Un refrán

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UN REFRÁN , UNA HISTORIA, UNA ENSEÑANZA

4º ESO-A y 4º ESO-D IES BENJAMÍN JARNÉS Fuentes de Ebro (Zaragoza) Curso 2016-17


Cada quien a su futuro. Diana y Víctor son muy buenos amigos desde la infancia, son como hermanos y sus padres se llevan muy bien. Están en una edad complicada, la adolescencia y ya deben ir sabiendo lo que quieren estudiar para su futuro. Diana siempre a amado la medicina pero su padre quiere que siga con el negocio familiar y quiere que estudie empresariales. En cambio, Víctor ama dibujar y la pintura, quiere llegar a ser un gran pintor pero eso no les hace ni pizca de gracia a sus padres que quieren que haga una ingeniería. Hoy, en la casa de Diana hay una comida familiar, se encuentran sus tíos, primos, abuelos… -Por favor, un poco de silencio- pide José, el padre de la joven- quiero decir unas palabrasTodos los presentes miran hacia su lugar y atienden. -Solo les quería comentar que ya estoy un poco viejo- es interrumpido por el primo de Diana que suelta “¡Eso ya lo vemos abuelo!”- a lo que voy, cuando deje la empresa quiero que tú, Diana- dice admirando a su hija- lleves nuestra empresaTodos los presentes celebran y brindan por la gran noticia pero Diana no quiere ese futuro, no quiere llevar la empresa de muebles de su familia. Ella quiere ser médica, salvar vidas,


traer bebés al mundo… No estar sentada tras una mesa las 24 horas del día como hacía su padre. Pero sabe que si se lo dice a su padre puede que le de un infarto. Su madre lo sabe, se lo dijo en un berrinche una noche y acabó llorando pues Sonia, su madre, le dijo que no podía hacerle eso a la familia, era una tradición. -¡Felicidades Diana! – le comentó su tía Mara, ella sólo sonrío de medio lado. No quería eso. Se excusó diciendo que estaba cansada y camino hacia su cuarto. Cogió su teléfono y le mando un mensaje a su mejor amigo: “Víctor… No puedo hacer nada ya, mi padre lo ha gritado a los cuatro vientos. Todos me han felicitado pero no estoy feliz, quiero ser médica, aprenderme todos los huesos, músculos, articulaciones del cuerpo. Conocer todas las enfermedades, medicinas, roturas… No quiero saber los tipos de madera, ni de telas. No quiero vender muebles, que se vayan al Ikea.” Pasados unos minutos él respondió: “ Y, ¿por qué cuando ha dicho eso tu padre no te has levantado y has dicho: NO? Hace años que quieres estudiar medicina y vas a estudiar y trabajar en algo que no te gusta por tu familia.” Diana, desconcertada le siguió hablando a través de mensajes.


“ Pero, quiero que sean felices, si les llego a decir que voy a estudiar medicina y que voy a dejar de lado el trabajo familiar… Les dejaría K.O.” El chico se enfurece de que su amiga sea demasiado buena, así que le escribe algo duramente: “ Pero Diana, ¡tú no vas a ser feliz! No estoy siendo egocéntrico, son nuestras vidas. Yo también amo a mi familia. Ellos no me dejan estudiar artes, dicen que no hay futuro para ello, que no hay salidas, que no se puede vivir de ello. Querían que estudiara alguna ingeniera pero yo adoro dibujar, es toda mi vida y si ellos no lo aceptan… No lo voy a dejar por ellos, es mi vida y quiero ser feliz en ella.” La rubia relee el texto unas tres veces con el corazón a mil por hora… Víctor va a estudiar artes contra todo lo que le han dicho, sus padres, abuelos… No les ha escuchado. “Entonces… Vas a estudiar artes. Es tu sueño, me alegro mucho Víctor.” Víctor nota a su amiga decaída, es normal. Debía de haber tenido fuerzas para gritarles todo lo que sentía, pero se calló. “No es mi sueño, es mi vida Diana. Tu tendrías que haber hecho lo mismo.” Diana siente sus ojos cristalizarse, él tenía razón en todo. Con sus manos temblando, escribe:


“Tienes toda la razón, no he podido hacerle cara a la vida, pero ya no puedo hacer nada.” Víctor le da un consejo como último mensaje del día. “Diana, solo… Aprende esto: A palabras necias, oídos sordos.” 10 AÑOS DESPÚES. Víctor Tiene su propio estudio de pintura en Madrid, es un prestigiado pintor conocido por toda Europa. Diana…Diana se encuentra tras un escritorio de una oficina, es la jefa pero eso le da igual. Sólo muebles, muebles y muebles. La chica siempre recordará la frase que le dijo un viejo amigo, ella no hizo oídos sordos; él, sí.

