Capítulo 6

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-Interesante-La oscura sombra observaba al dragón llevarse el cuerpo del ensangrentando hombre lobo-Ahora tu mejor baza se va volando. -En ningún momento ha sido Glornik mi mejor baza-El dios benigno observaba preocupado al dragón, volando, aunque lo disimulaba perfectamente-Y te recuerdo que Suerte ahora está con Landariel y Escipión. Tus planes siguen estando en peligro, y en el fondo, temes que lleguen a Ephilium. -Iluso...deberías mirar la posición de Kuolfra, y, después, la de Thankuol. Creo que te llevarás una grata sorpresa. -El dios de la luz no hizo tal cosa, pues quién empezaba a temer era él mismo, y veía como el orbe se tornaba muy lentamente cada vez más y más oscuro. … Landariel estaba durmiendo en sus aposentos que habían sido preparados al momento de llegar. Llevaba toda la noche llorando. Habían llegado el mismo día en que Escipión los encontró. La princesa rompía en llanto al pensar en Glornik, y en sus adentros no sabía discernir si era por la pérdida de su último amigo o por algo más. La angustia la estaba devorando por dentro y su impotencia y tristeza se mezclaban en amargas lágrimas de asco y desconsuelo. El camino de vuelta había sido el peor trayecto a caballo de su vida. Le habían dispuesto nuevas ropas, que constaban de una pequeña cota de cuero duro y unas mallas femeninas recubiertas de cecina de insectos mágicos, que evitaba los roces y aislaba los cortes. Ella no veía la hora de poder levantarse de la cama, entre sal y agua. Suerte por su parte no lo llevaba mejor. Al llegar al fuerte de Escipión seguía sin pronunciar palabra, y se le trató de la misma manera que a Landariel, a especial petición del consternado Escipión. Ella, sin embargo no lloraba. No había recobrado el color en su cara, y se la había vuelto a tapar con su pañuelo. Al llegar al fuerte quedaba poco para la llegada de la noche, y Suerte se dirigió directamente a la más alta de las torres del fuerte, y subió a su tejado, donde se acurrucó en su capa y se quedó en silencio, recordando lo agradable de la conversación con el hombre lobo, que aunque algo arisco, era tremendamente amable. Se preguntó porque le importaba tanto la muerte del paladín, y se sintió estúpida y pequeña. Ella tenía su propio objetivo, no podía andar por ahí poniéndose mala cada vez que perdía un amigo. Lo peor era que Glornik era el primero que realmente le importaba.

Por su parte Escipión hizo formar a todo el fuerte, tanto soldados como ciudadanos en el patio, y pidió silencio por el periodo de tiempo de un reloj de arena. Ese honor sólo se le había atribuido a una persona, y fue al conocer la muerte del rey Travius.


El fuerte era una perfecta fortaleza contra hombres lobo, con muros demasiado grandes para ser saltados, recubiertos d estacas de acero. No seguía una forma regular debido a la multitud de ampliaciones acontecidas a través de los años. Ahora el fuerte contaba con muchas casas, un castillo, una iglesia y demás requisitos para nombrarse ciudad, pero todo estaba apelotonado y demasiado junto como para considerarse como tal. El ejército de Escipión era parecido al de Crisoloro, solo que éste contaba con cientos de soldados humanos, y entre ellos solo treinta eran paladines. Los soldados dormían en los barracones, que estaban pegados a las altas murallas para así poder subir rápidamente en caso de ataque. Escipión dormía en el castillo, junto a los paladines. El castillo se encontraba en el fondo del fuerte, ya que se había construido hacia Lunaterra para provocar que si eran atacados, los arqueros se cebasen con los enemigos. Una mina de plata era el corazón del fuerte, que contaba con un montacargas manual que descendía varios metros, donde anidaba el letal mineral para los lobos. Ahora los preparativos se centraban en el lado opuesto a las casas, por donde llegarían los hombres lobo, que seguirían su rastro sin duda. Los preparativos para la batalla estaban ya hechos. La disciplina era total en el fuerte. Solo quedaba esperar. Dos días fueron los que Landariel pasó en la cama llorando y gimoteando, hasta que finalmente salió por la puerta. Llevaba sus ropas. Sucias y rotas, pero le reconfortaban. Salió lentamente y fue directa a la cocina, donde todas las cocineras la cogieron y la llevaron a la mesa donde un enorme surtido de dulces la esperaba. Ella sonrió al ver tanta