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Opinión
Verano a la deriva
ese país. Una mirada a la infográfica confirma la historia de terror que se vive, no solo en tierras helénicas, sino en toda la cruenta y sofocante realidad mediterránea. A partir de ahí, cuando evaluemos el impacto en la sociedad y en el espacio que ocupan los conglomerados humanos, sabremos el verdadero daño infligido. Al momento de escribir esta columna —y según las autoridades respectivas—, las llamas se van apagando, pero el lastre y el tizne quedan.
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Hablemos ahora de incendios políticos en lugares donde tal vez la información no solo fluye de la mejor manera, sino que el silencio deliberado —repleto de censuras—, habla volúmenes. Esta semana nos topamos con la noticia y el hecho de que Qin Gang, el ministro de relaciones exteriores de la República Popular China, andaba ausente del lente del ojo público por un periodo extendido. La razón, como todo lo que ocurre allí, está envuelta en intriga y misterio y todo lo que queda es especular. Tal y como dice Neil Thomas de Asia Society: “la parte más importante de observar a China es saber lo mucho que no sabemos. La mayor certitud que tenemos sobre el asunto de [la salida de] Qin Gang es que no sabremos más hasta que las autoridades decidan informar al respecto”. Esto no es especulación; pregúntenle a CNN cuya señal en China desapareció en medio de un reportaje-análisis sobre el sino de Qin Gang realizado por el periodista Will Ripley, principal corresponsal para la cadena en temas internacionales y la presentadora Erin Burnett. La mera mención del presidente chino, Xi Jinping y sus cercanos implica amonestación y abrupta interrupción de emisiones y reseñas.
A pesar de los límites del acceso a la información, producto de la falta de transparencia del gobierno chino y su órgano central, varias cosas resaltan en todo este asunto. Primeramente, la cercanía de Qin Gang al presidente Xi. En un sistema que presume —claro que lo pongo en duda— su “autoridad” y “superioridad” moral y política frente a occidente, mucho se dijo sobre el meteórico ascenso de Qin en los círculos políticos del Partido Comunista Chino y de las élites partidistas y gubernamentales que formulan la política exterior de ese país. Su gestión frente al ministerio de relaciones exteriores — un gran premio que se le otorgó luego de una también sorprendente incumbencia como embajador de China en Estados Unidos— duró siete meses. Dentro de la dinámica de la especulación prevalecen dos rumores específicos: problemas de salud y relación extramarital. Lo cierto es que su salida
“apresurada” causa curiosidad hacia una figura que, previo al presunto fiasco, se le aplaudía su agresiva retórica frente a Washington. Lo que esto pueda significar en términos del agarre al poder —o relativa debilidad— que pueda tener su padrino político, Xi Jinping, se deja a la imaginación.
Finalmente, miremos a África donde el pasado miércoles se llevó a cabo un golpe de estado en Níger. El suceso es el más reciente en una cadena de intentonas militares para tomar el poder político en la región llamada Sahel, roída por grupos integristas islámicos, particularmente ISIS y Al Qaeda y filiales locales que le manifiestan lealtad. Aparte de Níger —diferente a Nigeria, su vecino al sur— Chad, Mali y Burkina Faso han desplazado en orden institucional en sus países reemplazándolo con gobiernos castrense. Un patrón preocupante sin duda, sobre todo cuando seis años antes —en 2017— y según el historiador económico Adam Tooze, se había sellado por parte de estos países y la Unión Europea —a instancias de Alemania y especialmente Francia— una “alianza” anti-islamista. Todo parece indicar que el fracaso de la estrategia, más allá de las deficiencias en estos países, pudiese influir también la dosis neocolonial que —como de costumbre— implementa Francia en la relación con sus excolonias. Seguimos observando.