CELIA BERGES


Lucia era una chica que quería ser cirujana, aunque no se le daba muy bien estudiar ella quería serlo. Todos sus amigos le decían que no iba a conseguirlo y que iba a perder el tiempo. Había repetido 4º curso de ESO y iba a pasar a bachiller y ella sabia que si se esforzaba mucho pese a lo que le dijeran los demás lo iba a conseguir. Repitió. Lo siguió intentando, Lucia estaba desesperada y no sabia que mas hacer, lo intento todo y consiguió aprobar, Marta su mejor amiga le iba dando ánimos todos los días, Lucia no sabia ni como conseguía aprobar los exámenes, era impresionante para ella. Pasaron los días y Lucia había conseguido entrar en la carrera de cirujana, estaba muy feliz. Al final lo consiguió y acabo siendo una de las mejores cirujanas de su ciudad. Lucia y Marta se fueron a celebrarlo a un bar de la cuidad y su amiga le repitió como muchas veces antes le había dicho “ya sabes que el que la sigue lo consigue”, Lucia sonrió y siguieron tomando algo y hablando.

IRENE LAGA


COMO DICE EL REFRÁN… Un día, una chica llamada Ángela, se dirigía a comprar el periódico como cada mañana. Al hacerlo, fue a por su café expresso de la máquina del estanco de al lado, y así aprovechó para comprar Marlboro. Al salir, un chico de parecida edad que ella le pidió uno y ella se lo dio. El chico quedó bastante sorprendido por esa chica de media estatura, con un gran vestido rojo, sus tacones negros, melena corta, ojos oscuros y labios burdeos… Esa misma tarde, Ángela fue a dar clase a unos niños, ya que ella se dedicaba a dar clases de literatura y sintaxis. La sintaxis le encantaba y hacía lo que fuera para que sus alumnos la entendieran. Acabó con muchísimo dolor de cabeza porque un chico no paraba de dar mal, mucho mal. Se subió en el tranvía dispuesta a dirigirse a casa y se volvió a encontrar con el chico de por la mañana. Él la invitó a cenar, pero ella lo denegó por su gran dolor de cabeza. Se dieron los números y Ángela, contenta, llegó a casa y se puso a descansar viendo la televisión. Al día siguiente, Marcos, el chico, llamo a Ángela, y quedaron ese mismo día para ir a comer a un restaurante japonés que había en el centro de Zaragoza. Ángela se puso su mejor modelito, se molestó en ir a la peluquería a hacerse un nuevo corte de pelo, se repasó los labios, se puso unos tacones altos, se maquilló los ojos y esperó a que se hiciera la hora para salir de casa. Mientras tanto, Marcos se fue de casa dispuesto a irse a comprar y a hacer la reserva de la mesa por si acaso no había sitio, ya que era un restaurante de moda. Se quedó charlando con un amigo y, como casi era la hora, decidió ir directo al restaurante. Entonces, en la mesa se


sentó otra chica que no era Ángela, era Paula, su ex. Estaba ahí dispuesta a hacer todo lo posible por volver con él. Marcos, confuso, le dijo lo que le había pasado con Ángela y Paula le dijo que eso era una tontería sin importancia. Entonces Marcos la besó, fue uno de estos besos largos y apasionados. Pero en ese mismo instante, Ángela entró por la puerta y vio exactamente todo. Se hundió, Marcos le gustaba, fue allí y le pegó, se marchó sin decir nada, desilusionada, con ganas de volver a casa y ponerse a comer chocolate y helado viendo alguno de estos realities que no sirven para nada pero que te hacen pensar que siempre hay alguien peor que tú… Pasaron unos meses y Ángela conoció a un chico llamado Carlos. Chateaban durante largas horas y el tiempo se les pasaba muy rápido. Por la noche les costaba despedirse y, como congeniaban muy bien, decidieron verse en persona. Ángela tenía miedo de que le pasara como la anterior vez, por lo que quedaron en la entrada de puerto Venecia por si no se encontraba cómoda. Ahí estaba su chico esperándola, alto, moreno, fuerte, guapísimo… La primera impresión que tuvo él también fue buenísima. Los dos se sintieron atraídos, por lo que dieron un gran paseo. Se les ocurrió la magnífica idea de ir a las barcas, se montaron los dos en una y remaron para dar un gran romántico paseo. Ángela estaba asustada por que se balanceaba mucho y Carlos perdió el control de los remos. Se quedaron atascados en las plantas durante bastante rato y todo el mundo les miraba y se reía de ellos, hasta que a los cuarenta minutos, Ángela, metiendo la mano en el pan de rana y llevándose un mordisco de un pez, consiguió desatascar la barca. Lo pasaron genial excepto por el pan de


rana… Carlos llevó a casa a Ángela y se dieron un buen beso. Después, quedaron en verse otro día. Y ASI COMPRENDIÓ ÁNGELA QUE UN CLAVO SACA OTRO CLAVO.

