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Por Témoris Grecko / el cairo

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Egipto T Han pasado tres años desde que la plaza Tahrir fuera el centro de una revolución que auguraba tiempos mejores para el país. Pero el sueño cada vez se torna más oscuro. Esta es la historia de una una democracia trunca.

Tahrir. En árabe, el nombre de esta plaza significa “liberación”. Hace tres años, aquí atestigüé el establecimiento de una pequeña república de la solidaridad, territorio libre de África, espacio de entendimiento y unificación para jóvenes y mayores, campesinos y profesionistas, hombres y mujeres, cristianos y musulmanes de diferentes sectas. Era una fortaleza sin murallas cuyos límites se defendían con piedras frente a las balas y arrojo ante las ofensivas de jinetes en caballos y camellos. Una donde los días de paz transcurrían entre atmósferas de alegre entusiasmo y de un debate político sin restricciones, algo que los egipcios desconocían. Hoy es 25 de enero de 2014. Miles de personas respondieron al llamado del presidente interino, Adli Mansur, para celebrar el tercer aniversario del inicio de la gesta heroica que en 2011 logró la caída del dictador Hosni Mubarak: el inicio de La primavera árabe. Como entonces, Tahrir se llena de gente que improvisa juegos y baila bajo largas y estiradas banderas nacionales, entre risas y esperanza. La Revolución ha triunfado, asegura Mansur, quien llegó al poder en julio del año pasado tras el derrocamiento de Mohamed Morsi, otro presidente. Junto con él festejan muchos más, como los ministros de su gobierno, hoy rehabilitados pese a que La Revolución los había arrojado a la desgracia. También los generales que supieron maniobrar hasta conseguir que la lucha hecha en su contra se convirtiera en un instrumento para legitimarse de nuevo, y montándose en ella, dar el golpe de Estado del 3 de julio del año pasado. Y realizar, desde entonces, matanzas de civiles sin precedentes en el Egipto moderno —con más de mil muertos en total—. Entre ellos también se cuentan los magistrados de la Corte que hoy, en nombre de La Revolución, encarcelan a los jóvenes que hicieron La Revolución. Han pasado sólo unos minutos desde que estuve con algunos de los que siguen libres. Mientras la gente en Tahrir improvisaba juegos, bailaba bajo largas banderas y convertía la fiesta de La Revolución en un mitin de precampaña del general golpista Abdelfatá al Sisi —el Augusto Pinochet egipcio—, los activistas 126 — mar

que hace apenas 36 meses hicieron de esta plaza el corazón de la libertad, ahora se esforzaban infructuosamente por llegar hasta ella, atacados con vehículos blindados, gases lacrimógenos y balas de plomo. Sus compañeros, los dirigentes que concibieron la idea de un levantamiento popular pacífico que forzara un cambio de régimen, están en prisión, junto a los periodistas que le dieron cobertura. Cinco días atrás, el 20 de enero, Abdulá al Shami, un reportero de 25 años, inició una huelga de hambre porque desde el 14 de agosto, cuando cubría una masacre, fue arrestado y lo mantienen en una celda sin presentar acusaciones. ¿Puede haber un interrogatorio peor que aquél en el que las golpizas y las torturas no parecen tener un por qué? ¿Cómo saber qué mentiras te pueden servir para “confesar”, satisfacerlos y que te dejen yacer tranquilo sobre tus huesos rotos, si los mismos verdugos son tan incapaces que no logran decidir cuáles son tus crímenes? Hace dos días, en vísperas de esta fiesta nacional, Alaa Abdel Fattah, de 32 años, activista de toda la vida y uno de los iniciadores de la Revolución, logró mandar una carta desde la cárcel dirigida a sus hermanas. En ella les habla de Manal, su mujer, y de su bebé Khaled y recuerda la mañana del 28 de noviembre del año pasado, en que 20 policías destrozaron la puerta de su apartamento para darle una paliza y arrestarlo. Él sí tiene acusación en contra: al convocar a una concentración contra el procesamiento de civiles ante tribunales militares, violó una ley nueva —que se aprobó el 24 de noviembre de 2013— que prohíbe las protestas públicas y que fue impuesta precisamente por el régimen que hoy se dice originado por el alzamiento popular de 2011. En su misiva, Abdel Fattah expresa su desolación por el sentimiento de derrota que se ha extendido en el campo revolucionario, ante un panorama en que su movimiento popular ha sido secuestrado no por un bando rival, sino por dos, que son enemigos entre sí —el de las Fuerzas Armadas y el de Hermanos Musulmanes—, y cuyo conflicto a muerte parece succionar

