Baudrillard y el cuerpo. (Adelanto)

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...aĂşn no me ha abandonado el sentimiento de humanidad I. Kant



Baudrillard y el cuerpo

Colecci贸n Humanitas


Colección: Humanitas Director: Carlos Ruta

Cenci, Walter Baudrillard y el cuerpo: metamorfosis, metafísica y simulación / Walter Cenci 1a ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Jorge Baudino Ediciones; Gral. San Martín: UNSAM Edita, 2016. 232 pp.; 21 x 15 cm. - (Humanitas / Ruta, Carlos) ISBN 978-987-1788-26-2

1. Cuerpo Humano. 2. Filosofía. 3. Antropología. I. Título. CDD 306

1ª edición, febrero de 2016 © 2016 Walter Cenci © 2016 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín © 2016 Jorge Baudino Ediciones UNSAM EDITA:

Campus Miguelete. Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (B1650HMK), provincia de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsamedita.unsam.edu.ar Jorge Baudino Ediciones: Fray Cayetano Rodríguez 885 (C1406AWM), Ciudad Autónoma de Buenos Aires info@baudinoediciones.com.ar Diseño de tapa e interior / Fotografía de tapa: Ángel Vega Edición digital: María Laura Alori Corrección: María Laura Petz Se imprimieron 500 ejemplares de esta obra durante el mes de febredo de 2016 en: Coop. Chilavert Artes Gráficas, Chilavert 1136, CABA Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723 Editado e impreso en la Argentina Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.


Baudrillard y el cuerpo Walter Cenci

Colecci贸n Humanitas

Metamorfosis, metaf铆sica y simulaci贸n



palabras liminares por Enrique Corti introducción

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Capítulo I

el cuerpo y sus registros 1. La metamorfosis: el cuerpo como apariencia 2. La metáfora y la realidad metafísica del cuerpo 3. La hiperrealidad del cuerpo: la metástasis

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Capítulo II

el cuerpo: modelo y exorcismo 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

Modelos de cuerpo: finalidades de los sistemas El cadáver: doble muerto y supervivencia La carne sagrada o el cuerpo de ultratumba La momia: escatología, medicina e intercambio simbólico Producción y funcionalidad: el robot El maniquí o los signos liberados La anagramatización del cuerpo El cuerpo objetual

65 65 66 70 72 77 79 83 86

Capítulo III

la condición rehén 1. La regla simbólica del cuerpo 2. La obesidad y la anorexia, salida de escena y desaparición por defecto del cuerpo 3. La sexualidad superflua 4. La desnudez simbólica 5. Anestesia, anorexia, hipocondría 6. Inmunología: dominio simbólico, lógica rehén y artificialidad 7. El sida o la defección simbólica del cuerpo 8. El destino de la hospitalidad

93 93 96 100 102 106 109 113 126

Capítulo IV

el doble y el cuerpo 1. 3. 3. 4.

El doble y la condición del cuerpo Intercambio simbólico, alteridad y diferencia El doble, desdoblamiento y duplicidad La seducción y el intercambio simbólico con el Otro

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5. La fascinación y la Mismidad del Otro 6. La ominosidad del Otro: lo siniestro 7. La indiferencia y las prótesis del Otro 8. El clon y el fin de la singularidad del cuerpo 9. La sombra cibernética 10. El ADN o la (des)ontología matricial 11. El holograma y la realidad virtual del cuerpo

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Capítulo V

el destino de la pasión 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.

La alteridad y la pasión El deseo o la pasión metafísica La pasión encantada: la seducción La desaparición del Otro y la pasión alterada La deyección del valor y la pasión viral La indiferencia y la fascinación: el nihilismo pasional Los fenómenos marginales de la pasión

181 181 185 196 202 206 208 217

conclusión

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bibliografía

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PALABRAS LIMINARES

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l texto de Walter Cenci que tenemos hoy delante de nuestros ojos, presupone por parte de su autor un largo tiempo de elaboración y una morosa lectura –como aquella que recomendaba Amado Alonso para abordar el Quijote, comparándola con la morosa andadura de Rocinante por los senderos de la llanura manchega– de los textos de Baudrillard así como de innumerables textos de otros destacados lectores del pensador francés. Como él señala, lo valioso del pensamiento de Baudrillard en función de dos variables, los fenómenos contemporáneos vistos en su recorrido histórico aunque no historiográfico, y sus mutaciones en Occidente, así como un urdido trabajo de elaboración categorial para dar cuenta de ellos. Esto haría acreedor a Baudrillard de aquella característica atribuida por Deleuze al pensamiento, a saber, la generación de conceptos de valor instrumental capaces de servir como herramientas, aunque no de herramientas meramente sustitutivas, representativas y estáticas en esta su función, sino móviles y participantes de las mutaciones del mundo; conceptos que, en pacto con las cosas, exigen de estas nuevos desarrollos y cierta rauda desenvoltura. Irrumpe en este punto Mallarmé con su metáfora del pensamiento como un lanzamiento de dados que desencadena en un acontecimientos de índole singular para las cosas que amplían el horizonte del pensamiento. A semejanza de aquellos atractores físicos –indicios que señalan trayectorias cósmicas de carácter heteróclito– Cenci señala en Baudrillard la seducción, la producción y la simulación, como indicios a partir de los cuales se propone localizar la condición singular del cuerpo en su versión humana. Devenido un referente actual, el cuerpo es sujeto de reflexión psicológica, sociológica, filosófica y antropológica adquiriendo tanto mayor relieve cuanto crece la reflexión sobre él y las diversas ópticas que lo consideran. Se tratará, entonces, de rastrear y dar consistencia teórica a las diversas “lógicas” del cuerpo, sus modelos, sus registros, sus metamorfosis y, especialmente, su singularidad. Cenci recorre el camino que se propone mediante una estrategia acotada a tres elementos: consistir las lógicas, los registros y modelos sobre el cuerpo;

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Palabras liminares establecer el estatus contemporáneo que lo asocia a distintas eventualidades epocales; extrapolar las ideas de Baudrillard referidas al cuerpo sobre otros hechos que vincularmente urden una trama con la problemática del cuerpo. Desde tal abordaje, veremos en la escena textual una reflexiva presentación del debate modernidad-posmodernidad, que es un elemento del pensamiento de Baudrillard. También presenciaremos la distancia que mantiene Occidente con otras versiones del cuerpo, por ejemplo la oriental. La metamorfosis, la metáfora y la metástasis, como formas de destinarse las cosas le proporcionan tres distintas oportunidades para encontrar una posible condición para el cuerpo. Se dan, por tanto, tres improntas primigenias para el cuerpo, de conformidad con ellas: ilusión, realidad, hiperrealidad. Después de la salida de la escena metafórica del cuerpo, entre el segundo estadio y el tercero, su hiperrealidad, se localiza la linde entre lo moderno y lo posmoderno de la simulación, que no incide únicamente sobre la metafísica moderna; asimismo, acecha la posibilidad misma de la ilusión, el cuerpo como ilusión radical. Este trabajo, como otros que lo precedieron editorialmente, revela la serena lucidez de Walter Cenci, lo trabajado de su elaboración categorial, y su emulación incontestable del pensamiento de Baudrillard. Enrique Corti

