Ardimientos, ajenidades y lejanías. Arcadio Pardo

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Arcadio Pardo


Colección: Letras Director: Carlos Ruta Pardo, Arcadio Ardimientos, ajenidades y lejanías: Poesía / Arcadio Pardo; prefacio de María Eugenia Matía Amor. 1ª edición. San Martín: Universidad Nacional de San Martín. unsam edita, 2018. 1040 pp.; 21 x 15 cm (Letras / Ruta, Carlos Rafael) ISBN 978-987-4027-79-5

1. Poesía. 2. Poesía en Español. I. Matía Amor, María Eugenia, pref. II. Título. CDD 861

1ª edición, octubre de 2018 © 2018 Arcadio Pardo © 2018 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín UNSAM EDITA

Campus Miguelete, Edificio de Containers, Torre B, PB Av. 25 de Mayo y Francia, San Martín (B1650HMQ), prov. de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar · www.unsamedita.unsam.edu.ar Diseño de interior y tapa: Ángel Vega Edición digital: María Laura Alori Se imprimieron 100 ejemplares de esta obra durante el mes de octubre de 2018 en FP Compañía Impresora, Beruti 1560, Florida, Buenos Aires. Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723. Editado e impreso en la Argentina. Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.


A mis hijas Hélène y Anne-Marie. A María Eugenia Matía Amor, por su constante, sabia y fervorosa convivencia con mi obra.


Prefacio

Profundizar en la poesía de Arcadio Pardo implica la maravilla, cuando la lectura descubre una obra original que condensa una auténtica vida más allá de la recreación en el lenguaje, porque para nuestro poeta La poesía es la realidad. La realidad más real y verdadera; el poeta la encuentra en su presente, en su entorno, en las realidades desaparecidas. El poeta ve la realidad en las apariencias y detrás de las apariencias. El poeta descubre y dice su descubrimiento. Más aún: el poeta preserva la realidad de su desaparición y es el conservador de la inmensa variedad del mundo.

¿Quién es Arcadio Pardo y qué aporta su dilatada obra a la historia de la poesía española? Arcadio Pardo (Beasain, España, 1928) es poeta castellano con vida profesional en Francia (Rouen, Aix-en-Provence, París). Su formación académica en Valladolid, su precocidad creativa (Un tiempo se clausura, 1946) y su activo papel como cofundador-editor de la revista Halcón (1946-1950) determinaron una genuina personalidad poética. A partir de 1951, tanto su labor docente como profesor de Lengua y Literatura españolas en Francia (Liceo Español, Lycée St. Germain-en-Laye, Universidades Sorbona y Nanterre) como su investigación en el área de las humanidades han conformado un perfil literario independiente, con una obra que funde la circunstancia de su biografía (origen, cosmopolitismo,


conocimiento) en una poética de ardimiento emocional y proyección atemporal y metafísica. Arcadio Pardo escapa a la ubicación generacional que le correspondería por edad (generación de los cincuenta), pues forja su obra desde la lateralidad del panorama poético español y con la amplitud intelectual que le ofrece el hispanismo en su entorno universitario francés. La vivencia en culturas se traslada a su escritura, y allí resuena la claridad de la dicción castellana, acrisolada en una hondura sentimental propia del conflicto de identidad generado al vivir extramuros. Es su mundo bipar: rasgo fundamental que nos hará comprender la fuerza de una voz que crea y se recrea, que explora e intensifica los recursos del idioma español como autoafirmación consciente o inconsciente en su lengua matriz. Cuando Arcadio Pardo se pregunta “¿Cómo acierto / a elevar la persona que me encarna / a su lugar en la sonoridad?”, ahonda en el fundamento de la realidad poética (Rilke, IX Elegía de Duino) para, versos después, ofrecernos su intrínseca respuesta: una retórica anímica que conecta indisolublemente la querencia fónica con la realidad, y que lo acerca a la filosofía idealista de Novalis y a la fonética de Zumthor. La obra arcadiana revela venturosamente “la atónita sustancia del lenguaje”, pues para él la lengua española es la pleamar. Irrumpe por los vanos del transcurso, / se me hace griterío, ahuyenta los mandatos, / desgaja la sintaxis, purifica / tanto significante que se muta / la ventolera en la palabra, / la agresión de morir en la salvaje / vibración de unas sílabas sangrantes (…) / llama páramo al mundo, / da nombre a lo finito e infinito, /(…)/ Porque ésa / es el incendio primordial, / la manantial, la renacida, (…)/ Ésa será la voz final: // la naciente, la estante, la brotante. (Efectos de la contigüidad de las cosas)

Y así, desde esa mismidad agudizada por su circunstancia vital, Arcadio Pardo inició el camino independiente del poeta hacia el encuentro del sí–mismo, confiado en su tarea de escribir sin ataduras, constante —y discreto— en su ejercicio de la propia dignidad. Desde su primera obra cumbre