MALENA VALDOVÍN

RECUPERANDO EL TIEMPO PERDIDO. La historia que voy a contar ocurrió en un pueblecito situado a los pies de una montaña del Pirineo Aragonés, donde todas sus gentes se dedicaban a la agricultura y la ganadería. En él vivía una humilde familia, formada por el padre (Antón), la madre (Loreto), el hijo (Lorién) y la hija pequeña (Ixeia). Los cuatro formaban una familia feliz, a pesar de no tener nada de valor salvo su pequeña casita, una docena de gallinas y algunas cabezas de ganado. El padre trabajaba sin descanso las tierras de un vecino para llevar un dinero todos los meses a casa. Aún así, con lo poco que tenían, eran una familia feliz y unida y, los hijos no echaban de menos algunos lujos que otros compañeros de colegio tenían. Lorién tenía una relación muy especial con su padre: estaban muy unidos y, siempre que podía, el niño acompañaba a su Antón a todos los sitios. Para él, su padre


era como un héroe y, para Antón su hijo era lo que más quería en el mundo. Los años pasaron y Lorién se convirtió en un joven decidido y trabajador que, a la vez que estudiaba hacía pequeños trabajos para aportar algo de dinero en casa. Todo en la familia seguía igual, como si el tiempo no hubiera pasado. Y así llegó el desdichado día del mes de noviembre. Aquel fatídico día que marcaría un antes y un después en esta familia. El día amaneció gris, muy gris, y el ambiente estaba raro, como si anunciara que algo malo fuera a pasar. Se acercaba la hora de comer y la madre le pidió a Lorién que le llevara a su padre la cesta con la comida caliente al campo en el que estaba trabajando. Éste le dijo que no podía y entonces, la madre le encargó esta tarea a Ixeia. Por el camino, la niña sufrió un grave accidente. Cuando la encontraron estaba al borde de la muerte. En el hospital, a causa de los nervios, y del miedo por perder a la niña, padre e hijo tuvieron una fuerte discusión: ambos se acusaban de ser los culpables de lo ocurrido y se dijeron palabras muy duras que nunca debieron pronunciar. De pronto, se hizo un silencio que se rompió con un fuerte portazo causado por Lorién que, entre lágrimas abandonó el hospital, su hogar,… dejando atrás toda su vida. El tiempo pasó y, padre e hijo seguían sin tener contacto (aunque, en el fondo, los dos sabían que ninguno era el culpable, que fue una coincidencia del destino). Ambos se arrepentían de lo sucedido pero, ninguno daba el primer paso para reconciliarse.


Todas las navidades, Antón cogía el teléfono y marcaba el número de su hijo pero, cuando contestaban colgaba al instante. Todas menos una, en la que le contestó la voz de un niño pequeño; se quedó helado y, escuchó de fondo escuchó la voz de Lorién que decía: - “mi pequeño Antón, ¿quién llama?” – pero, cuando Lorién cogió se llevó el aparato al oído sólo escuchó que comunicaba. A los pocos días, el padre enfermó gravemente, sin poder moverse de la cama. Y, no hacía otra cosa más que nombrar a Lorién y preguntar a todos por él. Loreto, entre lágrimas, contactó con su hijo y, éste acudió rápidamente. Padre e hijo al verse, se dieron un fuerte abrazo que duró varios minutos y, con los ojos llenos de lágrimas, tuvieron una larga conversación. Ambos se perdonaron. Entonces, Lorién salió de la habitación y, al instante entró acompañado del pequeño Antón. Los tres compartieron un emotivo momento. Lorién no se separó de la cama ni un segundo, estuvo todo el rato junto a su padre. A los dos se les veía felices, como si estuvieran recuperando todo el tiempo perdido. Ambos están cogidos de la mano y, con una sonrisa en el rostro, Antón falleció feliz de volver a estar bien con su pequeño Lorién. Y es que, por mucho tiempo que pase y por muy separados que estén, MÁS VALE TARDE QUE NUNCA para que padre e hijo se perdonaran y recuperaran el tiempo perdido.

LEIRE LÓPEZ



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