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INTRODUCCIÓN

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n sus Confesiones, Rousseau cuenta una bella e inquietante historia. Está en un bosque tirando piedras a los árboles; en un momento decide que si consigue pegarle a un árbol, a partir de ese momento todo le irá mejor en la vida. Tira y falla; esa no cuenta, se dice, y varios pasos más cerca del árbol, vuelve a fallar. Esta tampoco cuenta, se convence. No ha sido, todo lo anterior, más que la preparación, se dice, la que vale verdaderamente es la próxima. Finalmente, ya a unos pocos centímetros del árbol, se asegura de tal modo el blanco que casi lo toca con las manos. Lanza la piedra que inexorablemente dará en el árbol y se dice: “lo logré, de ahora en adelante, mi vida será mejor que nunca”. La misma tentación recorre un trabajo de análisis y desarrollo teórico, que supone como premisa enunciar los objetivos, apuntarlos claramente a fin de garantizar el recorrido ulterior de su análisis. Acercarse a su objeto, tantear las condiciones de posibilidad y finalmente dar en el blanco. La sospecha de entrever la realidad de un objeto de análisis, de una teoría que pueda abocarse sin intermitencias a su estudio, se instala sobre la necesidad de suponer un ordenamiento previo, una configuración estable que garantice los resultados, un método que esté a salvo de la vacilación y que sea certero en sus consideraciones. Cuando ese blanco de estudio es justamente el cuerpo, puede que sea de mal augurio lanzar la piedra, pero esa tarea es inevitable, como lo es estudiar el mapa antes de iniciar el recorrido del territorio; marcar la línea de intenciones e hipótesis y mantener la sensación de que de ahora en adelante todo irá mejor que nunca. En la configuración contemporánea del pensamiento, ya sea a través de las ciencias naturales o de las humanas, así como en la literatura y en el arte en general, el cuerpo ocupa un lugar destacado de reflexión, de análisis, de exposición y de preocupación, y su destino no es particularmente otro que el del resto de los componentes del hombre y la cultura. Hoy el pensamiento intenta realizar el diagnóstico de la Modernidad, tanto para legitimar su continuidad como para indicar que es acechada en su lógica misma, dando lugar a la irrupción de

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Introducción la Posmodernidad, (compleja de definir). El cuerpo, como figura paradigmática, tampoco queda al margen de esta situación inestable. Determinar si se trata de una crisis o de un cambio de fase definitivo de la Modernidad es parte medular de la obra de Baudrillard y este trabajo tiene como objetivo plantear que tanto el orden moderno como el posmoderno dejan sus huellas a través del cuerpo; por medio de él se puede trazar la divisoria o la continuidad entre ambos procesos. Se trata, por ende, de situar al cuerpo como instancia de diagnóstico, no en un sentido clínico, sino histórico y epocal; en él se instauran los registros, los modelos y las lógicas que hacen al desarrollo histórico de Occidente, así como a la situación singular de cada recorte epocal y cultural. Al mismo tiempo, la intención del trabajo es determinar la posición propia de este autor con respecto al cuerpo: ¿Es posible un estatuto distinto a la condición representacional del cuerpo, así como otro destino que no sea el orden de la simulación? La respuesta a estos interrogantes, a la luz de la seducción y la metamorfosis, tendrá en cuenta las diversas circunstancias que se intercalan en el entrecruzamiento de los tres órdenes que describe Baudrillard. En la perspectiva de la obra de Jean Baudrillard no hay una configuración lineal en el análisis de las problemáticas planteadas, tampoco hay una intención de trazar un work in progress en el devenir de sus textos. Por ende, para poder desarrollar conceptualmente el problema del cuerpo en sus textos, no hay que tener en cuenta solo el rastreo cronológico del tema, sino la focalización de diversos ejes temáticos en los cuales circunscribir un análisis que perfile las características del cuerpo significativas para este pensador. Esta decisión implica metodológicamente poder atravesar el arco teórico que nutre (pero que también traspasa) la propia apuesta teórica de Baudrillard. Proveniente de la sociología, cruza las distintas instancias teóricas del espectro del pensamiento contemporáneo, como la semiología, el psicoanálisis, el estructuralismo, etc., estableciendo uno de los diagnósticos más claros de los fenómenos característicos de nuestra época. Baudrillard ha analizado el cuerpo de manera particular –no como tema central de alguna de sus obras, como sucede en autores como M. Merleau Ponty o M. Foucault, quienes han trabajado de manera explícita y con una intención específica–, se ocupa de él dentro de una reflexión genérica de la situación contemporánea de la cultura. Visualizar cómo se inserta en la constelación epocal, junto con otros fenómenos, y realizar una genealogía indicando las mutaciones, los cambios de órdenes y de valores en torno al cuerpo es la tarea que se propone este análisis. Una vez trazado este campo planteado por Baudrillard, se puede llevar a cabo una reflexión que se extiende hacia otros planteos pertinentes al tema. Si bien es posible establecer como criterio el seguir cronológicamente los pasos de Baudrillard, la perspectiva de este trabajo es recorrer oblicuamente su

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Walter Cenci obra a través del rastreo del cuerpo y de distintas problemáticas que con él se articulan. Las recurrencias y las inflexiones teóricas, los cambios terminológicos y conceptuales que los distintos momentos de la obra de Baudrillard presentan, se intercalan según la necesidad del texto y el desarrollo de los diferentes planteos que se exponen. El valor del pensamiento de Baudrillard se sostiene sobre dos variables que componen un único movimiento teórico: el análisis de fenómenos contemporáneos a la luz de su recorrido histórico (no historiográfico) y su mutación en el universo del desarrollo de Occidente y, al mismo tiempo, la construcción terminológica, la instauración de nuevos conceptos que pueden dar cuenta de esos fenómenos y su condición. En este sentido, este pensador participaría de la característica que Deleuze indica para el pensamiento: la creación de conceptos como herramientas, como instrumentos; ahora bien, su función no sería el solo reflejo de las cosas, sino participar del movimiento del mundo, generar un pacto con las cosas, ser su punto límite y, a su vez, exigirles un nuevo desarrollo, aventurando un desenvolvimiento para que las cosas mismas puedan seguir esa vía. Mallarmé lo expresa del siguiente modo: Todo pensamiento lanza un golpe de dados, para que luego desencadenen un destino singular para las cosas, corriendo así el límite de reflexión. Todo pensamiento es un acontecimiento que marca el rumbo de las cosas, como los atractores extraños de los que habla la física, puntos estelares que indican trayectorias heteróclitas en el cosmos. Tres grandes atractores presenta Baudrillard: la seducción, la producción y la simulación. Este trabajo intenta localizar la condición del cuerpo en las implicancias teóricas que de ellas se desprenden. De este modo, el desarrollo de este trabajo implica sumergirse en las vías de reflexión que Baudrillard plantea y extraer de allí el lugar singular del cuerpo. Convertido en una de las referencias de análisis más recurrente en el pensamiento de hoy, el cuerpo es abordado tanto desde la medicina, como desde la psicología, la sociología, la antropología o la filosofía; cualquiera de estas disciplinas define alguna posición y decide una condición para él. Esto cobra mayor relieve cuando se comprende la condición contemporánea del cuerpo y sus vicisitudes, de qué modo está determinado y qué alcances tiene su estado contemporáneo. Fijar las lógicas en las que se inscribe el cuerpo, sus peripecias y asignaciones respectivas, los modelos y registros, así como su metamorfosis y su singularidad es el espíritu de este texto. Proponerse reconstruir el trazado irregular de la obra de Baudrillard a la luz de un tema como es el cuerpo, que irradia de modo intermitente en sus textos, supone abordar una estrategia teórica particular que se circunscribe en tres puntos: 1) las lógicas, los registros y los modelos que determinan al cuerpo;