Arriba: Las calles que llevan hacia la plaza Tahrir se han convertido en zona de guerra. Derecha: Enfrentamiento entre Hermanos Musulmanes y el Ejército, en octubre de 2013. Abajo: El general golpista Abdelfatá al Sisi.

todo lo demás: “Lo que se suma a esta opresión que siento es que me doy cuenta de que mi encarcelamiento no sirve ningún propósito: no hay resistencia y no hay revolución. Los encarcelamientos previos tenían sentido porque sentía que estaba en la cárcel por elección propia y que era para obtener ganancias positivas. Ahora, siento que no puedo soportar a la gente de este país y que mi encarcelamiento no tiene otro sentido que liberarme de la culpa que sentiría si no fuera capaz de combatir la inmensa opresión y la injusticia que prevalece”.

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EL ENEMIGO ÚTIL

Tres años bastaron para que la Revolución fuera destruida por una contrarrevolución hipócrita. ¿Cómo es que se produjo esta paradoja de la historia? En mi segunda visita a Egipto, en marzo de 2010, éste era un país sometido a una dictadura que no parecía tener fin: tanto los egipcios como sus gobernantes daban por hecho que se trataba de un pueblo necesitado de hombres fuertes, como los tres que habían mandado en el país a desde 1952: Gamal Abdel Nasser, Anwar el Sadat y Hosni Mubarak. Era una dinastía de generales. El Ejército de ese país es un estrecho aliado de Estados Unidos desde que Egipto e Israel firmaron los acuerdos de Camp David, en 1978. En virtud de este pacto, con el que Tel Aviv le devolvió la península del Sinaí a El Cairo, los impuestos de los estadounidenses sirven para hacer un magnífico negocio: cada FOTOs: reuters y afp

año, Estados Unidos otorga dos mil millones de dólares en ayuda militar a Israel y mil 300 millones a Egipto, con la condición de que los gasten en empresas estadounidenses. Esto es, en la práctica, una transferencia masiva y regular de dinero de los contribuyentes de Estados Unidos a los fabricantes de armas de Estados Unidos, a través de la intermediación de los militares beneficiarios. Es gracias a los generales egipcios que la frontera sur de Israel ha sido la más segura que ha tenido esta nación durante 35 años. Antes de 2011, la disidencia en Egipto era considerada traición, pero resultaba útil: Hermanos Musulmanes (hm), una organización fundada en 1928, creció gracias a un paciente trabajo de base a partir de las mezquitas, proveyendo los servicios que el Estado descuida. En distintos momentos cuando los militares la necesitaron, hicieron alianza con ella. Pero en cada una de estas ocasiones, terminaron aplastándola, con matanzas y encarcelamientos masivos: esto produjo la radicalización de los islamistas, quienes crearon grupos más extremos. Uno de ellos fue un joven doctor de clase alta que reveló, bajo tortura, la identidad de un amigo cercano, a quien mataron. Este médico vivió presa de una amargura que se convirtió en una ideología de violencia: se llama Ayman al Zawahiri y, tras la muerte de Osama bin Laden, se convirtió en jefe de Al Qaeda. En su gobierno, Mubarak alternó momentos de represión y tolerancia de las actividades de los hm, según su conveniencia. Los atentados de los extremistas y los avances electorales de los hm le ayudaban a utilizar en su beneficio el fantasma de que Egipto pudiera caer en manos del islamismo. Con temor, laicos y cristianos, potencias occidentales y países árabes, preferían sostener a un Mubarak malo pero con quien, a la vez, se podía dialogar. ESQ — 127