multitud congregada sobre ella, y pudo comer un poco. Sonrisas falsas eran el recurso más usado por una princesa. Mientras comía preguntó por Suerte, y hasta que no mencionó el sombrero de ala ancha ninguna pudo decirle nada. Le contestaron que se encontraba en el ala de entrenamiento, peleando con los paladines en duelos a espada. La princesa preguntó por qué. Le contestaron que porque los soldados se negaban a volver a perder, de nuevo. Llegó al patio de entrenamiento dentro del castillo al mediodía. Y encontró algo que le hizo sonreír gratamente. Vio a un lado un montón de paladines cansados y molidos que presentaban varios hematomas en su cuerpo. Al otro lado, otros que miraban a sus compañeros con respeto. Y en el centro, a una tranquila Suerte empuñando una formidable espada. Era una espada larga que presentaba una hoja curva. En el interior de la hoja se observaban agujeros por donde podían pasar hojas rivales, y con un sutil movimiento, desarmar al adversario. Aún llevaba puesto el poncho, pero su sombrero ya no estaba sobre su cabeza. Landariel pudo admirar que era tremendamente guapa, y su preciosa melena rubia le daba un aire maravilloso que le hacía sentirse inferior a ella.


Suerte miraba en dirección al interior del castillo. Landariel, al estar sobre una terraza en el piso superior no lograba ver que esperaba. De repente un bruto sin camisa y con unos pantalones de piel emergió de la puerta. Portaba una enorme almádena que llevaba sobre la cabeza lista para caer sobre Suerte. Ésta, sin embargo esperaba quieta. Landariel adivinó que el hombre era un bárbaro de las tierras salvajes. Debían de haberlo hecho preso en alguna batalla y ahora los paladines querían ver la derrota en la mujer. Esta miró a los hombres y se rió. Esperó a que el bárbaro estuviese lo suficientemente cerca. Era una auténtica masa de músculos que no se detendría ante nada. Capturarlo habría sido un hecho histórico. Al llegar descargó la almádena sobre Suerte, pero esta simplemente dio una vuelta sobre sí misma hacia un lado y clavó su espada en la mandíbula del pobre hombre, sobresaliendo por la parte superior del cráneo. Los paladines miraron atónitos a la mujer, que limpiaba de sangre la espada en los pantalones del bárbaro. -¡Ya está bien de combates inútiles!-Gritó de repente Escipión apareciendo en el patio. Landariel pudo apreciar que pese a ser un hombre entrado en edad, era tremendamente fuerte, y su hacha debería resultar un auténtico peso muerto, pero para él era poco más que para ella su báculo, Llave. -Se acerca una muchedumbre de hombres lobo por la retaguardia, y pretendéis luchar contra ellos por lo que veo. Me temo que somos poco más que un tarro de carne para ellos vistolo visto-Respondió desafiante con la mirada fija en Escipión, sin haber envainado su espada. -Este fuerte ha aguantado a los hombres lobo siempre, niña. Desde que he estado yo aquí decenas de hombres lobo han caído antes de entrar en estos muros. -¿Amortiza la ingente cantidad de humanos que habrán muerto por ello?-Preguntó de pronto Landariel, mirando fijamente al patio, sin casi haberse dado cuenta de lo que había dicho, con la mirada perdida. Escipión miró consternado a Suerte. -Si es cierto que en vuestra presencia los hombres lobo no son un peligro a tener en cuenta, dejadme comprobarlo. Sin armas, como lo hacéis los hombres, con los puños. -Escipión rió gratamente, y miró a sus paladines. Pensó en que una simple mujer con los brazos más finos que su propia espada tenía más valor que ellos. Se quitó su hacha, y toda su armadura, quedando solamente vestido con unos pantalones y una camisa de cuero y unas sandalias de tiras. Suerte solamente se deshizo de su espada. La clavó en el suelo. Al instante ambos echaron a correr a pelearse. Escipión hacía gala de maniobras y fuerza dignas de un gladiador experimentado. Todos los ataques que Suerte le mandaba eran bloqueados e intentaba devolvérselos de alguna manera. Más ,aun así, Suerte era tremendamente ágil, y se movía con la astucia de un gato. Saltaba, se contoneaba y se movía con gracilidad con movimientos milimétricamente calculados, golpeando puntos débiles que todo ser humano tiene. Aun así la dura pelea daba para largo. La fortaleza física y el adiestramiento militar del líder el fuerte empezaban a dar sus frutos con el cansancio de Suerte a la llegada de los residentes de los alrededores del castillo.