(Soberanía carnal, 1961), su poesía destaca por esa tensa y vibrante voz nacida desde el ardimiento, desasosiego o tensión extrema del espíritu, que sostiene los pilares de su asombrosa retórica. Aunque el vigor de ese lenguaje encendido no fuera comprendido en su momento, Arcadio Pardo sintió el poderoso manantial de su voz (“palabra pedernal entera”), y desde entonces su trayectoria de veinte libros ha sido una tenaz indagación poética con variaciones y hallazgos. Interpretar su extensa obra como fruto de larga maduración permite entender su escritura vital, ese irrenunciable camino del creador hacia la identidad singular. En ocasiones hay barroquismo (eufonía, balbuceo, arcaísmos) y arriesgados recursos fónicos, léxicos y sintácticos que anclan su exótica voz a la vivencia sentimental e intelectual. Y muchas otras veces, tal caleidoscopio expresivo se ajusta paradójicamente a la más inherente sustancia. Con razón, dirá su editor Javier Jover en el epistolario: “Te percibo con una naturalidad absoluta en tu escritura, tan fundida (…) a las ideas constantes que arman el discurso y a las más de fondo que lo encauzan, a las elegidas para que todas las palabras se dirijan hacia ellas con sentido primordial, pero a la vez llenas de variantes”. Es el fruto de una voluntad testimonial de fidelidad a la lengua, de amor a los signos y de una espiritual consustanciación. El recorrido es un armónico conjunto in crescendo, en el que destacan algunos poemarios por su carácter innovador, por su raigambre expresiva, por su luminosa imaginación o su profundidad histórica y metafísica. Los últimos libros son un prodigio de esa amalgama de recursos tamizados por la escritura singular de toda una vida: A veces lo oigo y nadie lo oye y vuelvo la vista a ver / qué pájaros lo emiten, / y si alguna rama se desprende, / y si alguna res lanza un gemido, / y si anda resollando por los bosques. // Puede que ni ni suene y yo lo oiga, su / son plus ultra que no es. (De la naturaleza del olvido)

El amplio abanico de temas contiene toda una geografía de la memoria. En los poemas, Arcadio Pardo aporta el


testimonio de su vasta cultura de profesor y la riqueza del imaginario del poeta, logrando una fusión de conocimiento e intuición que apela tanto a la curiosidad intelectual como a su admirable visión del mundo. El tema raíz, el Tiempo, es la clave de su poesía. Nuestra interpretación se apoya en su personalidad de profesor, lector culto y fascinado por el recorrido histórico de los seres que le lleva a explorar sentimental e intelectualmente el tiempo histórico, lineal y de un solo sentido (con profusión de contenidos culturales sobre arqueología, mundo primitivo, geografía solar, historia e intrahistoria familiar). Y también distinguimos al poeta Arcadio Pardo, quien, como artista, conseguirá romper la historicidad lineal de un solo sentido. Su intuición radical sobre la temporalidad creativa le permite vivir en el poema, tanto en tiempos pasados (reincorporación) como en el futuro (incorporación), amén del presente. La amplitud y la prevalencia de este Tiempo único, su emanencia que actualiza signos en un espacio—tiempo dinámicos es la experiencia mágica que el lector habrá de descubrir. La parcelación de la obra en dos grandes etapas, no panteísta y panteísta, ha sido a su vez subdividida, y nos permite advertir la transición del yo hacia la abstracción de signo más universal: etapa de juventud (1946-75) y etapa de transición (1977-1980); etapa de madurez (1982-1990) y etapa de comprensión histórico-metafísica (1990-2016). En ellas hay innovación rítmica y rasgos que irrumpen, desaparecen y resurgen (la metapoesía, lo narrante, lo neutro, las visiones, la multirreferencialidad) dejando estela en eco intratextual o en la magnífica etereidad y simbolismo. Otras veces, los fogonazos de la situación in media res nos trasladan a esas visiones inmediatas destacadas por Bernard Sesé: “Ce qu´il y a d´étonnant et de merveilleux dans vos poèmes, c´est la soudaineté irrefutable avec laquelle ils transportent le lecteur dans un autre monde, un autre pays à la fois inconnu de lui et familier”. Si somos lengua y memoria, Arcadio Pardo ha tenido la fortuna de cultivar ambas desde una penetrante inteligencia,


anunciada tempranamente y mantenida en siete décadas. Larga es la cadena de amistades literarias, de editores y de lectores que le acogemos con fervor, relación a la que se suman los promotores de esta venturosa edición y todos aquellos que han contribuido al reconocimiento y a la difusión de su obra. John Banville, en su recepción del “Premio Príncipe de Asturias 2014”, nos dijo: “como escritores afilamos nuestras frases para que alcancen el corazón de las cosas. Pero eso no sucederá, somos demasiado torpes. Sin embargo, perseveramos en nuestro intento de expresar la existencia”. Ojalá el lector encuentre el privilegio de tal virtud en esta Poesía de Arcadio Pardo, quien, fundiendo dicción e imaginario, consigue la cristalización de su cosmogonía en el Tiempo único, con una escritura singular, variada, atrevida, y siempre profunda y bella con innegable vocación de permanencia. María Eugenia Matía Amor1 Palencia, 15 septiembre 2017

1 Autora de la tesis (2015) y publicación Las dimensiones de la memoria: la poesía de Arcadio Pardo. Ediciones Universidad de Valladolid, 2018.


