El descrédito de la vejez como etapa de aislamiento, deterioro físico e improductividad y la satisfacción de una demanda sanitaria más urgente, conducen inevitablemente a un cambio de prioridades, a una escucha activa de lo que a todos los efectos es una categoría frágil; a una inevitable reestructuración de la sociedad que saca a la luz esta nueva demanda social y de salud pública y encuentra soluciones para ella. La arquitectura debe reflexionar sobre la creación de casas de retiro inclusivas, en las que la convivencia y la sociabilidad sirvan no sólo para que los ancianos se sientan menos solos, sino también para ayudarles a ser activos en esa parte de la vida en la que las acciones están estereotipicamente reducidas y circunscritas. Por el contrario, hay que repensar todo el sistema de acciones que puede realizar esta categoría y de valores que acompañan nuestra última etapa de la vida.