Capítulo
Febrero10- Sábado
Antes todo era sencillez, rusticidad, paz. Y de pronto el valle se vio invadido por las máquinas; el medio día fue roto por el grito estridente de las sirenas; los caminos se perdieron bajo toneladas de polvo y anchas vías cruzaron el verdor de los sembrados; los árboles, cercados por el humo, envejecieron y terminaron por perder sus hojas y sus nidos; y el silencio, ese bendito silencio que era como un manto protector tendido sobre el campo, huyó para siempre hacia las montañas.
Así como el paisaje, los rostros cambiaron también. Ya no era la cara ancha y sonrosada del sembrador; ya no las mejillas frutales de las muchachas ni los ojos risueños de los niños. Eran semblantes deformados por grandes cicatrices; con hirsutos pelos que les daban apariencias bestiales o ridículas; eran pieles ajadas por el sudor, ennegrecidas por el hollín, picadas por las viruelas inclementes que diezmaron la población del valle como plaga bíblica;
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eran ojos asustados, huidizos, brillantes de codicia, señalados por las huellas imborrables de crímenes pasados.
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A eso lo llamaban algunos, pomposamente, civilización, progreso. La esperanza de la patria estaba allí; con el sacrificio de unos pocos se aseguraban la tranquilidad de muchos, era necesario que el valle perdiera su aspecto bucólico, para que la nación recobrara su estabilidad económica. Al menos tales cosas decían los oradores que acudieron a convencer a los campesinos y obreros de la conveniencia de abandonar las cosechas, de trocar la azada por la piqueta, de cambiar el maíz por las piedras negras de carbón y de acabar con los mansos burritos de carga por los camiones de color rojo oscuro, como teñido de sangre.
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Los agricultores al principio ofrecieron resistencia. Pero pronto fueron cediendo: el miedo, la ambición, el dinero, el analfabetismo… Después de que se descubrieron las minas de carbón en aquel vasto territorio, llegaron de los diversos puntos de la república gentes de toda condición social, pero generalmente desheredados, fugitivos y vagabundos.
Rondaron por entre los cultivos, acudieron hasta las casas hospitalarias, siempre abiertas al forastero, y en ellas fueron infiltrando la savia de sus pensamientos, el veneno de sus convicciones, el lenguaje rebuscado de sus argumentos. Entonces los dueños de pequeñas parcelas —verdes en invierno, doradas en verano— tuvieron que abandonarlas, entregándolas a la voracidad de los compradores. Algunos, inclusive, se vieron amenazados de muerte. Pero los más terminaron cediendo de buena gana, ante las promesas de un futuro de abundancia y prosperidad.
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Luego de conquistada la tierra vino la invasión mecánica: camiones, palas, grúas… Crujieron las montañas centenarias al sentir en su base la puñalada del acero; se descuajaban con quejidos casi humanos los árboles enormes de los boscajes; y las casas humildes, fabricadas de paja y barro, cayeron con sus ensueños ancestrales ante...
...el empuje de la codicia.
No eran malas, quizá, las intenciones de los que esbozaron el proyecto. Pero a través de centenares de labios y de cerebros diversos, las palabras y los pensamientos fueron deformándose. Y aquellos hombres silenciosos y rústicos no adivinaron lo que vendría.
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FERNANDO SOTO APARICIO. Escritor, poeta, cuentista, comentarista de libros, ensayista y guionista de televisión
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Nació el 11 de octubre de 1933 en Santa Rosa de Viterbo (Boyacá, Colombia). En la mayoría de sus obras el escritor colombiano se centraliza en la juventud, droga, política, sociedad, soledad, olvido, odio y frustración; temas que permite que él explore desde algunos de estos campos al ser humano y sus componentes.
Entre 1960 y 1974 él escribió novelas como: Los bienaventurados, Mientras llueve, El espejo sombrío, Viaje al pasado, Después empezará la madrugada, Viva el ejército, Viaje a la claridad, La siembra de Camilo, Mundo roto, Puerto silencio, en las cuales se encuentra historias de familia, venganzas, las violencias calladas, la prostitución, las aberraciones culturales, la represión y la memoria, permitiendo que el escritor maneje la crítica social de una manera íntima y no abierta en sus novelas.
Para los años de 1974 y 1983, Fernando Soto publica: Camino que anda, Los funerales de América y Hermano hombre, (una trilogía sobre la historia americana). En Agosto de 1950 publica su primera obra llamada Himno a la Patria, en 1962 ganó el premio Selecciones Lengua Española con su obra «La Rebelión de las Ratas».
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