Vico y el duende

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VICO Y EL DUENDE Leyenda tradicional ecuatoriana


H

uambaló es una parroquia rural del cantón Pelileo, cerca de Baños. Allí está ubicada la quebrada de Gualagchuco, un lugar que la gente llama sitio pesado, porque en el fondo, entre las grietas formadas por un riachuelo que recorre el lugar, habita el duende. Los huambaleños evitan pasar cerca de la quebrada después de las seis de la tarde, hora en que aquella criatura sale por los alrededores a perseguir a la gente, en especial a los chicos que se pasan en la calle jugando bolas hasta altas horas de la noche. Se cuenta que allí vivía un muchacho como de diez años llamado Vico. Callejero, jugador de bolas y trompos, se quedaba en la calle hasta que oscurecía. Su abuela, que siempre estaba pendiente de él, solía ir a buscarlo y le aconsejaba que se enderezara, que dejara de ser andarie2


go porque sino alguna vez se le iba a asomar el duende. Vico nunca escuchó los consejos hasta que una tarde, cuando regresaba a su casa, se topó con un hombrecito pequeño, más pequeño que un enano. El hombrecito llevaba un sombrero negro enorme como los que usan los mariachis, su rostro era negro y velludo, usaba poncho rojo, tenía los pies chiquitos y las manos inmensas y deformes, con ellas pepeaba unas bolas. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Vico cuando reconoció que frente a él estaba el duende; mas en lugar de salir corriendo se acercó para observar aquellas bolas de colores increíbles. El demonio le invitó a jugar y Vico, a quien le brillaban los ojos de las ansias, aceptó. Como estaba oscureciendo, fueron al lado de una tienda ubicada al filo de la quebrada, donde un foco alumbraba a las personas que llegaban a comprar allí. Vico hizo la bomba, ambos pusieron las bolas e iniciaron el juego. 3


Las primeras partidas fueron para él, pues era un diestro jugador. Sin embargo, tras algunas pérdidas el hombrecito del enorme sombrero, que tenía el rostro encendido de las iras, se acomodó el poncho rojo hacia atrás y la suerte cambió a su favor. Vico no volvió a ganar y en pocas partidas se quedó sin una bola. El duende guardó las bolas en una bolsita de cuero que llevaba en la cintura y se acercó al ambicioso muchacho; parecía que quería atraparlo con aquellas manos inmensas y deformes. Vico se estremeció, sintió que se lo llevaba, mas para su suerte escuchó una voz conocida, la de su abuela que se aproximaba. El muchacho se sintió aliviado y se dispuso a marchar, no sin antes exigir una revancha para la próxima noche. El pequeño demonio, oculto en la oscuridad, inclinó el sombrero en señal de aceptación. La abuela de Vico llegó por él y se lo llevó a casa. Esa noche el muchacho soñó que le llevaba el 4


malo, montado en un caballo negro. Varias veces se despertó gritando, asustado. En la mañana, quiso contarle a su abuela sobre el encuentro de la noche anterior, pero se calló porque sabía que ella armaría el escándalo y lo llevaría a la iglesia, derechito a la pila de agua bendita; además, no le habría permitido acudir a la cita nocturna, en la cual él estaba dispuesto a recuperar sus bolas a cualquier precio, aunque tuviera que engañar al mismo diablo. A la tarde luego de la escuela, Vico practicó toda la tarde en el patio de la casa. Al oscurecer, se dirigió a la iglesia. Entró allí en forma disimulada, mojó en la pila de agua bendita las bolas que traía en un bolsillo y se las guardó. Salió santiguándose y se encaminó en dirección a la quebrada, al lugar de la cita. Encontró allí al duende, escondido entre las sombras, cubierto el rostro con el enorme sombrero negro, sosteniendo la bolsita de cuero. Sin decir palabra, Vico trazó la bomba y reanudaron el juego. 5


Igual que la noche anterior, el muchacho vicioso ganó las primeras partidas. El duende, a quien parecía que le saltaban los ojos de la rabia, se acomodó el poncho rojo hacia atrás. Sin embargo esta vez su suerte no cambió. Estaba con mala puntería y no le atinaba a la bomba, ni siquiera a corta distancia. Tiraba directo contra la bola adversaria pero, resultado del agua bendita, su bola se desviaba o se detenía a pocos centímetros. Cuando le tocaba el turno, Vico cogía su jugadora y lo mataba, El duende se dio de golpes contra el suelo, hizo berrinches y dijo malas palabras, hasta que perdió todas las bolas de colores. El rostro del pequeño demonio enrojeció de las iras; de algún modo aquel muchacho lo había engañado, y así se había librado de él. Por su parte, Vico se sentía orgulloso pero quería más, deseaba ganar también la bolsita de cuero. Retó al demonio a cambio de diez bolas, la bolsa de cuero. 6


El duende aceptó loco de contento la revancha y volvieron a jugar. Vico ganó nuevamente pero en esta ocasión el demonio no hizo ningún berrinche, pues obtuvo algo mejor que las canicas y la bolsa maloliente. Se quedó con el alma del niño. La ambición rompió el saco. El duende se acercó con las manos abiertas, amenazante. En la oscuridad, sus ojos encendidos resaltaban como bolas de fuego. Aterrado, Vico retrocedió a la quebrada, adonde le guiaba el demonio, quería gritar para pedir auxilio y no podía, sentía que una mano le apretaba la boca. El terror recorría su cuerpo, sudaba frío, el corazón le latía como si fuera a salírsele del pecho. El espanto le nubló la vista. Cuando creyó que era el fin y estaba a punto de desmayarse, vio una figura, como una aparición bendita. Otra vez era la abuela. Ella traía un fuete y una botella de aguardiente en una mano y un paquete de cigarrillos en la otra. Puso la botella y los cigarrillos en el suelo, 7


a un lado del maligno, y gritó en forma amenazante: ¡Duende, duende! ¿Prefieres fuete o aguardiente? En el acto el demonio tomó las cosas del suelo y desapareció, dejando su característico olor a azufre. Vico se desplomó, más pálido de lo que era, con los pelos de punta, echaba espuma por la boca y se sacudía presa de convulsiones. La abuela pidió auxilio, los huambaleños acudieron de inmediato desde las casas cercanas. Alguien prestó colonia, para que la percibiera el desmayado, se la aplicaron en la frente también, mientras una vecina rezaba el Avemaría. El muchacho se reanimó; por poco se lo carga el duende. A la mañana siguiente, con sorpresa, Vico se dio cuenta de que la bolsita de cuero estaba en el bolsillo del pantalón. Asustado y ansioso la abrió, mas no halló las bolas de colores increíbles que le ganó al duende, solo encontró excremento maloliente de algún chivo. 8


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