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LA VARA DE LA JUSTICIA

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CUATRO CAMPEONES

Las camionetas blindadas avanzan a toda velocidad por avenidas importantes de El Cairo como Abd el Khalik Tharwat. Frente al peligro de ser arrollados, los manifestantes se refugian en callejones y se defienden a pedradas. Cada vehículo tiene una pequeña torreta techada que permite que un adulto se ponga de pie, saque cabeza, brazos y fusil, y dispare. Veo a un hombre con uniforme policiaco, que está cazando a tiros a muchachos que podrían ser sus hermanos, sus amigos. Sayed Weza, de 20 años, militante del grupo Socialistas Revolucionarios, es herido cerca de mi posición, con un balazo en el pecho y otro en el estómago. Morirá poco después. Serán tres los asesinados en ese rato y 89 a lo largo del día. Pienso en ese hombre que ahora se lanza contra la gente como lo han hecho sus compañeros tantas veces. Recuerdo la masacre de Maspero, el 28 de octubre de 2011, al lado del Río Nilo: camiones pesados de enormes ruedas avanzaron sobre una multitud de cristianos que protestaba por la destrucción de una iglesia. Las personas se arrojaban sobre los demás en el vano intento de evadir a los gigantes metálicos que se les venían encima, que avanzaban hasta atascarse sobre los cuerpos de las mujeres, de los jóvenes, y después marchaban en reversa rompiendo lo que no habían roto, aplastando lo que seguía vivo. Así mataron a 28 egipcios e hirieron a 212. Ahmed Amir Hassem, fotógrafo de 26 años del diario Al Horia wa al Adala, registró su propia muerte. Era el 14 de agosto de 2013 y estaba grabando en video la peor matanza de la historia moderna de su país, frente a la mezquita Rabaa al Adawiya, en El Cairo: el saldo del ataque militar contra un plantón de civiles, según el Ministerio de Salud, fue de 638 muertos y 3 mil 994 heridos. Hermanos Musulmanes dijo que las víctimas fatales fueron 2 mil 600 en apenas doce horas. El joven Hassem había localizado a un francotirador que disparaba contra la multitud. Su error mortal fue no darse cuenta de que el soldado lo había visto también. El militar simuló apuntar a otro sitio, hizo un movimiento súbito y, con precisión olímpica, se anotó una vida más en su cuenta heroica: la de Hassem, que había hecho su última toma, la más memorable. Ese tirador es similar al que estoy viendo en la torreta, quien busca lograr una muesca en el mango del fusil al “ganar” una muerte más. O también al llamado “francotirador del ojo” quien, durante la batalla de la avenida Mohamed Mahmoud en noviembre de 2011, se jactaba de disparar perdigones directa128 — mar

De izquierda a derecha: Periodistas como Abdulá al Shami han sido encarcelados. Lo mismo pasa con activistas como Abdel Fattah. La violencia es la constante desde la caída del expresidente Hosni Mubarak.

mente contra los globos oculares de los manifestantes. Como no tenía autorización para utilizar armas letales, los dejaba ciegos. Lo suyo no era un prodigio de técnica ni de puntería: el arma escupía una multitud de balines que se dispersaba para abarcar un área amplia. Los sentí varias veces, rociando la pared y las hojas de los árboles cerca de mí cuando escapé por accidente entre el gas lacrimógeno y la confusión de esos combates. ¡Ufff!, exclamaba, como todos los demás. Pero al tipo le parecía genial y sólo supimos de él, descubrimos quién era, porque en su eructo de placer e impunidad presumió de sus logros para la cámara de un teléfono móvil y el video llegó a YouTube. El policía que acaba de pasar frente a mí, disparando contra muchachos indefensos, ¿también se creerá un campeón? Los jóvenes opositores no lograrán llegar a Tahrir. A la Tahrir que conquistaron hace tres años y que han perdido, que les han arrebatado. Allá hacen fiesta los que dicen que son revolucionarios, los que aplauden y ríen cuando pasa muy bajo un gran helicóptero militar —un Chinook estadounidense—, los que piden la presidencia y la gloria para un general del viejo régimen.

L EL INICIO

La Revolución tenía que venir. En el ámbito musulmán, a El Cairo se le conoce como “la madre de la Tierra”. El analfabetismo de 25 por ciento y la práctica de la circuncisión del clítoris en el 91 por ciento de las mujeres, dan cuenta de un sistema educativo en ruinas. Es el reflejo de una economía que no funciona, en donde no hubo ni planificación socialista ni libre mercado, pues los negocios se reparten entre los militares y sus compadres. Este Egipto de generales ricos y ciudadanos empobrecidos es el que fue creado por la dinastía militar de Náser, Sadat y Mubarak. La única manera de sostener esta mafia es sobre servicios represivos eficaces. El 6 de junio de 2010, en la ciudad de Alejandría, dos agentes mataron a golpes y en público a Khaled Said, un muchacho de 22 años. El parte oficial indica que FOTOs: afp

