22 Mayo, 2011

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M AY

Caso masac

Manuel Salcido Azueta fue uno d muertes. Del cártel de Jalisco se

“Jefe” Gaytán

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ay niveles en todas las actividades del ser humano y desde luego en el mundo sórdido del narcotráfico donde los varones de la droga están rodeados de un “glamour” muy especial y hasta sus corridos tienen, está ocasión nos referiremos a aquella leyenda dedicada al delito, aquel súper-hampón de alta peligrosidad y ser irredento, dedicado al enviciamiento de sus semejantes; desde luego su nombre fue Manuel Salcido Azueta ¡El Cochiloco! Este personaje del hampa se significó por ser mata policías, a los cuales trascendió, los amarraba al suelo tipo “apache” y después les pasaba por encima una aplanadora. Tal era su sadismo. Durante su carrera delictiva “El Cochiloco” recibió un balazo en una pierna por lo que quedó “rengo”, creando una fama de ser implacable ante sus enemigos; en el año de 1991 el famoso narcotraficante viajaba en una camioneta de lujo acompañado por la joven Mónica Marcela Garate Ureña y su chofer Juan

Lázaro Saucedo, quien tenía antecedentes de vender rufos de dudosa procedencia y en la confluencia de las calles Lapislázuli y Obsidiana colonia Residencial Victoria, de Guadalajara, fueron interceptados por un comando de sicarios quienes dispararon una verdadera lluvia de balas sobre el trío de personas. El Cochiloco, cosa rara, no llevaba escoltas y fue sorprendido por sus verdugos siendo prácticamente reducido a pulpa, bajo las ráfagas de fusiles de guerra M-60, metralletas AK-47 “Cuernos de Chivo” y pistolas de grueso calibre, su ejecución no tuvo el más elemental tinte de piedad humana, iban sus asesinos “piquete derecho”, para borrarlo de este mundo, exterminarlo como a la hierba mala. Sin embargo, la muerte de Manuel Salcido Azueta El Cochiloco, no fue un ajuste de cuentas aislado, fue un auténtico escarmiento en el mundo de la mafia mexicana de los narcóticos. Su obesa humanidad alojó setenta impactos, en tanto sus acompañantes, Mónica y el lotero automovilísti-

Otro aspecto del cadáver de Juan Lázaro, chofer del narcotraficante, cuando es bajado de la camioneta de la muerte.

co Juan Lázaro Saucedo fueron también masacrados , la joven fue llevada al hospital en estado agónico, en tanto el cadáver del lotero fue identificado por su esposa Martha Quiroz con domicilio conyugal en la calle Río Tecaltepec , número 1804, colonia Las Águilas en Zapopan, Jalisco. Los ejecutores de El Cochiloco y sus acompañantes en un rasgo de prepotencia, no conformes con la masacre cometida, lanzaron todavía una granada, misma que afortunadamente no fue activada. Miembros del Ejército mexicano hicieron acto de presencia, para recogerla pero por fortuna no hubo daños para terceros de buena fe. Estas ejecuciones fueron un auténtico reto y provocación de los zares del narcotráfico, al orden jurídico establecido y a la sociedad civil, ya que saltó de los parámetros tradicionales en esos tiempos. Hubo una auténtica recreación sádica, en los citados ajusticiamientos o arreglo de cuentas. Las cosas que rodearon el triple crimen fueron demasiado nebulosas, la esposa del lotero dijo al declarar que desconocía de donde obtenía su marido los autos y camionetas con las que comercializaba, también ignorar la procedencia de la camioneta Pik Up de color blanco, placas KG-0727, en la cual viajaban los tres ejecutados . Igualmente

aseguró nunca haber tenido trato ni con la muchacha ni tampoco con El Cochiloco. Todo esto desesperó al secretario de la fiscalía que “investigó” el caso, Jorge Alberto Saldaña. Lo cierto es que en la reconstrucción de los sangrientos hechos se aclaro que fueron ocho sujetos encapuchados los que descendieron de varios carros estacionados frente a una tienda OXXO, armados de fusiles automáticos, quienes rodearon la camioneta, pero que a una señal de uno de ellos abrieron fuego “graneado” contra sus inermes víctimas. Entonces las armas fueron accionadas incesantemente durante treinta segundos más o menos. Luego sólo dejaron los sicarios tras de sí una estela de dolor y sangre. El espectáculo era infernal, al grado que varios transeúntes huyeron despavoridos ante tan horroroso cuadro, tampoco algunos testigos se prestaron a declarar para dar la media filiación de los asesinos, seguramente por el temor de ser también asesinados (dicen que el miedo no anda en burro). Los militares y policías recogieron en el lugar de la masacre ciento diez casquillos percutidos. Y se comentó que fue excesiva la can-

Juan Lázaro Saucedo, vendedor de autos acompañó al más allá a una joven y al hampón.

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