Presentación

Esta edición de mi poesía reúne íntegros Soberanía carnal (1961) y todos mis libros publicados a partir de Suma de claridades (1983). En cambio, los tres conjuntos aparecidos en los años intermedios 1961-1983 (Tentaciones de júbilo y jadeo, En cuanto a desconciertos y zozobras y Vienes aquí a morir) tienen aquí una presencia reducida. Se ha introducido, en los poemas de estos tres libros, alguna variación tipográfica que favorece su respiración. Presente y cercanías del presente son los poemas recientes escritos desde 2016, no publicados hasta ahora. Mi poesía ha venido descubriendo sus propias categorías y su propia sintaxis. La lengua se somete al instinto creador, se hace también creadora de relaciones. Conduce el poema a su logro, si lo hay. Ahora, percibo mi obra inicial distante y ajena. Pero tampoco me satisface negarle mi paternidad. Decido, pues, recoger algunos poemas de mis publicaciones anteriores a Soberanía carnal e integrarlos al final de esta publicación a modo de testigos del período de iniciación hacia el lenguaje posteriormente madurado. Considero que esta edición recoge mi obra significativa y la trayectoria de mi lengua poética en su evolución, en su variedad de contenidos y de formas, y en su maduración.

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Esta edición no es por lo tanto mi obra poética completa, pero tampoco corresponde al concepto de antología de presentar un conjunto selectivo de toda una obra. Ni lo uno ni lo otro. Valga, pues, este volumen como mi poesía toda para quienes se acerquen a escucharla o descubrirla. Chaville, Francia, agosto de 2017

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Soberanía carnal (1961)

Soberanía carnal (1961) es un libro violento y tierno. Sorprende por su desgarro, por su fuerza ciclópea y descarnada; pero también sorprende por la punzante nostalgia y el amor desvalido con que el poeta vuelve los ojos a su infancia. Es un libro catártico. Imaginamos que es la obra que Arcadio Pardo necesitaba escribir para poder cerrar una etapa de su poesía (y de su existencia) cargada de tristeza y humillaciones. Y también necesitaba escribirla para poder inaugurar otra etapa completamente distinta: triunfadora, libre, feliz, rebosante de aire fresco, absolutamente personal y sin ataduras. Gozosamente poderosa. Una exultante y gozosa autoafirmación. Simbólicamente, en un escenario de cordilleras, desde la negrura de las simas del pasado, tras una ardua y penosa ascensión, llega el poeta a la cumbre: a la presente y futura soberanía. Isabel Paraíso

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A Femando Gonzรกlez


1 Mejor es que lo diga desde ahora: Habitante extramuros, poeta del silencio boca adentro, he aprendido a quedarme en las orillas, a mirar las montañas de hombre a hombre, a resignarme ante el cerrojo echado, a ir a clase las tardes soñolientas, escuchándome solo en los adentros la ola gigante de la eternidad. Llevo años evadido de las lágrimas. (Y he visto ahogados en el río. Una mujer que un tren arrolla viva, despedazada toda en los raíles, a unos pasos del niño que yo era, una mañana de mis nueve años. Yo vi los muros de Frejus caídos. Y mi padre camino de la muerte, mi madre ya con ojos lejanísimos, y yo mismo apurándome la vida, anhelando, añorando, feliz en los castaños otoñales, taciturno y sin par en el estío, gozoso con las nieves de los montes, solo, con Collarada al horizonte). Llevo años evadido de las lágrimas. En este libro os traigo el viento grande. Ved el relente del estío claro.

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Aquí otra vez levanto la osadía. Rabia domino, poderío aplaco. Como el granito estoy de quietud lleno. Con el pico soberbio me levanto. De estirpe secular me purifico. De luz me invisto y de relámpago. De rumor de torrente me apaciguo. Ríos natales me han ungido. Playas al sol tendidas he pisado: No podréis arrancarme este dominio. Yo me inauguro soberano. Esta mano que escribe es zarpa abierta. Lomo animal la espalda me negrea, celo macho brutal la hembra espumosa, cuaternario montaña y rabia fría babeando al acecho de la presa, olfateando el muslo mayo duro. Mi brazo es rama de carrasca dura. Tronco de encina el cuello me negrea. Tierra barbecho el hombro me desnuda y hembra me pide el vientre que posea. Y en el muslo me corre como un río agostado del valle de los cerros y soy todo un jadeo regadío, deseo de hembra y babear de perros. Vedme animal corriendo la llanura y husmeando al relente el poderío, toro bisonte nervio, greña caballo brío, cuerpo maleza Pirineo, vigor robusto Tenderera, frondas como melenas insaciables, valles como los besos sorprendidos, llanos como los torsos derribados,

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pecho derribador mío fecundo, muslos generadores míos grandes, brazos poseedores míos fuertes, cuerpo mío oloroso a crines macho, desatado hacia el sol del poderío, embriagado en las bocas más mordidas, cuerpo salud de posesión hermosa, cuerpo tendido en posesión radiante sobre la hembra jadeo del estío. Carnal soberanía es mi dominio. Yo me afirmo en la tierra. Me vivifico. Crezco. Mejor es que lo diga desde ahora: No me busquéis entre los muertos. Hablo, estoy hablando en serio y para siempre. No me busquéis entre los muertos. No estaré entre los muertos. No estaré entre los muertos. No estaré entre los muertos. Estoy hablando por primera vez. Resurjo entero ahora, con el amanecer mayo verdoso, en los años robustos de la carne, responsable yo mismo hasta las uñas, con mi palabra pedernal entera.