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Introducción 2) su estatuto contemporáneo que lo sitúa en vinculación con otros fenómenos epocales y, finalmente; 3) proyectar el pensamiento de Baudrillard sobre otros acontecimientos que se entrecruzan con la problemática del cuerpo. Bajo estos tres puntos corre en filigrana una interrogación global y que hace de marco al trabajo: el debate Modernidad-Posmodernidad, en el que este autor se halla inserto, aunque no sea material de reflexión específico de su pensamiento. ¿Son el cuerpo y las teorizaciones que sobre él se plantean, instancias que muestran este cambio de fase en la historia de Occidente, haciendo de tal modo su aporte al diagnóstico del mundo contemporáneo y sus mutaciones? El desarrollo de este análisis busca localizar, bajo la terminología y el pensamiento de Baudrillard, los puntos medulares del movimiento interno de Occidente en relación al cuerpo, así como su distancia con otras formas culturales en especial referidas por él como los pueblos primitivos o como puede ser, de manera genérica, Oriente. En El otro por sí mismo, presenta la Metamorfosis, la Metáfora y la Metástasis, no solo como figuras teóricas, sino como formas de destinarse las cosas y en ellas, como registros que le dan tres distintas alternativas para que el cuerpo encuentre una condición posible. De ese modo, hay tres primeras determinaciones para el cuerpo según estos registros: el cuerpo como ilusión, como posibilidad que ofrece la metamorfosis del mundo; el cuerpo como realidad, tal como sucede en el esquema moderno trazado por la condición metafísica de la metáfora y, como tercer posibilidad, el cuerpo hiperreal, determinado desde la operatoria de la simulación, funcionando en las coordenadas de la metástasis. En el pasaje que va del segundo al tercer registro, es decir, luego de la salida de la escena moderna, metafórica del cuerpo, hacia la determinación hiperreal del cuerpo, es donde se puede localizar el pasaje del territorio moderno a la dimensión posmoderna de la simulación, cuya operación no solo afecta a la instancia metafísica moderna, también acecha de manera certera a la posibilidad de la ilusión, del cuerpo como ilusión radical. Luego de este primer rastreo, de la ubicación otorgada por estos tres registros, se trata de encontrar otras asignaciones para el cuerpo, esta vez ofrecidas por distintas instancias que le indican al cuerpo modelos de inscripción particulares: la medicina, la religión, la economía política y la economía política del signo a través de la moda, cada una de ellas ofreciendo un ideal de cuerpo, con sus finalidades y determinaciones. Si bien en la perspectiva de los tres registros, la metamorfosis es la apuesta de Baudrillard, aquí no se trata de buscar un modelo específico para el cuerpo, sino de salir del orden de los modelos de cuerpo para encontrar la figura en la cual el autor encuentra su posición frente al cuerpo: el cuerpo mismo como antimodelo, como organismo determinado simbólicamente, no estructurado bajo un modelo, sino diseminado rigurosamente por acción de

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Walter Cenci una regla, que denominamos anagramática, en función de una analogía con el lenguaje y la operación que genera el anagrama como figura retórica en el juego de las posibilidades del lenguaje. Esta condición anagramática del cuerpo se piensa junto a su cualidad objetual; no un cuerpo sujeto, sino objeto destinado a cumplir con su condición metamórfica y singular. Si hay un cuerpo sujeto, entramado en el esquema de la representación, también se puede pensar un cuerpo objeto, no representacional, sino entregado a su condición de pura apariencia y juego metamórfico, que llega a ese límite no subjetivo, y se convierte en alteridad. Es aquí donde se vuelve imprescindible una teoría del Otro, del Mismo y del doble, trazando entre ellos distintas vinculaciones que implican al cuerpo de maneras particulares. Sobre el pacto de alteridad, el Otro y el Mismo nunca se confunden, no se mimetizan porque entre ellos el doble aparece como figura de mediación. Pero cuando ya no se traza entre el Otro y el Mismo la divisoria de la alteridad, sino la distancia débil de la diferencia, el doble deja de ser una figura de mediación y se convierte en un partenaire de negociación: ya no se pacta la alteridad recíproca, sino la diferencia y la identidad. En este universo, que es el de la metafísica, el cuerpo queda procesado como drama psíquico, actuando sobre él la trama de lo inconsciente. Aquí el cuerpo asume la condición de representación y en esa medida se convierte en un cuerpo psicológico que teatraliza el imaginario subjetivo. Ahora bien, junto a los registros y a los modelos de cuerpo, también se articulan en Baudrillard las lógicas del cuerpo y de los fenómenos contemporáneos que le son afines: lógica rehén, artificialidad técnica, hospitalidad viral y paradoja de la inmunidad, se yuxtaponen en la dinámica contemporánea, donde la obesidad, la anorexia, el sida, etc., son estigmas epocales que se irradian desde la misma determinación que otros fenómenos de igual vértigo, como los virus informáticos, el terrorismo, las crisis bursátiles, etc. Estas lógicas trazan el mapa del horizonte de la simulación, de una operación por códigos en la cual el cuerpo queda reducido a su fórmula genética y su propia realidad no es más que la constatación genética. Se da un pasaje de la dimensión simbólica del doble, a la dimensión de simulación de las prótesis. Aquí nace la interrogación antropológica por antonomasia de esta época, una pregunta que no se hace a la luz de la determinación simbólica del pacto y la relación con el Otro, sino bajo el cercamiento de la interactividad, del contacto y la performance con las prótesis: “¿Soy un hombre, soy una máquina? Hoy ya no hay respuesta para esta pregunta. Real y subjetivamente yo soy un hombre; virtualmente soy una máquina”.1 Esta duda queda en la indetermi1 Jean Baudrillard. “Videosfera y sujeto fractal”, en Videoculturas de fin de siglo. Madrid, Cátedra, 1998, p. 33.