murió por asfixia al tragar un paquete de hachís. Las fotos muestran un cadáver totalmente desfigurado. “La tragedia de Said es la tragedia de Egipto”, escribió un vecino suyo, Amro Ali, en la web australiana Online Opinion. “Un joven que no era ni activista político ni religioso radical, sino un egipcio ordinario al que se acusaba de cosas que de ninguna forma pueden justificar su linchamiento.” La protesta que dio origen a la Revolución, el 25 de enero de 2011, fue convocada al grito de “todos somos Khaled Said”. Al principio fue cosa de jóvenes de las grandes ciudades, pero pronto sumó las reivindicaciones de un abanico enorme de sectores sociales. Aunque primero menospreció el movimiento, Hermanos Musulmanes terminó sumándose a él. Después de los días más duros de los combates entre los revolucionarios y las fuerzas de seguridad del Estado, sus miembros arribaron a la plaza a montar un templete propio. A pocos les pareció mal que llegaran. Era el momento de la gran fraternidad egipcia en la república de Tahrir: los cristianos formaban cadenas humanas para proteger de las cargas policiacas a sus compatriotas islámicos, cuando éstos se inclinaban para rezar. El apoyo les era devuelto los domingos, al celebrarse ceremonias alrededor de la cruz en plena plaza. También había mujeres de clase alta que iban a regalar alimentos, bebidas, mantas y tiendas de campaña a los campesinos pobres que se sumaban a la protesta: no recuerdo haber visto a alguien con hambre o frío. Los músicos se subían a animar el ambiente en los foros improvisados con canciones que se convirtieron en himnos; los actores famosos se mezclaban con la gente que los seguía en marchas de 48 horas alrededor de la rotonda; las presentadoras de noticias se paseaban con carteles en los que explicaban que habían renunciado a la televisión para no seguir mintiendo; jóvenes de cabelleras largas y deslumbrantes, chicas con las cabezas decoradas con coloridos jiyabs (pañuelos) y otras que ocultaban cuerpo y rostro bajo un negro nicab, se sentaban sobre plásticos azules a beber té y reír. FOTO: efe

En el televisor aparecen 21 jóvenes, bellas y sonrientes. Unas adolescentes, otras llegando a ser adultas. Todas vestidas de blanco, con las cabelleras cubiertas por jiyab y chadores cayendo desde los hombros. Sus rostros transmiten alegría y gusto por la vida. En los cafés de El Cairo la gente habla de estas muchachas, sentadas detrás de una cuadrícula de barrotes carcelarios. Las llaman terroristas. Los presentadores las señalan como enemigas de la patria. Piden condenas. Y Egipto los complace, el 29 de noviembre de 2013, con 11 años de prisión. Siete de ellas son menores de edad. Sohanda Abdel Rahman tiene 13 años. Aunque algunas sólo iban pasando por el lugar equivocado en el peor momento, el tribunal las halló culpables de obstruir el tráfico durante una protesta de los hm, en octubre. Ocho meses antes, bajo el cargo de intento de asesinato contra cinco personas a las que dejó ciegas, Mahmud al Shenawi, el “francotirador del ojo”, había sido sentenciado a tres años de cárcel. Después del golpe de Estado del 3 de julio de 2013, el Ejército estableció la política de culpar a los Hermanos Musulmanes de los atentados sangrientos que cometían otros grupos, y los declaró una organización terrorista. Martes. Once de la noche. Cinco nacionales de Egipto, dos de Bélgica y uno de México comparten unas cervezas en un bar de nombre francés, perteneciente a una actriz famosa en el pasado, en la calle Hoda Shaarawy. De los europeos, uno es un chico de 21 años, junto al que se ha sentado una cairota de su edad, de cuidado cabello castaño largo, rostro blanco con mejillas encendidas, ojos grandes y sonrisa amplia, permanente. Pinta para romance. Hora y media después, terminado el encuentro, el belga comparte sus sentimientos por la calle. No es amor: “No puedo creer lo que me acaba de decir. Que a esa gente hay que eliminarla. Que merecen morir porque son terroristas. Le recordé que ahí también hay chicas como ella, que hay niños, que los están matando. Contestó que a este pueblo le falta disciplina y que sólo el ejército puede dársela”.