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2 De los primeros años no recuerdo sino la nieve de Aralar. Mi padre cena y se va en los trenes gigantescos. Sabe todos los túneles del norte. Sabe todos los puertos del peligro. Sabe el raíl que cede bajo el hierro. Sabe del tren sepulto entre la nieve. Padre de pana y de sudor vestido. Padre pecho velludo y de alta estirpe. Padre frente terrón de los barbechos. Padre varón fecundo en cinco hijos. Padre humildad hasta en el pan moreno. Padre fuerza en las uñas de sus garras. Padre entonces vigor y poderío. Padre palabra seca y mano ajada. Padre mirar lejano lejanía. Padre áspera caricia esclavo añoso, padre hoy pobreza arruga, padre mío, lejano ya en espera de la muerte.

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3 Invoco los lugares revelados: Peña Aralar que habla en ibero. Lluvia. Manzanos. Montes soleados. Yo de la mano de mi padre obrero. Ahora es el llano. Crezco hacia la guerra. Busco heredad y me descubro imperio. Descubro las fronteras de la tierra. Y el rostro triste de mi padre, serio. Con muerte se debate. Cornamentas de bueyes y pezuñas sometidas conduzco por el llano. Y las sedientas manos del padre doloridas. La Peña Amaya en el confín. Barrunto sangre en las venas de soberanía. ¿Dios está en mí o estoy yo en Dios? Pregunto. Soy una roca de sabiduría. La maldición se cierne sobre el muro de adobe, sobre el techo que cobija cuatro hermanos de piedra el pecho puro y una madre esperanza y una hija. Hay que buscar el pan. Cunde en el llano un sol de un julio en guerra llamarada. Llamo y gruñe una puerta. Abro la mano: Arrabal de Portillo es la morada. Pasos del norte cruzo. Tienden redes. Garras contra mi pan tienen tendidas. En túneles me acechan y en paredes. Miradas de hombre son pero podridas.

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Maizales que no existen en el llano anexiono al dominio y a la guerra. Someto la tiniebla y el manzano. Y ahora es Ruán la linde de la tierra. Y mientras tanto, el océano elige soberano en mi pulso deslumbrado. Ordeno la resaca, mi voz rige. Picos de Europa, trono revelado. El viento macho me sacude el pecho, y me duele una hembra deseada, y soy rabia Oroel y verde helecho y pedernal amor de Collarada. Hoy hablo en verbo duro poderío y en cuaternario trote de bisontes, padre anchuroso, poderoso río, peluda greña de los montes...

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4 Pico Aguja. No podría decir el color de tu aspereza. No podría decir el sabor de tu yeso. No podría escalarte como entonces, cerro desnudo, cerro padre, cerro ancestral, cerro toro en los años maternales de sirenas aulladas, de soldados heridos, de aterradores bombardeos. Veinte años han llovido sobre mi frente deslumbrada. Te he olvidado Te he negado. He buscado más belleza en el verdor de otras laderas. He ido a buscar más luz. He ido a aprender la gravedad de la sabiduría. He corrido cuencas extramuros. He besado bocas espesas de brillantes tentaciones. He pasado noches de insomnio entre los elegidos seculares. He desenterrado la piedra que hería los ciervos cuaternarios. He estado en valles muy lejanos. He apretado torsos. He sometido miradas. He dicho una rebeldía que nadie ha creído. He creado el verbo potente del poderío. He renegado. Me he sentido en la soledad del manzano. Me he estremecido en la piedra de la catedral. He reído en la carcajada viril de los montes. Me he proclamado verbo condenado. Te he querido grandioso como Pablo el Machu Pichu. Te he querido gigantesco como las cúspides de la tierra.

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Me he dicho nacido al pie de la soberbia. Me he proclamado hijo de la caverna más profunda. Te he infamado. Te he negado. Te he renegado. Aguja de la tierra te he llamado. Piel de bisonte puse en tu ladera. Te hice andino soberbio. Te hice pujante cumbre, cerro del sol, otero padre, monte carcoma, estéril cal, amorfo cuarzo, yeso caído, cerro cal de mis años del terror, el más humilde de mi valle, el más lejano de la cuenca, el más pobre, el más perdido, lunar monte en la orilla de la muerte. Después de tanta niebla vuelvo a ti. Callo la boca que me habla. Apago el motor que me conduce. Me desnudo los trajes que me arropan. Descubro el pecho. Respiro hondo. Avanzo solo, carretera de Soria como entonces, llano de San Isidro seco y grande, aguas de Duero cruzo y te diviso, Pico Aguja en la infancia formidable, pobre cerro en mi sangre levantado, carne mía en la tierra más terrible, sangre de toro en rabia, galope de bisonte,

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cerro albor de la tierra, cuajo de luz en forma de ceniza, cegadora belleza, lejanía azulada, soberbia desnudez, sobrecogido vuelvo a tus laderas, espesura de piedra, frío como la muerte, duro blancor de ceguedad hermosa, luz calcinada de los ojos míos, pétreo horizonte de mi pecho, fraternal sequedad de mi tristeza, Pico Aguja barrunto de la muerte, hoy tiemblo de fervor ante tu rostro.

