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Opinión

La levedad y el peso: A Milán Kundera

Muere en París, el 11 de julio de 2023, Milán Kundera, novelista principalmente, pero también ensayista y dramaturgo. Nació en Brno, en la antigua Checoslovaquia —ahora Chequia— en 1929, en el seno de una familia acomodada. Su vida giró a través de la producción de escritos — la mayoría de ellas novelas— que mezcla drama personal e inconsecuente con una profunda reflexión sobre la condición humana. Su vida propia también fue objeto de esos dramas, impacto y producto de las divisiones geopolíticas y el lastre penoso de la polarización ideológica: la Guerra Fría. Su primera novela, La Broma, fue objeto de censura, vigilancia, persecución y exilio de su tierra natal. El señalamiento crítico a la rigidez político-ideológica del comunismo checo no causó gracia. Tal y como sucede hoy en todo ambiente sociopolítico drásticamente cargado y sin sentido del humor: una mera manifestación malinterpretada —sea palabra o gesto— constituye la justificación absoluta para liquidarte, para cambiarte la vida de la peor manera posible.

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La vicisitud del exilio le llevó a Francia a partir de 1975, país que eventualmente le otorgaría la ciudadanía y en donde la musa le seguiría acompañando. Desde allí trabajaría otros títulos, tales como ‘El Libro de la risa y el olvido’, su obra maestra, ‘La insoportable levedad del ser’ y uno de mis títulos favoritos: La lentitud. Su mezcla de drama humano y disquisición filosófica cautivaría mi mente cuando le leí por primera vez en 1995, en dónde más, sino en París. Fue un año espectacular y turbulento: me gradué de bachillerato, me tiré a Europa con dos amigos del alma; uno de ellos abogado —fue él quien me presentó a Kundera y su obra—, el otro profesor y poeta. Luego nos separamos en el viaje; ellos querían explorar Escandinavia y yo Europa Central. Allí, solo, entre cambio de trenes y sueños, me leí la obra maestra de Kundera y ya no sería el mismo.

El maravilloso intelecto de Kundera le trajo admiración tanto en el mundo de la literatura como en la cultura popular. Desafortunadamente, su obra maestra hecha película — y como suele ocurrir— no rescató la profunda esencia del libro. Es que tenías que leerlo, cada palabra retiene el peso, la esencia de lo que aquel entonces se quiso decir. Tendrá relevancia variante para cada individuo e intelecto que lo interprete. Hay una increíble dua- lidad en sus letras; aquello que para uno puede tener un significado sublime —el mismo que te lleva a las lágrimas—, para el otro puede ser el acto más banal —o peor, insignificante. Con Kundera, aprendí contexto. Me explico, soy científico social, humanista, internacionalista; observar la realidad social y política y cómo se desenvuelve en todos los contextos del globo terráqueo siempre será mi deber —mi placer también. Pero hay límites a lo que los textos especializados, repletos de nociones teórico-conceptuales y ricos en datos empíricos y anecdóticos pueden darte. Kundera —sus libros, más bien— me enseñaron que en cada meta-narrativa, en cada argumento, en el espacio que hay en cada letra, se respira cotidianidad. Es el acto insignificante: el cantazo que sientes cuando te golpean, la herida del desamor, la infidelidad, la deslealtad o el desprecio, la sorna de la que eres objeto cuando tu palabra y argumento se malinterpreta —o se tergiversa viciosamente para hacerte daño— se suscitan como una parte necesaria de lo que es, pues, vivir.

Dicho de otra manera, los eventos de la Guerra Fría, del fanatismo soviético y estadounidense, de la agria polarización ideológica, de cómo la rigidez del comunismo soviético drenó violentamente la esperanzadora energía del socialismo checoslovaco, primero en el 1948 y luego en el 1968, durante la Primavera de Praga, no me hubiesen dicho mucho sin el narrativo particular y atómico de las novelas de Kundera.

Hay algo en la amplitud de emociones, sublimes y mezquinas, de los seres humanos que hacen buena literatura. Claro, Milán Kundera no es el único, todo buen contador de historias tiene el don y la habilidad, pero el verbo de Kundera era —es— único.

La recepción de sus obras a través del tiempo fue mixta. Hay peso en la crítica, Kundera puede ser denso y misógino; precisamos de leerlo varias veces cuando nos topamos en sus textos con el concepto nietzscheano de eterno retorno. Su intento de contextualizarlo y darle forma no necesariamente es exitoso la primera vez. Pero sí, lo que nos acontece en la vida —dice Nietzsche e interpreta Kundera— acontece un número infinito de veces. Ello produce la más pesada de las cargas; ello no necesariamente es malo. Por el contrario, la levedad de aquello que ocurre una vez, de lo que no nos pone a prueba para superarlo o sucumbir ante ello, es lo que se hace insoportable.

La carga de las preocupaciones implica propósito; echar a un lado de momento o insertarse y abrazar lo que amarga de a ratos, pero en fin te define y te acompaña el resto de tu vida.

A mí me enseñó la amplitud de lo posible.

Que descanse en paz.

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