Hablando en plata: Rebeca Vizarro

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TRABAJO DE CASTELLANO VOLUNTARIO: TEXTO CON FRASES HECHAS 1. TEXTO UTILIZADO SIN MARCAR: Si me hubieran preguntado alguna vez como me quiero llamar, obviamente de esta forma, no. Si bien recuerdo, mi madre era de aquellas personas que sentían devoción por la patria. Tanto que, observen ustedes, coleccionaba mantillas de lana con los colores de la bandera bordadas a mano. ¡Mantillas en los sofás! ¡Mantillas en las mesas! ¡Mantillas sobre las camas! ¿Mantillas en el retrete? Y después de concebir a la que sería su única hija, la casa familiar se sumergió en un agujero de negro de discusiones en el que nadie pretendía dar el brazo a torcer. Por un lado, mis tíos. - ¡Mauricia!- soltaba a bocajarro la tía Pascuala, convencida de que cuánto más gritaba más la escuchaban. - ¿Pero a ti quién te ha dado vela en este entierro, moza? Si la chica es de tu hermana, deja que ella se encargue del asunto. - Paco, ¡ay Paco! ¡Cállate! Y mi abuela. - ¡Mira a ver como tratas a mi hija, rufián! Por otro, mi madre, quién se defendía con uñas y dientes, y algún que otro taco. - ¡A callad todos! Si yo quiero que mi hija se llame España, España se llama. Y a quién no le guste, ¡que se vaya a freír espárragos! - Pero mujer, piensa un poco en la niña.- decía la… ¿cuarta tía, tercera…? Que acababa de regresar de la cocina. Había estado echando una mano a la otra abuela para servir los cafés de la sobremesa.- ¿Cómo crees que la tratarán los niños con ese tipo de nombre? - ¡España no necesita ese tipo de amigos! Si no la tratan bien, pues que sola se quede. Y mi abuela. - Éramos pocos y parió la burra… - ¿Y no tendrá el marido derecho a opinión?- sugirió mi abuelo. Todos se quedaron en silencio, mirándose unos a otros. Seguía mi abuela. - ¡Éramos pocos y parió la burra…! - ¡Ay! ¡Deja de marear la perdiz! Y en ese momento, hablando del rey de Roma, entró por la puerta. Y viendo la de San Quintín que se había armado, miró con mala cara a mi madre. - ¡A buenas horas, mangas verdes!-dijo la esposa. - Un cafre, lo que yo os diga, un cafre.- dijo la nuera. - Este chico no da un palo al agua.- dijo suegra. Los hombres se miraron unos a otros… y se compadecieron. Al final, no importan cuánto quisieran hacer, la decisión la tomó aquella devota mujer. Cada vez que surgía algún conflicto que resolver, se desenvolvía de la misma manera, y de la misma manera acababa. Así que mi bienestar familiar se resumió en una constante lucha por decidir quién tenía razón, quién no. Y fui benevolente, dios si lo fui. Pero bien sabemos que la adolescencia no es la etapa de tu vida en la que puedas morderte la lengua y dejar pasar el silencio al otro lado de la habitación. Mi nombre, es España.

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