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5 Roca arriba bermeja y yo la subo. Hacia el Somport escalo la montaña. Pirineo central y a pulso de hombre venzo barrancos y corono ramas. Al jabalí le espanta mi dominio. Le supero al abeto en enramada. Colmo de rumoreo el precipicio. Ya gano en altitud la nieve blanca. Ya he vencido los ríos indomables. Descubro las hogueras cuaternarias. Le persigo las huellas al bisonte. Me nutro de veredas despobladas. Les profano a los dioses las cavernas. Impero por las cumbres plateadas. Domino las agujas de la tierra. Supero las fronteras desgarradas. Tallo sílex y ojeo el ciervo altivo. Enveneno las flechas afiladas. Resurjo en el clamor de los torrentes. Revivo en el bullicio de las ramas. Recupero la sangre de la estirpe. Renuevo dinastías apagadas. Renuevo la osamenta de la tribu. Reconozco el vestigio de la raza. Y estoy arriba, en el Somport. Altura: la del latido del antepasado, la de la hembra preñada, la del reno glacial, la de la loba amedrentada, la de los jabalíes fantasmales, la del pecho robusto del Terciario, la que llena mi pecho de prodigio: la luz de Iberia derramada.

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6 Blanco sucio el rebaño ante la casa pasa y cascabelea. La brisa montañesa y fría pasa sobre el polvo de cal, sobre la brea. El niño oye balidos y ve lana y las cabras cornudas que olfatean nerviosas la mañana brillantes y barbudas. El niño es hijo mío, y osaría decir que, como el niño, hay un prodigio en la mañanería mío de paz y desaliño. La cara del pastor es de corteza. La ley es el cayado. Casi animal ostenta su rudeza. Patriarca destronado. Mi hijo mira ahora el cabeceo campanil que se aleja. A transhumancia huele y pastoreo, a cuero de zurrón y mucha oveja. Hacia el Somport también la pata escala de tan manso conjunto. A ras de suelo el nubarrón resbala, tan lejano y tan junto. Hierba menuda, pero hierba sana de altura y montañesa, silvestre muerde el diente en la mañana hierbas silvestres y silvestre fresa.

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Más alta que los montes la humareda la cañada cabría nos avisa, y ahora chirría un carro y una rueda raja, aguda, la brisa.

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7 Los que están por los olivos enterrados. Los que están esperando el plenilunio por las orillas del mar. Los que están bajo la tierra de Somosierra, y están sobre la tierra, vencidos como caínes del mal. Y los que cavan la tierra donde los enterrarán, y los que miran que cavan la tierra desde la paz. Yel padre de cinco hijos que callan y callarán. Y los hijos de los hijos y el viento que viene y va. Y el miedo oculto en la hura, la mano que se abrirá y el cuchillo preparado y la horca y más. Y más. Y yo, pobre, cobijado tras las montañas, detrás del borboteo, mirando triste la espuma del mar.

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8 Santo Domingo, de Soria. Un hombre tallado en piedra duerme en las arcadas del pórtico.

Debajo de esta arcada duerme quieto. Yacija piedra gris de Soria hermosa. Hombre del siglo XII duerme, prieto. Duerme en la piedra pórtico: reposa. Duerme negruzco al cierzo amado frío en piedra blanca el sueño negro y hondo. Duerme un tiempo riada, tiempo río, tiempo caverna pedernal, sin fondo. Lecho piedra Moncayo, lecho caja de muerto, diminuto y boca arriba, oscuro pedernal lecho mortaja, piedra soriana muerta —¡piedra viva!—. Mi madre niña y tú piedra durmiente. Y antes, piedra que duerme. Y antes. Y antes. Y antes, nieve de Urbión y sol poniente y sol naciente y senos rebosantes. Y amapolas estirpe ensangrentando la primavera páramo presura, y piedra tú dormida, dormitando la noche piedra arcada de herradura. No, no te llego. Arribo tarde y sola la mano toca y tiembla y miro mudo. A orillas de la piedra y de la ola te contemplo milagro y mar desnudo.

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Y te arropo y cobijo de miradas al sol de agosto pĂĄramo amarillo, frĂ­o pecho carnal, venas heladas, dormido en el relente del tomillo...

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9 He cantado la ruina de los muros. Vi el capitel caído, la ojiva desgarrada, Montearagón en ruina, Frómista silencioso, la torre de Olmos ancestral almenas caídas, Carrión, Arlanza al viento nervio al aire, románicas columnas de mi tierra derribadas, losas lamidas, piedras más lamidas, horadadas, gastadas, losas cerro lejano color Urbión terciario, piedra trigal, pan piedra monumento, piedra centeno amada, cobijada, sembrada como grano, cogida como mies en las canteras, palpada como grupa de las hembras tocada como a vientre deseado, tallada, sexo caliza vigilado, palpado en roca, en lasca, bloque, sillar después, columna al fin, nervura, ojiva, garra, dovela, clave, ventanal, portento. Canté los muros de la patria mía: “Ruina hoy mi pecho es piedra derribada. Ruina me duelen los costados. Ruina sillar el pecho hacia la n i e v e . Ruina corre la sangre por las manos...”.

