ciudad. En la esquina más próxima, monta airoso, en su imponente cabalgadura, don Pedro de Valdivia., en la inmovilidad del bronce., con el deseo, quizás, de beber una taza de café. Miro el local, al costado izquierdo, un largo mostrador y, al centro, doble hilera de asientos, mirándose cara a cara, con una mesa angosta que las separa. Tengo la impresión de viajar en bus o en los viejos trenes al sur. El café de grano, un poco amargo, a pesar del azúcar, me arrincona en este imaginario coche ferroviario. Frente al mostrador, un espejo mural amplía el espacio. Lo descubro cuando busco una ventanilla, como cualquier tren que se respeta. Pero hallo solamente mi rostro con una pena de amor que lo entristece. Diviso, desde el interior, la calle, donde la gente va de un lado para otro en su diligencia cotidiana; una de ellas, cambia de ruta y, con un vaso de plástico y una súplica, demostrando su miseria, tan pobre como el coronel… Pide a los pocos concurrentes, a esta hora de la mañana en el café, unas monedas que suenan como óxido de lata y en el espejo queda una mancha gris. El café colombiano sabe sabroso, estimulante, cuyo sitio sería muy caluroso si no fuera por los dos ventiladores del techo que se duplican en el espejo. Quisiera encontrar algo del país hermano, pero no hay nada, con excepción del café y, en el recuerdo vienen a acompañarme Julio Barrenechea con “La niña bogotana”; Carlos Antonio Sofía, trae “Río, río”, haciendo referencia al Magdalena y a tantos otros escritores nuestros en la Atenas de América. Como pasa la hora, salgo a 21 de Mayo, quisiera decir Matancillas, Cali… pero, antes converso con don José Campos, que sirve con fina atención las tazas de café Este local, me advierte, tiene más de 50 años y trae otras reminiscencias de tantos parroquianos. Me despido. Paso ante una pareja de enamorados; me viene nuevamente la tristeza. Mas, debo conformarme, también tengo más de 50 años… .


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