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Introducción nación porque hemos traspasado el umbral ante el cual aún podíamos decidir sobre ello. Hemos alcanzado lo que Baudrillard denomina hipertelia, el paso más allá en el cual la escena del cuerpo era posible y permitía su reflejo. Dicho en otros términos, la instancia de la Modernidad se debilita, se agota, para dar lugar a un estado original de las cosas que, de una manera todavía incómoda, denominamos Posmodernidad: ya no hay un sujeto blindado en la racionalidad ni en el deseo que pueda seguir sosteniéndose en esta dimensión fractal. Como diría Baudrillard, la historia deja de ser una referencia para el ordenamiento de los acontecimientos cuando el tiempo se resuelve en la instantaneidad y en la simultaneidad de las redes. Registros, modelos y lógicas circunscriben este análisis sobre el cuerpo, resta una teoría de Baudrillard sobre la pasión. El destino de la pasión. Del cuerpo como escenario, como entramado de inhibiciones y síntomas, de deseo y angustia, al cuerpo anestesiado y extasiado simultáneamente en el orden de la simulación. En su estatuto contemporáneo, el cuerpo ya no es el lugar de la pasión sino del enervamiento; la pasión es la distancia, la polaridad afectiva entre el sujeto y el objeto, el enervamiento, en cambio, surge cuando el horizonte afectivo es convulsionado al ritmo de la confusión entre ambos polos. Este movimiento puede pensarse de un modo nietzscheano: de la pasión activa a la pasión reactiva, de la pasión como expansión del sujeto a la pasión como refracción viral y fractal, donde la pasión ya no es fruto de un pacto, sino una resistencia inmanente a la confusión entre el sujeto y el objeto, entre el Otro y el Mismo. Por eso, el destino de la pasión y la pasión como destino hoy se juega, como dice el autor, entre lo banal y lo fatal. La banalidad de la pasión oscila entre la indiferencia y la fascinación, la cualidad fatal de la pasión sigue siendo la seducción, el juego encantado de las apariencias, en el cual el cuerpo es objeto y cómplice. Finalmente, ¿hay un destino posible para el cuerpo en el orden simulado de los modelos? Con sus ideales y finalidades, cada sistema impone una asignación para el cuerpo; pero una asignación no es un destino. Por su parte, el orden genético es una indicación definitiva del cuerpo, pero no implica la condición simbólica del destino. ¿Sigue siendo el cuerpo una apariencia pura, encadenada al orden del mundo, una singularidad sostenida en su alteridad por el intercambio simbólico, o ha sido también subsumido por la hiperrealidad, por una estrategia desafectivizada y banal? El cuerpo como alteridad, como ilusión, con su juego de dobles, el cuerpo irreductible a la hiperrealidad, de un exotismo soberano que pueda consagrarse a un destino, soñar un poco todavía...

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CAPÍTULO I EL CUERPO Y SUS REGISTROS

En el léxico de un autor, ¿no es preciso que haya siempre una palabra-mana, una palabra cuya significación, ardiente, multiforme, inasible y como sagrada, dé la ilusión de que con ella se puede responder a todo? Esta palabra no es ni excéntrica ni central; es inmóvil y llevada, a la deriva, nunca instalada, siempre es atópica (que escapa de todo tópico), a la vez residuo y suplemento, significante que ocupa el lugar de todo significado. Esta palabra apareció en su obra poco a poco; primero se vio enmascarada tras la instancia de la Verdad (la de la Historia), luego por la de la Validez (la de los sistemas y las estructuras); ahora, brota y se expande; esta palabra-mana es la palabra “cuerpo”. Roland Barthes por Roland Barthes Roland Barthes La distancia del lenguaje, de la escena, del espejo, es superable para el cuerpo: y es en esto en lo que permanece humano y se presta al cambio. “Videosfera y sujeto fractal” Jean Baudrillard

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n El otro por sí mismo Baudrillard da un tríptico clave para comprender su pensamiento, tres instancias que permanentemente se entrecruzan en cada uno de sus planteos y son, siguiendo su perspectiva, los modos de establecer tres registros en los cuales se destina el mundo. Así es como plantea a la Metamorfosis, la Metáfora y la Metástasis, como tres operadores que no solo indican tres lógicas, sino que repercuten en la inmanencia de su teoría como llaves de su pensamiento; por lo tanto, siguiendo los entramados que de ellas se despliegan, se puede establecer el jalonamiento de la noción de cuerpo que presenta. No es azaroso que estos tres registros comiencen con el prefijo meta, sin embargo, su significación solo cobra una alusión suprasensible en el orden de la Metáfora, en donde se establece una duplicación de esferas, de sentidos, pero tanto la Metamorfosis como la Metástasis, implican un despliegue no trascendente sin necesidad de recurrir a una instancia externa que haga de referencia ya que ellas designan lógicas de movimiento inmanente. La Metamorfosis es del orden de la transmutación, un movimiento de alteridad recíproca de las cosas; la Metástasis, en cambio, es del orden de la desmultiplicación de lo mismo sin reconocer alteridad alguna; mientras que la Metáfora pertenece al orden de la proyección de un mundo, de una esfera de sentido y de realidad que se refleja en otra. En la circularidad teórica de estos tres registros se juegan las nociones fundamentales que plantea Baudrillard. Bajo la Metamorfosis se suceden la ilusión, el secreto, la seducción, el destino, el intercambio simbólico, lo femenino,

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Capítulo I - El cuerpo y sus registros la fatalidad, todos ellos teniendo una afinidad recíproca y desempeñando el valor de ser la apuesta, la base teórica jugada por Baudrillard en los distintos momentos de su obra. La Metáfora, como instancia metafísica implica la determinación de lo real, del principio de realidad, opera como referencia suprasensible del mundo, figura ideal y trascendente. La Metástasis, finalmente, no concierne ni a la ilusión ni a lo real, sino a lo hiperreal, que supone tanto la precesión de lo real (su anticipación simulada), como la anulación de la ilusión; la Metástasis implica una lógica no trascendente, sino inmanente, una inmanencia fractal, es decir, la desmultiplicación de los signos, de las imágenes, de la información operada por la saturación de los códigos y, al mismo tiempo, es una neutralización de las referencias, por lo cual estalla el orden de la trascendencia. La Metástasis es un proceso de alocamiento y proliferación, en una alteración de los códigos que operan bajo las paredes de cristal de la simulación. La inscripción del cuerpo y sus distintas figuraciones se desarrollan en el artículo “Metamorfosis Metáfora Metástasis”, donde Baudrillard establece su desenvolvimiento y mutación en el entramado de estos tres registros. Es por eso, que despuntando un análisis sobre este artículo se puede perfilar el modo en que Baudrillard teoriza la noción de cuerpo a la luz de los registros que él plantea.

1 la metamorfosis: el cuerpo como apariencia Podemos comenzar con una interrogación que cristaliza una serie de cuestiones sobre el cuerpo en su condición iniciática para Baudrillard: ¿Dónde está el cuerpo de la fábula, el cuerpo de la metamorfosis, el del puro encadenamiento de las apariencias, de una fluidez intemporal e insexual de las formas, el cuerpo ceremonial que hacen vivir las mitologías, o la Ópera de Pekín y los teatros orientales, o también la danza: cuerpo no individual, dual y fluido –cuerpo sin deseo–, pero capaz de todas las metamorfosis, cuerpo liberado del espejo de sí mismo, pero entregado a todas las seducciones?1

Como un corpúsculo fractal, esta cita condensa, de manera vertiginosa y ejemplar, la determinación del cuerpo en el registro de la metamorfosis, la presencia del cuerpo en el despliegue de la fábula, en la ficción original, que no conoce la identidad, ya sea la que surge de la diferencia de los sexos o la del tiempo en la cronología. En esta interrogación, Baudrillard sitúa la condición 1 Jean Baudrillard. El otro por sí mismo. Barcelona, Anagrama, 1988, p. 39.