Suerte golpeaba fuerte. Cada vez más fuerte, y utilizaba su poncho para confundir a Escipión, levantándolo y creando una fingida ilusión de movimiento. De pronto todos los habitantes del fuerte se habían congregado en los alrededores del patio, en la puerta del castillo, en las terrazas y sobre las murallas. Todos querían ver a la mujer que estaba haciendo sudar al enorme Escipión. El enorme hombre demostraba una lentitud cada vez mayor. Sus golpes eran cada vez menos certeros y ya no ocasionaba un peligro en sus intentos de coger desprevenida a Suerte. De pronto, se separaron. Se miraron fijamente, y Escipión, enloquecido por igualar fuerzas contra una mujer miró al suelo. Vio la espada de Suerte en el suelo y la cogió. La mujer miró el hacha de Escipión y bufó. Se veía empalada en su propia espada. El código de los paladines no permitía el ataque a alguien desarmado con armas, pero Escipión acababa de caer en un estado de locura que provocaba espasmos en su cuerpo y nublaba su mente. Suerte entendió su fuerza y su liderazgo. Era un Berserker. Un humano con la capacidad de perder la razón en situaciones de tensión, provocando un influjo masivo de energía en sus cuerpos, transformándolos en increíbles bestias con una sed de sangre infinita que no controlaban sus propios movimientos, pero compensaban su ceguera con una fuerza y velocidad que pasaba factura a sus huesos. En el momento en que Escipión echó a correr todos los ciudadanos tras Suerte echaron a correr. Suerte no lo pensó dos veces, y corrió hacia él. El suelo del patio era arenoso y logró deslizarse por entre las piernas del líder mientras éste cortaba el aire de su anterior posición. Ahora ya no le quedaban trucos. Incluso le había cortado con unos pequeños cuchillos ocultos en su capa las piernas y no daba signos de haberlos sentido siquiera. Estaba muerta. Los paladines intentaban acercarse a Escipión por la espalda pero este al parecer ya había mostrado su naturaleza con anterioridad y no se arriesgaban a atacarle. Escipión se irguió, y volvió a cargar contra Suerte. Ésta, sin temer a la muerte, no pudo creer que su viaje terminase así, sin cumplir su objetivo. Inesperadamente, su último pensamiento fue para Glornik, y se avergonzó por ello. Fue pestañear y ver la furiosa mirada de Escipión y cerrar los ojos. Al abrirlos no creía lo ocurrido. Un enorme árbol acababa de aparecer entre Escipión y ella. Él estaba en el suelo, inconsciente, y los espasmos habían cesado. Ella estaba a pocos centímetros del enorme tronco. La copa llegaba hasta la más alta torre del castillo. Sus raíces se veían a través del patio. El arenoso suelo estaba roto y agujereado. Y nadie, nadie respiró. Las mujeres alrededor de Landariel la miraban asustadas, y al aplaudir de admiración, todos pudieron ver a la princesa con la mano extendida hacia el patio, con la mano llena de aura mágica, el entrecejo apretado y la mirada fija en los dos combatientes. Solo dijo una cosa antes de marcharse a su habitación de nuevo. -Estúpidos.


