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de sostenibilidad ambiental
Antropoceno e ingeniería: prolegómenos para la construcción de una ética ingenieril de sostenibilidad ambiental
Por: Edwin Santana Soriano
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Doctorando en Filosofía, Universidad del País Vasco, España
introducción
Las ingenierías que hoy conocemos como profesiones que se adquieren a partir de la realización de una carrera universitaria, tienen su origen en la tecnicidad esencial del ser humano. Ortega y Gasset explica la técnica partiendo de que el ser humano no tiene un hábitat propio en la naturaleza; que al nacer, a diferencia de los animales y las plantas, se encuentra con un ambiente que le es hostil, por lo que necesita crearse su hábitat a partir de la propia naturaleza. A ese hábitat artificial, Ortega y Gasset (1977), en su Meditación de la técnica, le llama ‘sobrenaturaleza’ y consiste en los artefactos y productos técnicos que el hombre crea, ya por necesidad, ya por comodidad (Cfr. Santana Soriano, 2018).
Es esa necesidad técnica la que, históricamente, y mediada por la influencia global de la Modernidad, da como resultado la compilación de los saberes y la especialización de sujetos en conocimientos técnicos y prácticos específicos capaces de mantener un ritmo vertiginoso de innovación y producción: las ingenierías. Mientras el desarrollo ingenieril sea visto como sinónimo de progreso social, como lo es, en lo que respecta a conocimiento útil (Cuevas, 2004) y facilidades para el desenvolvimiento regular del individuo en la sociedad, todo andará viento en popa; sin embargo, una sola visión de las cosas no es suficiente para su explicación, especialmente, cuando, como ahora, está sesgada. La verdad de esto es que la propia capacidad del ser humano ha desembocado en lo que se ha dado en llamar, en los últimos tiempos, como el Antropoceno, concepto que se explica a continuación.
Antropoceno como amenaza ¿qué se puede hacer?
Sobre el concepto de antropoceno, aunque se debate entre sus acepciones cultural y geológica, el aspecto inquietante es la carga semántica que contiene esa segunda acepción y que, como nos cuenta Trischler (2017), hizo que el químico atmosférico y premio Nobel, Paul J. Crutzen, en el marco de una conferencia en México en el año 2000, al escuchar que se hacía referencia al Holoceno como la época actual, se
impacientara y exclamara de manera espontánea que aquello ya no era cierto, que la época geológica en que vivimos actualmente es el Antropoceno. Esa acepción, básicamente, pone en relieve que la huella que ha dejado el paso del ser humano por el planeta es tan impactante, que está provocando cambios en la naturaleza. Cambios tan radicales como el denominado cambio climático, y que no son, ni fáciles de deshacer, ni tenemos la posibilidad aparente de frenar la ya puesta en marcha de la destrucción progresiva del planeta.
El hecho es que, desde la revolución industrial inglesa de mitad del siglo XVIII, que, a decir de Guillermo de la Dehesa “permitió que se desencadenase el primer proceso de globalización, que estuvo basado en la reducción de los costes de transporte, al tiempo que aumentaba su rapidez, reduciendo las distancias entre unos países y otros” (de la Dehesa, 2000, pág. 165), también dio inicio a una ofensiva en contra de la naturaleza. Desde entonces, la tierra ha venido experimentando o, más bien, luchando contra una agresión inusitada que, como era de esperarse, y teniendo en cuenta las particularidades de Gaia (como denomina Bruno Latour a las fuerzas vivas y resilientes de la naturaleza), provoca una reacción de su parte porque “Ella es extraordinariamente sensible a nuestra acción, pero al mismo tiempo persigue objetivos que no apuntan en absoluto a nuestro bienestar” (Latour, 2011, pág. 74). Lo que explica el cambio climático y los fenómenos atmosféricos y geológicos cada vez más agresivos e impredecibles.