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Walter Cenci mítica del cuerpo, no en el sentido trivial que se le atribuye contemporáneamente al mito, sino en el sentido encantado que implica el mito como fábula, que es justamente la articulación del relato, de las formas y apariencias que no están ligadas bajo la racionalidad del sentido, sino a un orden primordial de fluidez ceremonial. Es el cuerpo de las apariencias, el cuerpo como apariencia, y en tanto tal, desligado de cualquier profundidad, de cualquier gravedad que le impida fluir en una flotación encantada. Si bien este cuerpo no admite interioridad, porque no es un cuerpo subjetivo ni individual que encarne una racionalidad, no se entrega al azar, sino que su encadenamiento responde a una necesidad más suprema que la razón: la ceremonia. Cuerpo del ritual que vive en las mitologías, en la inmanencia de un mundo en el que es arrobado por el relato, y al mismo tiempo, arrebatado por el juego encantado de las apariencias que es, en Baudrillard, el juego de la seducción. La metamorfosis del cuerpo no conoce la alienación, porque tampoco se conoce a sí mismo, sino que se entrega, en tanto apariencia, a la ceremonia, entendida como un proceso ineluctable, reglado en cada uno de sus movimientos sin suponer la aceptación individual de sus participantes, ya que no opera bajo la voluntad, sino por una obligación mayor que es la participación ritual; por eso en el orden ceremonial no hay posibilidad de que se inscriban las instancias del deseo y de la ley. Todo se desarrolla en el ámbito de la necesidad superior que es la del antagonismo dual y el arbitrio de la regla y nunca por intermedio del deseo, ya que este requiere un repliegue sobre sí, bajo la sombra de la alienación y la ley. En la ceremonia siempre se es otro sin estar alienado, porque se trata de una oposición antagónica sin buscar la identidad, la apropiación de sí como sucede en el orden de la ley del deseo de reconocimiento. De este modo, para Baudrillard el cuerpo se libera de sí, no busca una imagen propia, sino el devenir en un encadenamiento dual. La identidad es la apuesta por la particularidad en su movimiento de alienación en la universalidad y su recuperación en el reconocimiento como ser individual. Baudrillard opone a esta identidad, la singularidad, que es la apariencia misma como alteridad radical, lo eternamente otro en movimiento dual y nunca la individualidad, dialécticamente idéntica a sí misma a través del registro de la universalidad. En La transparencia del mal expresa la diferencia entre el orden de la alteridad dual y su desenvolvimiento metamórfico y aquel que se ensambla por la ley que implica al deseo y a la alienación como constituyentes de la identidad. “La forma dual de la alteridad supone una metamorfosis inapelable, un reino inapelable de las apariencias y las metamorfosis. Yo no estoy alienado. Yo soy definitivamente otro. Yo no estoy sometido a la ley del deseo sino al

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Capítulo I - El cuerpo y sus registros artificio total de la regla. He perdido cualquier huella de un deseo propio”.2 Únicamente puede haber alienación cuando se busca la identidad, pero en tanto cualquier singularidad se encadene bajo el modo dual de la alteridad estará más allá de la alienación, ya que la alteridad radical la atraviesa, o más acá de ella y del deseo porque ni siquiera se plantea su condición singular como alienada o deseante. Es en la inmanencia de la regla donde la ceremonia pone al cuerpo en el deslizamiento de la metamorfosis y nunca en la trascendencia de la ley, en la operación suprasensible de la idea y su búsqueda de reconocimiento. Lo que se opone a la ley no es la transgresión, sino el artificio de la regla, su observancia ineluctable, que hace posible el juego del mundo y su ritualidad y, al mismo tiempo, borra cualquier vestigio, cualquier huella de la identidad. La pasión del cuerpo ritual es transfigurarse en las apariencias y perder las huellas de su identidad inicial, no se trata de eliminar simplemente la identidad, sino de resolver, en el artificio dual del juego, la “realidad” del cuerpo; el artificio opera precisamente como el escenario de la desaparición de la “realidad”. Siempre el juego debe ser mayor a cualquier jugador. Siempre la apariencia debe reinar como el secreto del mundo, porque las apariencias son el secreto mismo del mundo, “...así es como el mundo traiciona su secreto [el supuesto secreto de tener una ley, una profundidad]. Así es como se deja presentir, ocultándose detrás de las apariencias”.3 Del mismo modo, el cuerpo se deja presentir tras su propia apariencia, siempre reservando su secreto pero nunca revelándose, porque el secreto no es una verdad misteriosa a ser descubierta, sino aquello que se desliza bajo las formas, los signos, los atavíos que lo hacen resolverse en el ámbito iniciático del artificio. Este devenir en las apariencias envuelve al cuerpo en un movimiento que no remite a una determinación única, a una instalación específica, sino que lo ensambla en la configuración orgánica y seductora del mundo. Así lo dice Baudrillard: ¿Y qué seducción más violenta que la de cambiar de especie, transfigurarse en lo animal, lo vegetal, incluso lo mineral y lo inanimado? Este movimiento, que nos hace traidores a nuestra propia especie y nos entrega al vértigo de las demás, es el modelo de la seducción amorosa, que también apunta a la extrañeza del otro sexo y a la virtualidad de ser iniciado en él como en una especie animal o vegetal diferente.4

2 Jean Baudrillard. La transparencia del mal. Barcelona, Anagrama, 1991, p. 184. 3 Jean Baudrillard. El crimen perfecto. Barcelona, Anagrama, 1996, p. 11. 4 Jean Baudrillard. El otro por sí mismo. Op. cit., p. 39.

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Walter Cenci Tal es la apuesta de este pensador sobre la metamorfosis, elevarla al ámbito de la mutación de los reinos, a la transfiguración iniciática entre ellos y sus especies. Sin embargo, no se trata de un mestizaje promiscuo, de una unificación de todas las singularidades, sino que es, bajo la articulación del “modelo de la seducción amorosa”, aquello que hace entrar a las apariencias en el orden del vértigo del juego, que es el de la iniciación. La iniciación es el modo en que se destilan las singularidades en la extrañeza del otro, en la alteridad radical de los sexos, las especies, los reinos. Es la regla fundamental y el orden primordial del intercambio simbólico al cual se integra ceremonialmente. Ahora bien, ¿qué es el modelo de la seducción amorosa? En Las estrategias fatales, Baudrillard propone una triple instancia de regulación y organización de los signos, del cuerpo, de la pasión: La seducción como diferencia estética y ceremonial; el amor como diferencia moral y patética; la sexualidad como diferenciación psicológica, biológica y política. Tanto el amor como la sexualidad participan, en la medida en que son operadores de la diferencia, de la determinación metafísica, es decir, son modelos del ordenamiento de la diferencia en tanto esta juega su relación con la identidad. Solo la seducción remite al orden de la metamorfosis, cuyo pacto es ritual y su forma de vincular las cosas es bajo el orden de la alteridad recíproca.5

Entre estos tres modelos, ¿dónde queda “el modelo de la seducción amorosa”?, ¿es del orden del amor, bajo el régimen universal de la moral y su pathos metafísico, o pertenece a la instancia ceremonial, al juego ritual y estético (no en el sentido de una teoría del arte, sino al valor apariencial) de los signos? La seducción puede absorber, bajo el estatuto dual y antagonista al amor, como sucedía con el amor cortés y a la sexualidad como forma de ritualidad. Pero también sucede que el orden de la sexualidad, en la órbita del psicoanálisis, convierte a la seducción en un prolegómeno de ella, en un anticipo del goce sexual y no en una pasión como lo es en sí misma. Finalmente, el amor mismo puede conjurar a la seducción sospechando su inmoralidad, de ser una forma sibilina y desviadora del verdadero pathos amoroso, que aspira a la diferencia y la unificación bajo un principio universal. Entonces, “la seducción amorosa” que propone Baudrillard debe comprenderse como la instancia de la seducción propiamente, ya que el amor se convierte en juego, en una pasión articulada como pacto y artificio, lo mismo sucede con la sexualidad. Por lo tanto, el amor y la 5 Alteridad y diferencia son figuraciones determinantes que separan el registro de la metamorfosis y el de la metáfora.