La princesa fue informada al cabo de un rato del enorme bochorno de Escipión. Al despertar de su sueño, fue informado de lo que había ocurrido y se arrodilló ante Suerte. Le pidió que no tuviese clemencia sobre él, que le golpease cuanto quisiese, que su impulso siempre lo había controlado excepto en los combates contra los hombres lobo, donde se ponía a su altura. Suerte le contestó que no era la primera vez que se enfrentaba a un Berserker, y le dio la enhorabuena por semejante batalla. Suerte fue finalmente consideraba caballera de honor en Mundoterra por Escipión, debido a su honrosa e imbatible manera de luchar. Landariel se alegró sumamente de ello. Al salir las criadas que le contaron las buenas nuevas, entró Suerte. Llevaba el sombrero colgando en la espalda con un cordel en el cuello. Entró y miró directamente a Landariel. -Gracias. -No tengo nada que hablar contigo. ¡Van a atacarnos y me parece bien que te diviertas, que te desahogues, pero no que expongas tu vida en peligro!-Landariel empezó a gritar de pronto. -Pero ese es mi problema, no el tuyo. Me has salvado la vida pero eso no te da derecho a creerte más de lo que eres. -Suerte...si tu hubieses muerto...-Landariel se giró hacia la ventana de su habitación. El sol hizo brillar una lágrima en su cara. -Landariel...yo... -Glornik habló contigo más que conmigo desde que nos conocimos. Glornik era reservado, pero confió en ti al instante, y nos salvaste la vida. Enseguida formamos un grupo. Te veía como mi amiga, y empecé a olvidar la realidad, creía que había esperanza. Y entonces él murió-Sorbió por la nariz mientras tocaba el cristal de la ventana, y este estallaba, pero los fragmentos quedaban suspendidos en el aire-Si algo te ocurre, me quedo sola. -Entiendo...-Suerte se adelantó y abrazó a Landariel. En el fondo, pensó, era como una niña, a quién acababan de arrebatarle todo, absolutamente todo-Glornik tenía razón sobre ti. Escipión te espera en el patio del fuerte, frente a la puerta principal, dice que te debe más que una disculpa. Al zafarse del abrazo de Suerte, lo hizo de manera sutil, pero dejó caer todos los fragmentos de la rota ventana, provocando un enorme estruendo que Suerte comparó a su estado de ánimo. El patio seguía con el enorme árbol en su centro. Los paladines, felices de tener a la princesa allí y a alguien capaz de enfrentarse a Escipión en su estado animal, ya habían bromeado con el enorme vegetal. Un cómico Escipión estaba grabado en el tronco. Éste, por su parte, estaba vestido de nuevo con su armadura, su hacha envainada y la mirada fija en la puerta principal. Los pasos de Landariel turbaron su aislamiento: -Princesa. -Escipión-El tono de Landariel era del más puro desprecio. Escipión se giró hacia Landariel. Al verle volvió a serle familiar, pero no caía en el motivo.


La miró fijamente, y Landariel vio sal en sus mejillas. Lentamente, Escipión se arrodilló, sacó una daga de su bota y se la tendió a Landariel mientras agachaba la cabeza. -Pido humildemente un justo castigo por mis actos que vos habéis podido contemplar, y os pido la disculpa que solo un hombre avergonzado puede desear. -Landariel miró a Escipión, y ni siquiera cambió de cara, solamente se levantó tranquilamente la manga, miró a los paladines de alrededor y le propinó al paladín la mayor una bofetada digna de una princesa. -Solo falta deshacernos de soldados valientes en los momentos más frágiles de esta guerra. ¿No veis que esas bestias llegarán en cualquier momento y que necesitamos toda la ayuda posible? Me decepcionáis. -Habláis como vuestro padre-Landariel pudo ver un esqueje de sonrisa en la cara agachada de Escipión. Este se levantó mediante una reverencia.