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La democracia favorece a los jueces

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El sistema democrático que propuso Montesquieu antes de la Revolución Francesa en julio de 1789 establecía tres poderes—ejecutivo, legislativo y judicial. En el 1748 el filósofo y ensayista Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu, publicó su Tratado de Teoría Política y Derecho Comparado, donde se expone que el sistema de separación de poderes es la mejor garantía contra el despotismo. En el 1751, la Santa Sede decretó la prohibición de ese tratado. ¿Qué razones tuvo la Santa Sede para prohibir ese tratado? En la antigüedad se creía que los monarcas eran descendientes de los dioses y que poseían un poder divino para gobernar. Eso interfería con los poderes religiosos de la Santa Sede. Montesquieu rechaza las teorías absolutistas en la que una persona debería concentrar todos los poderes en su figura y apuesta por un equilibrio de poderes. Cada uno de los poderes controla al otro, y todos se controlan entre sí.

Estados Unidos se fundó el 4 de julio de 1776, antes de la revolución francesa que ocurrió el 14 se julio de 1789 con el simbolismo de la toma de la prisión La Bastilla. La constitución de Estados Unidos escrita por los ancestros de ese país indica que todos los seres humanos somos iguales ante la ley. Los jueces del Tribunal Supremo son nombrados de por vida y son los encargados de interpretar la constitución. En Puerto Rico tienen su empleo asegurado hasta la edad de 70 años.

Los fundadores de Estados Unidos debatieron con respecto a cuánto poder otorgarle a la judicatura. Se decidió otorgarle muy poca autoridad a la judicatura; se decía que esa rama de poder tenía pocos recursos económicos y nada de milicia. Sin embargo, subsiguientemente el Tribunal Supremo de Estados Unidos decidió algunos casos donde establecieron que los jueces tenían inmunidad, impunidad e infalibilidad. Con esas decisiones estatutarias los jueces se escapaban de la sección de la constitución que establece que todos los seres humanos somos iguales ante la ley.

Los abogados han llegado a acep- tar la inmunidad, impunidad e infalibilidad de los jueces. En España e Hispanoamérica los jueces no tienen inmunidad e impunidad. Esos atributos son únicos y extraordinarios, pues además de la inmunidad e impunidad se implica que no se equivocan, lo cual los hace sobrehumanos. Todos los seres humanos cometen errores excepto los jueces; eso desde el punto de vista práctico es imposible. Esa infalibilidad de los jueces implica que sus decisiones están escritas en piedra, que no pueden cambiarse. Abraham destruyo las tablas que Dios le dio cuando al bajar del monte vio a los judíos adorando a un becerro. Ante esa situación, Dios le restituyó unas tablas nuevas. La evidencia de que los jueces no son infalibles la provee el hecho de que el propio Tribunal Supremo de Estados Unidos ha anulado 241 sentencias desde el 1837 al 2018. La última ha sido Roe v Wade anulada un año atrás. El Tribunal Supremo federal no tiene un código de ética para los jueces. En Puerto Rico tenemos un código de Ética judicial, pero no se aplica a los jueces del Tribunal Supremo, lo que parecería que están por encima de la ley y que no son iguales a los otros ciudadanos del País.

La división de poderes que pro- vee Montesquieu evita que los jueces puedan ser atacados por los otros dos poderes o por los ciudadanos. Pero lo cierto es que los jueces pueden tomar decisiones basadas en prejuicio o discrimen. Por tanto, debe haber un mecanismo legal para hacerle justicia al agraviado.

Ese mecanismo no puede tampoco maltratar a los jueces, como ocurrió en el caso que les relato a continuación. En el imperio persa, bajo el rey Cambises II, el juez real Sisamnes aceptó un soborno para favorecer un veredicto. Fue arrestado y castigado con la remoción de toda su piel y con ella cubrir la silla que ocuparía el próximo juez. El juez sucesor fue su hijo Otanes, a quien se le recordó que debía mantener su integridad judicial en todo momento. El rey Cambises II se encargaba de mantener la moralidad y ética de los jueces. El castigo otorgado al juez Sisamnes fue muy severo. Sin embargo, nuestros jueces son infalibles. Este incidente demuestra que la justicia terrenal es defectuosa, solo la justicia divina es justa y real.

El tribunal que le imponga un castigo a nuestros jueces debe ser justo y razonable, no puede ser abusivo.

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