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Calado hasta los huesos por la ruina corrí la patria entera: torre ancestral, Berlanga, Wamba, Arlanza, Carrión, Siresa, Jaca, Sos. No leeréis el poema. Lo destruyo. Los muros ya no importan. Las mieses ya no importan. Ojivas derribadas ya no importan. Fustes abandonados, versos rotos, capiteles poemas desgarrados, ruina versos malditos, mieses verso olvidado, os niego el nombre mío, os repudio en entero, queja antigua Ruán verdad de antaño, quejumbre niebla nórdica vivida, atardecer del páramo esperado, queja de entonces fría, verso de entonces luto, “venid y vez peñascos los costados, tocad los hombros rocas de las cumbres, hoy traspaso las cimas inmortales...”. Hoy me quedo en las cimas manantiales. Como la ruina muro derribada, como el sillar caído torre padre, como el muro Berlanga despojado, todavía a este lado de la muerte, hombre pueblo al acaso de las horas, poderío al acaso del estío, vagabundo en los vientos del agosto, poder riqueza oreo del verano,

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ahora y aquí, sesenta y uno, marzo, treinta y dos años pecho padre macho, varón para la hembra y para el árbol, macho al acecho de la curva airosa, pechuga nueva primavera, ruina carnal, piedra carnal, sillar enhiesto, capitel todavía de ramajes, muro sostén de muros todavía, declaro que en el polvo de los siglos futuros, caído de la almena, dovela desplazada, clave de arco belleza, sillar de más dejado sin oficio, como las ruinas de la patria mía me sea yo mi propio monumento.

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10 Y cuando el tiempo se queda petrificado, y la casa duerme. Y duerme el niño. Y pongo en la pared la mirada. Y me sacudo y me yergo como en pie de guerra el alma, y lanzo al vuelo colmenas y enjambres de campanadas, y cuando voy como en sueños sobre la piedra nevada como pisando enterrados y humaredas y riadas; y llamo a los vidrios, llamo frente a las puertas cerradas como buscando vilanos perdidos, no sé... La casa de repente derribada, mi hijo de repente frío, enterrado, tú enterrada, y yo solo en la tiniebla, loco de sol y campanas oyendo llantos y risas desde las nubes lejanas...

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11 Entre Saint Cloud y Sèvres, ruta retorno a casa, la hilera de castaños a la orilla del agua. Ribera Sena arriba, castaños de septiembre a la derecha, alzando la enramada al relente, todavía fecundos en su verdor más agrio, dando al ocaso tiernos resplandores dorados. Castaños siglos, copas tan de repente abiertas a los ojos cansados de tanta carretera, castaños enramadas como hembras del otoño, color cuello dorado sobre los montes de oro, como desmelenados cuerpos de ansia desnudos, hojas pechos pujantes, hojas deseo muslos, casi espesura carne, rumor jadeo de hembra, tanta hoja al sol movida sensual en la ribera,

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Sena arriba me toco varรณn temblor mojado, olfateando la hembra desnuda del verano.

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12 Con los vientos de marzo me he quedado frío, cogido el pecho, ronco y triste, tosiendo cierzo marzo por la casa, lleno el pulmón del viento valle frío, la cabeza apretada de neblina, los ojos al alcance de la fiebre, tropezando en las puertas, dando tumbos por las esquinas de París. Ahora abro un libro pasión, una hoja densa: pobladores de Amaya siglo doce, caravanas de pechos desde el norte con las hembras al lado descendiendo montaña abajo, cordillera cántabra, a las secas riberas del Arlanza... Me duele la cabeza, me desgarran relámpagos el cráneo sometido. Me recorren los brazos sacudidas frías como la piedra. Notre Dame es como un cráneo entre la bruma. Duele verle erizado a la intemperie, saberle con relámpagos frenéticos, fríos como la piedra ojiva, fuste, románico fervor talla menuda de un capitel bellísimo allá al fondo, pasada la columna cuarta o quinta... Toso otra vez. Mis bronquios se desgarran. Me duele el pecho en carne viva. Garras me clavan uñas por de dentro, púas como la frente fría Collarada al ventarrón noviembre Pirineo,

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cuando amante podrido de quererte te miraba al volante de mi coche, Somport arriba, hacia el invierno extraño, hacia el catarro esclavitud norteño. Pienso en tus muslos cálidos y duros. Quiero tocarlos con mis manos rojas. Quiero hundir mi cabeza entre tus muslos. Quiero cogerte de los hombros duros, derribarte al abrigo de las hayas, hembra gozada boca arriba... Qué sofoco la frente enardecida al sol, quemada al sol de los abetos, valle Zuriza contemplado, amado, selva de Ordesa del estío claro, todavía los brazos robustísimos, todavía peludo el torso de hombre, varón bisonte cuaternario entero, con mi hijo de la mano roca arriba, Pirineo imponente poseyendo boca abajo la tierra revolcada... Toso ronco mistral de los cipreses. Vedme por Entremont. Busco tomillo, uva del sur, olivas soleadas, mediterráneas frutas espumosas, y el cielo duro como piedra, duro. Toso otra vez, viento montaña ronco. Este catarro ya me está...

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13 He descubierto a un hombre. Le he visto amargo babear mi oreo. Hemos reído juntos calle arriba, calle abajo, bebiendo del buen vino de las bajas tabernas otoñales; buceamos los siglos de la patria, hablamos a las gentes desde arriba, él mintiéndoles versos sobornados, yo de la recia hombría de la tierra. Le tuve por amigo, por hermano en la tierra. por hermano extramuros de la patria. Y hoy a las doce en punto, sol febrero Madrid, me han desvelado la carcoma ceniza de su entraña, su babear de cieno y de mentira, su mano que apuñala por la espalda, su inocencia veneno repugnante, su fangosa sonrisa, su alma abismal, viscosa, toda cieno. Me ha clavado puñales por la espalda; me ha apedreado oculto, me ha infamado, me ha dañado en el mismo pan del hijo, ha envidiado mi coche poderoso, me ha envidiado treinta años macho pecho, me ha envidiado la estirpe tierra trigo, ave rapiña del ochavo, arañador maravedí del cobre, serpiente de la mano por la espalda, fusilero de antaño y en potencia, conciencia ventanal a todo viento,

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babosa lagartija, grajo mano carnosa, resbaladiza, espesa, fangosa. Hombre se dice. No escribirĂŠ su nombre, no lo digo. Que le pudra la muerte en el olvido. Que se pudra en la noche solitaria.