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Capítulo I - El cuerpo y sus registros sexualidad pueden formar parte de la ceremonia del mundo y del intercambio simbólico de las pasiones bajo el modelo de la seducción. En el mismo texto, establece a la ceremonia como un orden que expresa la necesidad superior, la disposición que hace que las cosas se regulen de acuerdo a la fatalidad. Sobre esta dinámica de la ceremonia, sostiene Baudrillard: En el orden de los encadenamientos altamente convencionales y perfectamente regulados, en el orden de los encadenamientos vaciados de la más elevada necesidad, la ceremonia es el equivalente de la fatalidad. Encadenamiento extático como el del juego: la ceremonia carece de sentido, solo tiene una regla esotérica. Y carece de fin, puesto que es iniciática.6

De este modo, la ceremonia, en la comprensión de Baudrillard, ofrece una trama, un despliegue, que se articula no por la incorporación externa de una ley, de una figura trascendente, lo que aquí Baudrillard denomina “la más elevada necesidad”, que dé sentido y ordene desde fuera a los encadenamientos, sino que indica un movimiento interno movido por la fatalidad, que es el proceso extático que desde el origen indica el fin, siendo esta “la necesidad superior” de la fatalidad. No es, por lo tanto, teleológica la ceremonia, sino iniciática, es decir, ya desde el inicio se juegan las condiciones del fin bajo la destinación de la regla, del orden esotérico. La trascendencia, la ley, la teleología, son del orden exotérico y suprasensible, y por esto metafísico, en cambio la fatalidad regla a los acontecimientos desde la inmanencia del origen y el fin. Sigue en “Metamorfosis Metáfora Metástasis”: La fuerza de la metamorfosis está en el fondo de toda seducción, incluidas las de las formas más fáciles de sustitución, las de las caras, los roles, las máscaras. Rodeamos cada seducción de una metamorfosis, y rodeamos cada metamorfosis de un ceremonial. Así es la ley de las apariencias, y el cuerpo resulta el primer objeto atrapado en este juego.7

La metamorfosis y la seducción tienen una implicancia mutua, dado que se integran en un ciclo de reciprocidad ceremonial. Tanto la metamorfosis como reino y la seducción como movimiento de reversibilidad y sustitución, se articulan bajo la forma del rodeo. Esta condición del rodeo es la clave del ensamble 6 Jean Baudrillard. Las estrategias fatales. Barcelona, Anagrama, 1985, p. 179. 7 Jean Baudrillard. El otro por sí mismo. Op. cit., pp. 39-40.

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Walter Cenci de las apariencias, ya que no se trata de un proceso lineal de sustitución hasta alcanzar una figura ideal, como tampoco de un circuito, de una circularidad, donde cada apariencia se movería en mutación hasta volver sobre sí, sino que la metamorfosis opera como una espiral de cambio, de mutación inapelable donde la incumbencia fundamental está en el proceso mismo de transmutación, en la elipsis seductora del rodeo que combina a las apariencias. Esta mutación opera, como destaca Baudrillard, en primera instancia sobre el cuerpo; antes de que el cuerpo se integre a una ley y se determine como una estructura (como puede ser para el psicoanálisis la ley del Padre), primero es iniciado como apariencia, bajo la “ley de las apariencias”. Ley de las apariencias. Baudrillard es ambiguo aquí. Cuando debiera poner claramente regla, dice ley que, sin embargo, no debe ser entendida como proceso trascendente, sino que es justamente un juego, un intercambio ceremonial de las apariencias en el que lo que es en primera instancia atrapado, “rodeado”, por el juego ritual es el cuerpo. Ley de las apariencias, dice el autor, como modo de poner énfasis en el ritual, pero no se trata de un esquema metafísico de regulación, no es la trascendencia de un orden suprasensible como es la ley sobre la inmanencia que supone la regla del juego. “El cuerpo de la metamorfosis no conoce la metáfora ni la operación de sentido. El sentido no se desliza de una forma a otra, son estas las que se deslizan directamente de una a otra, como en los movimientos de la danza o en las proferaciones enmascaradas”.8 El deslizamiento y la sustitución ritual de las apariencias, en las que el cuerpo está “atrapado”, no se articulan bajo la operación del sentido, es decir, por la aplicación de un significado profundo que se da por la vía de la mediación de un campo de sentido, por un esquema simbólico externo al proceso. Las apariencias se deslizan directamente, sin mediación racional, sin lógica del sentido, como en la danza o en las proferaciones enmascaradas, desde la inmanencia misma del acto, en un movimiento que no es metafísico, que no busca un sentido externo ni lo expresa. Como toda apariencia, el cuerpo de la metamorfosis se desliza junto a ellas, respetando el encadenamiento secreto que las ordena. Ahora bien, este orden de desplazamiento de las apariencias no implica un nivel superficial en el que subyace otro profundo opuesto a él. El límite entre los cuerpos, (incluso entre lo que no es corporal pero que remite a una forma), pasa por el límite de la superficie. Como dice Deleuze: “Es siguiendo la frontera, costeando la superficie, como se pasa de los cuerpos a lo incorporal”.9 Esta frontera nunca es un límite que determina una 8 Op. cit., p. 40. 9 Gilles Deleuze. Lógica del sentido. Buenos Aires, Planeta Agostini, 1995, p. 33.

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Capítulo I - El cuerpo y sus registros subjetividad, sino una singularidad; la frontera de las apariencias no enmarca figuras geométricas, sino moebianas, carentes de angulación y, por tanto, la separación metafísica de un adentro y un afuera; se recortan como apariencias, por su límite formal y nunca por la determinación de su interioridad o sustancialidad. Al no inscribirse como interioridad, el cuerpo no queda determinado por las características metafísicas, especialmente la condición de sujeto. “Cuerpo no psicológico, no sexual, cuerpo liberado de cualquier subjetividad y que recupera la felinidad animal del objeto puro, del movimiento puro, de una transparición gestual”.10 La subjetividad nace con la profundidad, es hija de la dimensión interior, del espacio psicológico, de la intimidad individual, que es la de una escena que se aleja del destino de las apariencias, del movimiento puro que es del orden de la felinidad, pero también es del Zen y de todas las formas que destilan la objetualidad, como lo es el gesto. El gesto es una forma de intercambio, del mismo modo que el tiro al blanco que supone la máxima objetualidad y la mínima subjetividad: el pacto entre el arquero y el blanco está justamente en anular la intencionalidad, la voluntad del arquero, en beneficio de una implicancia recíproca entre ambos, como sucede con el carnicero de Chuang-Tsu. —¡Eh! –le dijo el príncipe When-hei–, ¿cómo puede alcanzar tal grado tu arte? El carnicero soltó su cuchillo y dijo: —Amo el Tao y así progreso en mi arte. Al principio de mi carrera, solo veía la vaca. Después de tres años de ejercicio, ya no veía la vaca. Ahora, es mi espíritu el que opera más que mis ojos. Mis sentidos ya no obran, sino solamente mi espíritu. Conozco la conformación natural de la vaca y solo me dedico a los intersticios. Si no deterioro las arterias, las venas, los músculos y los nervios, (¡con mayor razón los huesos grandes! Un buen carnicero usa un cuchillo por año, porque no parte sino la carne. Un carnicero ordinario usa un cuchillo por mes, porque rompe los huesos. El mismo cuchillo me ha servido desde hace diecinueve años... A decir verdad, las junturas de los huesos tienen intersticios, y el filo del cuchillo no tiene espesor. El que sabe hundir el filo delgado en esos intersticios maneja su cuchillo con facilidad, porque opera a través de los lugares vacíos. Por eso he usado mi cuchillo desde hace diecinueve años y su filo parece acabado de afilar. Cada vez que tengo que partir las junturas de los huesos, observo las dificultades especiales que hay que resolver, contengo el aliento, fijo la mirada y obro lentamente. Manejo muy suavemente mi cuchillo y las junturas se separan fácilmente como se deposita la tierra en el suelo. Saco mi cuchillo y me yergo...11

10 Jean Baudrillard. El otro por sí mismo, p. 40. 11 Jean Baudrillard. El intercambio simbólico y la muerte. Caracas, Monte Ávila, 1993, pp. 140-141.

