• EDICIÓN ESPECIAL 20 AÑOS •
Libertad DE TODO
Por Jaime Agudelo Granados, estudiante Saberes de Vida
E
n esta edición, ofrecemos la continuación de cartas donde el autor ofrece una percepción acerca de un viaje de manera muy distinta a la que estamos acostumbrados. Enmarcada en lo que podría ser una literatura de viajes contemporánea, la subjetividad transita a
través del frío y algo de orfandad para tocarle el rostro al lector y hacerlo un poco más consciente de la realidad al otro lado del mundo. Son ocho cartas, en nuestra revista hemos querido presentar la segunda entrega, a fin de revivir la expectación de los distintos modos de publicación literaria en siglos pasados.
Aquí, la continuidad del relato compartido durante una estadía en Rumania, que según palabras del autor describen algunas impresiones de la vida diaria en este lejano, extraño y lindo y país.
C
4: A T AR
Qué difícil el fin de semana. Nada de trabajo, ni de nada. El hotel no tenía teléfono de larga distancia internacional. Opté por llamar a uno de mis amigos colombianos y luego al otro. Lo mismo, aburridos, y sin nada para hacer. Tal vez el de peor condición era yo, pues uno de ellos estaba en la capital y el otro en una ciudad más grande que la mía. Para el siguiente fin de semana ya habíamos proyectado ir a Bucarest, al menos para hablar en español y acompañarnos. Al llegar a Bucarest me esperaban a mí en el aeropuerto, pues mi vuelo era el más tardío. Como era sábado en la mañana, fuimos a cumplir la cita de visitar nuestra embajada para informar quiénes éramos y todo lo demás. El Embajador, un militar retirado, o mejor, escondido allá de las investigaciones en Colombia, nos recibió muy bien. Nos invitó a café colombiano y nos prestó algunas páginas de un periódico que le enviaban por fax a la embajada desde Bogotá. Igualmente, nos propuso que fuéramos a la embajada de Estados Unidos a comprar cosas, pues allá tenían un supermercado diplomático. Nos consiguió un permiso para ir allá cada que quisiéramos. Esa mañana, y todos los fines de semana, a partir de ese momento, fuimos a la central telefónica a llamar por primera vez a la casa de cada uno. En la telefónica nos demoramos casi cuatro horas entre esperar que pasara el satélite, pues eso decían, y la llamada propiamente dicha. Éramos cuatro personas que hablábamos a todo taco porque no se escuchaba nada. La privacidad de las llamadas no existía. De hecho, ese día nos enteramos de que el embajador tenía un perro, y estaba enfermo. Cada fin de semana había que preguntarle al embajador por el perro. Lo único que no le gustaba al embajador era que habláramos de fútbol. Desde ese día había que llevar Cognac a la telefónica, pues la espera era larga.
Saberes de Vida. Bienvenido a la Nueva Generación de Mayores
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