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UN FALSO MANDATO

Cuando cayó Mubarak, el 11 de febrero de 2011, fui testigo afortunado de lo que puede ser la etapa más esperanzadora que haya vivido el país. Miles de personas salían a las calles provistas de botes de pintura y paletas de albañil, a reparar los daños de la lucha y marcar las señales de la calle: “La Revolución no sólo debe ser nacional, también individual”, decían, “tenemos que convertirnos en buenos ciudadanos”. Dejé pasar un verano y regresé en noviembre de 2011. El Egipto de Mubarak le había dejado el sitio a un segundo, no ESQ — 129


Egipto celebra cada que cae uno de los gobernantes. En este caso, las fotos son del festejo del derrocamiento de Mohamed Morsi, miembro de los Hermanos Musulmanes, en 2013. Izquierda: 21 mujeres seguidoras de Morsi, muchas de ellas adolescentes, fueron encarceladas por protestar. Abajo: El expresidente Mohamed Morsi, el día que ganó las elecciones.

muy distinto: el del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. En los días de calma de febrero, los militares habían logrado convencer (y quienes tenían miedo de enfrentarse a ellos, se habían dejado persuadir) de que eran “neutrales” —como si no fueran parte del Estado— en la lucha entre pueblo y gobernante, y señalaban como los agresores a la Policía y grupos de maleantes. Por eso se dio la extraña situación de que una mayoría de revolucionarios aceptó la protección del Ejército, cuyos tanques y soldados controlaban los accesos a Tahrir. Muchos activistas que desconfiaban, sin embargo, dormían y pasaban el día recargados contra las orugas de los blindados, con lo cual lograron evitar que éstos avanzaran poco a poco, quitándoles terreno. No querían a los generales entonces ni a fines de 2011, cuando el intento de tomar la sede del Ministerio del Interior produjo cinco días de combates en lo que se conoció como la batalla de Mohamed Mahmoud. La oposición estaba disminuida: Hermanos Musulmanes, que se creía beneficiario seguro de los procesos electorales venideros, se había aliado con el Ejército para asegurar la celebración de los comicios. Si la solidaridad es un concepto que solían predicar sus dirigentes, ya lo habían olvidado para el 9 de octubre, cuando los camiones aplastaron a los cristianos en Maspero. Para ellos, hm no tuvo ni una palabra de consuelo. Su juego pareció salir tan bien durante 2012 que sus líderes ignoraron sus compromisos de comportarse de forma incluyente: habían ofrecido redactar una constitución pactada con laicos, liberales y cristianos, pero al final se aliaron con otros islamistas y la hicieron a su gusto; habían asegurado que no presentarían candidato presidencial y después postularon a Mohamed Morsi. Él ganó en segunda vuelta (16 de junio de 2012) por muy poco: 51.7 por ciento de los votos. Su rival, Ahmed Shafik, era un político cercano a Mubarak y muchas personas —que no querían que las primeras elecciones democráticas le devolvieran el poder al viejo régimen— optaron por Morsi. Por el menos malo. Morsi y su gente sintieron que tenían un mandato para rehacer el país a su manera, sin tomar en cuenta a la mitad que no votó por ellos. También se dijeron producto de La Revolución. El Ejército les entregó el poder el 30 de junio.

Probablemente esperaba que el sabotaje sistemático contra el gobierno, que realizaban los mubarakistas desde la administración pública y el poder judicial, y la torpeza política de Morsi y los Hermanos Musulmanes, iban a descarrilar su gestión. La economía siguió cayendo y crecientes sectores se sintieron agredidos por el autoritarismo: la Policía que antes había perseguido, encarcelado y asesinado a los Hermanos, ahora perseguía, encarcelaba y asesinaba en su nombre. Y el presidente Morsi, uno de ellos a fin de cuentas, justificaba la brutalidad. En marzo de 2013, cuando vivía mi tercer Egipto, el de los Hermanos Musulmanes, atestigüé un fenómeno sorprendente en una ciudad donde la gente no utiliza los ojos para conducir, sino los oídos: el ruido de los cláxones es perenne, no se calla ese tigre chillón que ruge en los tímpanos. Pero esa tarde, en la transitada avenida Mohamed Farid, de pronto dejaron de sonar. Los coches pasaban en silencio mientras se escuchaban risas y algunos gritos. En ambas aceras, grupos de jóvenes sostenían carteles hechos a mano que rezaban: “Si apoyas a Hermanos Musulmanes, toca la bocina”. Los odiaban.