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14 Te quiero, te amo, te amo, te poseo, hembra vigor de muslos avideces, hembra pechos dolidos en mis manos, caderas sometidas en mis manos, boca abierta chupada largamente, te he besado animal el cuello duro, me has besado la boca valle grande, me has tocado los hombros peñas duras, me has recorrido el pecho con las manos, me has sentido animal la boca fiebre, cuerpo todo ocultado por mi cuerpo, cuello besado, cuello más besado, hombros caídos, brazos anudados, oleaje melena apetecido, vorágine oleada del deseo, vertiginoso cauce poderío, sobre ti, contra ti, tenida, habida; te quiero, te amo, te amo inextinguible.

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15 El pino de Oroel, hecho y derecho para el largo cortar de la garlopa, alto desde la piedra y el helecho hasta el viento nevado de la copa; el pino de la Peña Oroel que alza al día su enramada norteña, pirenaica y sombría; pino donde me apoyo y cobro aliento que es viento en Collarada y es en mi pecho un viento de resina y nevada; aragonés de nudos y madera hasta en el porte altivo, pino tenaz de savia y de cantera y de águila y de chivo; yo que vengo del cerro y del tomillo, del llano y la chicharra, del trigal amarillo, de la soberbia y de la garra; yo, pino, que me erijo poderoso de silencio y riqueza, castellano de rabia y más nudoso quizá que tu corteza, a tu sombra olorosa abro cobijo contra este sol de julio que ahora abruma, y aquí tendido reino y rijo, montaña, valle, nube, espuma.

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16 Para Domingo, muerto silenciosamente.

Ya no podrán contigo las ventanas rejas, ni los inviernos bajo cero, ni los libros vendidos bajo cuerda ni los días bebidos en silencio; ni las fuertes columnas de la plaza te sostendrán las casas y los techos, ni la sombra altitud de la trastienda ya no podrán frente a tu pecho.

Torozos ovejunos tomillares ni oyen ni saben, yertos; cierzo de nadie, auroras despiadadas, montes de siempre quietos. Ni nuestro río padre que amamanta río padre de ríos, río Duero, ni tu casa de adobe en las afueras, ni tu abrigo raído de maestro.

Cierra la puerta. Salas indefensas se te nutren de tierra y de silencio; libros abandonados y ofrecidos desmayan de crepúsculos terreros. Por las flores del cardo y del espino —llano de San Isidro grande— al viento, tierra tres de la tarde del estío, poderío se quejan en los cerros, buscándote los hombros de hombre sano, salud poder, Domingo cementerio. Hablo de tus maletas preparadas en todos los andenes del misterio, de tu tabaco negro no fumado, de tus cerros quemados, de tus cerros,

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de tu pluma cargada que no ha escrito ni el nombre del arroyo ni el del verso, ni el muslo de las hembras sometidas, ni el pan mordido —cárcel— del centeno. Como animal te has ido de la tierra: buitres que vi caídos en barbechos, bueyes del llano derribados fuertes, lobos aparecidos sin rastreo que miramos de lejos y enterramos bajo noches de estrellas y silencio. Como de pecho a pecho y de hombre a hombre, sin palabras vacías y sin gestos, me cruzas en las calles maldecidas, te sacudes las balas y los muertos, desempolvas papeles entrañables, me regalas un libro mañanero y te quedas callado como un hombre, castellano de rabia paramero.

Entretanto yo subo cabrío el Pirineo, muerdo la aulaga de Oroel y tomo posesión de la nieve veraniego.

Mientras los montes me abren sus corolas vientos te rondan de misterio, hasta un enero gris de frío y niebla lejos de ti: Domingo ha muerto.

Ya está. Ahora descansas en el foso. A cientos de kilómetros te pienso. Me has vendido un Machado un junio hermoso. Me has vendido un Guillén de brillo y verso. Me has apretado en despedida manos y palabras medidas pordiosero,

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parco en la voz y largo en la oleada, hombre de tierra pinariego. “Porque nací en un valle de Torozos...” Porque estás en un llano cementerio. Porque eres y seré raíz del cardo y porque nadie somos ni sabemos, porque la luz del llano nos ha herido de amor encina, amor Pisuerga Duero, porque ni tú ni yo, Domingo, hablamos sino lo justo, así nos pudriremos. En vacación de agosto vuelvo solo: Arroyo Santa Cruz, tierras, barbechos, cauces sin agua ya sequía pura, calandrias en el aire azul sereno, las calles entrañables del milagro, el desgarrón profundo del encuentro, la puerta y el jadeo de no verte, los libros solos de la tienda. El viento. Si tienes sed, murmúramela ronco. Agua te llevaré a la tumba entero. Un cardo espina te pondré en la tierra, una brizna tomillo paramero, una página buena de un buen libro, unas hierbas menudas de un barbecho, y sin palabras, parco hasta en la muerte, me iré por los cipreses grandes, negros.