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Walter Cenci Así, es el cuerpo metamórfico, aquel que no está dividido orgánicamente, sino dispuesto entre intersticios, que no son divisiones anatómicas, sino vacíos, recortes de nada que le dan al cuerpo su singular contigüidad. Solo el intercambio simbólico puede establecer algún tipo de pacto, de ahí que para el Oriente, el zen sea la forma inmutable de relacionarse con las cosas, ya que nunca las supone como realidades, como opacidades o profundidades, sino como apariencias, como superficies vacías. Y si este arte y práctica puede operar en la carnicería, más aún en todos los demás modos de intercambio, en todas las esferas de seducción. Así es el Tao, el vacío original que atraviesa todas las cosas, como el intersticio esencial que las articula simbólicamente, destilándolas dualmente como ying y yang, en un movimiento polar y antagónico. Ahora bien, en este espacio vacío, en este despliegue objetual no hay sexualidad, al menos en el sentido moderno del término, es decir, como liberación del deseo y como dialéctica libidinal entre el sujeto y el objeto. Hay pura objetualidad, no hay anatomía ni profundidad del cuerpo, él mismo se convierte en objeto, en apariencia desubjetivizada, lanzada al juego ceremonial. Es el intercambio simbólico el que puede comprender al cuerpo como forma y no como sustancia erógena (fuente pulsional, materia prima de la dialéctica sexual), sino como materia prima de intercambio. Es cierto que paga esta capacidad fabulosa [la de estar en el ciclo de la metamorfosis] con una renuncia al deseo, al sexo y a la reproducción. Pero para él es una manera de no morir. Pues pasar de una especie a otra, de una forma a otra, es una forma de desaparecer, y no de morir. Desaparecer es dispersarse en las apariencias. De nada sirve morir, también hay que saber desaparecer. De nada sirve vivir, también hay que saber seducir.12

El rito iniciático del cuerpo de la fábula implica la renuncia a la tríada del deseo, del sexo y de la reproducción. Ahora bien, ¿cómo entender esto?, ¿cómo oponer el registro metamórfico al metafísico, al que responde la tríada deseo, sexo y reproducción? No se trata, en efecto, de la renuncia al vínculo sexual, a la reproducción de la especie, cuestión que sería absurda, sino de que el ritual, el encadenamiento de la ceremonia, implica el abandono del orden metafísico que atañe una triangulación particular de esas tres dimensiones. Es en la metafísica moderna donde se inscriben el deseo, la sexualidad y la reproducción, como las figuras que se articulan para trazar y categorizar al cuerpo, pero que al mismo tiempo, lo eliminan de la condicíon inciática de la metamorfosis. El 12 Jean Baudrillard. El otro por sí mismo, p. 40.

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Capítulo I - El cuerpo y sus registros deseo como articulador del cuerpo con la subjetividad, la sexualidad determinada bajo el principio del placer y la reproducción como mandato de la especie y teleología de la sexualidad, son las características de esta tríada en el orden metafísico. Sin embargo, no implicar al cuerpo en el deseo y la sexualidad, no supone perder la posibilidad de alcanzar algún placer; por el contrario, para Baudrillard “el goce supremo es el de la metamorfosis”,13 la posibilidad de mutar permanente y directamente en las apariencias. Esta condición es superior a la del deseo, ya que este requiere de la mediación dialéctica y el drama de la alienación. En la actualidad vivimos envueltos en el orden metafísico, como si fuera nuestra naturaleza, sin embargo, debemos ser iniciados en la metamorfosis para que el cuerpo alcance el orden de las apariencias. Para entramarse en el orden del deseo hay que atravesar la alienación, para entrar en la seducción hay que ser iniciado en la metamorfosis. Si la metafísica aspira a conjurar a las apariencias en beneficio del principio de realidad, la metamorfosis no conoce otro encadenamiento que no sea el de mutar entre las formas. La condición iniciática de la metamorfosis implica un pasaje de dominios: de la posibilidad metafísica de ordenar y distinguir entre la vida y la muerte, a partir de una ley trascendente, al encadenamiento y la regulación del orden de aparición y desaparición que es la regla por antonomasia, la forma privilegiada del intercambio simbólico. Tal es el universo de la metamorfosis: pasar de una especie a otra, de una forma a otra, bajo la dispersión en las apariencias. Entonces, la vida y la muerte del orden de la metafísica, pasan a ser en la metamorfosis la regla de aparición y desaparición bajo la operación de la seducción. Lo que varía de modo fundamental entre la metamorfosis y la metafísica es, precisamente, el orden irreversible en donde se inscriben la vida y la muerte, apuntalando la temporalidad como cronología unidireccional en el cuerpo mismo, de allí el carácter que adquiere la muerte para las sociedades occidentales. Dice Baudrillard en El intercambio simbólico y la muerte: Solo en el espacio infinitesimal del sujeto individual de la conciencia la muerte adquiere un sentido irreversible. Ni siquiera un acontecimiento, por lo demás; un mito vivido anticipadamente. El sujeto necesita, para su identidad, un mito de su fin, como necesita un mito de su origen. En realidad, el sujeto no está nunca ahí, como el rostro, las manos o los cabellos, y sin duda, está siempre ya en otra parte, preso en una distribución insensata, en un ciclo interminablemente impulsado por la muerte. Esta muerte que está presente en toda la vida, hay que conjurarla, localizarla en un punto preciso del tiempo y en un lugar preciso: el cuerpo.14 13 Jean Baudrillard. Las estrategias fatales, p. 139. 14 Jean Baudrillard. El intercambio simbólico y la muerte, pp. 186-187.