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LA LIBERTAD ES UNA PROMESA

LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA SOSPECHA

Welcome to Egypt!” es la frase con la que todo egipcio daba la bienvenida a los visitantes antes de 2011. En 2014, no viene sola: “Welcome to Egypt! What are you doing here?” La relación de los egipcios con los extranjeros se ha vuelto paranoica. Sobre todo porque desde la televisión se les lleva a ello. “Desde el principio, él sabe cuál es su misión y su objetivo”, decía un anuncio que se transmitía durante junio de 2012. En él se veía a un extranjero entablando amistad con unos FOTOs: afp y ap

jóvenes egipcios en un café. “Como somos siempre generosos, se mete en tu corazón como si fueran viejos amigos”, continuaba el spot. Desprevenidos, los lugareños le comentaban que había problemas de transporte y que los precios estaban muy altos. El forastero aprovechaba para enviar esa información “confidencial” en mensajes de texto, por el celular. “Ten cuidado con lo que dices”, concluía el narrador, “cada palabra viene con un precio. Una palabra puede salvar una nación.”

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UN GOLPE DE MANUAL

En la primavera de 2013, un grupo de jóvenes, que aseguraba representar a la Revolución, supo darle cauce al descontento al lanzar la campaña “Tamarod” (Rebélate), con la que recaudó, según sus propios números, tres millones de firmas para pedir la renuncia del gobierno. Con esa base realizaron gigantescas manifestaciones en Tahrir y otras partes de Egipto el 30 de junio de 2013, cuando se cumplía el primer año de Morsi en el poder. Al día siguiente, el ministro de Defensa, Abdelfatá al Sisi, lanzó un ultimátum: el presidente tenía 48 horas para marcharse. El 3 de julio, el ejército ocupó la casa de gobierno, encerró al mandatario en un lugar desconocido, capturó o asesinó a todos los dirigentes y congresistas de los hm que pudo encontrar, disolvió el Congreso, tomó los canales de televisión y lanzó a las tropas a reprimir las manifestaciones en la calle. Un golpe de Estado hecho como mandan los manuales. Pero la versión oficial era la contraria: el Ejército veía preocupado cómo Morsi amenazaba los ideales de la Revolución del 25 de enero y, acatando la demanda del pueblo expresada en una supuesta “segunda revolución”, la del 30 de junio, salió al rescate. La inconformidad entre la militancia de los hm era inmensa: durante años los habían llamado a aceptar las reglas de la democracia y, desde su punto de vista, las habían seguido. Pero los derrocaron y los masacraron. FOTOs: afp

Miles de rostros felices en Tahrir acentúan la farsa del festejo de la Revolución cuando, muy cerca, a los revolucionarios los están matando para que no puedan llegar a la plaza; la sangre corre ante la complacencia de tantos que corean: “Pena de muerte a los terroristas”. Este nuevo gobierno tiene el apoyo del gobierno de EU, cuyo secretario de Estado, John Kerry, vino a El Cairo a fines de 2013 a dar su respaldo porque “la ruta [de transición hacia la democracia] se está siguiendo de la mejor manera que podemos percibir”. Su percepción es algo selectiva, pero no es el único optimista. El 6 de febrero, a sólo cinco días de que se cumplieran tres años de su caída, Hosni Mubarak concedió una entrevista a la televisora kuwaití Fajer al Saeed, que le preguntó que quién le gustaría que gobernara Egipto: “El pueblo quiere a Sisi y la voluntad del pueblo se impondrá”. El viejo faraón le cedía el cetro al nuevo. Revolucionar para seguir igual. Es prematuro anunciar el fin de la historia. El general Sisi se está montando en un toro mecánico a máxima potencia: algunos estimaban que iba a preferir mantenerse como hombre fuerte del país y poner en el cargo a un incondicional al que fuera fácil destituir cuando se desgastara. Lo rebasaron las expectativas, sin embargo: se presentó como salvador de la nación y ahora el pueblo exige que cumpla. Por el momento, se siente que asistimos a la restauración de un viejo régimen reforzado… de la misma forma en que, en julio de 2012, parecía que hm había vencido… y en 2011, se creía que había nacido un Egipto liberal destinado a permanecer. Este cuarto Egipto, el del general Sisi, puede resultar igualmente efímero. “Cuando mi mente se aburre del pasado, pienso en el futuro”, escribió el preso Abdulá al Shami en otra misiva, publicada el 15 de febrero. “En un día en el que los miles encerrados —todos ellos, sin discriminación— salen libres. El día en que hacer mi trabajo ya no sea considerado un crimen. En la cárcel, vemos en cada rincón las señales de un mejor futuro. Tal vez porque no estamos afuera para ver la imagen más pesimista. Pero eso es lo que tenemos: la más ligera brisa que se cuela sin permiso del guardia, o el trinar de los pájaros que no podemos ver. Todos ellos me dan la certeza de que la libertad es una promesa que les será cumplida a quienes mantengan su lealtad a ella.” ESQ — 131


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