-Creo que deberíais conocer algo que os concierne. Conocí a vuestro padre sumamente. -Landariel miraba a Escipión ahora con cara curiosa y confusa. El tono del hombre había cambiado, y era mucho más relajado que de costumbre. -Veréis Landariel...yo soy vuestro tío, el hermano menor de vuestro amado padre. Me llaman Escipión el guardián, pues elegí luchar aquí, en la frontera. Yo crecí con vuestro padre, me crié con él. En un momento dado, vuestro abuelo falleció, y mi hermano me ofreció el trono. Yo lo decliné conocedor de que él era mucho más capaz para ese puesto. Cuando conocí la caída de Crisoloro marché en busca de los objetos que aquel peregrino os confió. ¿Los conserváis aún con vos? -Landariel miró fijamente al paladín. Lo miró a los ojos y al fin entendió su similitud con alguien pasado. -Escipión...vos fuisteis quién me enseñó a montar a caballo, ¿o me equivoco? El enorme caballero aspiró fondo, y, acabó contestando con los brazos abiertos y con una enorme sonrisa: -Te caíste más veces de las que lograste cabalgar bien pequeña. Al terminar la frase Landariel se lanzó a sus brazos entre sollozos. Tras todo un día de poner al día a Escipión sobre su huida de Crisoloro, el encuentro con el gigante hombre lobo, su tiempo como presa de los nocturnos y su mágica huida, Landariel finalmente terminó por mostrarle a su tío a “Llave” y a “Luz” desde su bolso mágico. -Pequeña, estos objetos debes guardarlos con tu vida. Ahora guárdalos y no nombres nunca su existencia. En este fuerte no hay magos, pero deberás entrenarte junto con ese báculo. Hacedlo en la torre, allí no provocaréis daño alguno. -Escipión, todo lo que debo conocer de Llave lo tengo más que sabido. Su poder es ilimitado pero para hacer uso de él habría que ser un insensato. La magia se nutre de nuestra energía, y el báculo absorbe toda la que necesita. Solamente lo uso en casos muy extremos. -Así sea pues. Según me dicen, los lobos han dado un rodeo, pero que han dejado vigías a lo lejos del fuerte lo suficientemente cerca como para vigilar vuestra marcha, debemos prepararnos. Desde ese momento, todos en el fuerte tuvieron un cometido. Suerte recibió el encargo de entrenar a los soldados del fuerte de la mejor manera que pudiese. Ésta accedió con gusto pues le permitía salir del fuerte a placer a entrenar con los hombres.


Escipión empezó a reforzar todas las defensas junto con sus paladines. Al parecer eran quienes controlaban todos los asuntos del fuerte, y daban ejemplo de humildad tomando parte en todas las tareas. Landariel empezó a entrenar el control sobre Llave, aunque conocedora de sus aptitudes, no conseguía ninguna mejora. Unos pocos días después Landariel y Suerte empezaron a crear un vínculo. Landariel no conseguía conciliar el sueño, y le preguntó a Suerte si podía dormir con ella. Ésta accedió encantada. Iban a la cama y se tumbaban. Todas las noches, irremediablemente, acababan hablando de Glornik, y ambas estuvieron de acuerdo en su atractivo físico, y, entre bromas y risas, acababan durmiéndose juntas. La rutina fue agradable en unos pocos días, en los que Suerte no se sintió encarcelada. Landariel empezó a volver a ser una mujer íntegra e incluso participó en algunos de los entrenamientos de Landariel. Los ciudadanos podaron y decoraron el árbol en el patio, y borraron la caricatura de Escipión. Todo parecía como un mundo alternativo en el que las gentes poco a poco fueron olvidando la amenaza que se cernía sobre ellos. Todos excepto Suerte, que siempre se mantenía alerta y expectante ante todo peligro. -Suerte. -¿Si? -La cama estaba caliente y Suerte y Landariel llevaban horas intentando dormir. La lluvia no les dejaba conciliar el sueño y ambas habían optado por mirar el techo fijamente. -¿Cuál es tu historia?-Landariel parecía de lo más curiosa. -¿A qué te refieres? -¿De dónde vienes? ¿Qué buscas? No sé...prácticamente no sé nada de ti. -Será mejor que siga siendo así Landariel... Landariel se levantó de la cama y miró fijamente a Suerte. Apretó el entrecejo y sus ojos se abrieron de par en par. -Puedes intentar leerme la mente, no va a funcionar. He tratado con muchos magos. -Oh venga-Landariel se incorporó a cuatro patas en la cama, divertida-Cuéntamelo. -Landariel...no. -Venga. -Landariel... -¡Por favor! -¡He dicho que no!-Al mismo tiempo que miraba furiosa a la princesa Suerte se quitaba las mantas de encima y se calzaba las botas. -Perdona Suerte...no era mi intención... -Descuida, déjalo, luego nos vemos-Y la peregrina vestida con su poncho, su puntiagudo sombrero y su pañuelo salió a tomar el aire. La noche era fría y húmeda y la oscuridad en el fuerte era solamente apaciguada por ligera antorchas cubiertas en lugares estratégicos.