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Walter Cenci En la metamorfosis, la vida y la muerte se intercambian incesantemente, ya que la muerte biológica solo se presenta cuando queda el cuerpo asignado como punto lanzado irreversiblemente desde el polo del nacimiento. En cambio, en el intercambio simbólico, la vida y la muerte mantienen una “distribución insensata”, un ciclo incesante de aparición y desaparición. Solo cuando aparece la conciencia de muerte, por efecto de la irreversibilidad biológica, puede plantearse la angustia de muerte, y por tanto, pensar existencialmente la vida. La muerte, la idea de muerte se convierte en un mito, entendido en el sentido negativo como un acontecimiento no efectivo, en la medida en que en el cuerpo se instala la perspectiva de la irreversibilidad de la vida biológica inscripta en el cuerpo, pero que le permite al sujeto generar la dimensión física (y metafísica) de su propio fin. Así como para Baudrillard la muerte cambia de estatus en la metamorfosis, tampoco el deseo tiene cabida allí, no hay posibilidad para esta asignación subjetiva que ordene algo sobre el mundo y regule las pasiones. El deseo no existe, el único deseo consiste en ser el destino del otro, en convertirse para él en el acontecimiento que supera cualquier subjetividad, que derrota por su vencimiento fatal cualquier posible subjetividad, que absuelve al sujeto de sus fines, de su presencia y de cualquier responsabilidad consigo mismo y con el mundo en pasión al fin definitivamente objetiva.15

La pasión de ser el destino de otro, de ser otro, de mutar y establecer un intercambio con el otro, convertirse en su sombra, su mimesis, y a su vez, desaparecer en el otro, borrando la condición subjetiva para llegar a la objetividad definitiva. Como sucede con Edipo en Colono, en donde su cuerpo, recubierto por el aura benéfica de los dioses, será protector y garante de provechos para quien pueda verlo por última vez. Este cuerpo no ha muerto realmente, sino que ha sido destinado en la regla simbólica de la aparición y la desaparición. Ya no es un Edipo exclusivamente incestuoso y parricida, como es presentado en Edipo Rey, asediado por el deseo y la conciencia, componentes de la subjetividad, sino que es un iniciado al ciclo del intercambio simbólico, que le permite llegar al destino de objeto, al destino del otro, a ser un destino para un otro. Continúa Baudrillard: El cuerpo de la metamorfosis no conoce orden simbólico, solo una sucesión vertiginosa en la que el sujeto se pierde en los encadenamientos rituales. La seducción 15 Baudrillard. Las estrategias fatales, p. 124.

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Capítulo I - El cuerpo y sus registros tampoco conoce el orden simbólico. Solo cuando se frena esta transfiguración de las formas entre sí aparece un orden simbólico, se erige una instancia cualquiera y se metaforiza el sentido de acuerdo con la ley.16

Hay que diferenciar claramente entre orden simbólico e intercambio simbólico. El primero refiere a la organización de sentido desde un esquema que construye la significación a partir de la ley. Así, por ejemplo, existe una organización lingüística del lenguaje bajo la ley del significante que sería el orden simbólico, pero también el lenguaje tiene su registro de metamorfosis que es lo poético, como modo de intercambio simbólico. Allí las palabras, los sonidos, la materialidad misma del lenguaje, se articulan anagramáticamente, es decir, se produce, según Baudrillard, la metamorfosis propia del lenguaje.17 Si la metáfora es lo propio del lenguaje en la articulación metafísica del sentido, el anagrama es su forma de dispersión poética en la mutación y reversibilidad de sus partes. La metáfora como registro lingüístico es una ley de producción de sentido, en cambio el anagrama es una regla de dispersión del lenguaje. Tanto el cuerpo como el lenguaje pueden iniciarse ritualmente, pueden pasar a la instancia de la metamorfosis y salir más allá de la metafísica y del orden simbólico hacia el intercambio simbólico.18 El intercambio simbólico es la transfiguración misma de las apariencias, la forma de encadenarse ritualmente. Bajo el dominio del orden simbólico, la subjetividad busca reconciliarse, salir de la alienación sosteniendo su propio deseo en una dialéctica con la ley. En la seducción, bajo el intercambio simbólico, la subjetividad se pierde, se vuelve otra de sí y deviene metamórficamente en la fábula y no en la racionalidad del discurso y del sentido. El orden simbólico es el de la inscripción en la ley, el intercambio simbólico pertenece al ámbito de la regla. La ley se convierte en una instancia que duplica las apariencias e intenta adosarles un sentido, la regla solo ordena la sucesión vertiginosa y el eclipse de sentido, en el campo de la elipsis, que es donde se genera el horizonte en el que el sentido también se pierde en el juego de la elipsis, ya que la elipse tiene, 16 Jean Baudrillard. El otro por sí mismo, pp. 40-41. 17 Baudrillard desarrolla su teoría del lenguaje en el artículo “La exterminación del nombre de Dios” que culmina el texto El intercambio simbólico y la muerte, allí establece la noción de anagrama y su crítica al imaginario de la lingüística como modo de entender al lenguaje. 18 Hay un fragmento de Cool Memories I en el que Baudrillard establece la vinculación entre lenguaje y sentido: “Lacan lleva la razón: el lenguaje no indica el sentido, aparece en lugar del sentido. Pero lo que de ahí resulta no son unos efectos de estructura, sino unos efectos de seducción. No hay una ley que regule el juego de los significantes, sino una regla que ordena el juego de las apariencias” (p. 11). Ley del sentido, regla de la seducción, marcan las posibilidades tanto del lenguaje como del cuerpo, de ser destinado o al orden metafísico como al orden metamórfico.

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Walter Cenci como sostiene Severo Sarduy, dos versiones, la geométrica (que es la elipse propiamente dicha) y la retórica (en la elipsis). Únicamente entonces, una vez cumplido el Gran Juego de la Fábula, el Vértigo y la Metamorfosis, con la aparición de la sexualidad y el deseo, el cuerpo se convierte en metáfora, escena metafórica de la realidad sexual, con su cortejo de deseos y de inhibiciones.19

La metamorfosis solo pone al cuerpo en el orden del vértigo y la fábula, que corresponden a la asignación ritual. La metáfora, como señalamiento metafísico, es la escenificación del cuerpo bajo la superficie de la realidad sexual. Ahora el cuerpo, en vez de mutar en las especies, en las formas, en el ciclo de aparición y desaparición, se convierte en un complejo de inhibición y deseo, bajo la dramaturgia del inconsciente. La metáfora inaugura la verdad de lo inconsciente, como realidad del cuerpo y su inscripción sexual. El cuerpo deja de estar en un ciclo de mutación, para ser un lugar donde se proyecta el inconsciente y su trama sexual.

2 la metáfora y la realidad metafísica del cuerpo Este movimiento de la metamorfosis a la metáfora, que Baudrillard ejemplifica con la problemática del cuerpo, implica fundamentalmente, un cambio en el registro del orden del mundo, en el modo en que los signos y las apariencias son procesados y operados. Si bien no hay una historia de este pasaje, ni siquiera una cronología que Baudrillard ofrezca, debemos ubicar este movimiento junto con el advenimiento metafísico de la modernidad, y en el caso del cuerpo esta determinación metafísica se despliega plenamente en el psicoanálisis, como consumación psicológica de la subjetividad a partir de su inscripción bajo la diferencia sexual. Ahí ya aparece un extraordinario empobrecimiento: en lugar de ser el teatro suntuoso de múltiples formas iniciáticas, de la crueldad y la versatilidad de las apariencias, lugar de la fantasmagoría de las especies, de los sexos y las diversas maneras de morir, el cuerpo no es más que el exponente de una única marca entre todas: la diferencia sexual, y la escena de un único guión, la fantasmática sexual inconsciente. Ya no es la fabulosa superficie de inscripción de los sueños y las divinidades, sino solo la escena de la fantasía y la metáfora del sujeto.20 19 Jean Baudrillard. El otro por sí mismo, p. 41. 20 Ibíd.

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