Alex Quantz

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©Vanessa Montfort, 2008

La mejor posibilidad de ser Alex Quantz

ese cuarzo que le recuerda su nombre, las llaves, sí, las llaves, como si se resistieran a abrir la puerta a esa única y remota posibilidad. Aún así, nadie se lo explica, todos los comentan pero ella no llora. Nadie la ha visto llorar. Mirad alrededor, por favor, hacedlo por mí, porque puede que me esté volviendo loco, porque hay algo que me asalta desde que lo hago, y es que quizás este bar, esta caverna platónica, sea el espacio intemporal y subterráneo de lo que SOMOS, lo único que es inamovible dentro de Alex Quantz, algo más grande y más complejo que todos esos cuerpos que le dan forma, que todos esos intentos de construcción y autodestrucción. Como si la IDENTIDAD estuviera mucho más allá de tu nombre, tu rostro, tu circunstancia, y fuera algo tan intangible, tan diminuto como el alma. Como si cada uno de nosotros y vosotros y tú y tú también, y tú y tú y aquellos de allí, quizás, TODOS, en algún lugar, de alguna forma, fuimos, somos, seremos… Alex Quantz.

(D vuelve a subir al escenario y empieza a tocar con los músicos de nuevo mientras espera a que el resto del público vaya llegando. En el caso de que sea un grupo que debe continuar su rutina, los dirigirá al lugar donde está A y al llegar cogerá del suelo un cronómetro, se lo pondrá entre las manos y le dará al “on” diciéndole:


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