Suerte no tuvo ningún reparo en engañar a uno de los guardias con un perro. Saltó las murallas despacio, mediante las ramas de un gran árbol. A las afueras del fuerte todo era muy distinto, y Suerte había olvidado el paisaje que mostraba sus alrededores. Fosos, parapetos, estacas, cientos de cables de cobre atados a varios palos con campanas, trincheras. Suerte ya había olvidado que estaban en pie de guerra. Y con el recuerdo de la guerra le vino a la cabeza cierto caballero lobuno que le tocó el corazón con sus maneras. Atravesó todas las defensas de una manera muy fácil y sigilosa, y se dirigió al lugar que desde varios días ya, era su santuario. Un pequeño lago rodeado de no más de cien árboles. Allí se sentía libre de nuevo. Su docilidad en el fuerte era debido al respeto a su misión, y a Glornik. Se odió bastante al pensar cada vez más en el lobo. Aunque llovía el lugar era encantador. Cada gota provocaba el movimiento de ranas y peces y al poco los árboles mostraron a Suerte un pequeño sitio donde resguardarse de la lluvia. Se sentó allí abrigándose con la capa, y acarició su espada curva. Desde que tenía constancia de su creación había obtenido decenas de objetos mágicos, había visto a gente morir y volver a la vida. Y se sentía sola, tan sola que por fin que tenía una razón por la que vivir, no podía siquiera creerlo. Se fijó en los árboles. La lluvia creaba una nostálgica melodía en las hojas y en el agua. Una melodía que abrazaba a Suerte y a su pérdida, que anidaba una grave soledad. Las ramas y movimientos del viento provocaban una danza solitaria que no hacía más que albergar más tristeza en el corazón de Suerte. Miró aquella hoja como tantas veces atrás. Con pesadumbre y locura. Miró sus muñecas. Pero algo rompió el flujo de sus pensamientos. Se sobresaltó y mostró el brillo de su espada. Con la otra mano ya acariciaba su pistola. Algo se movía tras ella. Y a su derecha. Y a su izquierda. De pronto vio como todos los matorrales a su alrededor se movían poco a poco. Como pequeños destellos delataban una malvada presencia en forma de numerosos colmillos. Suerte se sintió presa del pánico. Al poco tiempo adivinó figuras corriendo en círculos alrededor de ella, confundiéndola, aterrándola. Aullidos empezaron a sonar al unísono de manera esporádica y numerosa. Había allí un ejército congregado. Se quedó quieta, tranquila, con la cabeza baja. Había imaginado tantas veces su muerte que no la veía llegar de una manera tan estúpida como el enfado con Landariel. <<Joder, su curiosidad era lógica, y se merece mi confianza...>> Al poco los pasos en la noche eran cada vez más cercanos, mas Suerte ni se inmutaba. Si habían de hacer algo, no tardarían mucho. La velocidad de los hombres lobo creaba alrededor de ella una nube de polvo y tierra que empezaban a metérsele en los ojos. Si no habían atacado ya, o era porque ya sabían quién era o porque buscaban algo. De repente el remolino cesó, y siete hombres lobo la rodeaban, quietos. Los graves respiros alrededor de ellos acusaban el ejército que se encontraba oculto entre los árboles.


