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R efl exiones Cristianas Pesas exactas

No haréis injusticia en el juicio, ni en la medida de longitud, ni en la de peso, ni en la de capacidad. Tendréis balanzas justas, pesas justas, un efa justo y un hin justo.

Yo, Jehová, vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto.

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Levítico 19: 35, 36 proclamación real, adoptó el nombre británico de la casa real abandonando el de origen germano. Gran Bretaña y Alemania se encontraban en con�licto, por tanto, que la casa real inglesa estuviera vinculada a raíces germanas no parecía algo que pudiera mantenerse desde un punto de vista político.

Medir con medida justa y pesar en balanza justa denota la forma como tratamos a nuestros semejantes. Dios espera una estricta relación de honestidad, no abusando del inocente ni de la ignorancia del prójimo.

La coronación de Carlos III como representante de la Casa de Windsor, nos sugiere un problema histórico y cultural más complejo que desvía la atención de toda la ampulosidad, la esceni�icación y la parafernalia que conlleva el rito real. La pervivencia de la monarquía como institución que participa de la vida política, social y cultural de los europeos nos muestra qué tan importante es el problema de la tradición en el contexto de las sociedades liberales y democráticas actuales.

Con esta ascensión al trono se observa un choque de intereses que, en principio, parecen antagónicos: la monarquía y los privilegios frente a la democracia y los derechos. En el fondo, el problema está en cómo la monarquía, como expresión de una tradición cultural de occidente, cuyo pináculo simbólico se encuentra en el acto mismo de la coronación, es capaz de relacionarse histórica y culturalmente con la evolución de las sociedades contemporáneas. La monarquía como entidad histórica que re�leja una forma particular de ejercicio del poder parece, a estos tiempos, una institución anacrónica y fuera de lugar. En esa lógica cultural, y para los partidarios de este tipo de corporaciones de raíz aristocrática, la negociación y la adaptación a los valores que actualmente mueven a las sociedades democráticas y liberales se torna en un ejercicio obligado y constante para la institución monárquica por el mero hecho de que si no lo hace su supervivencia no quedaría para nada asegurada. El reinado de Isabel II, con di�icultad, respondió a los desa�íos culturales que la sociedad moderna le imponía. El mayor desa�ío que se le presentará a Carlos III, luego de su coronación, es convertirse en un mediador cultural entre una de las instituciones más características de la civilización occidental, la monarquía, con un valor tan propio de la misma civilización occidental, la democracia. Sólo en ese encuentro, la tensión entre tradición y modernidad podría resolverse en favor de una institución extemporánea como la monarquía. Sin esa convergencia, uno de los pilares de la cultura occidental dejará de�initivamente su espacio a renovadas formas de convivencia civil.

«Se me mostró que es en esto donde muchos no soportan la prueba. Desarrollan su verdadero carácter en el manejo de las preocupaciones temporales. Son infieles, maquinadores y deshonestos en su trato con sus semejantes. No consideran que su derecho a la vida futura e inmortal depende de cómo se conducen en los asuntos de la presente, y que la más estricta integridad es indispensable para la formación de un carácter justo...» (1JT 509-10).

Esto tiene que ver con todo nuestro trato con los demás, trato que va más allá de las transacciones comerciales. Lo importante en esto es la honestidad en el trato con nuestros semejantes, y esto va más allá de las pesas y balanzas. Cuando la justicia de Cristo nos cubre y su gracia nos obliga y su amor nos constriñe, entonces no podemos sino tratar honestamente a nuestros semejantes. Jesús enseñó que debiéramos medir y tratar a los demás con la misma vara que nos medimos. Esto, sin embargo, es lo mínimo que deberíamos aplicar en nuestro trato con los demás. Nuestras relaciones mutuas deberían llevarnos a tratar a los demás mejor de lo que desearíamos ser tratados. ¿No es esto lo que Jesús quiso decir cuando habló de «poner la otra mejilla» y de ir dos millas en vez de una, o de dejar la capa y la túnica?

Juzgar el carácter de otros con más severidad que el propio es medir con pesa falsa. Esperar bondades de otros sin estar dispuesto a ser más bondadoso es pesar con pesa falsa. ¡Hay tantas cosas que afectan las relaciones interpersonales en las que podemos valorar al prójimo comparativamente sin darnos cuenta que estamos juzgando y pesando con pesas falsas! Por esto el Señor nos enseñó el mejor camino cuando nos dijo que lo mejor es no juzgar.

En todas nuestras relaciones con los demás, si tenemos que opinar, usemos pesas correctas. (Pr. Israel Leito).

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