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La danza de los cromosomas
La diferenciación entre sexos, es un acto de transformación. La naturaleza invita a una danza infinitamente delicada de genes y cromosomas. Es un espectáculo de belleza y precisión biológicas.
copia, se transcribe, se traduce. Desde el código genético, surgirán nuevos rasgos, nuevas formas, un nuevo ser. Un océano de células se remodela, cambiando, adaptándose, dando forma a lo que era XX en XY.
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de lo que implicará en un futuro posguerra.
Varias razones desgraciadamente llevan a Estados Unidos a repensar. Primero que todo, la cantidad de munición convencional se termina rápidamente, Ucrania la está usando casi toda. Es pues una mera cuestión de conveniencia, las bombas de racimo se encuentran disponibles; están ahí en inventario.
En términos de la forma —es decir, la manera y percepción de cómo se lleva y se sobrelleva la guerra por parte de los ucranianos— hay de parte de Washington un chin de desesperación.
Estados Unidos, sus élites políticas y el público en general —siempre esperando resultados tipo “comida rápida”—, perciben que la contraofensiva no avanza lo suficiente. Esto contraría mucho, sobre todo en un momento en que la atención y los recursos estadounidenses serán desviados pronto a su periodo de renovación del mandato electoral el año que rápidamente se avecina. Transferirle a Ucrania las municiones de racimo les “resuelve” el problema de tener efectos inmediatos y tangibles, si bien moralmente objetables.
Claro, todo ello, mientras circunvalan la ley. Tal es la naturaleza de la guerra, del estado de excepción, de la desdichada inmediatez y la relatividad moral.
Nada es éticamente objetable siempre y cuando produzca algún tipo de resultado, calamitoso como pueda ser.
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Imaginemos un teatro construido con un material de células. El escenario se ilumina, el telón se levanta. Dos pares de cromosomas, hasta ahora en perfecta simetría, inician un ballet. Uno de ellos se rompe, liberando una sustancia llamada gen SRY. Es una chispa de cambio, una señal que dice al cuerpo: “Este será un camino diferente”. Esa pequeña chispa inicia un incendio, una cascada de transformaciones que conducen al desarrollo de características distintivamente masculinas.
La melodía de la genética resuena, los cromosomas bailan, se dividen, se repliegan, se reorganizan. Este es un vals escrito en el lenguaje de las proteínas y los ácidos nucleicos, un vals que da forma a la realidad de lo que somos.
En cada célula, la información se
Al final de este viaje de transformación, surge un nuevo acto de creación, un evento tan antiguo como la vida misma y, sin embargo, siempre fresco y milagroso: el nacimiento.
La madre, el ser XX, porta en su vientre la semilla de la nueva vida. Es un santuario, donde el milagro de la creación se manifiesta, como las etapas de un rito. A medida que las semanas y los meses pasan, una conexión profunda e inquebrantable se desarrolla. Dos corazones laten juntos, dos vidas se entrelazan, en una danza cósmica de amor y crecimiento. Finalmente, llega el momento del nacimiento. Es un tiempo de dolor y lucha, de resistencia y fuerza. Pero es también un momento de alegría y maravilla. La madre empuja, sufre, pero con cada aliento, cada grito, cada esfuerzo, el momento se acerca. Y luego, al fin, un llanto irrumpe en la quietud. El ser XY ha llegado. Es una promesa de vida, un nuevo amanecer. Sus ojos se abren, su piel toca por primera vez el aire, y su llanto es un grito de triunfo. Ha llegado, este ser maravillosamente nuevo y único.
La madre y el hijo se miran por primera vez, se reconocen. Y en ese instante, en esa mirada, se encuentra todo: el amor, el miedo, la esperanza, el asombro. La vida misma, en toda su crudeza y belleza.
Así, con el primer suspiro de vida, el ser XX y el ser XY inician un nuevo viaje: la formación de la identidad en el crisol de la cultura y la sociedad. Son seres biológicos, pero también son seres de narrativas, de historias, de significados.
Desde el primer momento, la sociedad comienza a envolverlos en sus brazos, susurrándoles las normas, las tradiciones, los roles. Los cuentos que han sido contados y recontados a lo largo de generaciones ahora se convierten en suyos. El mundo al que llegan tiene expectativas, tiene moldes listos para recibirlos. XX, XY, dicen las letras en los libros de biología, pero la cultura agrega sus propias letras, sus propios códigos.
Sin embargo, cada individuo es más que las letras de su código genético, más que las expectativas de su cultura. Son almas libres, en un viaje de autodescubrimiento. Cada uno de ellos dará forma a su propia identidad, fusionando los hilos de la biología y la cultura en un tejido único e irrepetible de ser.
Quizás el ser XX decide que su camino está en la danza, en el arte, en la ciencia. Quizás el ser XY encuentra su llamado en la poesía, en el servicio público, en la enseñanza. O tal vez deciden desafiar las expectativas por completo, trazar sus propios caminos, romper los moldes.
En esta danza eterna de genes y significados, de biología y cultura, cada ser humano encuentra su lugar, su voz y su identidad. Así es como la naturaleza se encuentra con la cultura, cómo el ser XX y el ser XY se convierten en hombre y mujer únicos, seres completos. Y el ciclo continúa. Es la danza sin fin de la vida. Un canto eterno al milagro de la existencia.
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