Frente a esta verdad (a este hecho verificable), han surgido opiniones, grupos y movimientos que propugnan por una revisión de las políticas estatales e internacionales en lo referente a la “conservación” del medio ambiente. Pero la posición de Latour al respecto es bastante interesante. Bruno Latour está gritando, con su estilo bastante poético, que a quienes hacemos frente cuando reclamamos no son los que realmente van a tomar las medidas para contrarrestar las consecuencias de las acciones humanas y sus nefastas huellas en el planeta. Pues nos han hecho creer (y nos han convencido de) que con políticas estatales que inciten a un “mejor” uso de los recursos naturales y con campañas de concientización de la población, se lograrán resultados significativos. Nos han hecho sentir culpables, “ahora se nos insta a sentirnos responsables por los cambios rápidos e irreversibles en la superficie de la Tierra” (Latour, 2011, pág. 68). Sin embargo, los verdaderos causantes del cambio en el planeta no son sino una minoría. Un relativamente pequeño grupo que, dado que contiene el poder capital, los medios de producción, tienen también la capacidad de manipular, no solo las acciones de los Estados, sino, e incluso, la conciencia de la propia población. De todos modos, tanto unos como otros son incapaces de prestar la atención suficiente y necesaria a este problema. Unos están afectados por la ignorancia, los otros por la arrogancia. ¿Quiénes quedan? Los creadores, los productores de conocimiento útil y artefactos, los ingenieros.
Conclusión
En el citado trabajo de Bruno Latour, él asegura que el punto neurálgico en esta situación es la pérdida de la percepción de sublimidad en la majestuosidad de la naturaleza. Esa falta de contemplación de aquella sublimidad ha devenido en una desconexión entre la naturaleza y los seres humanos. Dice Latour que lo sublime “se ha evaporado cuando ya no se nos considera humanos endebles dominados por la ‘naturaleza’ sino, por el contrario, un gigante colectivo que, si se mide en terawatts, ha crecido tanto como para convertirse en la principal fuerza geológica” (Latour, 2011, pág. 68). No obstante, el panorama presente descrito por Latour, y su perspectiva de futuro, compiten por el primer lugar como el escenario más desalentador.
A pesar de que nos sentimos culpables, que nos hacemos responsables de los cambios negativos que hemos ocasionado, la única solución que se vislumbra es “esperar que la conciencia humana eleve nuestro sentido del compromiso moral al nivel requerido por esta esfera de todas las esferas, la Tierra”, pero eso no parece ni siquiera ser posible, a decir suyo, si se juzga por las acciones de las principales potencias económicas e industriales, y de un conjunto de personas que desde allí apuestan por una negación del cambio climático provocado por el ser humano y, en el mejor de los casos, cuando es aceptado, se nos insta a no pensar en ello, pues es un problema demasiado grande como para perder el tiempo intentando hallar los puntos de convergencia y las posibles soluciones (Latour, 2011, pág. 70).
Una vía de solución, es su propuesta de separación –nuevamente- del mundo de la ciencia y el mundo de la política, hacer notar las controversias que surgen al respecto, hacer un mapeo de ellas para “seguir los hilos con que los climatólogos han construido los modelos necesarios para poner en escena la Tierra en su conjunto” (Latour, 2011, pág. 73), rescatar la percepción de sublimidad en la naturaleza y reconocer en Gaia ese ente unido a nosotros, los seres humanos, por una cinta de Moebius. Para ello, se hace preciso “formar artistas profesionales y científicos –de las ciencias sociales y las naturales– en la triple tarea de la representación científica, política y artística” que alberguen el ideal de la esperanza de que se logrará una especie de acuerdo entre Gaia y sus atacantes. Es decir, que más que ingenieros eficientes y productivos, es necesario formar ingenieros sensibles, capaces de percibir las magnitudes de sus actos frente a las consecuencias posibles para el medioambiente, puesto que reconocería en la naturaleza ese ente sublime, majestuoso, bello por demás y sin el cual, ni él ni su progenie sobrevivirían.
Referencias:
• Cuevas, A. (2004). “La epistemología y el conocimiento útil”. Ciencia y Sociedad, XXIX (Número 3), 329-365. • de la Dehesa, G. (2000). Comprender la globalización. Madrid: Alianza. • Latour, B. (2011). “Esperando a Gaia. Componer el mundo común mediante las artes y la política”. Cuadernos de otra parte, 67-76. • Ortega y Gasset, J. (1977). Meditación de la técnica. Madrid: Ed. Revista de Occidente. • Santana Soriano, E. (2017). Ensayos filosóficos. Reflexiones epistemológicas, ontológicas y éticas. Santo Domingo: Lulu. • Santana Soriano, E. (2018). La tecnología como problema filosófico en el pensamiento de Mario Bunge. Santo Domingo: UASD. • Trischler, H. (2017). “El Antropoceno, ¿un concepto geológico o cultural, o ambos?”. Desacatos , 40-57.