Los hombres lobo eran tan diferentes a Glornik que Suerte no pudo más que volver a pensar en él. Glornik era alto, fuerte, definido, su cuerpo no era más que una línea con los músculos perfectamente desarrollados, y ocupando el espacio idóneo. Estos hombres lobo eran grandes, como Glornik, pero sus cuerpos parecían hechos con algún tipo de globo, pues eran montañas de músculos con las arterias y venas presionando su piel. <<Hinchadas debido en su mayoría a drogas>>-Adivinó Suerte. Suerte esperó con su mágica espada en la mano. Era más que conocido por toda Versia que solo las armas mágicas provocaban daño alguno en la piel de los hombres lobo, aunque de pocos serviría su arma y su pericia contra tal cantidad de enemigos. De repente los hombres lobo dieron un paso en su dirección, acercándose a ella, Suerte levantó la espada en alto y gritó: -¡Mi nombre es Suerte la trotamundos, os exijo que deis media vuelta y volváis a Lunaterra, aquí no se os ha perdido nada! Más los hombres lobo no hicieron mas que acercarse a ella. Y suerte empezó a sudar. Aunque tenía varios recursos solamente acabaría con unos pocos de ellos, y sabía a ciencia cierta que era un objetivo importante para los lobos. Los árboles serían sus testigos. La tierra, su tumba y las hojas su corona funeraria. Los hombres lobo se agazaparon en el suelo, dispuestos a atacar. Vio sus colmillos brillando al contacto del agua, vio su pelo mojándose y provocando charcos en el barro. Uno se lanzó sobre ella, mas la trotamundos era hábil y consiguió esquivarlo, no sin provocarle una profunda herida en el muslo antes de que saltase a la profundidad del bosque. El siguiente ataque sería el último, calculó Suerte. <<No estás llorando, es agua, llueve, Suerte ¡tú no lloras!>> Oyó tras de sí un rugido, y como la tierra bajo los pies del hombre lobo se levantaba por el salto que había dado. Suerte sólo llegó a verlo en el aire, pero ello fue todo lo que podía ver. De algún modo el hombre lobo estaba levitando en el aire, y a juzgar por sus perplejos ojos y sus movimientos aterrados, Suerte adivinó que no flotaba por voluntad propia. De repente el hombre lobo salió disparado hacia un árbol, chocando violentamente, quedando inconsciente bajo un tronco partido. Todos los hombres lobo se apartaron un poco, pero de nada sirvió, pues una lluvia de rocas cayó de repente en el prado, precipitándose sobre los hombres lobo alrededor de Suerte, destrozando piernas y, disimuladamente, creando una improvisada barrera que permitió a Suerte subir un poco, lejos de los hombres lobo. Y entonces la vio. Landariel estaba al otro lado del lago, de pie, con los ojos iluminados, con las manos levantadas. En la mano derecha levantaba a Llave, el báculo, y con la otra apuntaba intermitentemente a su posición mientras decía palabras indescifrables. Su pelo se ondulaba ascendentemente, movido por corrientes de aire que la recorrían. Su ropa, un simple vestido verde cortado por el muslo a los lados, estaba sucio de barro, polvo y agua. Y ocurrió. Toda el agua del lago fue levantada. Suerte no creyó que fuese tan hondo, pero lo era, y mucho. El enorme cuerpo líquido flotaba exactamente igual que el hombre lobo, y aunque


en momentos parecía descender de golpe un poco, como si necesitase un poco más de fuerza, subió por encima de los árboles. Y toda el agua se precipitó sobre su posición. Fue como un golpe, un golpe duro e imparable que le hizo caer al suelo, pero entonces entendió: Suerte se acababa de golpear contra el improvisado muro de rocas y troncos, ya que Landariel acababa de lanzarles un tsunami improvisado, y todos los hombres lobo habían salid volando arrastrados por el duro torrente d agua a través de los árboles. Suerte entendió el plan al instante, y echó a correr. Pero vio a su salvadora en el suelo, respirando violentamente. Echó a correr tras ella, y rodeando el lago, vio que estaba con los ojos muy abiertos, balbuceando la misma palabra y moviéndose entre espasmos y respiraciones agitadas. Landariel no dejaba de balbucear una sola palabra: Glornik. Suerte la subió a su espalda y echó a correr hacia el fuerte. Afortunadamente toda el agua sobre los árboles también había servido para que los centinelas se diesen cuenta de lo ocurrido y nada más salir del bosque, misteriosamente sin ningún hombre lobo persiguiéndolas, encontró una comitiva de paladines, junto con Escipión, esperándolas para llevarlas. La última palabra que dijo suerte antes de caer rendida de agotamiento sobre el hombro de un paladín hizo estremecer a todos los caballeros allí presentes. “Kuolfra”.


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