De cómo el


En una lejana región en el occidente de China, mientras la tribu Miao observa cómo el sol se esconde detrás de las altas montañas del Tíbet, y las sombras se extienden sobre el campo quemado, todo el mundo se reúne a escuchar al narrador de la aldea contar una y otra vez las aventuras de la tribu.
Hace mucho, mucho tiempo, cuando el mundo acababa de ser creado, en esta magnífica tierra había seis soles brillando en el cielo, en lugar de sólo uno. Una primavera, después de que los granjeros llevaban varias semanas de siembra, las lluvias se negaron a cumplir su cita anual y el fuerte calor de los seis grandes soles quemó los tiernos brotes de los cultivos.
En ese momento el gran Yao era el emperador de la China y, al ver esto, se llenó de pena y les dijo a sus cortesanos: –Si los seis soles siguen brillando como hasta ahora, mi pueblo morirá. No obstante, día tras día los seis soles siguieron alzándose en el cielo y calcinando los cultivos.
Entonces los diez ancianos sabios de la aldea se reunieron para discutir qué se podía hacer para salvar los cultivos. Después de un rato, un anciano dijo:
–La única manera es dispararles largas y poderosas flechas a los soles.
Cuando el emperador Yao escuchó esto, se sintió muy conmovido y envió enseguida a sus emisarios para que trajeran a los mejores arqueros de la corte al reino, ellos eran hombres fuertes y estaban orgullosos de poder servirle al gran emperador, todos llegaron con su arco colgado al hombro. La
gente de la aldea y los diez a n c i a n o s s a b i o s s e reunieron bajo los soles ardientes para observar cómo los arqueros probaban sus destrezas.
Ta n p r o n t o c o m o apareció el emperador los a rqueros dispararon sus flechas. Pero he aquí que, aunque los arcos eran fuertes y las flechas veloces ninguna logró llegar siquiera a la mitad de la distancia a la que estaban los soles ardientes. Entonces los arqueros se inclinaron con gran humildad ante el emperador y dijeron:
–Aunque les disparemos con la mayor precisión, los soles seguirán en el cielo porque no hay flecha capaz de alcanzarlos.
Luego, otros hombres llegaron desde lejos a la corte y dijeron:
–El príncipe Howee, del reino vecino, es un
experimentado arquero. ¿Por qué no lo invitan a venir?
Así que el emperador Yao envió nuevamente a sus emisarios y le pidió al príncipe Howee, de la tribu vecina, que viniera al palacio. Nuevamente la gente se arremolinó bajo los cielos ardientes, esta vez para ver si las flechas de Howee podían alcanzar a los soles.
Cuando todo el mundo estaba reunido, el emperador Yao ordenó:
¡Dispárales a los seis soles y salva a mi pueblo! Howee miró los soles y levantó el arco pero enseguida lo bajó y se acercó con tristeza al emperador y le dijo: Los seis soles están demasiado lejos para que mis espigadas
fl e c h a s p u e d a n alcanzarlos.
E n e s e p r e c i s o
momento, sin embargo, Howee vio el reflejo de los seis soles sobre el agua de un estanque y pensó: "Tal vez daría lo mismo dispararles allí". De modo que sacó su arco y una flecha y disparó, perforando al primer sol, que desapareció enseguida en el fondo del estanque. Howee disparó de nuevo y el segundo sol desapareció, y luego el tercero y el cuarto y el quinto. Cuando el sexto sol vio lo que ocurría, se asustó tanto que desapareció enseguida tras la colina. Los diez ancianos sabios de la aldea se alegraron mucho de que los seis soles hayan sido desterrados, y todo el mundo retornó a sus casas de barro. Pero cuando los aldeanos se despertaron de su largo sueño, ya no hubo "un nuevo día" porque el sexto sol tenía tanto miedo de salir de la cueva en la que se había escondido que ya no quería volver a brillar sobre la tierra. Así que los diez ancianos se volvieron a reunir en la oscuridad
para ver qué se podía hacer. Entre todos decidieron que lo mejor era encontrar a alguien que pudiera sacar al sexto sol de su escondite para que pudiera haber "un nuevo día".
Primero trajeron al tigre, que rugió ante la cueva del sexto sol para hacerlo salir, pero el sexto sol sólo se irritó con sus rugidos y dijo:
–¡Nunca más voy a salir!
Luego trajeron una vaca, pensando que el suave mugido de la vaca seguramente atraería al sol hacia afuera, pero el sexto sol seguía molesto y resentido y volvió a decir:
–¡Nunca más voy a salir!
Finalmente trajeron un buen gallo gordo para que cantara, y cuando el sexto sol lo escuchó, dijo:
–¡Qué sonido tan encantador! –y enseguida se asomó cuidadosamente sobre el horizonte para ver de dónde salía ese sonido.
Cuando la gente lo vio, todo el mundo
comenzó a lanzar gritos de júbilo y bienvenida. Entonces el sexto sol se sintió t a n c o m p l a c i d o q u e d e c i d i ó s a l i r completamente y elaborar una coronita roja para la cabeza del gallo gordo cada mañana, desde aquel lejano día, cuando el gallo canta para que salga el sol, siempre lleva su coronita roja.