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17 Cada vez menos la risa. Menos cada vez el mar. Menos la mano que tiembla y el pájaro que se va. ¿Qué será? Será que se pone triste de invierno y de soledad y sabe que su palabra, morirá. Y ya acabado el temblor, amainado el temporal, el pájaro poseído, la mano colmada ya, se está diciendo: ¿Qué has hecho, qué meditas, majestad? Y se responde: ¿Qué haces, palabra que morirá? ¿Qué has hecho tú por nosotros y por nuestra libertad?

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18 No os engañéis, no me engañéis. No quiero. Obra —palabra grande— apenas nada, erosionada ya como mis cerros, a ras de roca ya, osamenta cruda al viento grande de mi tierra, al cierzo. Niño desencajado de sirenas yo solo hacia Portillo, con el miedo de ocho años mordido y cuatro hermanos y un padre en los vagones gigantescos desenganchados, puerto abajo, muerte certera —¡no!—, labriego calloso y una madre lejanía de páramo Carrión y chopo esbelto. No maldije las manos en la horca. No he hablado de los niños descubiertos invernales, famélicos de noches de espanto. Yo lo fui, lo juro. Puedo jurar más: que jugar era una tapia, San Isidro al oeste, hacia el Esgueva, las seis de la mañana y yo despierto contemplando las muecas derribadas de los muertos. Pero luego, pinares de Antequera, chopos de hacia Simancas, los jilgueros cantando con los cerros lejanísimos, y Pico Aguja y cornamentas duras de bueyes sometidos, los barbechos de la estirpe poblando de trigales las nieblas de febrero, y yo sobre la tierra poderío, adolescente ya velludo el pecho.

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(España debatida, descarnada, desgarrada, arrancada, llanto, trueno, puño cerrado, callejón cerrado, niños desnudos, violados pechos, hembras hambre y varones descarnados dichos así a los cuatro vientos.) España amor llanura claro Duero, muralla derruida hermoso Duero, piedra sillar caída orilla Duero, te amo, corazón niño hacia Portillo, te amo, madre llorosa bombardeo, te amo, padre calloso derribado, te amo, Domingo amigo muerto, Retascón del adobe frío, piedra, Wamba, Vicor, Despeñaperros... Hembra España pedida, babeada, jadeada, tenida a brazo entero, de hembra a varón, de muslo a muslo carne, carnal amante, amada tierra fuego, oceánica paz paja quemada, morada estirpe pedernal, te quiero. Te he jadeado de bisontes negros. Te he ascendido arañado Pirineo. Te he nadado tus aguas río Duero. Te he amamantado encinas meseteño. Te he chupado la luz agosto Toro, Lora, Torozos, Sos. Los cerros. Basta. No os engañéis, no me engañéis. No quiero. Ni ahora ni nunca la Obra —gran palabra— mía. Yo me condeno. Rígida, inerte, yerta, tierra. Obra: caja de muerto.

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y 19 Me sabéis treinta y dos años enteros. Me sabéis extramuros poderoso. Padre me conocéis y hombre maduro. Hijo de padre me sabéis caído. Nada recuerdo de estos años. Vivo cuencas diversas, luces derramadas, carreteras fugaces recorridas, reír de mansedumbre por de fuera, gestos cordiales de hombre que se oculta, apretones de manos velocísimos. Años enteros he callado el luto. Verso herido de entonces, verbo de entonces luto, blanca pasión de entonces, hogueras de San Juan de entonces blancas, mano abierta de entonces y sin fruto, niebla de entonces en la piedra ojiva, paz de entonces alivio nocherniego, paz de sabiduría entonces fuego, gozo de entonces hijo acariciado, gozo de entonces hijo dolorido, gozo hijo de la mano arriba, a Jouques, amor mano en la mano compañera, con tanto sol tomillo en los pulmones, con tanta luz espliego en la mirada, tanto mediterráneo azul dormido, tanto ciprés mistral casi fraterno, y el verbo fatigado, y el silencio vivido, y la muerte en el verbo doblegado, y la muerte en el verbo escalofrío, —condena a muerte— primavera hermosa, pálido verbo del delirio. No volveré, ciudad de luz dorada,

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a tus tardes de rama ennegrecida. Hojarasca de otoño rumorosa, no veré vuestros álamos desnudos. Melancolía azul Santa Victoria, no volveré al imperio de tu piedra. Viento varón de Jouques de noviembre, jamás abriré el pecho a tu osadía. Playas dormidas de la costa de oro, borrad mis huellas últimas. Hombre de treinta y dos años enteros, pecho velludo otero milenario, brazo robusto músculo curtido, frente terrón barbecho abandonado, reclamo poderoso mi dominio, hablo inmortal calandria mañanía, hablo manada toro de los pastos, hablo resina pino fecundante, hablo vuelo sereno de las águilas, hablo hijo de la mano lejanía, perfil de Amaya, Picos de Cervera, Collarada terciario revivido, Pan de la Horca hermoso, pinos de hacia Simancas fraternales, Pico Aguja fervor tarde de estío, robustez Oroel patriarca hermoso, sillar umbral morada, carne sol de Castilla, mano pezuña y verbo inaugurado, libertad de Pancorbo hasta la nieve, venid y ved peñascos los costados, tocad los hombros rocas de las cumbres, ved la boca hontanar inagotable. Ya no podrán conmigo, verbo rabia de viento poderío hoy traspaso las cimas inmortales.

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