Sebastián Salazar Bondy. Homenaje 90 años. Vallejo & Co.

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[111] en mis hombros, como un fardo, o ante mis ojos como una película cada vez más triste. Confidencia en alta voz de una conducta sentimental (como declaran los títulos de dos de sus libros). La resonante gravedad de este tono es resultado del encuentro de reflexión y sentimiento. Invade éste, penetra, el cuerpo total de su poesía; es la toma de contacto ―a nivel profundo, cordial, intuitivo― con el mundo personal, familiar, comunitario. Profundo, no oscuro; cordial, no plañidero; intuitivo, no caótico. Porque de esa naturaleza es la luz del corazón. Desde sus primeros poemas (en los de Voz desde la vigilia, por ejemplo), podemos percatarnos cómo va definiendo una clara línea de simpatías estéticas, la que va de Valéry a Borges, que es de contención y mesura (la regla que corrige la emoción, que dijera Braque). En ese cuaderno hay versos en los que refringen aquí y allá los entusiastas, meridianos endecasílabos del poeta de El cementerio marino (“¡Beligerancia de la nada / acaso mas tu legado se me advierte y vive!”; “mi clausurado párpado / atribúyese umbral y te enajena”). De otras fuentes más, las castellanas y clásicas en especial, nutrió Salazar su palabra flexible y fina, patéticamente comunicativa. Su riqueza verbal supo ponerla al servicio de imágenes delicadamente elaboradas, prolongadas filigranas entre cuyos hilos palpitará siempre la belleza y la vida: Porque cuando me acerco a la luz corporal, cuando en el pecho me estalla esta estrella apasionada, todo peso desaparece y marcho por el aire como esas flores insignificantes hechas de filamentos que se elevan del suelo y ascienden


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