Burocracia plebeya. L. Perelmiter. (Adelanto)

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Burocracia plebeya. La trastienda de la asistencia social en el Estado argentino

lo hace en el centro político del país, en Buenos Aires–; también como exceso de mediaciones –las que habría entre un programa asistencial nacional y el destinatario último de sus beneficios–. Fue, a su vez, sinónimo de asimetría política –la que se instituiría entre cualquier representante de la autoridad estatal y una persona en situación de fragilidad social–. Finalmente, la distancia fue significada como impersonalidad e indiferencia –la que idealmente caracterizaría la acción estatal burocráticamente organizada–. Ahora bien, que la distancia así entendida llegara a constituirse como un problema político supuso ciertas condiciones históricas. La coyuntura de crisis, que reclamaba con urgencia gestos que recompusieran la legitimidad del poder central, fue un factor determinante. Otro elemento relevante fue la voluntad, por parte de las elites de gobierno, de dar visibilidad al Estado nacional en la dinámica territorial de la asistencia, que venía siendo delegada a nivel local desde los años noventa. En efecto, la crisis reveló que la pérdida de control político sobre los vínculos asistenciales de proximidad resultaba problemática para el poder central, al volverlo vulnerable a la acción de las elites políticas locales. Por último, pero no menos importante, fue la vitalidad de cierta tradición peronista de la asistencia, lo que aquí llamamos evitismo, que proporcionó los recursos simbólicos para construir la distancia como problema, actualizando una narrativa presente en la memoria popular. Fue entonces, en el marco de este entramado, gestado en temporalidades diversas, que ganar proximidad se erigió en una suerte de mantra organizacional, en una forma renovada de encarar el trabajo estatal. Recorriendo las diversas instancias en las que se especificó la búsqueda de proximidad, el libro reconstruye un tipo particular, y ciertamente paradójico, de funcionamiento estatal, que denominamos burocracia plebeya. Según su definición literal, lo plebeyo es simplemente lo que no pertenece a lo noble, lo no distinguido, lo propio de la gente común. En su connotación peyorativa, plebeyo es sinónimo de paria, de vulgar y hasta de indigno. Sin embargo, existen otros sentidos que resuenan en nuestra cultura y que perturban esa connotación. Afirmar el valor de lo degradado en tanto tal, tiene una larga historia en Occidente,1 y una muy peculiar en la Argentina. Desde los versos del Martín Fierro hasta “los grasitas” de Eva Perón, existen numerosos ejemplos de esta exaltación de lo desacreditado, de esta celebración irreverente de lo menospreciado.2 Aquí, lo plebeyo ya no designa un estatus subordinado, sino un contraestatus. Es este sentido de lo plebeyo, en su ambivalencia, en su 1 Ver, por ejemplo, Bajtín (1987). 2 Cuestión subrayada por los análisis del peronismo como contracultura. El trabajo más difundido al respecto es el de James (1990). El autor argumenta que el peronismo invierte las jerarquías culturales establecidas, al afirmar el valor del mundo del trabajo y lo popular tal cual existe, no redimiéndolo mediante, por ejemplo, la educación.

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